Para Raúl, “Amicus Populi Romani”
DESARROLLO INICIAL
El desarrollo institucional y social de la República Romana primigenia puede llevar a distintos tipos de aproximaciones históricas, en las que las fuentes literarias, de veracidad en algunos casos discutible, desempeñan una función destacada. Tras un período de tendencia al descrédito, se ha revalorizado el carácter histórico de algunos escritos clásicos, como los de Dionisio de Halicarnaso (60–7 a.C.). La arqueología ha aportado además información complementaria para el mejor conocimiento de las formas de vida antiguas, permitiendo interpretar con garantías buena parte de la ingente cultura material rescatada.
La tradición afirmaba que en el año 509 a.C. la monarquía romana fue abolida. Se instituyó la “Res Publica”, basada en el poder del senado y en una alta magistratura, anual, electa y doble: el consulado. La cronología tradicional del origen del régimen republicano y sus características han sido objeto de debate. Pudo transcurrir un cierto período entre la caída de la monarquía y el establecimiento de la República. Los relatos clásicos quizás simplificaron los hechos históricos para su mejor comprensión. Para algunos historiadores hay que rebajar al menos unos veinticinco años la implantación del republicanismo en Roma. Otros autores defienden una cronología alta, aunque no se corresponda con la tradicional. La información aportada por la analística romana coincide con la fecha dada por Hiperoco de Cumas en el siglo III a.C. Hiperoco fija en el 504 a.C. la expedición del tirano de Siracusa, Aristodemo, contra la Liga Latina. Se trata del episodio de Aricia, que contiene explicaciones sobre los acontecimientos que provocaron el fin monárquico de Roma. Los sistemas romanos de cómputo cronológico señalan la autenticidad de las fechas aportadas por la tradición. El edil del año 304 a.C. contabilizó 204 clavos en el Ara Capitolina, en el templo de Júpiter, lo que nos retrotrae a fines del siglo VI a.C. Todo apunta a una cronología alta para los orígenes republicanos de Roma, en consonancia por tanto con las fuentes escritas.
La lista de magistrados consulares, utilizada como referencia temporal, tuvo inicialmente una transmisión oral que pudo alterar los datos anteriores a inicios del siglo IV a.C. Existirían otras listas consulares parciales. Los primeros colegios consulares se iniciaron en el 509 a.C. Los cónsules anteriores al 504 a.C. están vinculados a los hechos relativos al final de la monarquía, por lo que pudieran ser ficticios. Lucio Tarquinio Colatiano sería una reduplicación del nombre del último rey. Sempronio Lucrecio derivaría de la tragedia de Lucrecia. Publio Valerio Publícola pudo ser una reduplicación del nombre de un cónsul posterior, del 449 a.C., responsable de unas importantes leyes. Marco Horacio Publilo sería la reduplicación del colega de Publio. Bruto era otro de los personajes relacionados por la tradición con el advenimiento republicano. Los nombres de los demás cónsules parecen tener una base histórica más fiable. Los fastos consulares presentan algunos nombres de cónsules plebeyos al referirse al siglo V a.C. ¿Participaban los plebeyos en el consulado en los primeros tiempos de la República? Algunos autores rechazaron la validez de estos nombres aludiendo al predominio patricio. En la actualidad se observa que en los primeros años de la República no estaba muy marcada la diferenciación social entre patricios y plebeyos. Los patricios intentarían luego monopolizar el consulado, lo que lograron pasado algún tiempo, tras haber algunos cónsules plebeyos.
El cambio de régimen no fue una mera sustitución, sino que incorporó características revolucionarias, dando origen a una nueva concepción del poder. En la mentalidad romana no será equiparable el “Regnum” y la “Res Publica”. Ni siquiera los emperadores posteriores se atreverán a llamarse reyes. El cambio revolucionario se produjo cuando aún no estaba ideado el nuevo régimen. Las nuevas instituciones irían surgiendo de manera progresiva. La alta magistratura quedó definida por dos cónsules con iguales poderes. La analística romana parece presentar ciertas contradicciones en lo relativo al origen del consulado, ya que por una parte hace referencia a dos iniciales “praetores” como altos magistrados, y por otra parte habla de un “praetor maximus”. No hay acuerdo entre los investigadores acerca de cómo se fue formando la alta magistratura. Heurgon alude a una “koiné” itálica que permite establecer paralelos entre Roma y otros lugares. Al rey le sucedería un “praetor maximus”, director de un colegio de magistrados, los “praetores minores”. Luego el “praetor maximus” sería sustituido por dos “praetores maiores”, reflejo de la división interna de la sociedad romana. Esta interpretación no coincide con la información aportada por las fuentes. De Martino sostiene que tras la monarquía se elegiría un único “magister populi” que a mediados del siglo V a.C. pasaría a ser “dictator”. Luego sería sustituido como magistrado supremo por un “praetor maximus”, precedente inmediato del doble consulado. Esta explicación es la que más violenta las fuentes analísticas. Momigliano intenta en cambio adaptarse a éstas. El “praetor maximus” sería uno de los dos magistrados supremos, conocidos inicialmente como “praetores”. Rotarían semestralmente al frente del gobierno. En el mes de septiembre se realizaba la alternancia en el poder, con la ceremonia del clavo capitolino.
El título de “praetor” se explica si aceptamos que en latín arcaico significa en general “magistrado”. Habría más “praetores” por debajo del “maximus”. El término “cónsul” quizás tuvo que ver inicialmente con una función consultiva, algo muy dudoso. Aludiría más bien a “los que se sientan juntos”. Hanell piensa que la palabra “praetor” está relacionada con “praesum”, término utilizado por los sacerdotes salios para designar al corifeo. Sería “el que danza en primer lugar”. El “praesum” religioso derivaría en el “praetor” civil. El ejercicio conjunto del poder estaba asociado a los conceptos tanto de “praetor” como de “cónsul”.
Dentro de las magistraturas de la Roma republicana la principal era la del consulado. El cónsul tenía el poder supremo, el “imperium”. Esta palabra alude principalmente al pleno poder militar, pero también al ejercido en otros ámbitos. La tradición señala que la jurisdicción de los cónsules estaba limitada al “pomerium”. Los cónsules tenían un poder inferior al que habían tenido los reyes. Sus atribuciones religiosas estaban muy limitadas, pues había un “rex sacrorum” y un “pontifex maximus”. El “rex sacrorum” quedó marginado a raíz del prestigio alcanzado por el “pontifex maximus”. Este último cargo fue creado por la nobleza para hacerse con el control del poder religioso. El “pontifex maximus” estaba al frente de la jerarquía sacerdotal y controlaba el calendario. La principal limitación del poder del cónsul venía dada por la corta duración de su mandato. E incluso durante su año se encontraba atado al control de su colega, que podía vetar sus decisiones. Se pretendía que ningún poder se convirtiese en autocrático. El “mos maiorum”, las costumbres de los mayores, la opinión pública, limitaban también la movilidad política de los cónsules. Determinadas leyes, como la ley valeria del 449 a.C., reconocieron el derecho de apelación de cualquier ciudadano al pueblo. No sería posible que este derecho estuviese ya presente a inicios de la República, a pesar de la información aportada por los historiadores romanos. En momentos esporádicos anteriores sólo se escucharían ciertas apelaciones de manera excepcional.
Los “quaestores” tienen un origen difícil de precisar. Los “quaestores parricidii” eran magistrados encargados de la investigación de los asesinatos. Ya en época republicana, los “quaestores” eran responsables de las finanzas públicas. A mediados del siglo V a.C., empezaron a ser elegidos, pues antes eran designados por los cónsules. La dictadura era una magistratura extraordinaria. En momentos de extremo peligro para el estado, los cónsules podían designar a un dictador, dándole poderes absolutos. En estas difíciles circunstancias los demás magistrados dimitían. El cargo de dictador estaba regulado en el tiempo, que debía ser el mínimo necesario. El dictador podía ejercer su cargo durante un período máximo de seis meses. Si transcurrido ese tiempo pervivía la amenaza exterior, se nombraba a un dictador distinto. La dictadura pudo tener su origen en un “magister populi”. Cargos semejantes los había en otros pueblos latinos. Acerca de la historicidad de ciertos “dictatores” hay dudas. Los más antiguos de los que se tienen noticia pudieran ser ficticios. Se les designaba ritualmente en un amanecer, y les estaba prohibido montar a caballo. Estas supersticiones señalan la antigüedad del cargo.
El senado surgió en época republicana con trescientos individuos, principalmente de origen patricio, si bien había excepciones plebeyas. Era un organismo que expresaba los intereses de la oligarquía. Era un órgano deliberativo, un ámbito en el que no se votaba, sino que se discutía. Al senado se le reconocía la “auctoritas”. Podía vetar las decisiones tomadas en las demás asambleas. Su poder varió según las épocas. En la época republicana se mantuvieron las asambleas populares ya existentes. Adquirió mayor protagonismo la asamblea de las centurias en detrimento de la asamblea de las curias. Ésta quedó casi vacía de contenido. Su cometido casi ritual era conferir el “imperium” a los cónsules. La ciudadanía vio crecientemente desvirtuada su participación política.
LA SITUACIÓN ECONÓMICA DE PARTIDA
Los asuntos económicos quedan bastante desdibujados en las fuentes que se ocupan de los primeros tiempos republicanos. Se advierte en los testimonios escritos una semejanza con respecto a las condiciones económicas posteriores. Quizás los historiadores tergiversaron algunos datos económicos de la República inicial para que cuadrasen con los modelos deseados de desarrollo político. En el aspecto comercial, el régimen republicano intentó mantener las relaciones establecidas previamente, explorando al principio pocos mercados nuevos. Se asiste a una gradual decadencia en los contactos mercantiles de largo alcance, como parece demostrar el descenso de las importaciones de cerámica griega en la segunda mitad del siglo V a.C. La actividad constructiva, muy pujante al iniciarse la República, decayó también desde mediados de dicho siglo.
El estado romano pasó a ser mayoritariamente agrícola. Determinados grupos sociales, privados de trabajo y empobrecidos, se convirtieron en gentes dependientes vinculadas al cultivo de terruños. Eran continuas las quejas suscitadas por la escasez de tierra. La propiedad mínima era de dos “iugueras”, aproximadamente media hectárea. La sobreexplotación de las tierras hizo disminuir la productividad de las mismas. El “ager publicus”, tierra pública, proporcionaba a algunas gentes recursos complementarios, como los obtenidos en pastos y bosques. Pero progresivamente el “ager publicus” fue arrendado a particulares enriquecidos en detrimento de los grupos sociales inferiores. Los campesinos contraían deudas con frecuencia. Era difícil resarcir una deuda por los onerosos intereses acumulativos. El aval del préstamo no era la tierra, sino que se recurría al “nexum”, de modo que la garantía era la propia persona. A veces los intereses consistían en toda la futura cosecha. Si se reclamaba la devolución completa de los intereses, al no poder cubrir ésta, el campesino se convertía en siervo hasta cubrir con su trabajo lo adeudado a los prestamistas.
Había una notable escasez de alimentos. El estado tuvo que importar grano desde el exterior. Concretamente se recurrió en ocasiones a la importación de grano proveniente de Sicilia. Un tal Lucio Minucio por iniciativa propia distribuyó gratuitamente grano entre la plebe. Igual hizo Maelio, que luego fue asesinado en el 439 a.C., pues al parecer aspiraba a la tiranía. El asesino, Servilio Ahala, consideraba que con su acto no había hecho sino defender la pervivencia del régimen republicano. La población reivindicaba con asiduidad la entrega de tierras, el reparto del “ager publicus”. Espurio Casio propuso la distribución de la tierra pública, pero fue asesinado acusado de aspirar a la monarquía. Por entonces eran muy mal vistos los partidarios del retorno al régimen monárquico, buena excusa para eliminar a los potentados que propusiesen medidas populistas. A mediados del siglo V a.C. se optó por la distribución de la tierra del Aventino para acallar al proletariado urbano. Pero la plebe rústica siguió descontenta. Muchos campesinos se decidieron a participar en la fundación de colonias en los territorios conquistados. Pero las colonias, de derecho preferentemente latino, no eran muy numerosas. Los principales beneficiarios de los territorios coloniales eran los patricios, adecuadamente dotados de medios para explotar con provecho las tierras de cultivo.
LAS CRECIENTES REIVINDICACIONES PLEBEYAS
Durante la etapa republicana, los plebeyos mantuvieron diversas reivindicaciones en contra de los patricios, inicialmente más de orden político que económico. En la relación tensa entre patricios y plebeyos influyeron cuestiones externas, como las guerras entabladas contra los pueblos vecinos. Se admitió la participación militar de los plebeyos, que fueron tomando conciencia de sus derechos. Recurrieron a la “Secessio”, secesión, abandonando la ciudad en momentos claves. La lucha entre patricios y plebeyos ya era un fenómeno registrado en época monárquica. La polaridad entre ambos grupos a inicios de la República quizás no era tan grande como señala la tradición. El patriciado empezó a constituirse en casta exclusivista a principios de la República. Hasta los años ochenta del siglo V a.C. no desaparecieron en los fastos consulares los nombres de las gentes plebeyas. La monopolización del poder por los patricios no fue ratificada legalmente. Se fue extendiendo la opinión de que los principales cargos magistrales debían ser ejercidos por patricios. ¿Cómo los patricios se llegaron a configurar como casta a la que en exclusiva le correspondía el poder político? Para algunos autores, la oligarquía patricia republicana era heredera de la aristocracia ecuestre monárquica. Sería el grupo responsable del derrocamiento de la monarquía. Otros autores creen que hubo una más general unión de fuerzas sociales en el proceso. Habría que atender a los excluidos del ejército por la constitución serviana, así como a los “patres”, miembros del senado aristocrático, a los clientes y a los “conscripti”, aristócratas de segunda fila. Los “conscripti” conformarían un grupo caracterizado por la dirección de actividades económicas comerciales. Hay que pensar también en el arcaico grupo del “equitatus” real, con una economía silvopastoril. Por tanto muchos elementos sociales determinarían la definición progresiva de un patriciado aspirante al exclusivo ejercicio del poder.
El conflicto entre patricios y plebeyos es presentado por la tradición con tintes bastante violentos, signo de una marcada polaridad de intereses. La plebe habría recurrido en ocasiones a la “secessio”. La primera secesión plebeya se habría producido en el 494 a.C. Por entonces los plebeyos marcharon al monte Sacer con la intención de crear otro estado. El cónsul Menenio Agripa fue a dialogar con los secesionistas. Les planteó la parábola sobre la relación del vientre y los miembros: El vientre necesita a los miembros al igual que los miembros necesitan la energía que les proporciona el vientre. Los plebeyos, atraídos por las palabras de Menenio Agripa, aceptaron el que se emitiese una “lex sacrata”, en virtud de la cual dispondrían en adelante de dos tribunos para su defensa política. El término de “lex sacrata” se usaba ya anteriormente para referirse a la costumbre itálica de que los reclutas prestasen juramento. En el caso de la “lex sacrata” del 494 a.C., su propósito sería ayudar a resolver la problemática social romana. Sería maldito todo el que atentase contra los tribunos. Es posible que el tribunado de la plebe surgiera más bien a lo largo de un proceso, de modo que los cabecillas de los plebeyos irían tomando iniciativas y asumiendo tareas, convirtiéndose en líderes espontáneos. Algunos de ellos habrían tenido con anterioridad cargos militares bajos o intermedios. La definición de su autoridad terminaría acercándose tanto a lo sacrosanto como a lo legal. Según el relato tradicional, la “lex sacrata” habría permitido que los tribunos de la plebe obtuviesen el reconocimiento oficial por parte de los recelosos patricios. Esta ley fue bastante efectiva como medio de protección a los tribunos en los inicios de la República.
Parece que los tribunos de ser cuatro pasaron a ser diez a mediados del siglo V a.C. Tenían la capacidad de “auxilium” a los magistrados superiores y de “intercessio”, veto. De la “intercessio” se derivaba el poder de la “coercendi”, capacidad de actuar contra el que se opusiese al ejercicio de su cargo. Los abusos de poder no eran frecuentes al no tratarse de un cargo unipersonal. La antigüedad del tribunado queda probada por la limitación de su poder al “pomerium”, al marco casi exclusivamente urbano. Los tribunos no podían abandonar Roma. El cargo se ejercía anualmente, de manera paralela al consulado. Pronto surgieron dos ediles plebeyos para ayudar a los tribunos. Los ediles cuidaban el tesoro y los archivos de los plebeyos, y más tarde asumieron también funciones municipales. El Aventino era el núcleo cívico y religioso más destacado para los plebeyos. Allí estaba el templo de Ceres. Desde el Aventino se repartía el grano entre la población. Y era en el Aventino donde se celebraban los concilios asamblearios plebeyos. La asamblea plebeya se empezaría a reunir de manera más organizada en el 471 a.C., desde la ley promulgada a tal efecto por Publilio Volerón. Antes las reuniones de los plebeyos serían bastante caóticas. El precedente de la “comitia tributa” es el “concilium plebis”. Esta asamblea era convocada y presidida por un magistrado plebeyo, bien tribuno o bien edil. La asamblea plebeya no se regía por las normas vigentes en las demás asambleas. Sus competencias sólo afectaban a la plebe. Sus decisiones eran los “plebiscita”, de obligado cumplimiento sólo para los plebeyos. Éstos reclamarán más adelante que los “plebiscita” afecten a toda la ciudadanía.
La “comitia centuriata” elegía a los magistrados que implicaban “imperium”. El “concilium plebis” denunciaba los atropellos cometidos contra los plebeyos. Sus competencias legislativas estaban muy limitadas. Tenía un funcionamiento similar al de otras asambleas. Ante una “rogatio” se respondía con una votación. La reunión previa, apta para la reflexión, era la “contio”. Los plebeyos mantuvieron sus exigencias, que adquirieron cada vez mayor alcance. A mediados del siglo V a.C. pidieron que las leyes fueran puestas por escrito. Hasta entonces había predominado el arbitrario derecho consuetudinario. Un tribuno, Cayo Terentilio Harsa, presentó una propuesta para que una comisión de cinco individuos con poder consular pusiera por escrito las leyes. Ante la negativa del senado, creció el malestar popular. Más tarde se llegó a un entendimiento. Según la versión tradicional, se envió una comisión a Atenas para estudiar la legislación de ésta. Al regreso de la comisión, dimitieron todos los magistrados. Se creó una comisión decenviral patricia que promulgó en el 451 a.C. un código de diez tablas. En el 450 a.C. una segunda comisión decenviral, con participación plebeya, completó la legislación, dando a luz la ley de las doce tablas. El presidente del segundo consejo decenviral, Apio Claudio, quiso erigirse como tirano. Su enamoramiento de Virginia, hija de un centurión, plebeyo ilustre, tuvo trágicas consecuencias. Y es que el padre de Virginia mató a ésta para que no fuese afrentada por Apio Claudio. Los plebeyos, indignados con el aspirante a tirano, recurrieron nuevamente a la secesión. Los decenviros tuvieron que abdicar. Se restauró el gobierno constitucional con la elección de dos cónsules, Lucio Valerio Potito y Marco Horacio Barbato. A Apio Claudio le correspondió la muerte en prisión.
El relato anterior tiene una esencia verídica, como señalan los fastos consulares, pero incorpora también elementos legendarios. Harsa pudo ser la personificación inventada de todo un estado de opinión. No parece probable que comisionados romanos marchasen a Atenas para estudiar la legislación griega, cuya influencia se debería más bien a contactos comerciales con las colonias suritálicas. La historia de Virginia concuerda reveladoramente con la de Lucrecia. En ambos casos se pretende ensalzar la virtud de la mujer romana. Si en verdad hubo decenviros plebeyos en la segunda comisión, entonces habría sido poco probable la rebelión popular, que quizás por tanto deba ubicarse entre la primera y la segunda comisión. Sólo un determinado sector plebeyo, el más selecto, estaría realmente representado. Los investigadores actuales consideran la ley de las doce tablas como una pieza clave en la evolución de la legislación romana. Su texto, parcialmente conservado, denota gran antigüedad. Tito Livio creía que garantizaba la igualdad de todos los hombres ante la ley, interpretación poco realista. A pesar de su promulgación, siguieron prohibidos los matrimonios entre patricios y plebeyos. Si un patricio cometía un delito era defendido por otro patricio, mientras que en el caso de un plebeyo no importaba el estamento del defensor. El hecho de que la ley estuviese puesta por escrito eliminaba las anteriores arbitrariedades de las leyes consuetudinarias. Para cumplir la ley era preciso conocerla, de modo que su redacción facilitaba dicho conocimiento general. El concepto de “fas” o derecho de los dioses, ligado a lo sobrenatural, dio paso al de “ius” o derecho humano, el cual sometía a todos al cumplimiento de la ley. A pesar del avance legislativo que supuso para los plebeyos la existencia de la ley de las doce tablas, ésta mantuvo los privilegios de ciertos grupos sociales. A la vez facilitaba la emancipación de los hijos de los esclavos por delegaciones testamentarias. Definía el derecho de asociación, la formación de los “collegia”, los cuales no podían reunirse de noche. Se mantuvo la ley del Talión: Si alguien dañaba un miembro de otra persona y éste era irreparable, el infractor sufría el mismo daño.
En el 449 a.C. los cónsules Valerio y Horacio propusieron diversas leyes. En virtud de las mismas, se confirmó el carácter inviolable de los tribunos de la plebe. Se determinó que los plebiscitos tendrían fuerza de ley si eran aprobados por los comicios centuriados. Y se introdujo también el derecho de apelación. La tradición historiográfica romana parece pretender acumular en un momento preciso reglamentaciones surgidas probablemente en diferentes épocas. Estas leyes reflejarían en realidad la pervivencia de reclamaciones populares concretas y reiterativas. La tradición buscaba dotar de una mayor antigüedad a determinadas concesiones realizadas a la plebe. Los plebeyos fueron alcanzando el cumplimiento de algunas de sus reivindicaciones. En el 445 a.C. el tribuno Canuleyo consiguió que fuera revocada la prohibición de los matrimonios mixtos. Los hijos de estos matrimonios se inscribirían en la gens del padre. Los matrimonios romanos pueden agruparse en tres tipos: el “confarreatio”, el “coemptio” y el “usus”. El “confarreatio” era la forma más antigua y solemne de matrimonio, la única en que podían estar presentes los sacerdotes. Se celebraba ante diez testigos. Los novios, con la cabeza cubierta, se situaban uno junto al otro en bancos adornados con la piel de una oveja ofrecida en sacrificio. El novio daba una vuelta al altar empezando por la derecha. Tomaba un poco de sal y una bola de espelta, elementos que pasaba a las manos de la novia, jurando amarla. El “coemptio” incorporaba en su despliegue simbólico elementos primitivos relacionados con la compra de la mujer a la que se deseaba tomar por esposa. Ante cinco testigos, el novio entregaba al padre de la novia una moneda de plata y otra de bronce. El “usus” sólo podía llevarse a cabo si la novia había estado ya con el novio durante al menos un año. Podía disolverse si la novia dormía fuera de casa tres noches seguidas.
La exigencia plebeya de poder acceder al consulado fue inicialmente rechazada por los patricios. Las tensiones sociales provocaron que durante un largo período en lugar de dos cónsules se eligieran como jefes del estado romano a los llamados “tribunos militares con poderes consulares”, en número de entre cuatro y seis, durando su mandato un año. A este puesto sí que podían optar los plebeyos, dada la indiscutible preparación que muchos tenían en el seno de la jerarquía militar. Desde el 426 y hasta las leyes licinias del 367 a.C., abundó la elección anual de tribunos militares, si bien otros años se recurrió a los dos cónsules clásicos. Al principio se apreció la participación plebeya en la nueva magistratura, pero pronto los patricios volvieron a actuar monopolizadoramente. Desgajaron de la alta magistratura determinadas funciones, que fueron depositadas en magistraturas menores. Entre las funciones desgajadas estuvo la del censo, que pasó a ser encargada a los censores. La censura no conoció magistrados plebeyos hasta mediados del siglo IV a.C. El cargo pasó de los dieciocho meses de duración a los cinco años. Los censores realizaban la ceremonia purificadora del “lustrum” cada cinco años, momento en que se sacrificaban animales totémicos. El censor elaboraba un registro de los ciudadanos y de sus propiedades. Hacía una lista de los senadores y de los équites. Definía la composición de las tribus y de las centurias. Se ocupaba también de velar por la moral pública. Se trataba de un cargo prestigioso en la carrera política de todo romano. En cuanto a los cuestores, ejercían funciones principalmente financieras. La cuestura era uno de los primeros peldaños del “cursus honorum”. Daba un gran conocimiento sobre los mecanismos que hacían funcionar al estado. Este cargo fue uno de los más abiertos a los plebeyos. Ni la censura ni la cuestura implicaban “imperium”. A fines del siglo V a.C. se fue rebajando la inestabilidad social, al ver los plebeyos cumplidas algunas de sus demandas. Ello permitió al estado ejercer una política exterior más agresiva.
HACIA LA PREEMINENCIA EN EL LACIO
Tras el período monárquico, la presencia etrusca en el Lacio fue neutralizada. A pesar de ello Roma mantuvo un aspecto etrusco en muchas de sus manifestaciones culturales. En esta época, llena de leyendas de imprecisos fundamentos, quizás se produjo una guerra entre Roma y los demás latinos, la cual desembocaría en una alianza. El primer tratado romano-cartaginés, fechado hacia el 508 a.C., refleja el carácter de las relaciones entre Roma y los latinos. Roma intentaba presentarse como un poder hegemónico en el Lacio, lo que originó la violenta reacción de algunas ciudades latinas. Éstas crearon una confederación en la que no estaba presente Roma. Con el tratado firmado con los cartagineses, Roma buscaba tranquilidad para proseguir su expansionismo itálico, todavía de corto radio. Antes que los cartagineses, los griegos, asentados en el Sur de la península itálica, serán rivales de los romanos. La primitiva Liga Latina recurrió a elementos religiosos para subrayar la amistad que unía a las ciudades que la integraban. Éstas rendían culto a Diana cerca de Aricia. Mantenían una actitud común ante los peligros exteriores. Según la tradición, en la batalla del lago Regilo, quizás cerca de Tusculum, hacia el 496 a.C., se enfrentaron los romanos contra los aliados latinos. En un momento apurado de la batalla, intervinieron los gemelos míticos, Cástor y Pólux, en favor de los romanos, que lograron vencer. La eliminación de los componentes fantaseados de la batalla no parece cuestionar el hecho de que ésta realmente aconteció. Tito Livio indica que se desarrolló conforme a las técnicas de combate de tipo hoplítico. Todavía la caballería no era un medio decisivo en los enfrentamientos armados.
La hipotética victoria romana condujo a la firma de un tratado con los latinos. El representante romano, Espurio Casio, dio nombre a este tratado, conocido como “casiano”. Roma no reclamó la hegemonía lacial. Se estableció una igualdad entre el poder romano y el latino. Parece que ambos bandos estaban igualmente amenazados por otros pueblos, quizás volscos y auruncos. Estos pueblos ya habían atacado algunas ciudades latinas, como Cora y Pometia. El tratado “casiano” aludía a una paz perpetua entre Roma y los latinos. Ambos poderes se prestarían ayuda mutua en la guerra, participando por igual del botín. El mando militar sería ejercido en años alternativos tanto por Roma como por la Liga Latina. Todo parece indicar que la supuesta victoria romana no había sido demasiado contundente. Se estipuló el establecimiento de una comunidad de derechos privados entre los ciudadanos romanos y los ciudadanos de cualquier otra ciudad latina. La fecha del tratado, discutible, es según la tradición el 493 a.C. No sería adecuado el pretender rebajarla en exceso, ya que entraríamos entonces en un período de incremento del poder romano, con una consecuente generosidad menor en los pactos.
EL APORTE POBLACIONAL SABINO
Según la historiografía romana clásica, en el 486 a.C., Roma suscribió una alianza con los hérnicos, pueblo emplazado en el valle del Trero, que controlaba la importante ciudad de Anagnia, centro religioso vertebrador de sus tribus. En la firma de esta alianza pudo influir el deseo hérnico de encontrar apoyos frente a las presiones de los volscos y los ecuos. Era frecuente el que algunos pueblos, al desplazarse, provocasen la migración de otros pueblos hacia nuevas regiones. En este contexto debemos inscribir las migraciones sabelias. A comienzos del siglo V a.C., advertimos la presencia de tribus sabelias a las puertas del Lacio, procedentes de los Apeninos centrales. Los sabelios a su vez estaban siendo desplazados por celtas llegados de regiones septentrionales. Las condiciones socioeconómicas de los sabelios eran casi siempre precarias. Por ello encontraban tan atractivas las fértiles tierras de los valles que iban encontrando a su paso. Las migraciones sabelias, desarrolladas a lo largo del siglo V a.C., afectaron principalmente a la Italia central, generando inestabilidad. Roma y sus aliados latinos lucharon para conservar sus territorios frente a las oleadas invasoras. Entre los rivales a los que Roma tuvo que hacer frente se encontraban: Al Norte, los etruscos; al Noreste, la tribu sabelia de los sabinos; al Este, los ecuos; y al Sur, los volscos. Según Tito Livio, un ejército sabino dirigido por Apio Herdonio llegó a conquistar el Capitolio. Todo apunta a que los sabinos se infiltraron gradualmente en los ámbitos de acción romanos. Componentes sabinos pudieron participar de la configuración poblacional de Roma, hecho reflejado en el episodio mítico del rapto de las sabinas. La incorporación probada de familias sabinas a la ciudadanía romana avala esta llegada progresiva. Un caso significativo es el de Clausus, individuo que dio origen a la gens Claudia. A mediados del siglo V a.C., el territorio tradicionalmente vinculado a los sabinos era ya romano, de modo que desde entonces las relaciones entre ambos pueblos, cada vez más fundidos en uno solo, fueron amistosas.
LAS LUCHAS CONTRA VOLSCOS Y ECUOS
Los volscos constituían un pueblo inscrito en el grupo osco-sabelio. Ancestralmente ocuparon el alto valle del Liris. Se vieron presionados por otros pueblos de la Italia Central. Se desplazaron hacia el valle del Trero. Ocuparon Pometia, Ardea y Veritrae. Algunas de las ciudades del valle del Trero presentan un origen oscuro, habiendo podido ser fundadas tanto por los latinos como por los volscos. Se piensa que en esta zona pudo haber diversas colonias latinas como avanzadillas para frenar la expansión volsca. El que se aluda a posteriores conquistas romanas indica que quizás algunas de estas ciudades habían sido previamente conquistadas por los volscos en una serie de luchas fronterizas. La presencia volsca en algunas ciudades del valle del Trero es indudable. Los conflictos romano-volscos son narrados por la tradición con detalles difícilmente comprobables. Entre los héroes romanos estaría Coriolano, que inspiró a Shakespeare el argumento de una tragedia. La amenaza volsca sobre Roma llegó a ser seria. Los volscos buscaron el apoyo de los ecuos para enfrentarse a los latinos.
Los ecuos presionaron las fronteras latinas orientales. Se establecieron en los alrededores del lago Ficino. Desplazados por pueblos norteños, siguiendo el río Arno, llegaron al área del Tibur. Un grupo ecuo se desgajó, marchando hacia el Sur, pasando por Praeneste. Las ciudades de Labici y Pedum se unieron a los ecuos. Éstos, unidos a los volscos, tomaron Tusculum. Inmediatamente se movilizaron latinos y hérnicos, que reconquistaron este estratégico enclave, y que en numerosas ocasiones posteriores tuvieron que hacer frente a los ecuos. Hasta mediados del siglo V a.C., fueron frecuentes las luchas fronterizas. Los ecuos no pudieron alcanzar la campiña romana. Se trataría de una prolongada guerra de guerrillas. La historiografía romana posterior ensalzó la participación en el conflicto de hombres virtuosos, como Cincinato, campesino y jefe militar. La dualidad de este personaje histórico sirve como metáfora del modelo de individuo que los ideólogos romanos deseaban extender entre la ciudadanía. Nombrado dictador en el año 458 a.C. por la apurada situación que Roma tenía que encarar, Cincinato abandonó el cargo a los dieciséis días, después de haber vencido a los ecuos en la batalla del Monte Álgido. No quiso agotar el período de seis meses del que disponía, sino que prefirió regresar a su granja. Su comportamiento íntegro y su rústica austeridad calaron en el ideario de los constructores de la federación norteamericana, que pusieron a una ciudad de Ohio el nombre de Cincinnati.
El ejército romano, muy reforzado, adoptó una actitud más ofensiva. Roma firmó un tratado con Ardea y otro con Lavinium. Iba definiendo así un cerco de seguridad. Estos acuerdos eran realizados al margen de la confederación latina. La victoria de Roma sobre los ecuos favoreció la conquista de diversas ciudades, y permitió que la campiña romana quedase a salvo. Los romanos expulsaron progresivamente a los volscos del territorio que ocupaban éstos en el Lacio. Los volscos solicitaron la paz hacia el 396 a.C. Quizás no hubo un documento formal que confirmase esta paz, sino sólo un abandono progresivo de las hostilidades. Pervivirían entre romanos y volscos escaramuzas residuales. El poder de los pueblos que circundaban los territorios de la Liga Latina quedó muy debilitado.
EL CONFLICTO VEYETANO
Roma afrontó varias guerras contra la ciudad etrusca de Veyes, situada tan sólo a unos veinte kilómetros de distancia, sobre una colina, estratégica y bien defendida. Los resultados de las excavaciones realizadas en las necrópolis de Veyes prueban la prosperidad económica de la ciudad. Veyes dominaba un amplio territorio agrícola, así como el camino del valle del Crémera, con la destacada ciudad de Fidenae. Otro camino dirigido hacia la costa y que pasaba cerca de Caere escapa a su control por la acción común de ceretanos y romanos. Roma suponía para Veyes un obstáculo en su expansión. El conflicto entre Roma y Veyes se vio originado por diversas causas, como las ansias expansionistas de ambas urbes. Veyes quiso controlar un área situada al otro lado del Tíber, hasta cerca de la colina del Janículo. Anhelaba además las salinas de la desembocadura del Tíber. Según la tradición, hubo tres guerras entre Veyes y Roma. La primera iría del 483 al 474 a.C., la segunda del 428 al 425 a.C., y la tercera del 406 al 396 a.C. Más probable es la existencia de tres etapas críticas de un mismo conflicto armado. Es además clara la parcialidad de la versión romana de la guerra. El primer enfrentamiento bélico, de existencia dudosa, se debería a un ataque veyetano respondido por una victoriosa incursión romana. Ésta no evitó que los veyetanos tomasen el Janículo. La reacción romana estuvo marcada por las ideas de la gens Fabia. Los Fabios propusieron que el ejército romano estableciese un campamento en el valle del Crémera para cortar las comunicaciones entre Veyes y Fidenae. La propuesta se realizó finalmente, pero el campamento fue destruido por los veyetanos. Sólo se salvó un Fabio, que llevó a Roma la terrible noticia. Es poco probable que los veyetanos se asentasen en el Janículo, pero sí que pudieron llegar hasta él en el curso de las operaciones militares. La desastrosa aventura del Crémera, puesta en duda por algunos historiadores, presenta tintes de verosimilitud por el hecho de que se implicase tanto en ella una gens concreta. Y es que los intereses e iniciativas familiares primaban por entonces sobre la dirección política estatalizada. El ejército romano de aquella época debía de componerse de ejércitos privados. Los Fabios sucumbirían acompañados de sus clientes. Fidenae sufrió el dominio alternativo de romanos y veyetanos, sirviendo como frontera oscilante. La primera guerra es posible que no terminase con una paz formal, sino que simplemente Roma se centró en acciones militares desplegadas en otros frentes mientras los etruscos se iban debilitando.
En la segunda guerra, Roma se planteó el control definitivo de Fidenae. Los datos disponibles son confusos. Al parecer, Fidenae se rebeló contra Roma con el apoyo veyetano. Roma buscó con una legación la paz, pero sus embajadores fueron asesinados. Nuevamente Fidenae pasó de unas manos a otras. El conflicto progresivamente perdió intensidad para dar paso al retorno del equilibrio. En cuanto a la tercera guerra, se desconoce qué bando inició las hostilidades. Los éxitos militares cosechados por Roma en el frente oriental y en el frente meridional probablemente impulsaron a la ciudad latina a lanzarse contra la odiada Veyes. Dado el mal rumbo que enseguida tomó para Veyes el conflicto, la ciudad pidió ayuda al consejo federal etrusco. Éste envió un destacamento armado que pronto se retiró al cerciorarse de la superioridad militar romana. Los veyetanos recibieron el apoyo de dos ciudades latinas muy etrusquizadas, Capena y Faleria. Según la tradición, Roma asedió Veyes durante diez años. Para resolver el conflicto se recurrió a un dictador, Camilo, el cual consultó al oráculo de Delfos acerca de cómo actuar. El oráculo respondió que Veyes no caería hasta que el lago Alba se secase. Los romanos intentaron drenar el lago. A la vez construyeron un túnel que pasaba por debajo de Veyes. Los excavadores escucharon que en un templo de Veyes se estaba realizando un sacrificio, y que Venus daría la victoria a quien realizase el mismo. Los romanos asaltaron el templo y ofrecieron el sacrificio. Veyes cayó, proporcionando a los romanos un gran botín. Camilo fue acusado de quedarse con más de lo debido, por lo que tuvo que exiliarse. Roma envió al santuario de Delfos como agradecimiento por la victoria un vaso de oro.
Este relato clásico incluye elementos claramente legendarios, si bien parece probable el asedio. La duración del mismo sería más breve, no tan larga como la del asedio troyano que los historiadores romanos pretendían evocar. El ejército romano no podía plantearse un asedio tan prolongado, supraestacional. Se piensa que quizás por entonces fue introducido el estipendio, la motivadora paga al soldado. El supuesto tunel quizás se corresponde en realidad con los propios túneles de que disponía la ciudad de Veyes para canalizar tanto el agua potable como las aguas fecales. La ofrenda realizada en Delfos parece verídica por la especificación de que el vaso dorado se incluyó en el tesoro massaliota. Y es que las relaciones entre Roma y la colonia griega de Marsella eran muy amistosas. La anexión de todo el territorio veyetano convirtió a Roma en la ciudad más grande del Lacio. El final de la guerra de Veyes permitía a Roma pensar en su futura expansión por Etruria.
EL LIDERAZGO ROMANO EN LA CONFEDERACIÓN LATINA
En los territorios conquistados se instalaron en el siglo V a.C. colonias de derecho latino. Esto significaba la participación no sólo de Roma, sino también de sus aliados, en la ocupación de los nuevos dominios. No todos salían igualmente beneficiados. Mientras que los latinos participaban en la ocupación del territorio de forma similar a los romanos, los hérnicos no eran tan bien tratados. Roma consiguió la ocupación de un territorio homogéneo y compacto, mientras que las nuevas posesiones de los latinos estaban esparcidas. Los romanos se hicieron con el liderazgo de la confederación latina, mostrando cuando era necesario su gran capacidad de intervención directa en cualquiera de sus posesiones. Progresivamente Roma tendió a tomar importantes decisiones sin consultar con sus aliadas latinas. El mando militar dejó de ser alternante, pasando a ser ejercido de forma permanente por Roma. La Liga Latina se vio cada vez más privada de sentido. Muchos latinos buscaron la ciudadanía romana, lo que favoreció el poder del estado romano. El proceso de incremento de la autoridad de Roma se vio interrumpido a principios del siglo IV a.C. por la amenaza de los galos. Roma se había consolidado como la principal ciudad del Lacio. La península itálica estaba fragmentada por la existencia de distintos poderes, como el de los etruscos, los celtas, los colonos griegos y diversas etnias indígenas. La progresiva desarticulación de la influencia etrusca no pudo ser demasiado aprovechada por las ciudades griegas de la Campania y de Sicilia, lastradas por endémicos enfrentamientos entre sí. Las colonias griegas suritálicas se vieron también desestabilizadas por incursiones oscas y de otros pueblos autóctonos.
LA INVASIÓN GALA
En el segundo cuarto del siglo V a.C. se produjeron en Centroeuropa toda una serie de cambios que derivaron en la sustitución de la cultura de Hallstatt por la cultura de La Tène. La base humana de La Tène eran los celtas, entre los cuales se incluían los galos. Entre los movimientos migratorios desarrollados en el seno de la cultura de La Tène hubo algunos que tuvieron como destino las regiones mediterráneas. Algunos contingentes célticos, conocidos como gálatas, conseguirán establecerse, ya en el siglo III a.C., en el interior de Asia Menor, lo que da idea de la gran capacidad de desplazamiento de estas tribus. Desde el Norte, los celtas fueron penetrando en el ámbito itálico. Nos encontramos con la temprana presencia celta desde Bérgamo al lago Mayor. En una primera etapa las oleadas migratorias celtas fueron pacíficas. Pero la continuidad del proceso migratorio hizo escasear las tierras, generándose enfrentamientos armados por el control de las mismas. En la llanura de Padua contingentes de celtas emigrados chocaron con los etruscos.
Uno de los grupos de galos llegados hasta Italia fue el de los senones, los cuales, tras derrotar a los umbrios, se asentaron en la costa Este, entre Forlì y Ancona, en el llamado “Ager Gallicus”, fundando como capital la ciudad de Senigallia. Los senones, dirigidos por Breno, invadieron Etruria en el 391 a.C. y asediaron Clusium. El ataque tenía como objetivo inicial la obtención de nuevas tierras y botín. Clusium pidió ayuda a Roma, la cual envió una embajada compuesta por miembros de la gens Fabia, mal acogida por los galos. Éstos, abandonando la región de Clusium, se dirigieron hacia el Sur, hacia Roma, donde esperaban obtener una recompensa mayor. El camino que conducía a la poderosa ciudad les era bien conocido. Galos y romanos se enfrentaron en la batalla del río Alia, que supuso la derrota romana. Al quedar indefensa ante los galos, Roma fue evacuada con rapidez, trasladándose su población a Caere. Sólo permanecieron en la ciudad, en el Capitolio, los viejos senadores y un destacamento dirigido por Manlio. Los galos saquearon Roma, pero no consiguieron entrar en el Capitolio durante un asedio de siete meses. Viendo su ciudad devastada, los romanos decidieron pagar a los galos para que se marchasen. El precio establecido era de mil libras de oro. En una disputa sobre la exactitud de los pesos empleados, Breno, según el relato tradicional, colocó su espada en la balanza, aumentando así la cuantía a pagar, pronunciando la expresión: “Vae Victis” (¡Ay de los vencidos!).
Diversas motivaciones estuvieron en la base del ataque galo a Roma. Un elemento desencadenador habría sido el apoyo que los romanos prestaron a Clusium. Quizás si no hubiesen interferido en el asedio celta a la ciudad etrusca no se habrían visto luego atacados. La invasión gala coincide con el período de influencia en el centro de Italia del tirano de Siracusa, Dionisio “el Viejo”. Grandes rivales de Dionisio fueron los púnicos y los etruscos. Es difícil de probar si Dionisio buscó una alianza con los galos para debilitar tanto a los etruscos como a los romanos. Roma agradeció la ayuda prestada por Caere concediendo a sus habitantes el rango de “ciudadanos sin derecho a voto”. Aunque los galos saquearon Roma, no la destruyeron totalmente. La invasión gala repercutió en las relaciones que Roma mantenía con las demás ciudades latinas. Y es que latinos y hérnicos aprovecharon las circunstancias para rebelarse contra Roma. Praeneste y Tibur recuperaron su autonomía. Tras desembarazarse de los galos, Roma fue restableciendo su autoridad en un proceso transmitido confusamente por la tradición. Continuas acciones militares permitirían el lento avance del poder romano. Signos evidentes de la recuperación romana los encontramos en la nueva conquista de Praeneste a mediados del siglo IV a.C.
LA ASUNCIÓN DE LA POLÍTICA MEDITERRÁNEA ETRUSCA
Roma llevó a cabo una expansión marítima relacionada con las ciudades etruscas. Asumió en definitiva la política mediterránea etrusca. Los contactos entre Roma y la ciudad etrusca de Caere llevaron a la primera a interesarse por el mar. Caere proporcionó a Roma su primigenia potencia naval, dotando a ésta de medios eficaces para defenderse de las correrías marítimas siracusanas. En el tratado romano-cartaginés del 348 a.C., Cartago prohibió a Roma navegar más allá del Bello Promontorio por el Este y más allá de Mastia Tarseion por el Oeste. El Bello Promontorio coincide con el Kalon Akroterion y con el Promontorium Pulcrum de las fuentes clásicas. Quizás es el cabo Farina tunecino. Mastia Tarseion, de difícil identificación, es quizás el precedente indígena de Cartagena. Cartago permitió a Roma comerciar con la Sicilia púnica y en el mismo territorio de Cartago. El Lacio fue reconocido por los cartagineses como zona de influencia romana. Las condiciones del tratado parecen revelar un buen momento del estado cartaginés en cuanto a dinamismo político y militar. Señalan también el limitado desarrollo que había alcanzado todavía el poder marítimo de Roma, así como la disparidad de las ambiciones territoriales inmediatas de ambos estados. En el momento de la firma del tratado, Roma controlaba poco más que el Lacio. Dirigió entonces su política exterior hacia Etruria y Campania. La información para este momento histórico la suministra detalladamente la tradición analística, que presenta algunas tergiversaciones y líneas tendenciosas, como el deseo de presentar como justas todas las guerras emprendidas por Roma.
LA DEBILIDAD DE LAS COLONIAS GRIEGAS SURITÁLICAS
La política romana en Campania estuvo influida por varios factores, algunos de orden interno y otros relativos a la situación de las sociedades campanas. Campania mostraba un notable desarrollo de civilización por los influjos griegos, traducidos en el establecimiento de colonias desde el segundo cuarto del siglo VIII a.C., momento de la fundación euboica de Pitecusa en la isla de Ischia. Esta ciudad fue pronto abandonada en favor del enclave de Cumas. Progresivamente creció el número de colonias griegas en el Sur de Italia, al tratarse de una manera eficaz de canalizar mediante migraciones ordenadas los excesos poblacionales de las metrópolis. Ya en el siglo V a.C., el enfrentamiento habitual de las metrópolis griegas entre sí impidió que éstas se implicasen más activamente en el desarrollo cultural y económico de sus colonias. Los problemas internos de las colonias griegas suritálicas generaron cierto vacío de poder, aprovechado por los pueblos montañeses del interior, que se expandieron hacia las “choras” coloniales costeras. Entre estos pueblos se encontraban los sabelios, que ocuparon Capua y desplazaron a pequeñas agrupaciones poblacionales griegas, las cuales tuvieron que refugiarse en Nápoles. Una extensa porción de la Campania se convirtió en territorio sabelio. Se formaron confederaciones de los sabelios meridionales, como la dirigida por Capua.
En el empeine de Italia se asentó la tribu sabelia de los lucanos, fuente de incertidumbre para los establecimientos coloniales griegos de la región, también afectados por las incursiones militares siracusanas. Dionisio “el Viejo” se alió con los lucanos, derrotando de manera sucesiva a las distintas colonias griegas de la Campania. Al tomar Regio, se hizo con el control del estrecho de Mesina, vía de paso para numerosas embarcaciones de variada adscripción. La muerte del tirano de Siracusa en el 367 a.C. dio un respiro a las colonias griegas suritálicas. Pero éstas nuevamente fueron incapaces de formar una alianza para defender con más fuerza sus intereses comunes. Tarento, colonia espartana, adquirió una posición preeminente sobre las demás ciudades griegas del Sur de Italia. En la segunda mitad del siglo IV a.C., se ciñó sobre la Campania la amenaza de los bruttios. Las ciudades de la Magna Grecia pidieron ayuda a sus respectivas metrópolis. El Epiro había adquirido cierto auge militar bajo una monarquía grequizada. Alejandro I, rey del Epiro, acudió en el 334 a.C. en ayuda de las ciudades griegas suritálicas, en favor por tanto del helenismo occidental. Pero más tarde quiso hacerlas depender de él políticamente, lo que provocó la guerra con sus antiguos aliados. Uno de ellos le mató arrojándole una lanza mientras intentaba cruzar el río Aqueronte, en el 331 a.C. Los greco-sicilianos por su parte habían pedido ayuda a Timoleón de Corinto para librarse de los tiranos y neutralizar la amenaza púnica, objetivos que el estadista demócrata en gran medida consiguió. Se dio por entonces una revitalización política en las posesiones griegas de la Campania y Sicilia.
LAS GUERRAS SAMNITAS
La tribu sabelia de los oscos dificultó aún más la tranquilidad griega en el Sur de Italia. Campania se vio conmovida por las migraciones oscas, hasta el punto de que muchas de sus ciudades pasaron a ser dominadas por los oscos, que instauraron en ellas colegios de magistrados conocidos como “meddis”. Los “meddis” eran elegidos entre los aristócratas terratenientes de carácter ecuestre. Tenían funciones limitadas, como la dirección de la guerra y la jurisdicción sumaria. Se crearon tres ligas oscas en Campania, dirigidas por Capua, Lucera y Pompeya. Un territorio marginal de Campania, el Samnio, también visitado por los oscos y dotado de formas sociopolíticas tradicionales, entró por entonces con fuerza en la historia. Las sociedades samnitas, poco desarrolladas, mantenían estrechos lazos consanguíneos, apenas tenían vida urbana y se organizaban en algo así como cantones. Estos cantones eran dominados por grupos familiares en los que empezó a despuntar una aristocracia agraria, algo influida por la cultura griega y por la cultura etrusca. El Samnio intentó resolver sus problemas derivados del incremento demográfico expulsando a algunos contingentes poblacionales. Esta expulsión estaba institucionalizada entre los pueblos antiguos a través de la llamada “primavera sagrada”, que suponía el ofrecer a las divinidades las primicias poblacionales sobrantes. Es decir, grupos de jóvenes se marchaban de su región natal para conseguir nuevas tierras y nuevas fuentes de recursos, buscando la prosperidad. Conforme a estos planteamientos, gentes del Samnio emigraban periódicamente hacia otras regiones. No se trataba de un masivo bandolerismo, sino de la búsqueda de espacios fértiles y despoblados en los que poder asentarse. Esta vez los samnitas emigrados convulsionaron la Campania. Los grupos aristocráticos de los “meddis” asumieron la defensa de sus ciudades, para lo cual pensaron en la obtención de apoyos. Se pusieron así en contacto con la aristocracia romana, en base a vínculos clasistas de amistad. Los romanos, tras algunas dudas, aceptaron estas proposiciones de intervención.
A mediados del siglo IV a.C., se formó una alianza entre Roma, la Liga Latina y la liga dirigida por Capua. Esta alianza definió los principios de colaboración y estableció los intereses respectivos en lo relativo al valle medio del Liris. El tratado romano-cartaginés del 348 a.C. situaba a Roma a la cabeza de las ciudades laciales que se extendían hasta Tarracina. Algunas de estas ciudades no aceptaban gustosas el dominio romano, por lo que sufrieron represiones militares, como es el caso de Satricum. En las relaciones de Roma con la Campania influyó una circunstancia clave. En la pequeña y estratégica localidad de Teano, habitada por los sedicinos, se produjo un ataque samnita. Los sedicinos pidieron la ayuda de Capua, que a su vez pidió la colaboración romana. Roma se resistía a prestar su apoyo porque al parecer tenía buenas relaciones con los samnitas. Para conseguir la ayuda romana, los campanos recurrieron a la “deditio”, un acto de sumisión, tanto de sus personas como de sus bienes, lo que hizo que Roma se decidiese a actuar contra los samnitas.
La primera guerra samnita se desarrolló entre el 343 y el 341 a.C. Su verosimilitud histórica no es alta por la confusa descripción que las fuentes hacen de las operaciones militares. La guerra estalló en un momento poco propicio, cercano a una revuelta latina. Se trata de una guerra que parece corresponderse más bien con intereses romanos posteriores sobre la Campania. Tras algunas escaramuzas, los romanos optaron por el entendimiento con los samnitas, situándose al margen del asunto de los sedicinos. Parece que en Roma triunfó la opinión de que era mejor mantener la amistad con los samnitas, a pesar de que ello pudiese perjudicar los intereses comerciales de la Liga Latina en la Campania.
Desde el 340 a.C. tuvo lugar una escalada de hostilidades entre curiosos bandos: romanos y samnitas contra latinos y campanos. El conflicto, según Tito Livio, surgió porque los latinos reclamaron a Roma que se les concediese la igualdad o la independencia, argumentación quizás algo anacrónica. Roma no aceptó ninguna de las peticiones de los latinos, lo que desencadenó la guerra. En el valle inferior del Liris se produjeron duros enfrentamientos. Entre las batallas destacó la de Trifanum, librada cerca de Capua en el 338 a.C. En ella los latinos fueron derrotados. El acuerdo de paz suscrito a raíz de dicha batalla puso fin definitivo a la independencia de muchas ciudades del Lacio, desmontando además la Liga Latina. Roma estableció relaciones particulares con cada una de las ciudades latinas, imponiendo sus deseos. Éstas perdieron sus privilegios federales e incluso territorios. Sus varones pasaron a alimentar las tropas romanas. Roma prohibió a las ciudades latinas el que mantuvieran de forma directa entre sí relaciones comerciales o matrimoniales. Sí que se permitieron sus relaciones a través de Roma. Algunas ciudades latinas fueron bien tratadas, especialmente si acogían a repobladores llegados desde Roma o desde otros ámbitos leales a los romanos. Es el caso de Antium, que pudo mantener parte de su autonomía a cambio de la vigilancia de las costas. El Lacio pasó a ser territorio romano. El derecho latino fue el predominante en la mayoría de las colonias romanas creadas por entonces.
Roma hizo acto de presencia en la Campania. En las ciudades de Fundi y Formia fue implantada la ciudadanía romana, reprimiéndose a la vez a la vieja aristocracia. En Capua en cambio Roma recompensó a los aristócratas filorromanos con la ciudadanía romana. Se inició una política de alianzas matrimoniales entre los aristócratas campanos y los romanos, muestra clara de cuáles eran los intereses inmediatos de Roma. La aristocracia romana asumió los intereses socioeconómicos de los aristócratas campanos. En el caso de Nápoles, los aristócratas buscaron la ayuda romana para apuntalar su autoridad y poder hacer frente a las habituales revueltas de los grupos sociales inferiores. Querían además así disuadir a los samnitas de la realización de posibles ataques. A cambio Nápoles se ocuparía de la vigilancia costera en favor de los intereses romanos. Al ampliar sus ambiciones territoriales hacia Apulia, Roma se reencontró con el problema samnita. Las ciudades de Lucera y Arpi, amenazadas por las razzias samnitas, pidieron ayuda a Roma. Según Tito Livio, Roma estableció acuerdos con las regiones de Apulia y Lucania. Poco después parece que los lucanos repudiaron este tratado.
La segunda guerra samnita se inició por un ataque romano que pretendía crear un corredor hacia Apulia. En el sucederse de las campañas militares, los romanos se enfrentaron a los vestinios y pactaron con los pelignios. Se recurrió por tanto a la guerra o a los acuerdos según las circunstancias. Al principio no hubo grandes batallas, sino más bien escaramuzas y actividad de guerrillas. El conflicto tenía un desarrollo lento, conforme a la técnica del desgaste. Ello provocaba cansancio en la población romana, por las bajas militares y los costes económicos. Por la presión de la opinión pública, los romanos decidieron atacar el corazón del Samnio en el 321 a.C. Los dos ejércitos consulares se dirigieron hacia allí, cayendo en la emboscada de las Horcas Caudinas. Se trataba de un abrupto desfiladero, en el que los soldados romanos quedaron atrapados. Los cónsules se rindieron para evitar el exterminio de sus tropas. Se comprometieron a retirar todas sus guarniciones del territorio considerado por los samnitas como propio. Aseguraron que no reanudarían la guerra, y entregaron como garantía a seiscientos équites en condición de rehenes. Los samnitas establecieron un ritual para la rendición romana, consistente en que cada soldado pasase inclinándose por debajo de una lanza colocada horizontalmente, sostenida por otras dos verticales. El episodio es también conocido como el paso bajo el yugo. Diversos ejemplos históricos indican que este tipo de ceremonias de humillación hacia los derrotados es peligroso a medio plazo, pues hacen que el odio y el deseo de venganza de estos últimos sea mayor que si hubiesen recibido un trato digno. Las fuentes romanas no pudieron minimizar este duro golpe. El senado intentó repudiar sin éxito el tratado firmado con los samnitas, atribuyendo la rendición a un acto exclusivo de los cónsules. La derrota sufrida frente a los samnitas provocó algunos levantamientos en territorios disconformes con el dominio romano. Pero la recomposición de la autoridad romana fue rápida.
En el 316 a.C. los romanos reanudaron la guerra, logrando establecerse en Satricum. Los samnitas firmaron una alianza con la ciudad de Lucera. Obtuvieron la victoria en el primer gran enfrentamiento, la batalla de Lautulae, pero en las hostilidades posteriores se impuso la superioridad demográfica y militar de Roma. El ejército romano consiguió tomar la capital enemiga, Boviano, mermando así considerablemente la capacidad de lucha de los samnitas. A la vez se reabrió el frente militar umbro-etrusco. Los Fabios eran los mayores partidarios de la expansión romana hacia el Norte. Proponían remontar el curso del Tíber para llegar hasta la Etruria Central. A pesar de su actividad bélica en el contexto etrusco, Roma contaba con el apoyo de varias ciudades etruscas. En general, las aristocracias etruscas solían mantener una actitud benevolente hacia Roma por si podían valerse del apoyo de ésta para controlar mejor sus tensiones sociales internas. Querían conservar sus privilegios sociales con la ayuda romana, pero sin que ello significase la sumisión política. Los aristócratas etruscos supusieron un destacado factor de romanización en el ámbito tirrénico. Empezaron a hablar latín en detrimento de su lengua, no indoeuropea, que pocos siglos después terminaría extinguiéndose. Las señas de identidad de la cultura etrusca, fuertemente helenizada, fueron desdibujándose de manera progresiva. Roma venció a las ciudades etruscas aliadas de los samnitas en la batalla del Lago Vadimón, hacia el 310 a.C. La guerra terminó en el 304 a.C. con la renuncia de los samnitas a todo atisbo de expansión territorial, pasando Roma a controlar gran parte de la Campania.
La tercera guerra samnita fue en realidad una guerra itálica por la amplitud de los frentes. Se desarrolló entre el 298 y el 290 a.C. Roma continuó con su expansión meridional. Sus éxitos la impulsaron a lanzarse sobre Lucania. El hecho de estar inmiscuida a la vez en tantos conflictos, acarreó a Roma algunas derrotas. Actuó como un único poder coherente y sistemático, con una gran base territorial y poblacional a sus espaldas. Las heterogéneas y desorganizadas fuerzas opositoras fueron sucumbiendo ante el ejército romano. En el 295 a.C., en la batalla de Sentino, librada en Umbría, se produjo una gran victoria romana. En pocos años el territorio samnita quedó casi totalmente pacificado, pasando a ser fuente de reclutamiento de tropas auxiliares al servicio de Roma. El avance del poder romano era ya un proceso irreversible. Los galos senones quedaron diezmados, integrándose sus restos demográficos en el conglomerado de las nuevas sociedades dependientes de Roma. Las ciudades etruscas fueron perdiendo su autonomía. Aquéllas en las que el apoyo aristocrático a Roma había sido más decidido obtuvieron en agradecimiento el estatuto de ciudades federales.
LA ADAPTABILIDAD ROMANA EN LA COHESIÓN TERRITORIAL
Roma llevó a cabo una ordenación territorial de la parte de Italia ya conquistada. Los mecanismos de unidad política ensayados por los romanos eran bastante flexibles. Algunos territorios eran directamente anexionados al estado, pasando sus habitantes a ser ciudadanos romanos. Este procedimiento tenía una aplicación limitada, ya que en un principio no se quiso extender a demasiados individuos el derecho de ciudadanía. Otros enclaves pasaban a ser considerados como ciudades sin derecho a voto. La autonomía interna de estos territorios fue bastante respetada por Roma a cambio de unas contraprestaciones, principalmente militares. Ello permitió la pervivencia de las jerarquías aristocráticas prerromanas en las regiones sometidas. Otras veces los romanos recurrían a la fundación de colonias, bien latinas o bien romanas. De entre ellas eran menos numerosas las colonias de derecho romano. Lógicamente, al principio eran pequeñas, con un desarrollo urbanístico precario y tan sólo unos cientos de habitantes, emigrados desde otros puntos. Solían ser establecidas en lugares estratégicos, a veces con funciones prioritarias, como la vigilancia de las costas. Una destacada colonia costera fue Ostia, fundada a mediados del siglo IV a.C. cerca de la desembocadura del Tíber. En la fundación de las colonias de derecho latino participaban tanto romanos como gentes provenientes del resto del Lacio. Surgían ya con la concesión del control de extensas tierras susceptibles de explotación agropecuaria. Entregaban regularmente contingentes de tropas a Roma.
LA LUCHA POLÍTICA PLEBEYA
La plebe romana mantuvo una serie de reivindicaciones a lo largo del siglo IV a.C. Los graves conflictos sociales provocaron en ocasiones la paralización del funcionamiento del estado. Gayo Licinio y Lucio Sextio encabezaron la lucha política plebeya, procurando que los patricios no volvieran a monopolizar los puestos de responsabilidad. En el 367 a.C. aparecieron las leyes licinias y sextias, que fijaron límites para la usura. Establecieron que las posesiones personales en el “ager publicus” no podían superar las quinientas yugadas (unas 125 hectáreas). Y restauraron la doble magistratura consular a cambio de que uno de los dos cónsules fuera plebeyo. Ésta es al menos la información que nos transmite la historiografía tradicional romana, sospechosa en algunos aspectos, como la larga duración del período en que la plebe obstruyó los mecanismos institucionales. La legislación sobre la limitación de la usura es muy verosímil, ya que los elevados intereses de los préstamos ponían en situaciones muy apuradas a los deudores. La regulación agraria parece más problemática, pues nos lleva más bien a los Gracos posteriores. La reglamentación del consulado podría ser cierta, si bien la obligatoriedad de que uno de los dos cónsules fuera plebeyo parece que en realidad surgió en el 342 a.C. con la ley Genucia. Antes de ésta quizás se realizaron concesiones coyunturales al respecto. Las leyes licinias y sextias fueron muy alabadas por la tradición analística romana. Su importancia radicó en la mejora de las opciones políticas de algunos grupos de plebeyos, socialmente bien considerados por su bonanza económica. Pero no mejoró casi nada las condiciones de vida de la mayor parte de los plebeyos, inmersos en circunstancias muy complicadas. Las magistraturas que más se resistieron a la participación de los plebeyos fueron las religiosas, signo de que las élites patricias quisieron utilizar la religión para preservar un orden social que les era muy ventajoso.
Los plebeyos reclamaban con insistencia que los “plebiscita” tuvieran fuerza de ley. Las distintas instituciones asamblearias estaban muy controladas por los patricios, y sus decisiones dependían del respaldo senatorial. En el 339 a.C. el senado concedió una “auctoritas” en blanco para las decisiones tomadas en la asamblea plebeya. La equiparación no fue efectiva hasta el año 287 a.C., momento en que la ley Hortensia estableció la igualdad entre patricios y plebeyos. Desde entonces la “comitia tributa” monopolizó la actividad legislativa. Las otras asambleas pervivieron, pero ya con menos atribuciones. En Roma primaba una ideología de corte republicano. Era más valorada la acción conjunta del brazo ciudadano que la figura del héroe. Se mantuvo teóricamente la soberanía popular, aunque a veces bajo fórmulas tergiversadas. La plebe contaba con alguna posibilidad de ascender socialmente, por ejemplo vinculándose a los patricios. Estas uniones familiares daban lugar a una “nobilitas” distinta a todo lo precedente. Los patricios admitieron la inclusión de plebeyos en grupos sociales superiores para evitar la preeminencia política de una única familia patricia. Se incorporaron a esta “nobilitas” aristócratas latinos e incluso aristócratas de fuera del Lacio. Estas aristocracias aportaban sus clientelas, que actuaban como grupos de presión. La lucha política se fue apaciguando, siendo reemplazada por conflictos de orden socioeconómico.
Apio Claudio, gran jurista y literato, se destacó militarmente en las guerras samnitas. Ocupó la censura en el 312 a.C. Inició una serie de reformas y ordenó construir diversas infraestructuras, como un acueducto y la vía Apia, que conducía a la Campania. Dio permiso a los ciudadanos para inscribirse en la tribu que desearan sin importar su domicilio y sus propiedades. Ello permitió a los “humiles” inscribirse en cualquiera de las 31 tribus, bien rústicas o bien urbanas, pasando así a estar en condiciones de dominar la “comitia tributa”. Quizás Apio Claudio pretendía que sus seguidores controlasen, infiltrados en todas las tribus, la “comitia tributa”. La oposición patricia redujo en el 304 a.C. la posibilidad de los “humiles” de elegir tribu a las cuatro tribus urbanas. Los “humiles” eran probablemente libertos y gentes sin apenas bienes raíces, que se irían estableciendo en las tierras de las tribus rústicas tras ser marginados en las tribus urbanas. Cneo Flavio, escriba del censor Apio Claudio y posterior edil, publicó un manual jurídico llamado “Legis actiones”, que contenía las formas de procedimiento jurídico necesarias para evitar que los magistrados bloqueasen los juicios aludiendo a problemas técnicos. El derecho civil flaviano, primer núcleo del derecho civil romano, pretendía proporcionar a los sectores sociales menos favorecidos la manera de defender sus derechos frente a las arbitrariedades de los jueces, si bien en la práctica no eran muchos los procesos que los plebeyos se animaban a iniciar.
EL INTERÉS ROMANO POR LA MAGNA GRECIA
A lo largo del siglo III a.C. Roma tomó contacto con los círculos helenísticos, pasando a considerarse la defensora de la mentalidad griega en el Occidente del Mediterráneo. Los conflictos bélicos librados por los romanos cambiaron su manera de entender el mundo, y reorientaron sus ambiciones económicas. Roma dio muestras de una gran confianza en sí misma y en su elevado destino, incrementándose sin cesar sus tendencias imperialistas. El interés de Roma por el Sur itálico se explica en gran medida por los lazos existentes entre los aristócratas romanos y campanos. La plebe romana exigía nuevos repartos de tierras del “ager publicus”, por lo que apoyaba toda política conducente a la expansión territorial. Las razones profundas del interés romano por la Magna Grecia se solapan con los detonantes inmediatos del conflicto romano-tarentino. La hostilidad entre Roma y la colonia espartana de Tarento no es fácil de explicar. Perduraban aún los movimientos migratorios de los pueblos sabelios. Frente a ellos, los romanos y los tarentinos tenían intereses comunes y compatibles. Tarento era una de las pocas ciudades griegas suritálicas con aspiraciones hegemónicas. Desconfiaba del expansionismo territorial romano, que llevaba aparejado un incremento de las bases de poder de Roma. El temor de Tarento aumentó con la firma de un nuevo tratado romano-cartaginés en el 306 a.C., el cual renovaba el del 348 a.C. Este tratado confirmaba las cláusulas que impedían a Roma intervenir en Sicilia y a Cartago intervenir en la península itálica. Tarento optó por firmar un tratado con Roma en el 302 a.C., en virtud del cual los romanos se comprometían a no enviar su flota por el Sur más allá del cabo Lacinio. Todas estas trabas al engrandecimiento territorial romano estaban llamadas a saltar por los aires, dadas las sucesivas circunstancias políticas exteriores en que Roma se veía envuelta, y en las que se manejaba con habilidad. Para sostener los intereses de sus aliados aristocráticos campanos, Roma adoptó una actitud agresiva con respecto a la Magna Grecia. El aumento territorial se consideraba necesario para distribuir adecuadamente a la población e intentar así sedentarizarla. Conforme a un razonamiento estudiadamente vil, el esfuerzo bélico desplegado conllevaría bajas que harían disminuir la tensión socioeconómica de cara al posterior reparto de las nuevas tierras.
EL ENFRENTAMIENTO CON PIRRO
En el 282 a.C. la colonia greco-itálica de Turios pidió ayuda a Roma para enfrentarse a los lucanos. Guarniciones romanas quedaron establecidas en Turios y en otras ciudades griegas, como Locris y Crotona. Tarento se irritó. Una flota romana se dirigió hacia el golfo de Tarento. Viendo violado el tratado del 302 a.C., los tarentinos hundieron varios barcos romanos y rechazaron el posible diálogo con Roma. Tarento, cuya fuerza militar estaba principalmente compuesta por mercenarios, solicitó el apoyo del rey del Epiro, el inquieto Pirro. Éste, como si de un “condottiero” se tratase, aceptó la solicitud y se desplazó a la Magna Grecia, en la que veía tal vez una plataforma desde la que alcanzar Sicilia. Y es que Pirro era el yerno del difunto tirano siracusano Agatocles, del que se consideraba heredero. Buscaba en definitiva la edificación bélica de un imperio personal. Su relación con los tarentinos pronto se prestó a confusiones que decepcionaron a ambas partes.
En el 280 a.C. Pirro desembarcó en Tarento. Presentó a los romanos una propuesta de negociación. En la mentalidad helenística la retórica diplomática era primordial. Los soberanos helenísticos, así como las autoridades romanas, pretendían mostrar la guerra como algo que no había podido ser evitado. Los romanos rechazaron las condiciones de Pirro. Roma había firmado poco antes un nuevo tratado con los cartagineses que hacía absurdas las conversaciones con el epirota. Con este tratado Cartago supo evitar una conjuración de fuerzas en su contra. En el 279 a.C. se produjo la batalla de Heraclea. En ella Pirro utilizó elefantes, ante los cuales los romanos huyeron despavoridos. La victoria de Pirro, lograda al precio de muchas muertes en su ejército, supuso además el que la misma ciudad de Roma quedase coyunturalmente desprotegida. Pero el rey epirota no la atacó al comprobar la lealtad que dispensaban a Roma sus aliados itálicos. Similar comportamiento tendrá más adelante Aníbal. Pirro llevó la guerra a Apulia, y venció nuevamente a los romanos, esta vez en Asculum. Su victoria quedó ensombrecida otra vez por las numerosas bajas registradas en sus tropas. Dejando el conflicto romano-tarentino no resuelto, Pirro acudió a Sicilia al recibir una petición de ayuda para luchar contra los púnicos. En Sicilia había por entonces una gran inestabilidad. La muerte de Agatocles, tirano de Siracusa, había sumido en el caos a la isla, en la que malamente convivían griegos y cartagineses. Las ciudades griegas no sabían formar un frente común que se opusiese con garantías a las aspiraciones de Cartago. Pirro aceptó las proposiciones greco-sicilianas con oscuros afanes monárquicos. Extendió pronto su autoridad por la Sicilia griega, afrontando después el peligro púnico. Se apoderó de Érice y Panormo, pero no consiguió tomar Lilibeo. Los griegos le retiraron su apoyo al advertir que quería convertirse en rey despótico de la isla. Enfurecido por el fracaso, Pirro regresó a Italia, donde fue vencido por los romanos en la batalla de Benevento, librada en el 275 a.C. Dadas las dificultades para conseguir nuevos resortes militares, Pirro optó por regresar al Epiro.
La retirada de Pirro permitió a Roma expandirse con facilidad por la Magna Grecia. Tarento cayó en poder romano. Pasó a ser una “civitas foederata”, lo que implicaba para la antigua colonia espartana cierta autonomía interna, pero a la vez la pérdida de la iniciativa en política exterior. Tarento se vio obligada a proporcionar a Roma a partir de entonces barcos y soldados para las tripulaciones. Sus luchas contra los poderes helenísticos reforzaron mucho al estado romano, que ganó experiencia militar. Roma vio recompensada su temeraria constancia bélica y elaboró nuevos proyectos expansionistas. Adquirió rutinas altamente ventajosas para los futuros conflictos, como la rápida erección de campamentos. Se familiarizó con las acuñaciones monetarias, creando sus propios tipos. Pasó a ser conocida y respetada en los círculos internacionales. Tomó contacto con los intereses griegos, asumiendo gran parte de sus valores. Admitió la superioridad de la cultura griega, de la que se fue impregnando progresivamente. Los Fabios se opusieron a esta helenización de la cultura romana.
LA PRIMERA GUERRA PÚNICA
Cartago quiso consolidar sus posesiones en Sicilia. En la isla sólo podían oponerse a los púnicos la debilitada Siracusa y la excéntrica Mesina. Esta última ciudad, colonia euboica, controlaba la parte occidental del estrecho que separa Sicilia de la península itálica. En ella se habían instalado, traicionando luego a sus anfitriones griegos, unos mercenarios que se hacían llamar a sí mismos mamertinos, en honor al dios osco de la guerra, Mamers. Procedían de Campania y habían estado al servicio de Agatocles, desestabilizando desde la muerte de éste el ámbito siciliano. Regio, colonia euboica del otro lado del estrecho, tenía por orden romana una guarnición osca, la legión campana, que se amotinó, aliándose con los mamertinos. Roma reprimió el motín, pasando a controlar nuevamente la parte oriental del estrecho. Hierón II, tirano de Siracusa, hostigaba a los revoltosos mamertinos, que disfrutaban asolando el Noreste de la isla. Los mamertinos, dada su delicada situación, dudaban si pedir ayuda a los cartagineses o a los romanos. Entre los mercenarios había disparidad de opiniones al respecto. Mientras que una embajada mamertina llegó a Roma con peticiones de auxilio, otros mamertinos entregaron la acrópolis de Mesina a los cartagineses. El senado romano se mostró muy atraído por la posibilidad de intervenir en un nuevo conflicto. Apio Claudio y otros senadores consideraron que esta nueva guerra supondría prestigio, expansión, ascenso aristocrático y reimpulso comercial. De modo que Roma aceptó la propuesta de los viles mamertinos. Se iniciaba así en el 264 a.C. la primera guerra púnica.
Roma envió su ejército a Sicilia. Los romanos se dirigieron a Mesina, que estaba cercada por púnicos y siracusanos tras la expulsión de la guarnición púnica de la acrópolis. El ejército romano rompió el cerco por la parte siracusana, derrotando a Hierón II. Los romanos fracasaron en un primer intento de tomar Siracusa. Sistemáticamente se apoderaron de las distintas ciudades greco-sicilianas. Muchas de ellas adoptaron una actitud neutral. Hierón II se pasó al bando romano, renunciando así a la hegemonía en la isla. El ejército romano obtuvo diversas victorias frente a los cartagineses. En el 262 a.C. tomó Agrigento. En Milas se produjo la primera gran victoria naval de los romanos, en la que para los abordajes emplearon ingeniosos puentes móviles. Los púnicos optaron por una guerra defensiva, acuartelándose en su epicráteia. Otra importante victoria naval romana fue la del Cabo Ecnomo, obtenida en el 256 a.C. El ánimo impulsó a los soldados romanos a afrontar más riesgos, mostrándose dispuestos a dar el salto al continente africano. Se organizó una expedición militar romana a África. Roma ofreció a Cartago negociaciones de paz que fueron rechazadas. Los cartagineses recurrieron a un grupo de mercenarios griegos encabezados por Jantipo, que logró vencer a los romanos en el año 255 a.C. en la batalla de los llanos del Bagradas. Gran parte del ejército romano pereció en la travesía marítima con la que pretendía alcanzar la ciudad greco-siciliana de Camarina. Roma se apoderó de Panormo y Cartago saqueó Agrigento. Los romanos prepararon una segunda expedición africana. Pero una tempestad destruyó los barcos romanos en las costas de Lucania. Roma se centró entonces en la guerra siciliana. Los romanos sufrieron algunas derrotas, pero pudieron mantener la intensidad bélica en la isla gracias al apoyo de Hierón II. En el 241 a.C. Roma obtuvo una nueva victoria naval en las islas Egadas, logrando interceptar suministros púnicos. Los cartagineses solicitaron la paz. Roma aceptó, imponiendo duras condiciones a los vencidos.
LA GUERRA LÍBICA
Cartago perdió todos sus enclaves en Sicilia y se comprometió a pagar una ingente indemnización de guerra. Devolvió los prisioneros romanos y garantizó que no declararía la guerra a ningún aliado de Roma. El resultado no era del todo satisfactorio para Roma, pues ésta se sentía aún amenazada por el profundo odio que había engendrado en los púnicos. Cartago se había visto muy perjudicada por la guerra, tanto política como económicamente. Afrontó una grave crisis interna entre el 241 y el 238 a.C. por la sublevación de sus mercenarios ante los impagos estatales. Las tropas mercenarias evacuadas de Sicilia fueron instaladas en la región de Sicca Veneria, donde manifestaron violentamente su descontento. Se les unió parte de la población indígena africana, estallando así la llamada guerra líbica. Podría decirse sintéticamente que el territorio de Cartago se organizaba en tres espacios concéntricos: el área propia de la urbe, el área de las demás colonias fenicias de la región y el área líbica, compuesta por pequeñas aldeas campesinas severamente explotadas por los cartagineses. Los libios, casi siervos, debían entregar a los púnicos la mitad de sus cosechas. Más allá del área líbica había poblaciones nómadas a las que los cartagineses recurrían para conseguir mercenarios. Al frente de los rebeldes se pusieron Matho, Spendios y Autarit. El primero lideraba a los libios, el segundo a los mercenarios campanos y el tercero a los mercenarios galos. Hannón no pudo resolver el conflicto, por lo que fue sustituido por Amílcar Barca. Los rebeldes consiguieron sitiar la misma Cartago. Hierón II envió desde Siracusa víveres para socorrer a los cartagineses. Roma no quería exterminar a Cartago hasta que le hubiese pagado la indemnización de guerra, así que se limitó a desalojar a los púnicos de sus posesiones en Córcega y Cerdeña. Amílcar logró derrotar en una emboscada a los mercenarios galos y campanos, mientras que para sojuzgar a los guerreros libios tuvo que recurrir al exterminio sistemático. Por parte de ambos bandos se dieron muestras de extrema crueldad, matándose con frecuencia a los prisioneros capturados. La falta de espíritu patriótico era lógica en los mercenarios, tanto por su propia naturaleza como por el pésimo trato recibido de los cartagineses. A los impagos había que sumar el que se les asignaban los puestos de mayor riesgo en el combate, incluso jugando con ellos en función de cuestiones tácticas. Su fidelidad etnocéntrica chocó con el servicio debido a los cartagineses, provocando inestabilidad y convirtiendo el conflicto en una guerra civil. El número de soldados ciudadanos de que disponía Cartago era muy reducido, lo cual fue a medio plazo una de las causas de su ruina. La guerra líbica sirvió como contexto histórico para una novela de Gustave Flaubert, “Salambó” (1862), hija ficticia de Amílcar.
EL CONTROL DEL TIRRENO Y DEL ADRIÁTICO
Roma en el período de entreguerras se dedicó a expansionarse por el Norte de Italia e Iliria. Deseaba controlar tanto el Tirreno como el Adriático, para así prever mejor las posibles agresiones navales externas. Las islas de Córcega y Cerdeña pasaron a formar una misma provincia romana. Aportarían a Roma mayores recursos agrícolas y madereros. Sus poblaciones autóctonas dieron muestras de resistencia hacia los romanos. Sicilia quedó convertida en una jurisdicción permanente, en una nueva provincia romana. Por provincia se entendía inicialmente el mando militar ejercido por un magistrado. Luego el término pasó a designar el territorio extraitálico sobre el que se ejercía ese mando. La extensión del régimen republicano romano se realizaba a través de las victorias militares y del sometimiento de los vencidos, integrando sus territorios en el diseño imperial. Para Cartago, la pérdida de buena parte de sus enclaves insulares, algunos de los cuales tenían ya una tradición púnica de varios siglos, supuso un duro golpe. El dinamismo cartaginés y sus desarrollados mecanismos estatales exigían la exploración y conquista de nuevos territorios, en parte para poder pagar cuanto antes la indemnización de guerra impuesta por los romanos. Alejados del ámbito tirrénico, los cartagineses fijarán su interés en la península ibérica, con la que ya habían mantenido importantes contactos desde sus plataformas comerciales norteafricanas e ibicencas. La prolongada presencia fenicia en algunos puntos costeros de Iberia facilitaría el desembarco de los nuevos conquistadores.
LA EXPANSIÓN ROMANA POR EL NORTE DE ITALIA
Roma se había apoderado de Etruria, concediendo después tratados de diverso tipo a sus ciudades. Estos tratados beneficiaban tanto a Roma como a las clases dirigentes etruscas. Los grupos privilegiados etruscos, rápidamente romanizados, mantuvieron su estatus a la vez que sus compatriotas campesinos veían mermada su situación económica. La frontera romana septentrional había quedado establecida en los inicios de la Italia gálica. En esta región había distintos pueblos, como los boyos y los senones. Roma consolidó sus intereses en el ámbito mencionado con su victoria sobre una coalición de senones y etruscos en el 283 a.C. La batalla se libró, al igual que hacia el 310 a.C., en las cercanías del lago Vadimón. Roma fundó colonias en el “Ager Gallicus”, como Rímini, creada en la costa adriática en el 268 a.C. Las legiones romanas avanzaron hacia la Galia Cisalpina. Los galos de esta zona estaban debilitados debido a las presiones de los célticos beltas. Gentes célticas penetraron en Italia, no como invasores, sino más bien como mercenarios. Roma obtuvo la ayuda de diversas comunidades establecidas en la Galia Cisalpina, como vénetos y cenomanos. Progresivamente se incrementó el belicismo romano en la región. Hacia el 225 a.C. se produjo una guerra entre galos noritálicos y romanos que desembocó en la victoria romana de Telamón. Sin el consentimiento del senado, el ejército romano se dirigió contra los ínsubres, a los que venció hacia el 222 a.C., rebautizando una de sus principales urbes como Mediolanum (Milán). Otra victoria romana se produjo en Clastidium, cerca de Pavía. Roma pasó a controlar todos los territorios situados entre los Apeninos y el valle del Po. Fue construida la vía Flaminia para asegurar el rápido tránsito de las tropas. Y es que el dominio romano en el Norte de Italia no estaba consolidado ni se había plasmado todavía en una impregnación cultural. Por ello muchas poblaciones de la Galia Cisalpina se aliarán con Aníbal en contra de los intereses de los romanos.
LAS GUERRAS ILÍRICAS
Las relaciones entre Iliria y la península itálica consistían en esporádicos contactos comerciales. Son pocos los elementos arqueológicos que ilustran el progresivo acercamiento cultural de ambos espacios. Roma aspiraba a completar su control sobre el Adriático mediante la anexión de su orilla oriental. Envió diversas embajadas a Apolonia para hacer más periódicas las transacciones comerciales. En el Sureste de la península itálica los romanos fundaron la colonia de Brindisi, estratégica por su cercanía a la costa ilírica. Las actividades piráticas practicadas por los ilirios en el Adriático eran constantes. Incluso aumentaron desde mediados del siglo III a.C. debido a la unificación de las tribus ilirias bajo el rey Agrón. A su muerte, su viuda y sucesora, la reina Teuta, reforzó dicha unidad y el hostigamiento a las embarcaciones comerciales que surcaban el Adriático. Los reyes macedónicos tuvieron muchas dificultades para proteger las colonias que Corinto tenía en la región. Es el caso de la isla de Corfú, de la que se apoderaron por entonces los piratas ilirios. Éstos asediaron además Durrës e Isa. Teuta ordenó al jefe ilirio Escordilaidas que se hiciese con el control de la ciudad de Fénice. Muchos comerciantes itálicos de este enclave fueron asesinados o seriamente agraviados. Ello sirvió como motivo para que Roma interviniese militarmente en la región, iniciándose así en el año 229 a.C. la primera guerra ilírica.
La ciudad de Isa había solicitado la ayuda militar romana. En sus posteriores aventuras bélicas en Grecia y Oriente, Roma se refugiará en la legitimidad de las peticiones de auxilio recibidas. Pretendía mostrarse como la salvadora de ciudades y grupos étnicos amenazados, poniendo luego territorios extensos bajo su protección. El término “protectorado” encerraba en realidad en muchos casos pretensiones de futura conquista. La muerte violenta de los embajadores enviados por Roma para negociar con Teuta provocó el que una potente expedición romana conquistase rápidamente varias ciudades, como Apolonia, Corfú, Durrës y Faros. El asedio de Isa fue levantado. Las tribus del interior de Iliria se rindieron sin presentar batalla. Se firmó un tratado de paz romano-ilirio en el 228 a.C. En virtud del mismo, los ilirios renunciaron a las acciones piráticas al Sur de Lissus, a una serie de ciudades y a los territorios de los partinos y atintanos. Roma estableció una relación de amistad y patrocinio con un número creciente de ciudades de la costa dálmata. Perduró la inestabilidad. Un dinasta local, Demetrio de Faros, se había beneficiado de la nueva situación política, convirtiéndose casi en dueño de Iliria tras la muerte de Teuta. Demetrio, mediante la destacada flota que hizo construir, exhibió un descarado expansionismo que alcanzó incluso el Peloponeso. Los recelos romanos originaron en el 220 a.C. la segunda guerra ilírica. Pronto Demetrio tuvo que huir a Macedonia, dejando el campo libre a la acción imperialista de Roma. En Macedonia se refugió en la corte de Filipo V, al que alentó a combatir contra los romanos.
LA EXPANSIÓN CARTAGINESA EN IBERIA
El general cartaginés Amílcar Barca propuso volcar la acción política de su estado africano en la península ibérica, posible base imperial. Iberia ofrecía importantes recursos, entre los que destacaban los mineros, además de ser un buen lugar para la contratación de mercenarios. Algunos senadores cartagineses no aprobaban la intervención en Iberia, que en cambio sí que era respaldada por gran parte del pueblo. La actividad bárquida en la península ibérica tuvo un carácter bastante personalista. A pesar de ello los Barca no buscaban la creación de un imperio propio, sino que actuaron siempre en representación del estado cartaginés. Las colonias fenicias ya existentes en Iberia se convirtieron en valiosas aliadas para los púnicos. La influencia fenicio-púnica en el Sur ibérico había decaído en los últimos tiempos. Los turdetanos deseaban mantener su organización interna, sin las presiones ejercidas por los enclaves semitas. Las colonias griegas de Massalia, Emporion y Rhode habían incrementado su acción comercial, estableciendo pequeñas filiales en las costas mediterráneas galas e ibéricas, algunas de ellas de localización aún imprecisa. Roma quiso convertirse de manera interesada en garante de las actividades comerciales desplegadas en el Mediterráneo Occidental por los griegos. Mientras que Massalia y Emporion eran de adscripción focense, Rhode pudo ser focense o rodia. La teoría de la ascendencia rodia se apoya en algunas fuentes literarias antiguas, en el nombre de la colonia y en las monedas que acuñó, relacionadas con las de Rodas por la utilización del motivo de la rosa, acorde con el nombre actual de la población: Rosas.
Amílcar desembarcó en Gades (Cádiz) en el 237 a.C. Tuvo que proceder al sometimiento de las regiones que se habían mostrado hostiles a la hegemonía púnica. Los turdetanos se organizaban conforme a regímenes aristocráticos. En función de las circunstancias podían formar ligas dirigidas por jefes militares consensuados. Los cartagineses derrotaron a los turdetanos, entre cuyos líderes estaban Istolacio e Indortes. Ambos fueron torturados y crucificados. La crucifixión fue uno de los sistemas de ejecución empleados por los púnicos en Iberia. Incluía un deseo de atemorizar a los indígenas, para que se uniesen mansamente al bando cartaginés. Los púnicos ampliaron sus posesiones territoriales con rapidez, tanto por la vía militar como a través de pactos con las poblaciones autóctonas. Amílcar fundó Akra Leuké con la intención de convertirla en una de sus principales bases. Su identificación es controvertida, apuntándose a Lucentum (Alicante), en el caso de tratarse de un enclave costero del Sureste. Hay quien opta por ubicarla en la Alta Andalucía o en otros núcleos de tradicional fidelidad hacia Cartago, como Carmona (Sevilla). La muerte de Amílcar al retirarse del asedio de Heliké (Elche de la Sierra o Elche) por el acoso de los oretanos de Orissón suscitó dudas acerca de cómo proseguir la empresa militar ibérica. En el relato de Diodoro Sículo, la muerte de Amílcar es narrada inmediatamente después de la fundación de Akra Leuké, mencionando esta nueva ciudad como lugar de invernada de las tropas y como refugio de sus hijos tras la emboscada que le costó la vida. Es decir, el texto da idea de cierta proximidad entre Akra Leuké y Heliké, lo que reforzaría la idea de su identificación respectiva con Alicante y Elche. La otra opción barajada para Heliké, el municipio albaceteño de Elche de la Sierra (estratégico en la vía que comunicaba la Alta Andalucía con el Sureste), equidista aproximadamente de Lucentum y del enclave minero de Cástulo. Livio por su parte, al narrar un episodio de la segunda guerra púnica, alude a que los romanos acamparon en Castro Albo (Akra Leuké), mencionando que el lugar era famoso por la muerte de Amílcar. Por curiosa convergencia semántica, “el promontorio fortificado blanco” podría estar en el municipio actualmente más poblado de la “Costa Blanca”. El ejército púnico eligió como sucesor de Amílcar a su yerno Asdrúbal. Éste continuó con la acción expansionista, fundando otro núcleo poblacional que pudiese servir como base política, Qart Hadast (Cartagena). Se trataba de un establecimiento de excelentes características portuarias y estratégicas, en la cabecera de las rutas mineras del Sureste. La pretenciosidad de su nombre, “La Nueva Cartago”, está en consonancia con la magnitud de la empresa conquistadora.
Las actividades militares púnicas en Iberia despertaron los recelos romanos. Las colonias griegas del Mediterráneo Occidental se sintieron amenazadas por el belicismo cartaginés. Alertaron a Roma, con la que mantenían buenas relaciones, y que no dudó en asumir sus intereses comerciales. Roma envió una embajada a Iberia, la cual concluyó con los púnicos en el 226 a.C. un tratado. Según éste, el área de expansión cartaginesa quedaba limitada al Norte por el río Ebro, que marcaría a la vez el inicio del área de influencia griega. Este tratado no satisfizo a los focenses, que vieron peligrar sus factorías levantinas. Roma estaba por entonces centrada en las luchas contra los galos noritálicos, por lo que no pudo implicarse de momento más. Asdrúbal fue asesinado por un esclavo céltico en el 221 a.C. Fue designado como general por el ejército uno de los hijos de Amílcar, llamado Aníbal, criado en el odio hacia los romanos. Su elección fue un signo de continuidad del liderazgo bárquida en la conquista de Iberia. Aníbal dirigió brillantes campañas militares, recurriendo también en ocasiones a la diplomacia, como demuestra su casamiento con la hija de un régulo de Cástulo, llamada Himilce. La misión de Aníbal era consolidar el recién creado imperio occidental de Cartago. Pero esta ambiciosa política estaba llamada a chocar con los intereses romanos. Aníbal sometió en una rápida expedición a los olcades. Penetró en tierras de los vacceos, ocupando por la fuerza los enclaves de Helmantiké (Salamanca) y Arbucala (quizás Toro). Al regresar fue sorprendido por un ataque de los carpetanos en las cercanías del Tajo.
El territorio ibérico bullía en la inestabilidad desde la llegada de los cartagineses, que iban haciéndose con el servicio de cada vez más indígenas, reclutados como mercenarios. Para sentirse más seguro, Aníbal realizó un trasvase de tropas: trajo soldados africanos a Iberia y mandó contingentes ibéricos a África. Los primeros inviernos como jefe militar absoluto en Iberia los pasó Aníbal en Cartagena. Fueron intensamente explotadas por los púnicos las minas de los alrededores de Cartagena y de Cástulo. Se relanzaron también bajo el dominio cartaginés las actividades agrícolas y comerciales. Los conocimientos agrarios de los púnicos estaban muy desarrollados, hasta el punto de conseguir rendimientos agrícolas en tierras agrestes. A los agentes fenicio-púnicos se debe la extensión que experimentó el cultivo de la granada en la península ibérica, motivada en parte por motivos religiosos.
LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA
El ataque de Aníbal a Sagunto (la Arse numismática) en el 219 a.C. provocó el desencadenamiento del conflicto armado con Roma. Sagunto era una ciudad costera ocupada por iberos muy helenizados. Mantenía contactos diplomáticos amistosos con Roma. Estaba al Sur del Ebro, por tanto dentro del área de expansión cartaginesa, pero aun así, Roma consideró el incidente como claro “casus belli”, motivo de guerra. Los romanos no ayudaron a Sagunto durante el asedio púnico, que duró ocho meses. Durante el mismo Aníbal fue herido en un muslo por un venablo. La caída de la ciudad levantina en manos cartaginesas supuso el inicio de la segunda guerra púnica, que se desarrollaría entre los años 218 y 201 a.C. Todo hace suponer que Roma estaba deseando entrar en guerra con los cartagineses. Tenía ya preparado su plan de ataque. Sempronio Longo marcharía con una escuadra a Sicilia, para desde allí saltar a África, núcleo del imperio cartaginés. Publio Cornelio Escipión iría a Massalia, la fiel aliada griega, para alcanzar luego la península ibérica, base de los recursos materiales y humanos del estado púnico. El genio táctico de Aníbal arruinó los planes romanos con el inicio de una empresa arriesgada, el asalto de la península itálica. El general cartaginés pensó que si lograba llegar allí, muchos pueblos y ciudades sometidos por Roma se le unirían. Eligió un camino terrestre, para él desconocido. Y es que Roma dominaba los mares. En el trance de tener que cruzar los Alpes, se atribuye a Aníbal la frase: “Encontraremos un camino, y si no, lo crearemos”. Antes de iniciar su marcha, aún en Iberia, dispuso los contingentes de su ejército lo mejor que pudo. Incluso permitió regresar a sus hogares a los que se sentían temerosos por semejante viaje, como es el caso de unos tres mil carpetanos. Tras superar los Pirineos, fueron uniéndosele guerreros de distintas tribus galas, si bien otras le presentaron resistencia. Boyos e ínsubres aprovecharon la expedición cartaginesa para alzarse contra Roma.
Hannón se quedó vigilando las tierras comprendidas entre el Ebro y los Pirineos, mientras que uno de los hermanos de Aníbal, llamado Asdrúbal, se encargó del control del resto de los dominios cartagineses en Iberia, tanto con tropas terrestres como con la ayuda de algunos barcos. Publio desembarcó según lo previsto en la Galia meridional, pero para entonces ya Aníbal había cruzado el Ródano, dirigiéndose hacia el ámbito itálico por regiones desguarnecidas. Dada la gravedad de la situación, Publio regresó a Italia. Confió el ejército a su hermano Cneo, ordenándole que se dirigiera a la península ibérica. Atravesar los Alpes supuso para el ejército cartaginés la pérdida de muchos hombres. Acerca del paso utilizado hay discrepancias, optando algunos historiadores por el Monginevro. Tribus noritálicas bien predispuestas proporcionaron víveres a los soldados púnicos, ayudando a poner en fuga a los contingentes romanos de Cremona y Piacenza. El ejército de Aníbal venció al romano en Tesino, donde la caballería númida aliada de Cartago rompió desde los flancos la formación de los “vélites”, infantería ligera romana armada con jabalinas. Pasado algo más de un mes, en diciembre del 218 a.C., los romanos fueron nuevamente derrotados en la batalla de Trebia, perdiendo aproximadamente un tercio de sus efectivos. En junio del 217 a.C., el ejército de Cayo Flaminio, sometido al hábil despliegue de patrullas y escaramuzas realizado por los púnicos, se dejó atraer a una llanura próxima al lago Trasimeno, rodeada de colinas y bosques en los que se ocultaba la caballería cartaginesa. De este modo, entre la niebla del amanecer, fue fácilmente vencido, sufriendo muchas bajas y rendiciones, así como la pérdida de gran parte de su equipamiento militar, que desde entonces serviría para armar a los púnicos. El propio Cayo Flaminio murió en la jornada.
A medida que se acercaba a Roma, Aníbal se daba cuenta de que su esperanza de separar a ésta de sus aliados era vana. Tuvo que desviarse hacia el Adriático para abastecerse. En su avance hacia el Sur, vio dificultada su acción por Fabio Máximo, gran estratega que eludía los sonoros enfrentamientos directos, optando en cambio por el desgaste progresivo del enemigo mediante la política de la tierra quemada. Fabio Máximo confiaba en que el hambre y el cansancio fueran haciendo mella en el ejército cartaginés. Pero gran parte de la sociedad romana deseaba una victoria rápida y contundente, por lo que el mando de las tropas fue entregado a los dos cónsules recién nombrados, Terencio Varrón y Emilio Paulo. La batalla tuvo lugar en Cannas en agosto del 216 a.C., correspondiendo la victoria nuevamente a los púnicos. Aníbal había dispuesto a los galos en el centro de sus filas, sabiendo que cederían. Así lo hicieron, penetrando por la brecha el ejército romano. Inmediatamente las alas del ejército cartaginés se cerraron sobre él, masacrándolo. Maharbal, prefecto de la caballería púnica, animó a Aníbal a dirigirse hacia Roma para conquistarla. Pero el general consideró que había que sopesar mejor las futuras decisiones militares, rehusando acometer tal plan. Al parecer, no estaba obsesionado con la destrucción de la ciudad de Roma, sino que quería más bien terminar con su fuerza. Incluso si hubiera tomado la gran urbe por entonces, es probable que la guerra hubiese continuado, si bien Tito Livio opina que la prudencia de Aníbal evitó en aquellas circunstancias la ruina de Roma y de su imperio. Algunas ciudades hasta entonces prorromanas se rebelaron. Aníbal consiguió la alianza del rey Filipo V de Macedonia, multiplicando así los frentes a los que tenía que acudir el ejército romano. Los púnicos optaron por dirigirse hacia Capua, iniciándose así un largo período sin grandes batallas, en el que se fueron debilitando por la inacción. Roma recurrió por tanto en el frente itálico a la táctica paciente promovida por Fabio Máximo.
Según el acuerdo suscrito por Aníbal y Filipo V, los cartagineses ayudarían a los macedonios a expulsar de Iliria a los romanos a cambio del apoyo macedónico en territorio itálico. Aníbal obtuvo también el apoyo del tirano siracusano Jerónimo, que pronto sucumbió ante las fuerzas romanas. En el asedio romano a Siracusa murió el sabio Arquímedes, que había participado en el conflicto mediante el diseño de ingenios bélicos. En el año 214 a.C., los romanos detuvieron el avance macedónico por Iliria. En el 212 a.C., Roma suscribió un acuerdo con la Liga Etolia, Esparta, Mesenia, Pérgamo y otros estados griegos. Logró así poner de su parte a los enemigos de Macedonia. Filipo V se vio cercado en su propio territorio, por lo que no pudo acudir en auxilio de Aníbal. Roma fue adquiriendo ventaja en la guerra contra los cartagineses. Recuperó Tarento y otros enclaves que habían aprovechado la expedición púnica para rebelarse. En el 205 a.C., los romanos firmaron con los macedonios la paz de Fénice. Diversos estados helenísticos fueron considerados desde entonces por Roma como “foedere adscripti”.
Cneo Cornelio Escipión había desembarcado con su ejército en Ampurias en el 218 a.C. Intentó someter diversas tribus indígenas que poblaban la actual Cataluña. Cerca de Kese, ciudad identificable con la posterior Tarraco, Cneo derrotó a los cartagineses de Hannón, arrebatándoles además muchos bienes. La ciudad de Kese fue ocupada, pasando a ser una importante base de operaciones para Roma. Asdrúbal, que había partido para ayudar a Hannón, al enterarse del desastre sufrido por éste, regresó a Cartagena tras causar algunos daños al ejército romano e instigar a los ilergetes contra Cneo. El general romano logró someter a ilergetes, lacetanos y ausetanos, asegurándose el control de las tierras situadas al Norte del Ebro. Empezó a reclutar mercenarios entre la población autóctona. Tras el invierno, los cartagineses decidieron atacar a los romanos por tierra y por mar. Cneo dividió también sus fuerzas en dos contingentes, planteando el combate en el mar, en la zona de la desembocadura del Ebro. Los romanos consiguieron apresar numerosas naves púnicas, pero el ejército cartaginés seguía intacto. Los meses siguientes ambos ejércitos permanecieron vigilantes, separados por el Ebro, entablando negociaciones con los indígenas de sus territorios. Llegó a la península el hermano de Cneo, Publio Cornelio Escipión. Ambos reactivaron las operaciones contra los cartagineses, todavía en la campaña del 217 a.C. Cuando Asdrúbal se estaba preparando para marchar con su ejército a la península itálica en apoyo de su hermano Aníbal, estalló una rebelión en la Turdetania. Logró sofocarla con dificultades, partiendo después hacia el Ebro. Poco antes, Cartago había enviado tropas y naves a Iberia al mando de Himilcón. Cneo y Publio sitiaron la ciudad de Hibera, tal vez Tortosa. Asdrúbal por su parte atacó enclaves aliados de los romanos. Los dos ejércitos entablaron batalla, saldada con la victoria de los romanos, que así garantizaban su presencia militar al Sur del Ebro, evitando a la vez que Asdrúbal acudiera al frente itálico. Los romanos intentaron hacer ver a los indígenas que venían para liberarlos de la opresión púnica, ocultando sus futuros proyectos imperialistas. De este modo, algunas ciudades ibéricas se pasaron al bando romano. Tras los brillantes éxitos militares de Aníbal en el marco itálico, la lucha se había estabilizado, y tenía ahora como eje principal la península ibérica. Aquí, la victoria cartaginesa supondría la posibilidad de atacar nuevamente Italia, mientras que la victoria romana facilitaría la posible invasión de África.
El ejército púnico en Iberia quedó dividido en tres cuerpos, dos de ellos dirigidos por hermanos de Aníbal (Asdrúbal y Magón) y otro liderado por Bomílcar. Estos contingentes pretendían restablecer el dominio cartaginés al Sur del Ebro, para luego acudir en ayuda de Aníbal. Dos operaciones militares cartaginesas resultaron fallidas, pues no se pudieron tomar ni Iliturgis (tal vez la ciudad jienense de Mengíbar) ni Intibilis (tal vez el poblado castellonense de La Jana). Los romanos consiguieron reconquistar Sagunto e intentaron alzar en contra de los púnicos las poblaciones del Alto Guadalquivir. Cástulo se pasó temporalmente al bando romano. La actividad diplomática desplegada por entonces por los romanos fue intensa. En África quisieron convencer al rey númida Sífax de que apartara a sus soldados del ejército púnico que operaba en Iberia. El ejército romano comenzó a incorporar en sus filas mercenarios celtíberos. Giscón sustituyó a Bomílcar al mando de uno de los tres cuerpos del ejército cartaginés. Llegados al Sur peninsular, Publio y Cneo dividieron su ejército en dos cuerpos. Estaba previsto que Publio atacase a las fuerzas de Magón y Giscón, mientras que Cneo iría al encuentro del ejército de Asdrúbal. Las tropas de Magón y Giscón se vieron auxiliadas por la excelente caballería del reyezuelo númida Masinisa y por numerosos suessetanos dirigidos por el caudillo ilergete Indíbil. El enorme ejército púnico derrotó a las tropas romanas de Publio, dando además muerte a éste. Entretanto, Cneo vio cómo sus mercenarios celtíberos desertaban tras haber sido comprados por Asdrúbal. Cneo emprendió la huída con su ejército y los restos del de su hermano. Fue perseguido por los tres líderes cartagineses, y batido en las proximidades de Ilorci (quizás Lorca), resultando también muerto. Estos episodios bélicos, acaecidos hacia el 211 a.C., se conocen como el desastre de los Escipiones.
Los efectivos romanos supervivientes marcharon al Norte del Ebro, y eligieron como jefe a Marcio, el cual logró reorganizar las fuerzas romanas y venció en distintos choques a Giscón y a Magón. El senado de Roma puso al mando de las tropas destinadas en Iberia a Claudio Nerón. Éste logró tender una emboscada al ejército de Asdrúbal en un lugar conocido como Piedras Negras. La excesiva prudencia de Claudio Nerón hizo que el senado enviara en su lugar a Publio Cornelio Escipión, hijo del anterior, un joven que legalmente no podía desempeñar ese cometido, pero que contaba con el apoyo popular y un gran genio táctico. A su lado marchó como propretor Junio Silano. Ambos llegaron a la península ibérica con dos nuevas legiones avanzado el 210 a.C., y dedicaron el resto del año a trazar alianzas con los indígenas. Los tres cuerpos del ejército cartaginés se posicionaron de la siguiente manera: Giscón acampó en la costa atlántica, en torno a Gades; Magón al Norte de Sierra Morena; y Asdrúbal en la costa levantina, entre el Ebro y Sagunto. A principios del 209 a.C., Escipión tomó por sorpresa Cartago Nova, invadiéndola desde el mar, aprovechando un momento de marea baja. Privaba así a los púnicos de una gran baza estratégica y productiva. Poco después se hizo con el control de la ciudad de Baria (Villaricos). Se ganó el favor de diversos pueblos devolviendo a los mismos los rehenes indígenas que habían estado en poder cartaginés, adquiriendo así fama de clemente. Sífax, viendo el curso de los acontecimientos, favorable ahora a los romanos, se apresuró a pactar con ellos. Las tropas cartaginesas, algo desconcertadas, sólo pudieron contraer vagas alianzas con pueblos del interior. Los edetanos de Edecón, los ilergetes de Indíbil y los ausetanos de Mandonio pasaron a apoyar a los romanos, que dirigieron su acción a la toma del Alto Guadalquivir. Asdrúbal estableció su campamento en la región de Cástulo. En el 208 a.C. tuvo lugar la batalla de Baecula, librada en el ámbito jienense, que supuso un gran triunfo para el ejército romano, dejando además a los cartagineses prácticamente sin aliados entre los indígenas, cada vez más atraídos por la personalidad y el modo de obrar de Escipión.
Los púnicos replantearon su acción. Decidieron que Asdrúbal iría con su ejército a Italia para apoyar a Aníbal. Magón iría a las Baleares para reclutar honderos. Y Giscón se retiraría con Masinisa al fondo de la Lusitania para reorganizar el ejército y defender, sin entrar en combate abierto, las últimas posesiones cartaginesas en la península ibérica. Asdrúbal rebasó los Pirineos por su parte Occidental e invernó en la Galia. Pasó los Alpes en la primavera de 207 a.C., pero fue detenido en el río Metauro, donde resultó derrotado y muerto. Su cabeza fue enviada a Aníbal para intentar que el desánimo prendiese en éste. Cada vez era más difícil que Aníbal pudiese recibir refuerzos. Sobre sus posiciones en la península itálica se cernía el cerco romano. Antes de su expedición baleárica, Magón intentó hacerse con el servicio de mercenarios en la Celtiberia. Fue derrotado por las fuerzas dirigidas por Junio Silano. Los soldados púnicos supervivientes marcharon junto a Giscón, que defendía la zona de Gades. El hermano de Publio, llamado Lucio, sometió la ciudad de Orongis (tal vez Jaén). Las tropas de Publio y de Junio Silano se unieron en su avance por el Guadalquivir. El choque con los cartagineses de Giscón se produjo en el ámbito sevillano, en las proximidades de Alcalá del Río o de Carmona, saldándose con la victoria romana. Contribuyeron a ésta algunas tribus turdetanas aliadas con los romanos. Masinisa optó entonces por pasarse al bando romano. Las fuerzas restantes de Giscón y Magón huyeron al área gaditana.
El ejército romano fue asegurándose el control del valle del Guadalquivir, sofocando algunos núcleos rebeldes de actitud filopúnica, como Cástulo e Iliturgis. Una de las ciudades que opuso mayor resistencia a los romanos fue Astapa (Estepa), que cayó tras muestras de extremo sacrificio por parte de su población. Ello lleva a pensar que tanto Astapa como otras ciudades del Sur peninsular pudieron tener entre sus habitantes numerosos colonos púnicos. En el campamento romano de Sucro, emplazado en el curso final del río Júcar, se produjo una sublevación de soldados romanos, dolidos por no recibir la paga o el botín deseados. Magón, avanzando desde Gades, intentó sin éxito recobrar el control de Cartago Nova. Al regresar, los gaditanos no le permitieron entrar en la ciudad, pues habían decidido entregarse a Roma. Como castigo, mandó crucificar a algunos de sus magistrados, salidos de la urbe para darle explicaciones. Partió hacia las Baleares, reclutando en Menorca un buen número de honderos. Es probable que el puerto de Mahón deba su nombre al pequeño de los Barca. Desde las Baleares alcanzó Liguria. Logró tomar Génova e inestabilizó durante casi tres años el Noroeste de Italia. Murió al regresar en barco hacia Cartago para intentar auxiliar con su ejército a ésta. Aníbal sí que consiguió llegar para participar en la defensa de Cartago, pero no pudo evitar la victoria romana en Zama, en el 202 a.C. Triunfó por tanto la decisión de Publio de llevar la guerra a África. Desde entonces se le conocería como “el Africano”.
En el 201 a.C. terminó la segunda guerra púnica. Se impuso a Cartago el pago de una fortísima indemnización. El estado cartaginés vio muy limitado su territorio, resultando en cambio favorecido Masinisa, que pasó a ser rey de Numidia. Roma prohibió además a los cartagineses hacer la guerra en África sin su permiso, así como toda aventura expansionista por Europa. De su imponente flota, sólo se le permitió conservar diez trirremes. Las consecuencias de la guerra y del acuerdo de paz fueron terribles para Cartago, que dejó de ser una potencia mediterránea y una rival para Roma. A pesar de ello los romanos mantuvieron su animadversión hacia Cartago, proyectando su futura aniquilación. La mediana base poblacional con que contaba Cartago y su obligado internamiento político en el ámbito tunecino hacían prever que jamás volvería a ser lo que fue. Pasaba a convertirse en la gran derrotada de la historia, metáfora del ardor bélico cercenado por su endeble configuración sociopolítica. En cuanto a Aníbal, aquejado de glaucoma u otra enfermedad oftálmica en uno de sus ojos, encabezó el partido democrático en su ciudad, intentando reorganizar el estado. Las presiones de los oligarcas, los cuales no dudaron en informar a Roma sobre el activo comportamiento político de Aníbal, obligaron a éste a exiliarse en el 195 a.C. Colaboró con el rey seléucida Antíoco III en sus enfrentamientos contra los romanos. Fue después bien recibido en Armenia y en Bitinia, donde impulsó respectivamente la planificación urbanística de las nuevas ciudades de Artashat y Bursa, dando muestras de su mentalidad próxima al helenismo. Hacia el año 183 a.C., viéndose cada vez más acosado por las autoridades romanas, que reclamaban insistentemente su entrega, se envenenó.
LA ESCASA MOVILIDAD SOCIAL
Institucionalmente el siglo III a.C. supuso la consolidación del régimen republicano. Se formó un grupo oligárquico con aspiraciones de casta que se convirtió en un factor de inestabilidad. La ley Hortensia del 287 a.C. apaciguó un tanto las relaciones entre patricios y plebeyos, si bien pervivieron ciertos conflictos. La inserción de la “nobilitas” patricio-plebeya aportó aire fresco a la alta sociedad romana. Esta nobleza se formó por la unión de grandes familias patricias y algunas familias plebeyas de relieve. Era un grupo social que no estaba legalmente regulado. Ello limitó su composición a muy pocas familias, las cuales monopolizaron las más altas magistraturas, hecho que se constata a través de las listas consulares. En el siglo III a.C. el consulado estuvo en manos de unas veinte familias. Disminuyó el número de “homines novis”, nombre que se daba a los que alcanzaban distinción social por sus propios méritos. La movilidad social era muy escasa. Había pocas perspectivas de ascenso social.
EL PRIVILEGIADO ORDEN SENATORIAL
La “nobilitas” se inscribía dentro del orden senatorial. Éste se componía de los trescientos senadores, designados cada cinco años por los censores a través de la “lectio senatus”, que incluía no sólo a los que hubiesen desempeñado una magistratura curul, sino también a antiguos tribunos de la plebe, a personajes que hubieran realizado proezas militares y a otros ciudadanos ilustres. El orden senatorial sufrió importantes pérdidas humanas durante la segunda guerra púnica, reflejando por tanto las bajas que en su conjunto sufrió la sociedad romana por entonces. El senado era el instrumento de poder más fuerte del estado romano. A pesar de ser en teoría sólo un órgano deliberativo, se fue convirtiendo en un órgano de gobierno. Tenía poder en diversos asuntos, como los religiosos y los relacionados con la política exterior, pudiendo declarar la paz o la guerra. Definía las provincias y tenía competencias fiscales. Administraba los bienes del estado, imponía tributos, acuñaba moneda… El senadoconsulto, “senatusconsultum”, consistía en la opinión o parecer del senado acerca de cualquier asunto que tuviese que resolver un magistrado. En época republicana no tenía carácter vinculante, pero irá derivando en época imperial hacia medidas con fuerza de ley. La abreviatura monetal SC hacía referencia a este permiso o decreto senatorial. El senado era el poder máximo en lo relativo al derecho penal. Se le escapaban las competencias legislativas y electorales, aunque actuaba en estos asuntos indirectamente.
EL “CURSUS HONORUM”
El estado romano se convirtió en una república aristocrática. Su principal objetivo era seguir siendo aristocrática y evitar la aparición de déspotas y tiranos. La mentalidad helenística en cambio admitía la figura del rey o la entrega del poder a individuos carismáticos. Las magistraturas romanas eran casi acaparadas por el orden senatorial, tanto por su capacidad económica como por su preparación intelectual y política. Los jóvenes patricios adquirían valiosos conocimientos que les servían para desarrollar su carrera política. Se llevó a cabo la regulación del “cursus honorum”. El personaje tenía que ocupar primero la cuestura, relativa a las finanzas. Luego accedía a la edilidad, relativa a la administración municipal. Más tarde llegaba a la pretura, relacionada con los asuntos jurídicos. Había un pretor urbano para los ciudadanos romanos y un pretor peregrino para los extranjeros. Finalmente se accedía al consulado. Los cónsules normalmente se consultaban entre sí, especialmente en las decisiones que afectaban de manera directa a la ciudad. La gran actividad militar hizo necesario el empleo de numerosos funcionarios, lo que derivó en la existencia de procónsules y propretores. Se intentó evitar que un solo individuo acumulase mucho poder con más de una magistratura o perpetuándose en la misma. Cada ciudadano no podía ejercer simultáneamente varias magistraturas. La misma magistratura no la podía ejercer dos veces a menos que hubiese pasado un período de al menos diez años. Existían unas edades mínimas para poder acceder a los distintos cargos. En época de los hermanos Graco (133-121 a.C.) estas edades fueron elevadas, a pesar de la baja esperanza de vida. No se perdió la idea de que era en el conjunto del pueblo romano en el que reposaba la soberanía del estado. El ejercicio popular del poder estaba muy mediatizado por los magistrados, pertenecientes a la “nobilitas”.
EL RITUALISMO RELIGIOSO
Los magistrados controlaban las asambleas y monopolizaban la autoridad religiosa. “Religio” hacía referencia a la correcta relación de los hombres con los dioses. Esta relación se establecía sobre el respeto de unos rituales concretos, tanto en lo público como en lo privado. La fe era considerada como algo distinto, no imbricado necesariamente con la religión. Los preceptos de la religión eran bien conocidos por la nobleza. Había cuatro colegios sacerdotales principales que se encargaban de los asuntos religiosos. El colegio de pontífices (término proveniente del funcionario que en época remota se encargaba de mantener el buen estado del puente sobre el Tíber) estaba compuesto por miembros de la nobleza. Los pontífices podían legalizar algunos actos de derecho público, como la guerra. Los augures controlaban todo lo relacionado con los auspicios, practicando la adivinación. Se encargaban de consultar la voluntad divina al emprender acciones notables, hasta el punto de que podían bloquear el funcionamiento de los mecanismos del estado. Interpretaban las señales del cielo, los sonidos, movimientos, y actitudes de los animales, y los acontecimientos imprevistos de apariencia extraordinaria. Los arúspices, cargo de origen etrusco, examinaban las entrañas de los animales sacrificados para obtener presagios sobre el futuro. Cicerón se mostrará escéptico en lo relacionado con las prácticas adivinatorias, pero defenderá en cambio la pervivencia de los rituales religiosos tradicionales. Los epulones o septenviros dirigían los convites ofrecidos a los dioses para aplacar su ira. La religiosidad doméstica, cuyas prerrogativas correspondían al padre en cada familia, incluía el culto al hogar (dispensado a Lares y Penates), el culto al “Genius” (relacionado con la fertilidad), y el culto a los antepasados (Manes).
LAS REDES CLIENTELARES
Los nobles tenían también controlado el “mos maiorum”, el derecho consuetudinario, basado en las costumbres. Disponían de una considerable capacidad socioeconómica, grandes propiedades agrícolas y redes clientelares. Estos clientes ya no tenían un origen gentilicio, sino que serían personas libres que habían deseado vincularse a los poderosos, o que habían llegado a esa situación por diversas circunstancias. Esa dependencia podía tener fundamentos étnicos, geográficos, laborales… Era una dependencia que excedía lo puramente personal, trascendiendo al ámbito político. Los clientes obtenían protección y sustento. Se presentaban periódicamente en casa del patrón para que éste les asignase las funciones a desempeñar.
LOS NEGOCIOS
Algunos individuos romano-itálicos pasaron a dedicarse con exclusividad a los negocios. La conquista romana de Sicilia provocó el que una parte del territorio conquistado fuese arrendado. La recaudación, conforme al sistema del Egipto helenístico, fue encomendada por alquiler a determinadas personas. El comercio y la creación de las provincias multiplicaron los peajes aduaneros, también arrendados a individuos concretos. Estos controlaban además todo lo relativo a las empresas públicas. Surgió por tanto el notable grupo social de los publicanos, con conciencia de clase y opuesto a la aristocracia senatorial. Su poder fue incrementándose, debido en parte a los abusos cometidos. La ley Claudia del 218 a.C. prohibió a los senadores y a sus hijos tener una nave de capacidad de carga superior a las trescientas ánforas. Se pretendía así que no se involucrasen en el comercio marítimo, si bien con frecuencia burlaban esta medida mediante testaferros. La industria, muy artesanal, no avanzó demasiado. Estaba aún muy ligada a los gremios. Entres sus ramificaciones estaban la textil, la tintorería y los curtidos. La industria textil era principalmente doméstica, y estaba en manos femeninas.
EL SISTEMA MONETARIO
La actividad comercial adquirió gran desarrollo en el siglo III a.C. El comercio romano estaba especialmente orientado hacia el ámbito helenístico. Roma, influida por las prácticas transaccionales griegas, empezó a acuñar moneda, lo que supuso un incentivo mercantil y facilitó el pago del salario de los soldados. Inicialmente se pusieron en circulación grandes ases de bronce y piezas menores de plata, las cuales imitaban las didracmas griegas. Los principales divisores del as eran el semis, el triente, el cuadrante, el sextante y la uncia. El estado optó por representar en los pesados ases la cabeza de Jano bifronte en los anversos y la proa de una embarcación en los reversos. Los ases fueron perdiendo progresivamente peso, hasta que se impuso el as uncial. Entre las primeras monedas romanas de plata se encuentran los cuadrigatos y los victoriatos, así denominados por los símbolos que llevaban. Desde el 211 a.C. se acuñaron en plata los llamados denarios, que tendrán gran éxito e irán multiplicando sus motivos iconográficos, relacionados a veces con la gens de quien temporalmente ostentaba el derecho de acuñación. El valor inicial del denario era de diez ases. El quinario consistía en medio denario. La moneda áurea era todavía muy poco empleada. Entre los múltiplos del as aparecieron el dupondio, equivalente a dos ases, y el sestercio, que valía al principio dos ases y medio.
LAS PROPIEDADES AGRÍCOLAS
En el siglo III a.C. se aprecia el crecimiento de las propiedades agrícolas, gracias en gran medida al expansionismo romano. Las tierras de los enemigos, una vez conquistadas, pasaban a ser propiedad del estado. Eran teóricamente administradas por el senado, pero pronto solían ser alienadas conforme a distintas regulaciones públicas. Algunas tierras eran dejadas en manos de sus antiguos propietarios a cambio de unos impuestos. Otras tierras, parceladas, eran repartidas entre ciudadanos libres a través del establecimiento de una colonia. La mayor parte del “ager publicus” consistía en tierras incultas cuyo derecho de explotación era adjudicado a cambio del pago de una renta. Los límites de estas tierras no estaban estrictamente definidos, lo que favorecía la extensión de la ocupación por parte de la “nobilitas”. Se trataba de un asunto que hacía chocar los intereses de patricios y plebeyos, pues estos últimos querían poner límites precisos al latifundismo para poder tener un acceso más fácil a la propiedad de la tierra. En el siglo III a.C. se adoptaron nuevas medidas institucionales relacionadas con los asuntos agrarios. Aumentaron las tribus rústicas, que pasaron a ser 31, incrementando así su influencia política. Los libertos sólo podían incorporarse a alguna de las cuatro tribus urbanas.
Fueron reformados los comicios centuriados, tanto en su estructura como en la distribución de las unidades de voto. El número total de centurias se mantuvo en 193. Las de primera clase se rebajaron a 70, lo que en las votaciones benefició a las de segunda. Se dio una mayor participación política popular. Y es que el mediano propietario agrícola todavía era importante, no habiendo alcanzado aún los latifundios su máximo desarrollo. La mano de obra romana no era fundamentalmente esclava. La segunda guerra púnica sí que supuso un gran incremento del número de esclavos. En épocas anteriores se prefería pedir un rescate por los prisioneros antes que esclavizarlos.
LA INFLUENCIA GRIEGA EN LA RELIGIÓN
La influencia cultural griega en el mundo romano se hizo especialmente patente en la religión. Los romanos admitían la ampliación de su panteón a través de la naturalización de dioses foráneos. Un colegio sacerdotal se encargaba de naturalizar los cultos extranjeros. Este colegio podía proponer la inclusión de otros cultos. Llegaron a Roma numerosas prácticas religiosas griegas y próximo-orientales. Se introdujo el culto a Cibeles y Asclepios. Se difundieron divinidades que eran en realidad abstracciones, antes poco conocidas en Roma. Es el caso de la Victoria, la Fortuna, la Salud… Se afianzaron además los cultos romano-itálicos, como el dispensado a Velona, así como instituciones propias, como la “Fides”, diosa relacionada con la lealtad que cada ciudadano debía mantener hacia el estado. La relación entre hombres y dioses no se basaba en la fe, sino más bien en la corrección ritual.
LA INFLUENCIA GRIEGA EN LA LITERATURA
Un género literario tradicional de Roma había sido la poesía gnómica, simplemente la tendencia a incluir en pocos versos dichos sentenciosos. La rima actuaba como auxilio de la memoria. La literatura latina partió del modelo helenístico. El tarentino Livio Andrónico fundó en Roma una escuela de gramática latina, sentando así las bases para el posterior desarrollo literario de un idioma destinado a extenderse con rapidez por amplios territorios. Tradujo la Odisea al latín como texto escolar, no literalmente, sino incluyendo versos saturnios, de ritmo mal conocido. La elección de la Odisea, cuyos pasajes aún hoy en día se usan para el aprendizaje del latín, suponía el deseo de hacer más presente en la cultura romana el mito troyano, tratándolo desde una perspectiva muy crítica hacia los aqueos, y mucho más favorable a los teucros. Esta simpatía hacia la causa troyana desembocará ya en el siglo I a.C. en la redacción de la Eneida por parte de Virgilio, autor vinculado a la propaganda augustea. La epopeya pretende enlazar genéticamente a troyanos y romanos mediante la figura de Eneas, príncipe dárdano llegado al Lacio tras un buen número de peripecias, adquiriendo el poema por tanto muchos de los rasgos de los “nostoi”. Cneo Nevio y Fabio Píctor optaron por una literatura de corte patriótico. Cneo Nevio escribió “Bellum Punicum”, obra políticamente sesgada en la que alababa el destino histórico de Roma. Fabio Píctor es considerado el creador de la historiografía romana, si bien escribía en griego. Representaba el filohelenismo de algunos sectores aristocráticos romanos. Intentó justificar en sus obras las guerras emprendidas contra Cartago.
LA RIVALIDAD ENTRE SELÉUCIDAS Y LÁGIDAS
El equilibrio de poderes existente en el ámbito helenístico empezó a resquebrajarse a fines del siglo III a.C. Había tensiones graves en el área sirio-palestina y en el mar Egeo. La monarquía seléucida atravesaba por una crisis debida a problemas dinásticos. Se vio favorecido el heredero legítimo Antíoco III, conocido más tarde como “el Grande”. En Asia Menor se estableció un poder autónomo ejercido por Aqueo, rival de Antíoco III. Éste vio además cómo en Irán se le rebelaban una serie de gobernadores. En el 221 a.C. se presentó una situación favorable para los intereses seléucidas, al heredar el trono egipcio el débil Ptolomeo IV. Poco después estalló la cuarta guerra de Siria (219-217 a.C.), que enfrentó a lágidas y seléucidas por la posesión de la Celesiria. Los seléucidas lograron apoderarse de parte de la Celesiria y del puerto de Seleucia de Pieria (la actual ciudad turca de Samandağ). Pero fueron derrotados en la batalla de Rafia por el visir greco-egipcio Sosibio. La paz subsiguiente supuso que toda la Celesiria, salvo el puerto de Seleucia de Pieria, quedase en poder de Ptolomeo IV. Antíoco III se centró entonces en los problemas surgidos en los territorios orientales de su imperio, emprendiendo una ambiciosa expedición para retomar el control de Irán.
LA PRIMERA GUERRA MACEDÓNICA
En el ámbito egeo eran claras las ambiciones hegemónicas del reino de Macedonia. Entre el 221 y el 179 a.C. reinó en Macedonia el antigónida Filipo V, que deseó siempre actuar como árbitro en los conflictos que se originasen entre las diferentes ciudades de la Grecia continental. Los etolios se sentían perjudicados por el expansionismo peloponésico de la Liga Aquea. Decidieron atacar a los aqueos, que recurrieron a la mediación macedónica. Filipo V obligó a la Liga Panhelénica a votar a favor de la guerra contra los etolios. Este conflicto en realidad no le interesaba demasiado a Filipo V, más preocupado por el protectorado ilirio establecido por los romanos. El conflicto con los etolios se resolvió en la paz de Naupacto. Filipo V quiso aprovechar el estallido de la segunda guerra púnica y su curso inicial desfavorable para los romanos para hacerse con el control de Iliria. En el 216 a.C. se dirigió contra Apolonia, pero una escuadra romana le persuadió para huir. Al año siguiente pactó con Aníbal. Según el tratado, sólo conocido fragmentariamente, en caso de victoria aliada se procedería a un hipotético reparto del mundo, conforme a las tradicionales áreas de influencia de Macedonia y Cartago.
La primera guerra macedónica, librada entre romanos y macedonios, no tuvo acciones militares de gran alcance. Una escuadra romana vigilaba diligentemente el estrecho de Otranto. Filipo V ordenó construir una importante flota que le permitiese combatir contra los romanos en el mar. Atacó algunas ciudades costeras, pero tuvo que retroceder. Roma se atrajo a su causa a los enemigos de Macedonia, entre los que estaban Pérgamo y los etolios. El acuerdo romano-etolio implicaba el ataque terrestre etolio a los macedonios con el apoyo naval romano. La primera guerra macedónica transcurrió paralelamente a la segunda guerra púnica. El conflicto se agrandó con la implicación militar de las potencias griegas amigas y enemigas de Macedonia. Roma se fue retirando del conflicto para atender los frentes occidentales. Los etolios, con escasas capacidades y con bastante mala fortuna, asumieron el peso de la guerra contra Filipo V, viéndose finalmente obligados a pactar con él. Roma llegó también a un acuerdo con el soberano macedónico en el año 205 a.C., la paz de Fénice, en función de la cual renunciaba a buena parte de su protectorado ilirio. Roma conservó tan sólo algunas ciudades costeras de Iliria, pero consiguió a cambio que Macedonia se abstuviese de prestar apoyo militar a los cartagineses. La paz de Fénice reguló precariamente las fronteras romano-macedónicas, de modo que la inestabilidad pervivió. Irreversiblemente los romanos habían tomado contacto con el guerracivilista mundo griego. En la paz de Fénice se mencionó a diversos estados helénicos que se declararon “foedere adscripti” de Roma, hecho explicativo de la posterior intervención romana en Grecia. Se trataba de momento de una amistad que no implicaba sometimiento. Entre estos estados estarían Pérgamo, Esparta, Mesenia y Élide.
Las relaciones entre Roma y sus “foedere adscripti” griegos eran bastante ambiguas. Según las circunstancias y sus intereses, Roma intervenía o no en favor de sus amigos. Filipo V había volcado su política en el mar Egeo. En este ámbito los macedonios chocaron con Pérgamo y con los seléucidas. Filipo V inquietó con sus actividades militares a la comercial isla de Rodas, que defendía la libertad de circulación por los estrechos. El estado egipcio experimentó una nueva crisis, a pesar de la victoria obtenida sobre Antíoco III. Y es que en Egipto se combinaban los problemas dinásticos, las tendencias secesionistas y las corrupciones de los altos funcionarios. En el 204 a.C. se convirtió en nuevo faraón Ptolomeo V, siendo aún sólo un niño. Antíoco III intentó aprovecharse de esta situación. Llegó a un pacto secreto con los macedonios para el futuro reparto de las posesiones territoriales que los lágidas tenían en Celesiria y Asia Menor. Si bien el pacto no planteaba la eliminación del estado egipcio. Se desencadenó así la quinta guerra de Siria (202-195 a.C.).
LA SEGUNDA GUERRA MACEDÓNICA
Antíoco III se apoderó de la Celesiria. Roma sólo intervino diplomáticamente para reconocer las conquistas realizadas por el soberano seléucida frente a los egipcios, obteniendo a cambio su neutralidad en las futuras guerras entre Macedonia y Roma. Filipo V entretanto extendió su poder por Tracia y los estrechos. Luego atacó las costas de Asia Menor. Rodas y Pérgamo se dirigieron al senado romano para conseguir ayuda militar contra Filipo V. Estalló así la segunda guerra macedónica en el año 200 a.C. Una serie de factores pusieron en marcha el conflicto. Rodas y Pérgamo se veían muy perjudicadas por el reciente dominio macedónico de los estrechos. Rodas se veía además amenazada por la presencia en Celesiria de Antíoco III. Filipo V atacó Atenas, la cual también solicitó la ayuda romana. Para declarar la guerra a los macedonios, Roma definió los acontecimientos justificantes y sus motivos. Ante la petición de ayuda de Pérgamo y Rodas, los romanos enviaron a Grecia una comisión investigadora que entregó un documento a Filipo V. No era un ultimátum, sino un ejercicio de propaganda política mediante el cual los romanos manifestaban su deseo de defender la libertad de los griegos. Filipo V no atendió a estos requerimientos y continuó con su política expansionista por el Egeo atacando el Ática y sitiando Abydos. Los romanos hicieron desembarcar un ejército en Iliria. Esta guerra le venía bien a Roma para poder proseguir con su escalada imperialista y con su expansionismo territorial. Oriente atraía a la sociedad romana, que deseaba impregnarse de su influjo cultural y de sus refinadas costumbres.
La segunda guerra macedónica fue bien narrada, aunque a posteriori, por Polibio, historiador nacido en Megalópolis justo el año en que se inició el conflicto. Filipo V, tras conquistar Abydos, regresó a Macedonia para prepararse ante los previsibles ataques romanos. Antíoco III permaneció neutral. Filipo V se vio diplomáticamente aislado, pues ni siquiera obtuvo la alianza de la Liga Aquea. Roma, además de contar con el apoyo militar de Pérgamo y Rodas, atrajo a su bando a diversas tribus bárbaras situadas al norte de las fronteras de Macedonia. Filipo V logró inicialmente detener a las fuerzas enemigas en Tesalia. Los romanos encargaron la dirección de la guerra al cónsul Flaminino, declarado filoheleno. Éste aseguraba que quería expulsar a Filipo V de Grecia para proclamar la libertad de los griegos. La guerra se prolongó, acentuando el aislamiento y el desgaste de los macedonios. Los aqueos empezaron a apoyar también a los romanos. En el 197 a.C. se produjo en Tesalia la batalla de Cinoscéfalos, en la que fue derrotado Filipo V. El rey macedónico también sucumbió en Asia Menor ante el ejército del rey Átalo I de Pérgamo. Todos entonces se cernieron sobre Macedonia, que tuvo que firmar en el 196 a.C. la paz de Tempe. Filipo V se vio obligado a evacuar sus posesiones en Asia y Europa. Restituyó los barcos y los hombres apresados. Financió la reconstrucción de los monumentos destruidos en Pérgamo. Redujo su potencial militar. Roma por su parte estableció en los Balcanes una política de “amicitia”. En el 196 a.C. se celebraron unos juegos ístmicos en los que Flaminino leyó la solemne declaración de liberación de los estados griegos. Guarniciones romanas fueron establecidas en ciudades griegas estratégicas para frenar así las ambiciones de etolios y aqueos, los cuales se habían visto muy favorecidos por el resultado de la guerra.
Los aqueos se vieron ayudados por Roma en su conflicto con los espartanos. En Esparta reinaba Nabis, que deseaba realizar unas reformas sociales profundas y renovar el funcionamiento político y militar de su polis. Nabis conquistó Argos. Los aqueos protestaron y consiguieron la colaboración romana. Flaminino declaró la guerra a Esparta, que intentó evitar el choque con los romanos. Estos sin embargo deseaban realizar una ejemplar distinción entre sus aliados y no aliados, contribuyendo así a dividir a los griegos en dos bandos. Nabis fue pronto derrotado. Roma le permitió continuar con el título de rey de Esparta y respetó el dominio espartano de Laconia. Y es que los romanos no deseaban la exclusividad del poder aqueo en el Peloponeso. En el 194 a.C. las tropas romanas evacuaron el territorio griego. Se llevaron de Grecia multitud de obras de arte, expoliándola en gran escala con la excusa de querer aprender a emular sus admirables creaciones. Flaminino, aunque admiraba la cultura griega, desconfiaba de los griegos, a los que consideraba instintivamente rebeldes y fraticidas. Roma estableció en Grecia una especie de libertad vigilada, convirtiéndose en árbitro entre las distintas ciudades griegas. Fue reconstituida la Liga Panhelénica, con sede en Corinto.
LA GUERRA CONTRA ANTÍOCO III
Antíoco III se había mantenido neutral durante la guerra entre los romanos y los macedonios. Tras conquistar Celesiria, llevó sus ambiciones hacia las costas minorasiáticas. Se vio estimulado por la derrota macedónica. Se encontró con la oposición de varias ciudades, entre las que destacaban Esmirna y Lámsaco. Estas ciudades buscaron la ayuda romana. Roma invitó a Antíoco III a renunciar a sus acciones militares en Asia Menor. Se dio paso a un período de paz tensa. El arbitraje helénico que Roma se había arrogado ponía en una difícil situación al rey seléucida. Según Polibio, la causa inmediata del estallido de la guerra estuvo en la actitud etolia. Y es que los etolios querían aprovechar el derrumbe macedónico en beneficio propio, perdiendo toda perspectiva realista con respecto a sus limitados resortes estatales. Deshaciéndose de la vigilancia romana, quisieron formar una coalición contra Roma y contra los aliados aqueos de ésta. Intentaron involucrar en el conflicto a Filipo V y a Antíoco III. Los aqueos declararon la guerra a Esparta. Entonces los etolios rompieron manifiestamente su amistad con Roma para obtener el apoyo de Antíoco III. Propusieron al soberano seléucida la idea de que todos los griegos le considerarían como un libertador de la molesta supervisión romana, lo cual no era cierto. Antíoco III se presentó en Grecia como defensor de las libertades de la pluralidad helénica, pero la acogida que recibió fue más fría de lo que esperaba. Filipo V, ya escaldado de sus luchas contra Roma, se mantuvo en esta ocasión neutral. Los beocios y otros pueblos griegos se unieron a la coalición antirromana.
La guerra entre Antíoco III y los romanos se decantó en favor de estos últimos en el 191 a.C. con la victoria itálica en una batalla librada en el simbólico paso de las Termópilas. Los etolios presentaron aún a los romanos una dura pero inútil resistencia. Roma consideró que era preciso eliminar al inquieto rey seléucida para estabilizar la región. Llevó por ello la guerra a Asia. Lucio Cornelio Escipión y su hermano Publio Cornelio Escipión “el Africano” se encargaron de la conducción del ejército romano. Los Escipiones adquirieron el progresivo control naval de las operaciones. Antíoco III tuvo que ir abandonando posiciones estratégicas, retrocediendo hacia el núcleo de su reino. Fue derrotado en el 190 a.C. en la batalla de Magnesia del Sipilos. Muchas ciudades helénicas de Asia se pasaron al bando romano. Se iniciaron las conversaciones de paz en Sardes. Antíoco III renunció a Tracia y evacuó gran parte de Asia Menor. La frontera quedó establecida en la zona montañosa del Tauro. Los seléucidas se comprometieron a pagar importantes indemnizaciones de guerra, las cuales generarán destacadas fortunas entre los aristócratas romanos. Los etolios tuvieron que reconocer el “imperium” del pueblo romano. Les quedó prohibido el desplegar una política exterior autónoma. Renunciaron a sus aspiraciones expansionistas y tuvieron que pagar indemnizaciones a sus enemigos. La paz definitiva, suscrita en Apamea en el 188 a.C., mermó mucho la capacidad de maniobra de Antíoco III. Éste, por imperativo romano, ya sólo podría emprender guerras defensivas. No podría además reclutar mercenarios al Oeste de su reino, lo que significaba prescindir del flujo de los valiosos soldados minorasiáticos. No podría cobrar tributos a las mercancías que fuesen desde su reino a Rodas, gran centro económico insular. Las aspiraciones egeas y minorasiáticas de los seléucidas quedaron cercenadas, situándose Roma como potencia preeminente en el Oriente helenístico.
Roma reglamentó también en Apamea la situación jurídico-política de Asia Menor. Roma no era la única vencedora de las guerras anteriores, pues había contado con el apoyo leal de Rodas y Pérgamo. Era preciso compensar a estos estados. Las regiones de Licia y Caria fueron entregadas a Rodas. El resto de Asia Menor quedó bajo la influencia de Pérgamo, que se convirtió así en un gran estado. Las ciudades griegas que eran libres antes de la batalla de Magnesia conservaron su libertad. Roma se comportó por tanto de forma en apariencia caballerosa, pues sus intereses y capacidades institucionales no eran todavía tan grandes como para engullir imperialistamente de una sola vez toda Asia Menor. El ordenamiento diseñado por Roma en esta región no tardó en tambalearse por la febril vida política de las ciudades griegas y por ambiciones dispares. La tranquilidad sólo llegaría a Asia Menor con su futura conversión en provincia romana.
LA TERCERA GUERRA MACEDÓNICA
El belicismo en Grecia resurgió por el excesivo expansionismo de la Liga Aquea. Los aqueos habían conquistado Esparta y deseaban controlar todo el Peloponeso. Sus buenas relaciones con los romanos se debilitaron. En el seno de la Liga Aquea se exacerbaron los sentimientos patrióticos y se desarrolló un creciente antirromanismo. Ya desde el mismo momento en que se firmó la paz de Apamea la desconfianza griega hacia el intervencionismo romano era evidente. Este deseo de excluir a Roma de los asuntos helénicos fue en aumento en el conjunto de Grecia. Polibio, narrador estocolmizado por los romanos, señala que Filipo V estaba resentido porque Roma no le había agradecido su neutralidad durante la guerra contra los seléucidas. El rey macedónico se había dedicado a recomponer su administración territorial, especialmente en el área balcánica. La floreciente ciudad de Pérgamo acusó a los macedonios de no haber abandonado sus pretensiones expansionistas, predisponiendo así a Roma contra ellos. Uno de los hijos de Filipo V, Demetrio, era partidario de un mejor entendimiento con los romanos. Y es que Demetrio había estado mucho tiempo como rehén en Roma, donde había hecho amistades entre la nobleza. El primogénito de Filipo V, heredero del trono macedónico, era Perseo, que se mostraba mucho menos servil con respecto a la autoridad romana. El colaboracionismo con Roma llevó a Demetrio a ser ejecutado por traición en el 180 a.C. Un año después murió su padre, subiendo al trono Perseo.
En primera instancia, Perseo renovó los acuerdos suscritos con Roma. Desplegó una intensa acción diplomática en el Egeo y en la Grecia continental. Llevó a cabo algunos pactos matrimoniales con los seléucidas y Bitinia. Trató de recuperar la amistad del importante centro financiero y puerto franco de Rodas. Los macedonios se consideraban autorizados históricamente para intervenir en los asuntos griegos. Se aliaron con los aqueos y los beocios. Roma pensó en limitar la influencia macedónica sobre Grecia. En el 174 a.C. los etolios y los tesalios pidieron el arbitraje romano. Los legados de Pérgamo pintaron un trágico panorama de la situación en Grecia ante el senado romano. Perseo ordenó atentar sin éxito contra el rey Eumenes II de Pérgamo, lo que hizo crecer la indignación de Roma. Los romanos prepararon su maquinaria diplomática y propagandística, asegurando nuevamente preservar las libertades griegas. La tercera guerra macedónica estalló en el 171 a.C. La situación inicial no favoreció claramente a ningún bando. Los epirotas y los ilirios se pasaron al lado de Perseo. Roma otorgó al cónsul Lucio Emilio Paulo en el año 168 a.C. el mando de la pretendida provincia de Macedonia. Quedaba por tanto clara la voluntad romana. Perseo retrocedió con su ejército hasta Tesalia. Fue derrotado por Roma en la batalla de Pidna. Hecho prisionero, desfiló cargado de cadenas por las calles de Roma en el triunfo de Lucio Emilio Paulo, al que se le concedió por su victoria el apodo de “Macedónico”. Los seléucidas, gobernados desde el 175 a.C. por Antíoco IV, habían logrado importantes triunfos militares sobre los greco-egipcios. Pero el equilibrio de poderes deseado por Roma en el Oriente mediterráneo impidió que Antíoco IV dañase más la soberanía lágida.
El senado romano procedió a reglamentar la situación de la península balcánica. En Macedonia fue abolida la monarquía tradicional, de modo que el territorio macedónico fue dividido en cuatro repúblicas autónomas. Una nueva clase dirigente filorromana, organizada en consejos de formación censitaria, se situó al frente del gobierno de las regiones macedónicas, actuando como interesada intermediaria en el pago de tributos a Roma. Tanto en lo político como en lo económico Macedonia pasó a depender de los romanos. Con respecto a Iliria, Roma abolió la realeza y creó tres estados independientes. En el Epiro los romanos actuaron con crueldad, destruyendo numerosos “oppida” y vendiendo como esclavos a buena parte de sus habitantes, provocando así la despoblación del territorio. Roma desmembró algunas ligas griegas, como la etolia y la beocia. Aplicó medidas represivas en algunas ciudades a través de griegos imbuidos de la mentalidad de los nuevos dominadores. La política romana en el ámbito helénico no se rigió por un programa bien definido. La conflictividad perdurará en estas regiones hasta su anexión por Roma.
EL PROGRESIVO CONTROL SOBRE LAS CIUDADES GRIEGAS
En Macedonia se produjo en el año 149 a.C. la revuelta de Andrisco, bandido que se hizo pasar por hijo de Perseo, reclamando así el trono macedónico. Fue acrecentando su poder ante la débil respuesta militar presentada por Roma, que al principio no le tomó nada en serio. El pretor Quinto Cecilio Metelo logró derrotar a Andrisco un año después en la segunda batalla de Pidna. Macedonia pasó a ser por entonces la primera provincia romana en territorio griego, y Quinto Cecilio Metelo fue nombrado su primer procónsul. La red viaria, bastante desarrollada en Grecia, sirvió como un excelente medio para la movilización de las tropas romanas. Estalló la guerra de Acaya, desencadenada tanto por la tensión política acumulada en el Peloponeso como por el sentimiento de rechazo que despertaban los romanos. Los espartanos deseaban abandonar la Liga Aquea, para lo cual pidieron la ayuda de Roma. Ésta dilató su respuesta. Las hostilidades entre aqueos y espartanos comenzaron, por lo que Roma se decidió a otorgar su apoyo a la ciudad lacedemonia. Los aqueos intentaron poner a toda Grecia en contra de Roma. El ejército romano sitió Corinto, capital de la Liga Aquea. Arrasó la ciudad ístmica en el 146 a.C., el mismo año en que Cartago fue destruida. Roma optaba claramente por atemorizar a sus enemigos con castigos ejemplares que evitasen nuevas revueltas. Revisó sus relaciones con los estados griegos en función de la actitud que hubiesen mantenido en la pasada guerra. Los estados que habían luchado en contra de Roma fueron convertidos en provincias, pasando a depender del procónsul de Macedonia. Los demás estados griegos, aunque teóricamente libres, eran vigilados estrechamente por las autoridades romanas. Los griegos recibieron bien algunas de las medidas adoptadas por Roma, pues ésta favoreció el surgimiento de constituciones políticas censitarias en las que medraron los aristócratas filorromanos.
EL TESORO DE PÉRGAMO
Pérgamo se había beneficiado mucho de las victorias militares romanas. Se expandió por regiones de Asia Menor, chocando así con otros poderes, como el reino de Bitinia y el reino del Ponto. Pérgamo se mostró dispuesta a recurrir nuevamente al apoyo de Roma, si bien desde la tercera guerra macedónica las relaciones entre ambos estados eran más frías. Los romanos recelaban de Pérgamo, de modo que buscaban limitar su engrandecimiento territorial. La mejora de las relaciones diplomáticas entre Pérgamo y Roma culminó en el 133 a.C., año en que el rey Átalo III murió, legando en su testamento su estado al pueblo romano. El tribuno de la plebe Tiberio Sempronio Graco propuso que el tesoro de Pérgamo fuese distribuido entre todos los romanos. El senado rechazó dicha propuesta, y poco después Tiberio fue asesinado. Roma tuvo que acallar la revuelta suscitada entre las clases bajas de Pérgamo por Aristónico, hijo ilegítimo de un rey anterior, Eumenes II. Aristónico, cuyas doctrinas tenían mucho de mesiánico, habló en favor del igualitarismo social y quiso restaurar la independencia de Pérgamo. Recurrió a mercenarios, colonos militares y campesinos indígenas semilibres. Pero no consiguió el apoyo pleno de la ciudad ni de otras ciudades costeras menores. Tras algunas resistencias, Aristónico fue derrotado por los romanos en el 129 a.C. Roma creó la provincia proconsular de Asia, integrada inicialmente por Misia y Lidia. Las tierras más interiores que habían sido controladas por Pérgamo fueron entregadas al reino del Ponto y a Capadocia, cuyas dinastías eran por entonces amigas de Roma. Tanto la ciudad de Pérgamo como otras urbes minorasiáticas recibieron cierta autonomía interna. Roma todavía no tenía capacidad administrativa para hacerse cargo directo de enclaves tan lejanos. Rodas, que había coqueteado con Macedonia durante la tercera guerra macedónica, sufrió un duro golpe económico cuando Roma proclamó a Delos como puerto franco. Este hecho provocó el que Rodas dejase de actuar en el Mediterráneo Oriental como policía marítima, resurgiendo con fuerza el fenómeno de la piratería, practicada especialmente por cretenses y cilicios. Fueron incrementándose los lazos entre el mundo romano y el helenístico. Las familias oligárquicas romanas vieron cómo crecía su poder, gracias en parte al hábil manejo de sus contactos orientales.
PADANIA, VÉNETO, NÓRICO Y LIGURIA
Roma ya había iniciado su presencia en el valle del Po incluso antes del estallido de la segunda guerra púnica. Buena parte de la población padana colaboró con los púnicos cuando éstos invadieron la península itálica. Resuelto el conflicto con Cartago, Roma restableció su poder en la llamada Galia Cisalpina, atractivo escenario para su expansión demográfica y económica. Esta región contaba con fértiles terrenos agrícolas que favorecerían las fundaciones coloniales. Es el caso de las ciudades de Bolonia, Cremona y Piacenza. Hacia el 187 a.C. se crearon la vía Emilia y la vía Flaminia. La primera unía Rímini y Piacenza, mientras que la segunda comunicaba Arezzo y Bolonia. Ínsubres, cenomanos y boyos padecieron el imperialismo romano. Se quiso impulsar la integración de las poblaciones conquistadas mediante la institución de mercados y lugares de reunión, embriones de posteriores ciudades. Tras consolidar las posiciones boyas, los ejércitos romanos marcharon hacia regiones más septentrionales y orientales. Los vénetos mantenían desde hacía mucho buenas relaciones con los romanos en contra de los galos. En el Noreste de Italia, cerca de la costa adriática, Roma fundó la estratégica colonia de Aquileia, insertándola como extremo en su red de calzadas. Las tropas romanas se dirigieron luego hacia los Alpes orientales, conocidos como el Nórico, donde sus habitantes entraron en relaciones tenues de dependencia con respecto a Roma. Luego le tocó el turno a Liguria, estrecha franja costera en el Noroeste de Italia, cuyo control era importante para garantizar las comunicaciones terrestres y marítimas con algunos territorios galos y con la península ibérica. Los ligures practicaban la piratería en el golfo de León, obstruyendo la fluidez comercial que deseaba implantar Roma. Como medida de castigo, se produjo la deportación masiva de ligures hacia el Samnio. A mediados del siglo II a.C., Liguria ya estaba bajo la autoridad romana. Su principal ciudad, Génova, quedó comunicada con Aquileia en el 148 a.C. mediante la vía Postumia.
LA AMISTAD DE MARSELLA
Los romanos hicieron acto de presencia en la Galia transalpina. Allí, en las bocas del Ródano, estaba la colonia focense de Massalia (Marsella), que mantenía unas relaciones cordiales con Roma. Las poblaciones indígenas de las regiones interiores cercanas a Massalia estaban muy celtizadas. Solían obstaculizar la actividad exploratoria romana, pues consideraban que ésta era aviso de sus afanes de conquista. Roma estableció en la Galia meridional diversas colonias, como Narbona, y construyó la vía Domitia, que discurría próxima a la actual costa azul francesa. En principio no creó en la región un aparato administrativo directo. La escasa capacidad militar y operativa de Massalia, insuficiente para estabilizar la zona, hizo que Roma se plantease la futura conquista del territorio.
LA TERCERA GUERRA PÚNICA
A lo largo del siglo II a.C., Cartago había pasado a ser un estado de segundo orden, si bien mantenía cierta pujanza comercial. La pérdida de su importancia política trajo consigo el progresivo debilitamiento de sus estructuras internas. El encorsetamiento impuesto por Roma hizo que Cartago experimentase dificultades incluso en la misma África, dado el agresivo auge del reino de Numidia, encabezado por Masinisa. Éste, traicionando la declinante causa púnica, logró constituir un fuerte estado, protegido por Roma. Numidia atravesó entonces por momentos de esplendor político y progreso cultural. Desarrolló importantes extensiones cerealistas e inició beneficiosos proyectos comerciales. Nada de ello contentaba a Masinisa, que quería llegar a engullir el territorio cartaginés. Hostigó incesantemente las fronteras de Cartago y presentó a los romanos críticas hacia los púnicos para provocar su intervención militar. La propia defensa de Cartago estaba condicionada a un permiso especial otorgado por Roma. La actitud romana era ambigua en cuanto al equilibrio de las relaciones púnico-númidas. En Roma era creciente la política anticartaginesa, tanto por las informaciones proporcionadas por Masinisa como por sospechas totalmente infundadas. Catón “el Viejo”, apodado “el Censor”, solía repetir al final de sus discursos que Cartago debía ser destruida.
Tras la tercera guerra macedónica, Roma decidió tensar el ámbito africano. Dio el visto bueno a la apropiación que los númidas hacían de tierras hasta entonces incluidas en los dominios del estado cartaginés. Envió en el 157 a.C. una embajada a Cartago compuesta por varios legados, entre los que se encontraba Catón “el Viejo”. Éste, admirado por los claros signos de la recuperación económica cartaginesa, volvió a Roma reafirmándose en su propósito de animar a sus conciudadanos a arrasar la urbe de la odiada rival. Los púnicos desplegaron acciones militares contra Masinisa, dando así a Roma la excusa que necesitaba para intervenir. Ésta ofreció a Cartago un ultimátum que incluía la refundación de la ciudad al menos quince kilómetros al interior. Desoída la peregrina sugerencia, estalló en el 149 a.C., año de la muerte de Catón, la tercera guerra púnica. La dura resistencia militar presentada por los cartagineses no evitó el triunfo romano, logrado por Escipión Emiliano, que quedó al frente de la futura provincia africana. La caballería númida volvió a ser durante el conflicto un excelente complemento para el ejército romano. Cartago fue destruida en el 146 a.C. Su población quedó esclavizada y sus tierras fueron sembradas de sal. La muerte de Masinisa, acaecida al principio de la guerra, ahorró a los romanos una posible recompensa. El reino de Numidia fue repartido entre sus tres hijos, lo que neutralizó su poder. A partir de los antiguos territorios cartagineses, considerados ya como “ager publicus”, se definió la provincia africana, en la que algunas ciudades fenicio-púnicas gozaron de cierta autonomía. Las tierras de cultivo fueron compradas por ciudadanos romanos, que terminaron convirtiéndose en latifundistas. El comercio en la región decayó considerablemente. A pesar de que sus territorios fueron declarados malditos, la ciudad de Cartago sería reconstruida en tiempos de Augusto. Roma era cada vez con más claridad la gran potencia mediterránea, sólo molestada por pequeños poderes todavía independientes.
LA CONQUISTA ROMANA DE HISPANIA
La entrada de la península ibérica en el horizonte político romano se produce como consecuencia de la segunda guerra púnica. En la fase final del conflicto, muchas tribus indígenas ayudaron a Escipión “el Africano” con la esperanza de expulsar al dominador cartaginés. Una vez vencidos los púnicos, los indígenas se mostraron agraviados por la permanencia romana, debida al deseo de aprovechar las bases estratégicas, humanas y productivas de Iberia. Los procónsules que sucedieron a Escipión tuvieron que enfrentarse en la región sedetana a una formidable coalición de tribus arrastradas por los indigetes. Tras su victoria, los romanos reaccionaron con dureza, ganándose así el odio de los habitantes del territorio. Los comienzos de la conquista romana de Hispania carecieron de coherencia y organización jurídica, lo que determinó la existencia de un continuo y sangriento estado de guerra. En el año 197 a.C. se establecieron las dos provincias romanas de Hispania, Citerior y Ulterior, gobernadas cada una de ellas por un pretor. La búsqueda por parte de los romanos de estabilidad y pacificación fracasó en gran medida por la incapacidad política de los responsables enviados, que opresivamente imponían excesivas exigencias tributarias. En el mismo 197 a.C. ambas provincias se rebelaron. Para aplastar la sublevación fue enviado a Iberia en el 195 a.C., recién acabado su consulado, Catón “el Viejo”, nombrado procónsul de la Hispania Citerior. Éste se comportó con crueldad hacia los indígenas. Logró sojuzgarlos con facilidad, enfrentando unas tribus contra otras. Desplazó a sus tropas por el territorio de manera bien planificada, evitando caer en emboscadas. Conseguidos sus objetivos, paseó sus legiones a lo largo del valle del Tajo para atemorizar a tribus apenas conocidas. Estableció una nueva regulación de los recursos exigidos a los pueblos sometidos. De mentalidad estoica, hizo gala de gran sobriedad de costumbres durante las campañas militares. Regresó a Roma a fines del 194 a.C., exhibiendo en su triunfo un ingente botín de metales preciosos.
Durante los siguientes quince años se prolongaron los enfrentamientos entre los romanos y las etnias exteriores, organizadas como pueblos independientes, con largas tradiciones militares y acusados problemas socioeconómicos internos. Las fronteras romanas fueron avanzando hacia el Oeste hasta que en el 179 a.C. Tiberio Sempronio Graco (padre de los tribunos reformadores) las estabilizó sobre la base de acuerdos con las tribus libres exteriores. Los romanos prohibieron a estas tribus levantar ciudades, les impusieron un tributo anual y se aseguraron su participación como “auxilia” en el ejército. En el 171 a.C. se fundó a partir de un pequeño enclave púnico en la bahía de Algeciras la ciudad de Carteia, la primera colonia latina extraitálica de la que se tiene noticia. Sus habitantes eran los hijos que habían tenido los soldados romanos con las mujeres ibéricas. La tregua pervivió durante aproximadamente un cuarto de siglo, período aprovechado por los gobernadores romanos para enriquecerse. Las quejas habituales de los indígenas impulsaron al senado romano a crear en el 149 a.C. un tribunal contra las extorsiones practicadas por los gobernadores. El malestar de los hispanos y la creciente ambición romana condujeron a la reanudación de las hostilidades.
En el 154 a.C., los lusitanos, dirigidos por un tal Púnico, invadieron el territorio controlado por los romanos, infringiendo a éstos una severa derrota. Púnico se alió a los vetones y devastó la Beturia. El pueblo celtibérico de los belos, simpatizando con la rebelión lusitana, decidió ampliar y amurallar su ciudad de Segeda (la Sekaisa numismática), lo que provocó la declaración de guerra por parte de los romanos. Contra los celtíberos fue enviado Nobilior y contra los lusitanos Mumio. Los segedenses se refugiaron en el territorio de los arévacos, cuya capital era Numancia. En el 153 a.C., los celtíberos, liderados por Caro, atacaron una columna romana, causando en la misma muchas bajas. Nobilior acampó junto a Numancia. Sus ataques a la ciudad no resultaron exitosos. Fue enviado a la Hispania Citerior el cónsul Marcelo, que prefirió someter a otras poblaciones antes que atacar Numancia. Marcelo buscó la paz con los numantinos, pero el senado romano quiso proseguir la guerra. Lúculo no se atrevió a romper el buen entendimiento entre Marcelo y los numantinos, por lo que, ávido de riquezas, inició una cruel guerra contra los vacceos. Hubo un período de paz, roto en el 143 a.C. por una nueva rebelión celtibérica. El cónsul Metelo conquistó Centóbriga y Contrebia, y arrasó el territorio de los vacceos para privar de avituallamiento a los numantinos. Pompeyo fracasó en sus intentos de tomar tanto Numancia como Tiermes, haciendo caer en el desánimo a sus soldados. Mancino, viéndose cercado por los numantinos en una operación desafortunada, se vio obligado a suscribir con ellos un pacto que, aunque rechazado por el senado romano, supuso tres años reales de paz. Los romanos durante este período prefirieron las razzias por territorio vacceo.
Escipión Emiliano, el destructor de Cartago, nombrado nuevamente cónsul fuera del procedimiento normal, recibió el mando de la Hispania Citerior en el 134 a.C. Introdujo una férrea disciplina en el desmotivado ejército destinado a tomar Numancia. Sitió la ciudad arévaca mediante siete campamentos bien comunicados entre sí, los cuales cortaban toda posibilidad de contacto de la ciudad con el exterior. El hambre y las epidemias se extendieron entre los valientes numantinos. Algunos se rindieron, pero la mayoría optó por darse muerte. La ciudad cayó en poder romano en el 133 a.C. Fue totalmente destruida para evitar que adquiriese entre los indígenas un valor simbólico relacionado con la resistencia hacia Roma. Los pocos supervivientes del asedio fueron vendidos como esclavos. Cincuenta de ellos participaron en el triunfo ofrecido a Escipión Emiliano. La toma de Numancia puso fin temporal a las guerras celtibéricas, sucediéndose dos décadas de calma durante las cuales avanzó en Hispania el proceso romanizador.
Por su parte los lusitanos, dirigidos sucesivamente por Púnico, Caisaros y Caucainos, habían desplegado importantes acciones militares contra los romanos con diversa fortuna. El pretor Atilio consiguió hacerse con la principal ciudad de los lusitanos, Oxtracas. Su sucesor, Galba, prometió tierras a los indígenas para lograr su rendición. Mandó que se reuniesen los lusitanos y, una vez desarmados, consumó una matanza masiva. El año 147 a.C. los lusitanos invadieron la Turdetania. Cuando estaban a punto de concertar un pacto con los romanos, Viriato les convenció para que no lo hiciesen y, con un contingente de unos mil guerreros, realizó constantes escaramuzas. Logró aniquilar al ejército del pretor Vetilio. Alcanzó gran capacidad como guerrillero, se convirtió en un hábil estratega, y tendió a los romanos frecuentes emboscadas. Su fama era también peligrosa para la extensión del poder romano en la península ibérica, ya que suponía un acicate para los que pensaban que Roma no era invencible. Las tradiciones lusitanas, entre las que se encontraba la práctica del bandidaje como rito iniciático, contribuyeron a dar a este grupo étnico un carácter indoblegable. La amenaza de la presencia romana convirtió las zonas altas de la Lusitania, tradicionalmente asociadas a las prácticas ganaderas, en refugio de los que se decidieron a obstaculizar el impulso conquistador de Roma.
Viriato saqueó sistemáticamente los fértiles valles del Guadalquivir, zona próspera de rápida romanización. Hasta el 141 a.C. llevó a cabo brillantes campañas militares, penetrando incluso en la Carpetania. Tras una eficaz ofensiva romana que le obligó a replegarse a la Lusitania, Viriato logró rehacerse en el 140 a.C., momento en que fue concluido un ventajoso tratado con los romanos. Viriato declaró el territorio bajo su control como independiente, proclamándose “amicus populi romani”. Este tratado suponía el deseo lusitano de mantener una paz con Roma que evitase a la vez la opresión económica. Pronto los romanos, dirigidos por el cónsul Cepión, rompieron la paz aprovechando el debilitamiento de sus oponentes. Viriato fue asesinado mientras dormía por tres emisarios suyos (Audax, Ditalcos y Minuros) que se habían entendido con los romanos, pero que luego no fueron recompensados por éstos. Los lusitanos hicieron grandes exequias a su antiguo líder, y continuaron la guerra un par de años más bajo el mando de Tautalos. La sumisión final de los lusitanos favoreció el que los romanos continuasen su penetración hacia el Noroeste. En el 137 a.C. el pretor Bruto pasó el Duero y se dirigió al valle del Miño, donde obtuvo victorias que le granjearon el sobrenombre de “Gallicus”. En el 123 a.C. el cónsul Quinto Cecilio Metelo inició la conquista de las Baleares, en cuyos mares era frecuente la piratería. Los honderos de Mallorca y Menorca no pudieron apenas plantear resistencia al compacto ejército romano, que concluyó la operación en tan sólo dos años. Las acciones subversivas pervivieron entre los pueblos hispánicos, cuya etnicidad todavía estaba muy arraigada en el momento en que estallaron las guerras civiles romanas del siglo I a.C., algunos de cuyos episodios más notables tuvieron como escenario la península ibérica. La conquista romana del territorio peninsular fue teóricamente completada con las guerras cántabras, acaecidas entre el 29 y el 19 a.C. Todavía en esta última fecha Agripa tuvo que librar serios combates frente a los cántabros en sus escondrijos montañosos. La alianza vascona hizo que los romanos pasasen de puntillas por algunas de sus tierras, poco estratégicas en el desarrollo de los conflictos armados de la época, lo que permitió a los vascones mantener muchas de sus peculiaridades culturales, destacando especialmente la preservación de su lengua. En el año 25 a.C., en el transcurso de las guerras cántabras, fue fundada en Galicia por Paulo Fabio Máximo la ciudad de Lucus Augusti (Lugo), prontamente amurallada, y que desempeñó una función destacada en la organización administrativa del Noroeste de Hispania.
EL FILOHELENISMO ESCIPIÓNICO FRENTE AL TRADICIONALISMO DE CATÓN
Se fue infiltrando en la sociedad romana un creciente helenismo. A la vez que Roma unificaba bajo su poder gran parte de las costas mediterráneas, extendía por ellas la cultura helenística. Se podía hablar con propiedad de la existencia de una civilización clásica grecorromana. La cultura griega impulsó las realizaciones culturales de Roma. Algunos aspectos de la “paideia”, del sistema educativo griego, fueron aplicados en el ámbito romano. Pero en Roma la educación era distinta a la característica del mundo griego. Mientras que en Grecia la educación era una responsabilidad del estado, en Roma se consideraba un asunto privado, una responsabilidad familiar, de modo que eran los padres los más implicados en la formación de sus hijos, en la que se incluían la disciplina militar y el respeto por las leyes. Algunos padres utilizaban sabios esclavos griegos para educar a sus hijos, lo que favorecía el que el pensamiento griego impregnase el carácter de las aristocracias romanas. Así por ejemplo, la distinción que en Grecia se hacía entre griegos y bárbaros fue transformada en el mundo romano en una elitista diferenciación entre ciudadanos romanos y pueblos potencialmente sometibles. La formación de los jóvenes aristócratas era bilingüe. Aparecieron en las ciudades itálicas círculos intelectuales en los que se hablaba sobre los elementos culturales griegos, como es el caso del círculo filoheleno de los Escipiones.
Los aristócratas romanos interesados por la cultura griega se alejaron cada vez más de los gustos del pueblo. Se desarrolló en el mundo romano el concepto del individualismo helenístico, imbricado con la defensa de la legitimidad de una monarquía de carácter heroico y carismático. Ello chocaba con las tradicionales ideas romanas, tendentes a mantener un equilibrio entre los aristócratas. El helenismo abarcaba numerosas corrientes, incluso contrapuestas. Entre ellas había algunas relacionadas con un existencialismo contemplativo que se oponía al característico activismo romano, tanto político como militar. En la sociedad romana se generaron dos posturas. Una de ellas pretendía asimilar la cultura helénica. Esta postura era propia de un sector oligárquico que deseaba sobresalir. Otra postura era opuesta al helenismo y favorable al mantenimiento de las antiguas tradiciones romanas. El filohelenismo fue propio por ejemplo de los Escipiones, mientras que el antihelenismo tuvo entre sus mayores representantes a Catón “el Viejo”. Este último, en su obra “Orígenes”, escrita en latín, da una réplica a la tesis helenística de ensalzamiento del individuo indicando que la grandeza de Roma se debe a la virtud del pueblo romano en su conjunto, no a la acción extraordinaria de unos cuantos héroes. Esta visión histórica se acerca bastante a la actual, en la que se reivindica el protagonismo histórico de los pueblos.
Catón, ya lograda la seguridad de las fronteras romanas, propuso el abandono de las guerras de conquista en favor de una política defensiva. Abogó por rechazar muchos elementos de la cultura griega, que rompía la igualdad oligárquica y favorecía la aparición de caudillos con poderes extraordinarios. El ideario de Catón presentaba algunas contradicciones, pues por ejemplo no desdeñaba ciertos adelantos helenísticos aplicables al mundo laboral. En este sentido, aceptaba la instalación de explotaciones agrarias con trabajo racionalizado y mano de obra esclava, abandonando la simplicidad de las costumbres agrarias romanas, según las cuales el trabajo en el campo curtía y fortalecía la personalidad del individuo. Las recomendaciones antihelenistas de Catón fracasaron a pesar de contar con algunos apoyos sociales. No todos los filósofos griegos fueron bien acogidos en el seno de la civilización romana. Así, fueron expulsados de Roma algunos pensadores acusados de propagar doctrinas hedonistas o epicureístas. Lo griego era por tanto rechazado sólo cuando podía subvertir el orden público o la moral. Las clases populares accedieron a la cultura helénica en mucha menor medida que los sectores aristocráticos. Los soldados se familiarizaron con lo griego en las campañas militares orientales. Muchos esclavos orientales, helénicos o helenizados, llegaron al ámbito itálico cargados con su cultura, convirtiéndose en un importante factor de difusión de la misma. Los grupos sociales humildes imitaban el comportamiento de las clases superiores, impregnándose superficial y miméticamente del helenismo. Tendían a aceptar primero los aspectos más visuales, espectaculares o enigmáticos de lo helénico, como las creencias religiosas y los cultos mistéricos.
ENNIO, PLAUTO, TERENCIO Y LUCILIO
Uno de los más importantes literatos latinos en el tránsito del siglo III al II a.C. fue Ennio, cliente del círculo escipiónico. Era de Apulia, por lo que conocía bien la cultura helénica. Su obra principal es “Anales”, en la que adopta el hexámetro helenístico para crear una épica patriótica. Exalta el gran destino histórico de Roma, su dominio de las tierras mediterráneas. En la visión histórica de Ennio, el momento culminante es la guerra de Roma contra Pirro, que supuso la derrota griega y el anuncio de una nueva civilización. Ennio resaltó el valor de ciertos individuos concretos en el proceso de engrandecimiento de Roma, como Escipión “el Africano”. Introdujo de la literatura helénica los epigramas y las sátiras. El comediógrafo Plauto, nacido en la Romaña, gozó de gran popularidad. Sus obras se acercan a las preocupaciones de las clases bajas. Se inspira en la comedia nueva ateniense, pero mezcla los típicos párrafos dialogados con otros cantados y bailados. Presenta un amplio panorama sobre la actualidad de la sociedad romana, criticando diversos aspectos relacionados con la familia, la gloria militar, el amor espiritual… En sus obras Plauto hace que los siervos y los esclavos parezcan más inteligentes que los señores y los amos. Ridiculiza el esnobismo filoheleno de la aristocracia romana. Usa un lenguaje coloquial, huyendo del refinamiento expresivo. No presenta ninguna alternativa sociopolítica, sino que simplemente pretende hacer reír con sus chanzas. Fue tal su éxito que tuvo muchos imitadores, los cuales pretendieron hacer pasar algunas de sus obras como auténticas obras escritas por Plauto. Terencio, de origen norteafricano, escribió seis comedias con un lenguaje ágil y directo, mostrando en ellas los ideales de un sector de la aristocracia romana. Nació como esclavo, pero fue manumitido como reconocimiento de su arte literario. Se consideró a sí mismo sucesor del comediógrafo griego Menandro. Participó en las reuniones filohelenas promovidas por el círculo de los Escipiones. Intentó conciliar la exaltación del individualismo con la vida útil para la comunidad, proclamando la unidad esencial de todos los seres humanos. El poeta satírico Lucilio, nacido en Campania, desarrolló a partir de la poesía alejandrina la nueva sátira romana. Con ella defendió la libertad de espíritu de la aristocracia, pero también atacó las conductas desenfrenadas de algunos aristócratas. En sus obras se puede rastrear la influencia del estoicismo, modelo contrapuesto a los vicios nobiliares de los que se burla. En otras de sus sátiras se aprecian elementos autobiográficos o se incluyen polémicas políticas.
LA INFLUENCIA DE LAS CORRIENTES FILOSÓFICAS GRIEGAS
Dos corrientes filosóficas griegas, el platonismo y el epicureismo, encontraron sitio en la cultura romana. Mientras que el academicismo platónico relativizaba los valores y los conocimientos, el epicureismo despreciaba la religión y el formalismo social, defendiendo en cambio el hedonismo y la inactividad. Ambas corrientes fueron consideradas peligrosas, especialmente el epicureismo, que era visto por las autoridades como una intolerable tendencia a la anarquía que era preciso frenar. Lucrecio fue representante del epicureismo romano. Defendía la posibilidad de suicidarse, algo que el estado no podía castigar. Aunque en la sociedad romana el suicidio por honor estaba bien visto, era censurado el suicidio originado por el abandono de los compromisos sociales. La búsqueda personal de la felicidad no debía oponerse a la seguridad del estado. El estatalismo romano prefirió el estoicismo, introducido por Panecio, perteneciente al ámbito escipiónico. Panecio sugirió unas directrices estoicas a los aristócratas romanos. Partía del principio de la racionalidad humana y de la necesidad de una disciplina interior que permitiese al individuo integrarse en la comunidad ciudadana. Para Panecio, los comportamientos no eran positivos o negativos moralmente, sino más bien preferibles o no en función de las necesidades del estado. Surgió por tanto la ética de los “officia”, deberes. La misma servía para legitimar un gobierno y para justificar el predominio de los individuos que más y mejor sirviesen a la patria. El estoicismo se adaptó bien a la conducta tradicional de la nobleza romana al ensalzar las virtudes que conlleva la acción.
LA DIVINIZACIÓN DE ROMA
En el ámbito helenístico, un sector importante de la población renegó de las creencias religiosas habituales. Este escepticismo creció ante la caída de Grecia en manos de poderes foráneos, al no haber podido sus dioses protegerla. La aristocracia romana, envuelta en cambio en una dinámica ascendente de poder, mostró gran cuidado en el mantenimiento de los cultos tradicionales. Incluso se enriquecieron las formalidades del culto, como las referidas a la labor de los arúspices. La religiosidad helenística divinizaba abstracciones y rendía culto a los soberanos. Estas prácticas fueron bien recibidas en Roma, pues ayudaban a justificar el imperialismo y a admitir la preeminencia de determinados individuos. Para los romanos era esencial que en las ciudades griegas se concediese a Roma una proyección divina. En ciudades griegas de Asia Menor, como Esmirna, se edificaron templos y se elevaron estatuas de la divinizada Roma. Ciertas personalidades políticas se presentaron como protegidas por las divinidades, las cuales las predeterminaban hacia la gloria. Las masas populares, enfrentadas a las angustias de la vida cotidiana, encontraron sustento espiritual en las religiones mistéricas orientales, como el culto a Isis. Los cultos mistéricos ofrecían a los fieles e iniciados contrapartidas concretas, como la solidaridad del grupo, y prometían a la vez el paso a una vida futura más feliz. Eran cultos de salvación que vaticinaban la liberación de las miserias terrenas, pero sin incitar apenas a la búsqueda activa de cambios vitales presentes.
LAS REFORMAS DE LOS GRACO
Los hermanos Graco, llamados Tiberio y Cayo, encabezaron un movimiento reformador favorable a los sectores sociales más empobrecidos. En el 133 a.C. Tiberio Sempronio Graco fue elegido tribuno de la plebe. Trató de convertir a los proletarios en campesinos, asignándoles tierras comunales del “ager publicus”. Propuso limitar la extensión máxima de los latifundios en el “ager publicus” a mil yugadas, unas 250 hectáreas. Quiso distribuir entre los nuevos colonos como capital de explotación el tesoro real de Pérgamo. Su colega Octavio vetó su proyecto de ley, pero ello hizo que éste fuese destituido por los comicios tributos. Tiberio fue asesinado en el senado al intentar hacerse reelegir como tribuno, acto contrario a lo establecido. También resultaron muertos en la jornada de represión varios cientos de sus seguidores. En el 123 a.C. Cayo Sempronio Graco reemprendió con éxito los planes políticos de su hermano al ser elegido también tribuno de la plebe. Insistió en la reforma agraria. Estableció un precio bajo y estable para el cereal que el estado suministraba a la población romana. Atribuyó determinadas funciones judiciales a los miembros de la clase de los caballeros, a quienes deseaba ganar para su programa de cambios socioeconómicos. Impidió que fuesen reclutados para el ejército los menores de 17 años. Ordenó reparar las calzadas itálicas, generando así empleo y actividad económica. Fracasó su proposición de conceder plenos derechos civiles a los latinos y la ciudadanía a todos los aliados, “socii”. Los senadores se mostraron contrarios a dicha propuesta, generando así la ira de las capas populares inferiores. Como medida de protesta, los partidarios de Cayo ocuparon el Aventino. El senado declaró el estado de sitio. Tras un combate adverso, Cayo se hizo matar en un bosque cercano por uno de sus esclavos, Filócrates. Unos tres mil de sus partidarios fueron ejecutados, confiscándose sus bienes. Leyes posteriores dieron al traste con la mayoría de los avances políticos reformistas impulsados por los Graco. Este anquilosamiento estaría en la base de la degradación progresiva del régimen republicano, que vio aparecer cada vez mayor número de aspirantes a un dilatado gobierno de índole personal. El senado intentó justificar el violento fin de ambos hermanos en el hecho de que habían querido ejercer su cargo durante un período mayor del estipulado para evitar que un giro conservador frenase sus proyectos reformistas.
LA GUERRA DE YUGURTA
Del 111 al 105 a.C. se desarrolló la llamada guerra de Yugurta. A la muerte de Micipsa, hijo de Masinisa, en el 118 a.C., surgieron luchas sucesorias en el reino de Numidia. Una comisión senatorial romana dividió Numidia en dos distritos: el más oriental quedaría bajo la soberanía de Adérbal, hijo de Micipsa, mientras que el más occidental quedaría bajo la soberanía de Yugurta, sobrino de Micipsa. Yugurta gozaba de gran popularidad, lo que alentaba sus desmedidas ambiciones. Había participado del lado romano en el asedio de Numancia. En el 113 a.C. decidió invadir Cirta, la capital del territorio de su primo Adérbal, el cual resultó muerto. Varios comerciantes itálicos murieron también en el transcurso del conflicto. Movidas por intereses comerciales, las esferas oligárquicas de Roma lograron que se declarase la guerra a Yugurta en el 111 a.C. Éste se valió de sobornos para intentar conseguir una paz favorable que al menos no cuestionase su soberanía sobre Numidia. Quinto Cecilio Metelo, apodado luego “el Numídico”, dirigió las operaciones contra Yugurta durante los primeros años de la guerra, pero el éxito militar definitivo en este frente africano correspondió a Cayo Mario. El rey de Mauritania, Boco I, suegro de Yugurta y aliado inicial de éste, cedió a las proposiciones de Sila, legado de Cayo Mario, traicionando y haciendo apresar a su yerno. Yugurta fue enviado a Roma y ejecutado en el 104 a.C. Como recompensa, Boco I recibió parte de Numidia y pasó a ser considerado amigo de Roma. Otra parte de Numidia se convirtió en provincia romana.
LA GUERRA CONTRA CIMBRIOS Y TEUTONES
Entre el 113 y el 101 a.C. tuvo lugar la guerra contra los cimbrios y los teutones, pueblos procedentes de Jutlandia, cuya migración hacia áreas más meridionales de Europa provocó una gran inestabilidad y puso el territorio ya conquistado por Roma en grave peligro. En las batallas de Noreia y Arausio lograron derrotar al ejército romano. Se extendió el pánico ante la perspectiva de una posible nueva invasión céltica de la península itálica. Pero los bárbaros optaron por saquear la Galia y el Norte de Hispania. Entretanto Cayo Mario, el cual sería elegido cónsul un total de siete veces a lo largo de su vida, acometió una reforma drástica del ejército que pronto dio sus frutos. Logró vencer a los teutones en la batalla de Aquae Sextiae, y a los cimbrios en la batalla de Vercellae. Estos últimos resultaron casi por completo exterminados como pueblo, pues las mujeres de los guerreros cimbrios decidieron en su mayoría matar a sus hijos y suicidarse luego para evitar vivir en esclavitud.
EL LEVANTAMIENTO DE LOS ITÁLICOS
En el año 100 a.C. fracasó un programa de colonización elaborado por el tribuno de la plebe Apuleyo Saturnino con el apoyo de Cayo Mario. El proyecto tenía la enconada oposición de los “optimates”. Estalló entonces una rebelión popular de protesta que fue reprimida por el senado y los équites. En el 91 a.C. el tribuno de la plebe Livio Druso exigió en proclamas populistas el cumplimiento de la reforma agraria de los Graco, la admisión de los équites a los cargos judiciales y la concesión de la ciudadanía a los aliados itálicos. Livio Druso murió asesinado en su casa, e inmediatamente se produjo el levantamiento de los itálicos, conocido como la guerra social. Los aliados, entre los que se encontraban picenos, lucanos, marsos, samnitas, apulios, etruscos y umbros, fundaron un nuevo estado, al que llamaron Italia, con capital en Corfinium. Eligieron un senado propio de 500 miembros y acuñaron monedas de plata. En ellas el anverso lo ocupaba una alegoría femenina de Italia, y el reverso un grupo de soldados que apuntaba con sus espadas a un cerdo sostenido por una alegoría de la Juventud. Tras las victorias iniciales de los aliados, el ejército romano logró sobreponerse, obteniendo un gran triunfo en la batalla de Asculum. Los últimos itálicos en rendirse fueron los samnitas, que aún conservaban fuertes peculiaridades étnicas. Contribuyó decisivamente al final del conflicto la promulgación de tres leyes: la ley Julia, que otorgaba la ciudadanía romana a las ciudades que se hubiesen mantenido leales; la ley Plautia-Papiria, que concedía la ciudadanía romana a cualquier itálico, incluso rebelde, que se inscribiese en los registros del pretorio en el plazo de dos meses; y la ley Pompeya, que daba el derecho latino a aquellas ciudades de la Galia Cisalpina que todavía no disponían de él.
EL ENFRENTAMIENTO ENTRE MARIO Y SILA
Del 88 al 85 a.C. se desarrolló la primera guerra contra el rey del Ponto Mitrídates VI. Este conflicto coincide con el comienzo de las guerras civiles. Mitrídates penetró en el área oriental de Grecia e incitó a los griegos a la sublevación contra Roma, aprovechándose así del descontento reinante por la política de los senadores y los oligarcas de la urbe. Por orden de Mitrídates fueron asesinados en Asia Menor en pocos días unos 80.000 individuos, entre romanos e itálicos. El terrible episodio se conoce como las Vísperas de Éfeso. Sila, noble conservador encargado por el senado de la dirección de la guerra, fue destituido por el pueblo, que entregó el mando a Cayo Mario. Sila atacó Roma y restableció el dominio senatorial. Por orden suya, los plebiscitos pasaron a adquirir fuerza de ley con la simple aprobación del senado. Mario fue desterrado. Tras la partida de Sila hacia el frente asiático, volvieron a Roma Mario y sus partidarios, entre los que destacaba Cinna. Mario y Cinna declararon enemigo público a Sila y desencadenaron una acción represiva contra los “optimates”. Mario murió en el 86 a.C., durante su séptimo consulado. Sila, tras tomar Atenas, derrotó al ejército de Mitrídates en Queronea y Orcómenos, mientras que su legado Licinio Lúculo obtenía una importante victoria naval cerca de la isla de Ténedos. Se concluyó con Mitrídates en el 85 a.C. la paz de Dárdanos, por la cual Roma se anexionó diversos territorios, se apropió de la flota enemiga y recibió una fuerte indemnización. El cumplimiento de las cláusulas del tratado quedó a cargo del propretor Licinio Murena, al que le corresponderá afrontar la segunda guerra contra Mitrídates, librada entre el 83 y el 82 a.C. Este conflicto se originó al considerar Murena que el rey del Ponto estaba rearmando a sus ejércitos con oscuros fines. Tras ser militarmente derrotado, Murena optó por dar por finalizada la guerra para mantener el equilibrio en la región.
Sila regresó a Roma en el 83 a.C. Exterminó a los seguidores de Mario y a sus aliados, los samnitas y los lucanos, a los que derrotó en la batalla de Porta Collina. Adoptó el sobrenombre de “Felix”, afortunado, y asumió poderes excepcionales. Pompeyo, partidario de Sila, conquistó las provincias rebeldes de Sicilia y África, por lo que recibió el calificativo honorífico de “Magno”, adquiriendo cada vez más relieve en el seno del bando senatorial. La dictadura de Sila se prolongó del 82 al 79 a.C. Una vez publicadas las listas de proscripción, fueron ejecutados unos 80 senadores y unos 1600 caballeros, incautándose sus bienes. No fueron respetadas ni las cenizas de Mario, que fueron exhumadas y arrojadas al Anio, afluente del Tíber. Las llamadas leyes cornelianas, impulsadas por Sila, supusieron una reestructuración de los mecanismos gubernativos estatales. Quedó así restaurada la autoridad del senado. Se inició una nueva monopolización de los tribunales por parte de los senadores y en detrimento de los caballeros. Fue elevado a 600 el número de los miembros del senado, en el que ingresaron por entonces todos los cuestores. Los cónsules y los pretores adquirieron el derecho a ser gobernadores provinciales al término de su mandato. Fue considerablemente debilitada la institución del tribunado como castigo por las insurrecciones populares. Los tribunos de la plebe vieron cerrado su acceso a los demás cargos públicos. Los proyectos de ley de la asamblea popular pasaron a requerir la autorización senatorial. En el 79 a.C., un año antes de morir, Sila renunció voluntariamente a la dictadura. Pasó por tanto a ser un simple “privatus”, exponiéndose a recibir en sus paseos por la ciudad las recriminaciones y los insultos de quienes le odiaban por la atroz represión que había desarrollado.
CICERÓN Y LA CRISIS DE LA REPÚBLICA
Uno de los factores que incidió en la crisis de la república romana, la reivindicación de los derechos de ciudadanía por parte de los aliados itálicos, quedó prácticamente solucionado tras la guerra social y las leyes que se derivaron de la misma. Entre los demás factores que incidieron en la crisis cabe resaltar el problema agrario, las revueltas de esclavos y la inadecuación de las estructuras políticas y administrativas de la ciudad-estado de Roma a su creciente marco territorial. Durante la crisis, el ordenamiento oligárquico de la república romana fue sustituido progresivamente por el poder de las grandes dinastías militares, lo que desembocará finalmente en el principado. Los tratados filosóficos de Cicerón proporcionan la riqueza de una reflexión sobre la crisis de la república, aportando a veces algunas soluciones. Destaca en este sentido la propuesta ciceroniana de creación de la figura del “princeps civitatis” (el primero de entre los ciudadanos), que debería estar por encima de los enfrentamientos políticos y actuar como tutor de la ley. Cicerón se mostró como un gran defensor del sistema republicano tradicional, clamando en determinados momentos contra aquellos que pretendían perpetuarse en el poder. Aun así, las circunstancias políticas concretas, tendentes a la prevalencia de ciertos individuos con abrumador respaldo militar, le hicieron actuar en ocasiones tibiamente por temor a las represalias. Cicerón fue elegido cónsul en el 63 a.C., convirtiéndose así en el primer “homo novus” que accedía al cargo en los últimos treinta años. Descubrió la conspiración de Catilina, político de la facción popular, el cual consiguió importantes apoyos al proponer la condonación de las deudas de la plebe. Catilina murió en combate en el 62 a.C. cerca de Pistoia, dirigiendo a un pequeño contingente de insurrectos. En cuanto a Cicerón, su conocida aunque moderada oposición hacia Julio César le acarrearán finalmente su ejecución en el 43 a.C. por orden de Marco Antonio.
EL AUGE DE POMPEYO
Desde el 76 al 71 a.C. Pompeyo luchó en Hispania contra los últimos partidarios de Cayo Mario, dirigidos por su sobrino Sertorio. Éste, militar de brillante carrera, buscó la formación de una coalición antisenatorial. Sertorio obtuvo algunas victorias gracias en gran medida al apoyo dispensado por muchos grupos étnicos hispanos, que veían en él la posibilidad de recibir un trato más igualitario y justo por parte de las instituciones gubernamentales romanas. Fue asesinado en Huesca, su principal núcleo de poder, en el transcurso de un banquete, víctima de una conjura urdida por su comandante Perpenna. Poco después los últimos sublevados fueron derrotados por Pompeyo, procediéndose a la reorganización de la península ibérica y a la pacificación del territorio mediante la sumisión de los indígenas. Del 74 al 65 a.C. se desarrolló la tercera guerra contra Mitrídates, el cual había logrado la alianza del reino de Armenia. Tras algunos éxitos iniciales, el ejército romano, en cuya composición había un alto porcentaje de veteranos, se amotinó por las duras condiciones a las que era sometido y por las abundantes bajas registradas, por lo que el senado exigió responsabilidades al general Lúculo. Éste, a pesar de su victoria en la nueva capital de Armenia, Tigranocerta, y de los igualados combates librados en la antigua capital, Artashat, fue destituido en el mando de las tropas de Oriente, sustituyéndole Pompeyo. No tardó mucho Pompeyo en solventar el conflicto, penetrando en el corazón de Armenia y obteniendo la rendición de su rey, Tigranes II. Armenia pasó a ser un estado vasallo, mientras que Mitrídates VI huyó al Cáucaso y finalmente se suicidó.
Entre el 73 y el 71 a.C. tuvo lugar una ingente rebelión de esclavos, emprendida en Capua por el gladiador tracio Espartaco. Durante el conflicto, muchos de los esclavos sublevados pudieron vengarse de sus antiguos opresores. En Apulia, en la batalla del río Silario, las legiones de Marco Licinio Craso masacraron al ejército de los esclavos. El cadáver de Espartaco no pudo ser identificado. Los esclavos capturados fueron crucificados a lo largo de la vía Apia. El sistema productivo romano en suelo itálico, sobre todo en el sector agrícola, se resintió mucho por la desaparición violenta de al menos cien mil esclavos en tres años. En el 70 a.C. ejercieron el consulado Pompeyo y Craso, que abolieron las leyes cornelianas y restablecieron el poder de los tribunos. Desde entonces los cargos judiciales serían ocupados de manera más equitativa por senadores, caballeros y plebeyos enriquecidos. Se estableció que los plebiscitos volviesen a tener fuerza de ley. Entre el 67 y el 66 a.C. Pompeyo organizó y llevó a término con gran eficacia una operación de castigo contra los piratas que entorpecían el comercio marítimo en el Mediterráneo, y que incluso habían provocado con sus ataques un incremento en el precio del grano. Tras barrerlos en el mar, atacó sus bases costeras, situadas principalmente en Cilicia, en el entorno del golfo de Alejandreta. Muchos de los piratas que optaron por entregarse renunciando a sus actividades de rapiña fueron asentados en la ciudad cilicia de Soli, rebautizada como Pompeiópolis.
EL PRIMER TRIUNVIRATO
Los poderes excepcionales de que Pompeyo dispuso durante la guerra contra los piratas hicieron sospechar a los “optimates” de las intenciones hegemónicas que éste albergaba. Tras su victoria en la tercera guerra contra Mitrídates, Pompeyo reordenó los dominios de Roma en Oriente: Ponto, Siria y Cilicia se convirtieron en provincias, mientras que Armenia, Capadocia, Galacia, Cólquida y Judea pasaron a ser estados vasallos. A su regreso de Oriente, Pompeyo licenció a su ejército y celebró el triunfo. Pero el senado no quiso refrendar la reorganización pompeyana de Oriente ni accedió a la distribución de tierras entre los veteranos de la guerra contra Mitrídates. Ello favoreció la formación del primer triunvirato en el 60 a.C. Lo integraban Pompeyo, Craso y César. Era un compromiso privado de apoyo mutuo frente a la vigilante clase senatorial. Carecía de fundamento legal, y suponía en la práctica un reparto personal del poder. En el 59 a.C. fueron elegidos cónsules César y Bíbulo. El primero de ellos, sobrino de Cayo Mario, era de la facción popular, mientras que el segundo defendía los intereses tradicionales de la aristocracia senatorial. Se cumplieron las exigencias de Pompeyo de reparto de tierras entre los soldados veteranos, y se redujeron además los impuestos provinciales. César obtuvo por un período de cinco años el gobierno de la Galia Cisalpina, la Narbonense e Iliria. El convenio de Lucca del 56 a.C. supuso la confirmación del triunvirato. Un año después ocuparon el consulado Pompeyo y Craso. Es decir, el funcionamiento legal de la institución del consulado pervivió, si bien su poder real iría disminuyendo progresivamente frente al acaparamiento del mismo por parte de los triunviros. Se realizó un reparto del gobierno de las provincias: César recibió las Galias, Pompeyo obtuvo Hispania y Craso se ocupó de Siria. En el 53 a.C. Craso murió a consecuencia de una gran derrota infringida por los partos en la batalla de Carras, librada cerca de la actual ciudad turca de Harrán. Su decisión, a la postre equivocada, de invadir Partia, y sus órdenes inadecuadas acerca de la formación de combate a emplear frente al ejército parto, hicieron desde entonces proverbial la expresión “craso error”, es decir, “error grave”. El triunviro fue ejecutado en el campamento parto, donde se le obligó a beber oro fundido.
LA CONQUISTA CESARIANA DE LAS GALIAS
Entre el 58 y el 51 a.C. se produjo la conquista cesariana de las Galias. El mismo César narró los acontecimientos que se iban sucediendo en sus “Comentarios a la guerra de las Galias”, obra en la que también aprovecha para exponer su programa político. César venció en Bibracte a los helvecios, tribu celta del área suiza. Derrotó a los suevos de Ariovisto en los Vosgos, obligando a éstos a regresar al otro lado del Rhin. Sometió a las tribus belgas, entre las que destacaba la de los nervios. Marchó sobre Bretaña, donde venció a los vénetos, pueblo con conocimientos de navegación, y que había construido una flota en el golfo de Morbihan. Persiguió a diversas tribus germanas para intentar estabilizar las nuevas fronteras, incluso cruzando el Rhin por dos veces en expediciones de castigo. Atravesó también dos veces el canal de la Mancha, desembarcando así en Britania, donde luchó contra Casivelauno, primer britano del que se tiene noticia histórica. Las costosas invasiones de Britania, con éxitos militares difíciles de amortizar en la práctica, generaron entre la clase senatorial romana fuertes críticas hacia César, que fue acusado de perseguir la gloria personal más que el interés del estado. En el 54 a.C., en la batalla de Atuatuca, los eburones, dirigidos por Ambiórix y Catuvolco, lograron exterminar quince cohortes romanas (una legión y media). Para que no cundiese el ejemplo de resistencia hacia Roma, el ejército romano se cebó en los años siguientes con los eburones, que fueron masacrados. César tuvo que aplastar el levantamiento de los galos, acaudillados por Vercingétorix, líder de los arvernos. Éste lideró una coalición de tribus opuestas a la presencia militar romana. Los rebeldes se refugiaron en la ciudad de Alesia, dispuestos a intentar frenar una vez más el expansionismo romano. César asedió la ciudad hasta conseguir su rendición, terminando así con la resistencia organizada de los galos. Vercingétorix se entregó a cambio de la vida de los defensores de la ciudad, muchos de los cuales fueron vendidos como esclavos. Fue custodiado como prisionero durante cinco años, para ser así expuesto en el triunfo celebrado por César en Roma en el 46 a.C., tras lo cual se le estranguló.
LA LLEGADA DE CÉSAR AL PODER
En el 52 a.C. la anarquía se apoderó de la ciudad de Roma, donde la descontenta plebe provocaba frecuentes altercados. El senado eligió a Pompeyo, cada vez más próximo a las ideas de los “optimates”, cónsul “sine collega” para que restableciese el orden, evitando así darle el peligroso título de dictador. César, contrario a los honores que se le estaban dispensando a Pompeyo y más cercano a la causa popular, propuso licenciar simultáneamente a todos los ejércitos. El senado no le escuchó, sino que le conminó al licenciamiento de sus legiones y a la renuncia como gobernador de las Galias. En el 49 a.C., temiendo la reacción cesariana, el senado encargó a Pompeyo la defensa de la República. La guerra civil estalló finalmente. César, procedente de las Galias, cruzó el Rubicón con su curtido ejército, y conquistó rápidamente Roma y toda la península itálica. Pompeyo y algunos senadores huyeron a Grecia. César obtuvo en Hispania la victoria de Ilerda y en el Epiro la de Farsalia. Ante el curso negativo de la guerra, Pompeyo pidió asilo en Egipto, donde fue asesinado. Persiguiendo a Pompeyo, César llegó a Egipto. Al enterarse del modo en que había muerto Pompeyo, ordenó castigar a sus ejecutores. César intervino en la disputa dinástica que existía en Egipto, decantándose por Cleopatra, que finalmente pudo acceder al trono. En las subsiguientes luchas libradas en Alejandría se incendió la gran biblioteca, perdiéndose así para la humanidad gran parte del saber recopilado allí. La biblioteca sería restablecida, experimentando en el futuro nuevos incendios devastadores. En el 47 a.C., en la batalla de Zela, en la actual Turquía, César venció al rey del Ponto, Farnaces II, el cual había cometido con anterioridad algunos excesos contra militares y civiles romanos. Para describirle al senado romano desdeñosamente el fulminante éxito de esta empresa se dice que César recurrió a la expresión “Veni, vidi, vici” (Llegué, vi, vencí). El general obtuvo nuevas victorias en Tapso y en Munda sobre los pompeyanos, restableciendo así el orden respectivamente en África y en Hispania.
LOS IDUS DE MARZO
En el 46 a.C. César fue nombrado dictador por diez años y “praefectus moribus”, es decir, censor de la moral y las costumbres. Poco después se convirtió en dictador vitalicio e “imperator”, cónsul por diez años, jefe supremo del ejército, sumo sacerdote y monopolizador permanente de la potestad tribunicia. Se reservó el derecho a proponer y nombrar funcionarios. Organizó un censo de ciudadanos. Redujo a 150.000 el número de beneficiados en los repartos de grano. Reordenó la vida comunal de los itálicos mediante una ley municipal. Distribuyó tierras entre los soldados. Reformó el abastecimiento de las provincias e impulsó su romanización mediante el envío de colonos. Amplió el senado a 900 miembros. Cambió el calendario y promovió construcciones monumentales. Marco Antonio, fiel colaborador de César, ofreció a éste la diadema real, pero César la rechazó. El ingente poder que acaparaba alarmó a los defensores de la República tradicional. Casio y Bruto tramaron una conjura que condujo al asesinato de César en los idus de Marzo del año 44 a.C.
EL SEGUNDO TRIUNVIRATO
A la muerte de César el senado asumió la dirección del estado. El senado refrendó todas las disposiciones de César para contentar al pueblo, pero a la vez amnistió a sus asesinos, mostrando así su doble juego. Quería presentar a los conjurados como salvadores de la República. Tras las exequias y la publicación del testamento de César, los conspiradores tuvieron que huir de Roma ante la ira popular, pasando a ser considerados traidores. Quedó abolida la dictadura. César había declarado heredero a su sobrino nieto Octaviano, pero el cónsul Marco Antonio quiso usurpar el poder. También ambicionaba mayores responsabilidades institucionales el gobernador de la Galia Narbonense, Lépido, el cual en momentos cruciales prestó su apoyo militar a Marco Antonio. La solución consistió en la formación del segundo triunvirato, acordado en Bolonia en el 43 a.C., con una perspectiva de cinco años de duración. La Narbonense e Hispania correspondieron a Lépido, la Galia Cisalpina a Marco Antonio, y África, Cerdeña y Sicilia a Octaviano. Se establecieron tribunales especiales contra los asesinos de César. Se desencadenó una oleada de terror que supuso la ejecución de los implicados y alentadores del asesinato de César, en total unos 160 senadores y unos 2.000 caballeros, quedando confiscadas sus propiedades. Marco Antonio y Octaviano marcharon con sus tropas contra Casio y Bruto, derrotándolos en el 42 a.C. en la doble batalla de Filipos. Éstos optaron por suicidarse, considerando hasta el momento final de sus vidas que habían actuado para salvaguardar la República. Había llegado el momento en que el ordenamiento republicano de Roma iba a sucumbir, salvo en apariencia, ante las ambiciones personales de los líderes militares, de los generales de los ejércitos, de los señores de la guerra.
Lépido tomó el control de las provincias occidentales, Octaviano permaneció en Italia con la misión de asentar a los soldados veteranos y proporcionarles tierras, y Marco Antonio se dirigió a las provincias orientales para pacificar una revuelta acaecida en Judea y para preparar una expedición contra los partos. De camino a Oriente, Marco Antonio se entrevistó en Egipto con Cleopatra. El general romano se convirtió en su amante. Entretanto la esposa de Marco Antonio, Fulvia, promovió en Italia un levantamiento militar, pronto aplastado por Octaviano. Como castigo, Fulvia fue recluida en Sición, en Grecia, donde enfermó y murió. Marco Antonio se casó entonces con la hermana de Octaviano, Octavia, modo de reforzar la unidad del Imperio. En el 40 a.C., en el tratado de Brindisi, se procedió a un nuevo reparto de territorios entre los triunviros. Lépido recibió África, Octaviano las provincias occidentales y Marco Antonio el Oriente. Roma y la península itálica pasaron al dominio común del triunvirato. En el 39 a.C., por la paz de Miseno, Sexto Pompeyo, hijo del Pompeyo enemigo de César, recibió el control de Córcega, Cerdeña, Sicilia y Acaya con el compromiso de abastecer de grano a Roma. En el 38 a.C. se renovó el triunvirato por un período de otros cinco años. El creciente poder de Sexto Pompeyo fue finalmente atajado mediante Agripa, comandante de Octaviano, que le derrotó en la batalla naval de Nauloco en el 36 a.C. Ese mismo año Lépido tuvo que renunciar ante Octaviano tanto al cargo de triunviro como a todos sus demás títulos, conservando tan sólo el de pontífice máximo.
LA PRIMACÍA DE AUGUSTO
Tras separarse de Octavia, Marco Antonio convirtió su relación con Cleopatra en piedra angular del nuevo orden en Oriente, cayendo en una deriva ideológica extraña. Ocupó Armenia e intentó fundar un reino oriental de tipo helenístico, con capital en Alejandría. Proclamó a Cesarión, el hijo que habían tenido César y Cleopatra, corregente de Egipto. Al finalizar el triunvirato en el 33 a.C., el mismo no se renovó, preparándose Octaviano y Marco Antonio para la guerra. En el 31 a.C., en la batalla naval de Actium, la flota de Marco Antonio y Cleopatra sucumbió. Ambos se suicidaron al año siguiente, al producirse la invasión terrestre de Egipto por parte de Octaviano, que ganó así una nueva provincia para Roma. Octaviano ordenó matar a Cesarión, extinguiendo de esta forma la dinastía de los lágidas. Unos 120.000 soldados veteranos fueron establecidos como colonos en Oriente. En el 27 a.C., Octaviano cedió el poder al senado, reservándose la función proconsular. Quedó así teóricamente restaurada la República. El senado le otorgó el título honorífico de Augusto, que le convertía de facto en emperador. Octaviano, ahora ya Octavio Augusto, dueño del Mediterráneo, extendió la idea del inicio de una era de paz. Paz creada con las armas de Roma y sostenida por el temor hacia las mismas.
BIBLIOGRAFÍA:
-Le Glay, Marcel; “Grandeza y decadencia de la República Romana”; Ediciones Cátedra; Madrid; 1990.
-Roldán Hervás, José Manuel; “Historia de Roma I. La República Romana”; Ediciones Cátedra; Madrid; 1981.
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