domingo, 1 de marzo de 1998

AMOR SÁFICO


“Te conducían lindos tus veloces gorriones sobre la tierra oscura” (Safo a Afrodita)

Los interesados por la figura de Safo han dicho cosas tan dispares acerca de ella que han contribuido a envolverla en una niebla de dudas. La cuestión sáfica generó toda clase de aventuradas interpretaciones ya desde la Antigüedad. Dionisio de Halicarnaso (60-7 a.C.), al aludir a los más altos modelos de estilo literario, señaló a Safo como la principal exponente de la poesía lírica. Gracias a una transcripción de este autor nos llegó el “Himno a Afrodita”, el poema más conocido de Safo, y tal vez el único que se conserva completo. Este poema ilustra las preocupaciones de la poetisa, centradas en el amor, la tristeza, la nostalgia, el abandono, los celos, el deseo, la ternura, el pietismo… Safo supuso una innovación en el ambiente cultural de su época, pues introdujo la palpitación poética femenina, así como el amor personal como principal asunto poético. La poesía de Safo ha dado lugar a numerosos equívocos por su carácter intencionadamente ambiguo, en parte religioso y comunitario, y en parte exquisitamente íntimo. En sus composiciones se unen de maneras no fáciles de entender lo espiritual y lo concreto, lo humano y lo natural, el presente y el mito, lo comparado y la comparación. El lenguaje desplegado por Safo en sus versos se caracteriza por la sonora sencillez. Su tono poético suscitó gran admiración en el seno de la cultura grecorromana. Aristóteles (384-322 a.C.), filósofo marcadamente misógino, apuntó que en Mitilene se honraba a Safo a pesar de ser mujer. Esta última circunstancia provocó prejuicios en muchos de los autores que se acercaron al estudio de la poetisa. Adquirió por ejemplo fama de lasciva por el contenido de las palabras con las que expresaba abiertamente su feminidad. Los autores teatrales atenienses de la “Comedia Media” (400-323 a.C.) relacionaron sentimentalmente a Safo con el marino Faón. Con este último se creó la falsa pero exitosa historia del suicidio de Safo en el promontorio de Léucade, relato que inspiró a distintos pintores románticos del siglo XIX. Ovidio (43 a.C.-17) recogió persuasivamente en su “Herodia XV” grotescas historias sobre la inmoralidad de la poetisa, cuya imagen llegó así deformada a la literatura occidental posterior. Fue Ovidio el que exclamó: “Mira a Safo, ¿qué más lascivo que ello?”. Los alejandrinos del siglo I a.C. también se afanaron por pintar a Safo con tonos oscuros, proyección quizás de su propio pensamiento. Séneca (4 a.C.-65) alude a que un gramático llamado Dídimo (63 a.C.-10) invertía su tiempo en investigar la “profunda” cuestión de si Safo fue prostituta. Tiene sin duda una fuerte base misógina el cuestionar como hetera a una mujer por la concepción libre del amor como tema central de sus versos, trasluciendo ello en realidad sorpresa por la calidad artística de los mismos.

Conocemos algunas de las tiernas reacciones que la poesía de Safo generó en personajes de gran envergadura histórica. Algunas de esas reacciones están con seguridad fantaseadas, pues nos han llegado versiones diferentes de las mismas. Estobeo, recopilador altomedieval de escritos clásicos, indica que Solón (638-558 a.C.), el gran legislador ateniense, escuchó una tarde una canción de Safo en labios de su nieto. Quedó tan complacido con la misma que pidió al muchacho que se la enseñara, pues quería aprenderla antes de morir. Otra versión de este suceso reflexiona acerca de que Solón se sentía especialmente emocionado por la nostalgia de la poesía lírica porque era un tipo de versificación que a él no se le daba bien realizar. Cuando su sobrino Esecéstides le leyó un poema de Safo dijo exageradamente: “¡Ahora puedo incluso morir!”. En un epigrama atribuido a Platón (427-347 a.C.) podemos leer: “Dicen que hay nueve musas. ¡Los desmemoriados! Han olvidado a la décima: Safo de Lesbos”. En una de sus obras Platón designa a Safo como “musa mortal entre inmortales musas”. Sabemos que Sócrates (470-399 a.C.) llamaba a la poetisa “la bella Safo”, no por su belleza física, sino por la belleza de lo que escribía. Estrabón (63 a.C.-19), al referirse a las figuras ilustres de Mitilene, no escatima elogios al arte poético de Safo. Pronto adquirió ésta un renombre considerable que provocó el que su imagen quedase plasmada en monedas, estatuas y cerámicas pintadas. Cicerón (106-43 a.C.) nos informa de que una estatua broncínea de Safo fundida por Silano fue robada del pritaneo en Siracusa. En esta ciudad siciliana Safo estuvo al parecer brevemente exiliada, probablemente por las luchas entre facciones oligárquicas que agitaban la isla de Lesbos por entonces. Sabemos también de la existencia de una estatua de Safo en Bizancio hacia el siglo V de nuestra era. El prestigio de la poetisa llevó a algunos autores de mente novelesca a imaginar la existencia de otra Safo, convirtiéndola en centro de sorprendentes historias en las que quedaba muy mermada su dignidad. Ninfodoro, político griego del siglo V a.C., quiso alumbrar la cuestión sáfica al afirmar que pudo haber dos Safos: la hetera nacida en la pequeña población lesbia de Ereso, cuna también del filósofo y botánico Teofrasto (371-287 a.C.), y la poetisa nacida en Mitilene, principal polis de Lesbos. Ambas localidades se disputan el ser el lugar de nacimiento de Safo.

Para entender todos los matices que ha ido adquiriendo a lo largo de los siglos la figura de Safo en el pensamiento occidental es necesario partir de lo poco que sabemos con certeza de ella, como su condición femenina, su contexto educador, su concepción apasionada de las relaciones amorosas y su brillantez poética. Los datos que conocemos de la vida de Safo proceden tanto del contenido de sus propios poemas como de diversas tradiciones, más o menos sospechosas o próximas a la verdad, entre las que hay que incluir comentarios e incluso biografías de autores antiguos. El “Marmor Parium” (264 a.C.), la “Suda” (enciclopedia bizantina del siglo X) y varios papiros nos proporcionan valiosa información sobre la escritora. Los fragmentos que conservamos de Safo son escasos y ambiguos, lo que facilita su interpretación errónea. En época medieval fueron quemadas por mandato eclesiástico muchas de las composiciones que todavía se conocían de Safo, especialmente las de índole sexual más descriptiva, señal de que su contenido erótico o amoroso, en muchos casos lésbico, era juzgado como contrario a la moral. Aunque en vida gozó del afecto de la mayoría de la población de Mitilene, Safo comprobó también cómo sus dedicaciones educativas suscitaban suspicacias. Taciano (120-180) no dudó en atacar su imagen, mientras que el bilbilitano Marcial (40-104) la convirtió en objeto de burdas insinuaciones, en consonancia con el estilo desenfadado de sus epigramas.

Ateneo, en el tránsito del siglo II al III de nuestra era, hizo referencia a que para distintos autores griegos Safo pudo mantener relaciones amorosas con Alceo (630-580 a.C.), Anacreonte (572-485 a.C.), Arquíloco (680-645 a.C.) e Hiponacte (siglo VI a.C.). El peripatético Chamaileón (350-275 a.C.) también atribuyó caprichosamente a Safo relaciones sentimentales con Anacreonte, a pesar de la incoherencia cronológica. Todos estos rumores surgían y se alimentaban sin apenas base real, dados los escasos datos verdaderos que se manejaban de la poetisa, cuya vida enigmática contribuía a extender relatos imaginarios. Las relaciones sexuales de Safo con otros escritores de su época son probablemente fruto de la fantasía, si bien, por coordenadas cronológicas y espaciales, el mejor candidato a amante como par poético habría sido Alceo. Ambos constituyen los grandes exponentes de la poesía lírica escrita en eólico. Dentro del contexto habitual de las prácticas bisexuales en Grecia y añadiendo los convencionalismos sociales impuestos por la tradición, está claro que Safo estuvo también con algunos hombres, si bien su poesía parece transmitir la preferencia por el amor hacia sus pupilas. No tiene demasiado sentido utilizar a Safo como icono del feminismo radical, ya que ella no concibió la convivencia con los hombres como un enfrentamiento por la paridad de derechos. Demostró versificar mejor que casi todos los hombres, pero sin querer competir con ellos más allá del marco educativo y literario. Asumió la función que la sociedad griega de su época le permitió desempeñar, situándose al frente de la formación de pequeños grupos de mujeres jóvenes a las que preparaba para el matrimonio. Éstas serían en su mayoría de familias de condición socioeconómica privilegiada.

El mundo sáfico es difícil de comprender desde todas aquellas perspectivas culturales alejadas del final de la época arcaica griega, que fue el período en el que vivió la poetisa. La propia Safo era consciente de que ni siquiera la gente de su época comprendía del todo su visión de las relaciones interpersonales y del trato dispensado a sus discípulas: “A las que amé no sin recibir críticas”. Horacio (65-8 a.C.) supo valorar el legado poético de Safo: “Todavía respira el amor y viven los ardores confiados a las cuerdas de la muchacha de Lesbos”. Máximo de Tiro, al estudiar en el siglo II la pedagogía erótica de Safo, creyó descubrir precedentes del platonismo, al mezclarse en ella lo espiritual, lo poético y lo sensual. Son perceptibles las similitudes existentes entre el amor sáfico y algunos de los esquemas de pensamiento que se han ido extendiendo entre las mujeres en las sociedades modernas de los países desarrollados. Pero una importante diferencia radica en que el amor sáfico estaba dotado de un fuerte ritualismo, de modo que no desdeñaba la protección religiosa. Ésta no servía sólo para dar carta de naturaleza a las relaciones maritales ante la sociedad, sino que también acompañaba la iniciación amorosa entre mujeres. El amor sáfico, expresado con delicadeza femenina, era pasional y cambiante, anhelaba la posesión de la belleza ajena, caía en celos y pesares si la correspondencia no era perfecta. Mientras que algunas tradiciones literarias se centraron en elogiar el arte poético de Safo, otras lo vituperaron al considerar que inspiraba amores perversos. Una adecuada crítica poética debería deslindar siempre el análisis de la calidad de los versos de la moralidad de su contenido. Por ejemplo, el virtuosismo métrico y estético del rap está fuera de toda duda, a pesar de que algunas de sus letras inciten al odio y a la violencia, lo que a su vez da más fuerza a las composiciones de este género. No debemos aplicar conceptos morales modernos al análisis de la temática de los versos de Safo. La poetisa no obligaba a sus alumnas a mantener relaciones con ella, si bien el magnetismo de sus enseñanzas predispondría a algunas de las muchachas en este sentido. Sólo las favoritas recibirían proposiciones de la maestra, y ya avanzado su proceso educativo, es decir, pocos meses o años antes de que fueran entregadas en matrimonio oficial. No hay que pensar por tanto en una iniciación homosexual sistemática como la practicada en el ejército por los varones espartanos. Hoy en día se juzgaría con severidad el que una maestra iniciase sexualmente a algunas de sus alumnas, ya que se consideraría que se habría valido de su posición de educadora para arrastrar la voluntad de las muchachas en su favor, tratándose por tanto de un amor asimétrico, viciado de raíz. La angustia de los amores mantenidos por Safo radicaba en parte en que la muchacha que en cada caso estuviese con ella se marcharía pronto para cumplir su función social de casarse con un varón con el que concebir nuevos ciudadanos.

Es bastante discutida la cronología de la vida de Safo, si bien se piensa que pudo morir hacia el año 580 a.C., en fecha similar al poeta Alceo. En algunos versos Safo muestra tristeza por envejecer, lo que revela que su vida no fue corta. Era pequeña y frágil. Tenía pelo negro y piel tostada. Sus ojos eran muy pardos, casi negros. No era muy guapa. Ella misma reconocía que su carácter tenía componentes alocados e infantiles. Estuvo casada con Cércilas, aristócrata de la isla cicládica de Andros. Con él tuvo una hija, tan bella como “las flores de oro”, a la que puso el nombre de su madre, Cleis, “a la que no cambiaría por toda la Lidia y ni siquiera por la adorable Lesbos”. Según una de las versiones de su vida, el padre de Safo se llamaba Escamandrónimo. Sus hermanos eran Lárico, Caraxo y Erígüio. Era de clase noble, ya que en caso contrario su hermano Lárico no habría podido ser copero en el pritaneo de Mitilene. En cuanto a Caraxo, según Heródoto (484-425 a.C.), hizo negocios en la exótica colonia grecoegipcia de Náucratis, y luego se arruinó por causa de una hetera tracia, a la que Safo llamaba Dórica. En uno de sus poemas, Safo manifiesta su deseo de que jamás Dórica vuelva a estar sentimentalmente unida a su hermano. Podemos decir que Safo pertenecía a una familia distinguida en la que algunos de sus miembros desplegaban actividades comerciales. A pesar de su origen nobiliar, la familia de Safo pasó en ocasiones por dificultades económicas, las cuales se reflejan en algunos de sus poemas. Por ejemplo, en un fragmento Safo expresa que no puede comprar a su hija el tocado lidio que a ésta se le ha antojado. Otros versos revelan que obtuvo ingresos de sus amigas.

Safo aseguraba que “la riqueza sin virtud no es vecino inofensivo”. En sus poemas defiende valores que están por encima de los de la vieja aristocracia a la que ella misma pertenecía. Criticaba a las mujeres nobles de Lesbos, entre las que se encontraban sus rivales Andrómeda y Gorgo. Algunas de las mujeres aristócratas a las que Safo criticó es posible que dirigiesen otros grupos de muchachas, haciéndolo de forma más ajustada a la tradición. Safo anteponía el prestigio proporcionado por la sabiduría y el arte poético al prestigio innato de los “aristoi”. A pesar de que Safo indica optar por el silencio antes que por el recrudecimiento del rencor, se nos conserva de ella un duro texto que suena casi a maldición: “Al morir quedarás yerta y de ti nunca memoria / habrá ni nostalgia en el futuro. Porque no participas / de las rosas de Pieira. Mas, ignorada aun en el Hades / vagarás revoloteando por entre oscuros difuntos”. Con estas terribles palabras, Safo vilipendia a una mujer que la ha ofendido, subrayándole que, al no contar con la inspiración de las Musas, será pronto olvidada. Actúa Safo en este caso con excesiva crudeza y vanidad, al colocarse por encima de otra persona sólo por saber escribir bien. El llegar a ser siempre recordado no es un mérito en sí mismo, ya que esta fama postrera puede deberse tanto a actuaciones positivas como a otras negativas. Y es que acerca de la figura de Safo hay por ejemplo tanta confusión histórica y tantas valoraciones subjetivas que la belleza de su poesía no ha evitado toda clase de especulaciones éticas. Su isla de nacimiento sirvió etimológicamente para poner nombre al lesbianismo. En cambio la etimología de la palabra que designa la enfermedad de la sífilis no está relacionada directamente con Safo, a pesar de la similitud consonántica. El término proviene de Siphylo, personaje del poema “De morbo gallico”, escrito por el médico veronés Girolamo Fracastoro (1478-1553).

Diversos documentos testimonian un destierro de Safo en Siracusa, breve y de fecha imprecisa. Las causas de este exilio están relacionadas con la tiranía de Mírsilo. Posteriormente Safo regresó a Mitilene, donde vivió inmersa en su círculo de amigas en la época en que Pítaco ejercía en la ciudad el lustroso cargo de “aisymnatas”. No pasó su destierro en el mismo lugar en que lo hizo Alceo. Y tampoco compartió con Alceo el posterior exilio en Asia que éste sufrió por mandato de Pítaco. Es probable que Mírsilo confiscara las tierras de la familia de Safo de igual forma que hizo con las de Alceo. La poetisa parece referirse despectivamente a Pítaco en uno de sus fragmentos. Censura a las mujeres de los Pentílidas, con una de las cuales se casó Pítaco. Coincide con Alceo no sólo en las críticas vertidas contra el poder hegemónico de Pítaco, sino también en las dirigidas contra los Polianáctidas. Tras su destierro, Safo se abstuvo de intervenir en la política. Calias indica que la poetisa educaba a las mejores muchachas de la isla, recibiendo también alumnas de Jonia. Nos habla tanto de la buena fama pedagógica de Safo como de las características de las chicas que frecuentaban su casa. Sus limitaciones económicas debieron ser coyunturales, ya que de otros fragmentos poéticos se deduce cierto gusto por el lujo, en forma de fiestas, perfumes y vestidos caros. Ella misma afirmó: “Necesito del lujo como del sol”. Dentro de su círculo de mujeres acomodadas, lo que más satisfacción proporcionaba a Safo era su don poético. Lo ejercía casi siempre con un peculiar enfoque religioso, y no tanto para alardear ante sus compañeras. Su hermano Erígüio parece que vivió algún tiempo con ella, y también tuvo que acoger a su hermano Caraxo cuando éste se arruinó. En los textos que se conservan de Safo, ella no habla ni de su padre ni de su esposo, que no eran el objetivo prioritario de su pasión poética. El renombre lírico de Safo la convertía en el centro de la vida social y familiar de la que formaba parte.

Safo pasaba mucho tiempo en el círculo de sus amigas. Algunas de ellas eran las mujeres de ciudadanos de diversas “poleis”, mientras que otras eran sus jóvenes discípulas. Safo consideraba su casa como “la casa de las servidoras de las Musas”. Su escuela seguía un esquema similar al de algunas escuelas filosóficas, organizándose en este caso en torno al culto a las Musas, inspiradoras de la creación artística. En el período en que estuvo al frente de este círculo femenino, Safo desplegó una intensa actividad poética. Entre las composiciones que realizaba, se encontraban los epitalamios para bodas, obras que en su mayoría eran de encargo y cobradas. Podemos ver en el círculo de Safo algo así como la réplica de los centros aristocráticos que tenían los varones. A diferencia de lo que ocurría en estos últimos, Safo no hablaba a sus amigas de guerra ni de política, salvo esporádicamente. Prefería los temas festivos, autobiográficos, familiares, religiosos y eróticos. Invocaba de manera preferente a las divinidades relacionadas con las mujeres y el amor, tales como Afrodita, Hera, Ártemis, Eros, Persuasión, las Musas y las Gracias. Lo erótico estaba muy presente en la poesía sáfica. La poetisa aludía en sus canciones a las relaciones que mantenía con sus amigas. Éstas procedían tanto de Lesbos como de las ciudades griegas de Asia Menor. Su poesía reflejaba el estrecho contacto existente entre la isla de Lesbos y el continente asiático. De Lidia procedían muchos de los objetos suntuarios que usaban las mujeres nobles de Lesbos, y a Lidia se marchaban con frecuencia para desposarse las jóvenes educadas por Safo. Sardes, la espléndida capital de los lidios, era el destino de algunas de estas muchachas, indicio quizás de la utilización de los enlaces matrimoniales para sellar alianzas entre las élites de Mitilene y Lidia. El ejército lidio es el modelo de belleza que ensalzaban los varones, y al cual Safo oponía la consideración de que lo más bello es lo que uno ama. Cuando Safo pone como paradigma una boda mítica, elige la de Héctor y Andrómaca en Troya, revelando así su gusto orientalizante. En tiempo de Safo, en la isla de Lesbos se tejían elaboradísimos vestidos de influencia asiática, muy apreciados como objetos de importación en otros lugares de Grecia, y signo del refinamiento alcanzado, para bien o para mal, por su sociedad.

En algunos de sus poemas Safo pide a Afrodita que las muchachas a las que ama cedan a sus requiebros. Otras veces se dirige a ellas directamente, exponiéndoles sus sentimientos amorosos. Para ello recurre con frecuencia a comparaciones y modelos míticos, adornando su propósito. Safo manifiesta dolorosamente su amor por las jóvenes que van unirse a los hombres. Se queja de las que se fueron y la olvidaron, así como de las que la traicionaron con otras mujeres. Recuerda incesantemente dichosos tiempos pasados en los que estaban junto a ella Attis, Anactoria y Arignota. Compara a las muchachas, comprende la volubilidad de su amor, las consuela y promete no olvidarlas. Algunos versos de Safo traslucen un excesivo elitismo, en el sentido de querer remarcar las diferencias entre las jóvenes educadas por ella y aquéllas a las que considera rústicas, que en su opinión no saben llevar bien el peplo, ni acicalarse, ni caminar con elegancia. Estas consideraciones se contradicen con el hecho de que Safo afirme valorar más la poesía que los convencionalismos sociales. Su concepción de la belleza confundía la belleza natural con los elementos usados para potenciarla. Para Safo, el cuerpo de la mujer es una gran expresión de la belleza, y a la descripción de sus características, diferentes en cada amada, dedicará muchos versos.

A medida que envejecía en su círculo pedagógico, la poesía de Safo se iba tornando más melancólica. El contraste entre el marchitarse de su propia belleza y el esplendor de la belleza de sus alumnas le traía a la mente pensamientos tristes. Se resistía a no poder disfrutar más de las diversas manifestaciones de la belleza femenina. Pensaba que cada vez le sería más difícil captar el interés amoroso de las muchachas por las que se interesase. Se obsesionó en exceso con el paso del tiempo, como si el mismo la hiciese ser menos bella, en lugar de atender más a valores imperecederos. Incluso llegó a decir en uno de sus poemas que cierto anhelo de morir la dominaba. La percepción de su decadencia física llevó a Safo a familiarizarse con la idea de la muerte, reflexionando en algunos de sus versos sobre la misma. Diversos fragmentos sáficos en prosa descubiertos en Egipto han llevado a algunos autores a afirmar que la poetisa tuvo una vejez tranquila, resignada y casi edificante. No es la vejez por sí misma lo que hizo que Safo convirtiese su tono poético final en bastante fatalista, sino más bien las consecuencias que traía, al alejarla de los goces de la pasión amorosa. La sobrevaloración de la belleza externa de las personas y de las cosas hizo que cayese con frecuencia en la superficialidad, de modo que en un momento avanzado de su vida notaría la falta de alicientes existenciales. Utilizó la metáfora de la manzana difícil de alcanzar, por estar en lo más alto del árbol, para aludir a la mujer que no podía conseguir. En el ámbito griego la manzana era considerada un símbolo erótico relacionado con Afrodita, lo que explica su aparición en diversos episodios míticos de asunto amoroso. Roma heredó algunas de las connotaciones sensuales de esta fruta, de modo que la expresión “tirarle las manzanas a alguien” significaba declararle el amor. A las proposiciones amorosas que le llegaron por parte de varones siendo ya mayor, Safo respondió esquivamente, intentando orientar el interés de sus pretendientes hacia las mujeres jóvenes.

La inspiración poética de Safo rebasaba el ámbito de su escuela para chicas, pues algunos de sus fragmentos aluden claramente a amores de tipo heterosexual, tanto propios como ajenos. En sus composiciones recoge temas tradicionales, como el de la muchacha tan enamorada que no logra tejer, el de la joven que cuenta su amor a la madre, y el de la mujer que espera la llegada del amante. Introduce diálogos en algunos de sus poemas para hacerlos más intensos, reproduciendo seguramente el sentido de algunas de sus propias conversaciones amorosas reales. Safo no apreciaba incompatibilidad entre la pertenencia a su círculo femenino y el desarrollo de la vida conyugal y familiar. Con frecuencia el matrimonio no iba acompañado del amor, pues se trataba de algo así como un contrato privado relacionado con la estirpe y la vida social. En sus epitalamios Safo elogia el aspecto y el carácter de los novios, pero criticando en ocasiones el rol heterosexual de las amigas de la novia, como si éstas fuesen una poderosa influencia que echarían a perder pronto la suya propia. Su percepción lésbica hace que Safo vea a la novia como el jacinto que va a ser pisoteado, llorando por el hecho de que se produzca la pérdida de su virginidad. Por tanto es muy probable que las relaciones sexuales que Safo mantuviese con las jóvenes antes de que éstas se casasen no supusiesen la alteración de su virginidad, reservada al novio y su “flexible tallo”. Safo presenta al consorte masculino como una especie de gigante o invasor al que se acepta porque constituye la normalidad. Mira con celosa admiración al novio que sentado escucha las dulces palabras de la novia. Experimenta un amago de desmayo al ver a la muchacha para ella prohibida encandilada del novio, sintiéndose “apenas distante de la muerte”. En algunos de sus epitalamios, Safo se dirige alternativamente al novio y a la novia, casi como si de la oficiante de la boda se tratase, remarcando rítmicamente aspectos alegres en el día de su unión, sumándose así a las comunes felicitaciones.

Frente a una sociedad fuertemente masculina, con sus instituciones e ideales, Safo encarna la existencia de una sociedad femenina, cuyos ideales en muchos casos no coinciden con los de los hombres. Ambas sociedades se encuentran a través del matrimonio, pero éste no supone una convergencia de los valores característicos de ambos grupos. El círculo sáfico es un grupo femenino inestable en cuanto a que las muchachas que lo integran pueden separarse del mismo fácilmente, por causa del matrimonio, la inserción en otro grupo más conservador, el cambio de residencia… Las relaciones internas del círculo están sometidas a variaciones. El grupo está unido frente a otros y frente a la sociedad de los varones por lazos centrados en el culto y en su “eros”, así como por la figura carismática de Safo. Todas las asociaciones griegas tenían unos orígenes próximos al culto, lo que se manifiesta también en la escuela de Safo. Con sus himnos, la poetisa pedía la ayuda de las divinidades, invitando además a éstas a participar en las celebraciones. En los poemas de Safo aparecen habitualmente descripciones de actos relacionados con el culto, como sacrificios y libaciones. El propio acto de embellecer el cuerpo antes de entregarlo al amante tenía un importante componente religioso. El adornarse con coronas, ramilletes y guirnaldas de flores no era algo meramente estético, sino que tenía también una significación ritual. Tanto la poesía como el erotismo son proyectados por Safo hacia ámbitos místicos en los que están presentes los dioses. La escuela sáfica no era un “tíaso”, grupo cuyo culto se centraba en un solo dios, como el que organizaba comitivas con trances festivos para honrar a Dionisos. El círculo sáfico buscaba la protección de diversas deidades, principalmente vinculadas con lo amoroso y lo femenino, y también relacionadas con la lozanía de la vegetación y los fenómenos orgiásticos. La poesía suscitaba desenfreno espiritual en un contexto de amor libre. Safo, siguiendo una tendencia ya iniciada por el poeta Alcmán de Esparta, realizó un desplazamiento conceptual de los ámbitos de acción de Afrodita. Partiendo del amor heterosexual y de la fecundidad, Afrodita pasó a interesarse por deseo de Safo en la protección del amor lésbico. Es preciso recalcar que aunque los poemas de Safo arrancan en esencia del himno y de cantos relacionados con el culto, son ya poemas personales hondamente subjetivos. Safo no era sacerdotisa ni pretendía serlo, sino que actuaba como iniciada, componiendo cantos de alabanza y súplica a las deidades, susceptibles de ser ritualmente repetidos.

En los poemas de Safo se aprecia la creencia de que el amor alcanza a la persona por la acción de determinadas deidades. Afrodita y sus divinos secuaces tienen poder para que el amor se realice o muera. Por otra parte, las cualidades del ser amado provocan la aparición del deseo en el amante. Así pues, el amor es para Safo tanto obra divina, una especie de hechizo, como la herida que provoca la belleza ajena. La concepción que Safo tiene del amor supone también el traslado de una serie de asuntos poéticos desde su clásico contexto heterosexual hasta posiciones lésbicas, adaptándolos a la expresión de sus sentimientos amorosos. Safo transmite a sus amigas y a su público valores de signo propio relacionados con la belleza, el “eros”, la naturaleza y la vida, traspasando ampliamente el amor de tipo heterosexual. Descubre en el amor nuevos objetivos distintos al de la procreación, valorando incluso el amor como fin en sí mismo, cuestionando a la vez sus antiguos límites. No tiene reparo en describir tanto apreciaciones muy personales sobre lo que siente como situaciones muy íntimas: “Y ungías toda tu piel… / con un aceite perfumado de mirra”. Para Safo, la prueba de que el amor es amor es el estremecimiento. Esta reacción es tanto física como interior. El amor pasional presenta claros síntomas: “Amor ha sacudido mis sentidos, / como el viento que arremete en el monte a las encinas”. La poetisa se lamenta en algunos de sus versos de la resistencia que opone a sus requerimientos la joven por la que se interesa. Pero se muestra confiada en llegar a conseguirla, con la ayuda de Afrodita. Incluso piensa que puede tornar su desdén en arrebato amoroso. Cuando no consigue a la mujer a la que ama, cae en la tristeza, la rabia o los celos, como si el despecho la quemase. No siempre es la belleza lo que la enamora: “Me enamoré de ti, Attis, hace tiempo. Entonces… / me parecías una muchacha pequeña y sin gracia”.

Safo transformó una época dura para las antiguas aristocracias en una vida agridulce con sus amigas. Se sumergió en un mundo un tanto irreal, en el mundo paralelo de su poesía, impregnada de religiosidad. Con la descripción subjetiva de la belleza objetiva supo crear nueva belleza. Renovó y dulcificó el arte poético de su tiempo, adaptándolo a la expresión de los sentimientos femeninos. Entronizó los valores individuales de que hacían gala las mujeres nobles de Lesbos, valores que en muchos casos denotaban superficialidad. A Safo no le interesaban demasiado los héroes homéricos ni los entresijos de la vida cotidiana de los dioses. No continúa con la poesía civilizadora y teogónica de Hesíodo, ni expresa líricamente los ideales de la polis o del comercio. Prefiere elogiar a las muchachas bellas, describiendo cómo tejen, cantan y danzan. Encuentra inspiración en las jóvenes más sabias, más piadosas, más tiernas, más gráciles… Enseña a las jóvenes a asemejarse a las Musas. El velo religioso con el que se adorna la poesía sáfica matiza la expresión del amor y la voluptuosidad. Todo tipo de amor es encuadrado por Safo en un contexto religioso, desde el amor sentido hacia su hija, su esposo, su familia y sus amantes masculinos hasta el experimentado hacia otras mujeres o hacia sí misma. La vocación educacional de Safo superó las dificultades impuestas por las críticas de otros círculos pedagógicos más tradicionales, en los que el arte poético no estaba tan presente. En su escuela Safo educaba a las doncellas en diversas técnicas, intentando que prendiese en ellas el gusto por lo fuertemente emocional. Sus alumnas se integrarían en coros de canto, grupos de música y cortejos de danzantes, participando activamente en las festividades civiles y religiosas de la isla. A la vez que aprendían labores útiles para su futura vida matrimonial, adquirirían nociones de escritura. Los valores sáficos asumidos irradiarían más adelante en sus respectivos hogares, demasiado constreñidos con respecto a la libertad antes experimentada.

Homero, en el libro IX de “La Ilíada”, destaca la belleza incomparable de las mujeres lesbias y su destreza en las labores textiles. Esta laboriosa tradición centrada en la realización de toda clase de tejidos debía corresponderse con un alto sentido social del lujo, que probablemente entrañaba la búsqueda femenina de nuevas formas de deslumbrar que intensificasen el poder de su gracia natural. Este refinamiento lesbio está claramente plasmado en la lírica sáfica. En algunos fragmentos, descubrimos a Safo enseñando a su hija Cleis qué adornos le convienen a una muchacha rubia y cuáles favorecen más a una muchacha morena. En otros poemas hace comentarios desafortunados sobre las mujeres que no saben vestirse o cubrirse los tobillos, como si eso supusiese un gran problema. Celebra el que una joven se ponga una túnica blanquísima a cuya sola vista se desata el deseo. La excesiva importancia concedida a la vestimenta femenina estaba en consonancia con el notable refinamiento alcanzado en la danza, la música y el canto. Todo ello combinado pretendía conmover profundamente a los que asistían a cada celebración. Safo logró magistralmente poetizar las cosas triviales y elegantes, envolviéndolas en una idílica naturaleza, alejándose del bronco sucederse de las luchas civiles que inestabilizaban Mitilene.

El surgimiento de la lírica supuso una ruptura en la cultura de la Grecia arcaica. La poesía anterior, de tipo homérico, había sido hecha por hombres cuyo perfil se desdibujaba en un horizonte legendario. Los poetas cantaban el destino de los pueblos, la vida de los dioses, los sucesos bélicos, las fundaciones de ciudades. Su inspiración estuvo al servicio de realidades ajenas a sí mismos. Por el contrario la poesía lírica empezó a centrarse en lo cotidiano. Muchos de los nuevos líricos no se ocupaban de reflejar un mundo de valores eternos, sino la vida corriente, menesterosa, colmada de contradictorias pasiones y ternuras. En la obra sáfica la vida íntima alcanzó un alto grado de consolidación poética. Safo permaneció fiel a sus coordenadas amorosas, sin rebasarlas apenas para meterse en veleidades políticas. En vez de contemplar ejércitos galanamente pertrechados marchando al combate, preferiría poder mirar el rostro de Anactoria. Se pone al lado de la vilipendiada Helena, aprobando su amor por Paris, a pesar de las terribles implicaciones que conllevó el mismo para muchos griegos. Para Safo lo más bello es lo que uno ama, pues existe una fusión entre la belleza y el amor, así como entre lo bueno y lo bello. Uno de sus fragmentos ha recibido dos traducciones: “El que ahora sea bueno, lo será siempre” (según la restauración de Reinach) y “El que ahora sea bueno, después será bello” (según la restauración de Hermann). El primer caso ilustraría el valor que Safo concede a la belleza interior, la cual puede ser sólidamente adquirida a través de una correcta educación. El segundo caso supondría un antecedente poético de algunos planteamientos platónicos. La poetisa comprende tanto el amor femenino dirigido hacia un hombre como el dirigido a una mujer, de modo que el “eros” sáfico es multidireccional, confuso, cambiante, optando a veces por formas convencionales de amar y a veces por otras desligadas de la tradición. No hubo en Safo una actitud antimasculina, sino más bien un seguimiento a ultranza del amor sublimado, fuese heterosexual o lésbico. Nunca antes de ella la poesía amorosa griega había alcanzado tanta intensidad espiritual, sensual y lírica.

El lenguaje amoroso utilizado por Safo rebosa frescura y sencillez. Para ella el amor es una incalculable verdad. Poetiza las situaciones cotidianas y las impresiones que éstas producen en su ánimo. Entremezcla en las enseñanzas impartidas a sus alumnas la devoción religiosa con la libertad para amar. De las festividades agrarias en las que participaban los coros provendrían las numerosas menciones que en la poesía sáfica hay sobre jardines y frutos. Safo convirtió a Afrodita en el principal referente espiritual de las muchachas de su escuela, a las que animaba a pedir la protección de la diosa. Con ella se sinceraba poéticamente, manifestándole cuál era en cada caso su estado de ánimo. Su devoción por Afrodita, desmedida en comparación con la que antes habían sentido hacia ella otros artistas, era tan profunda que consideraba que la diosa le inspiraba, elevándola hasta un intenso estado emocional, propicio para la creación poética. Safo consideraba que Afrodita era la dueña del corazón humano, pródiga o severa, tierna o terrible.

La luna, referencia habitual entre los poetas de todas las épocas al conectar su contemplación a todas las generaciones humanas, está también presente como mecanismo inspirador en Safo: “Alrededor de la hermosa luna los astros ocultan sus brillantes cuerpos, cuando más que todos alumbra, llena, sobre la tierra oscura”. Las noches en que Safo está sola, sin amante, la luna y las Pléyades se convierten en sus metafóricas compañeras. Rompe en ocasiones la serenidad de la noche si le asalta la inspiración poética, o piensa en el lecho versos para el día posterior. Safo dirige en primera instancia su poesía a sus amigas, aunque es consciente de que la misma tendrá fuerza suficiente para rebasar el ámbito educacional mitilenio. El deseo amoroso es el motor de gran parte de las composiciones sáficas. Es un deseo tiránico, un sentimiento eléctrico, que si no se satisface produce dolor. Cuando el amor que siente por alguna muchacha no es correspondido la poetisa se queja, indicando que aquellas personas a las que más ama son precisamente las que más le dañan. Para describir su estado de agitación interior, Safo recurre a veces a la comparación con el efecto que tienen en la tierra los fenómenos naturales. Sus luchas interiores la llevan incluso a escribir que tiene dos almas. Safo juzga a veces de manera ligera a otras personas que no conoce mucho, quizás por sobrestimar lo físico y la capacidad de lo físico para traslucir lo interior. Aunque cantó principalmente a la belleza, algunos fragmentos revelan su admiración por otras cualidades humanas, como la bondad, la inteligencia y la dignidad. A pesar de gustarle el lujo, critica a las mujeres que centran sólo sus afanes en el lucimiento de la riqueza: “Loca es quien por un anillo se envanece”.

El arte sáfico debe entenderse no sólo como fruto de una vocación individual, sino también como parte de un amplio proceso de sociedades en las que la música, el canto y la danza eran prácticas habitualmente cultivadas desde la infancia. Entre los griegos se dieron distintas modalidades de canto alternado, con el melódico acompañamiento de instrumentos de cuerda y viento. La letras poéticas podían ser recitadas o cantadas, sirviendo la lira y la cítara (“khitara”) como ayuda musical para incrementar el efecto emocional en los oyentes. La lírica tuvo en este sentido en la Grecia arcaica un destacado valor social. Su presencia podía ablandar los corazones, y su ausencia endurecerlos. Mucha gente, aun sin haber recibido formación, tenía un elevado nivel de comprensión y gusto por la poesía. Terpandro, de origen lesbio, fue un gran músico al que se deben dos innovaciones estrechamente vinculadas con el nacimiento del ritmo eólico. Por un lado, la introducción del uso de la lira de siete cuerdas, y por otro, el haber intentado el canto con el hexámetro épico de Homero, que al sufrir cambios rítmicos y de extensión, originó una paulatina y rica cadena de variaciones que explican la sencilla majestuosidad de las estrofas eólicas. Éstas adquirieron una especial musicalidad y dulzura temática en las composiciones de Safo.

Según Ménechmos de Sición, Safo fue la primera en usar la pequeña lira llamada “péctidos”, que más tarde se popularizaría. En diversos pasajes Safo expresa su aprecio por la familia instrumental de cuerdas, de linaje aristocrático legendariamente superior al de la flauta, la cual procedía de las costas asiáticas. Ésta se tocaba con frecuencia en compañía de una flauta gemela. Safo escribió muchos de sus poemas con idea de que fuesen cantados con el acompañamiento de cítaras y flautas: “Y la flauta de dulce tonada mezclaba a la cítara / y al repicar de los crótalos sus sones”. Dionisio de Halicarnaso advirtió que los antiguos líricos escribieron siempre en pequeñas estancias (estrofas formadas por varios endecasílabos y heptasílabos combinados), y que fueron pocos los cambios o experimentaciones que acostumbraban realizar. Las estrofas no solían ir más allá de cuatro versos, a veces de sentido completo, pero sin que coincidiese obligadamente la medida estrófica con el pensamiento. La estrofa llamada sáfica consta de tres endecasílabos, el tercero de los cuales se prolonga con un verso adonio, de cinco sílabas, que los gramáticos y editores alejandrinos separaron, formando así una estrofa de cuatro versos. Otra peculiaridad de la lírica eólica es el isosilabismo, es decir, el número fijo de sílabas en un verso, aunque ello no eliminó la distinción natural entre la desigual duración silábica. Dionisio de Halicarnaso consideró que en el himno sáfico a Afrodita los sonidos se enlazan por afinidad de su naturaleza, sin que nada rompa la fluidez melodiosa de los versos. En cuanto al lenguaje utilizado, la sencillez de las palabras de Safo supone un modelo de expresión directa. La poetisa no busca metáforas enrevesadas, sino que enuncia cosas concretas y sentimientos reales, aportando así a sus versos gracia y frescura, dentro además de la perfección métrica. Algunos poemas de Safo muestran una notable influencia de voces, frases y metros propios del dialecto homérico. Este influjo es especialmente marcado en los cantos de himeneo, que utilizaban en ocasiones como verso el hexámetro dactílico. Sabemos que las canciones de boda se entonaban en distintos momentos de la celebración, como en la unión religiosa, en el banquete, en la procesión que acompañaba a la novia a casa del novio, al atardecer, frente a la cámara nupcial, y en las primeras horas del siguiente día. A cada uno de estos momentos correspondería un canto especial con un determinado tipo de versificación. En el banquete nupcial quizás se cantaba en hexámetros dactílicos de tipo épico. El amplio espectro poético de Safo incluye algunas composiciones extrañas de rasgos arcaizantes, quizás fruto de un deseo de experimentación estética.

En la poesía de Safo la visión de la realidad es lineal, sin niveles diferenciados. Se designa el mundo elemental de las cosas, como si su mera enunciación bastara para tenerlas, y de los sentimientos, trasladados al ámbito de la creación artística. La ingenuidad de la poesía sáfica refleja fielmente la realidad, incluso con acumulaciones terminológicas innecesarias. Abundan en los poemas de Safo las oposiciones y los contrastes, apoyados en realidades concretas, a veces algo superficiales. De manera sincera y aparentemente inmadura, Safo expresa sentimientos de gran intensidad, haciendo gala de su dominio de la métrica. En ocasiones no queda claro si ciertos fragmentos sáficos son propiamente epitalámicos o si la poetisa los utilizó al servicio de intenciones propias. Safo realiza desarrollos personales de asuntos tradicionales relacionados con las nupcias. En sus poemas las numerosas alusiones a acciones de culto aparecen difuminadas dentro de un contexto más amplio. Algunas composiciones sáficas se revisten de la forma típica de los himnos, pero para narrar en realidad en muchos casos preocupaciones amorosas íntimas. Por tanto el himno se adapta a lo personal, e incluso en ocasiones no está referido a las grandes deidades, sino a abstracciones pseudodivinas, como el Ensueño. Más lejos del himno quedan aquellos poemas en que Safo cuenta una experiencia, manifiesta una opinión, expresa un sentimiento o describe una situación antigua. Tanto conservando las estructuras métricas tradicionales como empleando otras nuevas, Safo llega a la manifestación de los matices y reacciones de su interioridad. Se recrea en muchos poemas en la repetición de sonidos y palabras, buscando reforzar la musicalidad de los mismos.

La poetisa comienza algunas de sus obras tomando posición acerca de un tema debatido en el banquete. Casi siempre mantiene la estructura ternaria antigua de la poesía monódica, heredando la secuencia de las intervenciones del solista, el coro y nuevamente el solista. Suele incluir un “anillo” en que al principio y al final van la plegaria, la expresión del sentimiento o la opinión, rodeando al “centro”. Este “centro” era tradicionalmente mítico, una expresión del poder de la deidad, que en cierto modo buscaba impulsar a la deidad a atender la plegaria. A veces los mitos son empleados por Safo como un vehículo para ilustrar una máxima inicial. Otras veces los mitos son sustituidos por comparaciones, recuerdos o imaginaciones. Entre todo lo imaginado por Safo destacan las recreaciones poéticas de lugares remotos. En sus poemas solemos encontrar tras el comienzo contrastes y oposiciones con respecto a la idea inicial, para enfatizar la importancia y las implicaciones de ésta. Después viene el cierre, que puede ser el de “anillo”, una repetición algo ampliada, una conclusión temática o una exhortación. Hay poemas sáficos que no responden a los esquemas anteriormente expuestos, pues los resortes expresivos de la poetisa configuran una unidad muy libre, moldeable. Los mitos, la naturaleza, los recuerdos y los sentimientos actuales se entremezclan armónicamente en cada composición. Con reminiscencias homéricas y préstamos populares, Safo creó un nuevo modo poético de expresión. Algunas de las pulsiones presentes en la poesía de Safo pueden rastrearse también en los cánticos de Alceo, si bien es acusada la disparidad temática. El resultado final de muchos de los poemas de Safo adquiere cierto aspecto de conjuro, de fórmula ritual mediante la cual conseguir el amor de la persona deseada. Esta atracción es colocada por Safo en el altar del culto, en cuanto a que busca la ayuda de las divinidades para que llegue a consumarse.

Uno de los papiros de Oxirrinco alude a que Safo escribió nueve libros de odas, elegías y otras composiciones. La “Suda” menciona también yambos y epigramas, y Servio habla de un libro de epitalamios. Se ha discutido sobre si los nueve libros eran de odas y los epitalamios formaban un libro décimo, o si todo quedaba comprendido en los nueve. Lo que sí es claro es que la edición de Safo a que estas afirmaciones se refieren es una edición alejandrina, bien la de Aristófanes de Bizancio (257-180 a.C.) o bien la de Aristarco de Samotracia (216-144 a.C.). El hecho de que Safo fuera muy estudiada en la Antigüedad nos ha proporcionado numerosos comentarios acerca de sus obras. Se calcula que la obra de Safo debía de abarcar entre los diez mil y los doce mil versos. Es probable que se conservase íntegra hasta al menos el siglo III de nuestra era, pues Ateneo afirmó que se había aprendido todos sus poemas amorosos. Ahora tan sólo conocemos unos cientos de fragmentos, desentrañados por los estudiosos. Varios fragmentos distintos, combinados, han permitido en ocasiones reconstruir mejor algunos poemas sáficos. Estas líneas rotas nos sirven para evocar los sentimientos que tuvo una mujer griega, salvados del olvido gracias a que sabía versificar bien. La discontinuidad de lo conservado de sus poemas contribuye a que las interpretaciones sobre su figura sean muy diversas, de modo que la inspiración que ha suscitado en artistas posteriores de todas las épocas ha tenido múltiples signos. El nombre científico en latín de una pequeña especie de colibrí, “Sappho Sparganura”, fue puesto en su honor por el amor que la poetisa demostró hacia los pájaros y por la manera delicada y colorista con la que los describía, así como por tratarse de una especie que “va de flor en flor” y que presenta “larga cola de tijera”.

La manera de representar a Safo ha creado también a lo largo de la historia un amplio abanico iconográfico. En las monedas mitilenias su pelo aparece recogido en un “sakkos”, paño o redecilla que, además de tener una función estética, hacía que las mujeres griegas no se viesen molestadas por su largo pelo en la realización de sus múltiples tareas. En muchas imágenes posteriores la cabeza de Safo es adornada con coronas de flores, especialmente violetas, siguiendo los versos que le dedicó Alceo. Otras veces es coronada con laurel, en alusión a sus méritos artísticos. Puede presentar también una o más cintas en el pelo, llevarlo suelto o recogido en distintos tipos de moños, adornándose en ocasiones con tocados más complejos. Aunque la misma Safo escribió que era de pelo negro, algunos artistas la pintaron con el pelo más claro. Entre los románticos tuvo gran éxito el tema de su suicidio por amor en el promontorio rocoso de Léucade, a pesar de ser una historia falsa o una historia referida a una Safo distinta. Es común representarla en compañía de su lira o de su cítara, a veces tocándola para otras mujeres, forma icónica de aludir a su lesbianismo. Otras obras la presentan desnuda o semidesnuda, al ser referente de la libertad sexual. Cuando se la viste con peplo se pretende acentuar más su labor artística en un contexto social conservador. Mientras que algunas imágenes la muestran atormentada por amor, otras la insertan en escenas gratas, incluso de cierto sopor dulce. Contrastan también las representaciones en las que Safo está sola en la intimidad de una estancia con las que la ubican en celebraciones comunitarias, en las que los elementos arquitectónicos griegos se integran armónicamente con el paisaje insular, siendo de frecuente aparición el mar.


BIBLIOGRAFÍA:

-García Gual, Carlos; “Antología de la poesía lírica griega (siglos VII-IV a.C.)”; Alianza Editorial; Madrid; 1980.

-Montemayor, Carlos; “Safo. Poemas”; Editorial Trillas; México; 1986.