martes, 1 de febrero de 2005

HUESOS DE COLIBRÍ


Si es verdad la teoría de que las aves descienden de los antiguos saurios que poblaron el planeta, entonces el colibrí estaría entre sus más pequeños sucesores. Y es que los colibríes son las aves más pequeñas. Todas las especies de colibríes habitan en América, distribuyéndose por el conjunto del continente, si bien su mayor densidad se da en las zonas tropicales. El colibrí es también conocido con otros nombres, muchos de ellos alusivos a su estrecha relación con las flores, como picaflor o chupaflor. En portugués nos encontramos con el término “beijaflor”, es decir, “besaflor”. La palabra “Colibrí” parece proceder de la lengua arauca que hablaron los taínos caribeños, pudiéndose traducir como “Pájaro-Dios” o “Pájaro-Dios-Sol”.

Los colibríes pertenecen al Orden de los Apodiformes, caracterizados por tener patas débiles y alimentarse en pleno vuelo. Se conocen 319 especies agrupadas en la familia de los Troquílidos. Se alimentan del néctar de las flores y en menor medida de los pequeños insectos que encuentran en ellas o a su alrededor. Al visitar tantas flores se convierten en ayudantes de la polinización y por tanto de la exhuberancia vegetal de la selva. Cada especie suele tener una flor favorita, lo que a través de un determinismo secular se ha reflejado en variaciones en el tamaño y la curvatura del pico. En todos los casos se trata de un pico largo y afilado, que cobija una lengua con forma de trompa. Curiosamente los pichones nacen con un pico ancho y romo que luego va creciendo y afilándose.

Los colibríes exhiben su virtuosismo en el vuelo. Son las únicas aves que pueden volar hacia atrás. Realizan con destreza movimientos verticales y horizontales sin variar apenas la compostura del cuerpo, salvo en lo referente a las alas. Son capaces de quedarse largamente suspendidos en el aire en un punto fijo, para lo cual mueven tan rápido las alas que no se les ven. El aleteo normal es de unas 70 veces por segundo, pero en los arrebatados vuelos nupciales pueden alcanzar los 200 golpes de alas por segundo. Algunas especies son migratorias, de modo que a pesar de su fragilidad son resistentes, recorriendo distancias de más de setecientos kilómetros en una sola etapa, atreviéndose incluso a volar sobre el mar abierto del Golfo de México y de noche. Su velocidad máxima con ayuda del viento es de unos 100 kilómetros por hora. El sonido de un colibrí volando es como el de un insecto o el de un diminuto motor. Aunque en general son bastante inquietos, los colibríes tienen también momentos de estatismo.

Son bastante buscapleitos y combativos. Las rapaces no intentan por lo general capturarlos por ser demasiado escurridizos y por temor a ser picadas en los ojos. A los humanos pueden atacarlos si se aproximan a sus nidos, pero también en ocasiones liban de las flores cortadas que les ofrecen. Los machos son generalmente un poco más pequeños que las hembras, salvo por el desarrollo de las plumas timoneras de algunas especies. Los colores del macho son más vivos e iridiscentes, sobre todo en la garganta, que puede albergar intensos tonos rojos, azules y verdes. Los machos son fieramente territoriales. A veces delimitan su territorio chillando durante varios días en lo más alto de un árbol, cortejando a las hembras que pasan por allí. Estos galancitos tras fertilizar a la hembra tardan muy pocos días en abandonar el nido, donde quedan dos huevos de color blanco. El cortejo y la reproducción suelen acontecer en primavera, pero el buen tiempo tropical puede hacer que este ciclo oscile.

El campeón de los pequeños es el zunzuncito cubano, de nombre onomatopéyico y 6’3 cm. de tamaño. Y el más grande es el colibrí gigante andino, de unos 22 cm. Las peculiares características del colibrí han favorecido la inspiración poética y legendaria de los pueblos americanos. Antes de la llegada de los españoles, algunas etnias indígenas creían que las almas de los guerreros muertos en batalla se transformaban en colibríes. También se usaron hasta épocas recientes colibríes disecados con sal como adornos o amuletos. Hay documentadas prácticas supuestamente mágicas relacionadas con el poder amatorio de los huesos del colibrí, que una vez molidos se echaban en la comida ofrecida a la persona deseada. Los huesos del colibrí pueden servirnos como metáfora del vacío que deja la desaparición de la potencia y de la belleza de lo pequeño.