domingo, 21 de diciembre de 2025

EL CAPITÁN JUAN ÍÑIGUEZ DE MEDRANO


En un legajo del año 1593 del Archivo General de Simancas, del fondo de Guerra y Marina, con signatura AGS, GYM, LEG, 375, llama la atención una hojita o billete, el cual está escrito con una letra especialmente cuidada. Se trata del documento número 81, que guarda también relación con los números 80 y 82. Mientras que estos dos últimos son textos largos, en los que se informa al rey Felipe II sobre la situación agitada de la frontera entre Francia y el reino de Aragón, el billete resulta ser una breve carta secreta, lacrada, que sirvió a un primo del capitán Juan Íñiguez de Medrano para intentar concertar un encuentro con él, y poder informarle así de los movimientos de las tropas francesas del bando hugonote. En este billete el lenguaje es sinceramente afectuoso, dado el parentesco existente. Las precauciones adoptadas en el comunicado son muchas, revelando la existencia de espionaje y contraespionaje a ambos lados de la frontera, en el contexto de las luchas de religión que experimentaba por entonces Francia. Estaban en aquel momento en su apogeo las intrigas de Antonio Pérez, antiguo secretario real huido a la región del Béarn, desde donde intentaba desestabilizar a la Monarquía Hispánica.


El primo de Juan Íñiguez de Medrano, asentado en los valles norpirenaicos, emplea en su carta un nombre en clave, Julián de Montejurra. El de Julián podría ser un nombre auténtico, ya que es común en la familia de los Íñiguez de Medrano, pero el término Montejurra es claramente una alusión simbólica a un monte próximo al solar familiar, la localidad navarra de Estella-Lizarra. La carta presenta más referencias a otros lugares de Navarra, que les traerían muchas resonancias de vivencias familiares, pero que aquí son usados para intentar despistar acerca de los sitios reales donde podría producirse el encuentro. Las expresiones usadas son casi literarias, distan del lenguaje administrativo, y muestran la influencia de la prosa de otro miembro de la familia, ya por entonces fallecido, el escritor Julián Íñiguez de Medrano. Por lo que puede extraerse del texto, la carta fue entregada por un mensajero leal que debía servir también al capitán como guía para alcanzar el lugar en que se produjese finalmente la reunión. Se menciona como contacto a una persona a la que se llama Casanaba, apellido documentado en el ámbito oscense. También tiene una pequeña presencia actual en la provincia de Huesca el apellido Lavedán, que es el apellido de la esposa de quien escribe la carta, llamada Silvia. Tanto Julián como Silvia, según se indica en el billete, escribieron otra carta a Juan Íñiguez de Medrano cuyo asunto tenía como fin alejar las sospechas sobre él en el caso de que se le detuviese una vez que pasase a Francia. En esa carta, no conservada, se hablaría de motivaciones falsas para emprender semejante viaje transpirenaico. Julián recomienda a su primo que acuda disfrazado, ya que el territorio estaba muy revuelto por el miedo mutuo de España y Francia a la incursión de ejércitos enemigos. El texto del billete analizado es el que sigue:


“Al Señor Capitán Medrano: Por ciertos respetos y consideraciones que espero decir a v.m. boca a boca, y como espero en días, dentro de pocos días, no he querido escribir los renglones siguientes en mi otra carta, esperando que ésta irá más secreta. Lo que yo más pretendo y deseo, y a v.m. suplico, es que presto nos veamos, porque no puedo más esperar en este valle, sino hasta el séptimo de julio, que sea el primer miércoles del mes, y estos días aguardaré aquí para dar tiempo a v.m. que pueda venir a placer hasta Cauterets, a donde el dicho Casanaba me ha dado a entender que v.m. vendrá voluntariamente, lo cual le suplico de todo mi corazón. Y si mi desventura fuere tal que no podamos vernos allí esta vez, escoja v.m. o la casa del obispo de Comminges [en Saint-Bertrand-de-Comminges] o la villa de Saint-Béat[-Lez], que está cerca de Bagnères-de-Luchon, porque un tío de mi mujer, llamado el Barón de Barbazan, es gobernador de aquella villa. Si v.m. viniere a casa del dicho obispo o al dicho Saint-Béat[-Lez], escríbame en qué mes y en qué día, mas que no sea antes de la Magdalena [22 de julio]. Y si viene a Cauterets, venga por su vida algo disfrazado, y dentro del dicho día, que será el primer miércoles de julio. Y me pesaría en el ánima que perdiésemos esta ocasión de vernos en Cauterets, porque es lugar muy propicio para los dos. Si v.m. me escribe por su carta que viene a Cauterets, ponga en lugar de Cauterets a la fuente de Chábarri. Si escribe a Saint-Béat[-Lez], ponga a San Miguel o al tío de Silvia. Si escribe que va a la casa del obispo, ponga a la casa del abad de Irache. De esto le doy aviso por cosas que me importan de tanto como la vida, y por estar estas tierras más revueltas que los vecinos no piensan, aunque el trueno sea sordo. Este mensajero le dirá ciertas cosas de lo que pasa, el cual va expresamente para acompañar y servir a v.m. y sólo por esto se lo envío para que le guíe, aunque en mi otra carta yo se lo escriba diversamente y con industria, dándole a entender que va por otros negocios. Esperando su deseada venida, ruego a Dios y a sus Ángeles le sean venturosa guía y que presto le vea. Su más aficionado primo y servidor, Julián de Montejurra, en esta su casa de Graiñón esta vigilia de San Pedro [noche del 28 al 29 de junio]. La dama que en mi otra carta escribe a v.m. ciertos renglones es Silvia de Lavedán, mi mujer, prima de v.m. y servidora”.


Destaca al estudiar la carta la diversidad de sitios propuestos, lo que da idea de que el que la envía era un individuo bien relacionado, con capacidad para pernoctar en distintas localidades, tirando de sus redes familiares o recurriendo a sus amistades. No debemos olvidar que muchos navarros estaban acostumbrados a hacer vida en ambos lados de la cordillera pirenaica. La llamada Navarra de Ultrapuertos quedó definitivamente desgajada del Reino hacia 1530 por la dificultad estratégica que suponía para Carlos V su conservación, reforzándose de manera resignada el valor de las montañas como frontera natural. En este caso, las poblaciones indicadas en Francia están más cerca de la frontera aragonesa que de la frontera navarra, correspondiéndose con las actuales comunas de Cauterets (Altos Pirineos), Saint-Bertrand-de-Comminges, Saint-Béat-Lez y Bagnères-de-Luchon, situadas estas tres últimas en el departamento del Alto Garona. El señalamiento de las fechas en el billete recurre a festividades religiosas, demostración de lo imbricado que estaba el calendario cristiano en el discurrir práctico de los días. Los asuntos religiosos provocaron en Europa en el siglo XVI frecuentes guerras, como las que desgarraban por entonces Francia, escenario de las luchas entre católicos y protestantes. Antes de que transcurriese un mes con respecto a la fecha en que fue redactado el billete, en concreto el 25 de julio de 1593, el rey francés Enrique IV optó por abandonar la fe hugonote y convertirse al catolicismo, pudiendo así afianzarse en el trono e iniciar la pacificación del país, que culminaría con el Edicto de Nantes de 1598.


Podemos reconstruir bastantes aspectos relacionados con los servicios militares prestados por Juan Íñiguez de Medrano a través de varios memoriales que envía al rey Felipe II entre los años 1590 y 1595, los cuales se conservan en el Archivo General de Simancas. Sabemos que era natural de Navarra. Su familia estaba afincada en Estella-Lizarra. Comenzó su carrera militar hacia el año 1572, lo que podría situar su nacimiento hacia el año 1550 aproximadamente. Según él mismo indica, estuvo presente en todas las ocasiones en que fue requerido, incluyendo episodios de decisivo enfrentamiento armado. Tras la conquista definitiva de Túnez por los otomanos en el año 1574, una expedición española asoló el archipiélago tunecino de las Querquenes en 1576, contando con la participación de Juan Íñiguez de Medrano. En las operaciones militares relacionadas con la incorporación sucesoria de Portugal por parte de España en el año 1580, le estropearon una pierna, lo que le obligó a estar más de un año en cama recuperándose. En 1582 luchó en las Azores, expugnando las islas partidarias del Prior de Crato y resultando vencedor en el combate naval de la isla Terceira. Siendo alférez en la Compañía del capitán Juan de Salcedo, encuadrada en los Tercios, al tener que quedarse éste en España por enfermedad, se hizo cargo de la misma, conduciéndola por Italia y Flandes. Dejó de mandar esta Compañía cuando Alejandro Farnesio reformó los ejércitos que intentaban recuperar la iniciativa española en el contexto bélico de los Países Bajos. Teniendo asignados diez escudos de ventaja, participó en los asedios que condujeron a la conquista de Gante en 1584 y de Amberes en 1585, así como en otras acciones desplegadas por el territorio de la actual Bélgica.


De regreso a España, el Consejo de Guerra le aprobó para capitán en 1586, integrándose en la Armada con diez escudos de contentamiento. Entre sus primeras misiones navales, encomendadas por Álvaro de Bazán, estuvo la protección de las flotas que, provenientes de las Indias, se aproximaban a la Península cargadas con numerosos bienes. En el desempeño de estos trabajos, Juan Íñiguez de Medrano fue nombrado capitán del galeón San Mateo en 1587. Se le asignaron por entonces 40 escudos de sueldo, así como raciones mensuales. Se le hizo también la promesa de que, cuando se produjese el desembarco de tropas en Inglaterra, él sería capitán de Infantería de la gente que se quedase allí de guarnición. El galeón San Mateo, que fue el barco cuyo mando se entregó a Juan Íñiguez de Medrano, tuvo una intensa vida. Se trataba de un barco portugués construido en la India con madera local, llegado a Lisboa en 1575 tras varios años de servicio. Trasladó a Marruecos en 1578 algunas de las tropas que resultaron luego derrotadas en la batalla de Alcazarquivir, la cual supuso la muerte del joven rey portugués Sebastián I. El galeón mostró resistencia a las tropas castellanas durante el asedio por parte de éstas al castillo de Setúbal en 1580. Ya formando parte de la flota hispano-lusa, intervino en la batalla naval de la isla Terceira en 1582. Durante varios años su misión principal fue la defensa de las costas peninsulares. En el verano de 1586 escoltó dos galeones procedentes de la India, y en el verano de 1587, ya bajo el mando de Juan Íñiguez de Medrano, se movió en el entorno de las Azores para evitar la actuación de los corsarios.


En el desastroso intento de invasión de Inglaterra de 1588, Juan Íñiguez de Medrano fue el capitán del galeón San Mateo, quedando a bordo por encima de él en rango, como oficial superior, Diego Pimentel, maestre de campo del Tercio de Sicilia. El barco disponía de 32 piezas de artillería, de las cuales 14 podían disparar balas de hierro y las restantes 18 balas de piedra. Salió de Lisboa el 30 de mayo. Tras dispersarse la armada por un temporal, acontecido los días 18 y 19 de junio, arribó a La Coruña el día 23, donde fue reaprovisionado. Llegado el galeón a las proximidades de Cornualles, fue cañoneado por barcos ingleses el 31 de julio. Ese mismo día acudió en auxilio de la almiranta española San Juan de Recalde. El 2 de agosto el galeón San Mateo mantuvo un intenso duelo artillero con las naves inglesas. El día 8, intentando socorrer al galeón San Felipe, quedó envuelto por numerosos navíos enemigos, que también rodearon en la acción a la nao Valenzera Veneciana, la nao Santa María de Begoña y la nave San Juan de Sicilia. El galeón San Mateo fue atacado a distancia, sin que se produjese abordaje, por una decena de barcos ingleses durante varias horas, hasta que se retiraron, hacia las seis de la tarde. A pesar del mal estado en que quedó el galeón, Diego Pimentel se negó a abandonarlo, confiando en que todavía pudiese ser útil. El maltrecho galeón fue llevado por el viento y las corrientes hacia la costa de Ostende. Dos buques holandeses y tres navíos ingleses atacaron al galeón el día 10, apoderándose de él tras un cruento combate de dos horas. Parte de la tripulación fue arrojada al mar o resultó muerta en el abordaje. Entre los galeones San Felipe y San Mateo, los neerlandeses capturaron por entonces unos 25 hombres de buena posición social, además de otros marinos y soldados, repartidos por las prisiones de distintas ciudades. Una gran flámula o banderola del galeón San Mateo, con la imagen de Cristo crucificado, estuvo expuesta unos tres siglos en una iglesia de Leiden a modo de trofeo, conservándose actualmente en el Museo Lakenhal de dicha ciudad.


Uno de los hombres que resultaron presos en esa jornada fue el capitán Juan Íñiguez de Medrano. En sus memoriales indica que hizo ese día lo que estaba obligado a hacer como buen soldado, defendiendo el barco, peleando con las Armadas de Inglaterra, Holanda y Zelanda, sin salir de él, sin desampararle hasta que se anegó y se fue al fondo, con sus municiones y artillería, para que los enemigos no lograsen aprovecharse de su carga. Entre los elementos que acabaron en el mar estaban los documentos que acreditaban el rango militar de Juan Íñiguez de Medrano y los haberes que había podido ahorrar. Su comportamiento irreductible le ocasionó el ser muy mal tratado por los captores. Permaneció prisionero entre dieciséis y dieciocho meses, dando en esta cuestión varias cifras distintas en sus solicitudes al monarca. Indica que la mayor parte de ese tiempo estuvo desnudo y a pan y agua, sufriendo otras muchas vejaciones. Alejandro Farnesio logró tras duras negociaciones la puesta en libertad de distintos presos. Juan Íñiguez de Medrano quedaría libre hacia el mes de marzo de 1590. El pago del rescate y el viaje de regreso desde Flandes hasta la Corte española supuso el que gastase gran parte de su propio patrimonio y hacienda, así como los recursos de sus padres.


Al ponerse en contacto de nuevo con las autoridades reales, mediante carta del 14 de septiembre de 1590, obtuvo como respuesta que se le calcularía la cantidad adeudada por sus servicios y que se le pagaría. Se le incluyó en un listado de capitanes disponibles, a la espera de su futuro encuadramiento. Obedeciendo un bando general del rey, dejó la Corte y se trasladó a su hogar en Navarra. Allí comprobó al poco tiempo con pesar que en la elección de 40 capitanes que se había hecho para sus respectivas Compañías no estaba su nombre. Reacciona con presteza y se dirige nuevamente al monarca en busca de un puesto, exponiendo no sólo sus servicios militares, sino también el reconocimiento del que goza en el Reino de Navarra, donde dice estar emparentado con los principales ciudadanos, y alude a una carta de recomendación que envió en su favor el Virrey de Navarra, que por entonces era Martín de Córdoba y Velasco (1589-1595). Manifiesta nuevamente que anhela capitanear una Compañía de los Tercios en la que pelear y morir, como hicieron sus abuelos y antepasados. Teme el no tener remuneración alguna, por lo que solicita una ocupación temporal en el ejército, conocida como “entretenimiento”, la cual se base en la valoración adecuada de la calidad de sus pasados méritos, como los que acumuló en la cercanía de Álvaro de Bazán.


Juan Íñiguez de Medrano reiteró sus peticiones al monarca en sucesivos memoriales. El fechado el día 26 de abril de 1591 lleva anotada la respuesta “Póngase en la cesta”, lo que parece indicar que los miembros del Consejo de Guerra estaban familiarizados con sus solicitudes. Se trata en este caso de una carta breve en la que se muestra dispuesto a mandar un galeón de los que se habían de proveer tras la gran pérdida de barcos que supuso la expedición fallida de la Gran Armada. Viendo la escasa aceptación de sus requerimientos, opta por pasar a formar parte del Tercio dirigido por Alonso de Vargas, de manera voluntaria y sin sueldo inicial. Explica que está en dicha unidad en un memorial dirigido al secretario del Consejo de Guerra, Andrés de Prada, con fecha de 19 de noviembre de 1591. Solicita por entonces que se oficialice su presencia en el Tercio de Alonso de Vargas y se le otorgue una carta de recomendación. Su perseverancia le favorece, concediéndosele un sueldo. Da la impresión, tras regresar de las cárceles neerlandesas, que ardía por volver a la disciplina militar, tanto para obtener ingresos como para seguir dando sentido a su vida. Podría haber optado, ya metido en los cuarenta y tantos años de edad, por un cambio de profesión, recurriendo a las redes clientelares navarras de las que formaba parte, pero probablemente consideraba que eso era claudicar ante el infortunio. Es cierto que sus peticiones a la Corona eran demasiado ambiciosas, pero la entrega personal que ofrecía a cambio parecía absoluta.


Para entender mejor el críptico billete que suscitó la redacción de esta aproximación histórica a la figura de un antiguo capitán de los Tercios, son importantes los documentos que le anteceden y que le suceden de forma respectiva en el legajo AGS, GYM, LEG, 375. Van dirigidos a Andrés de Prada, consejero muy próximo al rey, situado al frente de los asuntos militares que afectaban a los Reinos Hispánicos, y al que se le da el trato de excelencia. El primero de ellos fue escrito por Martín de Veléndiz, que era el secretario de Alonso de Vargas, capitán general del ejército de la raya de Aragón. Es una carta fechada en Huesca el 14 de julio de 1593. En Huesca era donde se encontraba acuartelado el Tercio de Alonso de Vargas. En la carta se alude a las cuentas relacionadas con el pago de los soldados, que inicialmente fueron 3.000 infantes, más tarde reforzados por otras tropas. Este ejército se ocupaba del llamado frente de Aragón, que por un lado vigilaba la frontera con Francia y por otro lado disuadía a las poblaciones locales de rebelarse. El descontento de los aragoneses era por entonces grande por haberse tratado sus fueros de forma poco respetuosa, como represalia por la protección brindada al conspirador Antonio Pérez antes de que éste pasase a Francia. Alonso de Vargas recibía muchas presiones desde el entorno del rey para actuar con excesivo rigor hacia los aragoneses, viendo él tanta represión innecesaria e incluso contraproducente. En la carta se solicitan fondos para poder continuar con la construcción de varias fortalezas fronterizas, y se indica la conveniencia de que viaje al territorio con premura el ingeniero militar Tiburcio Spannocchi para dar su visto bueno a los avances realizados o determinar qué obras se han de seguir acometiendo.


Aborda luego la carta el asunto del billete recibido por Juan Íñiguez de Medrano. Se explica que se lo había enviado un pariente suyo para que se acercase a la raya de Francia. El capitán navarro consultó a su señor, Alonso de Vargas, si era adecuado acudir, y éste le dio su aprobación, confiando en obtener así información privilegiada. Se indican después las dudas que se habían tenido acerca de si incluir o no el billete junto a las comunicaciones más formales que iban a dirigirse al secretario Andrés de Prada. Afortunadamente para nosotros, el billete fue finalmente introducido en medio de la documentación administrativa, con respecto a la cual destaca como “rara avis” por su estilo, lenguaje, formato y contenido. La carta revela que Juan Íñiguez de Medrano acudió a la cita con su primo en Francia, regresando a la ciudad de Huesca justo el día anterior, es decir, el 13 de julio. Los avisos recibidos en el encuentro versaron principalmente sobre la pretensión por parte del bando protestante francés de rebasar con sus tropas la frontera en cuanto el Tercio de Alonso de Vargas abandonase la vigilancia de la misma o se dividiese, siendo su mayor objetivo la toma del castillo de Jaca. Martín de Veléndiz revela que el informante es un hombre principal, pues fue caballerizo y gentilhombre de la reina Margarita de Navarra, más conocida como Margarita de Valois, esposa del rey Enrique IV de Francia. El primo de Juan Íñiguez de Medrano se compromete a conseguir el apoyo para la causa católica del Duque de Epernon, personaje de gran influencia, capaz de movilizar recursos militares, y del que se dice amigo. Muchas de las informaciones recibidas por Julián de Montejurra eran proporcionadas al parecer por Madame de Agramont, es decir, por Diane d’Andoins, que había sido la amante oficial de Enrique IV entre 1582 y 1591. Al ser francés o estar totalmente mimetizado con los franceses, el primo de Juan Íñiguez de Medrano no levantaba sospechas en su entorno, nadie imaginaba allí que estaba revelando información comprometida a sus contactos españoles.


El documento que va numerado a continuación del billete lleva el siguiente encabezamiento: “Memorias de lo que se ha de tratar con su excelencia por el capitán Juan Íñiguez de Medrano”. Es una larga relación de ocho páginas de los asuntos que el capitán navarro debía poner personalmente en conocimiento del secretario del Consejo de Guerra. Muchos de estos puntos consisten en las bravuconadas atribuidas a Antonio Pérez, tendentes a presentar como sencilla una invasión de las Españas y a intentar hacer crecer la desafección entre los distintos territorios que las componían. Se habla de cuatro o cinco conjurados aragoneses dispuestos a facilitar a las tropas vecinas del Béarn el apoderarse del castillo de Jaca. Disfrazados de tratantes o de romeros han podido inspeccionar las instalaciones de la fortaleza jaquesa, revelando sus fallos de seguridad a los enemigos, por lo que se hace urgente mejorar su foso y sus otras defensas. Se indica la implicación de Antonio Pérez tanto en la movilización de los bearneses como en la creación de una corriente contraria a la Monarquía Hispánica entre numerosos aragoneses de diversa extracción social, incluyendo hidalgos y caballeros. Antonio Pérez habría diseñado un plan para que gascones e ingleses cruzasen la frontera pirenaica por diversos puntos, ayudados con bastimentos que varios navíos trasladarían por mar. Parte de la financiación requerida sería aportada por la mismísima reina de Inglaterra, Isabel I. Todas estas consideraciones transmiten por parte de los mandos militares españoles una crisis de confianza en las propias fuerzas y en los aliados habituales, así como una sobrestimación de las capacidades de los enemigos. El propio tono de los memoriales de Juan Íñiguez de Medrano y de las cartas dirigidas por los militares al secretario del Consejo de Guerra señalan, sin duda, que tras el desastre de la Gran Armada del año 1588 la autosuficiencia y el ímpetu que guiaban las acciones de los ejércitos españoles habían sido reemplazados por la conciencia de que no era posible combatir eficazmente a demasiadas fuerzas a la vez, de que el coste en vidas de la guerra superaba a su coste en ducados, y de que no habría ya hegemonía española en Europa, habiéndolo tenido que descubrir por la conjunción de los Estados rivales con las fuerzas de la naturaleza.


Un aspecto interesante de la mencionada relación es que entre las indignidades que se hacen recaer sobre Antonio Pérez está el haber consultado a astrólogos con la esperanza de descubrir facetas extrañas y crueles en la vida del rey Felipe II, que pudieran convertir en productiva la campaña de desprestigio emprendida. Se contrapone por tanto en el texto la fe católica, a la que el rey acudirá hasta sus últimos días, en los éxitos y en los fracasos de sus decisiones políticas, con las supersticiones que pudieran conducir a dañar su imagen. También se acusa a Antonio Pérez de querer introducir en los Reinos Hispánicos las querellas religiosas que azotaban por entonces Francia y otros Estados europeos. Los contextos montañosos de Huesca y Navarra se consideraban terrenos propicios para la extensión de prácticas religiosas heréticas y heterodoxas, que pudieran entroncar con costumbres paganas de larga tradición. Se alude en el texto a las relaciones existentes entre la reina inglesa y el puerto de La Rochelle, plaza fuerte de los hugonotes. La primera habría contribuido con dinero y hombres al robustecimiento de este estratégico enclave protestante a cambio de poder utilizarlo como cabeza de puente cuando resultase oportuno para la introducción de sus ejércitos en Francia. En el documento se dan los nombres de varios caballeros asentados en ciudades francesas próximas a la frontera pirenaica, dispuestos a intervenir en favor del bando católico y para que la insurrección no prendiese en Aragón. El comunicado termina haciendo referencia al propio Juan Íñiguez de Medrano, que sería el encargado de transmitir en persona al mismo secretario Andrés de Prada todas estas cuestiones. Según el texto, se trataba de una misión crucial para evitar que la guerra llegase a España y al ducado de Saboya, Estado afín en el que por entonces comenzaba a predicar Francisco de Sales, centrado en intentar frenar el avance calvinista.


Volvemos a tener información del capitán navarro aproximadamente medio año después, ya más tranquila la frontera pirenaica, por un memorial suyo del 7 de enero de 1594, el cual va acompañado de la copia de una fe que el Consejo de Guerra y su secretario, Andrés de Prada, le entregaron por entonces para que la usase favorablemente ante el Consejo de Cámara y su secretario, Juan Vázquez de Salazar, resumiéndose en ella sus méritos y servicios, de forma que pudiese obtener alguna gratificación por parte de estos últimos. Al recordarse en estos papeles su trayectoria militar, se insiste como momento clave de la misma en su prendimiento por los neerlandeses, que fue en definitiva cuando “se perdió” y se fueron al traste sus sueños épicos, pasando ahora su nombre a figurar en una triste lista de candidatos para futuros servicios. Se le nota la necesidad y la inquietud por volver a disponer de referencias documentales que atestigüen que, al igual que demostró su capacidad en el ejército, puede desempeñar otros puestos en la cercanía del monarca o donde se le destine. Sus escritos y sus viajes entre Estella-Lizarra y Madrid revelan el convencimiento personal de que va a mejorar su suerte. Habiéndolo pasado tan mal, estando tan curtido en toda clase de peripecias, habiendo tenido a su cargo a tanta gente de guerra, no contempla el conformarse con un retiro prosaico.


El siguiente memorial que hemos podido localizar relacionado con su persona, fechado el 3 de abril de 1594, trae buenas noticias, pues indica que se le ha concedido por merced real como renta anual perpetua la cantidad de 30.000 maravedíes, los cuales habrán de ser obtenidos de las llamadas Tablas del Reino de Navarra, sistema recaudatorio basado en peajes, aduanas y otros derechos reales. En este documento Juan Íñiguez de Medrano señala que, cuando estuvo en el Tercio de Alonso de Vargas, fue prendido por rebeldes aragoneses, lo que sugiere que descubrieron que era uno de los militares que entregaba en Madrid los informes de lo que pasaba en el frente pirenaico. En todo caso, los sublevados aragoneses respetaron su vida y le soltaron pronto. En esta carta queda también manifiesto su aprecio por Alonso de Vargas, que fue el que confió en él, haciéndole salir expresamente de su hogar en Estella-Lizarra, cuando estaba más abatido y tieso, en cuanto a falta de dinero. La remuneración obtenida ahora implica ponerse a disposición de la Corona, por lo que el infatigable capitán contacta nuevamente con el Consejo de Guerra, mostrando su celo por acabar la vida en el real servicio, como asegura que hicieron todos sus antepasados. Solicita que se levante una nueva Compañía en el Reino de Navarra, y que se le ponga al frente de la misma. Un dato interesante que revela su carta es que en ese momento se encontraba en la Corte, donde dice ser el único capitán navarro acogido entonces en ella. Su entusiasmo no le sirvió para obtener un empleo militar en todo el año siguiente, pues en una nueva carta al Consejo de Guerra, fechada el 15 de abril de 1595, así lo expresa, describiéndose como desocupado y a la espera en su casa de Navarra. La respuesta del secretario Andrés de Prada es que, cuando haya ocasión, se tendrá memoria de él.


Se conservan muchos documentos sobre Juan Íñiguez de Medrano en el Archivo Real y General de Navarra. Se trata principalmente de litigios, ya que se vio envuelto en bastantes procesos judiciales, en algunos casos como denunciante y en otros casos como denunciado. Leyendo los resúmenes del contenido de estos procesos podemos dar algunas pinceladas más sobre algunos aspectos biográficos de este capitán navarro. Uno de ellos es que siguió llamándosele capitán siempre en la documentación administrativa de carácter judicial, incluso aunque hubiesen pasado bastantes años desde la finalización de su servicio militar activo. Se trataría por tanto de una distinción y de un reconocimiento, del que haría gala entre sus conciudadanos de Estella-Lizarra. Según la información que recogen algunos documentos, su esposa se llamaba Juana de Eguía. El capitán presenta también como propio el apellido Eguía, por lo que es muy probable que existiese una vinculación genética entre ambos ya desde antes de su matrimonio. Como observaremos en los siguientes párrafos, el capitán quiso tener siempre una alta representatividad social, llegando a ejercer algún cargo municipal y participando en la gestión de las actividades desarrolladas por la iglesia de San Juan de Estella-Lizarra. Como elemento positivo, tomó bajo su protección a algunos familiares jóvenes al morir los padres de éstos, pero enredándose más de la cuenta en cuestiones relacionadas con la administración de sus bienes. En los momentos en que acumuló dinero en efectivo, empleó parte del mismo en la concesión de préstamos, confiando en obtener ciertas ganancias por los intereses. La condición religiosa o el deterioro económico de algunas de las personas con las que mantenía discrepancias no le frenó a la hora de interponer querellas. Descartado para poder continuar en el ejército, optó por otros medios con los que intentar conseguir recursos, utilizando hábilmente en su contexto social navarro la gran reputación adquirida como militar.


En 1581 Juan Íñiguez de Medrano denunció a Pedro Moreno, vecino de Olite, para que le pagase el importe convenido por la venta de unos 287 kilogramos de pimienta, según el acuerdo mercantil existente entre ambos. En 1591 el capitán fue uno de los denunciantes de coacción en el matrimonio de una joven llamada Catalina Fernández de Baquedano con un sobrino de Rosa de Eguía. Por resolución judicial, Juan Íñiguez de Medrano fue nombrado curador de esta joven, haciéndose cargo de su tutela. En 1595 el capitán fue denunciado por un escribano real de Estella-Lizarra, Fermín de Arellano, debido a la ejecución de un préstamo. Se dice en este proceso que por entonces Juan Íñiguez de Medrano era mayordomo de la iglesia parroquial de San Juan de Estella-Lizarra, compartiendo el cargo con Miguel Sanz de Galdeano, también denunciado por el mismo asunto. Ese mismo año de 1595 el capitán había recibido ya otra reclamación por oponerse al nombramiento del escribano real Martín de Urriza como procurador de la iglesia mencionada. En 1597 el prestigioso Monasterio de Irache se querelló contra Juan Íñiguez de Medrano y otros cargos de la iglesia de San Juan de Estella-Lizarra por algunos de los derechos que ostentaban, como el de examinar a los elegidos para ejercer el puesto de vicario de dicha iglesia. A lo largo de 1598 el capitán reclamó judicialmente el coste de haberse hecho cargo de la tutela de la muchacha Catalina Fernández de Baquedano a la tía de ésta, llamada Juana de Vidillas.


En 1600 Juan Íñiguez de Medrano quiso tener preferencia en el cobro de la deuda de un oficial pastelero de Estella-Lizarra, que tenía por nombre Fabián de Larraona. En 1601 el capitán estuvo entre los acusados por haberse podido beneficiar del patrimonio del difunto Jerónimo de Eguía, el cual había desempeñado una función relevante en la recepción de las visitas de oficiales y ministros del Estado de Milán. Entre 1602 y 1606, Juan Íñiguez de Medrano y su esposa, Juana de Eguía, tuvieron que comparecer ante los tribunales navarros por lo relativo al despacho de ejecución de bienes de Nicolás de Eguía. Entre 1603 y 1614 ambos también tuvieron que dar explicaciones sobre la posesión y entrega de los bienes del legado testamentario del dicho Nicolás de Eguía y de su mujer, María de Aras. Otro proceso judicial, en este caso desarrollado a lo largo del año 1605, parece indicar que el capitán actuó como prestamista, adelantando el dinero a otros vecinos de Estella-Lizarra que deseaban emprender una actividad comercial o artesanal, pues se indica en este sumario que se le adeudaban 23 ducados por el pago de derechos y de manutención de dos mulas, empleadas en el transporte de aceite para su venta.


Entre 1605 y 1622 un largo pleito versó sobre el derecho del capitán de tomar a censo 250 ducados. No sabemos cómo se llevaba a la práctica la merced real que desde 1594 le otorgaba el derecho a participar moderadamente de los ingresos de las llamadas Tablas del Reino de Navarra. En 1609 el capitán denunció al Convento de Clarisas de Estella-Lizarra por la desposesión de un molino con su batán, situado en dicha localidad. Otro litigio, en este caso debido a la oposición a la ejecución de entrega de una viña, en el año 1610, indica que por entonces Juan Íñiguez de Medrano y otro vecino de Estella-Lizarra, llamado Pedro de Vicuña, eran jurados, así como patronos y testamentarios de la fundación de Graciana de Inza, esposa del escribano real Martín de Urriza. Entre 1611 y 1613 una pareja de Estella, compuesta por Juan Alemán y su mujer, Graciana Íñiguez, exigieron por vía judicial la nulidad de la escritura de censo de 125 ducados y la restitución de los réditos cobrados por parte del capitán, así como la devolución de dos viñas con sus frutos y beneficios. Son frecuentes las alusiones al cultivo de la vid en la documentación del contexto histórico y geográfico en el que nos desenvolvemos. Actualmente una de las denominaciones de origen de los vinos de Navarra es la de Tierra Estella, que pone en valor su largo recorrido.


En 1612, habiendo sido nombrado teniente de alcalde de Estella-Lizarra, Juan Íñiguez de Medrano reclama, en un breve proceso, los gastos ocasionados por la defensa de la jurisdicción real en un pleito con Andrés de Arbizu, preso por agresión. Entre 1612 y 1613 el capitán y otros vecinos de Estella exigen que Fausto Sanz de Echávarri entregue a una mujer llamada Leonor Felipe una indemnización de 80 ducados de dote por estupro. Estaríamos por tanto ante una relación sexual con una joven de entre 12 y 18 años, conseguida con engaño o haciendo prevaler una posición de superioridad. La indemnización buscaría que la joven pudiese obtener matrimonio más fácilmente en los años posteriores, ayudando la sentencia a restituir su honor y el de sus allegados. Actúa en este caso Juan Íñiguez de Medrano con loable contundencia, valiéndose del poder que le otorgaba su cargo de teniente de alcalde. En 1613 el Monasterio de Iranzu denuncia a Juan Íñiguez de Medrano y a Ana Martínez de Azagra por la ejecución de 400 ducados de deuda a Pedro de Baquedano, religioso de la Orden de San Bernardo que vivía en dicho Monasterio. Se indica en este proceso que el capitán tenía también el apellido Baquedano. Él y el religioso Pedro de Baquedano eran nietos de Jaime de Eguía, cuyo mayorazgo estaba ocasionando importantes desencuentros entre sus descendientes por la gestión tanto de los bienes como de las deudas contraídas en su administración. El religioso Pedro de Baquedano se había comprometido antiguamente, cuando estuvo casado, a ir pagando las deudas del mayorazgo creado a partir de las posesiones de sus dos abuelos, Jaime de Eguía y Juan Fernández de Baquedano. 


En un litigio del año 1614 el nombre completo del capitán aparece como Juan Íñiguez de Medrano Eguía y Baquedano. Como tutor y curador de Juan Yelz de Villava, su sobrino, solicita la restitución de un decenario que conservaba Cipriana de Eza y Gaztelu, viuda, vecina de Pamplona. Probablemente se alude en este pleito a un objeto consistente en una sarta de diez cuentas pequeñas, acompañadas de otra más gruesa o de factura diferente, y con una cruz por remate, usado para rezar los misterios del rosario. La exigencia de restitución de este objeto religioso podría deberse a su valor suntuario o meramente sentimental. En este segundo caso, se constataría la costumbre de acudir a los tribunales por toda clase de asuntos, incluidos aquéllos que quizás habrían podido resolverse de manera más amistosa. Al haber actuado de forma implacable para la resolución de muchas disputas, la familia de los Íñiguez de Medrano se había ganado bastantes animadversiones, suscitando también el ser con frecuencia denunciados. En 1615 el Monasterio de Santa Engracia de Pamplona, habitado por Clarisas, denuncia a Juan Íñiguez de Medrano, como tutor de Juan Yelz de Villava, por el mandamiento posesorio de los bienes ejecutados por los réditos de un censo de 200 ducados. En 1616 el denunciado por el capitán fue Ramiro de Ollo, que ostentaba el cargo de alcalde de mercado de los hidalgos de Estella-Lizarra, para que le pagase la mitad del coste de construcción de una pared divisoria de las heredades de ambos.


Ese mismo año, Juan Íñiguez de Medrano solicita el desalojo de una casa en la calle Burullerías de Pamplona por parte de una mujer viuda, llamada María de Hualde, para entregarla en arriendo a Fernando de Lazcano, sacristán de la iglesia parroquial de San Lorenzo de Pamplona. El dinero obtenido beneficiaría teóricamente al joven cuya tutela ejercía, Juan Yelz de Villava. El alquiler de otro inmueble en Pamplona, situado esta vez en la calle Salinería, relacionado también con la administración de los bienes en que participaba el joven Juan Yelz de Villava, le supondría a Juan Íñiguez de Medrano una denuncia en 1617. Este mismo año él denuncia a un mercader de Pamplona, llamado Fernando de Inza, por la nulidad de la escritura de arriendo de una viña de 32 peonadas. El último pleito de Juan Íñiguez de Medrano del que hemos encontrado relación en el Archivo Real y General de Navarra, referido al permiso de venta de una huerta, es del año 1619. Se dice de él en dicho pleito que era poseedor del mayorazgo de Jaime de Eguía y María Fernández de Luquín, sus abuelos. Había dejado por entonces de ser tutor de Juan Yelz de Villava, recayendo la tutela del mismo en otro pariente, el médico Juan de Villava. El capitán no pudo disfrutar mucho del mayorazgo, falleciendo pocos años después. Según un documento del año 1632, el problemático mayorazgo fundado por Juan Fernández de Baquedano y Jaime de Eguía había sido asignado al sobrino del capitán, Juan Yelz de Villava, nieto de otro Juan de Villava, que había sido secretario de la Cámara de Comptos, órgano fiscalizador navarro aún existente.


Era por tanto cierto lo que Juan Íñiguez de Medrano indicaba en sus memoriales en lo relativo a estar emparentado con familias navarras de gran relevancia social. Mientras que los documentos conservados sobre él en el Archivo General de Simancas permitían cierta idealización de su figura, especialmente en el desempeño de sus cometidos militares, los pleitos custodiados por el Archivo Real y General de Navarra son demoledores, mostrándonos a una persona totalmente volcada en la adquisición de dinero y propiedades, aunque tuviese que pasar por encima de vecinos empobrecidos, tenderos endeudados, religiosos, monjas, viudas… Los largos meses que estuvo encerrado en las cárceles holandesas no le convirtieron en una especie de monje-guerrero, sino en alguien deseoso de volver a exhibir su preeminencia en el ejército, en la Corte, en el desempeño de puestos municipales… Su valor y su lealtad hacia la Corona son reseñables, pero quizás desaprovechó la oportunidad que tuvo en Estella-Lizarra, en las distancias cortas, de dar una imagen íntegra como antiguo capitán de los Tercios. Se centró en asuntos personales, mostrando voracidad en la recuperación del mermado patrimonio. En muchos casos prefirió utilizar los tribunales para hacer valer sus derechos antes que llegar a acuerdos amistosos con sus vecinos y con sus familiares. Minusvaloró el efecto positivo que su brillante pasado habría podido tener en la convivencia diaria. Habiendo conservado la vida en el infierno de Flandes, no logró disfrutar de ella lo suficiente en su anhelado hogar navarro.

 

Documentos consultados del Archivo General de Simancas:

GYM, LEG, 310, 258 (14 de septiembre de 1590); GYM, LEG, 316, 294 (Año 1590); GYM, LEG, 343, 47 (26 de abril de 1591); GYM, LEG, 345, 239 (19 de noviembre de 1591); GYM, LEG, 375, 25 (9 de julio de 1593); GYM, LEG, 375, 80 (14 de julio de 1593); GYM, LEG, 375, 81 (noche del 28 al 29 de junio de 1593); GYM, LEG, 375, 82 (Año 1593); GYM, LEG, 375, 199 (29 de julio de 1593); GYM, LEG, 375, 200 (2 de agosto de 1593); GYM, LEG, 418, 170 (3 de abril de 1594); GYM, LEG, 421, 86 (Año 1594); GYM, LEG, 421, 87 (7 de enero de 1594); GYM, LEG, 445, 207 (15 de abril de 1595).


Documentos mencionados del fondo de Tribunales Reales del Archivo Real y General de Navarra:

F146/294852 (Año 1581); F017/001716 (Año 1591); F017/071315 (Año 1595); F146/212909 (Año 1595); F146/148933 (Año 1597); F146/309466 (Años 1597-1598); F017/099988 (Años 1600-1601); F146/284709 (Años 1602-1606); F017/101047 (Años 1603-1614); F146/213360 (Años 1604-1605); F146/330896 (Años 1605-1617); F017/042025 (Años 1605-1622); F146/284956 (Año 1609); F146/225419 (Años 1609-1610); F017/041414 (Año 1611); F017/041350 (Año 1612); F017/029879 (Años 1612-1613); F017/073028 (Años 1613-1615); F017/089436 (Año 1614); F146/187497 (1614-1616); F146/187439 (Año 1615); F017/041567 (Años 1615-1616); F146/187495 (Año 1616); F146/177615 (Años 1617-1618); F146/238398 (Años 1617-1620); F017/101367 (Año 1619); F146/150966 (Año 1632).


La información sobre el galeón San Mateo ha sido extraída de:

-González-Aller Hierro, José Ignacio. Resumen del Historial de los Navíos Portugueses que participaron en la Jornada de Inglaterra de 1588. Revista de Historia Naval. Suplemento Número 16. Instituto de Historia y Cultura Naval. Armada Española. Número 116. Año XXX. 2012.



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