viernes, 1 de agosto de 1997

IDEAS DE NOVALIS ACERCA DE LA HISTORIA


Novalis vivió entre 1772 y 1801. Nació en la pequeña población sajona de Wiederstedt, en Alemania. Se llamaba en realidad Georg Friedrich Philipp Freiherr von Hardenberg. Adoptó el pseudónimo de Novalis de un antepasado suyo del siglo XIII. Novalis es uno de los principales representantes del primer romanticismo alemán. Es una figura contradictoria que inaugura una nueva sensibilidad poética. Aunque combatió con fervor el racionalismo ilustrado, en sus obras se aprecian todavía elementos estéticos propios de la ilustración. Era partidario de las reformas introducidas por la Revolución francesa, pero le hubiera gustado que la misma hubiera tenido un carácter distinto. Novalis es el mayor exponente de una rama inserta en el romanticismo que se caracteriza por su exacerbado espiritualismo. No era historiador, sino poeta, pero abordó repetidamente las cuestiones historiográficas desde una perspectiva poética. Sus escritos son escasos, dispersos e inacabados, y están realizados en un estilo aforístico que favorece la discusión interpretativa. Novalis estudió derecho en diversas universidades alemanas, en las que conoció a grandes escritores y pensadores románticos. El derecho le gustaba poco, por lo que se dedicó a adquirir conocimientos de otras disciplinas, algunas de ellas científicas.

Novalis creó un lenguaje simbólico relacionado con los misterios cromáticos y compositivos de los minerales, y defendía una especie de unión mística del hombre con la naturaleza. El escritor alemán diseñó un curioso sistema de pensamiento denominado “idealismo mágico”. Por magia entendía Novalis el arte de transformar la realidad, incluyendo el presente histórico. La vocación del poeta y de todo hombre es imponer la idea sobre la materia, y de ese modo convertir las cosas y los hechos en ideas, espiritualizando el cosmos. Para transformar las cosas el hombre ha de valerse del poder mágico de la palabra y de la acción. Las ideas históricas de Novalis están principalmente recogidas en tres obras: “Fragmentos”, “Heinrich von Ofterdingen” y “La Cristiandad o Europa”.

Todo el pensamiento de Novalis se vio determinado por una niña llamada Sophie von Kühn. La conoció cuando él tenía unos 22 años y ella 12. Se enamoró inmediatamente e inició con ella un noviazgo. Se trataba de una muchacha corriente a los ojos de todos, pero encerraba algo extraño en su corazón que sólo descubrió Novalis. Unos tres meses antes de la fecha fijada para la boda, Sophie murió de tuberculosis a la edad de 15 años, en 1797. Novalis visitaba la tumba de Sophie todas las tardes. Una de ellas, cuando ya anochecía, sufrió una especie de enajenación momentánea que le hizo sentir la presencia física de Sophie, hasta el punto de creer verla. Desde ese momento se inició la afición de Novalis por la noche y por la muerte. Pensaba más en la muerte que en la vida, y sólo deseaba morir para reunirse con Sophie. El anochecer en que experimentó la presencia de Sophie junto a su tumba supuso para Novalis un momento de abolición del tiempo y del espacio, y la estancia breve en un plano distinto al de nuestra naturaleza, como si hubiese participado fugazmente de una especie de transfiguración, mezclada con el sueño. Sensaciones de este tipo son propias de los momentos de duermevela.

Novalis convirtió la noche en una de las ideas obsesivas de su pensamiento, pues la noche funde cualquier distancia y duración, poniendo de manifiesto la vanidad de las concepciones intelectuales que tratan de dividir y clasificar el infinito y de fragmentar y numerar las porciones del tiempo y del espacio. Para Novalis, el tiempo es eterno porque eterna es la vida tras la muerte. Frente a los ilustrados, que entronizaban la luz de la razón, Novalis tomará como símbolo de su peculiar romanticismo la inmensidad de la noche. En la noche el hombre no ve nítidamente, pero siente e intuye bajo la luz tenue de la luna y los astros. La noche no es ausencia de luz, sino que contiene y proyecta su luz propia, una luz negra, la única capaz de aclarar los más inaccesibles recovecos del alma. En el pensamiento de Novalis se confunden indisociablemente la noche, la muerte y la amada, elementos que vertebran sus “Himnos a la noche”: “En nube de polvo se convirtió la colina; a través de la nube vi los rasgos glorificados de la amada. En sus ojos descansaba la eternidad; cogí sus manos, y las lágrimas se hicieron un vínculo centelleante, indestructible. Pasaron milenios, descendían huyendo a la lejanía, como huracanes. Apoyado en su hombro lloré; lloré lágrimas de encanto para la nueva vida. Fue el primero, el único sueño, y desde entonces, desde entonces sólo siento una fe eterna, una inmutable confianza en el cielo de la noche, y en la luz de este cielo: la amada.”

A fines de 1798, sin haber superado el dolor por la pérdida de Sophie, Novalis se comprometió con Julie von Charpentier. En 1799 consiguió un puesto como administrador en las minas de Weissenfelds. En esta localidad murió en 1801 a causa de la tuberculosis. El hecho de que muriese tan joven, sin haber llegado a cumplir los 29 años, contribuyó a convertirle en icono de la literatura romántica alemana. El conjunto de su producción fue publicado de manera póstuma por dos grandes figuras del romanticismo germano, Friedrich Schlegel y Ludwig Tieck.


FRAGMENTOS

En su obra “Fragmentos”, escrita con estilo condensado y sentencioso, Novalis expone algunas de sus ideas acerca de la historia. Él piensa que sus frases guardan sentidos que serán descubiertos por otros. Sus frases son por tanto semillas que crecerán con formas diversas en el pecho de quien las lea. Para Novalis, tener sentido histórico es tener visión profética para intuir los acontecimientos futuros desde la comprensión de que todos los elementos constitutivos del mundo mantienen una interacción profunda e infinita. La suerte es definible como la capacidad que nos permite, desde la previsión de los acontecimientos futuros, hacernos dueños de la historia y de nuestro propio destino. El haber logrado intuir lo que va a suceder causa placer. La novela ha surgido por defecto de la historia. La novela es una manipulación estética de la historia que no persigue ningún fin. La novela es en cierto modo la historia libre, la invención poética libre que simboliza la realidad muy variadamente. La historia tiene que permanecer siempre incompleta, ya que por un lado es imposible reconstruir todo el pasado, y por otro lado no recoge aún lo que aún está por suceder. Novalis consideraba que en su época era difícil ocuparse del estudio histórico de grandes unidades, como naciones y largos períodos, sobre todo por la falta de fuentes exactas y suficientes. En su opinión, las mejores historias que se habían hecho hasta entonces eran más bien crónicas geográficas incompletas entretejidas con algunas observaciones históricas. La visión que Novalis tiene de la historia está impregnada por su idea de que los hombres se caracterizan por la progresividad o perfectibilidad. La historia conduce por tanto a un perfeccionamiento de las realidades humanas. Una buena historia sólo puede formarse de fuentes que ya son también buenas historias. Si las fuentes están viciadas, nuestros planteamientos históricos es fácil que se contaminen. Las historias parciales son imposibles. Toda historia tiene que ser historia universal, y sólo en relación con toda la historia es posible tratar históricamente una materia particular. Novalis defiende por tanto la inserción de todo estudio histórico que verse sobre un asunto concreto en un marco universalista de la historia.

El mundo es la suma y la combinación de todo lo pasado. En el pasado yacen muchas realidades que ya se han desligado de nosotros, salvo por la consciencia de que algún día fueron y de que pudieron contribuir a la definición de nuestro presente. Lo joven y lo viejo son predicados polares de la sustancia histórica. Es joven aquello en lo que predomina el futuro. Es viejo aquello en lo que el pasado tiene la supremacía. Toda antigüedad poseyó juventud. Y toda juventud llegará a ser antigüedad. Lo joven y lo viejo están por tanto íntimamente imbricados en el seno de una realidad de esencia superior por ser permanente. Lo viejo es lo rígido y lo ilustrado. Lo joven es lo fluido y lo cambiante. En todo elemento humano hay antigüedad y juventud que se diluyen en el concepto del ser. Los períodos históricos que se tocan son polares, pues uno de ellos encarna lo viejo y es cada vez más viejo, mientras que el otro es joven y está dotado de la potencia de la acción que crea nuevas realidades y que suscita cambios. La doctrina del futuro pertenece a la historia, ya que la historia no es tan sólo lo pasado, sino también lo que está por venir. La historia no se crea a sí misma. Sólo nace por la conexión entre el pasado y el futuro. Hasta que el pasado no esté asegurado por la escritura y la ley, el futuro no puede llegar a ser provechoso y significativo.

Los hombres tratan con demasiado descuido sus recuerdos. Así como la historia de su vida forma al hombre, la historia universal forma al hombre de grandes dimensiones. Por tanto los hombres con inquietudes históricas que estudian y aprenden del pasado están en condiciones de ser los más íntegros. Algunos hombres se llevan mejor con el tiempo pasado y el futuro que con el presente. De este modo, hay hombres que preferirían revivir su pasado o vivir en épocas ya extinguidas antes que tener que afrontar su presente. De igual forma, hay hombres que depositan sus esperanzas de dicha en su incierto futuro o en épocas soñadas que aún están por venir, descuidando así las posibilidades creativas que les ofrece su presente. Novalis sabía que casi todos los hombres han deseado en ocasiones vivir en el pasado y en el futuro. El presente no es comprensible sin el pasado y sin grandes dosis de educación. El conocer y digerir los logros y las mezquindades de los períodos ya extintos puede dotar al hombre de una capacidad profética. El historiador es el refundidor activo e idealista de los datos de la historia. Debe poseer mirada profética. Tiene que ser transmisor de ideas, tanto desde la escritura como desde la oratoria. Lo que expone son evangelios, ya que toda la historia es evangelio, es decir, “buena nueva” en la que subyace la presencia divina, sucesión de mensajes que anuncian un nuevo reino. Cada hombre posee un sentimiento moral que es el sentimiento de la absoluta capacidad creadora, de la libertad productiva, de la personalidad infinita, de la vinculación estrecha con la divinidad.


HEINRICH VON OFTERDINGEN

Algunas de las reflexiones novalisianas sobre la historia aparecen en la “bildungsroman”, novela de aprendizaje, “Heinrich von Ofterdingen”. Esta novela narra la evolución espiritual de un joven que ha descubierto muy pronto su vocación para la poesía a través de un sueño en el que aparecía una bella flor azul. Esta flor azul es símbolo de la esencia del arte como reconciliación de lo interior y lo exterior, la realización plena de la idea proyectada. En un pasaje de la obra, el joven Heinrich entra junto a otros compañeros en una cueva en la que se encuentra a un ermitaño que en el pasado había luchado en las cruzadas. Se inicia entonces una conversación acerca del significado de lo histórico.

El verdadero sentido para comprender la historia humana no se desarrolla hasta tarde, y ello ocurre más bajo el sosegado influjo de los recuerdos que bajo la fuerza de la impresión que produce lo presente. Los acontecimientos más cercanos parecen tener sólo una relación superficial, pero no por ello revelan una conexión menos maravillosa con los lejanos. Sólo cuando uno está en situación de abarcar con la vista una larga serie de sucesos se advierte el secreto encadenamiento de lo pasado con lo futuro. Para ello no hay que tomar todos los hechos que escuchamos al pie de la letra ni confundir su verdadero valor con los sueños de la fantasía. Aun así, al componer la historia no hay que recurrir sólo a los recuerdos, sino también a las esperanzas. Sólo le es dado descubrir la clave de la historia a aquél que tiene ante sus ojos todo el pasado, por lo que los humanos no podemos llegar más que a fórmulas toscas e incompletas. El observar con atención los avatares de la vida es algo que nos depara un placer profundo e inagotable, elevándonos por encima de los males de esta tierra. Cuando somos jóvenes leemos la historia sólo por curiosidad, como si fuera un cuento. En cambio, ya llegados a la madurez, la historia se convierte en una amiga consoladora que con sus palabras nos prepara para una vida más alta y más amplia, y que con sus imágenes sencillas nos va familiarizando con un mundo desconocido. Sobre el pasado debieran escribir sólo ancianos piadosos ya próximos a la muerte. En sus palabras no habría nada de tenebroso ni turbio, sino sólo luz verdadera. Para Novalis, la Iglesia es la casa de la historia, puesto que se ofrece a ser mediadora entre el mundo antiguo y el moderno.

Novalis por boca de sus personajes expresa su interés por las historias de los individuos concretos, por las vidas personales, en las que intuye la actuación de una secreta providencia. Asegura que una posteridad más sabia buscará cualquier noticia del pasado como si fuera una reliquia, y ni la vida de un solo hombre, por insignificante que ésta sea, le será indiferente, porque en ella verá reflejada, con mayor o menor intensidad, toda la vida de una época. Novalis indica que los que se dedican a anotar los hechos y los acontecimientos de su tiempo no se suelen parar a reflexionar sobre lo que hacen, y no intentan dar a sus observaciones un orden y una coherencia, sino que seleccionan y compilan noticias de forma casi caótica. El resultado de esta labor es un amasijo de observaciones parciales e incompletas. No basta con que la persona que escribe historia sea hábil en el arte de narrar y enormemente prolija, sino que además ha de incluir en sus obras aquello que hace que la historia sea historia, que no es sino la ilación que permite engarzar los acontecimientos más dispares. Por ello un buen historiador tiene que ser además un poeta, ya que sólo los poetas poseen el arte de enlazar unos hechos con otros conforme a la verdad. A continuación Novalis entremezcla la historia y la invención poética, indicando que ésta puede contener un sentido histórico verdadero aunque sus personajes nunca hayan existido. Personajes inventados pueden desenvolverse en marcos históricos verdaderos revelándonos el significado auténtico de acontecimientos que realmente se produjeron.


Estos planteamientos suponen una verdadera exaltación del género de la novela histórica como forma de aproximarse al conocimiento y a la comprensión del pasado, así como un elogio hacia quienes dan belleza formal a la narración de los hechos: “Cuando reflexiono sobre todas estas cosas, pienso que un buen historiador tiene que ser además un poeta, porque sólo los poetas poseen el arte de enlazar convenientemente unos hechos con otros. En sus narraciones y fábulas he experimentado un sosegado placer viendo su fino sentido del misterio de la vida. En sus cuentos hay más verdad que en las crónicas de los eruditos. Aunque sus personajes y los destinos de éstos sean inventados, el sentido que estas invenciones encierran es natural y verdadero. Y hasta cierto punto, para nuestro placer, así como para nuestra enseñanza, da igual que aquellos personajes, en cuyo destino seguimos las huellas del nuestro, hayan existido o no. Porque a lo que nosotros aspiramos es a conseguir la intuición del alma grande y sencilla de los fenómenos de una época; si encontramos que nuestro deseo se cumple, ya no nos preocupamos por saber si aquellas figuras concretas que aparecían en las narraciones existieron realmente o no.”

Uno de los aspectos más sorprendentes de esta novela de Novalis es la negación reiterada de la linealidad del tiempo. El pasado, el presente y el futuro de la vida de Heinrich constituyen una unidad, y son de algún modo contemporáneos. El camino de descubrimiento interior emprendido por Heinrich es un itinerario de la mente en la mente, de modo que el tiempo es sólo apariencia, un despliegue aparentemente lineal de algo que ya estaba definido en su conjunto. El hecho de que en el presente se pueda pensar en el pasado y en el futuro convierte a los tres tiempos en contemporáneos en la interioridad del hombre. Nuestros sueños se basan en lo que ya hemos vivido y son una expresión inconsciente de nuestros anhelos, por lo que son lazos que relacionan el pasado y el futuro. Por otro lado, la poesía precede a la realidad futura, puesto que la poesía está dotada de valor profético.


LA CRISTIANDAD O EUROPA

Novalis empieza su ensayo con una descripción idealizada de los tiempos en que Europa era cristiana. Los europeos configuraban por entonces el núcleo más sustancioso de la cristiandad. Un gran interés comunitario unía los distintos territorios de este vasto imperio espiritual. Novalis prosigue con un elogio a los sacerdotes de aquella supuesta época. En su opinión eran hombres escogidos y equipados con asombrosas fuerzas, hijos del cielo cuya presencia transmitía algo misterioso. Esclarecían la vida de los cristianos, conduciéndoles a una patria soñada. Predicaban amor a la santa Señora de la cristiandad, que, provista de fuerzas divinas, estaba dispuesta a salvar a todo creyente de los más terribles peligros. Los hombres que habían llegado a ser santos actuaban desde su nueva morada como potencias bienhechoras. La omnipotencia divina se manifestaba a través de milagros y signos maravillosos. Los hombres alimentaban el deseo de reencontrarse con sus seres queridos más allá de la muerte. Los cristianos emprendían arriesgadas empresas para anunciar el evangelio e instaurar un nuevo reino. La Iglesia vio con temor los progresos de los pensadores. Sabía que los hombres, envanecidos por sus conocimientos, antepondrían su limitado saber a la infinita fe, y empezarían a menospreciar todo lo grande y digno de admiración, considerándolo sólo como efecto causal carente de vida. Los reyes presentaban sus pleitos a la justicia papal, y pasaban sus últimos años de vida entre los solitarios muros de los conventos. Todas las aptitudes humanas tenían en aquellos tiempos un desarrollo armónico. El arte nunca fue tan bello como entonces porque nunca expresó tanta fe.

Pero la sociedad cristiana demostró no estar aún lo suficientemente madura para constituirse en nuevo reino. El amor desfalleció bajo el peso de los negocios y las preocupaciones interesadas. Fue juzgado como fraude y locura. En el hombre surgió una escisión interior. Se extendieron guerras destructoras. La sensibilidad con la que el hombre percibía lo invisible quedó eclipsada por la opulenta cultura. Los hombres volvieron todos sus pensamientos y anhelos hacia lo que les proporcionase bienestar. Sus necesidades se multiplicaron y sus artes se hicieron tan complejas que ya no hubo tiempo para la observación sosegada de la propia interioridad. El hombre cambió su juventud y su fe por el saber y la posesión. Volcó todas sus aspiraciones en la vida presente y se olvidó de la vejez y la muerte. Huyó de la soledad para no pensar en su interior. Se aficionó a las discusiones mezquinas, ahogando así sus impulsos más valiosos.

A través de algunas reflexiones históricas, Novalis se adentra en la degeneración del clero y en la aparición del protestantismo. Para Novalis, cada período sucede a otro mediante una oscilación o movimiento opuesto. Cada período supone en cierto modo una reacción frente al anterior. Todos los períodos son limitados. Alcanzan un esplendor y experimentan la decadencia. Uno de los rasgos más sorprendentes del pensamiento histórico de Novalis reside en la creencia en la resurrección de las épocas pasadas. Estas épocas regresarán rejuvenecidas y con una forma nueva. Las evoluciones progresivas son la materia de la historia. Los distintos períodos no alcanzaron la perfección, pero la alcanzarán en intentos posteriores o reiterados. Nada de lo que abrazó la historia es pasajero, y a través de transformaciones innumerables renace de nuevo en formas siempre más ricas. La época en que el cristianismo se desplegó con magnificencia dio paso a otra época en que la inspiración mundana gobernó su ruina. La apatía abatió a los clérigos, en cuyas cabezas se abrieron paso los bajos deseos. El místico prestigio del papado se vino abajo, y nada pudo frenar la insurrección protestante.

Los protestantes se rebelaron contra el oneroso poder papal. Recabaron para sí la máxima autoridad en materia religiosa. Introdujeron nuevos principios, muchos de ellos nocivos. Separaron lo inseparable, dividieron la Iglesia indivisible y se apartaron de la sociedad cristiana. La situación temporal de anarquía religiosa dio paso al reconocimiento de la escisión. Los protestantes crearon sus propios consistorios eclesiásticos. Los príncipes aprovecharon las querellas religiosas para afianzar su soberanía territorial y ampliar sus ingresos. Tomaron los nuevos consistorios bajo su protección, y evitaron la fusión de las distintas corrientes protestantes. De un modo vil la religión fue encerrada dentro de fronteras estatales, dejando de ser así el vínculo que unía a los europeos. La religión dejó de ser el principio unificador e individualizador de la cristiandad. La paz religiosa concluida entre católicos y protestantes convirtió en permanente la contradicción. De un modo arbitrario y en base a consideraciones filológicas, Lutero deformó los dogmas del cristianismo. La libre interpretación de la biblia sembró el desconcierto, y le hizo más difícil al espíritu divino apoderarse del corazón del hombre. Los protestantes prescindieron de los milagros. La sobriedad de su culto, salpicada sólo de ciertos centelleos de exaltación anímica, favoreció la extensión de la incredulidad.

Con la Reforma protestante se acabó la cristiandad. Católicos y protestantes mantuvieron su divorcio sectario. Los territorios que siguieron siendo católicos se vieron también afectados por el debilitamiento espiritual. Los estados adoptaron prácticas políticas pragmáticas y buscaron la hegemonía universal. Los príncipes, viendo inactivos los poderes celestiales, quisieron manejar la Iglesia a su antojo. En este punto Novalis ensalza la reacción jesuítica, y la pone como precedente de las sociedades secretas, cuyos misterios le atraen intensamente. Los jesuitas retomaron el impulso evangelizador y se apoderaron de muchas de las iniciativas científicas. Su vigorosa acción espiritual dio nueva fuerza al catolicismo. Débiles superiores, los celos de los príncipes y de otras órdenes religiosas, las intrigas de corte y otras extrañas circunstancias provocaron el ocaso de los jesuitas. Novalis en su ensayo predice el regreso de los jesuitas a las naciones católicas europeas de las que habían sido expulsados. En opinión de Novalis, las asociaciones que perduran son aquellas que no se basan en la limitada iniciativa individual, sino en la inmensurable capacidad de la colectividad y de las nuevas generaciones. La Reforma fue un signo de los tiempos, un hito en la historia espiritual del hombre.

De forma progresiva los sabios pusieron sus actitudes al servicio de ideales independientes de la religión. Novalis considera nefasto el que la sabiduría dejase de ser aliada de la espiritualidad, e incluso ve en este hecho la causa de muchas guerras. La civilización europea se acercó al período de la erudición triunfante. El saber y la fe empezaron a ser rivales. Se consideró que la fe era el motivo del estancamiento general y se esperaba superarlo por medio del conocimiento. El sentimiento religioso empezó a ser escarnecido, y se celebró toda ocurrencia contraria a la religión. El odio hacia el opresivo cristianismo se hizo extensivo hacia todo lo que despertaba entusiasmo anímico, como la fantasía, el sentimiento, la moralidad, el arte, el pasado, el futuro… El hombre empezó a avergonzarse de la necesidad mostrada por sus antepasados cristianos, y se asustó del futuro, porque su futuro era la muerte. Los hombres miraron despectivamente a los demás seres naturales, y colocaron el azar como principio rector del universo.

El entusiasmo por el saber fue especialmente intenso en Francia. Los poetas aún incluían en sus versos antiguas llamas, pero éstas eran pronto apagadas con fríos razonamientos. Los ilustrados se esforzaron por eliminar la poesía de la naturaleza y las ciencias. Borraban las huellas de lo sagrado y se mostraban sarcásticos al estudiar grandes hechos históricos u hombres que habían sido admirables. Proclamaban su vinculación a la luz, luz que significaba el fin de las supersticiones. Desposeyeron a la religión de todo lo que resultase milagroso o misterioso. Para disimular su incredulidad declararon ser deístas, y su dios era distante y pasivo. Convirtieron la historia en un cuadro costumbrista casero y burgués. Se multiplicaron los filántropos e iluministas. Pero los ilustrados fracasaron en su intento por someter y modernizar la naturaleza, que continuó tan incomprensible, poética y rebelde. Los ilustrados lo cubrieron todo con su filosofía e ironía, si bien hay que decir en su favor que fueron tolerantes. Afortunadamente la deformadora cultura elitista de la segunda mitad del siglo XVIII sufrió el golpe certero de la Revolución francesa, que inició una época auténtica de popularización de los bienes y las ideas. A la desidia religiosa ilustrada siguió la anarquía revolucionaria, que reactivó las pasiones, la exaltación y la cultura popular, que tenía incorporado el misterio.

Novalis escribió este ensayo cuando aún la Revolución francesa no había adquirido unos valores definidos, pero ya se estaba decantando por la recuperación de muchos de los logros ilustrados. Por ello Novalis pide a los revolucionarios que no retomen el viejo espíritu ilustrado, sino que tiendan a la revitalización de los valores interiores. Considera una insensatez el que los hombres pretendan moldear la historia a su antojo, pues ésta es autónoma, independiente. La historia camina libre mostrándonos señales proféticas de las que debemos aprender: “¿Deberá la Revolución seguir siendo la francesa, igual que la Reforma fue la luterana? ¿Debe ser visto de nuevo el protestantismo, de manera antinatural, como gobierno revolucionario? ¿Debe una letra dejar sitio a una letra? ¿Buscáis el germen de la perdición también en la antigua institución, en el viejo espíritu, y creéis comprenderos en una institución mejor, en un espíritu mejor? Ojalá que el Espíritu de los espíritus os llenara y desistiérais de este insensato empeño de moldear la historia y la humanidad y de darle vuestra dirección. ¿No es ella independiente, autónoma, tan buena como infinitamente amable y profética? Estudiarla, seguirla, aprender de ella, ir a su mismo compás, seguir fielmente sus promesas y sus señales… en esto nadie piensa.”

Novalis piensa que la religión en la nueva Francia es una pequeña huérfana que ha de reconquistar los corazones antes de que los políticos vuelvan a hacer un uso interesado de ella. Novalis piensa que si los países europeos alcanzasen por fin la paz, empezaría a latir en el pecho de sus ciudadanos un nuevo sentimiento religioso, sincero y superador de las frustrantes seguridades materiales. El escritor da entrada ahora en su ensayo a un elogio de Alemania, y profetiza que Alemania estará a la cabeza del resto de los países europeos. En su opinión, excesivamente generalizadora, el alemán se entrega con fervor a la cultura, las ciencias y las artes, dejando actuar a sus capacidades en la infinitud. Los escritores alemanes se vuelven más peculiares y poderosos, y los investigadores se lanzan con entusiasmo al cultivo de todas las ciencias. En la Alemania romántica, la profundización en los conocimientos va acompañada de la aceptación de la fantasía, de modo que saber y soñar se emparejan audazmente por doquier. En la Alemania de los umbrales del siglo XIX, se extiende con la velocidad del pensamiento la libertad artística, la falta de límites, la diversidad, el peculiarismo y la capacidad inmensa de la interioridad. Lo que Novalis está describiendo, tal vez sin saberlo, es el nacimiento del romanticismo alemán.

Las refinadas charlas de salón que caracterizaron el período ilustrado fueron necesarias para que fuera más brillante el triunfo de la insumisa poesía romántica. Los hombres abandonaron los desiertos del entendimiento ilustrado, y volvieron a conmoverse ante la potencia de la naturaleza, la infinitud del arte, el saber no pretencioso, el respeto de lo popular y la omnipresencia de lo histórico. Novalis invita a los desengañados por la ilustración a volver a aceptar el mensaje de la revelación como anuncio de la llegada de una nueva humanidad. La certeza de que nada de lo que el hombre puede fabricarse puede darle la plenitud hace a Novalis concebir la esperanza de que los progresos científicos del hombre desembocarán en Dios, y no en la propia ruina. El escritor alemán sueña con el advenimiento de una nueva historia y de una nueva humanidad que suponga la unidad pacífica de todos los cristianos. Será ésa una edad profética y milagrosa, consoladora e incitadora de vida eterna, una época de reconciliación en la que los hombres no despreciarán lo que no ven y en la que no se burlarán del sentimiento. Novalis piensa que todas las épocas históricas pasadas han tenido su razón de ser, han sido de algún modo necesarias. Utilizando el lenguaje mineralógico que tanto le gustaba, Novalis califica los períodos ya transcurridos como cristalizaciones de la historia.

En la parte final de su ensayo Novalis reflexiona sobre el futuro de Europa. Considera que las estructuras políticas europeas existentes hasta ahora han demostrado su imperfección. La guerra no podrá ser nunca la impulsora del acercamiento de los distintos estados europeos. Para que Europa esté verdaderamente unida ha de descartarse una disposición jerarquizada de las naciones. Ha de existir un equilibrio entre las mismas, que sólo será duradero si no se basa exclusivamente en elementos temporales, sino también en un sentimiento espiritual común. Pugnan en cada uno de los estados europeos dos fuerzas, la de lo viejo y la de lo nuevo, la devoción por la propia tradición histórica y el deseo de establecer libres vínculos supraestatales. La sangre correrá por Europa hasta que sobre los humeantes campos de batalla no se celebre un ágape reconciliador. Sólo la vuelta a la riqueza espiritual puede despertar a Europa y restablecer la cristiandad. La reacción ante las desgracias es tan común en todos los hombres que unas naciones buscarán el apoyo de las otras hasta que en Europa tenga primacía la conciencia cristiana sobre la conciencia nacional. La cristiandad eliminará las fronteras y acogerá en su seno a todas las almas sedientas de lo supraterreno, aunque no sean propiamente gentes cristianas. En la nueva cristiandad, exenta de cualquier sectarismo o exclusivismo, cada hombre tendrá libertad para ser cristiano según sus creencias. Lo que unirá fundamentalmente a los distintos cristianos será su admiración por la figura de Cristo. Para Novalis, el cristianismo se ha purificado con el tiempo, se ha interiorizado. Es el momento de la reconciliación europea de católicos y protestantes, lo que será un primer paso hacia la unidad anímica del mundo. La religión ya no será arma política, sino libertad interior. Novalis no sabe cuándo ocurrirá todo esto, pero sabe que ocurrirá. En este ensayo se aprecia que para Novalis la historia es una unidad dialéctica cuyas oscilaciones caminan hacia la reconciliación y la paz. Por tanto la visión novalisiana del futuro de la humanidad es bastante esperanzadora, y no está impregnada de la crudeza escatológica que vaticina el Apocalipsis de San Juan. El joven alemán considera que el hombre dotado de fe es capaz de comprender las señales que encierra el devenir histórico.

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