jueves, 1 de abril de 2010

ARCONTÓPULOS


Entre los años 1086 y 1091, el emperador bizantino Alejo I (1081-1118) tuvo que repeler en Tracia las invasiones de los pechenegos y los cumanos, a los que se daba el calificativo artificial y clásico de escitas. Lo sucedido entonces, así como muchos otros de los hechos relevantes acaecidos durante el reinado de Alejo, fue narrado por la hija del soberano, Ana Comneno, en su obra “La Alexíada”. Es éste un libro historiográfico de gran detallismo escrito con la intención de exaltar la labor política, militar, social y religiosa desarrollada por Alejo. El estilo empleado por Ana Comneno en su obra es bastante panegirista y retórico, pero a pesar de ello su contenido aporta una inestimable visión interna de los muchos problemas que afectaban al Imperio bizantino y del modo en que Alejo trataba de atajarlos. En el caso de la llegada de los ejércitos pechenegos y cumanos a territorios interiores del Imperio la situación llegó a ser desesperada. Alejo tuvo que recurrir por entonces a la confiscación de muchos bienes eclesiásticos que le aportasen ingresos con los que financiar la guerra.

Los invasores habían infringido una gran derrota a las fuerzas bizantinas en la primavera de 1087 en Dristra, posición danubiana que no resistió, abriéndoles de esa manera las puertas hacia el corazón del Imperio. La propia vida de Alejo corrió peligro en la batalla, si bien Ana Comneno describe literariamente la destreza con la que al final el emperador logró escapar. Las luchas internas mantenidas entre cumanos y pechenegos por el reparto del botín evitaron el que las consecuencias fueran más graves para Bizancio. Alejo logró firmar un tratado con los pechenegos, los cuales decidieron romperlo poco después. El emperador casi siempre intentaba frenar diplomáticamente y mediante generosos regalos los posibles conflictos militares, para que los mismos no se reprodujesen en las distintas fronteras hasta extenuar al Imperio. Y es que los enemigos circunstanciales eran muchos, contándose entre ellos los turcos, los normandos e incluso los cruzados. El manejo astuto de las alianzas era fundamental para la supervivencia del estado. Así, en la primavera de 1091, Alejo recurrió al apoyo de los cumanos para enfrentarse con más garantías a los pechenegos, logrando derrotarlos en Lebunio. Contribuyeron a la victoria bizantina 500 caballeros enviados por el conde Roberto I de Flandes, escogidos personalmente por él mismo, que además regaló al emperador 150 caballos excelentes.

Entre los episodios que se sucedieron durante la guerra contra los pechenegos hubo uno especialmente emotivo. Se trata de la formación de un contingente de soldados demasiado jóvenes, conocido como el batallón de los Arcontópulos (“La Alexíada”; VII; VII; 1-2). Estaba constituido por 2000 muchachos de edad no precisada, que según la descripción de Ana Comneno tenían la barba recién salida. La escasez de soldados y lo crítico de la situación bélica habían obligado a Alejo a ordenar su reclutamiento, buscándolos por todas partes. Eran hijos de soldados ya caídos. Se les puso el nombre de Arcontópulos, como si fueran hijos de Arcontes, en honor de sus padres, para que tuvieran siempre presentes la nobleza y el arrojo que habían demostrado éstos en vida. El definir a sus padres como Arcontes, algo propio de la obsesión bizantina por los títulos y la invención de cargos, era tremendamente prestigioso, pues equivalía a otorgarles de manera póstuma una función rectora dentro del Imperio, a pesar de que la mayoría habían sido sólo humildes soldados. Se realizó todo un ejercicio de adoctrinamiento para convertir a los jóvenes reclutas en extremadamente osados, pues desde una edad tan temprana se les inculcaba valores militares, entremezclados con una perspectiva generacional de la defensa secular del territorio patrio. Y ellos efectivamente respondían en los entrenamientos para el combate con tremendo ardor. Chirría entre nosotros la utilización de soldados tan jóvenes, casi niños, así como su manipulación educativa para transformarlos en guerreros de élite, capaces de entregar su corta vida en sacrificio por la pervivencia del estado. Estos escrúpulos morales debieron también hacer mella en Alejo, que aunque fue el creador del batallón dio muestras de profundo pesar ante la muerte de algunos de sus miembros, hasta el punto, siempre según la versión de su hija historiadora, de llorar por ellos y repetir entre lágrimas sus nombres. Esta supuesta afectación es quizás una excusa para hacer menos odiosa la existencia misma del batallón.

Todo parece indicar que aunque tras la muerte de Alejo el batallón de los Arcontópulos siguió existiendo, su uso militar pasaría a ser secundario, convirtiéndose más bien en una escuela para futuros soldados, destinados a integrarse en otros cuerpos de élite. En su diseño puede rastrearse la influencia por un lado de la compañía sagrada tebana, en la que se hacía hincapié en el compañerismo por binomios, y por otro lado de la precoz formación militar a la que eran sometidos los niños de los aristócratas espartanos. Ambos conceptos son relacionados por Ana Comneno al aludir erróneamente al origen lacedemonio de la compañía sagrada. En la guerra contra los pechenegos, la participación de los Arcontópulos consistió en el ataque por la retaguardia a los carros enemigos mientras éstos se desplazaban entre las ciudades de Taurocomo y Cariópolis. Su objetivo era abatir a los hombres que iban en lo alto de los carros para frenar su avance. Fueron respaldados en la acción por otras fuerzas especiales bizantinas. Tropas pechenegas emboscadas a los pies de una colina rechazaron el ataque, causando entre los Arcontópulos unas 300 bajas. Su impecable comportamiento en la jornada tuvo que servir como acicate a los soldados bizantinos más veteranos. No se vuelve a mencionar la intervención de los Arcontópulos en los combates, que progresivamente se decantaron del bando constantinopolitano. Ello refuerza la idea de que el recurso a soldados tan jóvenes se dio sólo en circunstancias críticas. La impresión producida por la muerte ante los pechenegos de unos 300 muchachos, arrebatados sin que su cuerpo hubiera al menos terminado de constituirse, tuvo que ser demasiado dolorosa como para permitir que volviera a repetirse.

En la historia encontramos más ejemplos de confección de divisiones militares de adolescentes, formadas en ocasiones cuando la guerra ya se había cebado con la muerte de buena parte de los soldados de mayor edad, anunciándose con ello el final rápido de la contienda. Con frecuencia se les encomendaba funciones de menor riesgo que contribuían al sostenimiento del esfuerzo bélico desplegado por el país. La formación militar a edad temprana fue implantada por regímenes fascistas y totalitarios, que pretendían así controlar cuanto antes el pensamiento y la fuerza de los individuos, sometiéndolos al cuestionable interés de la nación. En época reciente también ha sido habitual la integración de niños en los ejércitos, más común entre grupos rebeldes que en los contingentes estatales, donde se suelen cumplir mejor las normas de edad en el reclutamiento. El exterminio sistemático de algunas etnias por parte de estados opresores o etnias rivales las llevaba en algunos casos a la medida desesperada de armar hasta a sus niños, pensando que así protegían mejor su vida. Lo relacionado con la guerra atrae de forma misteriosamente primaria a muchos niños, por lo que su ideologización temprana puede transformarlos en abnegados combatientes. Por fortuna el sentido común y el grado de civilización alcanzado por la mayoría de las culturas tienden a evitar la implicación de los niños en los enfrentamientos armados. Las dificultades económicas por las que atraviesan muchos pueblos, si se mezclan con conflictos étnicos o religiosos, suponen un riesgo alto de estallido de guerras, en las que tanto directa o colateralmente sufren tremendamente los niños. El adolescente, aunque crezca en un marco político y económico injusto, aunque su grupo étnico se vea privado de derechos, aunque su pueblo esté sometido por otro pueblo, aunque se sienta miembro de una clase ninguneada, aunque se agolpen en su mente los agravios, debe formarse y esperar. Debe escuchar, hacerse con ideas poderosas, y elaborar otras con las que hacer triunfar la causa de su pueblo, la causa del pueblo. No debe emplear las armas, tiene otras formas de combatir. Quizás mientras crezca llegue una solución diplomática o pactada al conflicto planteado. No ha llegado su momento. Cuando llegue, demostrará sobradamente su valor.