miércoles, 13 de marzo de 2024

EL BARBERO-CIRUJANO HERNANDO DE MONTOYA

 

Cinco memoriales breves conservados en el Archivo General de Simancas permiten reconstruir algunos momentos de la vida de Hernando de Montoya desde la perspectiva de su propia vejez. Se trata de documentos fechados entre los años 1589 y 1594, que nos remiten al castillo de San Felipe de la bocana del puerto de Mahón (Menorca), en el actual municipio de Es Castell. El autor de estas súplicas, dirigidas al rey Felipe II, se presenta a sí mismo como barbero-cirujano, oficio que consistía en proporcionar asistencia sanitaria básica a los soldados. Los conocimientos de la época no permitían grandes recuperaciones si las heridas de los soldados eran graves, de modo que el barbero-cirujano tenía que realizar a veces amputaciones para poder salvar sus vidas, practicadas sin garantías de esterilización del instrumental y sin anestesia. Más prometedora era la recolocación de huesos dislocados, la extracción de muelas o metralla, la aplicación de emplastos, el suministro de hierbas analgésicas y sobre todo la promoción de prácticas de higiene cotidiana, como el baño o el afeitado. Las sangrías con fines terapéuticos tenían escaso éxito, como podría considerarse tal vez la reducción de la ferritina, disparada por el consumo excesivo de vino y demás bebidas espirituosas.


El primer memorial en sentido cronológico (GYM, LEG, 276, 239), que se remonta a los días 19 y 20 de Febrero de 1589, incluye el traslado o copia de una real cédula fechada en Lisboa el 13 de Diciembre de 1582, de veracidad comprobada por el notario Martín Millán, que firma al final del documento con su elaborado signo fedatario. Por esa cédula el rey Felipe II daba su visto bueno al pago del dinero reclamado en nombre de su hija por Hernando de Montoya. Pero más de seis años después el pago no se había efectuado. La intrahistoria de esa deuda es la siguiente. En 1582 la hija de Hernando de Montoya, cuyo nombre no se menciona, de diecinueve años de edad, ya se había quedado viuda con una niña de cuatro meses. Su marido fallecido era el cabo de escuadra Antonio Vairaque, al que en el momento de su muerte se le debían varias pagas. Otro soldado, Antonio Morante, al dejar de servir en el castillo de San Felipe y marcharse, se había comprometido a que las pagas que se le adeudaban fuesen entregadas a la hija de Hernando de Montoya. Estas cantidades no se habían satisfecho, pues el capitán y alcaide del castillo, conocido como San Juan Verdugo, y el veedor y contador de la gente de guerra y obras, llamado Martín de Izurza (autor de varios planos bien conservados del castillo y su emplazamiento), aducían constantemente que el escaso dinero que llegaba para las pagas debía distribuirse sólo entre el personal militar en servicio activo. Daban a entender que si se quisiese saldar este tipo de deudas en favor de los familiares de los fallecidos, al ser las reclamaciones tan numerosas, no llegaría el dinero para pagar a los soldados en activo, generándose un peligroso descontento general. Se cuestiona igualmente la validez de las donaciones hechas por los soldados que ya no formaban parte de la guarnición de la isla.


Entre los elementos interesantes de este primer memorial está el hecho de que Hernando de Montoya incide varias veces en su condición de soldado, más allá de su función sanitaria de auxiliar en lo posible a los otros soldados. En el auto actúan como testigos dos caporales, es decir, militares de cierto rango, probablemente amigos del barbero-cirujano, de nombre Esteban de Briones y Alonso de Heredia, acostumbrados a la dudosa efectividad de estos procesos. En el traslado de la real cédula se menciona el nombre del gobernador de la isla de Menorca, Francisco de Guimarán, que ejerció dicho cargo entre 1575 y 1583. El rey expresaba en su cédula que el pago a la hija de Hernando de Montoya se debía realizar aprovechando las dos próximas remesas de dinero, saldando la mitad del total de la deuda con cada una de las dos remesas. Pero todo indica que había una contradicción permanente entre la buena voluntad del monarca a la hora de satisfacer este tipo de peticiones y el estado lastimoso de las finanzas del reino, sumergido en empresas militares colosales que impedían dar liquidez a tanta gente necesitada, por más que fuesen meritorios sus servicios. Uno de estos objetivos de gran alcance que hacía de Menorca un lugar muy valioso era la búsqueda del control de la navegación por el Mediterráneo frente a las habituales prácticas piráticas amparadas por el poder turco. El que la real cédula esté firmada en Lisboa nos remite a la larga estancia con la que Felipe II quiso afianzar la asunción de la corona portuguesa.


Hasta Lisboa tuvo que desplazarse Hernando de Montoya a fines de 1582, según cuenta en su segundo memorial (GYM, LEG, 276, 238), para obtener del rey el reconocimiento de sus derechos. El viaje desde Menorca hasta Portugal y la necesidad de alojarse varios días en Lisboa hasta ser recibido por los consejeros del rey supusieron un grave perjuicio para su maltrecha economía, hasta el punto de valorar si había merecido la pena ese periplo. En este segundo documento, fechado el 31 de Marzo de 1589, insiste nuevamente en recibir las cantidades adeudadas a su hija viuda para que disponga de una dote con la que volverse a casar, y poder sustentar así mejor a su niña, que contaría ya por entonces con unos siete años. Hernando de Montoya describe una vez más la intransigencia del alcaide y del contador del castillo de San Felipe, reacios a librar esos dineros a pesar de conocer cuál era al respecto la voluntad del rey. Pide entonces que se le expida una sobrecédula o segundo despacho real para alcanzar la observancia de lo ya prescrito. Para terminar con su agravio, el barbero-cirujano propone ir cobrando la deuda de las “sobras y bajas” de las nuevas remesas de dinero llegadas al castillo para el pago del personal militar de la isla. Es decir, de las cantidades que no se entregan por haber fallecido los soldados o por haber sobrado tras el reparto. Su súplica es tramitada por el secretario Prada, y se determina que ha de presentar la cédula original para que pueda resolverse adecuadamente el asunto. Habrá que esperar a una tercera misiva (GYM, LEG, 345, 67) para que Hernando de Montoya obtenga la confirmación por parte del rey de su derecho a cobrar esas cantidades, y para que el pago comience a hacerse efectivo. Se trata del memorial fechado el 15 de Octubre de 1591, por tanto nueve años posterior al inicio de las reclamaciones. A la exposición de los hechos ya conocidos sigue la enumeración con sus nombres de cuatro soldados del castillo de San Felipe a los que ya se les han librado las cantidades adeudadas por disponer por escrito de mercedes similares. Vuelve a ser el secretario Prada el encargado de solucionar el asunto, estableciéndose esta vez que se paguen esos dineros al barbero-cirujano recurriendo a las “sobras y bajas”, de modo que se cumpla la primera cédula real.


Tenemos noticias posteriores de Hernando de Montoya en dos memoriales (GYM, LEG, 415, 219 y 229) que, aunque no presenten fecha, son probablemente del año 1594 por el legajo en que se conservan. En ellos cuenta que tiene setenta años, y que ha servido durante treinta y cuatro años seguidos en el castillo de San Felipe, adquiriendo mucha práctica, habilidad y experiencia en su oficio, obrando siempre con mucha diligencia y sin cometer ninguna falta, habiendo sido de gran importancia en la atención sanitaria a los soldados. Desde hace dos años le ha sobrevenido el mal de piedra, es decir, padece cálculos renales, por lo que ha tenido que dejar de trabajar. De acuerdo con el parecer del protomédico, al ser su enfermedad tan grave y sentirse ya muy viejo, el alcaide del castillo de San Felipe, que sigue siendo San Juan Verdugo, le ha concedido licencia por cuatro meses para que vaya a la Península a intentar curarse con las aguas de la llamada “Fuente de la Piedra”. Este lugar, cuyas aguas ayudaban a romper y disolver los cálculos renales, se encuentra ahora en el casco urbano del municipio malagueño Fuente de Piedra, en la comarca de Antequera. En las propiedades terapéuticas de estas aguas, conocidas desde época prerromana, influía la abundante presencia de plantas del género saxifraga. Dichas plantas acompañaban a los recipientes en que se comercializaban las aguas, a modo de denominación de origen, para evitar así las estafas. Hernando de Montoya escribe al rey para que esos cuatro meses de licencia en Andalucía no supongan el dejar de recibir su salario, para que se le paguen unos atrasos, y para que se le conceda una plaza muerta, es decir, una especie de merecida pensión. Para dar más fuerza a su solicitud, remarca que no tiene hacienda, y que sólo dispone de su salario habitual, del que dependen en gran medida su mujer y sus cuatro hijos (un varón y tres mujeres por casar). Las respuestas confortadoras a sus dos memoriales son: “Que se le haga bueno el tiempo de la licencia” y “Que se le dé una plaza de soldado general en lo que buenamente pudiere y se le libre lo que se le debe en sobras y bajas”.



Lo que se deduce de la isla de Menorca a través de estas cartas es que no era a finales del siglo XVI un lugar donde la vida fuera sencilla. A la dificultad para conseguir medicamentos había que añadir la tardanza en recibir las soldadas. La tierra no producía mucho y la explotación pesquera era moderada. Los descendientes de un soldado no encontraban demasiadas fuentes de recursos, ni lograban normalmente buenos casamientos con las gentes autóctonas, prologándose sin grandes perspectivas su vida en el arrabal que existía extramuros del castillo. A pesar de ello, el barbero-cirujano Hernando de Montoya se mantuvo fiel a sus cometidos en este emplazamiento estratégico, que era necesario mantener para custodiar la entrada a uno de los mejores puertos naturales del Mediterráneo, conexión directa con los territorios hispánicos de Italia. La posesión de la isla era tan golosa para los Estados de fuerte desarrollo naval que su soberanía llegó a ser en el siglo XVIII británica y francesa. Recuperada para España en 1782 y en 1802, en ambas ocasiones se decidió demoler el castillo, cuya construcción se había iniciado en 1555, al suponer su avanzada poliorcética, llena de baluartes y túneles, un imán para los ataques de las potencias exteriores. Numerosos soldados, procedentes en su mayoría de la Península, tuvieron que servir en Menorca a lo largo de varios siglos, hasta que el 31 de diciembre del año 2002 se disolvió el Batallón de Infantería Ligera Mahón II/47. Varios islotes del puerto de Mahón (isla del Rey, isla de la Cuarentena e isla del Lazareto) fueron usados tradicionalmente para atender a los enfermos y evitar la propagación de contagios graves. La documentación disponible en los archivos sobre Menorca es mucha, constituyendo una gran oportunidad para conocer las vivencias y preocupaciones de sus habitantes, tanto de los que, enamorados de su belleza, se quisieron quedar, como de los que, sintiéndose atrapados en la aspereza del fin del mundo, contaban los días, en medio de sus penurias, para marcharse.


Se ha aludido en el texto precedente a la figura del protomédico, que era el supervisor del resto del personal sanitario. Era el médico de mayores conocimientos de la unidad militar a la que se le destinaba. Podía formar parte del tribunal que examinaba a los candidatos a ser médicos, el cual valoraba su suficiencia y concedía las licencias necesarias para ejercer el oficio. Al estudiar la figura de Hernando de Montoya, encontramos también en los instrumentos de descripción del Archivo General de Simancas referencias a otro cirujano, esta vez licenciado y no barbero, llamado Juan de Montoya (GYM, LEG, 389, 800 y 393, 155). Sus dos cartas, dirigidas al Consejo de Guerra, fueron motivadas también por la reclamación de salarios atrasados. Este cirujano señala que participó en 1588 en la desastrosa expedición de la Gran Armada, que pretendía invadir Inglaterra, dentro del tercio del maestre de campo Francisco de Toledo, que era el oficial al mando del galeón San Felipe. Iba con él embarcado en dicho galeón un hijo suyo, que murió durante la batalla. También perdió otro hijo en la misma empresa a manos de los ingleses, que se vieron beneficiados por el temporal que dispersó y desbarató la escuadra española. Juan de Montoya servía en el hospital real de campaña, que sólo podía desplegarse cuando las urcas que lo transportaban llegaban a tierra. Tras el ataque inglés al galeón San Felipe, el cirujano fue rescatado junto a otros supervivientes por la urca Doncella, que le llevó hasta Santander. Posteriormente estuvo destinado en el hospital del puerto militar de Ferrol, donde tenía responsabilidad sobre veinticuatro camas. Solicita el pago de las cantidades adeudadas y de una renta mensual que se le había concedido mediante real cédula, pues dice ser pobre y viejo, y debe velar por su mujer e hijas.

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