A mediados del Segundo Milenio a.C., se produjo en la isla cicládica de Thera (Santorini) una gran erupción volcánica que culminó con la explosión de la caldera, y que iría acompañada de un importante maremoto. La fecha aproximada en que se produjo tal suceso fue el 1627 a.C. Uno de los primeros arqueólogos que interpretó las características y consecuencias de la erupción de Thera fue el griego Spyridon Nikolaou Marinatos (1901-1974), que excavó allí el yacimiento de Akrotiri, excelentemente conservado. En su artículo “La destrucción volcánica de la Creta minoica” (Antiquity, 1939), Marinatos indica que la erupción acaecida en Thera pudo verse acompañada de movimientos sísmicos y lluvias de ceniza que habrían causado graves daños en buena parte de los centros minoicos. Además, un gran tsunami suscitado por el hundimiento de la bóveda del volcán habría destruido casi todos los barcos amarrados en las costas cretenses. Esta circunstancia permitiría a los micénicos del continente hacerse con el control de la conmocionada isla de Creta. Para extraer sus conclusiones, Marinatos tuvo sin duda en cuenta los efectos devastadores provocados en 1883 por la erupción volcánica del Krakatoa, en el archipiélago indonesio. Al ser la caldera de Thera varias veces mayor que la del Krakatoa, era fácil asignar a la erupción cicládica consecuencias que hubieran afectado a gran parte del Egeo. Tanto Chadwick como Treuil indican que la pretensión de identificar la erupción de Thera con la destrucción de los palacios cretenses supone forzar la cronología, pues al menos unos cincuenta años separaron ambos acontecimientos. Mientras que la erupción volcánica de Thera parece situarse a fines del Minoico Reciente IA, los destrozos constatados en Creta acaecieron en el Minoico Reciente IB. Las diferencias tipológicas entre las cerámicas que en Thera conocieron la catástrofe volcánica y las cerámicas que estaban entre las ruinas de los palacios cretenses intentaron ser soslayadas por Marinatos aludiendo a un retraso provincial de Thera con respecto a Creta, su punto de referencia culturalmente superior. Por muy tarde que se manifestaran en Creta las consecuencias de la erupción cicládica, medio siglo nos resulta una distancia temporal casi insalvable.
Chadwick admite la posibilidad de que la flota minoica quedase seriamente dañada por los sucesos geológicos de Thera. Considera que los barcos que en el momento de la caída de la bóveda del volcán estuviesen en alta mar no experimentarían daño alguno, pero que los que se encontrasen cerca de las costas y en los puertos serían zarandeados por una gran ola, llevados tierra adentro y hechos trizas al chocar contra rocas y muros. Aunque Chadwick admite que muchos asentamientos costeros recibieron un inesperado baño, no vincula los destrozos de las ciudades y los palacios cretenses a los efectos expansivos de la catástrofe de Thera. Treuil, basándose en el hecho de que el desplome de la bóveda del volcán de Thera parece haber sido progresivo, indica que probablemente se produjeron varios maremotos espaciados en el tiempo. En su opinión, las olas de estos maremotos difícilmente superarían los diez metros de altura. Este dato contrasta con las especulaciones de Marinatos, que llegó a hablar de un maremoto de olas de más de doscientos metros de altura, capaces de arrastrar notables cantidades de toba y piedra pómez hasta las colinas de diversas islas egeas. Chadwick dudó acerca de si los mantos de piedra pómez situados en la cercana isla de Anafi a alturas importantes pudieron haber llegado hasta allí por la acción del tsunami cicládico. Para Treuil, estos depósitos son en realidad anteriores al Holoceno. Este autor señala que las olas engendradas en Thera se expandirían por los grietas de la caldera, es decir, en los sentidos Noroeste, Oeste y Suroeste. Por lo tanto Creta se vería afectada por las grandes olas principalmente en su parte occidental, la menos poblada, la que no albergaba los mayores centros palaciales. La Canea (Chania) sería una de las localidades más bañadas por los maremotos originados en Thera. Las olas, difundidas en forma de abanico, romperían contra las costas noroccidentales de Creta, difuminándose sin llegar a afectar al Sur de la isla. La dispersión de la nube de ceniza indica que los vientos por entonces soplaban mayormente hacia el Este, en sentido contrario al de los maremotos originados en Thera, lo cual mermaría la fuerza destructiva de los mismos. Ya Chadwick se había percatado de que no era fácil encontrar huellas arqueológicas de una gran inundación. Este investigador creía ver atisbos de veracidad en algunas de las suposiciones de Marinatos. Consideró que las gentes micénicas, poco afectadas por la erupción volcánica de Thera, pudieron percibir por entonces el debilitamiento cretense e iniciar un proceso masivo de construcción de barcos con los que conquistar la rica isla. Habría que asignar la empresa conquistadora a las generaciones que sucedieron a los micénicos contemporáneos del cataclismo de Thera.
Un impresionante estruendo acompañó la actividad volcánica desarrollada en Thera. El ruido sería percibido en muchos puntos del Egeo, si bien habría sido mayor si el volcán hubiera explotado de una sola vez y no a lo largo de todo un proceso, como parece que ocurrió en realidad. Los materiales de textura más fina expulsados por el volcán configuraron en el cielo un oscuro manto de cenizas, el cual se comportó como una nube, desplazándose y cayendo finalmente a tierra. Chadwick indica que en amplias regiones el cielo estuvo durante algún tiempo oscurecido. Este fenómeno amedrentaría a gran parte de la población, que es probable que redoblara en aquellos momentos su actividad espiritual, sus ritos religiosos y sus premoniciones funestas. Treuil duda si relacionar el manto de ceniza nacido del volcán de Thera con algunos textos egipcios y hebraicos que aluden a un período en el que el sol se mantuvo escondido tras espesas nubes. Para este autor, es posible que un velo de polvo llegado a la estratosfera enfriara durante un par de años el clima de extensos territorios, incluso de algunos alejados del Egeo. Sabemos que el viento condujo la nube de ceniza cicládica hacia el Sureste. Ésta cayó a tierra en forma de lluvia, configurando una capa negruzca. En aquellas regiones donde el grosor de la capa fue mayor, como en el Dodecaneso, la vegetación se vio muy afectada. En otras regiones más alejadas de Thera o situadas bastante al Oeste de la misma, la ceniza se acumuló en pequeñas cantidades, contribuyendo a fertilizar el terreno. E incluso las regiones en las que la capa foránea fue más perjudicial se convirtieron pasado algún tiempo en zonas de cultivo enormemente fértiles. La gran productividad agrícola que adquirieron varios siglos después de la catástrofe los islotes herederos de Thera atrajo a un buen número de colonos dispuestos a repoblar la región. Ya se detecta el nuevo poblamiento de Thera en el Bronce Reciente III, tras unos dos siglos de respetuoso abandono. En la actualidad las fértiles tierras de Thera tienen una composición química especial que permite la obtención de un cemento de notables propiedades hidráulicas, el cual ya fue empleado en la realización del canal de Suez. Treuil piensa que en Creta la capa de ceniza originada por el volcán de Thera no rebasó en ningún lugar de la isla los diez centímetros de grosor. El efecto negativo de estas cenizas sobre la vegetación cretense fue temporal, si bien nada desdeñable en el caso de que las cenizas cayesen en la época de floración. Para Treuil, las consecuencias más dañinas se dieron en el centro y Este de la isla. Las lluvias y la erosión pronto redujeron en Creta el grosor del manto de ceniza, la cual en ningún momento provocaría el envenenamiento del ganado. Hay cenizas procedentes de Thera en la estratigrafía de muchos enclaves del Egeo, lo cual contribuye a la datación de la catástrofe.
Hay dudas acerca de si la erupción volcánica de Thera se vio precedida o no por uno o varios terremotos de mayor o menor intensidad. Chadwick indica que la placa tectónica africana se va montando progresivamente sobre el borde meridional del Egeo, dando lugar a una importante actividad sísmica en la región. El lugar en que se superponen la placa africana y la pequeña placa egea es reconocible por una profunda fosa marina situada al Sur de Creta. Según Marinatos, se produjo un terremoto en Thera unos meses o unos pocos años antes de la erupción del volcán. Este terremoto, aunque de menor intensidad que los que azotaron al mundo cicládico y cretense hacia 1575 a.C., acarreó según Marinatos importantes destrucciones. Iría a su vez acompañado de movimientos sísmicos menores. Para el arqueólogo griego, las gentes de Thera iniciaron tareas de reconstrucción de sus establecimientos tras las conmociones sísmicas, como si no barruntasen el posterior suceso volcánico. En la llamada Casa Oeste de Akrotiri se hallaron sobre el pavimento tazas desordenadas con restos de colores en su interior, lo cual quizás indica que la tarea de reacondicionar las paredes de la casa con elementos decorativos al fresco fue bruscamente abandonada. Chadwick piensa que cuando el volcán empezó a dar muestras de actividad las gentes de clase social superior se retiraron a Creta, mientras que la población de condición más humilde permaneció en la isla despejando las ruinas del terremoto. Puede que incluso se apropiaran de las casas aristocráticas abandonadas que hubiesen sido menos dañadas por la actividad sísmica. Marinatos creía posible el saqueo de las casas ricas por parte de los más osados. Doumas observa claras evidencias de la realización de labores de reacondicionamiento de las estructuras afectadas por los movimientos sísmicos. El amenazador comportamiento del volcán haría que las gentes de la isla abandonasen apresuradamente sus propósitos reconstructivos. Treuil señala que la carencia de restos humanos en las excavaciones demuestra que la isla había sido evacuada antes de la catástrofe. En su opinión, la gente huyó de la isla cuando ya la erupción volcánica era inminente.
Treuil se resiste a aceptar la existencia de un terremoto previo a la erupción. Considera que la destrucción de las estructuras de los lugares habitados de Thera fue provocada por las gigantescas bombas arrojadas a través del cráter del volcán. Estos enormes bloques de materia incandescente, rápidamente solidificados al contactar con el aire, reventarían los tejados de las construcciones abriendo boquetes a través de los cuales penetrarían también cenizas y fragmentos volcánicos menores. Ya en el Siglo XIX, el vulcanólogo francés Fouqué observó que no había en las ruinas por él estudiadas ningún indicio claro de sacudida sísmica. Para Treuil, el “humus” que se encuentra sobre los restos de algunas ruinas no indica la existencia de un período intermedio transcurrido entre un supuesto terremoto y la erupción. Y es que este “humus” aparece sólo sobre los restos de desescombro, por lo que podría ser alguna sustancia constructiva pulverizada. El hecho de que haya restos de desescombro sí que apunta hacia acciones destructivas fuertes previas a la erupción. El mismo Treuil reconoce que los volcanes incluyen a menudo en sus manifestaciones geológicas seísmos de pequeña intensidad. Admite como lejana la posibilidad de que se diese un terremoto geológicamente desvinculado de la erupción volcánica. En el pavimento de algunas construcciones de Akrotiri se aprecian sendas grietas. Hay también escaleras de piedra cuyos peldaños aparecen rasgados de arriba a abajo por la parte central. Es por tanto controvertido si lo que originó este tipo de destrucciones fueron las bombas volcánicas, los movimientos sísmicos o la conjunción de ambos factores.
La isla de Thera conoció en el Cuaternario tres grandes erupciones volcánicas, reconocibles por las gruesas capas de toba que originaron. Antes de producirse la última erupción, Thera era una isla aproximadamente circular, de unos 16 kilómetros de diámetro. Tenía en su parte central un volcán cónico de gran desarrollo vertical. Tras la catástrofe no quedaron de la isla original más que tres porciones periféricas, las islas de Thera y Therasia y el islote de Aspronisi. En el centro de la bahía configurada por estas islas hay en la actualidad otros dos islotes, Palea Kameni y Nea Kameni, formados en épocas más recientes por la pervivencia de la acción magmática en la zona. La gran erupción que fragmentó la isla es situada por los distintos autores a mediados del Segundo Milenio a.C. El volcán de Thera, temporalmente sumergido en las aguas, permaneció dormido hasta que en el año 197 a.C. protagonizó una nueva erupción. En los dos últimos milenios los movimientos magmáticos del volcán se han manifestado aproximadamente en una decena de pequeñas erupciones.
Para fechar el gran cataclismo que azotó Thera son de vital importancia los tipos cerámicos y las cenizas presentes en las estratigrafías. En el momento en que se produce el abandono de Akrotiri, principal centro poblacional conocido de la antigua isla, la mayor parte de la cerámica empleada corresponde a las fases finales del estilo cretense Minoico Reciente IA. Apenas está representado el estilo cerámico del Minoico Reciente IB, como ha observado Niemeier. La posición estratigráfica de las capas de ceniza detectadas en distintos yacimientos del Egeo corresponde a los niveles del Minoico Reciente IA. Ello llevó a conjeturar que la catástrofe pudo producirse entre 1525 y 1475 a.C. Pero métodos de datación tan avanzados como el Carbono 14, la dendrocronología y el análisis de las minúsculas partículas atrapadas entre las capas de los hielos árticos sitúan la erupción de Thera hacia el 1627 a.C. Se produce aquí un aparente conflicto entre la capacidad datadora de los tipos cerámicos y los análisis realizados por distintos laboratorios, como el del departamento de física de la Universidad de Pennsylvania. En los años previos a la erupción se encontraban en uso en Thera dos grandes grupos cerámicos. Algunas de estas piezas son cerámicas de producción local, de arcilla amarillenta y granulosa, de formas cicládicas influidas por Creta y los centros micénicos continentales, con motivos abstractos o vegetales, y rara vez animales. El otro grupo lo constituyen las cerámicas de importación, más finas y de elaboración más perfecta, con tendencia a los tamaños pequeños, vinculables al comercio cretense y micénico. Tras analizar estos tipos cerámicos, Marinatos propuso para la erupción la fecha del 1520 a.C. Otros investigadores, basándose en la cerámica local e influidos por el hallazgo de una copa de imitación chipriota de hacia el 1425 a.C., rebajaron excesivamente la fecha de la catástrofe. En la actualidad ha cobrado más fuerza la propuesta orientativa del año 1627 a.C., si bien aún no es una fecha probada.
Treuil nos proporciona una detallada descripción del proceso eruptivo protagonizado por el volcán de Thera, todavía activo. El magma era viscoso y rico en gas, lo que dio lugar a una erupción de tipo explosivo. En principio el volcán proyectó a gran altura una cantidad relativamente pequeña de toba y ceniza. La toba cayó deprisa, cubriendo la isla de una capa rosada y granulosa. Las cenizas constituyeron una enorme nube que se desplazó hacia el Sureste. Tras un período de calma que pudo durar varios meses, la erupción entró en su fase paroxística. Del cráter brotaron entonces grandes cantidades de toba gruesa, cenizas y fragmentos de rocas. Amedrentadoras nubes ardientes salieron horizontalmente del cráter a gran velocidad, cayendo sobre la isla en forma de piedras solidificadas. Aparecieron luego gigantescos ríos piroclásticos que siguieron las formas del relieve, solidificándose de forma progresiva, por lo que su grosor llegó a ser menor en las costas de la isla. A la vez que salían del cráter las coladas, la cúpula del volcán se iba derrumbando, al parecer poco a poco. El magma se acumuló en los flancos exteriores del volcán, ejerciendo un gran peso que provocó la constante ampliación del cráter por el hundimiento de la bóveda. Los materiales desplomados eran en ocasiones despedidos a gran distancia en forma de bombas basálticas gigantescas. El hundimiento prosiguió, de modo que se fracturaron los bordes inferiores del volcán. El mar penetró por las grietas surgidas al Oeste de la isla, dando lugar a considerables corrientes marinas. A lo largo de varios meses se fue formando en el lugar de la bóveda volcánica un enorme embudo. Los bordes de esta caldera son ahora paredes tremendamente escarpadas de unos trescientos metros de altitud sobre el nivel del mar. La peculiar historia geológica de la isla contribuyó a la formación de paisajes de gran singularidad, lo que unido a otros factores de rápido desarrollo antrópico ha convertido el lugar en un impresionante centro turístico. El punto más alto de la isla es el Profitis Ilias, volcán secundario de 550 metros.
Thera estaba ya habitada desde al menos el Tercer Milenio a.C., como indican los yacimientos de poblados y necrópolis correspondientes al Bronce Antiguo y al Bronce Medio. A mediados del Segundo Milenio a.C. destacaban en Thera tres aglomeraciones aldeanas. Una de ellas se situaba cerca del actual pueblo de Akrotiri, otra estaba en las costas de la actual Therasia, y otra se encontraba en la región de Ia, al Norte de la isla. Todos los establecimientos se ubicaban no muy lejos de las costas, pues en el centro de la isla estaba una gran montaña poco atrayente. La catástrofe volcánica implicó la huida escalonada de los habitantes de Thera, que pudieron llevarse gran parte de sus bienes muebles. Desde el Siglo VIII a.C., volvemos a encontrar un notable centro poblacional en las pequeñas altitudes surorientales de Thera. La capital actual de la isla, que es a la vez su ciudad más poblada, es Fira, situada cerca de la escarpada bahía interior. Algunos arqueólogos del Siglo XIX, conscientes de la riqueza en restos de la isla y de su buen estado de conservación, excavaron en diversos puntos, pero sin dejar constancia de la posición exacta de los lugares estudiados y sin publicar detalladamente los resultados de sus trabajos.
La erupción volcánica de Thera pudo servir de inspiración para diversos relatos legendarios relacionados con la Atlántida. El mito de esta civilización perdida fue recogido por escrito por vez primera por el filósofo Platón en sus diálogos “Timeo” y “Critias”, obras en las que describe un modelo de sociedad idealmente organizada. Platón cuenta que Solón escuchó la historia de la Atlántida de boca de los sacerdotes egipcios de la ciudad de Sais, en el tránsito del Siglo VII al VI a.C. Según este relato, la Atlántida era una vasta isla situada frente a las Columnas de Hércules. Alcanzó un poder imperial sobre extensos territorios y un alto nivel de civilización unos nueve mil años antes de que oyese hablar de ella Solón. En la isla dos muros de tierra circulares alternaban con tres cinturones de agua. Tenía magníficas construcciones, disponía de tierras fértiles y disfrutaba de una vida pacífica y próspera. A sus puertos llegaban cargados de mercancías barcos procedentes de lejanas regiones. Cuando los reyes de la Atlántida dejaron de ser virtuosos por el atractivo brillo de las riquezas, los dioses retiraron su favor a la isla imperial. Atenas derrotó en una guerra a la Atlántida, que poco después fue asolada por terremotos e inundaciones que la sepultaron para siempre bajo las aguas. Treuil nos indica cómo ha evolucionado históricamente la valoración crítica del mito de la Atlántida. Algunos de los discípulos de Platón veían en el relato transmitido por su maestro el reflejo más o menos distorsionado de una verdad histórica. Desde el Renacimiento, los estudiosos más crédulos intentaron localizar la Atlántida, aunque para ello tuvieran que forzar los datos que proporciona el mito. Para Marinatos, los egipcios habían oído hablar del hundimiento de Thera, y sus sacerdotes pudieron transmitir más tarde a Solón noticias relativas a este suceso. Treuil entiende el relato platónico de la Atlántida como un mito pedagógico ideado por el filósofo para ilustrar las ideas que intenta transmitir. Platón avisa a sus conciudadanos de los riesgos de la decadencia que puede conllevar el ejercicio de la preeminencia marítima, la práctica del comercio, el olvido de los valores éticos y el loco afán por la adquisición de poder. Al mismo tiempo exalta la antigua grandiosidad de Atenas, que supo vencer con humildes medios a una potencia mayor. Tanto si se trata de un relato metafórico como de una simple ficción, no debemos afrontar el mito de la Atlántida desde claves historicistas. En el caso de tener oscuros fundamentos históricos, estos podrían estar relacionados con el recuerdo del proceso de decadencia de la brillante civilización minoica, entreverado con la sonora catástrofe volcánica de Thera.
El nombre actual de la isla de Thera es Santorini, derivado del de Santa Irene que le dieron los mercaderes venecianos. Otros nombres antiguos que ostentó fueron los de Kallistē (“La más hermosa”) y Strongylē (“La redonda”). Fueron los obreros que extraían piedra pómez y tierras destinadas a la construcción del canal de Suez (1859-1869) los que empezaron a encontrar en Thera estructuras de gran antigüedad. En 1866 se produjo en la isla una pequeña erupción volcánica que fue estudiada en vivo por el químico Christomanos, el cual observó que algunas de las ruinas desenterradas por los obreros eran anteriores a la formación del estrato de piedra pómez y ceniza que cubría el lugar. Christomanos sólo excavó una vivienda, en la que apareció un lujoso ajuar cerámico. Ya en 1867, el vulcanólogo Fouqué realizó algunas excavaciones cerca de Akrotiri. El rumor de un glorioso pasado se extendió entre los habitantes de la isla, los cuales hallaban, en sus paseos campestres o cavando, objetos de interés arqueológico. En 1870, Mamet y Gorceix excavaron con criterios poco elogiables la bahía de Balos y las tierras situadas al Sur de Akrotiri. Encontraron una pintura al fresco cuyos colores desaparecieron poco después de entrar en contacto con el aire. Mejores resultados obtuvo en sus trabajos arqueológicos el alemán Zahn, que se centró en la región de Kamara.
Fue el polémico Marinatos, políticamente próximo al régimen conocido como la dictadura de los coroneles (1967-1974), el que reimpulsó el interés científico por Thera, isla que consideraba que había estado muy vinculada a la brillante civilización cretense del Bronce Medio. Varias décadas después de exponer sus tesis sobre la catástrofe de Thera, se le presentó la oportunidad de excavar en la isla. Inició unos trabajos preliminares en 1962, y realizó sistemáticas campañas de excavación entre 1967 y 1973. Con gran acierto centró sus trabajos arqueológicos en el área de Akrotiri. Sus campañas proporcionaron a los investigadores gran cantidad de materiales, sobre todo correspondientes a los inicios del Bronce Reciente cicládico. En estos elementos arqueológicos eran apreciables las influencias culturales procedentes de Creta y del mundo micénico. Marinatos desenterró en Akrotiri una verdadera ciudad, organizada urbanísticamente a ambos lados de una vía principal, que además favorecería el drenaje del agua de lluvia. Los edificios son de plantas variables y parecen concebidos como unidades independientes. Algunas casas tenían varios pisos y sótanos. Las técnicas de construcción eran avanzadas. Los muros, bien calibrados, tenían la base hecha de roca volcánica y el alzado de adobe. Se complementaban con armazones de madera, quizás concebidos para mitigar las consecuencias de los frecuentes movimientos sísmicos. Las puertas y las ventanas, bien escuadradas, tenían jambas y dinteles pétreos. Las fachadas a veces estaban revestidas de losas. Los muros solían estar enlucidos por ambos paramentos. Los interiores en algunos casos se decoraban con pinturas al fresco. Había distintos tipos de pavimentos, en los que se utilizaban tierra apisonada, lajas de pizarra, conchas… Marinatos supuso que algunas techumbres se cubrían con piezas de arcilla. El techo de las habitaciones mayores descansaba sobre pilares centrales de madera. Casi todas las casas contaban con un sistema de desagüe.
Chadwick admite la posibilidad de que la flota minoica quedase seriamente dañada por los sucesos geológicos de Thera. Considera que los barcos que en el momento de la caída de la bóveda del volcán estuviesen en alta mar no experimentarían daño alguno, pero que los que se encontrasen cerca de las costas y en los puertos serían zarandeados por una gran ola, llevados tierra adentro y hechos trizas al chocar contra rocas y muros. Aunque Chadwick admite que muchos asentamientos costeros recibieron un inesperado baño, no vincula los destrozos de las ciudades y los palacios cretenses a los efectos expansivos de la catástrofe de Thera. Treuil, basándose en el hecho de que el desplome de la bóveda del volcán de Thera parece haber sido progresivo, indica que probablemente se produjeron varios maremotos espaciados en el tiempo. En su opinión, las olas de estos maremotos difícilmente superarían los diez metros de altura. Este dato contrasta con las especulaciones de Marinatos, que llegó a hablar de un maremoto de olas de más de doscientos metros de altura, capaces de arrastrar notables cantidades de toba y piedra pómez hasta las colinas de diversas islas egeas. Chadwick dudó acerca de si los mantos de piedra pómez situados en la cercana isla de Anafi a alturas importantes pudieron haber llegado hasta allí por la acción del tsunami cicládico. Para Treuil, estos depósitos son en realidad anteriores al Holoceno. Este autor señala que las olas engendradas en Thera se expandirían por los grietas de la caldera, es decir, en los sentidos Noroeste, Oeste y Suroeste. Por lo tanto Creta se vería afectada por las grandes olas principalmente en su parte occidental, la menos poblada, la que no albergaba los mayores centros palaciales. La Canea (Chania) sería una de las localidades más bañadas por los maremotos originados en Thera. Las olas, difundidas en forma de abanico, romperían contra las costas noroccidentales de Creta, difuminándose sin llegar a afectar al Sur de la isla. La dispersión de la nube de ceniza indica que los vientos por entonces soplaban mayormente hacia el Este, en sentido contrario al de los maremotos originados en Thera, lo cual mermaría la fuerza destructiva de los mismos. Ya Chadwick se había percatado de que no era fácil encontrar huellas arqueológicas de una gran inundación. Este investigador creía ver atisbos de veracidad en algunas de las suposiciones de Marinatos. Consideró que las gentes micénicas, poco afectadas por la erupción volcánica de Thera, pudieron percibir por entonces el debilitamiento cretense e iniciar un proceso masivo de construcción de barcos con los que conquistar la rica isla. Habría que asignar la empresa conquistadora a las generaciones que sucedieron a los micénicos contemporáneos del cataclismo de Thera.
Un impresionante estruendo acompañó la actividad volcánica desarrollada en Thera. El ruido sería percibido en muchos puntos del Egeo, si bien habría sido mayor si el volcán hubiera explotado de una sola vez y no a lo largo de todo un proceso, como parece que ocurrió en realidad. Los materiales de textura más fina expulsados por el volcán configuraron en el cielo un oscuro manto de cenizas, el cual se comportó como una nube, desplazándose y cayendo finalmente a tierra. Chadwick indica que en amplias regiones el cielo estuvo durante algún tiempo oscurecido. Este fenómeno amedrentaría a gran parte de la población, que es probable que redoblara en aquellos momentos su actividad espiritual, sus ritos religiosos y sus premoniciones funestas. Treuil duda si relacionar el manto de ceniza nacido del volcán de Thera con algunos textos egipcios y hebraicos que aluden a un período en el que el sol se mantuvo escondido tras espesas nubes. Para este autor, es posible que un velo de polvo llegado a la estratosfera enfriara durante un par de años el clima de extensos territorios, incluso de algunos alejados del Egeo. Sabemos que el viento condujo la nube de ceniza cicládica hacia el Sureste. Ésta cayó a tierra en forma de lluvia, configurando una capa negruzca. En aquellas regiones donde el grosor de la capa fue mayor, como en el Dodecaneso, la vegetación se vio muy afectada. En otras regiones más alejadas de Thera o situadas bastante al Oeste de la misma, la ceniza se acumuló en pequeñas cantidades, contribuyendo a fertilizar el terreno. E incluso las regiones en las que la capa foránea fue más perjudicial se convirtieron pasado algún tiempo en zonas de cultivo enormemente fértiles. La gran productividad agrícola que adquirieron varios siglos después de la catástrofe los islotes herederos de Thera atrajo a un buen número de colonos dispuestos a repoblar la región. Ya se detecta el nuevo poblamiento de Thera en el Bronce Reciente III, tras unos dos siglos de respetuoso abandono. En la actualidad las fértiles tierras de Thera tienen una composición química especial que permite la obtención de un cemento de notables propiedades hidráulicas, el cual ya fue empleado en la realización del canal de Suez. Treuil piensa que en Creta la capa de ceniza originada por el volcán de Thera no rebasó en ningún lugar de la isla los diez centímetros de grosor. El efecto negativo de estas cenizas sobre la vegetación cretense fue temporal, si bien nada desdeñable en el caso de que las cenizas cayesen en la época de floración. Para Treuil, las consecuencias más dañinas se dieron en el centro y Este de la isla. Las lluvias y la erosión pronto redujeron en Creta el grosor del manto de ceniza, la cual en ningún momento provocaría el envenenamiento del ganado. Hay cenizas procedentes de Thera en la estratigrafía de muchos enclaves del Egeo, lo cual contribuye a la datación de la catástrofe.
Hay dudas acerca de si la erupción volcánica de Thera se vio precedida o no por uno o varios terremotos de mayor o menor intensidad. Chadwick indica que la placa tectónica africana se va montando progresivamente sobre el borde meridional del Egeo, dando lugar a una importante actividad sísmica en la región. El lugar en que se superponen la placa africana y la pequeña placa egea es reconocible por una profunda fosa marina situada al Sur de Creta. Según Marinatos, se produjo un terremoto en Thera unos meses o unos pocos años antes de la erupción del volcán. Este terremoto, aunque de menor intensidad que los que azotaron al mundo cicládico y cretense hacia 1575 a.C., acarreó según Marinatos importantes destrucciones. Iría a su vez acompañado de movimientos sísmicos menores. Para el arqueólogo griego, las gentes de Thera iniciaron tareas de reconstrucción de sus establecimientos tras las conmociones sísmicas, como si no barruntasen el posterior suceso volcánico. En la llamada Casa Oeste de Akrotiri se hallaron sobre el pavimento tazas desordenadas con restos de colores en su interior, lo cual quizás indica que la tarea de reacondicionar las paredes de la casa con elementos decorativos al fresco fue bruscamente abandonada. Chadwick piensa que cuando el volcán empezó a dar muestras de actividad las gentes de clase social superior se retiraron a Creta, mientras que la población de condición más humilde permaneció en la isla despejando las ruinas del terremoto. Puede que incluso se apropiaran de las casas aristocráticas abandonadas que hubiesen sido menos dañadas por la actividad sísmica. Marinatos creía posible el saqueo de las casas ricas por parte de los más osados. Doumas observa claras evidencias de la realización de labores de reacondicionamiento de las estructuras afectadas por los movimientos sísmicos. El amenazador comportamiento del volcán haría que las gentes de la isla abandonasen apresuradamente sus propósitos reconstructivos. Treuil señala que la carencia de restos humanos en las excavaciones demuestra que la isla había sido evacuada antes de la catástrofe. En su opinión, la gente huyó de la isla cuando ya la erupción volcánica era inminente.
Treuil se resiste a aceptar la existencia de un terremoto previo a la erupción. Considera que la destrucción de las estructuras de los lugares habitados de Thera fue provocada por las gigantescas bombas arrojadas a través del cráter del volcán. Estos enormes bloques de materia incandescente, rápidamente solidificados al contactar con el aire, reventarían los tejados de las construcciones abriendo boquetes a través de los cuales penetrarían también cenizas y fragmentos volcánicos menores. Ya en el Siglo XIX, el vulcanólogo francés Fouqué observó que no había en las ruinas por él estudiadas ningún indicio claro de sacudida sísmica. Para Treuil, el “humus” que se encuentra sobre los restos de algunas ruinas no indica la existencia de un período intermedio transcurrido entre un supuesto terremoto y la erupción. Y es que este “humus” aparece sólo sobre los restos de desescombro, por lo que podría ser alguna sustancia constructiva pulverizada. El hecho de que haya restos de desescombro sí que apunta hacia acciones destructivas fuertes previas a la erupción. El mismo Treuil reconoce que los volcanes incluyen a menudo en sus manifestaciones geológicas seísmos de pequeña intensidad. Admite como lejana la posibilidad de que se diese un terremoto geológicamente desvinculado de la erupción volcánica. En el pavimento de algunas construcciones de Akrotiri se aprecian sendas grietas. Hay también escaleras de piedra cuyos peldaños aparecen rasgados de arriba a abajo por la parte central. Es por tanto controvertido si lo que originó este tipo de destrucciones fueron las bombas volcánicas, los movimientos sísmicos o la conjunción de ambos factores.
La isla de Thera conoció en el Cuaternario tres grandes erupciones volcánicas, reconocibles por las gruesas capas de toba que originaron. Antes de producirse la última erupción, Thera era una isla aproximadamente circular, de unos 16 kilómetros de diámetro. Tenía en su parte central un volcán cónico de gran desarrollo vertical. Tras la catástrofe no quedaron de la isla original más que tres porciones periféricas, las islas de Thera y Therasia y el islote de Aspronisi. En el centro de la bahía configurada por estas islas hay en la actualidad otros dos islotes, Palea Kameni y Nea Kameni, formados en épocas más recientes por la pervivencia de la acción magmática en la zona. La gran erupción que fragmentó la isla es situada por los distintos autores a mediados del Segundo Milenio a.C. El volcán de Thera, temporalmente sumergido en las aguas, permaneció dormido hasta que en el año 197 a.C. protagonizó una nueva erupción. En los dos últimos milenios los movimientos magmáticos del volcán se han manifestado aproximadamente en una decena de pequeñas erupciones.
Para fechar el gran cataclismo que azotó Thera son de vital importancia los tipos cerámicos y las cenizas presentes en las estratigrafías. En el momento en que se produce el abandono de Akrotiri, principal centro poblacional conocido de la antigua isla, la mayor parte de la cerámica empleada corresponde a las fases finales del estilo cretense Minoico Reciente IA. Apenas está representado el estilo cerámico del Minoico Reciente IB, como ha observado Niemeier. La posición estratigráfica de las capas de ceniza detectadas en distintos yacimientos del Egeo corresponde a los niveles del Minoico Reciente IA. Ello llevó a conjeturar que la catástrofe pudo producirse entre 1525 y 1475 a.C. Pero métodos de datación tan avanzados como el Carbono 14, la dendrocronología y el análisis de las minúsculas partículas atrapadas entre las capas de los hielos árticos sitúan la erupción de Thera hacia el 1627 a.C. Se produce aquí un aparente conflicto entre la capacidad datadora de los tipos cerámicos y los análisis realizados por distintos laboratorios, como el del departamento de física de la Universidad de Pennsylvania. En los años previos a la erupción se encontraban en uso en Thera dos grandes grupos cerámicos. Algunas de estas piezas son cerámicas de producción local, de arcilla amarillenta y granulosa, de formas cicládicas influidas por Creta y los centros micénicos continentales, con motivos abstractos o vegetales, y rara vez animales. El otro grupo lo constituyen las cerámicas de importación, más finas y de elaboración más perfecta, con tendencia a los tamaños pequeños, vinculables al comercio cretense y micénico. Tras analizar estos tipos cerámicos, Marinatos propuso para la erupción la fecha del 1520 a.C. Otros investigadores, basándose en la cerámica local e influidos por el hallazgo de una copa de imitación chipriota de hacia el 1425 a.C., rebajaron excesivamente la fecha de la catástrofe. En la actualidad ha cobrado más fuerza la propuesta orientativa del año 1627 a.C., si bien aún no es una fecha probada.
Treuil nos proporciona una detallada descripción del proceso eruptivo protagonizado por el volcán de Thera, todavía activo. El magma era viscoso y rico en gas, lo que dio lugar a una erupción de tipo explosivo. En principio el volcán proyectó a gran altura una cantidad relativamente pequeña de toba y ceniza. La toba cayó deprisa, cubriendo la isla de una capa rosada y granulosa. Las cenizas constituyeron una enorme nube que se desplazó hacia el Sureste. Tras un período de calma que pudo durar varios meses, la erupción entró en su fase paroxística. Del cráter brotaron entonces grandes cantidades de toba gruesa, cenizas y fragmentos de rocas. Amedrentadoras nubes ardientes salieron horizontalmente del cráter a gran velocidad, cayendo sobre la isla en forma de piedras solidificadas. Aparecieron luego gigantescos ríos piroclásticos que siguieron las formas del relieve, solidificándose de forma progresiva, por lo que su grosor llegó a ser menor en las costas de la isla. A la vez que salían del cráter las coladas, la cúpula del volcán se iba derrumbando, al parecer poco a poco. El magma se acumuló en los flancos exteriores del volcán, ejerciendo un gran peso que provocó la constante ampliación del cráter por el hundimiento de la bóveda. Los materiales desplomados eran en ocasiones despedidos a gran distancia en forma de bombas basálticas gigantescas. El hundimiento prosiguió, de modo que se fracturaron los bordes inferiores del volcán. El mar penetró por las grietas surgidas al Oeste de la isla, dando lugar a considerables corrientes marinas. A lo largo de varios meses se fue formando en el lugar de la bóveda volcánica un enorme embudo. Los bordes de esta caldera son ahora paredes tremendamente escarpadas de unos trescientos metros de altitud sobre el nivel del mar. La peculiar historia geológica de la isla contribuyó a la formación de paisajes de gran singularidad, lo que unido a otros factores de rápido desarrollo antrópico ha convertido el lugar en un impresionante centro turístico. El punto más alto de la isla es el Profitis Ilias, volcán secundario de 550 metros.
Thera estaba ya habitada desde al menos el Tercer Milenio a.C., como indican los yacimientos de poblados y necrópolis correspondientes al Bronce Antiguo y al Bronce Medio. A mediados del Segundo Milenio a.C. destacaban en Thera tres aglomeraciones aldeanas. Una de ellas se situaba cerca del actual pueblo de Akrotiri, otra estaba en las costas de la actual Therasia, y otra se encontraba en la región de Ia, al Norte de la isla. Todos los establecimientos se ubicaban no muy lejos de las costas, pues en el centro de la isla estaba una gran montaña poco atrayente. La catástrofe volcánica implicó la huida escalonada de los habitantes de Thera, que pudieron llevarse gran parte de sus bienes muebles. Desde el Siglo VIII a.C., volvemos a encontrar un notable centro poblacional en las pequeñas altitudes surorientales de Thera. La capital actual de la isla, que es a la vez su ciudad más poblada, es Fira, situada cerca de la escarpada bahía interior. Algunos arqueólogos del Siglo XIX, conscientes de la riqueza en restos de la isla y de su buen estado de conservación, excavaron en diversos puntos, pero sin dejar constancia de la posición exacta de los lugares estudiados y sin publicar detalladamente los resultados de sus trabajos.
La erupción volcánica de Thera pudo servir de inspiración para diversos relatos legendarios relacionados con la Atlántida. El mito de esta civilización perdida fue recogido por escrito por vez primera por el filósofo Platón en sus diálogos “Timeo” y “Critias”, obras en las que describe un modelo de sociedad idealmente organizada. Platón cuenta que Solón escuchó la historia de la Atlántida de boca de los sacerdotes egipcios de la ciudad de Sais, en el tránsito del Siglo VII al VI a.C. Según este relato, la Atlántida era una vasta isla situada frente a las Columnas de Hércules. Alcanzó un poder imperial sobre extensos territorios y un alto nivel de civilización unos nueve mil años antes de que oyese hablar de ella Solón. En la isla dos muros de tierra circulares alternaban con tres cinturones de agua. Tenía magníficas construcciones, disponía de tierras fértiles y disfrutaba de una vida pacífica y próspera. A sus puertos llegaban cargados de mercancías barcos procedentes de lejanas regiones. Cuando los reyes de la Atlántida dejaron de ser virtuosos por el atractivo brillo de las riquezas, los dioses retiraron su favor a la isla imperial. Atenas derrotó en una guerra a la Atlántida, que poco después fue asolada por terremotos e inundaciones que la sepultaron para siempre bajo las aguas. Treuil nos indica cómo ha evolucionado históricamente la valoración crítica del mito de la Atlántida. Algunos de los discípulos de Platón veían en el relato transmitido por su maestro el reflejo más o menos distorsionado de una verdad histórica. Desde el Renacimiento, los estudiosos más crédulos intentaron localizar la Atlántida, aunque para ello tuvieran que forzar los datos que proporciona el mito. Para Marinatos, los egipcios habían oído hablar del hundimiento de Thera, y sus sacerdotes pudieron transmitir más tarde a Solón noticias relativas a este suceso. Treuil entiende el relato platónico de la Atlántida como un mito pedagógico ideado por el filósofo para ilustrar las ideas que intenta transmitir. Platón avisa a sus conciudadanos de los riesgos de la decadencia que puede conllevar el ejercicio de la preeminencia marítima, la práctica del comercio, el olvido de los valores éticos y el loco afán por la adquisición de poder. Al mismo tiempo exalta la antigua grandiosidad de Atenas, que supo vencer con humildes medios a una potencia mayor. Tanto si se trata de un relato metafórico como de una simple ficción, no debemos afrontar el mito de la Atlántida desde claves historicistas. En el caso de tener oscuros fundamentos históricos, estos podrían estar relacionados con el recuerdo del proceso de decadencia de la brillante civilización minoica, entreverado con la sonora catástrofe volcánica de Thera.
El nombre actual de la isla de Thera es Santorini, derivado del de Santa Irene que le dieron los mercaderes venecianos. Otros nombres antiguos que ostentó fueron los de Kallistē (“La más hermosa”) y Strongylē (“La redonda”). Fueron los obreros que extraían piedra pómez y tierras destinadas a la construcción del canal de Suez (1859-1869) los que empezaron a encontrar en Thera estructuras de gran antigüedad. En 1866 se produjo en la isla una pequeña erupción volcánica que fue estudiada en vivo por el químico Christomanos, el cual observó que algunas de las ruinas desenterradas por los obreros eran anteriores a la formación del estrato de piedra pómez y ceniza que cubría el lugar. Christomanos sólo excavó una vivienda, en la que apareció un lujoso ajuar cerámico. Ya en 1867, el vulcanólogo Fouqué realizó algunas excavaciones cerca de Akrotiri. El rumor de un glorioso pasado se extendió entre los habitantes de la isla, los cuales hallaban, en sus paseos campestres o cavando, objetos de interés arqueológico. En 1870, Mamet y Gorceix excavaron con criterios poco elogiables la bahía de Balos y las tierras situadas al Sur de Akrotiri. Encontraron una pintura al fresco cuyos colores desaparecieron poco después de entrar en contacto con el aire. Mejores resultados obtuvo en sus trabajos arqueológicos el alemán Zahn, que se centró en la región de Kamara.
Fue el polémico Marinatos, políticamente próximo al régimen conocido como la dictadura de los coroneles (1967-1974), el que reimpulsó el interés científico por Thera, isla que consideraba que había estado muy vinculada a la brillante civilización cretense del Bronce Medio. Varias décadas después de exponer sus tesis sobre la catástrofe de Thera, se le presentó la oportunidad de excavar en la isla. Inició unos trabajos preliminares en 1962, y realizó sistemáticas campañas de excavación entre 1967 y 1973. Con gran acierto centró sus trabajos arqueológicos en el área de Akrotiri. Sus campañas proporcionaron a los investigadores gran cantidad de materiales, sobre todo correspondientes a los inicios del Bronce Reciente cicládico. En estos elementos arqueológicos eran apreciables las influencias culturales procedentes de Creta y del mundo micénico. Marinatos desenterró en Akrotiri una verdadera ciudad, organizada urbanísticamente a ambos lados de una vía principal, que además favorecería el drenaje del agua de lluvia. Los edificios son de plantas variables y parecen concebidos como unidades independientes. Algunas casas tenían varios pisos y sótanos. Las técnicas de construcción eran avanzadas. Los muros, bien calibrados, tenían la base hecha de roca volcánica y el alzado de adobe. Se complementaban con armazones de madera, quizás concebidos para mitigar las consecuencias de los frecuentes movimientos sísmicos. Las puertas y las ventanas, bien escuadradas, tenían jambas y dinteles pétreos. Las fachadas a veces estaban revestidas de losas. Los muros solían estar enlucidos por ambos paramentos. Los interiores en algunos casos se decoraban con pinturas al fresco. Había distintos tipos de pavimentos, en los que se utilizaban tierra apisonada, lajas de pizarra, conchas… Marinatos supuso que algunas techumbres se cubrían con piezas de arcilla. El techo de las habitaciones mayores descansaba sobre pilares centrales de madera. Casi todas las casas contaban con un sistema de desagüe.
Thera es una de las islas cicládicas que se encuentra más próxima a Creta, lo que facilitó el que se viera inmersa en la poderosa cultura del Minoico Medio y de inicios del Minoico Reciente, aunque siempre conservando notables peculiaridades locales. No se trataría simplemente de una sucursal más del comercio cretense. Thera mantendría un régimen político y comercial basado en la común y libre cooperación con Creta. En Thera se desarrollaron un sistema económico próspero y una sociedad estratificada. Los numerosos edificios relacionados con el culto parecen indicar la existencia de una clase sacerdotal. No hay indicios claros de la utilización de esclavos en la realización de las construcciones de mayor magnitud. El que en algunas piezas cerámicas aparezcan signos de la escritura Lineal A confirma la vinculación de Thera al mundo cretense. Puede que en Thera convivieran la aristocracia local y representantes de la aristocracia cretense. El grado de diversificación profesional parece apreciable. El aceite y el vino producidos en Thera eran en buena parte exportados en tinajas de terracota hechas en la misma isla. La posesión de bienes muebles era considerada un signo de prestigio social. Los frescos que decoraban los interiores de algunas casas siguen los patrones estilísticos cretenses. Rebosan color y sobrepasan sin duda el estrecho marco interpretativo del simbolismo religioso. Entre los motivos representados destacan las exuberantes figuras femeninas, las expediciones navales, los episodios bélicos y las gratas escenas relativas a la vida cotidiana en la isla.
Bibliografía:
-Chadwick, John; “El mundo micénico”; Alianza Editorial; Madrid; 1977.
-Marinatos, S. N.; “The volcanic destruction of Minoian Crete”; Revista “Antiquity”; Número 52; 1939.
-Chadwick, John; “El mundo micénico”; Alianza Editorial; Madrid; 1977.
-Marinatos, S. N.; “The volcanic destruction of Minoian Crete”; Revista “Antiquity”; Número 52; 1939.
-Treuil, R. et alii; “Las civilizaciones egeas. Del Neolítico a la Edad del Bronce”; Editorial Labor – Nueva Clío; Barcelona; 1992.
No hay comentarios:
Publicar un comentario