sábado, 1 de junio de 1996

LAS GUERRAS ENTRE GRIEGOS Y CARTAGINESES EN SICILIA


“¿Eres verdaderamente cartaginesa?” – Juan Eduardo Cirlot

ORÍGENES DE LA PRESENCIA FENICIA Y PÚNICA EN SICILIA

Es poco lo que sabemos acerca del primer siglo de historia de Cartago, peculiar colonia tiria cuya mítica fecha fundacional es el 814 a.C. Sus dilatadas e intensas relaciones comerciales la llevaron a un auge rápido y a un progresivo despertar militar. El establecimiento de factorías comerciales más o menos permanentes y la apropiación de las colonias tirias occidentales fueron tendencias iniciadas por los púnicos hacia el siglo VII a.C. Progresivamente Cartago asumió el expansionismo fenicio occidental, pasando a englobar en su naciente imperio los enclaves tirios ya existentes. Antes de que los griegos se estableciesen en Sicilia, colonos fenicios desplegaban intensas operaciones comerciales en las regiones costeras de la isla. Se instalaron fundamentalmente en islitas y promontorios, en los que la arqueología sólo ha podido detectar escasas huellas de su presencia. No construyeron muchas estructuras propias de establecimientos duraderos. Movimientos exploratorios precoloniales precederían a la fundación de las factorías isleñas. La llegada masiva de gentes griegas desde el último tercio del siglo VIII a.C. hizo que los colonos fenicios se replegasen a sus enclaves sicilianos más occidentales. Entre éstos destacaban sobre los demás Motia, Panormo y Solunto. Entre los lugares poblados y visitados por colonos y comerciantes fenicios en Sicilia habían estado Fenicunte, Mácara, Mázara, Paquino, Tamaricio y Tapso. Los fenicios, aficionados a los islotes, hicieron también acto de presencia en tres ámbitos próximos a Sicilia: Pantelaria, Malta y Gozo. El crecimiento del estado cartaginés permitió la supervivencia de colonias fenicias occidentales algo abandonadas por la metrópoli, que se veía convulsionada por invasiones de poderes imperialistas.


LAS LUCHAS CONTRA PENTATLO Y DORIEO

Cuando ya declinaba el primer cuarto del siglo VI a.C. el cnidio Pentatlo intentó sin éxito crear una colonia en la región del promontorio Lilibeo. Los fenicios asentados en Motia, Panormo y Solunto lograron junto a los élimos de Segesta expulsar a Pentatlo, que contó con el vano apoyo selinuntio. El contingente expedicionario griego tuvo que establecerse en las islas Lípari. Transcurridos algunos decenios, las ciudades fenicias y élimas de Sicilia se vieron seriamente amenazadas por el expansionismo siciliota, encarnado principalmente en Selinunte y Acragante. Los enclaves agobiados solicitaron el apoyo militar púnico, que no tardó en llegar a través del general Malco. Éste luchó con brillantez en la isla. Sus éxitos implicaron la disminución del autonomismo de las ciudades del Oeste siciliano, que quedaron bajo el influjo cartaginés. Funcionarios púnicos recaudarían impuestos en las ciudades aliadas, cuya política exterior pasaría a estar más coordinada y a ser irremediablemente filocartaginesa. Una oscura batalla librada a las puertas de Selinunte se saldó con la victoria de los cartagineses, que pudieron desde entonces definir el status político de la Sicilia más occidental.

A fines del siglo VI a.C., Dorieo, hermanastro del rey espartano Cleómenes, emprendió una valerosa expedición colonizadora sin el apoyo délfico. Fundó una colonia en la desembocadura del río libio Cínipe. Fue expulsado de allí por una expeditiva acción libiopúnica. Ayudó después a los crotoniatas a conquistar Síbaris. No se le ocurrió mejor sitio para establecerse que la región siciliana de la belicosa Érice. La nueva ciudad se llamó Heraclea, rápidamente destruida por segesteos y cartagineses. El propio Dorieo murió, sellando con el fracaso esta intrigante expedición espartana, quizás concebida para suavizar las tensiones sociales de la metrópoli y para buscar prósperas tierras de cultivo. Uno de los jefes de la expedición de Dorieo, llamado Eurileón, se hizo con Heraclea Minoa y poco después con la tiranía de Selinunte. Las victorias sobre Dorieo, sólo parcialmente calificables de púnicas, sirvieron a los cartagineses para proclamar que tenían medios suficientes con los que evitar molestas intrusiones en las regiones sometidas a su influjo. Gelón, tirano de Gela y más tarde de Siracusa, emprendió hacia el 490 a.C. un contraataque frente a púnicos y segesteos por razones principalmente políticas y comerciales. Pidió en vano el apoyo espartano con la excusa de querer vengar la muerte de Dorieo. Las primeras luchas de Gelón contra los cartagineses tuvieron un desenlace indeciso.


LA BATALLA DE HÍMERA

En el año 483 a.C., Terón de Acragante, con el beneplácito y el apoyo de Gelón de Siracusa, se apoderó de la colonia norsiciliana de Hímera, expulsando a su tirano Terilo. Éste incitó a una expedición vengativa a su yerno Anaxilao de Regio. También los cartagineses quisieron participar en esta prometedora empresa, la cual facilitaba el reforzamiento de su presencia militar en Sicilia. Los ambiciosos planes cartagineses, de naturaleza netamente expansiva, fueron ya puestos en relación por los historiadores clásicos con el sobrecogedor impulso persa que se cernía sobre Grecia. Es posible que Jerjes estableciera un pacto ofensivo con los cartagineses, no sin recurrir a ciertas presiones políticas, pues la patria Fenicia estaba entonces en su poder, y los barcos fenicios bajo su mando. Según este hipotético acuerdo militar, los púnicos debían atacar a las colonias griegas de Sicilia a la vez que los persas invadían la misma Grecia. Jerjes quería así evitar que los siracusanos estuviesen en condiciones de prestar apoyo armado a Grecia cuando él la asaltase. Para Huss, no parece descabellada la hipótesis de que la situación política y militar del momento correspondiese a un ambicioso proyecto conjunto de persas y púnicos. El imperialismo de los cartagineses pudo verse por tanto incentivado por las agradables palabras con las que los diplomáticos persas les describieron el futuro del Mediterráneo.

Transcurría el año 480 a.C. Un poderoso ejército cartaginés, dirigido por Amílcar, llegó en numerosas naves hasta Panormo. El núcleo fundamental de este ejército estaba compuesto por mercenarios reclutados a lo largo de los tres años anteriores en África, Hispania, Galia, Liguria, Córcega y Cerdeña. Como lugares de procedencia de los mercenarios hispánicos se han propuesto las Baleares, el Levante y el Sur peninsular. En algunos casos los mandos militares cartagineses dedicarían cierto tiempo a adiestrar y disciplinar a sus mercenarios. Según fuentes exageradas, las fuerzas cartaginesas presentes por entonces en Sicilia ascendían a 300.000 soldados. Los púnicos disponían además de una flota de 200 barcos de guerra. Algunos de los barcos de carga que transportaban caballos y carros a Sicilia se perdieron durante la tempestuosa travesía. Desde Panormo el ejército y la flota púnicos avanzaron hacia Hímera. Era ésta una colonia griega fundada por gentes llegadas de Zancle (Mesina) hacia 648 a.C. En su establecimiento habían participado los llamados milétidas, exiliados procedentes de Siracusa. Hímera contaba con una extensión de tierra laborable en el valle de su río homónimo, pero sus dimensiones fueron siempre reducidas.

Los cartagineses acamparon al Oeste de Hímera. Con algunas tropas escogidas, Amílcar arrolló a los himereos y acragantinos que defendían la ciudad. Terón, tirano de Acragante y dominador por entonces de Hímera, pidió auxilio militar a Gelón, tirano de Siracusa. Éste se dirigió a marchas forzadas hacia Hímera con la compañía de 55.000 soldados. Poco después de llegar al escenario bélico, los jinetes de Gelón causaron estragos entre los combatientes púnicos, que sólo tenían unas pocas fuerzas de caballería. Amílcar había enviado un mensajero a Selinunte solicitando el apoyo de los jinetes de esa ciudad. El mensajero que llevaba a Amílcar la respuesta de los selinuntios fue apresado por el ejército siracusano. Gelón se valió de la información obtenida, de modo que sus jinetes, haciéndose pasar por los aliados selinuntios esperados por Amílcar, entraron en el campamento cartaginés, mataron a los altos mandos e incendiaron las naves enemigas. Al amanecer, la infantería griega derrotó a la púnica, que luchó sin ánimo al ver destruida su escuadra naval. Los soldados siracusanos que entraron después en el asolado campamento púnico con intención de saquearlo fueron vigorosamente repelidos por un contingente ibero. En cuanto a Amílcar, hay tres versiones acerca de su destino. Según una tradición siciliota, desapareció sin dejar rastro después de su derrota. Las otras dos narraciones aluden a su indudable muerte, bien a manos de los soldados siracusanos o bien en un acto suicida presidido por el fuego sacrificial.

En acción de gracias por su victoria, Gelón levantó un santuario junto a Hímera. Y en el santuario apolíneo de Delfos consagró al dios unos trípodes votivos. Las negociaciones de paz tuvieron lugar en Siracusa. Gelón se mostró indulgente hacia los ministros “plenipotenciarios” cartagineses. El importe de las indemnizaciones de guerra ascendía a 20.000 talentos de plata. Los ministros negociadores púnicos prometieron entregar a Damárete, mujer de Gelón, una corona áurea, pues ella había contribuido a suavizar las condiciones del tratado. Parece que el acuerdo no aludía a delimitaciones fronterizas. Para Huss, ello pudo deberse a que Gelón, sabiendo que la obtención de nuevos territorios beneficiaría más bien a su suegro Terón de Acragante, no quiso insistir en el asunto, que por otro lado había entorpecido las negociaciones de paz con los púnicos. No tardaron algunos autores griegos en ver sincronismos mágicos entre las victorias de Hímera y Salamina, ocurridas en el mismo año. En cambio Aristóteles consideró que la coincidencia anual de ambas batallas había sido pura casualidad, sin que ello probase la existencia de un escondido pacto persa-cartaginés. Las consecuencias de la derrota púnica en Hímera han sido en ocasiones exageradas por la historiografía moderna. El supuesto repliegue de Cartago, así como su hipotético aislamiento, son argumentos que deben ser matizados, como ya indicó Whittaker.


LA POLÍTICA CARTAGINESA EN SICILIA TRAS LA BATALLA DE HÍMERA

La actitud política cartaginesa en Sicilia en el período que va desde el 480 al 410 a.C. se caracterizó por la falta de intervencionismo en los asuntos ultracomerciales de las colonias griegas. Podemos hablar de un cauteloso distanciamiento de los púnicos, los cuales no dieron a sus anteriores adversarios griegos motivos para que atacasen sus baluartes occidentales. Las ciudades griegas que habían sido aliadas de Cartago durante los sucesos de Hímera entraron luego en la órbita de la confederación promovida por el tirano Gelón. Incluso Anaxilao de Regio dio a una hija suya por esposa a Hierón, hermano de Gelón, como garantía de amistad. El conformismo cartaginés y la posición sobresaliente adquirida por Gelón contribuyeron a que en Sicilia reinase por entonces una profunda paz. Cuando en el 476 a.C. los himereos se rebelaron contra la tiranía de Trasideo, hijo de Terón, los cartagineses se abstuvieron de intervenir en las negociaciones establecidas entre ambos bandos. En el año 474 a.C., Hierón obtuvo una gran victoria naval sobre los etruscos cerca de las costas de Cime. Los cartagineses no participaron en esa guerra, a pesar de que en el pasado habían establecido esporádicas alianzas militares con los etruscos.

A partir del 465 a.C., con la abolición de la tiranía en Siracusa, se puso en marcha en toda Sicilia un proceso de democratización que modificó en profundidad el carácter de las relaciones mantenidas entre sí por las ciudades griegas de la isla. Los cartagineses permanecieron al margen de estos cambios políticos, sin alterarse por los contactos militares que establecían las distintas colonias grecosicilianas entre sí. Ni siquiera la alarmante concentración de fuerzas sículas bajo el mando de Ducetio pudo cambiar el rumbo precavido de la política exterior púnica. A mediados del siglo V a.C., la ciudad élima de Segesta, tradicional aliada de los cartagineses, suscribió un tratado con la misma Atenas, la cual aspiraba a quebrantar la superioridad comercial ejercida en la isla por Corinto. No parece que los púnicos vieran en esta decisión de los segesteos un gesto de enemistad. En el año 454 a.C., Segesta mantuvo a orillas del río Mázaro un conflicto militar, si bien no sabemos exactamente con qué ciudad. Su rival, según Diodoro, fue Lilibeo, pero este enclave cartaginés en realidad no existía por entonces. Si su rival fue Motia, algo poco probable, ello indicaría una ruptura temporal de las buenas relaciones mantenidas tradicionalmente por élimos y púnicos. Es posible que el oscuro conflicto del que hablamos enfrentase a Segesta con otro establecimiento élimo, y no púnico.

Refiriéndose al año 442 a.C., Diodoro indica que los cartagineses por entonces no habían violado en ningún caso los convenios suscritos casi cuatro décadas antes con Gelón. En el año 439 a.C., los siracusanos se propusieron extender su dominio sobre mayores territorios sicilianos y suritálicos, pero de modo lento y gradual. Los púnicos se mantuvieron a la expectativa. Las ciudades jonias de Regio y Leontinos, amenazadas por el expansionismo siracusano, buscaron la ayuda de Atenas. Tras un período de cierto sosiego, ambas colonias, en el 433 a.C., renovaron sus tratados con la gran potencia de la Grecia continental. Ya nos encontramos con ejércitos atenienses en Sicilia en el 427 a.C. Habían acudido a la isla con el pretexto de apoyar ciertas reivindicaciones fronterizas de Leontinos frente a la poderosa Siracusa. La guerra se desarrolló por espacio de dos años, sin afectar apenas a la parte púnica de la isla. Durante la enérgica contienda, las ciudades sicilianas más pequeñas se vieron en peligro de desaparición. Pronto sintieron los leontinos y sus aliados que el verdadero motivo por el que los atenienses les prestaban ayuda era el deseo visceral de hacerse con la hegemonía siciliana a través del aniquilamiento del poder siracusano. Los púnicos deseaban que ni Atenas ni Siracusa saliesen vencedoras de estas luchas fratricidas. Esperaban que las ciudades siciliotas más pequeñas pudiesen conservar su relativa autonomía. Tanto éstas como las comunidades sículas, sicanas y élimas se vieron libres del influjo determinante de una sola potencia tras la celebración de la conferencia de Gela en el 424 a.C.

Eran habituales en el marco político siciliano los enfrentamientos entre Segesta y la colonia megarense de Selinunte. En uno de estos conflictos, acaecido en 416 a.C., los selinuntios se impusieron a los segesteos. Pero no se resignó Segesta, sino que buscó apoyos militares dispares con los que volver a hacer frente a sus sempiternos enemigos. En primer término la ciudad élima pidió la colaboración conjunta de Acragante y Siracusa. Los segesteos pensaban que si ambas ciudades les prestaban un exitoso apoyo coordinado, éstas refrenarían a la vez sus respectivas aspiraciones expansionistas. Acragantinos y siracusanos, que por entonces mantenían sustanciales diferencias políticas, rechazaron la petición de ayuda lanzada por Segesta. El enclave élimo recurrió en segunda instancia a Cartago, la cual se negó a involucrarse en los conflictos militares sicilianos. Por último los segesteos pidieron ayuda a Atenas, a pesar de que conocían los métodos opresivos empleados por ésta para extender sus áreas de influencia política. Puede que Segesta pidiera ayuda económica a algunas de sus ciudades vecinas para atraer así a los atenienses. Parte de estos recursos financieros quizás fueron aportados por los baluartes púnicos de la isla para promover así la guerra entre los griegos.

En el contexto de la guerra del Peloponeso, los atenienses decidieron intervenir en Sicilia en contra de los intereses de Siracusa. La expedición ateniense, incentivada por el inquietante Alcibíades, fue comandada por los generales Nicias y Lámaco, que no pudieron evitar un estrepitoso fracaso. Durante esta contienda, desarrollada entre los años 415 y 413 a.C., parece que tanto los siracusanos como los expedicionarios atenienses solicitaron infructuosamente el apoyo cartaginés. La prudente política desplegada por Cartago en Sicilia en el período 480 – 410 a.C. benefició enormemente a los enclaves que mantenía en las costas occidentales de la isla. Por entonces Motia, Panormo y Solunto experimentaron un crecimiento económico constante en un clima de paz que les permitía desarrollar sus potencialidades comerciales. Gran parte de la prosperidad de Acragante se debió sin duda a las intensas relaciones mercantiles que mantenía con Cartago.


REINICIO DEL EXPANSIONISMO PÚNICO EN SICILIA Y DESTRUCCIÓN DE HÍMERA

Cartago optó por variar el rumbo de su política siciliana en el 410 a.C. La intervención militar cartaginesa no se debió sólo al deseo de proteger a los tradicionales aliados élimos frente a las aspiraciones griegas, sino también a una revisión interna de los parámetros de la propia política de la urbe norteafricana. Como los siracusanos, aliados de Selinunte, habían vencido a los expedicionarios atenienses, Segesta, acobardada, se mostró dispuesta a ceder algunos territorios a su rival. Pero los selinuntios no se conformaron con este ofrecimiento, sino que extendieron su soberanía a amplios territorios tradicionalmente segesteos. Llena de ira, Segesta envió emisarios a Cartago para solicitar una intervención militar. A cambio los segesteos ofrecían el poner su ciudad bajo la soberanía cartaginesa, lo que supondría un aumento considerable del área púnicosiciliana. En Cartago se iniciaron largos debates en torno a la conveniencia de una actuación militar en el marco siciliano. Algunos notables cartagineses consideraban que era preciso frenar las aspiraciones expansionistas de las ciudades griegas de Sicilia. Además, todavía no había sido vengada la derrota sufrida en Hímera. Los senadores cartagineses no planeaban hacer una guerra con la que obtener el dominio sobre toda la isla, sino que deseaban valerse del ímpetu militar para crear en la parte occidental de Sicilia unas condiciones tranquilas y favorables para el desarrollo de los núcleos sometidos a su influjo.

Los caudillos cartagineses confiaban en que Siracusa se mantuviese neutral en la posible contienda venidera. No era ésta una idea descabellada, pues Siracusa acababa de salir de una agotadora guerra frente a Atenas y mantenía por entonces cruentos conflictos con Naxos y Catania. Cuando la guerra siciliana parecía inminente, los aristócratas cartagineses eligieron para dirigir la empresa a un general, el cual tenía por nombre Aníbal. Era este sufete nieto del Amílcar derrotado en Hímera e hijo de un tal Giscón, exiliado y muerto en Selinunte. Aníbal, de sentimientos helenófobos, se comportó al principio de forma desconcertante. Envió emisarios a Siracusa para pedir a ésta una función arbitral en el contencioso mantenido por Segesta y Selinunte. Pero los selinuntios rechazaron la constitución de un tribunal arbitral siracusano, y Siracusa sólo dio vagas respuestas carentes de iniciativa conciliadora. Con esta estratagema diplomática, Aníbal consiguió que pareciese que los púnicos se involucraban en los conflictos bélicos sicilianos más por necesidad que por gusto.

Aníbal sabía que la derrota de su abuelo en Hímera se había debido en gran parte a la falta del apoyo de la caballería. Quizás por ello envió con presteza algo menos de 6.000 jinetes en auxilio de los élimos de Segesta. Con esta maravillosa ayuda, los segesteos obtuvieron un triunfo, largamente ansiado, sobre los selinuntios. Selinunte pidió tropas a Siracusa, a la vez que los segesteos pedían refuerzos a sus aliados púnicos. La extensión del conflicto siciliano-occidental fue inmediata. Los cartagineses iniciaron la guerra con el nítido convencimiento de que el territorio élimo jamás debería llegar a ser griego. Aníbal dedicó varios meses a reclutar tropas libias y a llevar mercenarios hispanos hasta Cartago. Llegó a Sicilia en la primavera del 409 a.C. Desembarcó sus tropas en el promontorio Lilibeo. Ascendían éstas según las fuentes a 100.000 infantes y 4.000 jinetes, a los que hay que sumar las fuerzas ya presentes desde antes en Sicilia. Aníbal sitió la ciudad de Selinunte y destruyó la factoría que ésta tenía junto al río Mázaro. Las dramáticas peticiones de ayuda lanzadas por los habitantes de la colonia griega obtuvieron lentas respuestas. Las tropas reclutadas en Acragante, Gela y Siracusa para auxiliar a los selinuntios no fueron movilizadas hasta poco antes de que la ciudad amiga cayese en poder de los púnicos, apenas nueve días después de iniciado el asedio. Selinunte fue saqueada con saña por las tropas cartaginesas. Fueron seguramente los segesteos los más satisfechos con la destrucción de su rival. Fue enorme el número de varones selinuntios que resultaron muertos o hechos prisioneros. 2.600 habitantes de la ciudad se refugiaron en Acragante. Emisarios salidos de Acragante, ciudad a la que habían llegado 3.000 soldados de elite siracusanos, pidieron a Aníbal que permitiese el rescate de los prisioneros y que no violase los templos selinuntios. Aníbal permitió que los selinuntios fugitivos regresasen a su ciudad, pero negó la posibilidad del rescate de los prisioneros. Dijo además que sacaría de la ciudad las imágenes de los dioses, pues éstos estaban hartos de la maldad de sus fieles selinuntios.

Ya había cumplido Aníbal la misión encomendada por el estado. Pero le faltaba restaurar su honor familiar y el honor cartaginés a través de la destrucción de Hímera. En su marcha desde Selinunte a Hímera se le unieron numerosos sicanos y sículos, lo que indica los sentimientos antihelénicos que estos pueblos tenían por entonces. Unos pocos soldados siracusanos y acragantinos, dirigidos por Diocles, se aprestaron a la defensa de Hímera, ciudad dotada de un fuerte valor simbólico. Durante el asedio de la pequeña urbe, los himereos realizaron valerosas salidas que causaron notables bajas entre los sitiadores púnicos. Anclaron en Hímera 25 barcos griegos, conforme a un plan indeterminado. Probablemente fue Diocles el que difundió un complejo y falso rumor entre los himereos. Según este rumor, los siracusanos y sus aliados marchaban hacia Hímera con todos sus efectivos militares a la vez que Aníbal planeaba un ataque naval a Siracusa. Pudo así Diocles justificar la retirada de sus tropas sin que se oscureciese demasiado el prestigio de las armas siracusanas. Cuando el ejército siracusano-acragantino fue evacuado, la flota griega trasladó a la mitad de los himereos a Mesina. La ciudad fue tomada por los cartagineses antes de que el resto de la población himerea pudiese ser sacada de allí en barcos. 3.000 varones de Hímera fueron torturados hasta la muerte. La ciudad fue arrasada y los templos violados. El botín fue ingente. Aníbal consideró que ya su expedición debía concluir. Despidió a sus aliados sicilianos y a sus mercenarios campanos. Dejó potentes guarniciones en las ciudades púnicas y élimas. Y regresó a Cartago con el resto de sus tropas. Desde Cartago buena parte de los mercenarios ibéricos regresarían a sus tierras de origen, llevando quizás consigo algún que otro objeto o cerámica griegos. La empresa anibálica había alcanzado sus objetivos. Se había restaurado en el Oeste siciliano un marco vital tranquilo para los enclaves púnicos. Segesta había quedado más vinculada al poder cartaginés. Sicanos y sículos habían sido captados como aliados. Selinunte había quedado sometida a tributación. Y además el honor magónida había sido restablecido.


REACCIÓN CARTAGINESA A LAS CORRERÍAS DE HERMÓCRATES

No duraría mucho el equilibrio siciliano establecido por Cartago. Hermócrates, que junto con otros altos mandos militares había tenido que ceder a Diocles la dirección de la flota siracusana, creó un ejército particular con los recursos puestos a su disposición por un sátrapa persa. Llegado desde el Egeo con ansias belicistas en el 408 a.C., Hermócrates tomó Selinunte y penetró en la región cartaginesa de la isla. Con el beneplácito de muchos siciliotas, mantuvo combates contra las tropas púnicas. Las acciones de represalia emprendidas por los cartagineses en Sicilia no nos son descritas en este caso por Diodoro, que tan sólo alude a que los siracusanos mostraron su disgusto por la contraofensiva púnica. Hermócrates se vio traicionado por la confianza que tenía en sí mismo y en su elevado destino. Cuando entró en Siracusa con el propósito de proclamarse tirano, fue asesinado por los habitantes de la ciudad. Uno de los colaboradores de Hermócrates, quizás su hijo, llamado Dionisio, guardará en su memoria lo ocurrido entonces.

Las correrías sicilianas de Hermócrates concienciaron a los cartagineses acerca de la necesidad de reemprender grandes acciones militares en la isla. Cartago proyectó una nueva expedición militar a Sicilia. El mando de la misma fue concedido al victorioso Aníbal, el cual llevó consigo a otro magónida con sueños de gloria, Himilcón. Fueron reclutados combatientes en un amplísimo espectro geográfico. Varios reyes de pueblos amigos quisieron participar en la expedición, como si de una simple aventura bélica se tratase. Timeo habla de que los púnicos reunieron por entonces un ejército de 120.000 hombres. Nos sorprende que justo antes del inicio de las hostilidades los cartagineses fundaran un establecimiento en Sicilia: Terma. Quizás este enclave, situado entre Solunto e Hímera, era más una avanzadilla militar que una colonia de aspiraciones comerciales. En el 406 a.C., Aníbal envió 40 barcos a Sicilia para despejar de barcos griegos el trayecto que debían seguir luego las naves que transportasen al ejército púnico a la isla. Cerca de Érice se encontraron los 40 barcos cartagineses con la flota siracusana. En la batalla que de inmediato se entabló los púnicos perdieron 15 naves. El mismo Aníbal tuvo que acudir con más barcos para asegurar el trasvase de sus tropas a Sicilia. Los siracusanos enviaron angustiosas embajadas a todas las ciudades griegas de la isla para hacer frente al invasor. Procuraron obtener el apoyo armado de italiotas y de Esparta, la cual, aunque detestaba el expansionismo cartaginés, estaba inmersa aún en sus luchas contra los atenienses. Todo parece indicar que los púnicos aspiraban a definir una clara hegemonía política y militar en Sicilia.

En la misma época en que los cartagineses se disponían a intervenir nuevamente en Sicilia, suscribieron un pacto con Atenas. Es dudoso a quién correspondió la iniciativa en el establecimiento de las conversaciones. Stroheker se inclina por Cartago y Huss por Atenas. ¿Cuál fue el contenido de este tratado? Quizás Atenas se comprometió a obrar en favor de la neutralidad de varias ciudades siciliotas de cara al conflicto que se cernía sobre la isla. A cambio los cartagineses mantendrían ocupados bélicamente a los siracusanos, impidiéndoles socorrer a Esparta en el escenario oriental de la guerra del Peloponeso. Este pacto desarticula las tesis de algunos historiadores clásicos, los cuales habían imaginado un abismo diplomático infranqueable entre los atenienses y los “despreciables y viles” púnicos. Parece que los cartagineses no consideraban igualmente enemigas a todas las ciudades siciliotas. Una vez que las tropas púnicas desembarcaron en Sicilia, se dirigieron a Acragante, ciudad con la que en los últimos tiempos habían mantenido provechosas y fluidas relaciones comerciales. Aníbal invitó a los acragantinos a unirse a él en una guerra antisiracusana. Como su oferta fue rechazada, Aníbal inició el asedio de la ciudad. Entre las fuerzas con que contaba Acragante estaban 1.500 soldados liderados por el espartano Dexipo y 800 campanos. En la construcción de algunas estructuras militares que favoreciesen el asedio, Aníbal ordenó utilizar piedras sepulcrales procedentes de necrópolis cercanas. Parte del ejército púnico se mostró temerosa por haber violado el descanso de los muertos. Una epidemia se extendió entre los soldados del ejército sitiador. Entre sus víctimas estuvo Aníbal. Muchos creyeron que se trataba de un castigo de los dioses.


OFENSIVA DE HIMILCÓN Y PACTO CON DIONISIO DE SIRACUSA

Himilcón asumió el mando único de las tropas cartaginesas. Para evitar que sus hombres cayesen en el hastío espiritual, realizó numerosos sacrificios de animales en honor de los dioses. Un jovencito sirvió de terrible ofrenda a Baal Hammón. Un ejército de siracusanos y de aliados de otras ciudades siciliotas e italiotas fue puesto bajo el mando de Dafneo. Este ejército, compuesto de 35.000 soldados, partió hacia Acragante. Himilcón envió al encuentro de las tropas griegas casi la mitad de las suyas. La batalla librada entre ambos contingentes tuvo un resultado favorable a los griegos, los cuales se indignaron cuando sus propios generales les impidieron lanzarse sobre los enemigos que retrocedían. Dafneo bloqueó el campamento cartaginés, dificultando así el aprovisionamiento de las tropas púnicas. Una escuadra formada por 40 barcos cartagineses apresó un cargamento siracusano de trigo, hundiendo además algunos navíos de guerra que lo escoltaban. Los campanos que habían estado luchando del lado de los acragantinos se pasaron al bando de los cartagineses por las ofertas económicas de éstos. Los combatientes italiotas regresaron a sus hogares creyendo haber cumplido con honor el compromiso adquirido con los siracusanos. Por decisión de los mandos militares griegos, Acragante fue evacuada. Himilcón, que no quiso dificultar la huída de los acragantinos, entró en la ciudad. Lejos de destruirla, pensó en establecer allí su cuartel de invierno.

Los griegos mantuvieron entre sí intensas discusiones acerca del modo en que se había combatido y se debía seguir combatiendo frente a los púnicos. Llovieron muchas críticas sobre los generales siracusanos. Estas turbulencias fueron aprovechadas por Dionisio para obtener el rango de general. Dionisio, que había luchado en el pasado junto a Hermócrates, lanzaba furibundas acusaciones contra los oligarcas siracusanos, procurando a la vez ganarse la voluntad del pueblo. El polémico general fue enviado a Gela con unas pocas tropas. También allí Dionisio se puso del lado del pueblo, el cual andaba predispuesto contra la clase rectora de la ciudad. Durante su estancia en Gela es probable que Dionisio recibiese la visita de un emisario cartaginés. Éste hablaría de la devolución de los prisioneros e intentaría crearse una imagen de la personalidad de Dionisio para ofrecérsela luego a Himilcón. Dionisio, ya de regreso a Siracusa, aseguró que aquel emisario había intentado sobornarle. No tardó Dionisio en recibir la dignidad de general en jefe.

Llegado el buen tiempo del 405 a.C., Himilcón se dispuso a realizar nuevas acciones militares. Se marchó de Acragante tras arrasarla, y devastó las regiones controladas por Gela y Camarina. Puso luego sitio a Gela. Dionisio, que ya se había proclamado tirano de Siracusa, acudió en apoyo de la ciudad asediada. Sus fuerzas se componían de 30.000 infantes, 1.000 jinetes y 50 barcos. Griegos y sitiadores entablaron combate. La victoria correspondió a Himilcón, que supo desarticular el desenvolvimiento táctico de los enemigos. Gela, que fue del todo evacuada, sirvió de botín a los soldados cartagineses. En su retirada, Dionisio se detuvo en Camarina. Obligó a los camarineos a que le acompañasen a Siracusa. La posición política de Dionisio se debilitó, hasta el punto de que algunos tramaron infructuosamente su muerte. Los cartagineses llegaron hasta las puertas de Siracusa. Pero una epidemia se extendió entre las tropas sitiadoras. Himilcón propuso entonces la paz al aliviado Dionisio. Ambos redactaron un documento que revela que la situación política y militar era entonces más favorable a los púnicos. Según este pacto, el territorio sicano quedaba incorporado a la ya extensa porción insular de influencia cartaginesa. Hímera, Acragante, Gela y Camarina quedaron definidas como ciudades tributarias de Cartago. Contarían con guarniciones púnicas, en las que estarían incluidos mercenarios ibéricos, que de ese modo se familiarizarían con el griego. Las demás ciudades griegas del área sícula permanecerían independientes, así como los enclaves interiores de los indígenas sículos. Los prisioneros y barcos apresados por ambos bandos serían devueltos. El tratado también determinaba que Siracusa debía quedar bajo la autoridad de Dionisio. Y es que los cartagineses creyeron ver en Dionisio una garantía del ventajoso orden que habían logrado imponer en Sicilia.


LA CAÍDA DE MOTIA

Para fortalecer su prestigio, el tirano siracusano Dionisio emprendió acciones virulentas contra otras ciudades sicilianas. Quería demostrar que no temía a los cartagineses, cuya prepotencia era odiada por los siciliotas. Dionisio extendió por las ciudades griegas de la isla la idea de revancha frente a los púnicos. El tirano hizo de Siracusa una fortaleza inexpugnable con construcciones defensivas como las de Nesos y Epípolas. En el 404 a.C. Dionisio asedió sin éxito la ciudad sícula de Herbeso. Ganó el apoyo de 1.200 jinetes campanos que habían estado al servicio de los cartagineses. En el 403 a.C. el tirano tomó la ciudad sícula de Henna y las ciudades griegas de Catania, Naxos y Leontinos. A pesar de sus éxitos expansivos, Dionisio tuvo que hacer frente a revueltas tanto en Siracusa como en las otras ciudades por él dominadas. Cartago entretanto no hacía nada. ¿Por qué? Por un lado, la máquina de guerra cartaginesa solía tardar en ponerse en marcha. Por otro lado, los soldados púnicos que participaron en la anterior campaña siciliana se habían llevado al norte de África una epidemia que hizo estragos.

Dionisio preparó sistemáticamente la guerra contra Cartago. Observaba con cierta preocupación cómo muchos griegos se iban de las ciudades por él controladas para establecerse en la epicráteia cartaginesa, lo cual no deja de sernos significativo. El tirano reunió un inmenso arsenal de armas, formó una flota de 310 barcos y se hizo con el servicio de innumerables tropas de dispares procedencias. Antes de lanzarse a la guerra contra los púnicos se aseguró la colaboración de Mesenia y Locros. No pudo en cambio atraerse el favor de Regio. Realizó un discurso demagógico en la asamblea popular siracusana. Con palabras altisonantes llamó a todos los griegos a luchar por su libertad frente a los opresores púnicos. Lanzó una provocación a los cartagineses al afirmar que se hacía temporalmente con la tutela de las distintas ciudades siciliotas. Al ver cercana la guerra, los cartagineses desplegaron una intensa actividad destinada al reclutamiento de mercenarios en los ámbitos libio e hispánico.

En el 397 a.C., Dionisio se encaminó con sus tropas hacia Motia a lo largo de la costa sur siciliana. Las ciudades griegas tributarias de Cartago se alzaron contra sus guarniciones púnicas. Dionisio contaba con 80.000 infantes, 3.000 jinetes, 200 barcos de guerra y 500 de carga. Leptines, hermano de Dionisio, dirigió el asedio de Motia, enclave insular de difícil conquista. Entretanto Dionisio fue apoderándose de los baluartes de los aliados de los púnicos. No se rindieron a su paso las ciudades élimas de Segesta y Halicias, la en otro tiempo élima Entela y los asentamientos dominados por inmigrantes campanos. Panormo y Solunto se mantuvieron firmes, de modo que Dionisio sólo pudo devastar las regiones que estaban en las proximidades de ambas colonias. El tirano ordenó sitiar Segesta y Entela. El primer contraataque cartaginés consistió en el sorpresivo hundimiento de muchos de los barcos que estaban anclados en el puerto de Siracusa. A pesar de este revés, Dionisio no envió a Siracusa ninguno de los navíos con los que estaba sitiando Motia. Himilcón, que había asumido nuevamente el mando del ejército púnico, realizó un atrevido acercamiento naval a la sitiada Motia. Pero se tuvo que retirar sin haber conseguido ahuyentar a los sitiadores. Los habitantes de Motia mostraron gran valentía durante el largo asedio griego. Finalmente cayó la ciudad, en la que los conquistadores realizaron toda clase de tropelías.


HUÍDA DE HIMILCÓN Y TRAICIÓN HACIA SUS MERCENARIOS Y ALIADOS

Dionisio dejó en Motia una guarnición al mando de Bitón, y regresó con gran parte del ejército a Siracusa. Leptines quedó encargado de impedir, con 120 barcos, un desembarco cartaginés en Sicilia. Arquilo de Turios se ocupó del asedio de Entela y Segesta. Ya en el 396 a.C., los contingentes militares cartagineses desembarcaron en Panormo. Evitaron un desembarco en las costas occidentales y meridionales de Sicilia, pues por entonces estaban sembradas de soldados griegos. Timeo indica que la expedición cartaginesa se componía de unos 100.000 hombres, a los que luego se añadirían los aliados de la isla. Himilcón, al frente de las tropas púnicas, reconquistó Érice y Motia. Dionisio, que poco antes había estado participando en el asedio de Segesta, renunció a un enfrentamiento decisivo con los púnicos, de modo que se refugió en Siracusa con sus tropas. Acerca de las afinidades de la población siciliana hay que señalar dos cosas. Por un lado, los griegos que desde el 405 a.C. habían emigrado a la epicráteia cartaginesa apoyaron a Dionisio cuando éste decidió provocar a los cartagineses. Por otro lado, los enclaves que habían sido aliados de los púnicos sólo en algunos casos y bajo presión se pasaron a la alianza griega.

Los cartagineses iniciaron la construcción de la ciudad de Lilibeo en un promontorio cercano a la destruida Motia. Himilcón decidió privar a Siracusa de la que por entonces era su aliada más poderosa: Mesina. De camino a esta ciudad mantuvo conversaciones amistosas con Hímera y Cefaledio, recibiendo además gestos prometedores de la insular Lípari. No tardó Mesina en caer en poder del general cartaginés, el cual, tras destruirla, se puso en marcha hacia Siracusa. Todos los sículos, salvo los asorinos, se pusieron del lado de los púnicos. El control del puerto de Mesina permitió a los cartagineses evitar que Dionisio recibiese más apoyos suritálicos. El tirano siracusano sembró la parte oriental de Sicilia de refugios fortificados a los que poder acudir en caso de necesidad. Otorgó la libertad a los esclavos de Siracusa para poder contar con sus servicios en los navíos de guerra. Salió con su ejército dispuesto a interceptar el avance púnico. Los sículos, amigos de los cartagineses, conquistaron la estratégica cima del monte Tauro. Parece que el Etna pocos días antes había expulsado coladas magmáticas que dificultaban el paso por el borde de la costa oriental siciliana. Himilcón por ello prefirió llevar sus tropas por el terreno montañoso situado más al Oeste. La flota cartaginesa, que al mando de Magón avanzaba hacia el Sur, fue asaltada por los barcos de Leptines cerca de las costas de Catania. El combate supuso un serio descalabro para los griegos.

Como el panorama militar se oscurecía para Dionisio, muchos de sus aliados siciliotas regresaron a sus ciudades. El tirano se encerró en Siracusa, donde escuchaba atormentado las discusiones de sus generales. Envió peticiones de auxilio militar tanto al ámbito suritálico como al continente griego. La imponente flota púnica entró en el puerto siracusano, y las tropas terrestres establecieron su campamento ante los muros de la ciudad. Himilcón, temiendo que el asedio se prolongase, ordenó la construcción de estructuras fortificadas en torno a la ciudad. Encontró materiales adecuados para este propósito en templos y recintos sepulcrales. De un modo increíble las circunstancias se volvieron contra los púnicos. Debido a la insalubridad de los pantanos próximos, una devastadora epidemia se extendió entre los sitiadores. Dionisio atacó al desmoralizado ejército cartaginés tanto en el mar como en tierra, consiguiendo una gran victoria.

El desesperado Himilcón cometió entonces un acto vil. Se marchó a Cartago con 40 naves en las que iban sólo ciudadanos cartagineses, abandonando a sus aliados y mercenarios en la isla. Incluso es posible que hiciera esto en connivencia con Dionisio. Los sículos se retiraron a sus pueblos respectivos. Todos los mercenarios que habían estado al servicio de los púnicos se rindieron, salvo los iberos, que, con una actitud decidida, entablaron conversaciones con el tirano. Obtuvieron un ventajoso convenio por el que entraron al servicio de Dionisio. Estos iberos debían de ser varios miles, pues en otro caso es inexplicable la arrogante actitud que mantuvieron hacia los vencedores. Hasta la muerte de Dionisio aparecen mencionados por las fuentes en distintas ocasiones. Algunos participarían en la insurrección de mercenarios que estalló poco después, y que obligó al tirano a cederles como asentamiento el territorio y la ciudad de Leontinos. Todos los mercenarios iberos se integrarían en el cuerpo especial de 10.000 soldados foráneos creado por Dionisio para garantizar su hegemonía siciliana y su defensa personal. Una vez en África, el arrepentido Himilcón se negó a tomar todo tipo de alimento. En el territorio norteafricano dominado por los púnicos estalló una pequeña sublevación motivada por el ruin abandono de los aliados en Sicilia. De un modo inexplicable y meteórico, la capacidad para regular la situación política siciliana se había escapado de las manos de los cartagineses.

Henchido de gloria y satisfacción, Dionisio participó en el reacondicionamiento de Mesina y en la fundación de Tíndaris. Desplegó una intensa actividad en la que alternaba el belicismo con la diplomacia. Agrandó así su esfera siciliana de influencia. En el 394 a.C., fracasó su intento de tomar Tauromenio. Mesina y Acragante dejaron de colaborar militarmente con él. Y es que tanto fuerzas sículas como siciliotas estaban hartas del expansionismo dionisiaco. En el 393 a.C., el general Magón saltó a Sicilia para intentar mejorar la imagen política cartaginesa, promover alianzas con los sículos y preparar una expedición venidera de mayores proporciones. En las proximidades de Abacenon chocaron pequeños contingentes púnicos y griegos. La victoria correspondió a estos últimos. Del lado cartaginés cayeron 800 soldados. En el 392 a.C., ya hay en Sicilia un ejército cartaginés de 80.000 hombres, reclutados en Cerdeña, Italia y África. Es significativa la capacidad púnica para conseguir mercenarios itálicos. El nuevo ejército expedicionario cartaginés, encabezado por Magón, no contaba más que con unos pocos barcos. El campamento púnico quedó emplazado cerca de Agirion. De inmediato se presentaron allí las tropas de Dionisio. Parece que los cartagineses tuvieron problemas con el avituallamiento, por lo que Magón decidió negociar con el tirano, cuyo ejército era cuatro veces inferior en número. De las conversaciones surgió un tratado en el que lo más reseñable es el hecho de que los sículos pasaron a estar bajo el dominio de Dionisio. La mal proyectada expedición magónida tuvo por tanto un desenlace nada beneficioso para los púnicos, que perdieron torpemente a unos tradicionales aliados. Sigue siendo una incógnita el por qué Magón no osó poner en funcionamiento el costoso potencial militar que había trasladado a la isla.


CONSOLIDACIÓN DE LA AUTORIDAD PÚNICA EN EL TERCIO OCCIDENTAL DE SICILIA

Desde el 392 a.C., animado por la humillación causada a los púnicos, el insaciable Dionisio emprendió campañas militares en los ámbitos más insospechados. Con el apoyo de los lucanos llevó la guerra con éxito al marco italiota, donde sometió o destruyó varias ciudades griegas. Mantuvo una fugaz alianza con los ilirios para intervenir en los asuntos internos del Épiro. Saqueó el templo de Leucotea en Pirgo, puerto de la ciudad tirrena de Agila, obteniendo un inmenso botín. Quizás con esta acción Dionisio deseaba disuadir a los etruscos para que no prestasen apoyo a Cartago en un hipotético conflicto futuro. Es posible que el tirano siracusano llegase incluso a amenazar los intereses etruscos en la isla de Córcega. Los cartagineses temían que Dionisio pronto quisiese pasearse por la porción púnica de Sicilia, por lo que tomaron medidas destinadas a la preparación de otra guerra. En el 383 a.C., Dionisio consiguió que diversas ciudades sicanas y élimas abandonasen la alianza púnica en favor de su entrada en la órbita aliancística siracusana. Los cartagineses, indignados, declararon la guerra al tirano. Pactaron con los italiotas para intentar poner fin al expansionismo siracusano.

Hacia el 382 a.C., las tropas púnicas desembarcaron en Sicilia y en el ámbito suritálico. Volvía a dirigir el ejército el ilustre Magón, que esta vez no estaba dispuesto a aceptar una solución pactada antes de combatir. Dionisio tuvo que dividir sus fuerzas, pues se veía acosado en dos frentes distintos. Las primeras luchas sicilianas favorecieron al tirano. Tras estas escaramuzas tuvo lugar la batalla de Cabala, que se saldó con un sonoro triunfo de Dionisio. Entre los numerosos soldados púnicos fallecidos estaba Magón. Desmoralizados, los cartagineses pidieron la paz. Como las condiciones del tirano eran extremadamente onerosas, los púnicos pidieron un período de armisticio para que las autoridades de Cartago tomasen una resolución final al respecto. Dionisio concedió el armisticio, pero terminado el mismo, los cartagineses decidieron volver a combatir. Y es que no estaban dispuestos a renunciar a todas las ciudades sicilianas y a correr con los gastos del conflicto, como pretendía el tirano. Al frente de las fuerzas púnicas se colocó Himilcón, hijo del recién fallecido Magón. En el choque decisivo de Cronión los cartagineses obtuvieron una gran victoria. Murieron muchos siciliotas, algunos tan afamados como Leptines.

Los púnicos, deseosos de dar por terminada la guerra, propusieron un tratado que Dionisio se apresuró a aceptar. En virtud de este pacto, siracusanos y cartagineses conservaban sus respectivas áreas de influencia en Sicilia, si bien las posesiones púnicas se engrandecían con Selinunte y las tierras meridionales que llegan hasta el río Halycus (actual río Platani). Por tanto la epicráteia cartaginesa pasaba a ser casi un tercio de la superficie total de la isla. Además Dionisio se comprometía a pagar a Cartago 1.000 talentos como indemnización de guerra. El tratado revela que ya desde hacía tiempo los cartagineses se conformaban con la Sicilia Occidental, sin aspirar en ningún caso al dominio de toda la isla. La fecha en que se firmó el tratado al que venimos aludiendo nos es desconocida. Huss propone el 374 o 373 a.C. Probablemente acierta, lo que implica que los hechos que hemos relatado tan fugazmente se distribuyeron en realidad a lo largo de unos ocho años de agotadores enfrentamientos.


ATAQUE SIRACUSANO A ÉRICE Y MUERTE DE DIONISIO

Una epidemia de desastrosas consecuencias se apoderó de la ciudad de Cartago varios años después de la conclusión del tratado de paz con Dionisio. A esta epidemia se unió una rebelión de los aliados libios y sardos. Y es que quizás los cartagineses se mostraban demasiado rígidos al exigir a sus aliados colaboración militar. El provecho que obtenían los libios y sardos que sobrevivían a las campañas militares púnicas era más bien escaso, lo que generaba en ellos un sentimiento de irritación. Ésta afloraba más marcadamente cuando Cartago por alguna circunstancia desgraciada daba muestras de debilidad. Huss no quiere aludir a algo que también provocaba malestar entre las gentes de Cerdeña y Libia: Los sistemas administrativos prepotentes y opresivos utilizados en algunas épocas por los dominadores púnicos. Los aliados sicilianos eran mejor tratados por Cartago por el temor de que se pasasen al bando griego.

Aprovechando las dificultades internas de los cartagineses, Dionisio volvió a convulsionar Sicilia en el 368 a.C. Justificó su regreso a las armas aludiendo a una violación de fronteras perpetrada por los púnicos del Oeste de la isla. Por tanto existían fronteras bien definidas que no siempre logramos fijar historiográficamente. Dionisio pretendió crear un clima de tensión entre los púnicos y no púnicos de la epicráteia cartaginesa. Se pusieron de su lado Selinunte y Entela. Quizás las tropas de Dionisio marcharon desde Selinunte por las riberas del río Hypsas hasta Entela, desde donde se encaminarían a través de la región élima hacia Érice. Era éste un elevado enclave que permitía a los púnicos el control visual de una buena porción de las costas occidentales de Sicilia, así como de las islas Égades. Tras tomar esta ciudad, el ejército griego sitió Lilibeo para cortar el abastecimiento militar a los élimos. Pero poco después Dionisio ordenó el fin del infructuoso asedio. Se extendió por la isla el falso rumor de que los astilleros de Cartago y muchos barcos de guerra púnicos habían sido víctimas de un incendio en el puerto de la gran ciudad. Confiado, Dionisio dejó en las costas más próximas a Érice 130 navíos, los cuales fueron en su mayoría apresados por una brillante acción naval cartaginesa dirigida por Hannón.

En el 367 a.C., murió Dionisio, el tirano que más había hecho peligrar los intereses sicilianos de Cartago. Una carta de Platón del 366 a.C. señala de pasada que por entonces todavía continuaban las luchas sicilianas entre púnicos y siracusanos. El nuevo tirano de Siracusa, hijo del anterior, era Dionisio II, que se veía amenazado por las intrigas de su ambicioso suegro Dión, el cual incluso intentó negociar con los cartagineses. Las luchas entre cartagineses y siracusanos, interrumpidas por varios armisticios, desembocaron en un tratado de paz situable hacia el 362 a.C. La epicráteia cartaginesa se agrandó ligeramente en el Norte. Podemos decir que el área de influencia púnica englobaba por entonces los territorios de la Sicilia Occidental delimitados al Sur por el río Halycus y al Norte por la chora de la ciudad de Terma. El enclave de Hímera, dotado de fuerte simbolismo histórico, marcaría el inicio de la zona griega en el Norte de la isla, si bien hubo bastantes épocas en que contó con guarniciones cartaginesas. Esta ciudad actuó por tanto como límite simbólico, cargado de connotaciones sagradas, del expansionismo de ambos bandos. Es preciso aclarar también que el río Halycus actuaba como frontera aproximada y no estricta, pues por ejemplo la colonia griega de Heraclea Minoa, situada ligeramente al Este de la desembocadura de dicho río, fue controlada durante muchas fases históricas por los púnicos. En la misma época en que se firmaba este tratado, los beocios lanzaron un decreto de proxenia en favor del cartaginés Nobas, el cual es probable que les hubiese ayudado en la construcción de una potente flota. La amistad entre beocios y cartagineses se basaba esencialmente en la común animadversión hacia Esparta. En el 368 a.C., Dionisio había enviado en apoyo de Esparta un contingente de 2.000 celtas e iberos que contribuyesen a limitar el expansionismo tebano. Los supervivientes regresarían a Siracusa a la muerte del tirano. Fernández Nieto piensa que, muerto Dionisio, muchos de los mercenarios ibéricos que habían combatido en Sicilia optaron por regresar a la Península en barcos comerciales.


LAS RELACIONES ENTRE GRIEGOS Y CARTAGINESES EN TIEMPOS DE DIÓN

Tanto Dionisio II como los cartagineses optaron por el mantenimiento de la paz siciliana durante al menos un lustro. En el año 360 a.C., el tirano siracusano desterró a su torvo suegro Dión, el cual marchó al Peloponeso. Dión llevaba ya varios años manteniendo intensos contactos diplomáticos con los cartagineses. Quizás quería valerse del apoyo de éstos para reforzar su posición política y militar en Siracusa. Dión había llamado a Platón para que adentrase al joven Dionisio II en cuestiones de filosofía. Platón se equivocaba al pensar que Dión era partidario de una política antipúnica. En el 357 a.C., Dión regresó a Sicilia con un contingente de mercenarios griegos con los que aspiraba a hacerse con el dominio de Siracusa. La expedición desembarcó en Heraclea Minoa, ciudad próxima a la desembocadura del Halycus, río que durante mucho tiempo marcó de forma aproximada el límite de las áreas de influencia de griegos y cartagineses en Sicilia. No sólo buscaba allí el apoyo de su amigo Sínalo, sino además el mantenimiento de conversaciones con los púnicos relativas al futuro político de Sicilia. Dión logró hacerse con el control político de Siracusa. Desterró a Dionisio II. Pronto tuvo que enfrentarse en la ciudad al partido aristocrático y al popular. Las luchas internas de Siracusa no fueron aprovechadas bélicamente por los cartagineses, lo que indica que éstos aspiraban a lograr un entendimiento sereno con Dión. El usurpador, que se había proclamado estratego autócrator de Siracusa, murió asesinado en el 354 a.C. por Calipo, líder del partido democrático. Retomó el poder en Siracusa Dionisio II. Platón nos transmite con exacerbado nerviosismo que la Sicilia griega corría por entonces el peligro de caer en manos púnicas. Platón, dejándose guiar por un afán militar poco común en un filósofo, proponía la búsqueda de los medios necesarios para someter definitivamente a los púnicos de la isla. Consideraba imprescindible cambiar las relaciones políticas internas de Siracusa, reconstruir las ciudades siciliotas destruidas, garantizar la relativa autonomía de las ciudades griegas de Sicilia y provocar la alianza solidaria de las mismas.


LOS CONFLICTOS ENTRE GRIEGOS Y CARTAGINESES EN TIEMPOS DE TIMOLEÓN

Plutarco nos describe el caos político y militar que se había adueñado de la Sicilia griega a mediados del siglo IV a.C. Los mercenarios y aventureros que recorrían la isla provocaron con sus desmanes la merma poblacional de algunos establecimientos. En Siracusa eran numerosos los adversarios del tirano Dionisio II. Entre los enemigos del tirano había dos grupos claramente diferenciados: Aristócratas que aspiraban a convertirse en oligarcas y sectores populares que buscaban el advenimiento de una democracia. Los primeros entablaron contactos con el tirano de Leontinos, Hicetas, a través del cual esperaban promover en Siracusa un cambio político que les favoreciese. Los siracusanos que soñaban con la implantación de un sistema democrático pidieron a la metrópoli, Corinto, un líder militar que defendiese sus aspiraciones. Hicetas adoptó una doble actitud. Por un lado, recurrió a emisarios propios para refrendar la petición de ayuda militar corintia contra Dionisio II. Por otro lado, estableció una estrecha colaboración con Cartago, la cual se mostraba dispuesta a intervenir en las luchas que se avecinaban. Los cartagineses no buscaban a través de su alianza con Hicetas el dominio sobre Siracusa, sino sólo la adquisición de un papel tutelar de la coexistencia pacífica en la isla.

En el 345 a.C., los corintios decidieron socorrer con medios considerables a los siracusanos, cuya libertad querían reinstaurar. Eligieron como líder de la empresa militar a un hombre ilustre que ya declinaba en edad, Timoleón. Era éste un patriota de amable condición. Había dado muestras de valentía en las batallas en las que había participado. Pero llevaba muchos años abatido por el hecho de haber colaborado en la muerte de su vil hermano. Timoleón asumió con energía la empresa que ahora se le encomendaba. Tenía la oportunidad de luchar por algo justo y de adquirir a la vez el reconocimiento de sus conciudadanos. En el peor de los casos, la muerte le liberaría de su atormentada existencia. Cuando Timoleón partió con su flotilla, ya habían sido desenmascarados los planes procartagineses de Hicetas, el cual quería desplazar a Dionisio II sólo para hacerse él con la tiranía de Siracusa. Timoleón disponía de diez naves: Siete corintias, dos de Corfú y una aportada por los leucadios. Plutarco indica que en su viaje a Sicilia, dote mítica de Proserpina, Timoleón se vio alentado por favorables presagios, lo que poco interesa a los historiadores.

Los cartagineses llevaron a Sicilia por entonces unos 60.000 infantes, varios miles de jinetes y 150 barcos de guerra. Veían por tanto como inminente la generalización de un conflicto inicialmente intrasiracusano. Las tropas púnicas estaban bajo el mando del general Magón, el cual intentó ganarse el favor de los tiranos de las distintas ciudades sicilianas. Pero incluso en su misma epicráteia los cartagineses se encontraron con la actitud reservada de ciertas ciudades, quizás porque éstas anhelaban seguir en paz, palabra que resultaba especialmente hermosa en Sicilia. Las ciudades de Entela y Etne, en las que había muchos inmigrantes campanos, se negaron a colaborar militarmente con sus aliados púnicos. Hicetas emprendió una vigorosa acción bélica con la que tomó gran parte de Siracusa, sitiando además a Dionisio II en uno de los alcázares de la ciudad. Barcos cartagineses merodeaban por el Sur de Italia para impedir el desembarco de Timoleón en Sicilia.

El general corintio llegó con sus naves a Metaponto. Allí le visitaron mensajeros cartagineses encargados de convencerle de que no llevase la guerra a Sicilia, pues ya Hicetas estaba a punto de reimplantar el orden en Siracusa. Sin hacer caso de estos embajadores púnicos, Timoleón pasó con sus naves a Regio, donde esperaba conseguir vitales apoyos. Poco después veinte barcos cartagineses anclaron en las cercanías de la ciudad. Nuevos legados púnicos le pidieron una respuesta conciliadora. Timoleón, amedrentado por la presencia de las naves cartaginesas, simuló una buena disposición para negociar. Pero tras dejar a los burlados púnicos en medio de la abarrotada plaza central reginense, se embarcó hacia Tauromenio. La actitud del general corintio hizo ver a los cartagineses que la guerra era inevitable. El tirano de Tauromenio, Andrómaco, acogió a Timoleón y se mostró dispuesto a prestarle apoyo en su afán por libertar Sicilia de la supuesta opresión cartaginesa y de algunos de sus tiranos. Es decir, un “buen tirano” se mostraba dispuesto a luchar contra los pésimos tiranos de otras ciudades siciliotas. Andrómaco era el padre de Timeo, uno de los historiadores que se ocuparía de narrarnos las luchas mantenidas por púnicos y griegos en Sicilia.

La anarquía se apoderó de la pequeña ciudad siciliana de Adranón. Concurrieron en la misma casi al mismo tiempo las tropas de Hicetas y las de Timoleón. Éste ordenó atacar a los soldados adversarios cuando tras la larga marcha y tras montar su campamento descansaban despreocupados. El general corintio consiguió una victoria de excelentes efectos propagandísticos. Las ciudades de Adranón y Tíndaris pusieron sus tropas a su disposición. Mamerco, tirano de Catania, ofreció su adhesión a Timoleón, pues no quería que una oleada antitiránica que recorriese toda Sicilia le arrastrase. Las guarniciones de diversas fortalezas de Sicilia Oriental se pasaron al bando del corintio. Éste pudo además asentarse en Siracusa. Dionisio II decidió abandonar el alcázar y entregarse a Timoleón, el cual ordenó que fuese llevado a Corinto, libre y con poca parte de su hacienda. En el alcázar había gran cantidad de efectos militares y 2.000 soldados que se pusieron bajo el mando del libertador. La posición del corintio se había visto enormemente fortalecida en un breve espacio de tiempo.

Las autoridades de Corinto, satisfechas con la brillante actuación de su legado, decidieron enviar hacia Sicilia diez barcos y nuevos medios financieros que garantizasen el éxito de la empresa. Pero la flotilla corintia tuvo que recalar en Turios, pues barcos púnicos impedían su paso a Sicilia. Dos individuos sobornados por Hicetas intentaron asesinar a Timoleón cuando éste estaba realizando un sacrificio en un templo de la ciudad de Adranón. El atentado resultó fallido por la casual intervención de un hombre que quería vengarse de uno de los dos secuaces de Hicetas. Éste decidió llamar a las tropas púnicas para que se instalasen en Siracusa. Magón acampó con un gran ejército en el interior de la ciudad, a la vez que la flota cartaginesa hacía su entrada en el puerto de la misma. Las tropas leales a Timoleón tuvieron que refugiarse en la fortaleza de Nesos, donde recibían algunos suministros procedentes de Catania. Hicetas y Magón se embarcaron para intentar apoderarse de la ciudad que abastecía por mar a los sitiados. El jefe de éstos, Neón, aprovechó la disminución de las fuerzas asediantes para tomar la fortaleza siracusana de Acradina. Al recibir noticias de lo ocurrido, Hicetas y Magón decidieron regresar sin ni siquiera haber llegado a Catania, lo cual pudo ser un error estratégico.

El almirante Hannón, que estaba subordinado a Magón, descuidó su misión de evitar que los corintios que estaban en Turios pasasen a Sicilia. Estos corintios, dejando sus naves ancladas en Turios, llegaron por tierra a Regio, desde donde pasaron en pequeños barcos pesqueros hasta la isla. Hannón entretanto, pensando que los corintios estaban ociosos en Turios, paseó sus naves ornadas con escudos griegos por delante de Siracusa, fingiendo que había derrotado a los barcos corintios para así desalentar a los sitiados. Timoleón se reunió con los refuerzos corintios llegados a la isla, y con su ayuda tomó Mesina. Después se dirigió a los alrededores de Siracusa, donde parecía que el conflicto se decantaría finalmente a favor de unos o de otros. Transcurrido algún tiempo, Magón sorprendió a todos al marcharse con sus tropas hacia la epicráteia cartaginesa, y poco después hacia Cartago. ¿Por qué obró así el general cartaginés? Plutarco indica que Magón sospechaba que los griegos de Timoleón y los griegos de Hicetas se estaban confabulando contra él. Quizás Magón pensaba que una posible victoria frente a Timoleón le saldría demasiado cara en hombres y recursos. Su huída fue causa de burla entre los griegos, poco dados a profundizar en las motivaciones que llevan a un general a no presentar batalla. Las fuentes hablan de un oscuro intento de usurpación que un tal Hannón protagonizó por entonces en Cartago. No parece que este suceso influyera mucho en la decisión de Magón de abandonar el escenario bélico siciliano.

Tras la partida de Magón, las tropas de Timoleón se apoderaron de toda Siracusa. Timoleón, como signo del restablecimiento de la democracia, demolió la ciudadela y destruyó todo lo que recordase la tiranía. Únicamente se salvó la estatua de Gelón, el que había vencido a los púnicos en Hímera. El general corintio se percató de que tanto Siracusa como otras ciudades siciliotas habían sufrido por causa de las constantes guerras un considerable descenso poblacional. Decidió pedir a la metrópoli hombres que acrecentasen el carácter griego de la isla y que ayudasen a hacer frente a una previsible reacción militar púnica. Plutarco alude a que Magón, una vez llegado a Cartago, se suicidó. Las autoridades de la ciudad colocaron su cuerpo inerte en una cruz para mostrar su rechazo hacia el cobarde comportamiento de que había hecho gala el general. Timoleón se propuso realizar nuevas acciones antitiránicas en diversos ámbitos sicilianos. No logró en el 343 a.C. apoderarse de Leontinos, sede del tirano Hicetas. Sí que pudo hacerse con el control de Engión y Apolonia, que habían estado bajo el poder del tirano Leptines. Hicetas emprendió sin resultado un nuevo ataque a Siracusa. Decidió pactar con Timoleón, que le permitió vivir en Leontinos como un particular. Numerosas gentes llegadas de Corinto y de otras regiones griegas repoblaron Siracusa. Timoleón envió a dos hombres de su confianza, Dinarco y Demareto, a realizar razzias en la epicráteia cartaginesa. Estos comandantes ganaron la alianza de algunas ciudades y pueblos de Sicilia Occidental, saqueando el territorio de los que permanecían fieles a los desacreditados púnicos.

Viendo las autoridades cartaginesas que toda Sicilia se tornaba de color griego, decidieron reclutar tropas con vistas a una nueva expedición dirigida a la isla. Libios, iberos, celtas y ligures engrosaron el ejército cartaginés, encomendado esta vez a Asdrúbal y Amílcar. Las ingentes fuerzas púnicas desembarcaron en Lilibeo en el 342 a.C., dispuestas por lo menos a reinstaurar la eclipsada epicráteia cartaginesa de Sicilia. Uno de los dos generales púnicos se hizo cargo de la flota, y el otro de los recursos terrestres. En su marcha hacia la costa Norte siciliana, el ejército cartaginés se detuvo a orillas del río Crimiso. Hasta allí llegó Timoleón tras ocho días de fuerte marcha, poco antes del solsticio que da inicio al verano. Incluso Huss da crédito a la afirmación de Plutarco de que las tropas con que contaba Timoleón eran muy inferiores en número a las cartaginesas. El inesperado ataque del corintio se vio recompensado con una contundente victoria. Ésta sólo es comprensible si admitimos que el ejército púnico estaba dividido en dos o tres grupos con localizaciones distintas. Uno de estos grupos, que cruzaba desordenadamente el río Crimiso, fue abatido por las fuerzas siciliotas, que causaron a los enemigos terribles pérdidas. Los 2.500 integrantes cartagineses del escuadrón sagrado fueron exterminados. El resto del ejército derrotado se refugió en Lilibeo a la espera de nuevas instrucciones. Probablemente regresó a Cartago poco tiempo después. Timoleón entretanto admiraba complacido las primorosas corazas arrebatadas a los soldados púnicos.

Un Giscón desterrado antaño se convirtió en recurso vital para los senadores cartagineses, que le nombraron nuevo general y le enviaron a Sicilia con 70 barcos. El comportamiento de Giscón fue exitoso en las pocas ocasiones que tuvo para combatir. Mamerco, tirano de Catania, e Hicetas, que no se resignaba a la falta de protagonismo político, se aliaron a los cartagineses. En Mesina y en Ieto fueron desbaratados pequeños contingentes de estipendiarios de Timoleón. Habiendo éste pasado con sus fuerzas al Sur de Italia, Hicetas atacó Siracusa, donde obtuvo un rico botín. Después Hicetas marchó al ámbito suritálico para enfrentarse a Timoleón, el cual le derrotó a orillas del río Damiria. El tirano se refugió en Leontinos, pero sus propios soldados le entregaron a Timoleón, que le condenó a muerte junto a su hijo Eupolemo y junto a Eutimio, general de su caballería. Mamerco, que contaba con algunas tropas catanias y cartaginesas, perdió la batalla librada a orillas del arroyo Abolo. Fue ajusticiado por los siracusanos tras un intento frustrado de suicidio. El tirano de Mesina, Hipón, también sucumbió a la oleada democrática suscitada en Sicilia por Timoleón. Los cartagineses solicitaron la paz hacia el 339 a.C., pues ya no tenían caudillos siciliotas con los que trabar una alianza contra Siracusa.

El acuerdo suscrito entre los bandos contendientes restituyó la epicráteia cartaginesa prácticamente como estaba definida en los tratados anteriores, delimitándola por el Este de manera aproximada en el río Halycus, lo que nos hace sospechar que los historiadores grecorromanos guardaron silencio sobre algunos de los éxitos militares cosechados en la isla por Giscón. Los cartagineses se comprometieron a no apoyar en el futuro a los tiranos que llevasen la guerra a Siracusa. Tuvieron que permitir la emigración de quienes deseasen abandonar la epicráteia cartaginesa para establecerse en las ciudades siciliotas. Por tanto hubo para la Sicilia griega una pequeña ganancia demográfica a costa de la Sicilia púnica. Los cartagineses no miraron con recelo el resurgir de ciertas ciudades siciliotas, como Gela y Acragante, cuya reconstrucción se inició entonces. Timoleón, cumplida sobradamente la misión para la que fue enviado a Sicilia, continuó viviendo en la isla, sin querer ostentar ningún cargo preeminente. Asistía a las reuniones de la asamblea de Siracusa como un ciudadano más, expresando su opinión, que era la más apreciada. Murió en el año 337 a.C., estando ya ciego.


CARTAGO Y EL MUNDO TRANSFORMADO POR ALEJANDRO MAGNO

Nos apartamos brevemente de Sicilia para no quedarnos con lagunas relativas a la política exterior cartaginesa del momento. Alejandro Magno amplió admirablemente y en poco tiempo los territorios sometidos al influjo grecomacedonio. Sus victorias ocasionaron un reordenamiento político de gran parte del mundo conocido. Los cartagineses observaron cómo el conjunto del Mediterráneo Oriental adquiría un indiscutible carácter griego. Cuando Alejandro se adentró en Fenicia, los cartagineses no prestaron ayuda militar a Tiro, si bien se ofrecieron a acoger en su ciudad a los niños, mujeres y ancianos procedentes de la metrópoli. Tiro fue conquistada por Alejandro en el 332 a.C. Un año después el macedonio, tras conquistar Egipto, firmó con las ciudades griegas de la Cirenaica un tratado de amistad y alianza. Todavía por entonces Alejandro no se había planteado el establecimiento de contactos diplomáticos o militares con Cartago, pues tenía que atender a la conquista del Oriente. Tras la campaña de la India, ya hacia el 324 a.C., Alejandro habló de armar una flota enorme con la que conquistar las tierras de la cuenca mediterránea Occidental. Otro de los proyectos atribuido al macedonio era la construcción de una calzada costera norteafricana que condujera hasta las Columnas de Hércules. La historicidad de estos supuestos planes alejandrinos ha sido puesta en duda por algunos autores. Cuando Alejandro se encontraba en el camino de Ecbatana a Babilonia parece que recibió una embajada cartaginesa de intenciones conciliadoras. Fuentes tardías señalan que un cartaginés llamado Amílcar realizó una exitosa labor de espionaje en el séquito de Alejandro. Podemos barruntar los temores que tenían las autoridades cartaginesas ante el expansionismo macedonio.

Al morir Alejandro en el 323 a.C., su vasto imperio se fragmentó. En Cartago se experimentó un sentimiento de alivio. Ptolomeo, uno de los generales de Alejandro, se convirtió en sátrapa de Egipto. Cartago y Egipto estaban separados por la Cirenaica, región en la que desde la muerte de Alejandro hubo frecuentes disturbios. En la ciudad de Cirene demócratas y oligarcas se disputaban el poder. Las convulsiones generaron un enfrentamiento militar en toda la Cirenaica. Algunos cirenaicos desterrados encontraron el apoyo de un corsario espartano llamado Tibrón. Libios y cartagineses apoyaron a las autoridades de Cirene para evitar una dictadura militar de Tibrón. Los púnicos deseaban que la Cirenaica fuera un territorio tranquilo e independiente que les evitase encuentros militares con los egipcios. Algunas monedas cirenaicas de la época llevan representada en su reverso la planta del silfio junto a la palmera cartaginesa, lo que corrobora la alianza que existió entre Cirene y Cartago. Cirenaicos, púnicos y libios fueron derrotados por Tibrón. En la Cirene sitiada por Tibrón estalló una revolución que llevó al poder a los demócratas. Algunos de los oligarcas fugitivos pidieron a Ptolomeo una intervención. El sátrapa envió a la Cirenaica numerosas tropas dirigidas por Ofelas, que supo poner toda la región bajo dominio ptolemaico en el 322 a.C.

Cartago y Egipto se convirtieron en imperios vecinos. Las tropas ptolemaicas extendieron los dominios egipcios hasta el enclave de Eufrantas Pirgos. Los cartagineses, aunque resulte sorprendente, es probable que no ofrecieran apenas resistencia militar a este expansionismo egipcio. Quizás confiaban en que las ansias del ambicioso Ptolomeo se calmasen con estas regiones, en las que casi no había enclaves urbanos de importancia. Con el dominio de estos territorios Ptolomeo se aseguró el control de las rutas que conducían al oro y a las piedras preciosas meridionales. Además estas regiones podían servir como plataforma de una futura expedición dirigida contra Cartago. En los primeros años del siglo III a.C., Ptolomeo concedió a Agatocles, rey de Siracusa, la mano de su hija Teóxena. Seguramente este matrimonio sirvió para sellar una alianza política entre Egipto y Siracusa, alentada por la común hostilidad hacia los cartagineses. Es en este sentido significativo el que en el 289 a.C., poco antes de morir, Agatocles estuviese preparando una nueva expedición de gran envergadura contra Cartago. El hecho de que a Cartago no le importase demasiado renunciar a regiones africanas nororientales en beneficio de los Lágidas indica que sus intereses se centraban en la construcción de un imperio en el Mediterráneo Occidental. Y en este afán era vital para los púnicos el mantenimiento de sus posesiones sicilianas.


LOS CONFLICTOS ENTRE GRIEGOS Y CARTAGINESES EN LA ÉPOCA DE AGATOCLES

Los últimos decenios del siglo IV a.C. supusieron para Cartago conflictos internos y tensiones militares en los escenarios bélicos siciliano y africano. La principal amenaza contra el estado cartaginés era Agatocles. Éste había nacido en Terma, ciudad perteneciente a la epicráteia cartaginesa. Era hijo de un reginense exiliado. Se estableció en Siracusa, donde trabajó como alfarero. Pronto se inclinó por la vida militar. Consiguió un puesto de mando tras participar en las luchas que los siracusanos sostuvieron con brucios y acragantinos. Buscó luego su ascenso político y militar en Crotona, Tarento y Regio. Regresó a Siracusa cuando el poder fue conquistado por los demócratas. Los oligarcas desterrados, que en gran parte se habían refugiado en Gela, pidieron apoyo armado a los cartagineses. Éstos decidieron intervenir en los asuntos siracusanos. El restablecimiento de los oligarcas en Siracusa les podía proporcionar beneficios políticos, y sería además una garantía de la coexistencia pacífica en la isla. El intervencionismo cartaginés pudo derivar en gran medida del hecho de que en el 322 a.C. se habían apoderado del control de Cartago elites belicistas, quizás tras la funesta consumación del expansionismo ptolemaico.

Surgieron luchas sicilianas que no favorecieron decisivamente a ninguno de los bandos enfrentados. Algunos de estos episodios armados se desarrollaron en las cercanías de Gela. Cuando el corintio Acestórides fue elegido general de Siracusa se pudo hallar una solución pactada a la crisis interna de la ciudad. Esta solución no disgustó a los oligarcas, e implicó la conclusión de un tratado de paz con los cartagineses. El acuerdo seguramente determinó la restitución de los primitivos derechos y patrimonios de los oligarcas, así como la promesa de una política filopúnica. En esta ocasión los cartagineses no formularon pretensiones territoriales ni quizás reclamaron reparaciones de guerra. Agatocles, que había participado en la organización de la oposición antioligárquica, creó en Morgantina un emporio militar desde el que acosaba a púnicos y siracusanos. Tras tomar Leontinos, sitió Siracusa. Al percatarse de que su afán era irrealizable, Agatocles pidió al general cartaginés Amílcar que mediase entre él y los siracusanos. Se produjo así hacia el 319 a.C. una conciliación entre los dos partidos de la ciudad. Es lógico pensar que Agatocles se mostró por entonces dialogante con los púnicos y los oligarcas.

No tardó Agatocles en hacerse con una destacada posición en la política interna de Siracusa. Diodoro indica que fue designado custodio de la paz. Agatocles fue minando el poder del gremio oligárquico de los Seiscientos. Hacia el 316 a.C. el ambicioso general dio un sangriento golpe de estado que le permitió convertirse en tirano de Siracusa. Los tratados entre Siracusa y Cartago que estaban en vigor no permitían a los púnicos una intervención directa en los asuntos intrasiracusanos. Los cartagineses decidieron esperar pacientemente la evolución de los acontecimientos. Observaban el despliegue armamentístico de Agatocles, que sometió ciudades y plazas sículas del interior de la isla. La irritación púnica creció cuando Agatocles se atrevió a atacar ciudades griegas. El tirano tomó Milae e intentó por dos veces apoderarse de Mesina. Cuando asediaba Mesina por segunda vez, en el 314 a.C., se le presentaron emisarios cartagineses que le hicieron ver que sus acciones violaban los acuerdos vigentes. Agatocles se mostró permeable, concertó un tratado de paz con los mesenios y liberó Milae. Parece que el tirano consideraba que aún no había llegado el momento propicio para enfrentarse a los púnicos.

Las ciudades de Acragante, Gela y Mesina decidieron formar una coalición dirigida contra Agatocles. Pidieron a los espartanos el envío de un general. Asumió el cometido Acrótato, hijo del rey Cleómenes. La ciudad de Tarento se mostró dispuesta a apoyar a Acrótato. Éste encontró en Sicilia dificultades que le impidieron actuar libremente, por lo que decidió abandonar la isla a escondidas. Poco después la flota tarentina, que había llegado hasta Sicilia, regresó a casa. El poder de Agatocles parecía imposible de derrumbar desde instancias griegas. Acragante, Gela y Mesina, temiendo la ira del tirano, pidieron la mediación púnica. No habían recurrido antes a los cartagineses para que los demás griegos no les reprochasen su colaboración con los bárbaros. Los púnicos se habían aficionado a los acuerdos tras descubrir que suponían un ahorro considerable de efectivos militares. El general cartaginés Amílcar favoreció un convenio entre Agatocles y las ciudades griegas hostiles al tirano. Este convenio aludía a la autonomía de las ciudades griegas de Sicilia, pero reconocía a la vez la hegemonía siracusana sobre la Sicilia griega. El tratado determinaba que sólo tres ciudades siciliotas no eran autónomas por quedar bajo la tutela cartaginesa: Hímera, Selinunte y Heraclea Minoa. Por tanto la epicráteia cartaginesa había crecido ligeramente en el Norte con respecto a épocas anteriores, pasando a incluir también la colonia griega de Hímera. Con el reconocimiento formal de la hegemonía siracusana sobre la Sicilia griega, obtuvo Agatocles la capacidad abusiva de poner al servicio de sus proyectos los ejércitos de las ciudades siciliotas. El poder del tirano se extendió tanto y tan rápidamente a consecuencia de lo dispuesto en el tratado que las autoridades cartaginesas censuraron las desacertadas labores diplomáticas de Amílcar.

Acragante y Gela se resignaron a colaborar con Agatocles. Los exiliados siracusanos que residían en ambas ciudades se marcharon hacia el 312 a.C. a Mesina, donde esperaban encontrar más apoyo frente al tirano. Pero los amedrentados mesenios decidieron expulsar a los exiliados y entregar su ciudad a Agatocles. El tirano quería someter a sus designios toda la Sicilia griega para después lanzarse sobre la epicráteia cartaginesa. Aspiraba por tanto al dominio de toda la isla. Cuando se disponía a sojuzgar a su propia aliada Acragante, observó cerca de las costas de la ciudad una flota cartaginesa, lo que le hizo aplazar sus planes. Dispuesto a provocar a los púnicos, Agatocles marchó sobre la epicráteia cartaginesa, donde tomó varias fortalezas y realizó toda clase de acciones de pillaje. Los exiliados siciliotas, acaudillados por Dinócrates, pidieron a los cartagineses su inmediata actuación. Mientras Agatocles ejecutaba una acción de castigo en Centoripa, 50 barcos cartagineses penetraron en el puerto de Siracusa. En la estratégica colina de Écnomo construyeron los púnicos un avanzado baluarte desde el que poder acceder rápidamente a distintos puntos de la isla. Agatocles marchó con todo su ejército a Écnomo, pero como los cartagineses no quisieron presentarle batalla, tuvo que regresar rabioso a Siracusa, donde se hizo recibir en triunfo para animar a su gente.

Un Amílcar distinto al que había promovido los acuerdos con Agatocles fue puesto al frente de las tropas cartaginesas. Éstas no eran muy grandes en relación a las movilizadas por los púnicos en anteriores campañas. Y es que se esperaba reclutar más hombres en Sicilia. En la travesía hacia la isla los cartagineses perdieron a causa de una tempestad 60 barcos de guerra y 200 barcos cargados de cereales. Pero con rapidez admirable Amílcar formó en Sicilia un ejército de 40.000 infantes y casi 5.000 jinetes. Sus tropas estaban enormemente motivadas. Agatocles temía la insurrección de muchas de las ciudades que tenía sometidas. Amílcar acampó en Écnomo. Para evitar que Gela pactase con los púnicos, Agatocles tomó la ciudad, mató a más de 4.000 de sus habitantes y se apoderó de todo el metal noble. Dejó una guarnición en Gela y construyó un campamento próximo a Écnomo. A mediados del 310 a.C., las tropas siracusanas atacaron el campamento púnico. Fueron derrotadas gracias en gran medida a la acertada actuación de los 1.000 honderos baleáricos de que disponía Amílcar. Formando en la vanguardia, los honderos baleáricos impidieron el avance de los griegos, que cayeron en número de 7.000. Contribuyó a esta victoria púnica el casual desembarco de nuevas unidades militares cartaginesas en la región.

Tras la victoria de Écnomo, prácticamente toda Sicilia se alió con los cartagineses. Después de permanecer un tiempo en Gela, Agatocles regresó a Siracusa, donde se preparó para resistir un probable asedio púnico. Determinó con osadía pasar sus principales tropas a África para desconcertar al enemigo. Aprovechando un despiste de la flota cartaginesa, Agatocles salió del puerto de Siracusa con 60 barcos. Dejó la ciudad bajo la autoridad de su hermano Antandro. Los expedicionarios siracusanos desembarcaron al Suroeste del Cabo Bon. El tirano prendió fuego a sus propios barcos para no tener que vigilarlos y para elevar el ardor bélico de sus soldados. Inmediatamente conquistó las ciudades de Megalópolis y Leukos Tynes. Las autoridades cartaginesas eligieron como generales de iguales derechos a Hannón y Bomílcar, pertenecientes a familias rivales. El contingente militar griego y el púnico chocaron en una batalla que decepcionó las expectativas de ambos bandos. La victoria de Agatocles, debida al desorden creado entre los púnicos por la muerte de Hannón, sólo consiguió unas 1.000 víctimas enemigas. Las autoridades cartaginesas tomaron una serie de medidas religiosas destinadas a obtener la protección de los dioses. Se enviaron al Melkart de Tiro oro y ofrendas sagradas. Se solicitó a los creyentes tirios que orasen por el bienestar de la colonia. 500 niños de las familias más ilustres fueron sacrificados a Baal Hammón.

Emisarios cartagineses llegaron a Sicilia para pedir a Amílcar que acudiese en socorro de la ciudad amenazada. Amílcar ordenó a estos emisarios que no hablasen de la derrota sufrida ante Agatocles. Envió a algunos de ellos a Siracusa para exhortar a Antandro a rendir la ciudad. Los emisarios contaron a Antandro que su hermano y sus hombres habían perdido la vida en África. Presentaron a los siracusanos los espolones de algunas de las naves de Agatocles. Antandro expulsó a los legados púnicos y convocó una asamblea popular para discutir la situación. Parte del demos siracusano, por voz de Diogneto, se mostró dispuesto a entregar la ciudad a los cartagineses. Antandro obró con energía al expulsar a varios miles de los partidarios de un entendimiento con los púnicos. Estas gentes fueron acogidas por Amílcar. El mismo Antandro empezó a preguntarse si no sería conveniente capitular. Pero el etolio Erimnón, jefe de los mercenarios, consideró que era preciso esperar a que se tuviesen noticias seguras de lo ocurrido en África. Amílcar se disponía a atacar la ciudad cuando un barco de treinta remeros de Agatocles penetró en ella y trajo la noticia de la victoria del tirano. El general cartaginés, que había proyectado regresar a la patria como vencedor de Siracusa, envió a 5.000 de sus hombres al Norte de África.

Allí, tanto en la costa como en regiones del interior, Agatocles sometió a un buen número de ciudades. Algunas se le rendían por temor y otras por sus sentimientos anticartagineses. Pero bastantes enclaves permanecieron fieles a Cartago, ralentizando así el avance del tirano. El dinasta libio Elimas se convirtió en aliado de Agatocles. Éste no quería dejar a sus espaldas puntos conflictivos antes de caer sobre Cartago. Cuando los cartagineses recibieron los 5.000 hombres enviados por Amílcar iniciaron una exitosa contraofensiva. Reconquistaron diversas localidades y consiguieron que otras abandonaran su fugaz alianza con Agatocles. Fortificaron un enclave cercano a Leukos Tynes, desde donde obstaculizaron la comunicación de las distintas tropas griegas. Agatocles frenó la contraofensiva púnica al atacar con éxito a un contingente de soldados cartagineses cuando éstos se aprovisionaban con despreocupación. Elimas, que le había abandonado, sucumbió junto a muchos libios ante el ímpetu militar de los griegos.

En el escenario siciliano, ya en el 309 a.C., Amílcar fue derrotado al emprender un ataque masivo contra Siracusa. El general cartaginés fue hecho prisionero y ejecutado. Su cabeza fue enviada a África para que Agatocles se regocijase en su contemplación. Las tropas cartaginesas supervivientes se pusieron bajo el mando de un cuerpo de oficiales y dejaron de colaborar con el ejército de los oligarcas griegos, dirigido por Dinócrates. Por tanto las fuerzas militares sicilianas opuestas a Agatocles dejaron de tener un mando común. Había surgido un cierto vacío de poder en Sicilia. Los dirigentes acragantinos quisieron aprovechar las circunstancias para convertir a su ciudad en la nueva fuerza hegemónica de la isla. Airearon la palabra libertad para promover la alianza de un buen número de ciudades siciliotas. Enclaves no griegos quisieron entrar también en la nueva dinámica de poderes suscitada por los acragantinos. Las tropas libertarias quedaron bajo el mando de Jenódico. Este general pronto se ganó las simpatías de los establecimientos sicilianos que no deseaban una hegemonía ni púnica ni siracusana. Las guarniciones cartaginesas de diversos enclaves fueron aniquiladas por Jenódico. Un contingente militar siracusano salió de la ciudad, ocupó Echetla y devastó las regiones neatínica y camarinea. Esta acción estuvo motivada tanto por el hambre como por el deseo de escenificar una demostración de fuerza. Jenódico liberó Echetla y se ganó el apoyo de las regiones arrasadas por los siracusanos.

Tras eliminar las disensiones que se habían apoderado de los altos mandos de su ejército, Agatocles obtuvo una nueva victoria frente a los cartagineses. El hecho de que incluso en medio de sus victorias algunos griegos se pasaran al bando púnico ilustra el descontento de los soldados de Agatocles, tanto por los sueldos atrasados como por la conciencia de estar enjaulados en África. Los cartagineses intentaron llamar de nuevo a la sensatez a los númidas desertores con presiones militares. Tras operar con cierto éxito en la región de los zufones numidios, el ejército expedicionario púnico se vio funestamente sorprendido por perseguidores griegos. La victoria griega se debió esta vez a la valerosa actuación de los jinetes dirigidos por Clinón. Para conseguir nuevos recursos militares con los que doblegar definitivamente a Cartago, Agatocles solicitó la alianza de Ofelas, gobernador ptolemaico de la Cirenaica. Y Ofelas, en el 308 a.C., partió hacia Occidente en apoyo de Agatocles, no sólo con soldados, sino además con miles de colonos dispuestos a establecerse en las tierras que fueran conquistadas a los cartagineses. La vileza de Agatocles no conocía límites. Cuando las fuerzas cirenaicas se aproximaban a su posición, ordenó atacarlas. Tras matar a Ofelas y debilitar un tanto las fuerzas aliadas, puso bajo su mando las restantes. Engrosó así su potencial militar, aunque a costa de resentidos cirenaicos.

Cartago peligraba seriamente. Agravó la situación la existencia de discrepancias en torno a cómo proseguir la guerra contra el tirano. Bomílcar, tras un fallido golpe de estado, fue ajusticiado. Agatocles prosiguió sus conquistas para aislar a Cartago. Quería obligarla a capitular o al menos hacerla renunciar para siempre a Sicilia. En el año 307 a.C., retomó Útica, que le había abandonado. En el asalto a las murallas de la ciudad empleó como escudo viviente a 300 uticenses. El fragor de una batalla naval proporcionó a Agatocles el control de Hipu Akra. Sus dominios crecían tentacularmente hacia Cartago. En Sicilia, Leptines y Demófilo, generales de Agatocles, lograron vencer a Jenódico en una gran batalla a pesar de estar en inferioridad numérica. Los sueños hegemónicos acragantinos se esfumaron con la misma rapidez con la que habían surgido. Para consolidar sus posiciones sicilianas, Agatocles se desplazó hasta la isla con 2.000 soldados. Desembarcó en la región de Selinunte, donde pronto se le unieron las tropas victoriosas de Leptines y Demófilo. Forzó a los heracleotas a pasarse a su bando. Después se desplazó a la costa Norte de la isla. Suscribió un tratado con su ciudad natal, Terma. Eludió Hímera y tomó Cefaledio, donde dejó a Leptines como jefe de la guarnición siracusana. No pudo conquistar Centoripa, pero sí Apolonia, con cuyos habitantes se ensañó. Y es que en la conquista de Apolonia, Agatocles había perdido muchos hombres, lo que le enfureció. Los adversarios del tirano surgieron de todos los escondrijos de Sicilia para formar un ejército de más de 20.000 hombres, dirigidos por Dinócrates. Pero Agatocles, que no contaba con muchos soldados, rehuyó el combate. Después de tantas muertes Sicilia seguía sin dueño.

Arcágato, hijo de Agatocles, tenía el mando de las tropas griegas estacionadas en África. Uno de sus oficiales, Éumaco, emprendió una expedición hacia regiones interiores más por botín que por motivos de estrategia militar. Consiguió conquistar varias ciudades tras doblegar la enconada resistencia de sus pobladores, pero perdió buena parte de sus tropas en el vano intento de tomar Miltine. Siguió avanzando muy al interior, hasta que tras conquistar otros tres enclaves regresó junto a Acrágato, cuyo cuartel estaba en Tinete. Los cartagineses iniciaron una enérgica ofensiva general con la que consiguieron recobrar el apoyo de sus antiguos aliados. El ejército púnico se dividió en tres grupos, dirigidos por Adérbal, Hannón e Himilcón. Un grupo se desplazó a la región costera, otro al interior y otro a las montañas. Arcágato se vio obligado a dividir sus fuerzas para frenar las distintas acometidas púnicas. Los ejércitos dirigidos por sus oficiales Escrión y Éumaco fueron aniquilados. Al conocer estas irreparables derrotas, Arcágato regresó a Tinete y pidió a su padre el envío de más tropas. Los púnicos cortaron a Arcágato todas las posibilidades de desplazamiento fuera de Tinete.

Una flota etrusca aliada de Agatocles venció a la flota cartaginesa en el mismo puerto de Siracusa. La ciudad pudo verse al fin abastecida de toda clase de productos. Agatocles pasó al Norte de África con 17 barcos de guerra para socorrer a su apurado hijo. Dejó a Leptines al mando de las tropas siracusanas. Leptines decidió presentar batalla a las fuerzas acragantinas, visiblemente desmoralizadas por las disensiones políticas surgidas tras la derrota de Jenódico. Leptines obtuvo una nueva victoria que reforzó la hasta hacía poco precaria posición de Agatocles. Una vez llegado a África, el tirano quiso elevar la autoconfianza de sus soldados con un éxito militar. Pero salió derrotado al intentar infructuosamente tomar un campamento púnico cercano a Tinete. Agatocles, abandonado por sus aliados libios, se vio incapaz de proseguir la guerra africana. No podía aspirar a que los cartagineses accediesen a un acuerdo amistoso después del daño que les había hecho. No tenía barcos con que llevarse su ejército a Sicilia. En secreto se embarcó hacia la isla con unos cuantos hombres fieles. Abandonó en Tinite a casi todos sus hijos, que fueron ejecutados por los embaucados soldados griegos. Éstos eligieron nuevos jefes y pactaron con los púnicos. A cambio de la entrega de los enclaves ocupados, los soldados griegos recibieron de las autoridades púnicas dinero. Se dejó elegir a los soldados griegos entre pasar a formar parte del ejército cartaginés o vivir pacíficamente en la colonia púnicosiciliana de Solunto. Con estas generosas medidas los cartagineses pretendían conseguir un eco favorable entre los griegos de Sicilia y evitar que las tropas capitulantes volviesen a estar al servicio de Agatocles. Algunas de las ciudades africanas con guarniciones griegas tuvieron que ser tomadas por los púnicos a la fuerza.

Agatocles no pensó inicialmente en conversar con los cartagineses. Exigió a las ciudades sicilianas que tenía sometidas la entrega de dinero. Sus métodos de extorsión fueron especialmente virulentos en Segesta. Con los fondos recaudados pretendió el tirano continuar sus luchas anticartaginesas, lo que pronto vio inviable. Y es que uno de sus oficiales, Pasífilo, se había pasado al bando de Dinócrates con buen número de soldados y ciudades. Agatocles entabló inútiles conversaciones con Dinócrates. Es curioso el que pidiese tan sólo el dominio sobre su natal Terma y sobre Cefaledio. Pronto se arrepintió y decidió conservar su dulce hogar siracusano. En el 306 a.C., suscribió un tratado de paz con los cartagineses. Se comprometió en virtud de este tratado a respetar la restablecida epicráteia cartaginesa y a pagar indemnizaciones de guerra en plata y en grano. ¿Para qué habían servido las convulsiones y atrocidades promovidas por el tirano? Simplemente supusieron la muerte de numerosos soldados siciliotas, y apenas mermaron el poder cartaginés. Desde el 304 a.C., Agatocles se hizo llamar rey de Siracusa. Centró sus afanes políticos en el ámbito colonial griego. Hacia el 295 a.C., se casó con Teóxena, hija de Ptolomeo. Murió en el 289 a.C. mientras pertrechaba una gran flota, previsiblemente concebida para atacar a los cartagineses.


LOS CONFLICTOS ENTRE GRIEGOS Y CARTAGINESES EN LA ÉPOCA DE PIRRO

La muerte de Agatocles no solucionó todos los problemas que Cartago tenía con sus propios establecimientos y con las colonias griegas en Sicilia, de modo que los ejércitos púnicos tuvieron que seguir desplegando en la isla acciones militares. El segesteo Menón, tras asesinar a un nieto de Agatocles, asumió el mando de las tropas siracusanas estacionadas en Etne. La mayor parte del ejército siracusano siguió bajo las órdenes de un tal Hicetas. Menón rehuyó el combate con Hicetas, pues esperaba la llegada de las tropas púnicas que había solicitado. Los cartagineses decidieron participar en la nueva contienda para terminar definitivamente con las ansias revanchistas de los siracusanos. Las luchas de Menón y los cartagineses frente a Hicetas no rebasaron en mucho el calificativo de escaramuzas. Los siracusanos, advirtiendo su inferioridad numérica, solicitaron el fin de las hostilidades. Los púnicos accedieron a cambio del regreso a Siracusa de los oligarcas desterrados. Exigieron también la entrega de 400 rehenes a los que luego por razones desconocidas ajusticiaron. La posición cartaginesa en Sicilia se reforzó considerablemente, pues incluso en la misma Siracusa contaban con amigos, como las tropas de Menón y los oligarcas repatriados.

Cuando murió Agatocles, algunos de los mercenarios que el tirano había reclutado en diferentes regiones itálicas decidieron no regresar a sus casas, sino permanecer en Sicilia como una banda de salteadores. Los integrantes de este famoso contingente se hacían llamar a sí mismos mamertinos, “hijos de Marte”. Entre sus primeras “hazañas” estuvo el exterminio de la población de Mesina, ciudad en la que se establecieron. Durante toda una generación realizaron infinidad de tropelías. Les gustaba especialmente cruzar el estrecho para sembrar el terror en las costas suritálicas. Desde el 289 a.C., los cartagineses fueron la fuerza hegemónica en Sicilia. Intervenían a petición de alguna ciudad griega para reinstaurar el orden en la isla. Entretanto su epicráteia florecía en paz. Uno de los conflictos sicilianos más destacados de esta época fue el que mantuvieron Fintias, tirano de Acragante, e Hicetas, tirano de Siracusa. Fintias fundó un pequeño enclave al que dio su propio nombre, poblándolo con colonos obligados a salir de la ciudad de Gela. En Hibla, Hicetas logró vencer a Fintias. Para evitar un incremento excesivo del poder siracusano, los cartagineses presentaron batalla a Hicetas a orillas del río Terias, donde obtuvieron una notable victoria. Es posible que en esta batalla los mamertinos luchasen del lado de los púnicos.

Los siracusanos necesitaban un poder ultrainsular para poder cuestionar el liderazgo siciliano de los púnicos. Tenón y Sosístrato, tiranos de Siracusa, olvidaron sus rivalidades para solicitar al caudillo epirota Pirro su intervención. Pirro, que había acudido al escenario bélico itálico para ayudar a los tarentinos en sus luchas con los romanos, ya había cosechado frente a éstos las caras victorias de Heraclea y Áusculum, libradas en 280 y 279 a.C. respectivamente. De forma necia, cuando la guerra itálica no estaba ni mucho menos decantada a su favor, Pirro saltó con buena parte de sus tropas a Sicilia, para disgusto de los frustrados tarentinos, que se quedaron esperando el regreso del imprudente caudillo. Plutarco achaca a Pirro ambiciones excesivas y pensamientos africanos. Estos últimos nos parecen posteriores. Los cartagineses habían concertado alianzas con los romanos y los mamertinos para afrontar con más garantías las luchas contra Pirro. En el tratado suscrito con los romanos, los púnicos ofrecían a éstos principalmente apoyo marítimo para el transporte de tropas. Ya antes de la firma del acuerdo, los cartagineses habían enviado al Tíber una potente flota para expresar su deseo de colaborar con los romanos. Una vez suscrito el tratado, los cartagineses, con ayuda de medio millar de romanos, habían intentado sin éxito conquistar Regio para adquirir el dominio del estrecho.

Corría el año 278 a.C. Como Mesina estaba en poder de los mamertinos y Siracusa estaba bloqueada por barcos púnicos, Pirro tuvo que desembarcar con sus hombres en Tauromenio, donde le recibió Tindario, tirano de la ciudad. Concertó un pacto con Tindario y, robustecido con tropas tauromenias, continuó navegando hacia Catania. Aquí hizo bajar de los barcos al ejército, que siguió por tierra hacia Siracusa. Él continuó al frente de la flota, con la que llegó sin avistar barcos cartagineses a Siracusa. La flota púnica, dirigida por Magón, había optado por abandonar el puerto siracusano para no quedar atrapada entre los barcos de Pirro y los barcos siciliotas de la ciudad, que eran numerosos desde la última fiebre armamentística de Agatocles. Los dos tiranos de Siracusa pusieron a disposición de Pirro todos sus recursos bélicos, tanto humanos como materiales. Leontinos y otras ciudades siciliotas dominadas por tiranos se adscribieron con entusiasmo al bando pírrico. Los griegos de Sicilia veían en Pirro a un estratega genial que les libraría de la prepotencia púnica y mamertina. Creyeron que era un nuevo Timoleón, sin darse cuenta de que el epirota anteponía sus ansias de gloria a los ideales ajenos.

Tras hacerse con el apoyo militar de la inquieta Acragante, Pirro se dirigió con un colosal ejército a la epicráteia cartaginesa. A su paso parecían derrumbarse las bases del poder púnico en la isla. La acción más espectacular fue la conquista de Érice, en la que Pirro combatió valerosamente al frente de sus tropas. Las ciudades filopúnicas que no se le rendían eran tomadas a viva fuerza. Y en poco tiempo logró dominar toda la epicráteia cartaginesa, a excepción del enormemente reforzado baluarte de Lilibeo. Humilló a los mamertinos del mismo modo en que éstos habían humillado en el pasado a los siciliotas del Noreste de la isla. Los cartagineses enviaron emisarios a Pirro para manifestarle su intención de renunciar a su epicráteia siciliana. Estaban incluso dispuestos a pagar los costes de la guerra, y sólo pedían el poder conservar Lilibeo. Pirro quiso negociar, pero los siciliotas le convencieron para que sitiara Lilibeo. El infructuoso asedio se prolongó durante dos meses, tras los cuales Pirro trasladó sus heterogéneas tropas a los cuarteles de invierno. La fortuna de Pirro tenía sus días contados. Se cruzó por su mente el deseo de conquistar el imperio africano de los cartagineses, pero por la mente de Pirro cruzaban demasiadas cosas que se obstaculizaban unas a otras. Plutarco describe la transformación que se operó en Pirro. De un héroe liberador aclamado por todos pasó a ser un enloquecido tirano. Las medidas que tomó para reclutar hombres y recaudar impuestos se le hicieron a los siciliotas excesivamente onerosas. Y es que no querían ser súbditos de un rey helenístico ni participar en una larga expedición africana. El rechazo a la política desplegada por el epirota fue generalizado. La insostenible situación siciliana llevó a Pirro a regresar en ayuda de los tarentinos en el 275 a.C. Plutarco indica que al alejarse de la isla Pirro exclamó proféticamente mientras la miraba: “¡Qué palestra dejamos, oh, amigos, a cartagineses y romanos!”. Su travesía marítima fue trastornada por ataques púnicos. Y en su camino por tierra hacia Tarento se encontró con emboscadas de molestos mamertinos.

Cuando Pirro se marchó de Sicilia, los cartagineses pudieron restablecer en la misma su epicráteia Occidental. Siguieron combatiendo contra los siracusanos hasta aproximadamente el 271 a.C., momento en que derrotaron a éstos en la batalla de Ciamosoro. En el transcurso de estos enfrentamientos, Hierón II se hizo con el liderazgo del estado siracusano. Los púnicos se definieron nuevamente como la fuerza rectora del orden siciliano. Hierón II hostigó prolongadamente a los mamertinos de Mesina. Sólo el temor hacia una represalia púnica le impedía deshacerse de estos mercenarios, que en su mayoría eran de origen osco. En el 264 a.C., Hierón II encontró el valor suficiente para sitiar Mesina. Los mamertinos pidieron auxilio a los cartagineses. Éstos, dirigidos por un oficial llamado Hannón, colocaron una guarnición en la ciudad. Y como era tradicional, Hierón II se retiró a Siracusa. La presencia púnica pronto se les hizo onerosa a los endiablados mamertinos, que sorprendentemente pidieron ayuda a los romanos para eliminar a sus antiguos aliados. Se inició así la Primera Guerra Romanopúnica (264 – 241 a.C.), que se saldará tras prolongados enfrentamientos con la expulsión de los cartagineses de una Sicilia por la que durante tanto tiempo habían guerreado.

En sus sucesivos conflictos con Roma, Cartago acrecentó su fama de “Gran Derrotada”, transformándose su imperio en la sal y en la arena de su ciudad, convertida en ciudad romana. Clave en este languidecer fue el hecho de que no hubiera sabido constituir un ejército esencialmente ciudadano, implicado política y militarmente en el destino del estado, recurriendo en cambio a grandes contingentes de mercenarios, a los que ni siquiera trató con la dignidad debida. Para algunos escritores de época reciente, como Cirlot (1916 – 1973), Cartago es símbolo poético de lo posible truncado, de la tristeza por la gloria destruida, del combatir sin premio, hasta caer exhausto, ámbito propicio para la ensoñación, para pensar en un ideal femenino que se confunde con el reino de la nada, mujer que es la ciudad, mujer que es la colina, mujer que es el silencio. Mujer cartaginesa en medio del vacío de la historia. Lo cartaginés representa también en el ideario de algunos autores y cineastas la opción imprevista, el camino de la montaña, el atractivo de una gran empresa en principio llamada al fracaso, el acordarse del brío de los derrotados para narrarlo. Lo cartaginés es el “Fulgor”, significado del apellido “Barca”. Es el odio eterno a los romanos, el abrir caminos donde no los hay, el deslumbrar brevemente, el oscurecerse del sol. El imperio de Cartago es sólo el imperio de su nombre. Su triunfo habría sido muy probablemente más oneroso para los pueblos sometidos que lo fue el triunfo de Roma, a juzgar por el modo en que trató hasta a sus propios aliados y mercenarios, y a juzgar por su insaciable sed comercial de recursos. Su base territorial norteafricana no era la más adecuada para la formación de un imperio europeo. El duro destino de Cartago servirá siempre como referencia poética, cargada de ricos y cambiantes matices, hasta el punto de no caer jamás su nombre en el olvido. Sin duda Aníbal ha de seguir reclutando iberos locos con los que cruzar los Alpes.


PRIMER TRATADO ROMANO-CARTAGINÉS

El primer tratado romano-cartaginés lo conocemos sólo a partir de la versión griega de Polibio, que lo sitúa hacia el 508 o 507 a.C. El tratado afectaba también a los aliados de ambos bandos. Vamos a intentar resumir el contenido del mismo: “Se prohíbe a los romanos navegar más allá del Bello Promontorio. Si circunstancias fortuitas y adversas llevasen a los romanos a desembarcar en costas situadas más allá del Bello Promontorio, no deberán adquirir ningún producto en las mismas. A los romanos sólo se les permite comerciar en Libia o Cerdeña con la autorización previa del funcionario cartaginés o procartaginés correspondiente. En la parte cartaginesa de Sicilia los romanos tienen los mismos derechos comerciales que los cartagineses. Los cartagineses no deberán propasarse frente a las ciudades latinas dominadas por Roma. Los cartagineses deben mantenerse también alejados de las ciudades latinas no supeditadas a Roma. Si toman una de estas ciudades deberán entregársela inmediatamente a los romanos. Los cartagineses no deben levantar un fuerte en el Lacio, ni permanecer en esta región si sus intenciones son hostiles”.

Han surgido discusiones en torno a la localización del Bello Promontorio. Las principales alternativas son el cabo Bon y el cabo Farina. La desconcertante traducción del término efectuada por Polibio parece esconder en realidad al cabo Farina. Por tanto, en virtud del tratado, los romanos no podían navegar al Oeste de este cabo. Parece que los cartagineses querían con este tratado mantener alejados a los romanos de las costas norteafricanas situadas entre Cartago y las Columnas de Hércules. Y es que este territorio quizás todavía no había sido totalmente sojuzgado ni convertido en aliado por los púnicos, lo que lo haría permeable a las peligrosas influencias comerciales foráneas. El hecho de que los cartagineses permitiesen el comercio romano en Libia, en Cerdeña y mayormente en sus posesiones sicilianas indica que estos territorios ya habían adquirido un notable carisma púnico, difícilmente extinguible. En esta concesión había mucho de retórica y futurismo, pues los cartagineses sabían que los intereses comerciales romanos apenas sobrepasaban por entonces el Lacio. La asunción de la relativa defensa de todas las ciudades del Lacio, tanto sometidas como no sometidas al poder romano, indica que lo que principalmente pretendía Roma con este tratado era mantener alejados a los púnicos del territorio lacial. La fecha del 508 o 507 a.C. que da Polibio al tratado parece acoplada algo arbitrariamente. En todo caso, es casi seguro que el tratado se suscribió después del establecimiento de la República Romana, momento propicio para la revisión de los elementos que sustentaban las relaciones de la urbe itálica con las potencias extranjeras. El primer tratado romano-cartaginés podemos enmarcarlo en el conjunto de convenios etrusco-cartagineses del que nos habla Aristóteles. Al haberse librado Roma del dominio ejercido por reyes etruscos, los cartagineses quisieron cubrir cuanto antes el vacío diplomático que de ello se pudiera derivar. Parece que tanto los romanos como los púnicos respetaron caballerosamente durante mucho tiempo los términos del tratado, pues sus áreas de interés político todavía no eran las mismas.


SEGUNDO TRATADO ROMANO-CARTAGINÉS

En el año 348 a.C., Cartago y Roma reformularon contractualmente sus relaciones. Por entonces los cartagineses atravesaban por una situación política y militar boyante. Roma cuatro décadas antes había sufrido una funesta incursión celta, tras la cual había logrado hacerse con el liderazgo de casi todas las tropas latinas. A mediados del siglo IV a.C., Roma desplegó una intensa actividad diplomática que se plasmó en la firma de tratados de paz con los hérnicos, con los samnitas y con varias ciudades etruscas. En el 349 a.C., los latinos se negaron a mantener sus tropas bajo el mando romano, e incluso apoyaron una incursión celta sobre Roma, de la que ésta pudo zafarse. Por tanto, en el momento de la conclusión del segundo tratado romano-cartaginés, la hegemonía lacial de Roma era discutida por sus tradicionales aliadas latinas.

Del bando contratante cartaginés aparecen también tirios y uticenses, quizás como signo de respeto y amistad por parte de las autoridades púnicas hacia su metrópoli y hacia su hermana mayor. El tratado prohibía a los romanos navegar al Oeste del Bello Promontorio y al Suroeste de la ciudad ibérica de Mastia, localizable en las proximidades de la posterior Cartagena. Todo indica que los púnicos deseaban cerrar a los navegantes romanos el estrecho de Gibraltar, así como las áreas ibéricas y norteafricanas próximas al mismo. El tratado establecía que el Lacio quedaba dentro de la esfera de intereses de Roma, la cual autorizaba a los púnicos a atacar esporádicamente y sin ánimo de permanencia las ciudades latinas que por entonces mantenían tensas relaciones con ella. El tratado cerró Libia y Cerdeña a los comerciantes romanos, pues parece que Cartago quería canalizar todo el comercio de ambas regiones hacia ella misma. La epicráteia cartaginesa de Sicilia seguía estando abierta a los barcos comerciales romanos. Por tanto la Sicilia púnica experimentaría en lo sucesivo un incremento de la actividad mercantil desplegada por los romanos. Es probable que la iniciativa que condujo a la conclusión del tratado correspondiese a los cartagineses, que quizás deseaban convertir a Roma en una firme aliada frente al tirano siracusano Dionisio II. Tito Livio alude a que en el año 349 a.C. una flota griega realizó una expedición de saqueo en las costas laciales. Es posible que esta flota fuese siracusana, lo que alertaría a romanos y cartagineses, llevándoles a favorecer un rápido acercamiento diplomático mutuo. Huss considera que los historiadores romanos de época posterior quisieron ocultar en cierta medida la estrecha colaboración que existió a mediados del siglo IV a.C. entre los púnicos y Roma. Por entonces para una Roma debilitada el apoyo cartaginés debió de suponer una garantía con vistas al mantenimiento de su status y al futuro engrandecimiento del mismo.

Entre los bien conocidos tratados del 348 y 306 a.C. debió de existir otro al que parece hacer leve referencia Tito Livio. Este historiador considera que antes del estallido de la Primera Guerra Romanopúnica se habían firmado cinco tratados entre ambos bandos. El peor conocido de ellos es el situable hacia el 343 a.C. Cuando los romanos vencieron a los samnitas en Suésula, los cartagineses enviaron emisarios a Roma para felicitarles con el regalo de una corona de oro que debía conservarse en el templo de Júpiter. El que los púnicos se alegrasen de la victoria romana es signo de las buenas relaciones diplomáticas que existían entre ambas potencias. Es probable que los emisarios cartagineses llegados a Roma aprovechasen su estancia en la misma para ratificar el tratado del 348 a.C., introduciendo quizás en él alguna leve modificación que revertiría en un reforzamiento de los vínculos ya existentes. Los cartagineses necesitaban asegurarse la amistad romana, pues en Sicilia el corintio Timoleón les estaba causando graves complicaciones.


EL TRATADO DE FILINO

Parece que Polibio, en su concepción de los conflictos entre púnicos y romanos, optó por considerar falso un tratado mencionado por el historiador Filino de Acragante, lo que le permitiría achacar mejor a los cartagineses la responsabilidad de haber provocado el estallido de sus dos primeras guerras contra los romanos. Según este tratado, los romanos se comprometían a no desplegar actividades políticas o militares en Sicilia, mientras que los cartagineses aseguraban que se mantendrían alejados de la Península Itálica. El convenio tendría como objetivo fundamental la delimitación de las esferas de interés de ambas potencias. Es significativo el que toda Sicilia quedase en el tratado asignada a los púnicos. Tito Livio, al igual que Mario Servio Honorato, parece aludir en sus obras a este tratado “fantasma”. Quizás el tratado quedó recogido en un codicilo secreto, por lo que no sería grabado en tablas de bronce, a diferencia de los anteriores. El polémico tratado es de hacia el 306 a.C., momento en que tras sus luchas con Agatocles los púnicos estaban algo extenuados. En tales circunstancias no les costaba nada renunciar a una Italia que quedaba muy lejos de sus proyectos a cambio de una mayor exclusividad en los asuntos sicilianos, en los que los romanos no estaban ni mucho menos interesados. Este tratado consolidaba la mutua neutralidad romano-púnica sin que ninguna de las partes viese obstaculizados sus proyectos inmediatos. Todavía un nuevo tratado sería suscrito entre púnicos y romanos para hacer frente común a las aventuras bélicas de Pirro.


FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

-Diodoro Sículo; “Biblioteca histórica”.

-Huss, Werner; “Los cartagineses”; Editorial Gredos; Madrid; 1993.

-Lancel, Serge; “Cartago”; Editorial Crítica; Barcelona; 1992.

-Lozano, Arminda; "La colonización griega"; Editorial Akal; Madrid; 1988.

-Plutarco; “Vidas paralelas”.