En 1977 el arqueólogo Manolis Andronikos descubrió en la ciudad de Vergina, situada en el Norte de Grecia, la sepultura del rey macedónico Filipo II, padre de Alejandro Magno. La tumba, intacta gracias al inmenso túmulo que la cubría, se integraba en el complejo cementerial que acogía a los miembros difuntos de la dinastía gobernante. El lugar del hallazgo, Vergina, se corresponde con la antigua Egas, ciudad que ostentó la capitalidad del reino macedónico, pero que ya en el 336 a.C., año en que fue asesinado Filipo II, era sólo una ciudad cortesana a la sombra de la nueva capital, Pella. En su rito funerario, los restos cremados del rey fueron envueltos en un tejido púrpura y depositados, junto con una corona áurea de hojas y de bellotas de roble, en un cofre de oro, en cuya tapa campea un sol de dieciséis puntas. Las cuatro caras laterales del cofre van decoradas con tres bandas superpuestas: la inferior de volutas y flores, la intermedia de rosetas de pasta vítrea azul, y la superior de flores de loto y palmetas. Se pudo confirmar que los restos correspondían a Filipo II porque su cráneo presentaba una herida cicatrizada encima de la órbita del ojo derecho, y es que las fuentes escritas indican que el rey había quedado tuerto en el 354 a.C. debido a una herida recibida durante el asedio de la ciudad de Metone. El cofre, cuyas patas comienzan en garras de león, fue introducido en un sarcófago cúbico de mármol. Cerca del mismo se colocó ordenadamente el ajuar funerario, del que formaban parte las lujosas armas del rey, una rica vajilla y pequeños retratos de marfil de los componentes de la familia real. La cámara fue decorada y sellada con cierta precipitación, tal vez por el hecho de que Alejandro quería dejar resuelto cuanto antes el asunto del entierro de su padre para así poder marchar a Pella a encargarse de sus nuevos cometidos al frente de la Hélade, entre los que estaba la necesidad de sofocar la insurrección tebana.
En la antecámara de la sepultura, más ricamente adornada, se halló otro sarcófago que contenía un cofre similar al ya descrito. Dentro del cofre, cuya tapa exhibe el mismo tipo de sol pero con sólo doce puntas, se encontraron los huesos cremados de una mujer joven, la cual pertenecería a la familia reinante. A su alrededor el suelo estaba lleno de pequeñas estrellas de oro de ocho puntas, tal vez desprendidas de un mueble cuya madera apareció descompuesta. Junto al sarcófago se encontró también una corona áurea decorada con hojas de mirto y flores. La puerta de la tumba, hecha en dos piezas de mármol, estaba flanqueada por dos medias columnas de orden dórico, por encima de las cuales quedaba un friso pintado con una escena de cacería, en la que el personaje barbado principal sería Filipo II abatiendo desde su caballo a un león. El simbolismo de este último animal, asociado al poder y preferentemente a la autoridad monárquica, se repite en la coraza de hierro del ajuar real, pues ésta presenta apliques áureos con forma de cabeza de león, destinados a sujetar las anillas por las que pasaban las tiras de cuero con las que se ceñían al cuerpo las placas articuladas de la coraza. El fresco muestra el perfil izquierdo del rey muerto, ocultando así la cicatriz del ojo derecho.
En 1991 se proclamó independiente de forma pacífica la República de Macedonia, la cual hasta entonces había formado parte de Yugoslavia. El nuevo Estado quiso adquirir como enseña nacional el sol que figura en el cofre funerario de Filipo II. Esta bandera consiste en un sol amarillo de dieciséis puntas sobre fondo rojo. Se trata de una bandera prohibida, pues Grecia impide a la República de Macedonia su utilización por ser el sol de Vergina un símbolo helénico aparecido en territorio griego. Grecia tampoco admite que el nuevo Estado se denomine Macedonia, pues Macedonia es también el nombre de una provincia griega. Además el nombre está cargado de incómodas alusiones historicistas, ya que Macedonia conquistó toda la Hélade en la segunda mitad del siglo IV a.C. Los griegos argumentaron que en la joven Constitución de la República de Macedonia aparecían vagas llamadas a la unidad de todos los macedonios independientemente del Estado al que pertenecieran, lo que fue interpretado por Grecia como una amenaza futura hacia su integridad territorial.
Buscando un reconocimiento internacional que no llegaba, angustiada por los embargos económicos de Grecia y por las tensas relaciones con sus vecinos albaneses, búlgaros y yugoslavos, la nación recién emancipada tuvo que cambiar de nombre y de bandera. Pasó a ser conocida como “Antigua República Yugoslava de Macedonia” o como “Ex-República Yugoslava de Macedonia”. En la elección de su nueva bandera, Macedonia hizo un giro astuto para evitar la censura griega. Escogió un sol de diseño distinto, con ocho rayos de anchura creciente que alcanzan los extremos de la tela. Es una enseña que inevitablemente recuerda la antigua bandera imperial japonesa, ilustrativa de los deseos expansionistas que tuvo esta nación oriental. La nueva bandera macedónica no sólo conserva y potencia las connotaciones imperiales del sol de Vergina, sino que además mantiene el significado dinástico de éste, pues se sabe que el antiguo símbolo de la casa real macedónica era un sol o una estrella cuyo número de puntas variaba según las representaciones, sin ser por tanto el número de rayos un elemento del todo definitorio. El sol fue utilizado en las monedas de Filipo II como un elemento iconográfico menor, ocupando en ocasiones un pequeño espacio entre las patas del caballo de los reversos. También se conocen algunas monedas macedónicas que presentan el Sol de Vergina como motivo central. La exhibición combinada de la bandera oficial y de la bandera clandestina en las manifestaciones populares de los macedonios refuerza su efecto propagandístico para desesperación del Estado griego.
El significado imperial del sol viene dado porque su luz afecta progresivamente a todo, extendiéndose por todas las tierras del planeta. Podemos aludir como comparación a la vieja frase de que en la España imperial del siglo XVI “no se ponía el sol”. No siempre el sol se usa iconográficamente con un significado imperial, pues por ejemplo cuando se representa en alborada los Estados pueden estar intentando aludir al advenimiento de un nuevo sistema, de un nuevo orden, o a la llegada de la Independencia, como en el caso del propio escudo macedónico actual.
Desde la proclamación de la República en Grecia en 1973, y hasta 1990, los griegos renunciaron prudentemente a la utilización icónica de Alejandro Magno en sus monedas y billetes. La nueva etapa republicana fue conmemorada en las monedas griegas de la época con un Ave Fénix renaciendo de sus cenizas bajo la leyenda “Democracia Helénica”, la cual se hizo omnipresente en las monedas posteriores hasta la llegada del Euro. En 1990, temiendo la futura apropiación de los símbolos monárquicos macedónicos por parte de un posible Estado macedónico independiente, Grecia volvió a utilizar en sus monedas la efigie de Alejandro Magno, polémica en cuanto a que no sólo alude a la expansión militar de la civilización griega, sino también a la opresión ejercida sobre las antiguas ciudades-estado helenas. Se optó por representar en los anversos de las monedas de 100 dracmas la cabeza de Alejandro, divinizado mediante los cuernos de carnero del dios Zeus Ammón. Y en los reversos se colocó el sol de Vergina, equilibrando su insidioso significado monárquico mediante el continuismo de la leyenda “Democracia Helénica”. En cambio Macedonia, conseguida su Independencia con respecto a Yugoslavia, sólo pudo utilizar en sus monedas y billetes un sol en alborada o abstracciones geométricas del sol y de sus rayos, sin poder exhibir en ningún caso representaciones alejandrinas.
¿Cuál de las dos naciones, Grecia o Macedonia, tiene mayores derechos para poder utilizar como vehículo de propaganda estatal el sol de Vergina? La respuesta es confusa por la fácil y dispar manipulación presentista del pasado histórico, y puede verse además ofuscada por las simpatías respectivas. En el conflicto reseñado, Macedonia tiene en su contra el hecho de que su base poblacional es fundamentalmente eslava, ajena por tanto a la tradición cultural griega, si bien debemos recordar que los antiguos griegos veían a los macedonios como bárbaros, despreciando su lengua y su cultura. La actual lengua macedónica, bastante próxima a la lengua búlgara, mana de tradiciones culturales eslavas cuyo arraigo en suelo balcánico es ya medieval, muy posterior por tanto al concepto étnico clásico de Macedonia. Los Estados de Grecia y Macedonia se componen de territorios que formaron parte del antiguo imperio macedónico, pero Grecia tiene a su favor en la disputa simbólica el hecho de que las antiguas capitales macedónicas están ahora en suelo helénico, que fue en definitiva donde se encontró la tumba de Filipo II.
El joven Estado macedónico percibe la realidad macedónica tanto griega como autóctona como algo históricamente deslindable de la reformulación actual que de la cultura helénica representa el Estado griego, pero no encarna ni quiere encarnar una alternativa capaz de cohesionar a los macedonios de ambos lados de la frontera, herederos de culturas e identidades distintas. Se conforma con redefinirse en torno a una imagen poderosa. Lo cierto es que tanto Yugoslavia como Grecia hicieron dormitar por razones políticas un símbolo asociado a la identidad real o a la identidad imaginada del pueblo macedónico, sin entender que así sólo lograrían dar más fuerza conceptual a dicho símbolo. Y, dentro de un proceso de reacción previsible, el sol se las ingenió para volver a lucir. Casi aislada hasta hace poco en el contexto internacional y con el problema interno del enfrentamiento civil con la minoría albanesa-kosovar, Macedonia, desde su pequeñez, presume de haber desafiado al mundo con la apropiación de un simple símbolo, gracias al cual tiene ahora poco más que dos banderas cargadas de efectismo.
Bibliografía:
- Ginouvès, René (Editor); “Macedonia. From Philip II to the Roman conquest”; Princeton; Nueva Jersey; 1994.
- Hammond, Nicholas; “Philip of Macedon”; Londres; 1994.
- Marín González, Gelu; “Atlas de Europa: La Europa de las lenguas, la Europa de las naciones”; Editorial Istmo; Madrid; 2000.