Para Santiago Izco y Santiago Vélez
Haciendo búsquedas de imágenes de distintos tipos de monedas me llamaron la atención hace algún tiempo unas piezas maltesas en las que la cabeza de los anversos no aparecía en posición vertical. Reparé luego en que se trataba de la cabeza cortada de San Juan Bautista, barbada y de pelo largo, dispuesta sobre una bandeja. Enseguida pensé que tales monedas, por su rareza, eran toda una invitación para contraponerlas a la tendencia general de representación numismática de los soberanos en la plenitud de su poder. El mensaje iconográfico era en esta ocasión muy poderoso, pues una entidad estatal convertía en referente a alguien mostrado en el momento máximo de su aparente fracaso, optaba por expresar su ideario mediante la imagen de alguien recién decapitado. Sin duda el asunto tenía que remitir a una exaltación religiosa cuya contextualización histórica la haría más comprensible. La leyenda latina que rodea la cabeza refuerza el significado de lo que se pretendía transmitir en la encrucijada de una grave situación de acoso militar: “Propter veritatem et iusticiam” (Por causa de la verdad y la justicia). Los súbditos que tuviesen en su mano la brillante plata de esas piezas entendían que se les estaba llamando, con claridad meridiana, al posible sacrificio de sus vidas.
El motivo numismático de la cabeza cortada del Bautista pasó a ocupar piezas de cobre con el Gran Maestre portugués Manuel Pinto da Fonseca (1741-1773), que hizo dotar a la representación de la misma de un mayor dramatismo. Iba en monedas de cobre de unos 8 gramos de peso, equivalentes a 1 tari, pero con el valor inscrito del subdivisor, 20 grani. Alrededor de la cabeza del santo se podía leer una frase que éste diría en vida a los soldados que le preguntaban cómo debían actuar: “Neminem concutiatis” (No extorsionéis a nadie) (Lucas 3:14). Su contestación completa habría sido según el pasaje evangélico: “No extorsionéis a nadie, no hagáis denuncias falsas y contentaos con vuestra soldada”. En el reverso de estas piezas figuraban dos manos enlazadas en señal de mutuo aprecio, acompañadas por la leyenda maltesa clásica “Non aes sed fides” (No el cobre sino la confianza). El significado de esta expresión, empleada en las piezas de bajo valor desde la época de Jean Parisot de Valette, es doble. Por un lado, su origen está en la incapacidad del gobierno maltés para pagar a sus ciudadanos en metales nobles durante el ingente esfuerzo humano y económico que supuso la construcción de la capital amurallada de La Valeta. Se apelaba así a la buena fe de los malteses para aceptar esta moneda fiduciaria. Por otro lado, un sentido más elevado de la frase estaría relacionado con el hecho de que el dinero no se puede equiparar con la fe. Manuel Pinto da Fonseca hizo grabar en monedas de oro y plata una nueva imagen de San Juan Bautista, mostrándole pobremente vestido, sosteniendo el estandarte de la Orden y acompañado de un cordero, con la leyenda circundante “Non surrexit maior” (No ha aparecido uno más grande) (Mateo 11:11), frase enaltecedora que Jesucristo pronunciaría refiriéndose a él.
La Orden de Malta, cuyo nombre completo es “Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta”, apareció en 1084 cuando algunos comerciantes de la localidad italiana de Amalfi fundaron en Jerusalén un hospital para peregrinos consagrado a San Juan Bautista. Desde la conquista de la ciudad santa por parte de los cruzados en 1099, la Orden fue consolidando también su vertiente militar. En 1142 los hospitalarios tomaron como sede el castillo sirio del Crac de los Caballeros. Tras la recuperación islámica de Jerusalén en 1187 por Saladino, la Orden se instaló en San Juan de Acre, enclave ahora israelí. Expulsados de allí y de toda Palestina en 1291 por las autoridades islámicas, los caballeros hospitalarios pasaron a Chipre. Desde entonces uno de los rasgos definitorios de la Orden será la insularidad de sus principales bases territoriales y por tanto la necesidad de disponer de una flota con la que hacer frente a los ataques procedentes de las costas asiáticas y africanas.
En 1310 los hospitalarios se establecieron en Rodas, donde construyeron un eficaz sistema de fortificaciones capaces de dar cobertura a las operaciones militares de su escuadra naval. La caída en desgracia y desaparición de los templarios en 1312 benefició a la Orden Hospitalaria, que heredó muchas de sus propiedades. Los caballeros hospitalarios manifestaron diversas contradicciones con respecto a sus principios fundacionales, llegando a tener como práctica frecuente la piratería, desplegada en forma de corso tanto contra las naves islámicas como contra las cristianas. Entraron también en el negocio de la trata de esclavos, lo que demuestra que su afán humanitario fue selectivo, al menos en determinadas épocas. Su bonanza económica se reflejó en el inicio de sus acuñaciones monetales. En los “gigliatos” de plata emitidos en Rodas por la Orden Hospitalaria el anverso lo ocupa el retrato de cuerpo entero del Gran Maestre arrodillado ante una cruz bizantina, la cual presenta pedestal escalonado y dos travesaños horizontales de distinta longitud. El reverso consiste en una cruz floreada, compuesta por cuatro brazos del mismo largo. Posteriormente la Orden acuñó en Rodas ducados de oro de influencia veneciana. En ellos, en el anverso, el Gran Maestre se arrodilla ante San Juan Bautista, que le entrega un estandarte, mientras que en el reverso aparece la imagen de Cristo en una mandorla poblada de estrellas. En 1522 el sultán otomano Solimán “el Magnífico” asedió Rodas durante casi seis meses, obteniendo finalmente la rendición de los hospitalarios, a los que permitió evacuar la isla.
En 1530 el emperador Carlos V cedió a la Orden Hospitalaria el archipiélago maltés, así como el control del avispero libio de Trípoli, al que habían llegado muchos caballeros hospitalarios en 1523, y que éstos sólo pudieron conservar hasta 1551. La Reforma Protestante privó a la Orden de algunos de sus sostenes económicos y fuentes de reclutamiento, haciéndola todavía más vulnerable. En el llamado gran sitio de Malta de 1565, la Orden logró resistir ante una fuerte flota otomana hasta que se produjo el rescate prestado por el ejército español proveniente de Sicilia. Manteniéndose neutral en las guerras entre estados cristianos, la Orden se centró en la fortificación de sus ciudades, y especialmente en el desarrollo urbanístico y poliorcético de la nueva capital de La Valeta, así bautizada en honor del Gran Maestre Jean Parisot de Valette. Napoleón, deseoso de hacerse con cuanto hollara su pie, ocupó Malta en 1798, obligando a los caballeros hospitalarios a abandonarla. Éstos respetaron su juramento de no combatir contra ningún príncipe cristiano, evacuando la isla mansamente. Poco después, en el año 1800, la armada inglesa conquistó el archipiélago, convirtiéndolo en su protectorado. Actualmente la Orden Hospitalaria es una orden religiosa católica sin territorio propio, pero reconocida como sujeto de derecho internacional. Está orientada a tareas asistenciales, sanitarias y sociales, sin tener ya faceta militar.
La elección de la cabeza cortada del Bautista como símbolo monetario nos remite a la figura del Gran Maestre Jean Parisot de Valette, el cual la consideró adecuada para mostrar la situación de extrema gravedad por la que atravesaba la Orden. Esta debilidad se debía tanto a dificultades financieras como al constante retroceso militar frente al poderío otomano, cuya presencia en Europa Oriental y en buena parte del Mediterráneo era cada vez más evidente. Desde su fundación, la Orden había experimentado numerosos traslados, y su nueva sede maltesa corría también el peligro de sucumbir ante el avance militar islámico. La difícil situación requirió decisiones también difíciles, y Jean Parisot tuvo que tomar muchas de ellas, solventando la dura prueba que garantizaría la pervivencia de los hospitalarios. Nacido en la región francesa de Quercy a fines del siglo XV, Jean Parisot, de familia noble, se incorporó en su juventud a la “lengua” de Provenza, una de las ocho agrupaciones idiomáticas de prioratos en que se organizaba la Orden. Destinado en Rodas, sobrevivió al asedio turco de la isla en 1522, acompañando luego al exilio al Gran Maestre Philippe Villiers de l’Isle Adam. Ya en Malta, Jean Parisot dio muestras de excesivo carácter e incluso crueldad. Así, en 1538, pasó cuatro meses en un agujero en el suelo, en la isla maltesa de Gozo, como castigo por haber golpeado a un sirviente hasta casi matarlo. Después fue enviado dos años como gobernador militar a la débil posición hospitalaria de Trípoli. Regresó a Malta con un esclavo negro a su servicio, lo que le valió nuevas amonestaciones. En 1554 fue nombrado Gran Almirante de la flota hospitalaria, puesto en el que demostró su capacidad para el mando militar. Tres años después, en el contexto de tensa espera por un posible ataque marítimo turco, Jean Parisot accedió al Gran Maestrazgo de la Orden.
El intento otomano de tomar Malta se produjo finalmente en 1565. Las medidas preventivas puestas en marcha por Jean Parisot se mostraron insuficientes ante la envergadura del ejército enemigo. Éste cometió el error de centrar sus esfuerzos en la conquista del fuerte de San Elmo, lograda al cabo de un mes al precio de muchas bajas, incluyendo la del prestigioso corsario turco Dragut. El Gran Maestre utilizó bien las escasas fuerzas de que disponía, relevando constantemente a los caballeros y demás soldados en las zonas de mayor desgaste bélico. La llegada progresiva de refuerzos provenientes de Sicilia fue decantando el factor moral de la lucha del bando de los hospitalarios. Tras varios asaltos infructuosos a los demás fuertes, la armada turca optó por retirarse. Jean Parisot actuó durante el conflicto con severidad, recriminando a sus caballeros cuando daban muestras de querer abandonar sus posiciones, lo que sirvió a muchos de éstos como acicate para el último sacrificio. Así, de la última tanda de defensores del fuerte de San Elmo, no se salvó ningún caballero hospitalario, sino tan sólo nueve soldados malteses que huyeron a nado. Hay coincidencia general al valorar la extrema religiosidad del Gran Maestre, cuya devoción y entrega a la causa de la Orden estaban fuera de toda duda. Las potencias cristianas agradecieron a los hospitalarios su defensa de Malta, implicándose en algún caso en el proyecto de reconstrucción de sus fortificaciones. Jean Parisot recibió toda clase de elogios y reconocimientos tras su victoria. Renunció a ser nombrado cardenal, pues prefería mantener una mayor independencia con respecto al Papado. Se acuñaron por entonces en su honor varias medallas conmemorativas, con su efigie en el anverso y motivos ensalzadores en el reverso. En una de estas piezas aparece en el reverso la victoria de David frente al filisteo Goliat, bajo la leyenda “Unus X Millia” (Uno Diez Mil). Esta expresión alude por un lado a la desigualdad numérica de los ejércitos que se enfrentaron en el asedio de Malta, y por otro lado hace referencia a las ventajas del llamado “combate singular” entre dos adalides, al evitarse así la muerte de muchos soldados. Jean Parisot murió en 1568 en la ciudad que luego llevaría su nombre. En la inscripción de su tumba se le describe como “escudo de Europa”.
Antes de ser utilizada en Malta como motivo numismático, la cabeza cortada de San Juan Bautista, dispuesta en una bandeja circular, aparecía en monedas de la actual ciudad polaca de Wrocław, conocida en alemán como Breslau y en castellano como Breslavia. Este uso se documenta desde al menos la primera mitad del siglo XV, época en que la ciudad se integró, junto con gran parte de Silesia, en el reino de Bohemia, pasando así a formar parte del Sacro Imperio Romano Germánico. Muchas de las monedas mencionadas, consistentes en “heller” de cobre, corresponden al convulso período de las guerras husitas (1419-1436). Estas luchas civiles enfrentaron al rey Segismundo de Hungría con la facción más radical, llamada taborita, del movimiento religioso reformador y revolucionario iniciado por el teólogo bohemio Jan Hus, que había sido ajusticiado en 1415, pero cuyas ideas, relacionadas con la transformación de la Iglesia, seguían vivas. La imagen de la cabeza cortada del Bautista, patrón de Breslavia, volvió a ser muy empleada por la ciudad en pequeños “groschen” de plata, de peso inferior a dos gramos, durante el obispado de Johann von Turzo (1506-1520), cuya familia controlaba muchos centros mineros de extracción de metales nobles. En estas monedas la cabeza va rodeada por la leyenda “S. Baptista Sucurre” (Santo Bautista, Socórrenos).
La cabeza decapitada referida sigue ocupando actualmente el centro del escudo de armas de Breslavia. Es representada con los ojos cerrados, con poblada barba y largo pelo negro, en campo circular de plata. El cuarto cuartel del escudo lo ocupa la imagen nimbada del otro Juan, San Juan Evangelista, mostrado joven sobre una corona invertida, en consonancia con el significado de una expresión de Cristo: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). En los otros cuarteles aparecen un león rampante por Bohemia, un águila explayada por Silesia y una W por el antiguo nombre de la ciudad (Wratislavia) y por el nombre de su legendario fundador (Wrocislaw). Un escudo en el que aparecen alusiones simbólicas a ambos Juanes, pero sin representar físicamente a ninguno de ellos, es el del estado libre asociado de Puerto Rico, sirviendo en este caso para referirse al nombre de su capital.
Malta se adhirió a la Unión Europea el 1 de Mayo de 2004, y adoptó el euro como moneda circulante el 1 de Enero de 2008. El tipo de cambio con respecto a la moneda nacional anterior, la lira o libra maltesa, quedó establecido en 0,4293 por un euro. Malta decidió emplear dentro de la unión monetaria europea tres elementos emblemáticos diferentes en sus caras nacionales. Las piezas más pequeñas (1, 2 y 5 céntimos), hechas de acero recubierto de cobre, muestran el templo megalítico de Mnajdra, erigido hace unos cinco milenios. Las monedas intermedias (10, 20 y 50 céntimos), cuya composición es 89% cobre, 5% aluminio, 5% zinc y 1% estaño, llevan el escudo de Malta como elemento principal. Las piezas de mayor valor (1 y 2 euros), que combinan a la inversa una parte de cuproníquel y otra de níquel y latón, presentan como motivo central la cruz de Malta, característica de los caballeros hospitalarios. La cruz que aparece tanto en el escudo como en la bandera de Malta es la llamada cruz de San Jorge, otorgada por el rey británico Jorge VI al pueblo maltés por su leal comportamiento durante la II Guerra Mundial. Es una cruz griega de plata en cuyo interior figura San Jorge abatiendo a un dragón, con el lema circundante “For Gallantry” (Al Heroísmo) y las iniciales G-VI, alusivas a Jorge VI. La corona mural del escudo sirve para ilustrar el carácter republicano del país. Flanquean el blasón una rama de palma, relacionada con la victoria, y una rama de olivo, referida a la paz. Los colores rojo y blanco del escudo y la bandera son los empleados por el archipiélago a nivel institucional desde la Edad Media. El pabellón civil maltés, también bastante utilizado, consiste en una enseña roja con una cruz de Malta blanca en su centro. Este pabellón es similar a la bandera usada en las fiestas de Sant Joan por parte de la población menorquina de Ciutadella, si bien en este caso la cruz que ocupa el centro del paño rojo es una cruz patada. Los idiomas oficiales de Malta son el inglés y el maltés. Este último, derivado del árabe coloquial siciliano, es la única lengua semítica que se escribe en caracteres latinos.
Según los Evangelios (Mateo 14:1-12 y Marcos 6:14-29), el Bautista había sido encarcelado por Herodes Antipas por instigación de Herodías, con la que el tetrarca se había casado a pesar de ser ésta la esposa de su hermano. Herodías ansiaba la ejecución del Bautista, que proclamaba lo ilícito de su unión. Para lograr su propósito se valió de su hija Salomé, que tras bailar admirablemente ante Herodes, le pidió como premio, por orden de su madre, que al instante le trajesen en una bandeja la cabeza del Bautista. Entristecido, pues consideraba al Bautista un hombre justo, pero a la vez sintiéndose obligado por un torpe juramento realizado a Salomé, Herodes mandó decapitar a Juan. Su cabeza fue presentada en una bandeja a Salomé, la cual se la llevó a su madre. Escenas relacionadas con la decapitación del Bautista han sido plasmadas en pinturas de distintas épocas. En ellas cabe resaltar el contraste entre la lozanía, exhuberancia y expresividad de Salomé por un lado y los rasgos inertes del rostro del Bautista por otro. Algunas tradiciones artísticas y literarias intentaron mostrar cierto placer morboso por parte de Salomé en la recepción de la cabeza del santo, reforzando así el erotismo que ya de por sí desprendía la figura de la joven. Pero de los Evangelios se infiere claramente que la más interesada en la ejecución de Juan era Herodías, siendo su hija sólo el instrumento oportuno para conseguir que se produjese dicha muerte. El que los hospitalarios recurriesen en sus acuñaciones monetales a la cruda imagen de la cabeza cortada de su santo de referencia nos permite entender mejor cuál era su mentalidad y predisposición. Buscaron valor en una imagen que enaltecía la derrota, por si en momentos decisivos, de probable derrota, necesitaban su máximo valor.
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