El cerro amesetado de El Morredón, situado en el término municipal de Fréscano (Zaragoza), albergó un importante poblado de la Primera Edad del Hierro, el cual conoció su momento de mayor vitalidad en los siglos VII y VI a.C. Se trata de un poblado inscribible en la corriente cultural europea de los Campos de Urnas (“Urnenfelder”), nombre alusivo a los cementerios de estas gentes, caracterizados por las concentraciones de urnas cinerarias. El cerro sobre el que se asentó el poblado es actualmente de propiedad municipal. Está siendo objeto en los últimos años de una especial protección por parte de las autoridades municipales de Fréscano, dado que las intervenciones clandestinas habían sido en el pasado frecuentes, amenazando su integridad. Se cree que los clandestinos buscaban preferentemente piezas cerámicas completas y objetos metálicos.
El yacimiento se encuentra cerca del río Huecha, que nace en la sierra del Moncayo y desemboca en el Ebro. Éste fue el río que proporcionó agua al poblado, tanto desde su actual cauce como desde otros ya secos. Precisamente uno de estos cauces separaba el poblado de su necrópolis, asentada en un cerro cercano de menor altitud. A lo largo del río Huecha existió en el Bronce Final y en la Primera Edad del Hierro toda una red de pequeños poblados, dispuestos a una distancia media de 3’5 kilómetros, y enlazados visualmente. El poblado de El Morredón contaba en este sentido con una excelente visibilidad que le garantizaba el control de los campos de cultivo y de los pastos circundantes, por lo que podemos definir su ubicación como muy consciente y estratégica.
El yacimiento lo descubrió en 1970 un vecino de Borja, Santiago Carroquino. Entre 1978 y 1985 fue objeto de investigación por parte de diversos autores, como Isidro Aguilera, José Ignacio Royo y J. A. Hernández Vera, que lo incluyeron en sus artículos sobre poblados hallstátticos. El Centro de Estudios Borjanos mostró siempre gran interés por el yacimiento, patrocinando algunas de estas publicaciones. Entre los años 2002 y 2004 fue excavado en distintas campañas por la empresa Arqueología y Restauración S.L., dirigida por Francisco Javier Navarro Chueca. Estos trabajos aportaron gran cantidad de materiales, muchos de ellos en un estado de conservación muy bueno.
El cerro sobre el que se asentó el poblado tiene fuertes pendientes que generan en conjunto un desnivel de más de 30 metros. Dichas pendientes constituyen una buena defensa natural que haría innecesaria la construcción de un recinto amurallado, si bien no es descartable la modelación antrópica del cerro con fines defensivos o la existencia de algún tramo de muralla en las zonas de más fácil acceso. Las casas se disponían a lo largo de la cima amesetada, extendiéndose también por las laderas, recurriendo en este caso a algunos aterrazamientos. Las construcciones generaron un hábitat protourbano de calle central, con casas de planta rectangular alargada adosadas entre sí. Las dimensiones propuestas para las casas son de 13 por 4 metros aproximadamente, mientras que el eje del poblado tendría unos 100 por 200 metros. Este esquema urbanístico es propio del valle medio del Ebro desde el Bronce Final hasta época ibérica. Se documenta por ejemplo en el Cabezo de Monleón de Caspe.
De las casas se nos han conservado apenas una o varias hiladas de los muros exteriores, formados por piedras calizas de color blanquecino, fácilmente exfoliables, unidas en seco, sin argamasa. Son piedras poco o nada trabajadas, más anchas que altas. Estas piedras constituirían el zócalo de las casas, alcanzando aproximadamente unos 40 o 50 centímetros de altura. Convendría que los muros conservados fuesen recrecidos hasta la primitiva altura del zócalo para evitar su desaparición. Sobre el zócalo de piedras iría el alzado de adobes y tapial. Hemos podido documentar un muro medianero hecho de adobes y posteriormente enlucido, con restos de pintura roja. Hay también un posible banco corrido y evidencias de recortes en la roca para integrarla como un elemento constructivo más, capaz de proteger de los rigores del viento. Pequeñas concentraciones arcillosas, incluso a veces con el dibujo rectangular de los adobes, revelan el derrumbe de los alzados y de los muros medianeros.
En las viviendas alargadas podían distinguirse en ocasiones tres espacios, de los cuales el principal y más grande era el central, donde solían desarrollarse las actividades domésticas, como la elaboración de alimentos, la transformación de las materias primas y el reposo. Al fondo quedaría la despensa, si bien en algunas casas la compartimentación no es clara, distinguiéndose sólo un único espacio. Varios de los muros sacados a la luz en la campaña de verano los hemos relacionado con una vivienda destacada o con un espacio comunitario dada su posición central en la cima allanada del cerro. De las cubiertas vegetales, formadas por ramas con manteados de impermeabilización, se nos han conservado algunas improntas. Los humos de los hogares saldrían por puertas, ventanas y agujeros o resquicios en las cubiertas.
Los postes de madera tenían como función básica la de sostener las cubiertas. Su disposición sería un elemento más a tener en cuenta en la organización del espacio interno de las casas. Nosotros hemos observado que varios postes se alineaban de forma perpendicular a los muros principales. Irían recubiertos de barro para que no se incendiasen. Se han podido documentar bastantes pavimentos, algunos generales y otros exclusivos de ciertas viviendas. Se colocaban sobre el nivel de regularización, y eran arreglados cada cierto tiempo (varios años), sin retirar en ocasiones las cerámicas rotas, que servían así como relleno. Se trata de suelos arcillosos y compactados, hechos de tierra batida y endurecida, con un color generalmente anaranjado. Entre los descubrimientos más interesantes está el de numerosos hogares, relacionados con la cocción de los alimentos y otras tareas que requiriesen el uso de un fuego controlado. Se trata de círculos de piedras, hincadas u horizontales, con relleno de arcilla o de piedras. Mientras que algunos hogares están bien conservados, de otros queda sólo un círculo de arcilla o un círculo ceniciento. Nos desconcertó un poco la aparición de dos hogares juntos, a la misma cota y casi idénticos. En general, los hogares son orientativos de qué espacios estaban intramuros.
Los materiales arqueológicos encontrados en El Morredón son muy similares a los del yacimiento próximo del Alto de la Cruz en Cortes de Navarra, poblado excavado por J. Maluquer de Motes, el cual sistematizó gran parte de los conocimientos que ahora se tienen sobre la cultura material de este período. Entre las producciones cerámicas documentadas en El Morredón destacan las piezas con acabados lisos, espatulados y bruñidos, así como las piezas con decoración acanalada, incisa y excisa. Estas últimas decoraciones afectan porcentualmente a pocas piezas cerámicas, preferentemente bitroncocónicas, y presentan una cronología anterior a la de la mayoría de los materiales, remitiéndonos a un momento inicial o al menos antiguo de la vida del poblado. Son decoraciones que entroncan con las tradiciones artesanales del Bronce Final, pero que se aplican sobre recipientes característicos de un momento avanzado de la Primera Edad del Hierro, como los vasitos de cuello cilíndrico y panza globular.
Los ajuares domésticos revelan cierta prosperidad y riqueza, fruto de un intenso desarrollo productivo. Sorprende el hecho de que se hayan podido recuperar algunos recipientes enteros o casi enteros, lo que invita a su posterior musealización, que ojalá se produzca dentro de la propia localidad de Fréscano. Mientras que en algunas unidades estratigráficas prima la cerámica fina y bruñida, como sobre el suelo 1006, en otras destaca la abundancia de recipientes de almacenaje, en muchos casos decorados con cordones digitados, como es el caso de la unidad 1021, quizás indicativa de la existencia de un almacén. La fase mejor conocida del enclave es la correspondiente al siglo VI a.C., al que se adscriben casi todos los restos constructivos y materiales documentados.
El poblado experimentó un interesante desarrollo de la metalurgia, basada todavía en el trabajo del bronce, pero que ya empieza a introducir el hierro, especialmente en la manufactura de objetos de uso cotidiano. Entre los objetos de bronce aparecidos en prospecciones se encuentran cuentas cilíndricas, botones hemiesféricos, fíbulas de doble resorte y brazaletes. En las últimas excavaciones se encontraron varios fragmentos, tortas, y barritas de bronce, además de un hacha de talón con dos anillas. En cambio los trozos de hierro son escasos.
Es interesante reseñar que a pesar del desarrollo metalúrgico se siguieron usando útiles líticos, tanto de sílex como de otras piedras aptas para generar por talla bordes cortantes. Además de útiles, han aparecido lascas (indicativas de talla), afiladores, pesas de telar, pequeñas piedras planas con perforaciones, bolas para sustentar en los hogares los recipientes expuestos al fuego, moldes de fundición, una piedra semicircular usada como soporte sobre el que cortar, y la cabeza pulimentada de un posible idolillo. Hay noticias anteriores de hallazgos de cuentas de piedra y de ámbar, ilustrativas estas últimas de la participación en un comercio de largo alcance. En cuanto a la aparición de conchas, parece remitirnos más a un contexto fluvial que a contactos con las áreas costeras del Cantábrico. Los restos óseos son especialmente abundantes en los niveles inferiores, de tierra suelta y oscura, como si hubiesen sido basura aprovechada como relleno. Son restos óseos de animales, con la excepción de dos clavículas humanas, las cuales por su tamaño no son relacionables con enterramientos infantiles. Como prueba de que se trabajaba el hueso tenemos dos punzones de dicho material. Encontramos también un fósil, en concreto el interior petrificado de un bivalvo, signo del interés que ya en la Protohistoria suscitaban tales objetos.
El poblado de El Morredón parece que tuvo un fin violento, pues hay indicios de que se produjo un incendio generalizado que arrasaría todo el conjunto. En las recientes excavaciones se ha podido documentar un fuerte y extendido nivel de incendio (la unidad estratigráfica 1007). Dicha destrucción se produciría en la segunda mitad del siglo VI a.C. o a inicios del siglo V a.C., provocando el abandono definitivo del poblado. Destrucciones y abandonos similares acaecieron en otros poblados hallstátticos de Fréscano, como “La Cruz” y “Burrén y Burrena”, así como a lo largo del río Huecha y del valle medio del Ebro. En el caso del valle del Huecha se produjo la concentración de toda la población anteriormente dispersa en cuatro grandes poblados, entre los que se encontraba el núcleo originario de la posterior ciudad celtibérica de Bursau (Borja).
Estos cambios tan acentuados en la distribución regional de los hábitats se han relacionado con las alteraciones provocadas por la llegada de nuevas gentes, bien portadoras de las innovaciones tecnológicas ibéricas (como la cerámica a torno) o bien insertas en una cultura de tipo céltico o lateniense, con la ventaja en ambos casos de conocer y usar armas hechas ya de hierro. Se tendió desde entonces hacia el control del territorio a partir de núcleos poblacionales mayores, de los que dependerían otros centros menores de vocación productiva. Algunos autores vinculan esta redefinición de la dispersión de los enclaves con causas socioeconómicas internas más que con la llegada de nuevos aportes poblacionales hostiles. Una vez abandonado el yacimiento de El Morredón, sólo conoció frecuentaciones cortas y esporádicas, quizás por su valor como atalaya o puesto de vigía, pero ya sin que ninguna comunidad volviese a asentarse en él.
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