sábado, 1 de marzo de 1997

ANÁLISIS DEL DISCURSO FÚNEBRE DE PERICLES


Para Marga, audaz en actos

La “Historia de la Guerra del Peloponeso” de Tucídides recoge entre los capítulos 35 y 46 de su libro II el discurso fúnebre de Pericles, pieza literaria que se sitúa entre los más conocidos elogios fúnebres de la Antigüedad. Si quisiéramos aludir a las partes en que se divide la pieza oratoria tucididea, deberíamos consignar el excurso introductorio, el recuerdo de los antepasados, la generalización de las virtudes constitutivas de la realidad ateniense, la referencia al comportamiento heroico de los soldados muertos y la dura llamada final al consuelo.


LOS FUNERALES

Para contextualizar mejor el discurso haremos referencia a algunas de las ideas recogidas en el capítulo anterior. Nos encontramos en el invierno del 431-430 a.C., momento en que los atenienses celebran de manera oficial los funerales de sus soldados caídos durante el primer año de la guerra. Aunque la costumbre general de los griegos era sepultar a los caídos en el mismo campo de batalla, Tucídides intenta conferir un rango ancestral a la forma en que esta vez se celebraron los funerales. La ceremonia se desarrolló en la misma Atenas. Los huesos de los difuntos, cuyos cuerpos habían sido ya quemados, fueron expuestos, quizás en el ágora, durante tres días. Allí recibieron ofrendas de flores y perfumes por parte de sus familiares y amigos. En féretros de ciprés se agruparon los huesos en función de la tribu a la que pertenecía el muerto. En el cortejo, muy concurrido, iba también una litera vacía en recuerdo de los muertos cuyos cuerpos no habían sido hallados. En medio de lamentaciones, los restos de los difuntos fueron depositados en un sepulcro público del cementerio del Cerámico, fuera de los muros de la ciudad, junto al camino que conducía a la Academia. Tras echar la tierra sobre los muertos, llegó el momento de pronunciar un elogio fúnebre en honor de los mismos. Debido a la importancia que adquiría el acto en el primer año de la guerra, la boulé designó como orador al carismático Pericles, el cual, desde una elevada tribuna, pronunció su discurso.


EL EXCURSO INTRODUCTORIO

En el inicio del discurso podemos apreciar la clara voluntad de Pericles de desmarcarse de los criterios oratorios seguidos por quienes le precedieron en esta función. Se trata de una voluntad expresa que a nosotros nos deja la duda acerca de quien introdujo en los funerales militares atenienses la costumbre del discurso. Según Plutarco fue Solón, pero para Diodoro y Dionisio de Halicarnaso la costumbre arranca de la época de las Guerras Médicas. Pericles reflexiona seguidamente sobre la inconveniencia de que sean las palabras de un solo individuo las que han de intentar ilustrar los méritos combativos de muchos hombres. No duda en subordinar el valor de las palabras a la realidad palpable de los actos impulsados por el sincero reconocimiento. El recurso a las palabras se le hace más costoso a Pericles en un momento en que la realidad del pasado cercano parece difuminarse en el corazón de sus dolidos oyentes. Pericles trata de fulminar oratoriamente a los que de forma inicial pudieron estar mal dispuestos hacia sus palabras, lo que implica el indicar que la envidia no forma parte de los sentimientos de ninguno de los oyentes. En lo formal, apreciamos la utilización de estructuras paralelísticas, oposiciones conceptuales y frases de longitud proporcionada y rítmica.


EL RECUERDO A LOS ANTEPASADOS

El recuerdo de los antepasados es un elemento crucial para mantener viva la conciencia patriótica. Así lo entiende Pericles, que esgrime los principios tradicionales de la autoctonía y de la preservación secular de la libertad. Lo que lleva a Pericles a alabar en extremo a la generación inmediatamente anterior a la suya es la consecución de un imperio. Se enorgullece Pericles de formar parte de la generación que ha recibido y consolidado este imperio. De sus palabras parece desprenderse la conciencia de que Atenas atraviesa por su momento de mayor plenitud y esplendor. La prosperidad y autosuficiencia que Pericles atribuye a Atenas parece asociarse de manera indisoluble a la conservación e incluso ampliación del imperio. Quizás Pericles, al posponer el elogio a los caídos para una parte más avanzada del discurso, está restando importancia al mismo en favor del ensalzamiento de los ideales supremos que llevaron a los soldados a la muerte. Los individuos concretos parecen subordinados a los ideales comunitarios, y entre éstos cobra una relevancia casi escalofriante la necesidad de conquistar nuevos territorios y de mantenerlos dominados. Con unas pocas palabras alusivas al ardor bélico ateniense se ahorra Pericles la molesta referencia a las bajas humanas que costó la edificación del imperio.


LAS VIRTUDES ATENIENSES

El discurso entra ahora en el terreno de lo que podríamos llamar la descripción del espíritu ateniense. Pericles señala que el régimen democrático ateniense, ampliamente imitado, se basa en el hecho de que el gobierno no busca el interés de unos pocos, sino el de la mayoría, y lo hace a través de la participación política efectiva del pueblo. La vigencia de la idea de igualdad es matizada con la expresión “conforme a nuestras leyes”, lo que revela que se trata de una igualdad política y no económica. A pesar de identificar la pobreza con una oscura condición social, Pericles indica que también los pobres pueden prestar sin trabas un servicio a la ciudad. Hay quizás en esto una alusión indirecta a la participación de los pobres en el ejército. Pericles parece opinar que el prestigio es consecuencia directa de la brillantez con que se desempeñan las propias funciones, lo que equivale a decir que la sociedad ateniense sabe reconocer los méritos personales. De forma gradual desciende Pericles al ámbito de las relaciones cotidianas, en las que no impera la opresión estatal, sino el deseo de no interferir en las actividades libres de los ciudadanos, los cuales cuidan de no molestarse entre sí. Según Pericles, es inherente a los ciudadanos de Atenas el respeto hacia las leyes escritas y no escritas, signo de su alto sentido moral. La esencia democrática de la legislación viene dada por el hecho de que ésta tiende a ayudar de manera natural a los que sufren injusticias. Todo lo anterior podemos resumirlo como la idealización de la vida política ateniense.

De forma poco considerada hacia el dolor de los oyentes, o quizás para mitigarlo, Pericles recuerda los numerosos esparcimientos de que pueden gozar habitualmente los ciudadanos de Atenas. Entre ellos se encuentran los juegos y las fiestas presentes en el calendario de la ciudad y las celebraciones organizadas por motivos especiales. Por otro lado, se alude a espléndidas instalaciones de recreo, “cuyo goce cotidiano aleja la tristeza”. Esta última expresión concuerda más con la lúgubre situación en que Pericles pronuncia su discurso, pues es la tristeza la que llena el ánimo de los oyentes. Otro motivo de orgullo ciudadano es la ingente capacidad comercial ateniense, garantizada por la actividad incesante de la poderosa flota. El comercio permite a los atenienses estar bien abastecidos de todos los productos que pudieran antojárseles. Da la impresión de que Pericles desea ilustrar ampliamente todos los privilegios de que disfrutan los ciudadanos para que así éstos no duden de la conveniencia de entregar hasta la vida por defender tal bienestar. Pericles se erige como el adalid de toda una forma de vida que es garantizada por el estado benefactor, el cual no es cruel ni injusto al exigir como contrapartida el servicio bélico de los ciudadanos.

Al aludir al modo en que los atenienses se preparan para la guerra, Pericles deja implícita una comparación con respecto a los espartanos. Hay por tanto una crítica a ciertos comportamientos característicos de los espartanos, como la expulsión de los extranjeros sospechosos de ser espías, el duro adiestramiento militar desde edad temprana y el recurso a los aliados a la hora de entablar combate. Para Pericles, Atenas es una ciudad de vocación cosmopolita cuyos ciudadanos deben su gloria militar más a su valor que a su entrenamiento y sus alianzas. Pericles alude en el buen sentido al carácter despreocupado con el que los atenienses afrontan los peligros, algo que en el futuro causará la alarma de Demóstenes. Pericles señala que una de las actitudes vitales de los atenienses consiste en amar la belleza con sencillez. Esta idea nos causa cierta sorpresa si pensamos en el carácter monumental de las construcciones que se estaban realizando en Atenas. Pero la frase aludida apunta más bien hacia la moderación y el equilibrio que supuestamente existió en el estilo de vida y en las manifestaciones literarias de los atenienses. Amar la belleza con sencillez podría revelar además cierto rechazo hacia el culto al cuerpo masculino y hacia la homosexualidad, elementos frecuentes entre los espartanos. La oposición teórica con respecto a los espartanos continúa al indicar Pericles el afán de conocimiento y riqueza que existe entre los atenienses. El orador opina que la riqueza confiere capacidad de acción, y no entiende al pobre que no hace nada para dejar de ser pobre.

Parece que según Pericles se combinan en los atenienses la acción y la contemplación en proporciones adecuadas, así como un triple género de vida: filosófico, económico y político. El ateniense no considera incompatibles los asuntos particulares y los públicos. Por muy diversas que sean sus actividades profesionales, todos los atenienses tienen criterio suficiente para participar en los asuntos públicos y ejercer así su derecho de “isegoría”. Detrás de la alabanza al pueblo y de la reprimenda a quienes no acuden a las reuniones de la Asamblea, hay cierta diferenciación elitista entre los que simplemente votan y los que presentan las propuestas que luego son votadas. De forma contraria a como empezó el discurso, Pericles alaba ahora el valor de la palabra como medio para informarse antes de actuar. Pero sabemos que no siempre los atenienses procuraron aproximarse al ideal homérico de fundir con afanes nobles la palabra y la acción. El orador critica a los espartanos por odiar los discursos reflexivos y por conocer escasamente los placeres. Asegura que es mayor la fuerza de voluntad de quienes, conociendo las penalidades y los placeres, no por ello rehuyen los peligros. Para culminar el elogio del carácter de los atenienses, Pericles remarca que cuando prestan su ayuda lo hacen más por confianza que por cálculo de la conveniencia. Las generalizaciones inexactas en que siempre cae el que intenta definir el carácter de todo un grupo humano están presentes en el discurso mediante el cual Pericles trata de robustecer la conciencia comunitaria de los atenienses.

Según el planteamiento que a continuación hace Pericles, de las virtudes de los atenienses derivaría el poder de su ciudad. Inversamente, la grandeza de Atenas, ejemplo para Grecia, es el resultado del esfuerzo individual de todos los atenienses. La fama de Atenas se ve confirmada cada vez que es atacada, pero no entra Pericles a valorar la justicia de los motivos que hace que Atenas sea la que ataque. Al indicar un tanto vanidosamente que Atenas no necesita bardos que canten sus hazañas, Pericles deja caer la idea de que los versos épicos pueden ser simples especulaciones sobre los hechos, afirmación que daña incluso la reputación de las veneradas obras homéricas. Por tanto vuelve a cobrar ventaja la audacia de los actos sobre la sonoridad de las palabras, a pesar de que sin éstas es más fácil olvidar los hechos. Tanta gloria dan a Atenas sus éxitos como sus fracasos, pues en ambos casos queda probado el espíritu emprendedor de sus habitantes. Y es que los oyentes podían estar recordando la fallida expedición a Egipto o el resultado impredecible de la guerra recién iniciada. La patria queda caracterizada en el discurso de Pericles como un valor superior, el más digno por el cual un hombre puede entregar su vida. No distingue Pericles entre la defensa de la comunidad y la prosecución de ambiciosos intereses estatales, pues para él ambas cosas son lo mismo.


EL ELOGIO A LOS CAÍDOS

Tras la exaltación de la patria viene el elogio a los caídos, cuya brevedad explica Pericles aludiendo a que es la patria ya descrita la digna causa de la muerte de los soldados. Al menos señala Pericles que son las virtudes de hombres como los caídos las que han dado su ornato a Atenas, y no Atenas, como fría entidad abstracta, la que ha educado para el heroísmo a sus ciudadanos ya desaparecidos. Pericles se detiene para pintar poéticamente el valor de los caídos, pago sobrado por los supuestos perjuicios que en su vida privada anterior hubieran podido ocasionar al estado. Aparece la idea recurrente de la muerte como igualadora de ricos y pobres, unidos en este caso por su servicio al estado. La intensidad del discurso crece cuando Pericles indica que los caídos, aunque pudieron huir, no lo hicieron. La confianza en sí mismos es entendida como virtud, pero también como elemento acelerador de su muerte. Ésta se produjo cuando el destino lo quiso, pues los hombres dependen en gran medida de la voluntad de los dioses. La muerte por la patria es descrita como un momento culminante de gloria. Pericles utiliza la expresión eufemística “nos dejaron”, sin aludir, por supuesto, a la pericia combativa de los rivales que abatieron a los soldados atenienses. A pesar de su contenido tono patético, el elogio que de los caídos hace Pericles es un tanto frío y distante, deshumanizado. No incide en el apego de los hombres a la vida, sino en la supuesta necesidad de entregar la misma combatiendo por el estado.

Sigue ahora una especie de arenga dirigida a los que aún viven, incitándoles a combinar la audacia con la prudencia, invitándoles a dejarse seducir por los encantos de su ciudad, de modo que, una vez enamorados de ella, estén dispuestos a defenderla. Pericles considera que la gloria de los caídos va más allá de su sepultura, pues consiste en el recuerdo vivo y sentido. Superado el etnocentrismo que rezuma el discurso, Pericles exclama poéticamente que la tierra entera es la tumba de los hombres ilustres. El orador llama incluso a despreciar la vida si ésta implica la pérdida de la libertad y el robo de lo adquirido. Considera más hermosa la muerte que sobreviene en la plenitud de la esperanza colectiva que el seguir viviendo en medio de una miseria dolorosa que recuerda la prosperidad perdida. Identifica la felicidad con la libertad, pero no hace extensiva esta libertad a las ciudades que se encuentran sometidas al yugo ateniense. Es como si la libertad fuera un premio al coraje, y como si éste no estuviera repartido por igual entre todos los pueblos. A pesar de que sus palabras transmiten confianza, Pericles está presentando a los atenienses un futuro no muy distinto al de los soldados que ya han caído, y todo por no querer limitar ciertas pretensiones hegemónicas.


LA LLAMADA FINAL AL CONSUELO

Volviéndose hacia los familiares de los caídos, Pericles no acude a las lamentaciones, sino a palabras de consuelo. Reflexionando sobre la dicha, el orador retoma un conocido pensamiento griego, y afirma que la misma pertenece a quienes alcanzan con mayor nobleza la muerte, idea que parece recoger cierta esperanza de trascendencia. Pericles apela a la necesaria resignación, e invita a borrar con nuevos hijos el recuerdo de la dicha perdida por los que se han ido. Por tanto el mismo Pericles se contradice, ya que había indicado antes que la memoria de los caídos gloriosamente tiende a permanecer. La frialdad del hombre de estado sale a relucir con la alusión a los beneficios que reportaría para la seguridad ateniense el incremento demográfico. La visión que sobre la vejez nos da Pericles es bastante descarnada; la llama “la época improductiva de la vida”, y nos dice que se hace menos pesada con honores que con riquezas. Amparándose en los fundamentos democráticos, Pericles señala que la participación política conlleva el implicarse en la defensa armada de la comunidad. Se trata del clásico hermanamiento político de los derechos y deberes que los individuos mantienen con respecto al estado. Apelando a la admiración por los caídos, Pericles llama a sus hijos y hermanos a luchar por estar a su altura. Pocas y casi insípidas son las palabras que Pericles dedica de forma exclusiva a las mujeres, animándolas a llevar una vida escondida como signo de virtud y laboriosidad. Con una serie de metáforas tomadas de los concursos atléticos, Pericles expresa que el estado se hará cargo con orgullo de la educación de los huérfanos hasta su adolescencia. El final del discurso, formulario y casi hierático, invita a los oyentes a retirarse tras cumplir sus lamentaciones.


TUCÍDIDES: UNA VALORACIÓN DE SUS DISCURSOS

Tanto los discursos como el resto de la obra de Tucídides han sido objeto de opiniones muy diversas. El mismo Tucídides, que nació antes del 455 y murió hacia el 398 a.C., nos informa sobre su condición de ateniense. Como estratego fracasó en su intento de socorrer a la ciudad de Anfípolis en el 424 a.C. Por ello fue desterrado hasta el fin de la guerra. Obtuvo de ambos bandos gran cantidad de información, que empleó en la redacción de su “Historia de la Guerra del Peloponeso”. Esta obra, que quedó incompleta, recoge los sucesos bélicos ocurridos entre el 431 y el 411 a.C. En el estilo vivaz y bastante imparcial de su obra, Tucídides introduce una nueva concepción de la historia, interpretando los hechos conforme a la conducta del hombre antes que como mero producto de la fatalidad. La inclusión de discursos en la obra de Tucídides no supone una innovación literaria, sino que ya Homero y Heródoto los habían utilizado para salpicar sus narraciones pseudohistóricas. Tucídides no siente la necesidad de explicar o justificar la introducción de discursos en su obra. No criticó a sus predecesores en este sentido, sino que aceptó la línea seguida por la tradición, haciendo de sus discursos la parte más característica de su obra histórica.

Con sus discursos, Tucídides logra transmitir las inquietudes y los problemas políticos de los bandos contendientes, mostrando además las discrepancias que existían en el seno de la política ateniense. Tucídides dedica más espacio en sus discursos a la fundamentación teórica realizada por el orador que a la presentación de las propuestas que son objeto de debate. Esto concuerda con una afirmación de Cleón, el cual opinaba que en los debates de la Asamblea el tema central podía verse oscurecido por una bella exposición. Tucídides relaciona los discursos con los temas generales e intensifica por medios literarios las consideraciones en ellos contenidas. Tucídides hizo decir a sus oradores lo que realmente, en medio de sus circunstancias históricas, dijeron. No sería prudente atribuir a Tucídides las ideas que aparecen en sus discursos, si bien sus ideas pudieron entremezclarse en algunos casos con las de los oradores. Según Hornblower, los sentimientos contenidos en los discursos nunca pueden ser usados como prueba de las propias opiniones de Tucídides, el cual simplemente daba curso al sentido de las ideas que ya habían sido expuestas por los protagonistas históricos. Los discursos de Tucídides son parte integrante de la descripción histórica, y reflejan puntos centrales del pensamiento político de su época. Es posible que Tucídides excluyera de la redacción final de su obra algunos discursos que ya tenía hechos por considerarlos de baja calidad, algo fantasiosos o repetitivos.


SOBRE EL PRESENTE DISCURSO

En cuanto al discurso fúnebre de Pericles, es importante señalar que éste lo pronunció con casi 65 años, y cuando restaba poco más de un año para que muriera víctima de la peste que se apoderó de Atenas. En el momento en que Pericles realizó su discurso, la guerra estaba casi recién iniciada. Poco después el estratego sería brevemente destituido por las funestas consecuencias de su plan de resistencia. El discurso fúnebre de Pericles es quizás el mejor elaborado de los discursos tucidideos. Sólo nos es conocido a través de la obra de Tucídides. Sabemos que Pericles pronunció otro discurso fúnebre en honor de los muertos en la guerra de Samos, pero los autores antiguos siempre hacen referencia a un solo discurso. Para Plutarco, el famoso discurso fúnebre es esencialmente tucidideo, pues Pericles no debió de decir nunca algo tan memorable. Y es que a Plutarco, que utilizó para sus “Vidas” discursos auténticos, le costaba admitir el carácter genuino del discurso fúnebre elaborado por Tucídides. El discurso fúnebre de Pericles representaba para Plutarco, no sólo el estilo, sino también los pensamientos de Tucídides. Este juicio parece sin duda demasiado severo, pues Tucídides buscó con minuciosidad realizar un retrato psicológico del verdadero Pericles a través de su necesariamente reelaborado discurso fúnebre.


BIBLIOGRAFÍA

-Stadter, Philip A.; “The speeches in Thucydides”; University of North Carolina Press; Charlotte; 1973.

-Tucídides; “Historia de la Guerra del Peloponeso”; Introducción general de Julio Calonge Ruiz; Traducción y notas de Juan José Torres Esbarranch; Libros I-II; Editorial Gredos; Madrid; 1990.

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