Cinco
memoriales breves conservados en el Archivo General de Simancas permiten
reconstruir algunos momentos de la vida de Hernando de Montoya desde la
perspectiva de su propia vejez. Se trata de documentos fechados entre los años
1589 y 1594, que nos remiten al castillo de San Felipe de la bocana del puerto de
Mahón (Menorca), en el actual municipio de Es Castell. El autor de estas
súplicas, dirigidas al rey Felipe II, se presenta a sí mismo como
barbero-cirujano, oficio que consistía en proporcionar asistencia sanitaria
básica a los soldados. Los conocimientos de la época no permitían grandes
recuperaciones si las heridas de los soldados eran graves, de modo que el
barbero-cirujano tenía que realizar a veces amputaciones para poder salvar sus
vidas, practicadas sin garantías de esterilización del instrumental y sin
anestesia. Más prometedora era la recolocación de huesos dislocados, la
extracción de muelas o metralla, la aplicación de emplastos, el suministro de
hierbas analgésicas y sobre todo la promoción de prácticas de higiene
cotidiana, como el baño o el afeitado. Las sangrías con fines terapéuticos
tenían escaso éxito, como podría considerarse tal vez la reducción de la
ferritina, disparada por el consumo excesivo de vino y demás bebidas
espirituosas.
El
primer memorial en sentido cronológico (GYM, LEG, 276, 239), que se remonta a
los días 19 y 20 de Febrero de 1589, incluye el traslado o copia de una real
cédula fechada en Lisboa el 13 de Diciembre de 1582, de veracidad comprobada
por el notario Martín Millán, que firma al final del documento con su elaborado
signo fedatario. Por esa cédula el rey Felipe II daba su visto bueno al pago
del dinero reclamado en nombre de su hija por Hernando de Montoya. Pero más de
seis años después el pago no se había efectuado. La intrahistoria de esa deuda
es la siguiente. En 1582 la hija de Hernando de Montoya, cuyo nombre no se
menciona, de diecinueve años de edad, ya se había quedado viuda con una niña de
cuatro meses. Su marido fallecido era el cabo de escuadra Antonio Vairaque, al
que en el momento de su muerte se le debían varias pagas. Otro soldado, Antonio
Morante, al dejar de servir en el castillo de San Felipe y marcharse, se había
comprometido a que las pagas que se le adeudaban fuesen entregadas a la hija de
Hernando de Montoya. Estas cantidades no se habían satisfecho, pues el capitán
y alcaide del castillo, conocido como San Juan Verdugo, y el veedor y contador
de la gente de guerra y obras, llamado Martín de Izurza (autor de varios planos
bien conservados del castillo y su emplazamiento), aducían constantemente que
el escaso dinero que llegaba para las pagas debía distribuirse sólo entre el
personal militar en servicio activo. Daban a entender que si se quisiese saldar
este tipo de deudas en favor de los familiares de los fallecidos, al ser las
reclamaciones tan numerosas, no llegaría el dinero para pagar a los soldados en
activo, generándose un peligroso descontento general. Se cuestiona igualmente
la validez de las donaciones hechas por los soldados que ya no formaban parte
de la guarnición de la isla.
Entre
los elementos interesantes de este primer memorial está el hecho de que
Hernando de Montoya incide varias veces en su condición de soldado, más allá de
su función sanitaria de auxiliar en lo posible a los otros soldados. En el auto
actúan como testigos dos caporales, es decir, militares de cierto rango,
probablemente amigos del barbero-cirujano, de nombre Esteban de Briones y Alonso
de Heredia, acostumbrados a la dudosa efectividad de estos procesos. En el
traslado de la real cédula se menciona el nombre del gobernador de la isla de
Menorca, Francisco de Guimarán, que ejerció dicho cargo entre 1575 y 1583. El
rey expresaba en su cédula que el pago a la hija de Hernando de Montoya se debía
realizar aprovechando las dos próximas remesas de dinero, saldando la mitad del
total de la deuda con cada una de las dos remesas. Pero todo indica que había
una contradicción permanente entre la buena voluntad del monarca a la hora de
satisfacer este tipo de peticiones y el estado lastimoso de las finanzas del
reino, sumergido en empresas militares colosales que impedían dar liquidez a
tanta gente necesitada, por más que fuesen meritorios sus servicios. Uno de estos
objetivos de gran alcance que hacía de Menorca un lugar muy valioso era la
búsqueda del control de la navegación por el Mediterráneo frente a las
habituales prácticas piráticas amparadas por el poder turco. El que la real cédula
esté firmada en Lisboa nos remite a la larga estancia con la que Felipe II
quiso afianzar la asunción de la corona portuguesa.
Hasta
Lisboa tuvo que desplazarse Hernando de Montoya a fines de 1582, según cuenta
en su segundo memorial (GYM, LEG, 276, 238), para obtener del rey el
reconocimiento de sus derechos. El viaje desde Menorca hasta Portugal y la
necesidad de alojarse varios días en Lisboa hasta ser recibido por los
consejeros del rey supusieron un grave perjuicio para su maltrecha economía,
hasta el punto de valorar si había merecido la pena ese periplo. En este
segundo documento, fechado el 31 de Marzo de 1589, insiste nuevamente en
recibir las cantidades adeudadas a su hija viuda para que disponga de una dote
con la que volverse a casar, y poder sustentar así mejor a su niña, que
contaría ya por entonces con unos siete años. Hernando de Montoya describe una
vez más la intransigencia del alcaide y del contador del castillo de San
Felipe, reacios a librar esos dineros a pesar de conocer cuál era al respecto
la voluntad del rey. Pide entonces que se le expida una sobrecédula o segundo
despacho real para alcanzar la observancia de lo ya prescrito. Para terminar
con su agravio, el barbero-cirujano propone ir cobrando la deuda de las “sobras
y bajas” de las nuevas remesas de dinero llegadas al castillo para el pago del
personal militar de la isla. Es decir, de las cantidades que no se entregan por
haber fallecido los soldados o por haber sobrado tras el reparto. Su súplica es
tramitada por el secretario Prada, y se determina que ha de presentar la cédula
original para que pueda resolverse adecuadamente el asunto. Habrá que esperar a
una tercera misiva (GYM, LEG, 345, 67) para que Hernando de Montoya obtenga la
confirmación por parte del rey de su derecho a cobrar esas cantidades, y para
que el pago comience a hacerse efectivo. Se trata del memorial fechado el 15 de
Octubre de 1591, por tanto nueve años posterior al inicio de las reclamaciones.
A la exposición de los hechos ya conocidos sigue la enumeración con sus nombres
de cuatro soldados del castillo de San Felipe a los que ya se les han librado
las cantidades adeudadas por disponer por escrito de mercedes similares. Vuelve
a ser el secretario Prada el encargado de solucionar el asunto, estableciéndose
esta vez que se paguen esos dineros al barbero-cirujano recurriendo a las
“sobras y bajas”, de modo que se cumpla la primera cédula real.
Tenemos
noticias posteriores de Hernando de Montoya en dos memoriales (GYM, LEG, 415,
219 y 229) que, aunque no presenten fecha, son probablemente del año 1594 por
el legajo en que se conservan. En ellos cuenta que tiene setenta años, y que ha
servido durante treinta y cuatro años seguidos en el castillo de San Felipe,
adquiriendo mucha práctica, habilidad y experiencia en su oficio, obrando
siempre con mucha diligencia y sin cometer ninguna falta, habiendo sido de gran
importancia en la atención sanitaria a los soldados. Desde hace dos años le ha
sobrevenido el mal de piedra, es decir, padece cálculos renales, por lo que ha
tenido que dejar de trabajar. De acuerdo con el parecer del protomédico, al ser
su enfermedad tan grave y sentirse ya muy viejo, el alcaide del castillo de San
Felipe, que sigue siendo San Juan Verdugo, le ha concedido licencia por cuatro
meses para que vaya a la Península a intentar curarse con las aguas de la
llamada “Fuente de la Piedra”. Este lugar, cuyas aguas ayudaban a romper y
disolver los cálculos renales, se encuentra ahora en el casco urbano del
municipio malagueño Fuente de Piedra, en la comarca de Antequera. En las
propiedades terapéuticas de estas aguas, conocidas desde época prerromana,
influía la abundante presencia de plantas del género saxifraga. Dichas plantas
acompañaban a los recipientes en que se comercializaban las aguas, a modo de
denominación de origen, para evitar así las estafas. Hernando de Montoya escribe al rey para que
esos cuatro meses de licencia en Andalucía no supongan el dejar de recibir su salario,
para que se le paguen unos atrasos, y para que se le conceda una plaza muerta,
es decir, una especie de merecida pensión. Para dar más fuerza a su solicitud,
remarca que no tiene hacienda, y que sólo dispone de su salario habitual, del
que dependen en gran medida su mujer y sus cuatro hijos (un varón y tres
mujeres por casar). Las respuestas confortadoras a sus dos memoriales son: “Que
se le haga bueno el tiempo de la licencia” y “Que se le dé una plaza de soldado
general en lo que buenamente pudiere y se le libre lo que se le debe en sobras
y bajas”.
Lo
que se deduce de la isla de Menorca a través de estas cartas es que no era a
finales del siglo XVI un lugar donde la vida fuera sencilla. A la dificultad
para conseguir medicamentos había que añadir la tardanza en recibir las
soldadas. La tierra no producía mucho y la explotación pesquera era moderada. Los
descendientes de un soldado no encontraban demasiadas fuentes de recursos, ni
lograban normalmente buenos casamientos con las gentes autóctonas, prologándose
sin grandes perspectivas su vida en el arrabal que existía extramuros del
castillo. A pesar de ello, el barbero-cirujano Hernando de Montoya se mantuvo
fiel a sus cometidos en este emplazamiento estratégico, que era necesario
mantener para custodiar la entrada a uno de los mejores puertos naturales del
Mediterráneo, conexión directa con los territorios hispánicos de Italia. La
posesión de la isla era tan golosa para los Estados de fuerte desarrollo naval
que su soberanía llegó a ser en el siglo XVIII británica y francesa. Recuperada
para España en 1782 y en 1802, en ambas ocasiones se decidió demoler el
castillo, cuya construcción se había iniciado en 1555, al suponer su avanzada
poliorcética, llena de baluartes y túneles, un imán para los ataques de las
potencias exteriores. Numerosos soldados, procedentes en su mayoría de la
Península, tuvieron que servir en Menorca a lo largo de varios siglos, hasta
que el 31 de diciembre del año 2002 se disolvió el Batallón de Infantería
Ligera Mahón II/47. Varios islotes del puerto de Mahón (isla del Rey, isla de
la Cuarentena e isla del Lazareto) fueron usados tradicionalmente para atender
a los enfermos y evitar la propagación de contagios graves. La documentación
disponible en los archivos sobre Menorca es mucha, constituyendo una gran
oportunidad para conocer las vivencias y preocupaciones de sus habitantes,
tanto de los que, enamorados de su belleza, se quisieron quedar, como de los
que, sintiéndose atrapados en la aspereza del fin del mundo, contaban los días,
en medio de sus penurias, para marcharse.
Se
ha aludido en el texto precedente a la figura del protomédico, que era el
supervisor del resto del personal sanitario. Era el médico de mayores conocimientos
de la unidad militar a la que se le destinaba. Podía formar parte del tribunal
que examinaba a los candidatos a ser médicos, el cual valoraba su suficiencia y
concedía las licencias necesarias para ejercer el oficio. Al estudiar la figura
de Hernando de Montoya, encontramos también en los instrumentos de descripción
del Archivo General de Simancas referencias a otro cirujano, esta vez
licenciado y no barbero, llamado Juan de Montoya (GYM, LEG, 389, 800 y 393, 155).
Sus dos cartas, dirigidas al Consejo de Guerra, fueron motivadas también por la
reclamación de salarios atrasados. Este cirujano señala que participó en 1588
en la desastrosa expedición de la Gran Armada, que pretendía invadir
Inglaterra, dentro del tercio del maestre de campo Francisco de Toledo, que era
el oficial al mando del galeón San Felipe. Iba con él embarcado en dicho galeón
un hijo suyo, que murió durante la batalla. También perdió otro hijo en la
misma empresa a manos de los ingleses, que se vieron beneficiados por el temporal
que dispersó y desbarató la escuadra española. Juan de Montoya servía en el
hospital real de campaña, que sólo podía desplegarse cuando las urcas que lo
transportaban llegaban a tierra. Tras el ataque inglés al galeón San Felipe, el
cirujano fue rescatado junto a otros supervivientes por la urca Doncella, que le
llevó hasta Santander. Posteriormente estuvo destinado en el hospital del
puerto militar de Ferrol, donde tenía responsabilidad sobre veinticuatro camas.
Solicita el pago de las cantidades adeudadas y de una renta mensual que se le había
concedido mediante real cédula, pues dice ser pobre y viejo, y debe velar por
su mujer e hijas.
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