La antigua ciudad de Edesa, situada en el norte de Mesopotamia, se corresponde con la actual ciudad turca de Sanliurfa, "la gloriosa Urfa". Fue fundada hacia el 302 a.C. por Seleuco I “Nikator”, veterano lugarteniente de Alejandro Magno e iniciador de la dinastía real seléucida. Es probable que la fundación griega de Edesa se efectuase a partir de un pequeño establecimiento anterior, beneficiado por la confluencia de importantes rutas comerciales caravaneras. La ciudad, emplazada sobre una colina, tenía una ventajosa posición estratégica que aseguraba el control de un amplio y fértil territorio bañado por el río Scirtos. Inicialmente sólo se amuralló el complejo residencial y administrativo del gobernador, junto al cual hay todavía dos estanques de carácter sagrado.
El final de la soberanía seléucida sobre Edesa vino dado por la derrota que el ejército de Antíoco Sidetes sufrió frente a los partos hacia el 129 a.C. La retirada seléucida convirtió al siriaco, inserto dentro del grupo arameo, en la lengua oficial y más hablada en la ciudad, si bien el griego pervivió en las monedas como signo de prestancia. La población nativa se había mezclado ya de forma bastante intensa con los colonos griegos. La ciudad pasó a estar bajo la influencia de los partos, pero conservando gran autonomía, hasta el extremo de poder consignar la aparición de un reino cuyo territorio, denominado en conjunto Osroene, tenía como frontera occidental el río Éufrates. El nuevo reino, próspero pero débil, cayó en poder del rey de Armenia, Tigranes, el cual fue vencido por los romanos en el año 69 a.C. El monarca de Edesa, Abgar, fue confirmado en su trono por las autoridades romanas.
Los reyes de Edesa pertenecían a la dinastía “Aryu”, término alusivo al león, y es probable que tuviesen un origen étnico árabe. El monarca no ejercía un poder absoluto, sino que se veía influenciado por las decisiones de un consejo de ancianos. Símbolo de la realeza era la tiara diademada. A su vez el rey confería tiaras de seda a los principales dignatarios de la ciudad. La imposición de tributos y la dirección del ejército quedaban bajo el control del rey. Los funcionarios tenían cometidos bien definidos, configurando así una organización administrativa eficaz. El territorio de Osroene se dividía en distritos, asignados, al menos teóricamente, a clanes distintos. Cada distrito era administrado por un “archon”.
En el año 53 a.C., el triunviro romano Craso, deseoso de incrementar su prestigio y obtener un gran botín, decidió lanzarse sobre Partia. Pero su empresa se saldó con la derrota de Carres, en la que halló la muerte. En la narración de estos hechos, Plutarco presenta a Abgar como un traidor a la causa romana por haber guiado al ejército de Craso a través de comarcas desérticas, debilitándolo. Pero en contra de la supuesta traición está el hecho de que Abgar perdió por entonces el trono, probablemente represaliado por los partos. Los sucesivos reyes de Edesa, muchos de los cuales se llamaban Abgar, alternaron hábilmente la alabanza y el colaboracionismo para no verse perjudicados por las oscilaciones del poder que en la región ejercían partos y romanos. En época augustea, la ciudad quedó bajo la protección romana. Ya en el año 116, temiendo que la soberanía romana se viese demasiado consolidada por las expediciones militares de Trajano, Edesa alentó una insurrección general en Mesopotamia. La ciudad fue duramente castigada, pero con su acción influyó en la decisión posterior del emperador Adriano de renunciar a las posesiones situadas al Este del Éufrates. Tras un período de preeminencia parta en el territorio de Osroene, éste volvió a ser súbdito de Roma, y la ciudad de Edesa obtuvo de Caracalla el título de colonia en el año 214. Al parecer, la monarquía de Edesa se mantuvo sólo de manera nominal hasta que en el 243 la ciudad pasó a ser administrada por un residente romano y dos “estrategos”.
Los archivos de Edesa recogían abundante información sobre toda clase de asuntos. En ellos se basaron los datos de algunas crónicas que han llegado hasta nosotros, y que describen por ejemplo las graves inundaciones sufridas por la ciudad. Muchos de los artesanos de Edesa realizaban sus actividades bajo el patrocinio oficial en talleres situados cerca del río, por lo que las inundaciones les afectaban considerablemente. La preocupación por la sanidad se reflejaba en la existencia de numerosos hospitales y en el elevado status alcanzado por los médicos. Los mayores potentados de Edesa basaban su poder económico en la propiedad de grandes tierras o en el comercio caravanero, dependiente en gran medida de la seda y sujeto a prácticas abusivas. El comercio de largo alcance sirvió como elemento favorecedor de los contactos culturales. Los ciudadanos ricos enviaban a sus hijos a las urbes helenísticas para que se familiarizasen con el griego y la cultura griega. Edesa fue uno de los principales núcleos de la literatura siriaca, entre cuyos representantes del período monárquico destacó Bardaisan. Este autor resumió algunas de sus ideas filosóficas y religiosas en poemas musicados de gran acogida popular.
Por la región de Osroene se distribuían aldeas y granjas en las que trabajaban campesinos unidos por lazos económicos y consanguíneos con las gentes de la ciudad. El seminomadismo estacional era frecuente, así como el verdadero nomadismo, ejercido por beduinos que no aceptaban la autoridad de la ciudad, y que complementaban su dedicación ganadera con acciones de pillaje. Sobre la esclavitud se conserva un documento siriaco consistente en el contrato de venta de una joven por setecientos denarios. Dentro del ejército de Edesa destacaban los resolutivos arqueros, que llegaron a combatir del lado romano en Germania.
Curiosamente, justo en la época en que el Imperio Romano se veía sacudido por la anarquía militar, Edesa asumió una mayor romanidad. Por entonces el helenizado reino parto fue reemplazado por el imperio persa sasánida, expresión política del resurgir de las tradiciones iranias. Los persas mantuvieron serias aspiraciones sobre el norte de Mesopotamia, y, en el curso de sus campañas militares en la región, asediaron Edesa en varias ocasiones. La ciudad logró resistir con diversa fortuna estas acometidas, convirtiéndose en uno de los enclaves más representativos del poder romano al otro lado del Éufrates.
En época grecorromana, las prácticas religiosas en Edesa estuvieron especialmente relacionadas con deidades astrales. En la ciudad había una importante comunidad judía, lo que favoreció la rápida recepción de las doctrinas cristianas, mezcladas con principios gnósticos y maniqueos. Antes de la aparición del cristianismo, ya se detecta en la ritualidad funeraria de Edesa una pujante creencia en la resurrección. La literatura siriaca sirvió a los cristianos de Edesa para recoger diversas historias sobre la figura de Jesucristo, incluyendo algunas que describían su rostro, el cual se habría grabado milagrosamente en el "mandylion", lienzo venerado como reliquia, considerado con poder curativo. Los edictos de tolerancia y oficialidad del siglo IV convirtieron al cristianismo en la religión principal de la ciudad, si bien era marcada la disputa abierta entre monofisitas y ortodoxos. Ambas comunidades tenían obispos diferentes. Los monofisitas defendían que la naturaleza divina de Cristo había absorbido a la humana, idea por la cual fueron perseguidos. También en Edesa surgió una escuela teológica nestoriana, la cual distinguía dos personas en Cristo, y que fue disuelta en el 489. La gran autoridad del cristianismo siriaco fue San Efrén, que desarrolló una intensa actividad exegética y eclesiástica durante el siglo IV. En la región de Osroene proliferaron los monjes y anacoretas, así como los peregrinos, atraídos por la fiebre de las reliquias, entre las que destacaba el "mandylion".
Desde su origen, el urbanismo de Edesa no siguió un trazado estrictamente ortogonal ; pero sí que presentaba cierta regularidad, expresada mediante calles bastante rectas que conducían a las cuatro puertas cardinales de la ciudad. Respondiendo a su condición de centro administrativo, militar y eclesiástico, Edesa experimentó una creciente monumentalización, manifestada sobre todo en la proliferación de iglesias. Las casas solían tener un patio central, dos plantas comunicadas por una escalera exterior, y techumbres planas. En ocasiones las casas estaban tan próximas entre sí que se podía saltar de un tejado a otro. En general, el aspecto de Edesa no dejó nunca de ser un poco rústico. Las cuevas cercanas a la ciudad fueron utilizadas como cámaras sepulcrales, embellecidas con elementos arquitectónicos, decoración escultórica y mosaicos. Estos últimos incorporan retratos e inscripciones, las cuales aparecen también en las paredes de las cuevas. Otras tumbas aún más lujosas se integraban en edificios de carácter turriforme, insertos en paisajes montañosos o en los lechos fluviales.
A mediados del siglo V, los emperadores romanos de Oriente proporcionaron recursos monetarios a los persas para que éstos repeliesen a los hunos en el frente más oriental, intentando dar así un respiro de convivencia pacífica al área mesopotámica. Desde el 476, momento en que se produjo la caída de Roma, podemos empezar a hablar del Imperio bizantino, heredero de las posesiones romanas orientales, incluyendo el territorio de Osroene. Los daños materiales causados en Edesa por la riada del 525 suscitaron una destacada reacción constructiva, auspiciada por el emperador bizantino Justiniano. Por entonces se alteró artificialmente el curso del río Scirtos, conduciéndolo a través de un canal que quedaba fuera de las murallas de la ciudad. Las esporádicas incursiones persas continuaron, saldándose con la devastación de las aldeas y los monasterios dispersos por el territorio edesano. La resistencia de la ciudad fue finalmente quebrada en el 609 por el emperador persa Cosroes II, que impuso sobre la misma una fuerte tributación. Llegó incluso a ordenar la progresiva evacuación de la ciudad por temor a la contraofensiva bizantina. Sólo un cuarto de la población había abandonado Edesa cuando la presencia de un ejército bizantino hizo detener la operación. La fulgurante reacción del emperador bizantino Heraclio tuvo como fruto la conquista del conjunto de Mesopotamia. La inestabilidad bélica vivida por entonces supuso el extravío del "mandylion". Unas décadas después, las tropas islámicas de Omar, guiadas por un gran entusiasmo religioso, aprovecharon el desgaste de persas y bizantinos para pasar a dominar extensas regiones del Próximo y Medio Oriente. Edesa cayó en poder de los musulmanes en el 639.
Con la ocupación islámica, Edesa perdió importancia en favor de la ciudad cercana de Harran. La región conoció una época más pacífica, rota sólo por las luchas dinásticas entre los poderes islámicos. Los musulmanes respetaron la vida y la propiedad de los habitantes de Edesa. Inicialmente los nuevos impuestos no eran demasiado onerosos, pero los recaudadores practicaban con descaro la extorsión. Los gobernadores islámicos de Edesa fueron bastante permisivos en materia religiosa, de modo que disminuyeron las controversias entre los diversos grupos cristianos de la ciudad. Mientras que algunos de estos gobernadores interpretaron la ley islámica de forma rigurosa, otros lo hicieron según su capricho. Los altos funcionarios relacionados con la administración de la ciudad adquirieron grandes fortunas. Se establecieron en las comarcas más rurales de Osroene numerosas familias musulmanas pertenecientes a las tribus denominadas “Mudar”. Cuando la recuperación militar bizantina trajo de nuevo la guerra a la región, las autoridades islámicas endurecieron su trato hacia los edesanos, que mostraban algo de connivencia con los invasores.
Desde mediados del siglo X hasta mediados del siglo XII, Edesa y su territorio se vieron sacudidos por expediciones de saqueo y constantes guerras, protagonizadas por bizantinos, musulmanes y cruzados. Hacia el 1032 la ciudadela de Edesa, dotada de buenos sistemas de defensa, pasó a estar controlada por los bizantinos, quienes no pudieron evitar que el resto de la ciudad fuese objeto de las habituales razzias emprendidas por los gobernadores turcos de las regiones próximas. Las comunicaciones de Edesa con el resto del Oriente cristiano eran muy complicadas debido a la inestabilidad permanente de la zona. Los cercanos principados cristianos armenios tenían casi siempre una vida corta, dependiente de la rapidez con la que los señores turcos pudiesen rehacer sus estructuras militares y administrativas. Las disputas que existían entre las iglesias ortodoxa, jacobita y armenia dificultaban la colaboración militar entre los poderes cristianos de Siria. En 1094 el armenio Thoros se hizo con el control de Edesa, que poco antes había conocido un nuevo período de dominio turco. Acosado por los turcos, Thoros solicitó la presencia del cruzado Balduino de Bolonia, que entró en la ciudad en 1098. Thoros adoptó a Balduino como hijo y heredero, y poco después cayó víctima de una conspiración.
Balduino fundó el condado de Edesa, cuyas fronteras se extendieron rápidamente. No tardaron en aparecer las disensiones entre los edesanos y los cruzados. Y es que los cruzados impusieron vínculos feudales y establecieron altos impuestos. Trataron con arrogancia a los edesanos y los excluyeron del consejo del conde. Balduino de Bolonia dio sobradas pruebas de astucia y crueldad. Pronto fue proclamado rey de Jerusalén, de modo que cedió el condado de Edesa a su pariente Balduino de Le Bourg. El nuevo conde y los dos posteriores mantuvieron constantes enfrentamientos con los turcos. El gobierno no quedó centralizado en Edesa, sino disperso a través de las fortalezas que controlaban el conjunto del condado. Las querellas entre cruzados y bizantinos, y entre los propios dirigentes cruzados, fueron aprovechadas por el “atabek” turco de Mosul, Zengi, que capturó Edesa en 1144. El conde depuesto, Joscelino II, intentó dos años después recuperar la ciudad, pero fracasó. La población cristiana fue expulsada de Edesa. La ciudad quedó casi vacía y permaneció para siempre en poder turco.
Bibliografía:
- Runciman, Steven ; “Historia de las Cruzadas” ; Alianza ; Madrid ; 1973.
- Segal, J.B. ; “Edessa : The blessed city” ; Clarendon Press ; Oxford ; 1970.