jueves, 1 de diciembre de 2016

BARAJA PRERROMÁNTICA ALEMANA


Este artículo es una descripción de los grabados de una baraja impresa en Alemania en 1805, y luego reproducida en 2004 a partir de un ejemplar conservado en Vitoria, en el Museo Fournier de Naipes de Álava. Las doce figuras principales de la baraja son personajes tomados de la obra de teatro "La doncella de Orleans", drama estrenado en Leipzig en 1801, interpretación libre de la vida de Juana de Arco. La obra fue escrita por el autor prerromántico alemán Friedrich Schiller, figura clave del clasicismo de Weimar. Su tono épico se opone al poema satírico que con el mismo nombre había compuesto en versos decasílabos Voltaire. La elección del tipo de baraja y del tema cohesionador de las figuras principales revela la importante influencia que tenían a principios del siglo XIX la lengua y la cultura francesas, tanto en los círculos editoriales alemanes como en general en los más diversos ámbitos formativos europeos. En los grabados de la baraja se entremezclan vivencias hogareñas, escenas divertidas y experiencias tristes, reflejando en definitiva el curso normal de la existencia de la época. El desequilibrio característico que adquirirá la estética romántica, por entonces no del todo definida, se ve en la baraja compensado por muchas situaciones de tranquilo discurrir, dulce convivencia y juegos infantiles. La impresión general que se transmite es la de una sociedad más consciente de su conexión con la naturaleza y su dependencia de la misma, actuando el hogar como refugio ante los peligros e incomodidades. Se da así mismo una imagen de mayor fragilidad personal, convirtiendo por tanto cada instante vivido en más intenso, con implicaciones emocionales de mayor calado. Los proyectos en la mente romántica no eran a largo plazo, algo a lo que contribuía el escaso desarrollo alcanzado aún por la ciencia, la medicina y los sistemas de protección social. La desazón interior que martilleaba al sujeto se traslucía luego en sus escritos, marcados por un acentuado individualismo del que harán gala los autores adscritos al nuevo movimiento literario.

As de Tréboles
. - Esta carta actúa como presentación de la baraja. En ella se indica que la edición fue realizada en Tubinga por el librero J. G. Cotta. Tubinga es una ciudad alemana de larga tradición universitaria, perteneciente al land meridional de Baden-Wurtemberg. El dibujo, correspondiente a un coleóptero o escarabajo, nos remite al interés creciente por la descripción detallada de las distintas especies animales y vegetales, conforme a las propuestas ilustradas. Éstas eran promotoras de un mayor conocimiento de la realidad, basándose en criterios científicos que favoreciesen el progreso humano.
  
2 de Tréboles. - La escena nos remite al interés colonialista de las potencias europeas por territorios exóticos de los que llegaban cada vez más noticias, y cuyos recursos suscitaban toda clase de ambiciones. En un paisaje bastante árido, con predominio de palmeras, un indígena practica el tiro con arco, actuando como diana el escudo que sostiene despreocupadamente su compañero. Se acentúa peyorativamente lo primitivo del armamento. "El buen salvaje", entendido según el pensamiento prerromántico de Rousseau, pronto conocerá los excesos y delirios de la arrolladora civilización.

3 de Tréboles. - Cuatro personajes cómodamente sentados representan tres generaciones sucesivas. En la butaca central un hombre lee en voz alta un libro, sobre todo para que escuche la narración la mujer mayor que está frente a él, y que tal vez sea su madre o su suegra, ya de vista débil. Entretanto su esposa mantiene en el regazo al pequeñuelo de la pareja, el cual, a pesar de su menor conocimiento del mundo que le rodea, es el único que mira más allá de la escena, hacia el espectador. Los tres adultos tienen la cabeza ligeramente inclinada hacia delante, absortos de forma respectiva en la audición, la lectura y la contemplación.

4 de Tréboles. - Este grabado se inspira en el poema "Lenore", compuesto en 1773 por el escritor alemán Gottfried August Bürger. El poema se refiere a una joven llamada Lenore, desesperada por la ausencia de su prometido Guillermo, el cual se había marchado a la guerra. Esta angustia la lleva a renegar de Dios. A medianoche un jinete de aspecto parecido a Guillermo se le aparece, invitándola a subir a su caballo para conducirla al lecho nupcial. Ella acepta. Ambos cabalgan a gran velocidad por un siniestro camino transitado por muertos. Llegados al camposanto, el caballero revela su condición de espectro, permitiendo que los muertos del lugar se hagan con Lenore y la castiguen.


5 de Tréboles. - El mismo escarabajo de la primera carta se ve acompañado en esta ocasión por otros cuatro insectos, orientados de manera variada. Se trata de un lepidóptero o mariposa, dotada de cuatro alas, y de tres himenópteros alados, probablemente abejas, siendo una de ellas, con el abdomen más grande, una reina. Para poder formar parte de un tratado científico, a la imagen le faltarían los textos explicativos. Al ser los insectos los animales con mayor número de especies, muchas de ellas aún por descubrir, resultaban para los primeros biólogos una excelente vía de aproximación al estudio de la diversidad natural.


6 de Tréboles. - Desde el exterior de una casa de piedra, a través de una ventana enrejada con patrón romboidal, vemos una escena muy triste. Un hombre enfermo descansa, mientras en la cabecera de su cama se sitúa un joven, con las manos juntas, rezando por su recuperación. El rostro del enfermo expresa dolor físico. Su boca está abierta, como si le costase respirar. La cara del joven refleja el dolor anímico, la pena de ver sufrir a alguien muy querido, quizás su padre. Una silla vacía al fondo amenaza con la sensación de soledad en la que la casa puede quedar sumida si fallece el enfermo.

7 de Tréboles. - Unos feriantes, con ayuda de la música, intentan atraer al público para ganar dinero con sus animales amaestrados. Las figuras humanas son tres: un niño que baquetea el tambor, un hombre que toca la flauta y otro hombre que sujeta una cadena, mediante la cual se mantienen cerradas las fauces de un pobre oso. Sobre él hay un monito que maneja una vara. En la escena aparecen también dos perros, ambos vestidos como si fuesen personas, manteniéndose uno de ellos erguido sobre sus patas traseras. Un gato, en elegante pose, mira al exterior de la carta sin desvelar su misteriosa capacidad.


8 de Tréboles. - La mariposa de esta carta da idea de belleza y fragilidad. Las manchas y las características formales de sus alas permitirían a un entomólogo identificarla. Las flores de la parte inferior aluden al tipo de alimentación de los lepidópteros. Las mariposas liban el néctar del interior de la flor mediante su espiritrompa. Cada especie suele estar vinculada a una o varias especies de flores, contribuyendo asociativamente a su polinización. La fase adulta, que en ocasiones dura solo unos pocos días, viene precedida por la de oruga, metamorfoseada luego en la crisálida.


9 de Tréboles. - Se trata de una escena galante, encuadrada en una arquería gótica, con numerosos lóbulos. Los vanos muestran un hermoso paisaje, con montes, torres, un meandro fluvial y árboles torcidos. En una bancada, a cierta distancia, están sentados un hombre y una mujer, que en ese instante no hablan. El hombre parece pensativo, se inclina hacia la mujer. Su ropa, el tocado de plumas y la cercanía de su perro le confieren un aire noble. La mujer se muestra dispuesta a escuchar lo que el hombre pudiera decirle, por si fuera interesante. El lugar y el momento son propicios para el cortejo.

10 de Tréboles. - Es una de las tres cartas de la baraja en que un nutrido grupo de personas parece disfrutar de una celebración carnavalesca. Predomina en los rostros la alegría, salvo en la mujer disfrazada de monja, de porte más severo. Pueden distinguirse pelucas dieciochescas, tocados emplumados, golillas, capas, mantos, capuchas... Algunos de los personajes han optado por llevar antifaces, acrecentando así la sensación de poder ser por un día alguien distinto o alguien desconocido, más libre para actuar y más libre de los juicios ajenos. Larra titulará más tarde uno de sus relatos críticos: "El mundo todo es máscaras. Todo el año es carnaval".

Sota de Tréboles. - Arrodillado y lloroso aparece en esta carta el caballero galés Montgomery, al que en la obra de Schiller no duda en matar Juana de Arco, desoyendo sus muchas súplicas y recriminándole: "¿Quién os llamó a este país extraño, para devastar sus campos cultivados con esmero, para arrojarnos de nuestros lares patrios, y para lanzar la tea incendiaria de la guerra en el santuario de pacíficas ciudades? Soñabais, en vuestra vanidad insensata, que someteríais a los franceses libres a vergonzosa esclavitud, y que remolcaríais este vasto reino, como una barquilla, con vuestro buque de alto bordo. ¡Insensatos! Las armas reales de Francia están suspendidas del trono de Dios; y antes arrancaríais una estrella del cielo que una aldea de este país, cuya unión será eterna. Llegó el día de la venganza; ninguno repasará vivo la mar sagrada, que Dios puso entre vosotros y nosotros, y que, al desobedecerlo, profanasteis". En esta imprecación queda claramente reflejada la exaltación del sentimiento nacionalista presente en el ideario romántico alemán, que aspiraba a la reunificación de sus muchos principados, y que se ponía en este caso en la piel de una Francia bajomedieval carcomida por la dilatada actividad militar inglesa. El determinismo geográfico del océano como frontera adquiere en el texto un cariz de voluntad divina. Este misticismo, la justificación espiritual, fue un elemento característico de los procesos de emancipación de muchos estados desde fines del siglo XVIII. Había en los independentistas (unionistas en Italia y Alemania) la convicción de que sus justas causas eran amparadas por la providencia, lo que garantizaba su brillante culminación. En cuanto a si Juana de Arco mató realmente a algunos enemigos hay bastantes dudas. Ella prefería llevar el estandarte a manejar la espada. Matara o no directamente a sus adversarios, el que estuviera allí, en medio de las batallas, motivaba muchísimo a los soldados franceses, incitándoles a luchar por la liberación del país.

Dama de Tréboles. - Luisa y Margarita son dos jóvenes inventadas por Schiller, que las convierte imaginariamente en las hermanas de Juana de Arco. En la obra teatral, el padre de las muchachas se muestra orgulloso de que las dos primeras acepten a sus pretendientes, y desespera en cambio por la actitud irreductible de Juana. El padre señala con disgusto los paseos nocturnos de su hija y el que esté largos ratos junto al árbol de los druidas, hito relevante de la época del paganismo. Le causa pena y dolor el que rechace a cualquier pastor que se interese por ella, no valora su enorme capacidad de trabajo, e intenta apartarla de las aventuras guerreras. Con motivo de la coronación de Carlos, Luisa y Margarita van a Reims junto con sus parejas masculinas, pudiendo contemplar allí la elogiosa condición adquirida por Juana tras su participación en el levantamiento del asedio de Orleans. Logran verla participando en el desfile, muy galana con su armadura y portando su bandera, pero a la vez muy triste. Luisa teme el que puedan cumplirse las funestas premoniciones de su padre sobre Juana, a la que ha percibido temblorosa y pálida. Juana saluda con gran sorpresa a sus queridas hermanas, agradeciéndoles el haber viajado desde tan lejos para estar con ella. Sus hermanas le alertan de la oposición de su padre, lo que hace que aumenten en Juana las dudas acerca de si ella misma no estará actuando de forma demasiado vanidosa, guiada solo por un deseo de gloria personal. Se muestra escrupulosa en temas de conciencia, a lo que contribuirían las voces de procedencia sagrada que creía escuchar. Juana se siente traspasada al ver de nuevo a su padre y al escucharle declarar ante todos en contra de ella, casi considerándola endemoniada. La postura de Juana es de máximo respeto hacia su padre, callando, no defendiéndose, provocando así que muchos de los que antes la admiraban se distancien de ella con espanto, como si fuese bruja. Sale a relucir constantemente en el agitado pensamiento de Juana la inestabilidad de su destino místico.

Rey de Tréboles. - En la carta está representado, junto a unas ovejas y con cayado de pastor, Renato (1409-1480), duque de Anjou, conde de Provenza y, en virtud de su matrimonio, duque de Lorena, la región de donde provenía Juana de Arco. Se le representa con la corona de Sicilia a sus pies porque solo pudo hacer efectivo su poder como rey de Nápoles entre 1435 y 1442, retirándose luego a sus posesiones de Francia, dejando así el dominio del Sur de Italia a Alfonso V de Aragón. En la obra de Schiller se le describe erróneamente como un anciano, cuando en realidad tenía unos veinte años en el momento de máxima actividad militar de Juana de Arco. Se aprecia un error de sincronía histórica al señalarse en la obra teatral que ya Renato había sido desposeído de sus territorios itálicos, dedicándose desde entonces a conformar una utópica corte en la que primaban los buenos instintos, la integración con la naturaleza y el amor cortés. Este tipo de actividades le llevaron a ser conocido como "El Buen Rey". No se desligó completamente del ejercicio de la guerra, apoyando por ejemplo la revuelta catalana (1466-1472) contra Juan II de Aragón. Su madre, Yolanda de Aragón, fue la protectora del delfín Carlos, a quien casó con su hija María. Yolanda recomendó al delfín que aceptase la ayuda de Juana de Arco, pues el ímpetu visionario de ésta podría aumentar sus apoyos sociales en el interior del país. Una vez lograda en la catedral de Reims la coronación de Carlos, se aprecia el progresivo distanciamiento de la corte con respecto a las alocadas ideas de Juana, lo que se tradujo en la disminución del séquito militar asignado a la misma. Era como si se buscase el que fuese prendida por los ingleses, quizás para poder convertirla de forma indirecta en mártir de Francia. En la obra de Schiller, Renato envía como embajadores a su cuñado, el delfín Carlos, unos maestros de canto. Éste lamenta no poder obsequiarles con nada por la penuria que atraviesa su causa, debiéndole incluso a los soldados las últimas pagas.

As de Picas. - Es la imagen elegida en la edición de 2004 como portada de la caja, lo que revela que se ajusta bien a la visión actual de cómo fue el pensamiento romántico alemán. Una mujer de porte melancólico observa la luna decreciente. Parece llena de anhelos, la mayoría de difícil cumplimiento. Su trono es la naturaleza, una roca frente al mar tranquilo. Su sencillez es majestuosa, no sabe que ella es lo que sueñan cientos de hombres presionados por la inmediatez del mundo. La luna es el vínculo visual de todas las generaciones humanas. Actúa sobre la mujer, que imita su ciclo, la altera como altera al mar.


2 de Picas. - Es una imagen fantasiosa, cuyos elementos principales se organizan verticalmente. Un amorcillo, reminiscencia estética de los períodos rococó y neoclásico, intenta atrapar una enorme mariposa. Tanto ésta como el ancla de la parte inferior se disponen en el grabado de manera simétrica sobre el eje central de la carta. La pesada ancla, fija en la tierra y con el mar sosegado al fondo, transmite la idea de seguridad, pero incorporando matices de estatismo y aburrimiento. Ello lleva al amorcillo a preferir jugar con una mariposa, encarnación de la vida, el movimiento, la alegría y la belleza.

3 de Picas. - Dos mujeres manifiestan gran aflicción por la muerte de un ser querido, cuyo cuerpo está ya en el ataúd, que aún no ha sido sepultado. Mientras que una de las mujeres se enjuga el llanto con un pañuelo, la otra, arrodillada junto al féretro, gesticula y se lamenta por el terrible suceso. Se trata de la dolorosa despedida a los restos materiales de una persona que fue muy importante en sus vidas. Una tela cubre parcialmente el ataúd, suavizando así la visión lúgubre de la fría caja. La escena se desarrolla en el exterior, lo que da idea de la proximidad del entierro, sirviendo de fondo una pared con banco corrido.

4 de Picas. - Los enterradores están haciendo un descanso tras cavar con sus palas parte del agujero en que será depositado el féretro. Un muro delimita el espacio sagrado en que se encuentran. Dos árboles ilustran la concepción del cementerio como jardín santo. Mientras que algunas lápidas y sepulturas parecen ya las definitivas, dos señalizaciones revisten seguramente carácter temporal, por el empleo de simple madera, si bien una de ellas incorpora una escena compleja. Este grabado es sin duda un tributo hacia los sepultureros, a quienes los artistas románticos admiraban por la familiaridad que tenían con la muerte.


5 de Picas. - Ha pasado ya algún tiempo desde la muerte del ser querido. Las dos mujeres van a visitar su tumba, que continúa con la misma señalización inicial de madera. En ella quiere enredarse un arbusto que ha crecido sobre el montón de tierra. El ciclo vegetal continúa su curso donde la vida ya se ha detenido para los hombres. Las mujeres, con la cabeza cubierta en señal de luto, se quedan un rato allí, que es donde se sigue haciendo más palpable la presencia de esa persona tan importante para ellas. Una de las mujeres reza arrodillada, mientras que la otra coloca guirnaldas de flores, embelleciendo brevemente el sitio.


6 de Picas. - Hermanas o amigas, dos mujeres juegan sentadas con uno de sus pequeños, mientras el otro, más mayor, observa alegre desde el suelo, junto a un mullido transportín. Sus esposos comentan algo escrito en un pequeño libro. Ambos visten un uniforme similar, con casaca y casco empenachado. Solo uno de ellos, tal vez de mayor rango, lleva charreteras. Disfrutan de un permiso que les permite estar con su familia, o están destinados cerca de su propia ciudad. El peligro implícito en su desempeño militar contrasta con la seguridad del ambiente de la casa, en la que todo transmite felicidad.

7 de Picas. - Siete monjas, vestidas con hábitos blancos, asisten a algún tipo de oficio conforme a lo establecido por su orden. Una de ellas, quizás la superiora, lleva sobre el pecho una gran cruz de madera. Las tocas impiden ver el pelo de las monjas, corto como signo de renuncia. Se entremezclan las jóvenes y las mayores, exagerando el dibujante algunas narices para evitar la estandarización excesiva de los rostros. El número de consagrados era todavía alto en la Europa de inicios del siglo XIX. Frente al formal deísmo ilustrado, seguidor de las luces de la razón, los autores románticos retoman las raíces del sentimiento religioso y las tinieblas de la fe.


8 de Picas. - Entre los espacios favoritos de los románticos se encontraban las ruinas, al ser éstas testimonio de la vanidad humana y del triunfo de la fuerza de la naturaleza sobre las obras efímeras de los hombres. En este grabado la vegetación se ha adueñado de un gran edificio de piedra, por cuyas numerosas ventanas ya nadie se asoma. Sigue en cambio en uso una agradable fuente de varios caños, rematada por la escultura de un águila. Un personaje con fusta y sombrero de tres picos se aleja en su montura, cargada de fardos, mientras que el otro jinete permite aún a su caballo, mulo o asno continuar bebiendo de la fuente.


9 de Picas. - Es una escena familiar protagonizada por un matrimonio con sus cinco niños. Es difícil determinar el sexo de los niños al vestir todos ellos con el mismo tipo de camisón largo. Tres de ellos juegan con un carruaje de juguete, otro busca cariñosamente las atenciones de su madre y el último parece interesarse por los pajarillos encerrados en una jaula. El padre observa de pie a sus inquietos hijos. El que lleve puesto el sombrero quizás indica que acaba de llegar o está a punto de irse. El lugar forma parte de la casa familiar, pero está en el exterior, viéndose delimitado por un muro adornado mediante un jarrón.


10 de Picas. - En esta ocasión, de los personajes que disfrutan de la fiesta de disfraces, solo uno de ellos no oculta nada de su rostro, tal vez por la dificultad añadida de portar sus lentes. El supuesto animal presente en la escena parece un pequeño oso, extraño invitado que nos lleva a considerarlo como el posible disfraz de un niño. Los divertidos tocados y los atuendos amplios contribuyen también a ocultar las identidades, hecho que puede atizar la curiosidad y el deseo de quienes tengan la ocasión de hablar. El conocimiento previo o la confianza adquirida llevan en este caso a un hombre a quitar el manto que cubre la cabeza de una mujer.

Sota de Picas. - Lionel de Vendôme, en la historia real, es un personaje relacionado con el apresamiento de Juana de Arco. Un arquero borgoñón bajo su mando logró derribarla del caballo, poniéndola a su disposición. Lionel, noble bastardo, vasallo del duque de Luxemburgo, negoció su entrega a quienes finalmente la juzgaron y condenaron al fuego como hechicera. En cambio, en la obra teatral de Schiller, Lionel es un valeroso capitán inglés por el que Juana siente un profundo afecto, parecido al amor. Teniendo oportunidad de darle muerte, Juana decide perdonarlo. Los acontecimientos ponen luego a Juana bajo la custodia de Lionel, que se muestra indulgente con ella, solicitándole que sea suya. Ella responde: "Tú eres mi enemigo, y el enemigo odioso de mi pueblo. Nada puede haber común entre tú y yo. No puedo amarte". En la carta aparece caído en el suelo el yelmo que Juana había arrancado con violencia a Lionel cuando pensaba que su voluntad no iba a vacilar a la hora de matarlo. Lionel sostiene la espada de Juana, que ésta había dejado caer conmovida por su propia flaqueza sentimental hacia el oficial inglés. Lionel opta por llevarse la espada de la joven como garantía de que se producirá un nuevo encuentro entre ellos. La documentación relacionada con la vida y el proceso judicial de Juana de Arco revela que tuvo dos espadas. La primera de ellas la recibió al ser hallada en la iglesia de Santa Catalina de Fierbois, enterrada tras el altar. Juana pidió que se excavase allí, resultando aparecer una espada que supuestamente había pertenecido siete siglos atrás a Carlos Martel, encargado de liderar a las tropas francas en la batalla de Poitiers. Su segunda espada la obtuvo como prueba de rendición por parte de Franquet d'Arras, el oficial borgoñón que conoció la última escaramuza victoriosa de Juana de Arco, ya por entonces acompañada solo de unos cientos de soldados. Cuando fue apresada, Juana llevaba esta segunda espada. No dio en el juicio indicaciones acerca de si había ordenado ocultar su primera espada.

Dama de Picas. - En esta carta aparece representada Juana de Arco con un atuendo militar que se adapta a una larga falda, cuando en realidad ella, durante su etapa pública, vistió preferentemente con ropa de varón, hecho que le valió severas amonestaciones en su proceso judicial, vigilado de cerca por los delegados ingleses. El estandarte de Juana, según la documentación disponible, consistía en un paño blanco sembrado de flores de lis, en el cual dos ángeles flanqueaban reverencialmente a Dios, destacando además en la tela los nombres en latín de Jesús y María. Durante el juicio condenatorio de 1431 se hicieron a Juana numerosas preguntas sobre su estandarte, concluyendo el tribunal que se trataba de una especie de talismán sobre el que de forma supersticiosa se habían volcado invocaciones y conjuros de protección contrarios a la verdadera fe. Juana indicó en el interrogatorio que las santas Catalina y Margarita le habían dicho que hiciese pintar en su enseña al rey del cielo y que llevase esa tela con valor. En la carta hay en cambio una bandera mariana parecida a la descrita en la obra de Schiller, con la Virgen sosteniendo al niño. En esta obra de teatro Juana muere tras un combate victorioso, cuando en verdad tuvo que pasar un año en prisión antes de ser quemada por apóstata y sospechosa de herejía. Previamente se retractó de algunas de sus declaraciones, al prometérsele que podría permanecer en una cárcel eclesiástica. Pero al comprobar que se trataba de un engaño, volvió a suscribir sus testimonios iniciales. La hoguera se levantó en la plaza del viejo mercado de Ruan. Juana pidió poder mirar durante su suplicio un crucifijo sostenido ante ella. Contaba entonces con 19 años. Fue rehabilitada por la Iglesia en 1456, beatificada en 1909 y canonizada en 1920, convirtiéndose en patrona de Francia. Schiller muestra a una Juana más pastora que labradora, experta en hierbas y raíces, con una misión liberadora clara, ansiosa por combatir incesantemente, aturdida por escrúpulos de conciencia, contraria a recibir honores y galanterías.       

Rey de Picas. - Se trata de una imagen del general inglés Talbot muriendo desangrado, conforme a lo descrito en la obra teatral de Schiller. Nuevamente estamos ante una licencia que falta a la realidad histórica. En la ficción creada por el escritor prerromántico alemán, Talbot se lamenta bajo unos árboles de la derrota cosechada ante el ejército francés de Juana de Arco, dando ya por perdida la ciudad de Reims. Gravemente herido, se despide con amargura de un mundo en el que, según su parecer, la razón cede ante el empuje de la superstición, y la locura echa a perder en un instante los planes trazados con esmero. El Talbot histórico murió en 1453, por tanto más de dos décadas después que Juana de Arco. Lo hizo en la batalla de Castillon, librada cerca de Burdeos, evento que puso fin a la Guerra de los Cien Años, obligando a los ingleses a abandonar todas sus posesiones en Francia, salvo Calais, que pudieron conservar hasta 1558. Esa batalla se considera la primera documentada en que la artillería resultó determinante para la obtención de la victoria. Talbot murió sin armadura, ya que a pesar de seguir capitaneando a las tropas inglesas, prometió, tras ser apresado y liberado en Ruan en 1449, que ya jamás portaría armadura en las acciones que emprendiese contra el rey francés. Tras la experiencia adquirida de joven en la represión de las revueltas galesas y en territorio irlandés, Talbot fue trasladado a Francia en 1420, adquiriendo por su osadía un creciente prestigio militar. Participó en el fracasado asedio de Orleans, y fue derrotado en 1429 en la batalla de Patay, donde muchos arqueros ingleses resultaron masacrados al no haber podido preparar a tiempo sus características defensas de estacas afiladas. En prisión durante cuatro años, fue intercambiado luego por un noble gascón. Siguió liderando a las fuerzas inglesas en Francia hasta edad avanzada, asumiendo la condición de Condestable desde 1445. Como general, tomaba las decisiones cruciales con rapidez, lo que se traducía en operaciones fulgurantes de gran ferocidad.

As de Corazones. - El arbolado del lugar, a pesar de ser denso, parece no corresponder a un bosque, sino a un tipo de parque caracterizado por la naturaleza desbordada. Frente al orden de los jardines versallescos, con simétricos parterres, el romanticismo propone un tipo de parque consistente prácticamente en ponerle un muro delimitador a una porción del bosque, llenando el sitio de senderos sinuosos. El enorme jarrón de la imagen podría ser un cenotafio, monumento funerario de tipo honorífico, erigido sin disponer de los restos mortales, o tal vez sea un mero adorno palaciego. Una mujer muy triste, con largo velo, se arrodilla justo en ese lugar, quizás evocando con dolor a alguien.

2 de Corazones. - Dos amorcillos disfrutan de la música en el campo. Estas figuras, similares a los angelitos de la tradición cristiana, no suelen atender a la diferenciación de sexos, pero en este caso sí que pueden distinguirse un niño y una niña. El niño, desnudo y con alas de ave, hace sonar su flauta conforme a lo que lee en la partitura que le sostiene la niña, dotada de alas de mariposa y semicubierta con un faldón. Son seres de fantasía que, perteneciendo a un ámbito mítico elevado, descienden al mundo para sembrar alegría y transmitir amor, gracias a la imaginación de los pintores de la Edad Moderna y sus deudores artísticos posteriores.

3 de Corazones. - En un frío ambiente otoñal, dos niños juegan a arar la tierra para sembrar, imitando los procedimientos vistos a los mayores. Uno de ellos hace de buey o de fuerza animal, clavando en su avance la reja en el suelo para practicar el surco. Tira de la correa que le une al otro niño, el cual maneja suavemente la fusta. El juego parece no ser divertido para una niña que, muy abrigada, se aleja. La escena revela cómo gran parte de la población europea de inicios del siglo XIX seguía muy vinculada al campo y a las duras tareas agrícolas, siendo por tanto muy fuerte su conexión afectiva con el medio natural. En un plano intermedio se alzan una casa solitaria y un árbol ya casi sin hojas. Al fondo quedan el pueblo y un monte.

4 de Corazones. - Tres amorcillos con alas de ave conducen por los aires una curiosa barquita, en la que van dos amorcillos con alas de mariposa y tres sátiros infantiles. Estos últimos, acostumbrados al jolgorio, son representados con patas de carnero en miniatura. Encarnan el deseo sexual, difícil de refrenar, dulcificado en este caso conforme a la sensibilidad artística rococó y neoclásica. Les cuesta aceptar las amonestaciones y consejos de sus compañeros de viaje. El temible cortejo mezcla metafóricamente bien lo que ocurre en el corazón de las personas, donde el amor idealizado y el apetito carnal luchan a menudo sin entenderse. Uno de los pequeños sátiros otea curioso, buscando un objetivo con el que divertirse.

5 de Corazones. - Una niña estudia concentrada. Señala con el dedo las líneas de su libro para no perderse en la lectura. Cerca de ella, sobre la mesa, hay un tintero con pluma, por si tuviese que escribir algo. En el suelo está sentado un niño medio dormido, quizás su hermano menor. Un perrito espera tranquilo a que alguien quiera jugar con él, como si estuviese habituado a ese ritmo hogareño. Al fondo de la habitación se yerguen dos trípodes. Sobre cada uno de ellos va una cálpide, forma cerámica griega utilizada para los líquidos. En este caso las cálpides van decoradas con figuras pintadas, lo que aumenta su valor ornamental para la casa, conforme al gusto neoclásico. Ojalá sean solo reproducciones, ya que los niños o el perrito podrían pronto convertirlas en añicos.

6 de Corazones. - Una mujer sentada borda un pañuelo o un trozo de tela. Cuelga de su brazo un bolsito adornado con flores y motivos vegetales, donde seguramente está guardado el material de costura. Su pelo va recogido para que no le moleste. Cerca hay alegres un niño y una niña, seguramente sus hijos. El niño, acomodado sobre la mesa, señala lo que hace la mujer. La niña, en el suelo, extiende la falda de su vestido. Las baldosas, cuadradas y con una estrella central, no han sido bien reproducidas en perspectiva. De la pared, decorada con ondas, penden dos cuadros circulares. En uno de ellos alguien mayor muestra una actitud piadosa, mientras que en el otro encontramos la imagen de un niño.

7 de Corazones. - Los dos niños de la carta anterior parecen salir también en ésta, manteniendo actitudes similares. La escena se desarrolla en otra habitación, con geometrías en el piso, líneas verticales en la pared y un cuadro de un hombre orante. Un muchacho, más retraído, permanece sentado en el suelo. Quizás se aburre ya con los juegos de sus hermanos menores. La que probablemente es su madre descansa en un mueble, cuyo diseño es intermedio entre diván y sofá. Sostiene una muñeca elegantemente vestida y con plumas en el pelo. Otra mujer, de pie, lleva junto a su pecho a un bebé, el cual va cómodamente colocado en una superficie acolchada, y está envuelto a la vez con una sabanita.

8 de Corazones. - Unos niños se disponen a utilizar una máscara monstruosa con la que asustar a otros niños de menor edad. La máscara, de rasgos diabólicos, mezcla lo humano y lo animal. Tiene cuernos de cáprido y facciones exageradas, con grandes orejas, gran nariz y grandes dientes, pero sin estar éstos afilados. Su expresión, de enfado, está diseñada para infundir miedo. La máscara dispone de un soporte alargado de madera que permitiría su uso en festejos populares. Contrastan los sentimientos malignos que inspira la máscara con la inocencia y la dulzura propia de los niños pequeños.

9 de Corazones. - Dos niñas de pie se disputan enrabietadas el control de una muñeca, tirando de ella con el consiguiente peligro de romperla. En cambio otras dos niñas, agachadas en el suelo y bien avenidas, disfrutan de las numerosas flores que recogieron en su cesto. Una de ellas lleva una coronita de flores y un ramillete, quedando así preciosamente engalanada por la sencillez de la naturaleza. Más sofisticada es la cometa que hace volar otro muchacho. La ingenua interpretación de la guerra conduce a que un niño desee ser soldado. Luce orgulloso su casco y su lanza, en la que va un cesto al revés a modo de estandarte. Quizás oyó a los adultos comentar exaltados, presas del espíritu nacionalista decimonónico, su deseo de liberar por las armas al pueblo para que éste fuese nuevamente soberano.

10 de Corazones. - Se trata de una animada clase de música, disciplina muy valorada dentro de la formación que podían recibir los niños de la época, especialmente los de las clases altas. Los instrumentos que aparecen en el grabado son la flauta, el violín, el violoncello y la mandolina, verdaderas piezas de artesanía. Entre los muchachos que no llevan ningún instrumento hay dos, un chico y una chica, que parecen centrarse en el canto. Tanto la música como el canto encajaban bien en el incipiente desarrollo de la estética del romanticismo, al tener entre sus objetivos la remoción profunda de los sentimientos, el hacer despertar las emociones, para lo cual era importante que fuesen comprensibles los textos cantados.

Sota de Corazones. - Esteban de Vignolles (1390-1443) fue un destacado militar francés, el cual participó en varios episodios importantes de la Guerra de los Cien Años, resultando por ejemplo victorioso en las batallas de Patay y Gerveroy. Era apodado "La Hire", bien por su carácter colérico o bien porque en combate parecía desatar en su persona la ira de Dios. Con frecuencia es representado en la baraja francesa en la carta correspondiente a la sota de corazones, e incluso se especula que pudo tener cierto papel en su país en la estandarización de los naipes y en la vinculación de distintos personajes a las doce figuras del juego. Fue uno de los más convencidos de la inspiración divina de Juana de Arco, a la que sirvió como escolta en momentos decisivos. Tal vez por influencia suya rezaba antes de entrar en batalla. Se fue volviendo con el tiempo más cruel en el desarrollo de las operaciones, justificando así el nombre que se le daba. Cuando Juana fue capturada y trasladada a Ruan, intentó rescatarla de allí, consiguiendo tan solo ser hecho él también prisionero. Logró fugarse de los calabozos de Dourdan para seguir acorralando en años sucesivos a los ingleses en suelo francés, siendo nombrado en 1438 capitán general de Normandía. Muchos de sus éxitos militares los compartió con su compañero Dunois, de extracción social más elevada que la suya. En su obra teatral, Schiller presenta a La Hire y a Dunois enamorados de Juana, ofreciéndose a ella con entrega total. Juana no acepta este amor, exclamando: "¡Yo soy la guerrera de Dios Todopoderoso, no la esposa de ningún hombre!" Otro de los escoltas históricos que tuvo Juana de Arco durante su breve deslumbrar fue Gilles de Rais, nombrado mariscal con tan solo 25 años. Quizás esquizofrénico, perdió totalmente el norte poco después de la ejecución de Juana, en la que había creído fervientemente. Gilles invirtió su fortuna en vejar y asesinar a cientos de niños, principalmente en su castillo de Tiffauges, hasta que la justicia decretó su ahorcamiento en Nantes en 1440.

Dama de Corazones. - Isabel de Baviera (1370-1435) fue la madre del delfín Carlos, a quien desheredó en 1420, posicionándose en favor de los derechos sucesorios de Enrique V de Inglaterra. A raíz de los cada vez más frecuentes episodios de locura de su esposo, el rey Carlos VI, Isabel había adquirido gran autoridad dentro del consejo de regencia, del que también formaba parte el hermano del rey, Luis de Orleans. Como fruto del intercambio de rumores malintencionados entre armagnacs y borgoñones, usados como propaganda política, se extendió un estado de opinión que aseguraba que el delfín era en realidad hijo de Luis de Orleans. Éste fue cruelmente asesinado en 1407 por orden del duque de Borgoña, Juan "sin miedo". A su vez Juan "sin miedo" fue asesinado en 1419 cuando dialogaba con el delfín, no se sabe si con su sorpresa o beneplácito. Isabel se desvinculó del partido de su hijo, a quien consideraba incapaz de liderar el país, involucrándose en la alianza entre ingleses y borgoñones. La obra teatral de Schiller incide en la mala reputación, quizás exagerada, otorgada a Isabel, presentándola como contraria a los intereses de Francia. En la ficción, Isabel intenta mediar entre sus aliados para que los descalabros militares cosechados ante Juana de Arco no conduzcan a la coronación de su repudiado hijo. Aun así, no es bien vista su presencia cerca de los ejércitos, al considerarla intrigante y demasiado inclinada a los placeres. Isabel pide en la obra de Schiller que se le entregue a Lionel para que la acompañe y distraiga, a lo que se le responde que ya se le enviarán en su momento los más hermosos de entre los prisioneros. Como nueva licencia a la imaginación, se hace estar presente a Isabel en la captura de Juana. La madre del delfín vuelve a cargar contra su hijo, en este caso por haber abandonado a su salvadora. Conforme a lo que indica el atuendo militar de la carta, Isabel arenga al ejército inglés, teniendo que presenciar enfurecida su derrota. Fue finalmente recluida y apartada del poder.

Rey de Corazones. - El que será el rey de Francia, Carlos VII (1403-1461), pasó una infancia y una juventud tremendamente complicadas que le dejaron mentalmente marcado, convirtiéndole en una persona muy desconfiada. Vivió de cerca el largo proceso de locura de su padre. Muchos de sus hermanos murieron siendo aún niños. Presenció magnicidios de familiares. Su madre alemana lo rechazó, pasando a conspirar en su contra. Se vio temporalmente desprovisto de muchos de sus títulos, refugiándose con su corte en pequeñas ciudades. Juana de Arco le reconoció en Chinon, a pesar del ardid dispuesto para burlarla, y le entregó un mensaje que decía venir de lo alto. Circulaban por Francia cuentos de tintes proféticos que indicaban que una joven aldeana aparecería para conducir al país victoria tras victoria. Se hizo encajar interesadamente a Juana, visionaria casi analfabeta, en este perfil y se la colocó como paladín y abanderada de las tropas, que andaban muy necesitadas de recursos y motivación. Los triunfos llegaron de inmediato: la liberación de Orleans, la jornada de Patay y la destrucción de algunas de las defensas inglesas junto al Loira. Todo ello permitió que el delfín Carlos fuese llevado en volandas a Reims, en cuya catedral fue coronado como soberano de Francia. Carlos quiso refrenar entonces el ritmo bélico al que incitaba Juana, haciéndola acompañar solo de una pequeña hueste, lo que provocó su captura. La personalidad del rey se fue robusteciendo a raíz de sus éxitos militares, diplomáticos, económicos, afectivos... En la obra de teatro de Schiller, Carlos aparece inicialmente como superficial y falto de energías, siendo su equilibrio emocional su amante Inés Sorel. Queda impresionado por el hecho de que Juana parezca conocer su pensamiento y su inminente destino. Agradecido por sus servicios, Carlos recompensa con el rango de nobleza a Juana y su familia. Permitió a la joven lorenesa tener escudo, consistente en una espada vertical en campo azul, coronada por la punta y flanqueada por dos flores de lis.       

As de Diamantes. - Con un cestillo al final de un palo un niño pretende aventurarse por el campo, tal vez en un amago de huída tras un enfado con su entorno familiar. En el cestillo llevaría unos pocos víveres y posesiones. Va preparado con un sombrero de ala ancha que le proteja del sol, pero no tiene calzado, por lo que su escapada será probablemente breve. Al comprobar lo hostil de la naturaleza, las inclemencias ambientales y la fragilidad de su cuerpo volverá pronto al hogar. Los suyos le recibirán aliviados, y cuidarán de él hasta que se convierta en un adulto, capaz de iniciar con más garantías su viaje en solitario, enfrentándose de nuevo al mundo.

2 de Diamantes. - Un amorcillo varón, con alas de ave, lleva los ojos tapados con un paño, dejándose guiar por un cachorro de perro, que le conduce al encuentro de un amorcillo femenino, dotado de alas de mariposa, con la cabeza velada y con una paloma entre las manos. La escena alegóricamente se refiere al aprecio infantil por los animales pequeños, que devuelven en la medida de sus posibilidades las  atenciones recibidas. La confianza del amorcillo en su pequeño perro se verá premiada por el encuentro con la niña, cuya paloma simboliza la inocencia y la pureza. La paloma no corre peligro en las manos de la niña, ya que logrará desasirse de ella cuando ésta, en su exceso de cariño, la apriete demasiado.

3 de Diamantes. - Tres niños en una estancia muestran sus fantasías militares. Los soldaditos de plomo que hay sobre la mesa les sirven para representar los combates que han oído que mantienen los ejércitos de los mayores. La baraja es de 1805, por tanto contemporánea de los trastornos bélicos provocados en toda Europa por el imperialismo napoleónico. Los rombos rojos simulan casi la parte superior de unas pequeñas casacas. Uno de los niños lleva sombrero y vara, mientras que otro dispone de lanza y tambor. A los más jóvenes que entraban en el ejército se les encomendaba en ocasiones más funciones musicales que el manejo de armas. Según la leyenda del Bruch, en 1808 un tamborilero catalán de unos 17 años aterrorizó al ejército invasor francés con el eco que en las montañas provocó su instrumento de cofradía.

4 de Diamantes. - Cuatro amorcillos con alas de mariposa vuelcan el enorme cesto de mimbre en que están cuatro niños, los cuales caen del mismo con sorpresa, enfado e indignación. La travesura se desarrolla en un espacio abierto, en un paraje natural. Da la sensación de que los amorcillos tienen un gran control de las diversas situaciones en que pueden verse envueltos los humanos, a quienes hacen víctimas de sus bromas pesadas, sacándoles de su plácido transcurrir. Son frecuentes en la baraja los cestos y otros objetos fabricados con mimbre, fibra vegetal muy usada para la realización de contenedores hasta la generalización de los plásticos ya entrado el siglo XX.

5 de Diamantes. - Nuevamente nos encontramos con una imagen muy fantasiosa, en la cual un amorcillo surca los cielos conduciendo una concha. La misma es tirada por tres mariposas y una paloma. El tamaño de las mariposas está agigantado, hasta igualarlo prácticamente con el de la paloma. Otro amorcillo acude, haciendo que se distraiga de la conducción una de las mariposas. Entre los precedentes más destacados de la representación de amorcillos con alas de mariposa destacan las pinturas realizadas en el palacio ducal de Mantua por el artista italiano Andrea Mantegna. Este pintor renacentista, virtuoso de la perspectiva, colocó a los amorcillos en lugares de privilegio que les permitían tener una vista óptima de las acciones humanas.

6 de Diamantes. - Una mujer joven interrumpe un instante la lectura para comprobar que están bien los niños que juegan en la estancia. Seguramente lee en voz alta para entretener así a otra mujer joven, la cual está hilando, y a una mujer ya anciana que teje. Una niña curiosea dentro de una bolsa de tela, donde quizás hay elementos inofensivos usados en las labores de costura. Las agujas y otros utensilios peligrosos están probablemente guardados en el cesto que descansa en el suelo. Un niño va haciendo girar en una madeja el hilo que produce una de las mujeres, haciendo de esta manera la bola más grande. Tanto la moqueta como el papel pintado de las paredes contienen abundantes motivos decorativos vegetales.

7 de Diamantes. - Siete amorcillos se muestran en su gigantesco nido, el cual aparentemente flota en el cielo. A diferencia de los nidos de los pájaros, frecuentados por los padres, a este nido no acude ningún progenitor. Es como si la protección que se les brinda viniese de lo alto, sin que medie una presencia física. Sus alas les garantizan el esquivar ágilmente muchos golpes. Da la impresión de que tienen todo el tiempo por delante. Hay en ellos un claro paralelismo con la representación de pequeños ángeles, siendo algo así como su versión ociosa, es decir, disponen de atributos angélicos simplemente para disfrutar de los mismos, sin que exista una determinada finalidad trascendente, como pudiera ser el ensalzar a Dios.

8 de Diamantes. - Dos muchachas están sentadas a la mesa. Una de ellas, con tocado casero y gafas, lee un pequeño libro, mientras que la otra parece observar con detenimiento un bonito vaso de cerámica, mostrando así su interés por las obras minuciosas. Entre los elementos que adornan la habitación se encuentran un jarrón con decoración figurada, un cuadro paisajístico y otro objeto de largo pie que ocupa un lugar destacado sobre la mesa. Un niño, actuando con sigilo, va a reclamar pronto la atención de las jóvenes, utilizando para ello la cuerda de un bolso de tela. Intentará sacarlas, aunque sea brevemente, de unas ocupaciones que él considera demasiado aburridas.

9 de Diamantes. - Es la tercera carta dedicada a una fiesta de disfraces, contexto característico presente en pasajes de algunas novelas románticas, ilustrando la confusión vital en que esporádicamente se enredaban por puro entretenimiento las clases sociales. En este caso destaca la conversación central de una pareja. El hombre, cuyo disfraz exagera mucho sus rasgos, se dirige a una mujer con antifaz, velo y abanico, la cual parece mostrarse reticente a aceptar las propuestas de su interlocutor. Tres personajes con gafas y rostro estandarizado aguzan el oído para intentar captar algo del diálogo. Otra pareja enmascarada muestra una mayor afinidad. La presencia de niños en la fiesta parece endulzar las intenciones de los participantes en la misma.

10 de Diamantes. - Siete niños se han hecho con el control de un carruaje de paseo. Por sus pequeñas dimensiones podría ser un juguete, si bien bastante lujoso. Mientras que unos tienen la fortuna de ir sobre él, otros lo van impulsando. Una niña sostiene alegre a su paso un precioso cántaro sobre su cabeza. Entre los niños hay uno que hace de abanderado, sujetando el palo en el que ondea una tela blanca, adornada con un cuadrado cuatripartito que contiene varios dibujos. El grabado representa en definitiva un auténtico paseo triunfal infantil por un camino inserto en un paraje campestre. Lo justo sería que los niños fueran rotando sus papeles en semejante cortejo.

Sota de Diamantes. - Raimundo es un personaje de ficción que encarna en la obra de teatro de Schiller el amor romántico por excelencia, el amor completo hacia Juana, hasta el punto de haber estado dispuesto a aceptarla incluso en los momentos en que parecía una bruja. Al principio del libro, en su aldea de Domrémy, el padre de Juana regaña a ésta por no querer casarse con Raimundo, el cual lleva ya tres años pretendiéndola. El joven disculpa todo en Juana, comportándose como alguien enteramente enamorado. Confía en que más adelante se muestre predispuesta hacia él. Raimundo describe, como si se refiriese a una aparición sobrenatural, lo que él siente cuando desde el valle ve a Juana bajando de las montañas, acompañada de su rebaño. Su impresión es la de contemplar a alguien proveniente del pasado. Raimundo intuye una sincera inspiración cristiana en las extrañas costumbres de la muchacha. Le parece humilde, servicial, hecha a las duras labores del campo, cuya producción hace aumentar con esfuerzo. A pesar de la prosperidad familiar, el padre tiene malos presentimientos sobre el futuro de su hija, a la que quiere apartar de la frecuentación de los espíritus. Se aprecia en las palabras que Schiller pone en boca del padre de Juana el interés que tenían los autores románticos por las distintas formas de conexión con el Más Allá. Raimundo hace recordar cómo Juana se enfrentó al lobo que había enganchado a uno de sus corderos, demostrando así mucho valor. Elogia el ardor con el que la joven habla de la futura expulsión de los militares ingleses. Ya en Reims, Raimundo intenta que el padre de Juana no se acerque a su hija para que no empañe la grandeza de la ocasión con sus tétricas elucubraciones. Cuando todos la abandonan por considerarla hechicera, Raimundo ofrece de nuevo su mano a Juana, acompañándola lejos de allí. La muchacha se sincera con él, explicándole sus más profundas motivaciones y declarando su inocencia. La escena es interrumpida por soldados enemigos que la capturan, logrando Raimundo huir.   

Dama de Diamantes. - Inés Sorel (1422-1450) fue amante del rey francés Carlos VII, con quien tuvo tres hijas. Esta relación no era llevada en secreto, sino que estaba reconocida públicamente ante la corte, en la que se integraba también la esposa oficial, María de Anjou. Dada su gran belleza, Inés posó como modelo para varios pintores del momento, como Jean Fouquet, que la representó poco antes de morir caracterizada como la Virgen María. Sus excentricidades y las contrapartidas obtenidas por su vínculo con el rey pusieron en su contra a algunos miembros de la corte. Falleció envenenada con mercurio. No conoció verdaderamente a Juana de Arco, ya que ésta murió en 1431 e Inés fue presentada al rey hacia 1442. En la obra de Schiller, Inés Sorel adquiere un papel destacado como sostén anímico del monarca. Refuerza su confianza en sí mismo, equilibrando así el desprecio que le dispensaba su propia madre, Isabel de Baviera. Ofrece sus joyas, su vajilla de plata y todas sus demás posesiones para poder conseguir dinero con el que pagar a las tropas, de modo que no dejen de combatir por el rey. Demuestra abnegación hacia él, no le importa desprenderse de todo, estando dispuesta a aceptar una vida dura acompañando al ejército en sus campañas. A pesar del abatimiento de Carlos, Inés demuestra una gran confianza en la victoria final, antes incluso de la llegada portentosa de Juana. Inés ve a Juana como inocente, oscura, profunda, exaltada, incapaz de actuar conforme a lo que se esperaba en su época de una mujer. Intenta en vano que acepte el amor de Dunois. Le pide un oráculo, un vaticinio favorable sobre su futuro, pero Juana le indica que ella no ve ese tipo de cosas, dependiendo por tanto su destino de lo que hay encerrado en su propio pecho. Inés se arrodilla ante Juana en Reims llena de felicidad para agradecerle el haber hecho posible la coronación de Carlos. En definitiva, Inés está llena de valores positivos en la obra de Schiller, personificando bien la fuerza de las pasiones, la exacerbación de los sentimientos, la sinceridad de las emociones.

Rey de Diamantes. - El duque de Borgoña, Felipe III (1396-1467), apoyó decididamente la presencia inglesa en la Gascuña y al Norte del Loira a raíz del asesinato de su padre, Juan "sin miedo", por parte de dos caballeros del delfín Carlos en el puente de Montereau, a pesar de negar éste toda implicación en el asunto. La colaboración borgoñona con los ingleses quedó sellada mediante el Tratado de Troyes de 1420, si bien las intervenciones militares directas del ejército ducal fueron pocas, dado el desprestigio que implicaba el favorecer una guerra fratricida entre franceses. Fueron los borgoñones los que apresaron a Juana de Arco en 1430 en la campaña de Compiègne, entregándosela seguidamente a los ingleses. La política borgoñona viró en 1435 con el Tratado de Arras en favor de Carlos VII, al que se reconoció como rey de Francia, sin la obligación de prestarle homenaje. Desde entonces se aceleró el ritmo de descomposición de la influencia militar inglesa en el continente. Todos estos hechos son tratados de manera simplista y con muchas licencias imaginativas en la obra de teatro de Schiller, en la que es Juana de Arco la que convence personalmente al duque de que cambie de bando. Se niega a pelear contra él, considerándole un compatriota: "No debe correr sangre francesa, ni el acero ha de decidir esta contienda". En la ficción, Felipe ve inicialmente a Juana como un instrumento del demonio, como una doncella infernal. Poco a poco se ve arrastrado por las argumentaciones de la santa, decidiendo reconciliarse con el delfín e incluso perdonar a Tanneguy du Chastel, uno de los dos asesinos de su padre. En la carta, el duque aparece portando un pequeño cofre. Se trata del joyero de Inés Sorel, la amante de Carlos, la cual, según el texto de Schiller, se había desprendido de sus bienes para poder seguir financiando la guerra. Mediante la devolución de estas joyas, se premia la generosidad y la fe mostrada por Inés. Se da por tanto un perfil bondadoso y justo del duque, mecenas cultural y fundador de la orden caballeresca del Toisón de Oro.

Al comparar la vida de Juana de Arco con el papel de Juana en la obra teatral de Schiller llegamos a la aparente contradicción de que puede ser más romántica la realidad que lo imaginario, lo utópico y lo idealizado, en cuanto a que sin duda conmueve más aquello de lo que hay certeza. Al introducir tantos elementos fantasiosos se pierde la fuerza emotiva de muchos episodios, si bien para el público de la época bastaba seguramente con este tipo de recreaciones. El cine actual tampoco se caracteriza precisamente por su fidelidad con respecto a los hechos históricos, resintiéndose en favor de la diversión todo lo relacionado con la transmisión de las verdaderas pulsiones de otras épocas. En la literatura romántica alemana aparecen como dos fuerzas absolutamente desbordadas el amor y la guerra. En el caso de la obra de Schiller, se rodea a Juana de varios pretendientes que no consiguen apartarla de su obsesión por combatir. La guerra en el pensamiento romántico era un instrumento de transformación de las sociedades oprimidas, de liberación de los pueblos injuriosamente tutelados. Cuanto antes se iniciara y con más potencia menos duraría y menores serían sus consecuencias desastrosas. Esta sobrestimación del poder regenerador de la guerra, al servicio del alumbramiento de las modernas naciones, tuvo más adelante una deriva política totalitaria, etnicista y neocolonial, recayéndose precisamente en las injusticias sociales que el nacionalismo romántico pretendía eliminar. En cuanto al tema religioso, el argumento de "La doncella de Orleans" refleja muy bien cómo en el período bajomedieval estaban muy cerca de confundirse la santidad y la hechicería, el misticismo y el espiritismo, la fe y la superstición, el simbolismo religioso y la idolatría. El atractivo histórico y literario de Juana radica en la ruptura de todos los estereotipos. Humilde e inculta, casi aún una niña, renueva el deseo de luchar de su pueblo. Schiller le hace decir sobre sí misma: "Una blanca paloma se precipitará con el valor del águila contra esos buitres, que han devastado la patria".          

martes, 1 de diciembre de 2015

PROYECTO DE CREACIÓN DE UNA ZONA DE CULTIVO FORTIFICADA EN CAMAGÜEY DURANTE LA GUERRA HISPANO-CUBANA

             

El Archivo General Militar de Madrid guarda abundante documentación relacionada con las actividades desplegadas por el ejército español en la isla de Cuba durante el período colonial. El expediente que ahora estudiamos, perteneciente al fondo de Ingenieros de la Comandancia General, se encuentra dentro de dicho archivo en la caja 2783 / (L), carpeta 10, correspondiente al legajo 1-P. Se trata de un informe de temática poliorcética, pero rico a la vez en consideraciones de tipo social que ayudan a acercarse a las difíciles circunstancias por las que atravesó la ciudad de Camagüey durante el conflicto independentista. El expediente incluye un interesante croquis con las fortificaciones propuestas para la defensa de un extenso espacio de carácter hexagonal, que quedaría así militarmente blindado para garantizar el aprovisionamiento de la urbe mediante la explotación de los recursos agrícolas y ganaderos de su entorno inmediato, aminorando en lo posible el daño causado por las incursiones de los mambises. Este croquis proporciona una ingente información toponímica de dicho entorno, mostrando además de manera aproximada las principales arterias viarias, la ubicación de la primitiva línea férrea y el recorrido que seguían los cursos fluviales. No podemos definirlo estrictamente como un mapa o plano, al detectarse en él imprecisiones en las distancias reales de unos puntos con respecto a otros.

           
En el informe se hace referencia a la penosa situación por la que atravesaba la ciudad de Camagüey en la fase final de la Guerra de los Diez Años (1868-1878), librada entre España y los patriotas independentistas cubanos. Se cita hacia el final del texto que por entonces el Gobernador Civil de Puerto Príncipe era Federico Esponda y Morell, cargo que ostentó desde el 25 de enero de 1876 hasta abril de 1877, compatibilizándolo con el mando de la Segunda División y con la Comandancia General del Centro de la isla. En cambio las fechas que aparecen al principio del expediente nos remiten a inicios del año 1896, cuando la guerra que conducirá a la definitiva Independencia de Cuba (1895-1898) ya llevaba casi un año de transcurso. Por tanto estamos ante un informe reaprovechado algo menos de dos décadas después de su redacción. El motivo de este tardío interés era valorar la posible creación de un perímetro que garantizase tanto la seguridad de Puerto Príncipe como de sus tierras aledañas, de modo que no quedase paralizada en ellas la actividad agropecuaria. En 1896 el Teniente Coronel Jefe de Estado Mayor, Francisco Larrea, difunde entre sus subordinados las órdenes previas recibidas desde la Capitanía General, relativas a la protección necesaria de las personas y los bienes de los habitantes de Camagüey. En este caso el destinatario de las órdenes es el Capitán de la Compañía que se encontraba destacada en la población camagüeyana de Las Minas. En la búsqueda de una mayor seguridad para los ciudadanos aún leales a la Corona se adoptarían las medidas necesarias para el robustecimiento de las defensas de las urbes y de las áreas de cultivo próximas a las mismas. La ciudad cubana de Camagüey era conocida en el momento en que se redactó el informe como Puerto Príncipe, y contaba con una población estimada de unas 40.000 personas. Actualmente Camagüey tiene algo más de 300.000 habitantes, siendo por tanto la tercera ciudad más poblada de Cuba, sólo por detrás de La Habana y Santiago. Ocupa una posición interior, relativamente alejada del mar, en el Centro-Este de la isla.

           
Ofrecemos al final de nuestro artículo la transcripción del informe mencionado por si alguien quiere adentrarse con más detalle en la complicada situación de alarma social por la que atravesó Camagüey durante la guerra. Se trata también de una manera de entender mejor la mentalidad que tenía el cronista, representativa de la de un sector del ejército español, al que apremiaba la necesidad de conseguir robustecer los complejos defensivos de las ciudades controladas. En la transcripción del documento hemos corregido algunos errores o arcaísmos ortográficos, así como otros de carácter sintáctico o gramatical, como faltas de concordancia en género y número, sin pretender en ningún momento alterar el sentido de las expresiones emitidas por el ingeniero que elaboró el escrito. Es una constante en el texto el uso de frases demasiado largas en que las comas con frecuencia no ocupan el lugar debido, lo que nos ha llevado en algún caso a variar la posición de éstas para facilitar así la comprensión del informe, introduciendo en otros momentos nuevos signos de puntuación con el mismo fin. En unos pocos casos, para desenredar el contenido, hemos añadido entre corchetes alguna palabra, principalmente conjunciones o preposiciones. Se aprecia que el autor quiso evitar los tachones, de modo que, detectado un error, prefería continuar la frase aun a costa de hacerla demasiado enrevesada.

           
Hasta en tres ocasiones aparece en el texto la expresión "bien estar", concepto que nos parece bastante moderno para describir el estado que toda sociedad desea alcanzar y mantener. En este caso el autor se lamenta de que se está muy lejos de lograr la tranquilidad necesaria para el correcto desarrollo de las potencialidades de la comarca, rica en recursos de por sí, pero sometida a las incertidumbres y penalidades ocasionadas por el largo conflicto armado. La guerra ha puesto a la ciudad en una situación muy apurada, pasando muchos de sus habitantes hambre, lo que hace urgente actuar, tomar medidas humanitarias, crear las condiciones necesarias para que el campo vuelva a producir, las fincas salgan de su abandono y el ganado deje de estar en estado casi salvaje. El autor indica que es la necesidad, la falta de perspectivas de subsistencia, la que hace que muchos de los honrados ciudadanos de Puerto Príncipe mediten acerca de la posibilidad de emigrar y pasarse al bando rebelde, por ver si entre los insurrectos mejora su situación y la de sus familias. Ello engrosaría las filas del enemigo y desalentaría a los que aún se mantienen leales a la causa española.

           
Para intentar poner remedio a tantos males el autor, ingeniero militar de profesión, propone la creación de una zona de cultivo próxima a la ciudad, bien protegida, en la que puedan revitalizarse las explotaciones agrícolas y en la que quede nuevamente estabulado el ganado que vaga disperso por la comarca. Si el plan fructificase se daría ocupación a buena parte de los camagüeyanos, evitando así que se involucrasen en aventuras guerreras contrarias a los intereses de España, contribuyendo en cambio a generar riqueza y a reactivar el comercio, tan decaído por la guerra. El autor alude a que tanto en Puerto Príncipe como en otras ciudades bajo el control del ejército español muy pocos son los que osan abandonar la protección de los muros para cultivar las tierras circundantes, exponiendo éstos no sólo su seguridad personal, sino también su buen nombre, al ser considerados con frecuencia espías y mensajeros de los insurgentes. Si en cambio quedase bien delimitada y defendida una amplia zona de carácter agropecuario alrededor de la ciudad de Puerto Príncipe, sus habitantes saldrían sin miedo a trabajar en ese entorno, pudiendo cubrir en poco tiempo las necesidades alimenticias más primarias.

           
La zona de cultivo debería tener a juicio del ingeniero un radio de al menos tres leguas (unos 12,72 kilómetros), configurando en su conjunto un hexágono de tres leguas de lado. Este perímetro de dieciocho leguas (unos 76,32 kilómetros) quedaría protegido por la existencia de doce fuertes y doce fortines intermedios, dotados estos últimos de una elevada torre. Los fuertes se colocarían en los vértices del hexágono y en el punto medio de cada uno de sus lados, mientras que los fortines se intercalarían de manera regular entre los fuertes, buscando en lo posible la intercomunicación visual. Cada uno de los fuertes tendría capacidad para cobijar a cien soldados, siendo en cambio los fortines de bastante menor entidad, al servir para albergar tan sólo a ocho soldados y un sargento, procedentes en cada caso del fuerte situado inmediatamente a su izquierda. En cada fuerte habría una pieza giratoria de artillería de unos 1.500 metros de alcance. El texto alude a que el enemigo no cuenta con artillería, lo cual no es del todo preciso, al haberse registrado episodios durante la guerra en que los insurgentes cubanos pudieron disponer de cañones capturados a sus contrarios. La dotación de hombres de los distintos fuertes y fortines no debía aminorar en exceso el número de soldados y la fuerza de la División encargada de las operaciones externas. Los fuertes se construirían de piedra o ladrillo, quedando su parte inferior reservada para almacenar vituallas, municiones y armas (incluyendo granadas de mano), mientras que en su cuerpo superior descansarían los soldados. Una escalera móvil evitaría el tener que construir fosos defensivos, cuyas aguas estancadas podrían hacer enfermar a los soldados, ya de por sí con frecuencia sometidos a las perjudiciales condiciones de los terrenos húmedos.

           
Se alude de pasada al poderío militar alemán, exhibido unos años atrás en la guerra franco-prusiana (1870-1871). El contenido del texto revela que el autor pudo formarse en una academia militar, tanto por sus conocimientos poliorcéticos como por las valoraciones históricas con las que adorna su informe. Comenta acertadamente tanto la importancia del factor anímico de las poblaciones urbanas en una guerra de tanto desgaste como la necesidad de revertir las crónicas periodísticas con éxitos militares inmediatos, a los que se llegaría sin duda mediante la adopción de medidas de control sobre los potenciales recursos del territorio. Menciona también el autor la perspectiva de recibir nuevos refuerzos de la metrópoli, que como sabemos llegaban sin apenas motivación (no podía haberla al combatir por un régimen aún semiesclavista), estaban mal equipados (sus uniformes parecían pijamas) y tenían que combatir en un medio que les resultaba desconocido (tan letal como los disparos de los mambises). Su sueldo, exiguo, era completado con adelantos, de modo que al morir esos ingresos extras quedaban consignados como deudas a cubrir por sus familias.

           
Además de los 1.200 hombres encargados de la defensa de los fuertes y fortines, harían falta según el autor para garantizar la completa seguridad del perímetro columnas volantes de 300 soldados en cada lado del hexágono, divididas a su vez en dos columnas, las cuales recorrerían a diario esas tres leguas al menos dos veces al día, deteniéndose para comer en los puntos intermedios situados entre los fuertes y los fortines. Estas fuerzas móviles realizarían sus recorridos en horas variables, pernoctarían juntas en lo referido a cada lado del hexágono, y establecerían emboscadas durante la noche, especialmente en las áreas más vulnerables. Llegarían así a conocer de forma excelente el terreno, andando lentamente para evitar el cansancio de cara a un posible ataque. Además en Puerto Príncipe habría siempre disponible una fuerza de 200 jinetes para acudir con premura a cualquier punto del perímetro o del interior de la zona de cultivo que se viese atacado. Para el relevo de la guardia de cada fortín (compuesta por ocho soldados y un sargento), 40 hombres y dos oficiales partirían cada día del fuerte situado inmediatamente a su izquierda, evitando así que una pequeña fracción de soldados quedase aislada en el camino.

           
Gran parte del perímetro quedaría delimitada por una estacada de suficiente altura y resistencia, si bien en las zonas de más densa vegetación podría recurrirse sólo a cortar las palmeras y demás árboles, constituyendo éstos ya de por sí un obstáculo para el enemigo a caballo, evitando además la fuga de las reses. En lo alto de cada fortín habría siempre dos soldados, uno con un anteojo de campaña y otro con el arma preparada. Igualmente cada fuerte debería disponer de uno de estos anteojos para comprobar durante el día si el enemigo inspecciona el perímetro con idea de cruzarlo por sorpresa durante la noche. Los doce fuertes principales estarían en comunicación telegráfica directa con la Comandancia General del Centro, radicada en Puerto Príncipe, lo que facilitaría el que ésta diese las órdenes más acertadas en función de las noticias recibidas de los distintos acuartelamientos del perímetro. Tantas medidas evitarían en muchos casos el que los rebeldes emprendiesen acciones para entablar contacto con los habitantes de la urbe, al ser tan complicado el entrar o salir del perímetro de seguridad. El autor considera con exceso de optimismo que los trabajadores que volvieran a llenar el campo circundante de Camagüey se convertirían en delatores de las posibles incursiones de insurgentes, al querer mantener a toda costa el nuevo y provechoso orden establecido. El alentar a la población a acusar ante las autoridades a los vecinos sospechosos de conspiración es algo típico del clima enrarecido impuesto por los regímenes autoritarios, principalmente en medio del desarrollo de los conflictos civiles. Para dar rápido aviso de cualquier ataque convendría que en todos los fuertes y fortines del perímetro hubiese un depósito de cohetes, susceptibles de ser lanzados con trayectoria ascendente, y fácilmente visibles desde lejos.

           
El cómputo total de hombres necesarios para poner en funcionamiento con éxito este plan asciende a 3.000 infantes, fuerzas que para el ingeniero autor del informe no son excesivas si se tienen en cuenta los beneficios productivos a corto y medio plazo. La superficie total de la zona de cultivo fortificada sería de 23,38 leguas cuadradas. Se hace aquí conveniente desentrañar la equivalencia de esta superficie con respecto a las medidas de referencia actuales. La legua tradicional en Cuba equivalía a una distancia aproximada de 4,24 kilómetros. Por tanto las 18 leguas del perímetro de seguridad serían unos 76,32 kilómetros, englobando así una superficie de 420,36 kilómetros cuadrados, es decir, 42.036 hectáreas. Ciertamente este terreno, adecuadamente aprovechado, habría servido con creces para alimentar al conjunto de los ciudadanos de Puerto Príncipe. En el expediente aparece también la propuesta de convertir cuatro de los fuertes del perímetro, concretamente los situados en los cuatro puntos cardinales, como bases para el racionamiento de las tropas. El interior de la ciudad quedaría así menos militarizado, y los soldados no tendrían que realizar a diario desplazamientos tan largos para abastecerse. Por otro croquis de la zona de cultivo de Puerto Príncipe, fechado en 1873 y conservado en el Archivo Nacional de la República de Cuba, sabemos que 13 fuertes rodeaban por entonces el núcleo urbano, pero describiendo un perímetro defensivo mucho menor del propuesto en el informe ahora estudiado.  

           
Una de las medidas más necesarias e interesantes a nivel social consistiría en el reparto proporcional de los terrenos de cultivo en el interior de la zona fortificada, poniendo así en valor las fincas embargadas por causa de la guerra. Una vez puesto en marcha el sistema productivo, se exigiría a cada familia beneficiaria una contribución al maltrecho Tesoro Nacional. Terminada la guerra, levantados los embargos de las fincas, se estudiarían tanto las reparaciones a los legítimos propietarios como las recompensas a los colonos usufructuarios. A lo largo de todo el texto el autor mantiene una gran deferencia hacia la institución militar, confiando plenamente en la capacidad de los altos mandos y de los oficiales de ingenieros que podrían encargarse de llevar a cabo el plan propuesto. Insistiendo en este estilo, halaga abiertamente por su buen juicio y generosidad al Gobernador de Puerto Príncipe, el Brigadier Esponda, al ser éste probablemente una de las figuras determinantes en la viabilidad inicial del proyecto. El expediente incorpora una curiosa hojita con varios datos sueltos tenidos en cuenta por el autor en la redacción de su informe, relacionados con las características que debían tener las torres y los fuertes, la infraestructura telegráfica, la superficie de la zona de cultivo protegida y el número aproximado de habitantes de la ciudad. Esta hojita lleva el sello de la Comandancia de Ingenieros de Puerto Príncipe, al ser en este organismo donde se gestó el informe.
           
           
El autor del escrito manifiesta humildemente que su proyecto es simplemente una idea, si bien absolutamente aplicable en el caso de contar con el beneplácito de la oficialidad. No sabemos hasta qué punto este proyecto se quedó sólo en eso o pudo tener cierto desarrollo real. Lo cierto es que sería redactado entre 1876 y 1877, al mencionarse en el informe el hecho de que por entonces el Comandante General del Centro de la isla y Gobernador de Puerto Príncipe era Federico Esponda y Morell. Con el término de la guerra en 1878 el informe sería probablemente archivado sin más, rescatándose en 1896 para estudiar de nuevo su posible aplicación práctica con motivo de la reanudación de la guerra contra los independentistas cubanos. Por entonces el Teniente Coronel Jefe de Estado Mayor, Francisco Larrea, lo difundió entre sus subordinados militares desplegados en el área de Camagüey, con la advertencia de que las fuerzas del ejército español debían aparecer en todo momento como garantes de la seguridad de los ingenios azucareros y de las plantaciones del entorno, actuando por tanto como firmes protectoras de la propiedad. Quedaba implícita en esta advertencia el que las propiedades agropecuarias de los camagüeyanos debían quedar salvaguardadas tanto de la acción de los rebeldes como de los posibles abusos cometidos por los soldados españoles, cuyas pésimas condiciones les inducirían en ocasiones a saltarse estas normas.

           
La gran figura camagüeyana de la Guerra de los Diez Años fue Ignacio Agramonte y Loynaz, versado en leyes, tenaz defensor de la causa independentista. Vivió solamente 31 años (1841-1873), al haber arriesgado de forma reiterada su vida en numerosos combates. Su familia tenía una larga tradición de servicio público. Un tío abuelo suyo había sido alcalde de Camagüey, impulsando la construcción de la línea férrea hasta Nuevitas. Agramonte estudió varios años en Barcelona siendo adolescente, pasando luego a formarse en La Habana, donde realizó la carrera de Derecho. Su inquietud intelectual le llevó a participar pronto en diversos movimientos contrarios al dominio español sobre la isla, integrándose por ejemplo en la logia masónica designada con el hidrónimo Tínima. Consciente de que la Independencia cubana sólo se alcanzaría por el camino de las armas, se volvió diestro en su manejo, convirtiéndose además en gran jinete. Carlos Manuel de Céspedes inició en 1868 el levantamiento contra los españoles en su ingenio azucarero de La Demajagua, en Manzanillo. Algunos camagüeyanos se unieron a la rebelión 25 días después, sublevándose en Las Clavellinas, si bien ellos habrían preferido retrasar el inicio de la contienda hasta el año siguiente, después de la zafra (cosecha de la caña y elaboración del azúcar).

           
Frente a la línea de excepcional poder militar centralizado propuesta por Céspedes, Agramonte defendía el recurso constante a las nuevas instituciones republicanas de que se fuese dotando el país. Esta vía asamblearia se fue imponiendo, desembocando en el proceso constitucional de Guáimaro. Agramonte tuvo una labor muy relevante en la redacción de esta primera Constitución de emergencia. Fue nombrado Mayor General y jefe de las operaciones militares en el área de Camagüey. Destacó en este sentido como reorganizador de las fuerzas de caballería, tarea en la que fue ayudado por el norteamericano Henry Reeve. Se componía la caballería cubana de Agramonte de pequeñas escuadras, cuyos mambises vivían en la misma zona, pudiendo ser rápidamente convocados por mensajeros a caballo, formando su conjunto un cuerpo bien adiestrado, que reaccionaba hábilmente a las instrucciones del clarín, y que cargaba con furia manejando los temidos machetes. Entre las múltiples acciones militares emprendidas por Agramonte es muestra de su impetuoso carácter el rescate de su amigo el Brigadier Sanguily, realizado mediante una brillante carga de caballería en inferioridad numérica. Agramonte murió en 1873 en Jimaguayú, alcanzado en la cabeza por un disparo. Su cadáver fue quemado por los españoles en Puerto Príncipe, tratamiento que por entonces era considerado deshonroso. A su mujer, Amalia, se le permitió abandonar la isla rumbo a Estados Unidos, en compañía de su hijo Ernesto y embarazada de una niña, bautizada luego como Herminia. Las propiedades de Agramonte en Puerto Príncipe habían sido confiscadas por las autoridades españolas, que vieron cómo la muerte del líder enemigo debilitaba temporalmente el movimiento insurreccional. La conducta heroica de Agramonte sirvió de ejemplo en las filas rebeldes, aunque se retrasase aún un cuarto de siglo la consecución de la Independencia. En la actualidad el término agramontino se emplea como gentilicio para referirse a la gente de Camagüey. Y la imagen de este libertador aparece en los nuevos billetes cubanos de 500 pesos.

           
Daremos también algunas pinceladas biográficas de Federico Esponda y Morell (1828-1894), que en la época en que se redactó el informe ahora analizado era el Gobernador Civil de Puerto Príncipe, cargo que ejerció durante algo más de un año, entre 1876 y 1877. El perfil de este militar quedó descrito póstumamente en la biografía ensalzadora que sobre él publicó en 1895 José Ibáñez Marín. En este pequeño libro se menciona, al igual que en la parte final del informe, que el Gobernador repartía gran parte de su salario entre los más desfavorecidos de Camagüey. En cuanto a su capacidad militar, viene resumida por el saludo que le dispensó en Madrid en 1878 el líder independentista Calixto García, desterrado por entonces en España: "[...] tengo mucho honor en estrechar la mano del que fue nuestro terror [...]". Y es que Esponda participó activamente como oficial en muchas refriegas durante prácticamente toda la guerra de los Diez Años (1868-1878), llevando la iniciativa en buena parte de las acciones de combate y operaciones estratégicas. Antes de llegar a Cuba en 1864, Esponda había estado en la expedición de Méjico (1861-1862), injerencia europea para intentar colocar allí un monarca afín, con la excusa de la elevada deuda e inestabilidad del país. A continuación, desde 1863, le tocó vivir de cerca las luchas que pusieron fin a otra anacrónica experiencia, el breve regreso de Santo Domingo a la soberanía española. Ya en Cuba, por méritos propios, dada su constante implicación en los combates, fue adquiriendo puestos de mayor responsabilidad en la dirección de las operaciones. Durante el tiempo que estuvo al frente de la Comandancia General del Centro de la isla y la Gobernación Civil de Puerto Príncipe no sólo se distinguió en acciones de guerra, sino que además promovió la restauración y puesta en uso de edificaciones, especialmente hospitales, hospicios e iglesias. En esta labor contó con la eficaz colaboración del ingeniero militar Ripollés, si bien no hay nada que nos haga poder atribuir la autoría del informe que ahora manejamos a este ingeniero. Tras pasar un lustro en España, Esponda volvió a Cuba en 1883, haciéndose cargo durante tres años de la Comandancia General de Las Villas y la Gobernación Civil de Santa Clara. En esa época, aunque oficialmente no se estaba en guerra, aún proliferaban las partidas que, confundiéndose con la práctica del simple bandidaje, intentaban desestabilizar los mecanismos institucionales. En los últimos años de su vida, de nuevo en la metrópoli, Esponda recibió diversos reconocimientos, nombrándosele en 1891 Teniente General. Ostentó luego las Capitanías Generales de Extremadura y Canarias. Falleció en 1894 en Madrid, la ciudad en que había nacido. Hay una calle llamada en su honor General Ezponda (con z en vez de con s) en la ciudad de Cáceres, cerca de la Plaza Mayor.

           
Dentro de las fuerzas militares que en Cuba le correspondió dirigir, Esponda creó tres cuerpos especiales, tanto con fines motivadores como por la necesidad de emprender acciones más arriesgadas. Estos cuerpos, duramente entrenados, eran conocidos como "los murciélagos", "los jíbaros" y "los doce apóstoles". Sus componentes estaban bien considerados y tenían mejores ingresos, pero a cambio realizaban misiones de gran peligro o dificultad. "Los murciélagos" eran soldados a los que se les encomendaba la vigilancia nocturna de los pueblos y las ciudades controlados por los españoles, de modo que a los rebeldes separatistas les fuese más complicado el acometer operaciones de castigo o saqueo durante la noche. Estos soldados dormían durante el día, permaneciendo despiertos toda la noche en torres, entradas y puntos estratégicos, desde los que poder dar la voz de alarma ante un intento enemigo de penetración. Fueron determinantes en el mantenimiento de la seguridad de Puerto Príncipe durante la etapa final de la guerra de los Diez Años (1868-1878). La sección de "los jíbaros", que llegó a estar dotada de hasta cien hombres, apareció en 1871 en Guáimaro, localidad en que los independentistas cubanos habían aprobado su primera Constitución. Su nombre alude tanto a la mezcla de distintos grupos étnicos como a su carácter montaraz. Sus miembros se desenvolvían con gran soltura en la manigua, aportando mayor flexibilidad al encorsetado ejército español. Eran diestros en el combate cuerpo a cuerpo, supersticiosos y arrebatados. "Los doce apóstoles" eran doce soldados elegidos por sus muestras previas de valor. Encabezaban cargas de caballería, ataques por sorpresa, emboscadas, golpes de mano... anteponiendo el cumplimiento de estas misiones a la conservación de su vida. Disponían de los mejores caballos, incluso en propiedad. Fueron muy odiados por el enemigo, sobre todo a raíz de los desmanes que cometieron con la población refugiada en las propiedades de los empresarios partidarios de la causa independentista.

           
Al principio del expediente analizado aparece el nombre del Teniente Coronel Jefe de Estado Mayor, Francisco Larrea Liso (1855-1913), del que haremos una breve semblanza. Este militar pamplonés, aventajado en los estudios y de brillante carrera, estuvo en realidad mucho más vinculado a Puerto Rico que a Cuba. Con 18 años era ya Alférez en las Milicias Disciplinarias de Puerto Rico. De regreso a España participó en algunas acciones de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876). Entre 1878 y 1887 permaneció en Puerto Rico con el grado de Comandante de Estado Mayor. Muy interesado en cuestiones cartográficas, participó en el levantamiento del plano militar de la isla, denunciando repetidamente al Gobierno Central la ausencia de construcciones defensivas en ella, con la excepción de la bien fortificada capital, San Juan. En una nueva etapa española, desarrollada entre 1887 y 1894, se dedicó, entre otras tareas, a la confección de mapas militares de la península, exponiendo además en sus obras escritas algunas ideas sobre las defensas pirenaicas y la organización militar del país. De nuevo en Puerto Rico, al estallar la Guerra de Independencia de Cuba (1895-1898), se encargó de dirigir en Ponce el embarque del Batallón Cazadores de Valladolid hacia Cuba. En esta última isla, como Teniente Coronel Jefe de Estado Mayor, permaneció sólo de 1895 hasta mediados de 1896, entablando combates principalmente en el área de Camagüey. Es justo en esta etapa de su vida cuando hay que ubicar el reaprovechamiento militar del informe ahora estudiado. La fase siguiente de la guerra, hasta la entrada de Estados Unidos en el conflicto, Larrea estuvo en Puerto Rico al frente de la Sección Topográfica de la Capitanía General. Testimonialmente se le nombró luego Jefe de las fuerzas que debían oponerse en el Centro de la isla al avance norteamericano. Perdidas fulgurantemente las últimas colonias, Larrea desempeñó nuevos servicios en Canarias y la península, alcanzando el grado de Coronel de Estado Mayor. Escribió varias obras insertas en el ambiente regeneracionista de la época, entre las cuales destaca "El desastre nacional y los vicios de nuestras instituciones militares". Desde 1906 pasó a ocupar importantes cargos en el ámbito norteafricano, hacia donde habían girado las miras del país. Durante seis años repelió numerosos ataques de los rebeldes locales en el entorno de Melilla. Se le considera una pieza clave en el impulso y aparición de las Fuerzas Regulares, las cuales estaban compuestas por indígenas. Murió en Ceuta en 1913, menos de un mes después de ser nombrado Comandante General de dicha ciudad.

           
A través del expediente estudiado hemos podido acercarnos con más detalle a algunos aspectos del enfrentamiento fratricida que puso fin al Imperio colonial español. La obcecación en el mantenimiento de este Imperio tuvo unas consecuencias trágicas para muchas familias, tanto de la metrópoli como de los territorios de Ultramar. Un último intento de solución de las insalvables desavenencias habría podido consistir en la equiparación provincial con respecto a los territorios peninsulares y en el fin inmediato y no progresivo del esclavismo, si bien estas medidas ya habrían llegado tarde y no habrían satisfecho las expectativas de los criollos, cuyo ideario estaba tremendamente desarrollado, rebosaba idealismo social y contaba con el decidido apoyo estadounidense. El necesario recuerdo de todos aquellos hechos viene facilitado por la posibilidad de consultar la ingente documentación custodiada en los archivos. La Asociación Cultural "Regreso con Honor", presidida por el arqueólogo e historiador Francisco Javier Navarro Chueca, ha elaborado, en colaboración con el Ministerio de Defensa, amplias listas con los nombres y demás datos personales de los soldados españoles fallecidos en la Guerra de Cuba, buscando así la dignificación del trato dispensado a su memoria y a sus restos mortales. Consideramos igualmente que se ha de insistir en la preservación de los múltiples lazos culturales y familiares existentes entre España y Cuba, por encima de los altibajos que puedan experimentar las relaciones diplomáticas. La mejora gradual de las interacciones cubano-norteamericanas abre un panorama esperanzador para el progreso socioeconómico de la isla, tan apegada a su libertad que, sea cual sea su futuro sistema político y constitucional, ya jamás permitirá que otro pueblo la domine.


TRANSCRIPCIÓN DEL INFORME

Comandancia General del Camagüey. Estado Mayor. Puerto Príncipe. Sección Campañas.

Al Capitán actual de la Compañía destacada en las Minas.

Por la Capitanía General se dice al Excelentísimo Comandante General del Camagüey lo siguiente.

= Traslado = Lo que traslado a Usted para su conocimiento y efectos que se previenen.

Día Fecha 3 Febrero 1896.

El Excelentísimo Señor Capitán General dice a este Centro con fecha 22 del mes anterior lo que sigue:

= "Excelentísimo Señor = Sírvase Vuestra Excelencia dictar las más severas órdenes, a fin de que por todas las fuerzas del Ejército y auxiliares se guarde el más escrupuloso respeto a las plantaciones de los ingenios y fincas, poniendo especial esmero en aparecer siempre como decididos protectores de la propiedad, circulando al efecto las órdenes convenientes a los Jefes de columnas, Comandantes de Armas y Comandantes de destacamentos; en la inteligencia de que exigiré la más estrecha responsabilidad por cualquiera queja formulada referente al asunto". =

Lo traslado a Usted para su conocimiento y efectos que se previenen.
Dios guarde a Usted muchos años.
Puerto Príncipe. 1º Febrero 1896.
De Orden de su Excelencia.
El Teniente Coronel Jefe de Estado Mayor.
Francisco Larrea.

Señor Comandante de Ingenieros de esta plaza.

            La urgente necesidad de poner inmediato remedio a la aflictiva situación por que atraviesa hoy Puerto Príncipe, obliga aun a los más indiferentes y despreocupados a fijar la atención en este asunto tan importante a la vez que trascendental y humanitario. Para formar una idea aproximada de los errores de que son víctimas los habitantes de aquella rica comarca, basta leer los diarios de aquella ciudad, cuyo contenido ha sido también reproducido en la prensa de esta capital.

            "Una limosna por amor de Dios" termina diciendo "El Fanal", ilustrado periódico de aquella localidad, en el artículo de fondo de uno de sus últimos números. Cuando la prensa sensata de un país se hace eco de sus principales necesidades, expresándose de un modo tan gráfico y explícito, es necesario convenir no solo en la gravedad del mal, sí que también en las fatales consecuencias que aquella crisis incomparable puede ocasionarnos así material como políticamente considerada.

            Si bien es verdad que todo gobierno debe velar por la tranquilidad y bien estar del país que le está confiado, así como por su seguridad, orden público, cumplimiento en las leyes, mejoramiento de su hacienda, fomento y desarrollo de su industria, artes y comercio, etcétera, no es tampoco menos ineludible el deber de remediar con mano protectora y eficaz los males materiales que le afligen, por consecuencia lógica de las anormales circunstancias por que hoy atravesamos.

            Si para conservar incólumes las leyes orgánicas y sociales de un país, se apela a grandes medidas, medidas que suelen llamarse, por que lo son en verdad, salvadoras, no es tampoco menos importante la necesidad de apelar a ellas hoy cuando tienen por laudable objeto salvar del abismo de la miseria y de los horrores del hambre a un pueblo de 40.000 almas que carecen de toda subsistencia y aun de medios de adquirirla. Considerado pues este asunto humanitariamente, es indispensable, se hace necesaria, toda la atención de nuestra celosa autoridad, para poner término a tan angustiosa situación.

            No serán ciertamente menores las desventajas que a nuestra vista se presentan considerando políticamente el extremo que nos ocupa, pues fácilmente pueden deducirse las consecuencias que ha de reportar aquel triste estado de cosas.

            El hombre que carece de todo recurso, el que después de largos años de acreditada honradez ha regado con su propio sudor el modesto fruto de su trabajo, y que con ejemplar conducta ha podido satisfacer las primeras necesidades de sus familias, el que aun en medio de las turbulencias revolucionarias ha sido vecino tranquilo y fiel dedicándose exclusivamente al trabajo, a la familia y a la observancia de la ley, en fin, al hombre modelo de virtudes, ¿qué recurso le queda, al ver a su madre o a su propia mujer enferma, débil y macilenta, o a sus hijos que le piden pan? ¿Cuál no será su tormento y desesperación al ver que a pesar de sus propias fuerzas y de su aptitud para el trabajo, no puede saciar ni siquiera en parte el hambre que devora a los seres más queridos de su corazón?... Esta situación es terrible y precipita al crimen al hombre más sensato y pensador. Pues bien, este hombre que hoy carece de toda clase de trabajo, que por grande que sea su voluntad en nada puede ocuparse porque están paralizadas en Puerto Príncipe las artes, la industria, el comercio y la agricultura; este hombre para vivir, para no perecer de hambre, para salvar a su familia de la espantosa miseria que demacra sus semblantes, piensa la emigración de Puerto Príncipe, acaricia y halaga esta idea por algún tiempo, y por fin la lleva a cabo arrastrando tras de sí no solo a su familia, a quien trata de salvar, sí que también por egoísmo al mayor número posible de sus conocidos y allegados.

            No puede tampoco pensar en trasladarse a La Habana, donde probablemente encontraría el trabajo que desea, porque carece de recursos pecuniarios para realizarlo, y como su mala situación aumenta, y se hace de cada día peor y más aflictiva, cree que protegido por las hordas insurrectas podrá sembrar y comer; y aunque es vano error, sin ver más allá, ni detenerse en consideraciones filosóficas, desaparece al fin de aquella ciudad; no por convicción, ni porque tenga ideas separatistas, ni aun por simpatías hacia ellas, se va por comer solo para vivir. Pero sea por lo que quiera el motivo que le induce a tomar esta determinación, se va a engrosar las filas de la insurrección con grave perjuicio para nosotros. A éste le siguen otro y otros, porque el mal, lejos de desaparecer, se hace cada día más crónico y sensible, y si en esa peligrosa pendiente nos detenemos a comparar estos resultados, probablemente veríamos por desgracia que es mayor el número de emigrados por esta causa en un período de tiempo dado que el número de bajas que en combates y encuentros parciales hacen nuestras tropas al enemigo.

            Esta misma emigración no solo origina el perjuicio a nuestra causa del número de los que por las anteriores consideraciones pasan a fomentar la insurrección, sino que éstos, una vez allá, desaniman con descripciones exageradas y poco favorables a los que tal vez en su interior abrigarán la idea de presentarse y someterse en primera oportunidad al gobierno de nuestra Nación.

            Por estas consideraciones y otras muchas que fácilmente podrían relacionarse no debe quedarnos la menor duda de los considerables perjuicios que este asunto puede ocasionarnos políticamente, considerada razón que exige igualmente la poderosa y más eficaz iniciativa por parte de nuestra ilustrada autoridad. Para precaver tantos males y a fin de poner pronto remedio a las innumerables calamidades que la prolongación de aquella crítica situación podría seguramente acarrearnos, se nos ocurre el medio, a nuestro juicio más eficaz y provechoso, no solo a mejorar el estado hambriento de aquellos infelices, sí que también a contribuir a la prosperidad y riqueza de este país, tan importante en aquel Departamento.

            Para llenar ambos objetos a la vez existe solo un camino que debe comprenderse con toda la fe y resolución que las circunstancias exigen; este camino salvador consiste, en nuestro concepto, en el mayor ensanche posible y una bien organizada Zona de cultivo, así como su inmediato fomento y reconstrucción, cuyos beneficios se dejarían sentir dentro de un brevísimo plazo, si se tiene en cuenta la fertilidad de aquel terreno, el considerable número de valiosas fincas que, aunque muy inmediatas a la población, hoy yacen abandonadas y sin producción alguna por falta de seguridad personal, y el no menos considerable número de ganado que de todas clases aún vaga en abundancia por las cercanías de aquella ciudad que fue tan rica. Todos estos elementos, reunidos e impulsados con afán y mano hábil, ya por la necesidad, ya también por el convencimiento y general deseo de trabajar, darían en breve y con excesos el satisfactorio resultado que anteriormente dejamos indicado. Esto supuesto, y teniendo en consideración el respetable número de habitantes que hoy pueblan a Puerto Príncipe, cuya cifra se eleva según hemos dicho aproximadamente a 40.000 almas, teniendo también en cuenta las probabilidades de que este número se aumente no solo por la natural inmigración que sobrevendría, sí que también con la próxima afluencia de tropas en aquel punto como base de operaciones del Departamento, el día no lejano en que la guerra se localice por la fuerza de las armas en los vastos terrenos del Camagüey; se necesita pues por esta razón, cuando menos una Zona de cultivo cuya superficie sea suficiente a responder con su producción a todas las necesidades que puedan surgir, siquiera sean las más apremiantes. Para responder debidamente a esta imprescindible exigencia, es necesario que a partir de la ciudad, y con un radio lo menos de tres leguas de longitud, se dé a dicha Zona la extensión de terreno que este radio describe. Este perímetro, que comprendería poco más de 18 leguas, es muy suficiente, bien guardadas y protegidas (como explicaremos más adelante) para producir lo que el consumo diario reclama aun después de aumentada su población en una tercera parte de habitantes. Este producto principal y ventajosamente alimenticio, ayudado del que independientemente pudiera importarse de esta capital y del litoral de la Isla, constituiría el bien estar general de aquella ciudad, y cambiaría necesariamente la faz de la situación en aquellas comarcas hoy abatidas, dando así vida a la agricultura, al comercio y los demás ramos de riqueza, tan tristemente decaídos hoy, por la fuerza de las circunstancias.

            Si es verdad, según Napoleón, que Dios puso el trabajo de centinela de la virtud, demos pues trabajo, aun a costa de algún sacrificio, a 18 o 20.000 hombres que hoy existen ociosos y desocupados contra su voluntad; en la convicción de que por este camino obtendremos dos grandes resultados, a la vez que de incomparable valor: 1º la riqueza y bien estar de que hoy carecen, y 2º la seguridad también ventajosa de que [con] este mismo trabajo, [con] el cansancio material que consiguientemente produce, y con la satisfacción natural que experimenta el hombre cuando ha llenado cumplidamente todos sus deberes, no tendría ni aun tiempo de distraer su imaginación, pensando algunos por sí y otros por inducción en aventuras guerreras, tan descabelladas como perjudiciales para nosotros.

            Esto sentado, vamos a indicar las condiciones de defensa que deben establecerse en la Zona de cultivo de Puerto Príncipe para que su seguridad sea positiva, es decir, para que sea una seguridad de hecho real y verdadera, con el menor número de elementos posibles, pero que siempre garantice a todos sus habitantes el poder transitar, cultivar, y aun pasear por distracción o recreo dentro del perímetro de la Zona con la misma confianza personal con la que hoy salen desde sus domicilios a la plaza de armas.

            Generalmente hablando sucede casi en todas las Zonas de cultivo que solo salen de la población para ejercer la labranza algunos, muy pocos hijos del país, que desgraciadamente, con razón o sin ella, son los designados por la opinión pública de ser los mensajeros del enemigo, y espías, por consiguiente nuestros propios espías.

            Difícilmente se encuentran peninsulares ni gran número de insulares que se atrevan a salir más allá del recinto de las murallas, o de los puestos de la población; y no sucede esto ciertamente por falta de deseos, ni porque no tengan éstos propiedades que cultivar, en las inmediaciones o dentro de la Zona. Nuestro carácter es suficientemente emprendedor para no mirar con indiferencia las ventajas que produce la agricultura en este fértil terreno; pero la inercia que en este ramo se observa es debida exclusivamente a la falta de seguridad personal y [a] la desconfianza que se tiene en la defensa que generalmente rige en todas las Zonas.

            A nuestros intereses conviene muy mucho extirpar uno y otro mal, 1º porque si verdaderamente los pocos que salen hoy de las poblaciones con el pretexto del cultivo son los portadores de noticias y de efectos al enemigo, sus manejos y su conducta son los más criminales, a la vez que perjudiciales, a nuestros planes y a nuestras operaciones militares, y 2º [porque] la falta de seguridad afecta directamente a la riqueza pública de un modo notable y lastimoso, pues muchos capitales hoy paralizados se invertirían en la reconstrucción de las fincas, si contaran con la garantía necesaria para aquel trabajo.

            En este concepto, y persuadidos de la necesidad de que el radio que debe darse a la Zona de cultivo de Puerto Príncipe es cuando menos de una longitud de tres leguas para que la superficie de esta circunferencia sea bastante capaz a producir en abundancia si quiera los que se llaman artículos de 1ª necesidad, dada la población que hoy encierra y aumentos eventuales que pueden fácilmente ocurrir, nos ocuparemos ahora de la Defensa de la Zona.

            Considerando inscrito un hexágono regular en la circunferencia, cuyo radio hemos indicado, claro es que esto tendría seis leguas de diámetro, este polígono tres leguas también de lado, y su perímetro comprendería 18 leguas de extensión.

            Ahora bien, dada la importancia del objeto que estas 18 leguas están llamadas a representar, así como la conveniencia absoluta de conservarlas con toda la seguridad posible, considerado por las razones expuestas bajo los puntos de vista moral, material, humanitario, económico y político, el primer problema que a nuestra vista se ofrece es el determinar el número de defensores que indispensablemente se necesitan cuando es conocida la estimación de atrincheramiento que deben guardar.

            La solución que pudiéramos encontrar en los textos de fortificación, valiéndonos de las fórmulas que aquellos tratados determinan, si bien sería exacta, no tendría en este caso aplicación directa, en razón a que no debemos perder de vista la necesidad de emplear para esta defensa el menor número de las tropas posibles que constituyen el ejército de aquella División.

            Bajo estas bases impuestas por la necesidad, si bien más adelante podremos contar con mayor número de refuerzos de los que en breve se esperan de la península, creemos pues que el hexágono guarnecido y vigilado convenientemente daría el resultado apetecido. En efecto establézcase en todos los vértices de todos los ángulos del hexágono, o sea en los salientes del polígono, un fuerte atrincheramiento de campaña que podría ser un reducto cerrado con frentes bastionados, capaz para contener 100 defensores y una pieza giratoria de 8 centímetros de largo, con su dotación situada barbeta en una de las diagonales de la obra; según se marcan en el plano final, o bien un reducto circular de dos cuerpos o pisos aspillerados con escalera manuable de madera, cuya entrada se verificaría por el 2º de ellos.

            Estos fuertes tienen la ventaja de ser inaccesibles para el enemigo, una vez retirada la escalera no necesitan del foso, que siempre es perjudicial a la higiene del soldado, mayormente en este país, donde las miasmas que producen las aguas estancadas o terrenos húmedos infestan de calenturas a los Destacamentos, que aún los usan como medio de mayor defensa.

            Estos reductos construidos de piedra o ladrillo bajo la dirección de nuestros inteligentes Oficiales de Ingenieros contienen como hemos dicho dos grandes cuerpos, uno bajo y otro principal, quedando la explanada de la parte inferior con las condiciones necesarias para contener una pieza giratoria que tendría, siendo la que dejamos indicada de 1.500 metros de alcance. Dos escaleras interiores comunican con el cuerpo bajo y explanada. El primero sirve de depósito a las provisiones de boca y guerra, y el principal de dormitorio a las fuerzas que lo guarnecen.

            Aunque por su elevado volumen presentaría esta obra mayor blanco al enemigo no es atendible este inconveniente en razón a que el nuestro no dispone de Artillería.

            El ejército Alemán, que hoy se halla en la cabeza del mundo militar, ha dotado como más convenientes las fortificaciones circulares, fundándose en que aun cuando este sistema envuelve un número infinito de sectores privados de fuego, son sin embargo menos temibles sus efectos que los que se observan en los sectores también privados de fuego de las obras angulares, por más que se achaflanen sus ángulos salientes; y en efecto todo enemigo dirige como puntos objetivos de ataque estos notables sectores por cuyos puntos tienen la seguridad de ser menos molestados por el fuego de los defensores. Con este sistema tendríamos en el perímetro de tres en tres leguas establecidos seis grandes fuertes y en condiciones cada uno de resistir con ventaja cualquier ataque que el enemigo intentara por los puntos expresados, aun cuando lo verificasen con número muy superior. En los intermedios o puntos equidistantes de estos fuertes establézcanse otros de iguales dimensiones y defensas y tendremos en todo el límite de la Zona doce grandes puntos de apoyo separados entre sí solo por legua y media de distancia y todos ellos suficientes a poner la más segura resistencia; ahora entre cada dos fuertes consecutivos constrúyase un fortín con elevada torre para guarnecer ocho hombres.

            Éstas son en resumen las obras a nuestro juicio indispensables para la verdadera defensa y seguridad de la Zona; pasaremos a indicar el número de defensores de estas obras y de la Zona, así como el servicio que cada una de estas fuerzas debe desempeñar. Estableciendo 100 hombres de Infantería en los doce fuertes principales y la dotación correspondiente a una pieza, puede cada uno de estos fuertes cubrir la guarnición del fortín inmediato por su derecha, que debe constar de ocho hombres y un Sargento.

            Dos Batallones de 600 plazas cada uno, o sea 1.200 hombres, es la fuerza necesaria para guarnecer debidamente las obras de guarnición que dejamos indicadas. Sin embargo, estos elementos de defensa no serían aún por sí solos suficientes para dar a dicha Zona toda la seguridad que su importancia reclama. Se hace también necesario que en cada lado del hexágono se establezca una pequeña columna volante compuesta de 300 hombres de Infantería, con la exclusiva misión de recorrer con pequeña velocidad y sin cansancio el trayecto que media entre tres fuertes consecutivos, o sea la distancia de tres leguas, con la obligación de recorrer dicha línea cuando menos dos veces al día, es decir, una al ir de un punto a otro y otra de regreso, verificándolo siempre a distintas horas, procurando el jefe que mande respectivamente cada una de estas columnas acampar para hacer los ranchos en los puntos intermedios del fuerte principal y del fortín, cuyo igual proceder observarían para los descansos necesarios de su tropa, así como también para pernoctar.

            Estas seis columnas en constante movimiento y teniendo a su cargo tan reducida extensión, ejercerían una gran vigilancia en dichos trayectos; cuyos terrenos llegarían a serles perfectamente conocidos, concluyendo por ser todos los mejores prácticos de aquellas cercanías.

            No es ni aun probable que el enemigo tratara de detener el paso de estas columnas, en primer lugar porque el número de éstas es suficiente no solo a defenderse con ventaja, sino también capaz para tomar la ofensiva en todos los casos que generalmente pueden presentarse; además estas columnas, aun suponiendo fuese atacada una de ellas por fuerzas considerables, tienen a su inmediación puntos de protección y de apoyo, y fuerzas que pronto acudirían en su auxilio, si las extraordinarias circunstancias del caso así lo exigieran. Las columnas contiguas de su línea podrían afluir al lugar del combate si esto fuera preciso. Además en la Ciudad de Puerto Príncipe, como cuartel general de la base de operaciones, debe procurarse haya siempre disponible para un momento dado 200 hombres de fuerza montada para acudir en el acto al punto de la Zona que en vista de avisos oficiales se sepa que está amenazado o atacado.

            Además de la vigilancia que como hemos dicho ejercerían dentro de cada lado del hexágono dichas columnas volantes, y a fin de que esto fuera mayor, podría también salir de cada uno de los fuertes principales un destacamento de 40 hombres con dos Oficiales hasta llegar al fortín inmediato por su derecha, o sea el suyo respectivo, en cuya operación relevaría diariamente al destacamento del mismo, marchando acompañados los entrantes y salientes de aquel servicio por los expresados 40 hombres; evitando de este modo el aislamiento de una pequeña fracción.

            La columna de 300 hombres que hemos indicado en cada lado del hexágono se fraccionaría en dos columnas de a 150 cada una, siempre que no se tuviese noticia cierta de que el enemigo estuviera reunido en gran número en su respectivo trayecto.

            Entonces éste quedaría a 3/4 de legua, cuya mínima distancia podrían recorrer dichos 150 hombres cuatro o cinco veces al día; ejerciendo como es consiguiente por este medio mucha mayor vigilancia, pero siempre con la precisa obligación de pernoctar reunidos los 300 hombres que corresponden a cada lado de dicho hexágono. Estas columnas establecerían durante la noche emboscadas en sus inmediaciones y en los puntos que se considerasen de más fácil acceso del límite del perímetro, retirándose al ser de día, lo cual verificaría también en la proporción que corresponde la fuerza que cubra los 12 fuertes principales.

            Para el complemento de seguridad de la Zona se establecerá también una estacada entre cada fuerte principal y fortín, de suficiente altura y resistencia, que construirán ambas fuerzas bajo la dirección del Jefe de ellas, excepto en los puntos de monte espeso, [donde] se limitarán a cortar por su pie los árboles que entran en la línea con el nombre de "Tumba y deja". Éste es un ventajoso obstáculo para el enemigo, a la vez que impediría la salida de reses y demás ganado en las fincas limítrofes de la Zona. Los fortines de referencia, una vez dotados de la elevada torre que dejamos consignada, mantendrían en la parte más elevada un centinela y un vigilante, proveyéndose además dichas torres, así como los fuertes principales, de un anteojo de campaña que tuviese las buenas condiciones que su servicio requiere; pues aun cuando el enemigo siempre que intente penetrar en la Zona lo verificará probablemente de noche o de madrugada, horas que más se prestan a las sorpresas, y a las cuales no tiene aplicación el expresado anteojo, sin embargo es casi seguro que antes de intentar llevar a cabo esta empresa explore de día los puntos más accesibles por donde intente verificarlo, pues difícilmente podrá ni conocer la situación distinta de las columnas ni sabrá tampoco el enemigo si por los puntos por donde piensa pasar y que no poniendo tal vez francos estén las columnas ya pernoctando o acampando; por esta razón necesita, como hemos dicho antes, explorar de día y aun verificarlo muy a menudo, para cuyo objeto lleva el anteojo de campaña una ventajosa misión.

            Es principio fundamental del arte de la guerra que cuanto mayor sea la celeridad de las vías de comunicación de que disponga una base de operaciones más rápidos serán los movimientos tácticos del Ejército que la ocupa y por consiguiente más breves y satisfactorios los resultados de las combinaciones estratégicas que conciba el General o Jefe de Estado Mayor de un Ejército en campaña.

            En este concepto sería pues muy conveniente que los 12 fuertes principales estuviesen unidos respectivamente con la Ciudad de Puerto Príncipe por medio de un hilo telegráfico que pusiera en inmediato conocimiento del Comandante General no solo todas las novedades que pudieran tener lugar en el perímetro de la Zona a fin de que tomara en el momento las medidas que su talento militar le aconsejara, sí que también sería este hilo telegráfico de provechosa utilidad para comunicar órdenes y recibir noticias de los Jefes de las columnas que operan fuera de la Zona y que como diremos más adelante se racionarían en los cuatro fuertes que determinan los cuatro puntos cardinales de aquella población.

            Se nos puede hacer observar a pesar de todo lo dicho que si bien el enemigo no empuñaría combate formal con los fuertes y columnas persuadido o escarmentado de su importancia ante la mutua y eficaz defensa que unos y otros pueden en un momento dado prestarse, procuraría sin embargo introducir en la Zona cuatro o seis hombres con objeto de causar daño eligiendo para ello los puntos de más fácil acceso del hexágono. Pero nosotros desde luego podríamos asegurar y lo demostraríamos que esto es tan difícil que suceda como difícil es también penetrar en un edificio en que no se conoce ni el número de sus defensores ni el de los medios de defensa con que aquéllos cuentan o disponen.

            En primer lugar, careciendo el enemigo de toda comunicación o aviso con los habitantes del interior del perímetro, lo cual se puede positivamente conseguir (por más que algunos dicen que no), no es de suponer que cuatro ni seis hombres aislados traten de penetrar en la Zona, burlando con sumo riesgo y trabajo la constante vigilancia de las columnas, fuertes, fortines, destacamentos y emboscadas; porque éstos no solo debieran de tener en cuenta los medios de entrar, sino que se presentarían seguramente y a su vista más difíciles y peligrosos los puntos de segura retirada, y esta circunstancia les obligaría a discurrir que no compensan para ellos las ventajas que les reportaría mandar una "instancia" o desjarretar algunas yuntas de bueyes ante la necesidad de introducirse para ello en una red de tan difícil como peligrosa salida. Sin embargo, a fin de precaver todos los casos, aun dado el improbable de que esto pudiese suceder (y aun cuando estas observaciones competen el buen celo del Jefe de la Zona), debe prevenirse a todos los trabajadores y dueños de fincas de ellas que inmediatamente que en sus respectivas propiedades vieran o supieran que existe algún enemigo o persona sospechosa están en el deber de dar inmediato aviso al fuerte, columna o destacamento que a su paso hallaren o estuviera más próximo, o bien al Comandante General o Jefe de la Zona, si esto fuese más breve.

            Haciendo observar puntualmente esta obligación, considerando que la Zona estaría entonces siempre frecuentada y teniendo en cuenta de que por el temor que otro de los vecinos diera antes aviso de la presencia de los pocos que pudieran penetrar, y descubrirse por consiguiente la complicidad, dado caso que alguno de los morosos pudiese tenerla, es probable también que esta circunstancia [impulsase] a los menos y a los más adictos a dar noticia instantánea de lo que ocurriese, tanto por conservar sus propiedades y riquezas cuanto por no sufrir las consecuencias de la Ley, concluyendo aunque de un modo indirecto por vigilarse mutuamente los mismos habitantes y trabajadores entre sí. Además tanto para prevenir a éstos cuanto para que las columnas adyacentes de cada fuerte y fortín tengan aviso de noche de la proximidad [del] enemigo [sería conveniente que] existiera en cada reducto un depósito de 50 cohetes que se inflaman dándoles una dirección vertical a la superficie del terreno con los intervalos que determine el Comandante del fuerte. Así mismo debe existir otro pequeño depósito de granadas de mano.

            Por lo que dejamos expuesto y a fin de conservar la Zona del cultivo con la debida necesidad, [y con la] seguridad que permita trabajar con confianza a toda clase de habitantes de aquella población, se necesitan según hemos demostrado tres mil hombres de Infantería y la dotación correspondiente a doce piezas.

            En concepto de alguno podrá parecer exagerado el número de estas fuerzas, pero si se detiene a considerar los importantes beneficios que estas mismas fuerzas nos repartirían, caso de llevarse a cabo este proyecto, convendría seguramente con nosotros [en] la necesidad y conveniencia de no disminuirlas. ¿Quién no comprende hoy la ventaja de disponer en Puerto Príncipe de tan considerable terreno cultivado y en floreciente producción, capaz por sí solo a dar de comer a todos sus habitantes?...

            Parece natural citemos la superficie que debe comprender esta Zona, pero mudando de nuestro modesto proyecto y de la aceptación que se le puede dispensar, no hemos juzgado de absoluta petición el consignarlo con datos matemáticos, toda vez que siempre podría más efectuarlo [si] nuestra idea fuese acogida con benevolencia y sancionada por el ilustrado criterio de nuestra superior autoridad. Por otra parte tampoco hemos hecho gran esfuerzo por determinar dicha superficie, comprendida la facilidad de obtenerla, y que no puede ocultársele al que menos conocimientos geométricos posea; te bastaría para ello multiplicar el perímetro del polígono hexagonal de referencia por la mitad de su apotema.

            Si es verdad que [a] grandes males corresponden grandes remedios creemos sin temor de equivocarnos que es mayor el daño que por todos conceptos nos hace la situación actual de Puerto Príncipe que el perjuicio que podría irrogarnos el emplear para evitarlo las fuerzas que hemos designado.

            Además puede darse un doble objeto a los fuertes principales que ocupan los cuatro puntos cardinales de aquella localidad; estos fuertes podrían con gran utilidad ser cuatro grandes puntos de racionamiento para las columnas de operaciones en [el] interior de la Zona, cuyas columnas podrían racionarse en cualquiera de ellos sin necesidad de llegar a la ciudad, con lo que se conseguiría, además de la brevedad en esta operación, para emprender nuevas operaciones evitar el cansancio de las 6 leguas que existen desde uno de los fuertes a la población considerada en su venida y regreso. Los convoyes que proveerían estos fuertes solo tendrían que marchar por el interior de la Zona y podrían verificarlo sin necesidad de escolta y protección.

            Las columnas que frecuentemente se racionarían en estos puntos imprimirían también mayor seguridad y confianza al objeto que nos proponemos.

            Desígnese después un Jefe activo como prudente e ilustrado, que con hábil tacto y dotado de una política conciliadora y de atracción se haga cargo de aquella Zona: a fin de que dictando medidas bienhechoras y de general conveniencia llegue a ser el primer protector de los intereses que allá afluyan, en la seguridad que por estos medios conseguirá no solo el afecto y respeto de todos, sí que también la satisfacción de haber prestado a su patria uno de los más importantes y útiles servicios.

            Una vez establecida la Zona en esta forma y dotada por consiguiente de la seguridad que traerían consigo las medidas que para ello dejamos indicadas queda al elevado juicio de nuestra dignísima autoridad resolver otro de los problemas [que] inmortalizarían una vez más su nombre, llevándose tras de sí la bendición y máxime agradecimiento de todo un pueblo. Nos referimos a las fincas, caseríos y demás terrenos hoy embargados y que quedarán después dentro del perímetro de la Zona.

            Estas fincas, divididas en lotes proporcionales, podrían adjudicarse por lo pronto gratuitamente a los pobres [y] demás familias que carecen de propiedades y recursos para arrendarlas, no solo con el fin [de] que las cultivaran y reconstruyeran, sí que también para que les sirviera de elemento para crearse un humilde porvenir, aun cuando después de puestas por ellos en producción se les exigiera un pequeño censo anual, que fácilmente podrían entonces satisfacer para ayudar de este modo y en la proporción que todos debemos a las obligaciones de nuestro Tesoro Nacional. Una ley especial determinaría en este caso las bases a que quedarían sujetos los dueños de fincas el día que por la Junta clasificadora se levantara el embargo de las mismas, teniendo esta ley en cuenta como principio de equidad los sacrificios y mejoras llevadas a cabo por los colonos en aquellas propiedades.

            No terminaremos este modesto escrito sin antes dedicar una página de admiración y gratitud a la filantrópica y elevada conducta del que es hoy Excelentísimo Señor Comandante General de aquel Departamento, Don Federico Esponda y Morell.

            Este distinguido Oficial General, guiado de un sentimiento que tanto honra y enaltece a nuestras autoridades, y penetrado de la crítica situación por [la que] atraviesan sus gobernados, y haciendo tal vez un sacrificio irreparable, distribuye con mano pródiga a los más necesitados de aquella localidad no solo las raciones que como limosna pide para ellos, sí que también nos consta reparte casi todo su sueldo entre los pobres, para de este modo aliviar en parte las necesidades de aquellos desgraciados.

            Decía también Napoleón que la verdadera recompensa de los caudillos es la opinión de sus "conciudadanos". La nuestra como militares, y la del pueblo que tan dignamente gobierna, no puede ser otra que la más favorable para el Brigadier Esponda; acepte pues esta ligera muestra de consideración y respeto no solo [en] nuestro nombre, sí que también en el de los habitantes de Puerto Príncipe, los cuales no dude desean ardientemente una propicia ocasión en que probar a su gobernador toda la extensión de su gratitud y reconocimiento. Fin.


Hojita anexa con anotaciones:

-Torre de 16 metros de diámetro; tiene 201,062 metros cuadrados de superficie, a razón de 2 metros cuadrados por hombre y faltan Oficiales.

-Fuerte. Tomemos el tipo de San Jerónimo, con cubierta de teja y paredes de forma en tabla.

-Telégrafo. 12 telegrafistas y material para igual número de estaciones. Unos 150 kilómetros de línea telegráfica.

-Superficie de la zona. Unas 24 leguas cuadradas.

-Calcula al Príncipe con 40.000 almas.