La República Española recurrió a un repertorio alegórico similar durante sus dos etapas de existencia, tanto en carteles y dibujos satíricos como en monedas y billetes. Fue representada principalmente como una mujer con gorro frigio o con corona mural torreada, si bien en algunas imágenes prescinde de todo ornato. En representaciones de identificación más laxa o menos segura pudo llevar espigas de trigo u otros elementos agrarios en el pelo, como las divinidades de época clásica. El gorro frigio, que figura ya en algunas monedas cartaginesas de Sicilia del siglo IV a.C., enlaza con la tradición revolucionaria francesa; fue adoptado por la estética oficial de numerosos Estados Republicanos. Para dotar de un carácter más autóctono a la imagen de la República Española se la coronó de la misma forma que a la Cibeles, cuyo aspecto había sido popularizado por la fuente madrileña. Esta diosa procedía también del ámbito frigio, en la actual Turquía, por lo que se creaba así una curiosa asociación con el típico gorro republicano. Los escudos republicanos españoles estaban igualmente rematados con la corona mural. Al valor relacionado con la naturaleza y con los frutos de la tierra propio de la Cibeles se añadió la protección a las ciudades, que es lo que teóricamente pudo representar en época grecorromana la corona almenada. No era exclusiva de Cibeles, ya que en algunas monedas chipriotas sirvió para ensalzar a Afrodita. Los leones, encargados de tirar del carro de Cibeles, fueron también empleados como símbolos liberales y republicanos, protegiendo con sus zarpas la Constitución, representada por un libro, y la estructura organizativa dada al país, reflejada mediante el escudo.
Ya el Gobierno Provisional, anterior a la proclamación de la Primera República de 1873, utilizó en las primeras pesetas y en sus divisores una iconografía próxima a la republicana, aludiendo a la nación soberana a través de la mujer. En 1937, durante la Guerra Civil, la fuente madrileña de la Cibeles apareció en un billete republicano, el cual tenía en su otra cara una “Níke” acéfala, la Victoria de Samotracia, trasunto de la esperanza de vencer en el conflicto armado. Algunos de estos símbolos de raigambre clásica no siempre tendrían un significado claro para la mayor parte del pueblo, cuyas imperiosas necesidades no le permitían detenerse en análisis iconológicos. Pero sí que era generalmente asumida la imagen femenina de la República, como demuestra la denominación popular de “Rubia” dada por su color a la peseta republicana de latón de 1937, en la que aparecía una cabeza de mujer. En algunas representaciones, la República sostiene una ramita de olivo, que es uno de los símbolos agrarios más propios de la iconografía numismática mediterránea, junto con la espiga de trigo y el racimo de uvas. En su sencillez reside la fuerza propagandística de estos motivos, pues sin alimentos de nada valen los metales preciosos. Para aludir a la industria el mayor convencionalismo era la rueda dentada. La feminización simbólica de los valores supremos del pueblo, aunque tenga en su base una criticable identificación de la mujer con la fertilidad de la tierra y una obsesiva búsqueda de alegorías de belleza estética, constituyó un elemento tremendamente motivador para muchos ciudadanos y ciudadanas, que sin duda habrían luchado con el mismo arrojo por sus ideas fuese cual fuese el rostro de su República.