martes, 1 de febrero de 2005

HUESOS DE COLIBRÍ


Si es verdad la teoría de que las aves descienden de los antiguos saurios que poblaron el planeta, entonces el colibrí estaría entre sus más pequeños sucesores. Y es que los colibríes son las aves más pequeñas. Todas las especies de colibríes habitan en América, distribuyéndose por el conjunto del continente, si bien su mayor densidad se da en las zonas tropicales. El colibrí es también conocido con otros nombres, muchos de ellos alusivos a su estrecha relación con las flores, como picaflor o chupaflor. En portugués nos encontramos con el término “beijaflor”, es decir, “besaflor”. La palabra “Colibrí” parece proceder de la lengua arauca que hablaron los taínos caribeños, pudiéndose traducir como “Pájaro-Dios” o “Pájaro-Dios-Sol”.

Los colibríes pertenecen al Orden de los Apodiformes, caracterizados por tener patas débiles y alimentarse en pleno vuelo. Se conocen 319 especies agrupadas en la familia de los Troquílidos. Se alimentan del néctar de las flores y en menor medida de los pequeños insectos que encuentran en ellas o a su alrededor. Al visitar tantas flores se convierten en ayudantes de la polinización y por tanto de la exhuberancia vegetal de la selva. Cada especie suele tener una flor favorita, lo que a través de un determinismo secular se ha reflejado en variaciones en el tamaño y la curvatura del pico. En todos los casos se trata de un pico largo y afilado, que cobija una lengua con forma de trompa. Curiosamente los pichones nacen con un pico ancho y romo que luego va creciendo y afilándose.

Los colibríes exhiben su virtuosismo en el vuelo. Son las únicas aves que pueden volar hacia atrás. Realizan con destreza movimientos verticales y horizontales sin variar apenas la compostura del cuerpo, salvo en lo referente a las alas. Son capaces de quedarse largamente suspendidos en el aire en un punto fijo, para lo cual mueven tan rápido las alas que no se les ven. El aleteo normal es de unas 70 veces por segundo, pero en los arrebatados vuelos nupciales pueden alcanzar los 200 golpes de alas por segundo. Algunas especies son migratorias, de modo que a pesar de su fragilidad son resistentes, recorriendo distancias de más de setecientos kilómetros en una sola etapa, atreviéndose incluso a volar sobre el mar abierto del Golfo de México y de noche. Su velocidad máxima con ayuda del viento es de unos 100 kilómetros por hora. El sonido de un colibrí volando es como el de un insecto o el de un diminuto motor. Aunque en general son bastante inquietos, los colibríes tienen también momentos de estatismo.

Son bastante buscapleitos y combativos. Las rapaces no intentan por lo general capturarlos por ser demasiado escurridizos y por temor a ser picadas en los ojos. A los humanos pueden atacarlos si se aproximan a sus nidos, pero también en ocasiones liban de las flores cortadas que les ofrecen. Los machos son generalmente un poco más pequeños que las hembras, salvo por el desarrollo de las plumas timoneras de algunas especies. Los colores del macho son más vivos e iridiscentes, sobre todo en la garganta, que puede albergar intensos tonos rojos, azules y verdes. Los machos son fieramente territoriales. A veces delimitan su territorio chillando durante varios días en lo más alto de un árbol, cortejando a las hembras que pasan por allí. Estos galancitos tras fertilizar a la hembra tardan muy pocos días en abandonar el nido, donde quedan dos huevos de color blanco. El cortejo y la reproducción suelen acontecer en primavera, pero el buen tiempo tropical puede hacer que este ciclo oscile.

El campeón de los pequeños es el zunzuncito cubano, de nombre onomatopéyico y 6’3 cm. de tamaño. Y el más grande es el colibrí gigante andino, de unos 22 cm. Las peculiares características del colibrí han favorecido la inspiración poética y legendaria de los pueblos americanos. Antes de la llegada de los españoles, algunas etnias indígenas creían que las almas de los guerreros muertos en batalla se transformaban en colibríes. También se usaron hasta épocas recientes colibríes disecados con sal como adornos o amuletos. Hay documentadas prácticas supuestamente mágicas relacionadas con el poder amatorio de los huesos del colibrí, que una vez molidos se echaban en la comida ofrecida a la persona deseada. Los huesos del colibrí pueden servirnos como metáfora del vacío que deja la desaparición de la potencia y de la belleza de lo pequeño.

lunes, 1 de noviembre de 2004

LAS MOTIVACIONES RELIGIOSAS DE FERNANDO III “EL SANTO”


Una aproximación a la figura histórica de Fernando III “el Santo” en la que se mezclan los aspectos biográficos más descriptivos de su personalidad con las principales decisiones políticas de su reinado, incidiendo especialmente en el pensamiento religioso del monarca. Es una forma de rememorar sus conquistas desde la perspectiva de su propia fe, incluyendo por tanto las manifestaciones externas de ésta, como su devoción mariana, el respeto por las imágenes, su afán de cruzada y la forma de afrontar su muerte. Referimos además algunas anécdotas piadosas que se le atribuyen y cuál ha sido su repercusión posterior en la historiografía española y en el culto popular.

La figura histórica de Fernando III, conocido popularmente como “el Santo” tras su muerte, se acerca al ideal caballeresco bajomedieval de lo que debía ser un buen rey cristiano, implicado abiertamente como “crucesignatus” en el proceso reconquistador peninsular. Una tradición afirma que se armó a sí mismo caballero en 1219, tres días antes de su primera boda, tras velar una noche las armas en el monasterio burgalés de Las Huelgas. Otros relatos indican que fueron su madre o el obispo Mauricio los que le armaron caballero, ciñéndole simbólicamente la espada de Fernán González. Se negó siempre a combatir contra otros reyes cristianos, agotando en estos casos las vías negociadoras. Sí que tuvo que hacer frente a varias revueltas nobiliarias para consolidar su autoridad, tanto al recibir la corona castellana en 1217 como al unificar los reinos de Castilla y León en 1230. Cuando dirigió la guerra contra las posesiones islámicas apenas tuvo que recurrir a levas obligatorias, pues la esperanza de participar en los posteriores repartimientos de tierras y de bienes animaba a sus soldados. El rey fue extremadamente afortunado en sus campañas militares, hasta el punto de no conocer la derrota, a menos que consideremos como tal el levantamiento temporal de varios cercos, como por dos veces el de Jaén, ciudad que finalmente conquistó en 1246. Esta suerte en las armas se contrapone a las desdichadas cruzadas de su primo, el rey Luis IX de Francia, que enfermó de peste y murió por causa de la desastrosa expedición tunecina de 1270. Al igual que Fernando III, este rey francés fue posteriormente canonizado, concretamente en 1297 por el Papa Bonifacio VIII.

No existe ningún relato contemporáneo al reinado de Fernando III que abarque éste en toda su extensión. Las crónicas latinas contemporáneas se centran principalmente en los acontecimientos acaecidos hasta la conquista de Córdoba en 1236. Es el caso de la “Crónica Latina de los Reyes de Castilla”, atribuida al canciller real Juan, obispo de Osma, y el “Chronicon Mundi” del obispo Lucas de Tuy. El Libro IX de “De Rebus Hispaniae” del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada hace además mención del período comprendido entre 1236 y 1243, pero de forma muy concisa. Acontecimientos posteriores, como la conquista de las ciudades de Jaén y Sevilla, son narrados por crónicas más tardías, escritas a partir de la segunda mitad del siglo XIII, y que son en su mayoría continuaciones de la crónica de Jiménez de Rada, con un posible origen común en la llamada “Traducción Ampliada del Toledano”. Una crónica que manifiesta su abierta hostilidad hacia la dinastía castellana es la “Crónica de 1344”, refundida hacia 1400, y atribuida al conde de Barcelos, hijo bastardo del rey Dinis de Portugal. El resto de las crónicas exaltan a Fernando III, subrayando su legitimidad mientras tratan, de forma diversa, los conflictos nobiliarios de inicios de su reinado. La homogeneidad narrativa es mayor a partir de la referencia a la conquista de Córdoba, prueba de la existencia de una fuente común. La “Primera Crónica General de España” nos aporta la versión oficial del conjunto del reinado de Fernando III, así como el de sus antecesores. En los siglos XIV y XV los relatos, ya muy distanciados de los hechos, incorporan hazañas nobiliarias y milagros realizados por Fernando III, lo que hace sospechar seriamente de su veracidad. La “Crónica del Santo Rey Don Fernando”, impresa en Sevilla en 1526, supone el enlace entre fuentes medievales adornadas con dudosos aditamentos y las obras de exaltación previas al proceso de canonización del monarca.

Fernando III nació en el monasterio cisterciense de Valparaíso, cerca de la localidad zamorana de Peleas de Arriba, en un descanso realizado por la corte itinerante. El monasterio, del que ya no queda prácticamente nada, tuvo su origen en un albergue fundado para atender a los transeúntes y peregrinos de la Vía de la Plata. Actualmente hay en el lugar un pequeño monumento cuyos azulejos aluden a que allí nació el rey. La fecha de su nacimiento es incierta, oscilando según las fuentes entre 1198 y 1201. Sus padres fueron el rey Alfonso IX de León y doña Berenguela, sobrina de éste e hija del rey Alfonso VIII de Castilla. Este matrimonio fue declarado nulo por no contar con la dispensa papal, pero sí que se consideró legítimos a sus hijos. Cuando se produjo en 1212 la victoria de la coalición cristiana en Las Navas de Tolosa, Fernando era todavía un adolescente. Dicha batalla contribuyó al resquebrajamiento de las estructuras de poder andalusíes, favoreciendo las futuras conquistas de Fernando III. En 1214 ocupó el trono castellano el joven Enrique I, hermano de doña Berenguela, el cual se vio afectado por los manejos de la nobleza. Este rey murió en 1217 a consecuencia de las heridas causadas por una teja que le cayó en la cabeza mientras jugaba en el patio del castillo episcopal de Palencia. Doña Berenguela llamó entonces a su lado a su hijo Fernando, que se había educado principalmente en el reino leonés, y una vez proclamada en Valladolid reina de Castilla abdicó en él. El rey de León, Alfonso IX, montó en cólera al saber el modo en que se había resuelto la sucesión castellana, e inició una expedición militar de castigo que dañó especialmente a la Tierra de Campos palentina. Acaeció entonces uno de los primeros episodios que fraguaron entre el pueblo la aureola de bondad de Fernando. El recién proclamado rey castellano se negó a combatir abiertamente contra su padre, enviando a éste una carta conciliadora. Alfonso IX aceptó las explicaciones de su hijo y se retiró de Castilla a cambio del pago de una indemnización de once mil maravedíes, extremo acordado en la llamada Paz de Toro. Fue precisamente en esta localidad donde murió por entonces uno de los nobles castellanos más levantiscos, el conde Álvaro Núñez de Lara. Revueltas nobiliarias menores estallaron en 1220 y 1221, encabezadas respectivamente por el señor de Cameros y el señor de Molina. Progresivamente se consolidó el poder real de Fernando, gracias en gran medida al apoyo de las ciudades y los obispados. Estos últimos, que litigaban con la corona castellana por el señorío de villas o la propiedad de bienes, aceptaron de buen grado los usos piadosos del monarca con la esperanza de verse favorecidos.

El reinado de Fernando III supuso la reunificación definitiva de los reinos de Castilla y León. Este acontecimiento se produjo en 1230, año de la muerte de Alfonso IX, ocurrida cuando se dirigía a Compostela tras la conquista de Mérida. Alfonso IX, despechando a su hijo Fernando, dejó como herederas del reino de León a las infantas Sancha y Dulce, hijas de su primer matrimonio con Teresa de Portugal, matrimonio que al igual que el contraído luego con doña Berenguela había sido anulado por las autoridades eclesiásticas. Esta decisión sucesoria parecía una locura destinada a sembrar la inestabilidad en el reino leonés, tanto por el hecho de no haber un único heredero como por no respetar el juramento que las Cortes de León habían expresado hacia Fernando cuando éste era adolescente, reconociéndole como futuro rey. Al conocer la muerte de Alfonso IX, doña Berenguela instó a su hijo Fernando a que marchase a León para reclamar este reino. Fernando III, acompañado por su madre, entró en el reino de León, donde algunas poblaciones le aclamaron como soberano. Doña Berenguela se entrevistó con Teresa de Portugal, la cual fue posteriormente canonizada por la Iglesia, tanto por su vida conventual como por su decisiva actuación en estos momentos. Teresa, viendo los conflictos que podrían derivarse del mantenimiento de la separación de los reinos de Castilla y León, aceptó la renuncia del derecho al trono de sus hijas, las cuales recibieron como compensación grandes rentas. Dicha renuncia se hizo efectiva en el Tratado de Benavente. Cuando Fernando III entró como nuevo rey en la ciudad de León no estaban allí para recibirle algunos de los principales dignatarios del reino, como el arzobispo de Santiago y otros obispos, seguramente contrarios a dicha elección. También se le oponía el merino mayor, que aun así fue ratificado en su puesto. Es decir, Fernando III no quiso alterar el funcionamiento normal de las instituciones leonesas para encontrar así mayores apoyos. Fue en Galicia donde la clase señorial se mostró más reacia a la unión política con Castilla, lo que se tradujo en algunas revueltas.

El rey Fernando III se casó en dos ocasiones. En la concertación de ambos matrimonios fue determinante el consejo de su madre doña Berenguela. En 1219 se casó con la alemana Beatriz de Suabia, nieta del emperador cruzado Federico I “Barbarroja”. Los cronistas la describen como “optima, pulchra, sapiens et pudica”. Con ella el monarca castellano-leonés tuvo siete hijos varones y una hija. La reina Beatriz murió en 1234, año en que el rey no encabezó expediciones contra los territorios musulmanes, centrándose en la represión de algunas revueltas nobiliarias en el Norte de Castilla. Algunas de las grandes conquistas meridionales del monarca se produjeron tras guardar durante un tiempo luto por su esposa Beatriz. En 1237 Fernando III se casó con la francesa Juana de Ponthieu, en cuya elección intervino la madre del rey francés Luis IX, doña Blanca de Castilla. Con la reina Juana tuvo Fernando III otros cinco hijos.

Las frases o circunstancias milagrosas atribuidas a Fernando III aparecen principalmente en crónicas tardías alejadas de los hechos y que recogen diversas tradiciones legendarias, por lo que hemos de citarlas con cierto escepticismo. El poner frases casi literales en boca de personajes históricos fue algo muy del gusto de la historiografía decimonónica y anterior, lo que daba un cierto toque novelado a dichas obras. Lo más probable es que la mayoría de esas frases no se dijeran, o que la idea expresada se dijera con otras palabras, pero en todo caso son frases ya casi petrificadas que reflejan la personalidad y el carácter de las figuras históricas a las que se les atribuyen. Una de las tradiciones milagrosas relacionadas con Fernando III indica que cuando tenía diez años se puso muy enfermo, sin poder comer ni dormir. Su madre llevó entonces al niño al monasterio burgalés de Oña. Rezó y lloró durante una noche entera ante una imagen de la Virgen, hasta que el niño se durmió. Despertó sano y pidiendo algo de comer. Todavía esta historia (importante para entender la devoción mariana que luego tuvo el rey) era contada en la década de 1950 por algunos jóvenes frailes del monasterio de Oña en el catecismo impartido a los niños de los pueblos cercanos.

De la educación religiosa de Fernando III se ocupó su madre doña Berenguela. A ella unió la formación en otros saberes y en prácticas caballerescas, como el manejo de las armas, la equitación, la caza, la música y los juegos de salón. Alternaba la plácida vida cortesana con algunas penitencias. Las prácticas piadosas no centraban su vida, sino que se integraban como un elemento más de la misma. Las fuentes describen en general a Fernando como caballero apuesto. El andalucista Blas Infante le apodó "el bizco" por motivos ideológicos. Cuentan que, yendo a caballo acompañado de más caballeros, al encontrarse con los caminantes, torcía por el campo para que la polvareda no les molestase. Un Jueves Santo pidió un barreño y una toalla, y se puso a lavar los pies de doce personas pobres. Este gesto fue repetido por algunos de sus sucesores en el trono castellano. La guerra quiso sólo reservarla para la conquista de las posesiones islámicas, con afán casi de misión, pues no se conformaba con ningún territorio, ni se detenía mucho en la reorganización de las nuevas tierras, sino que proyectaba sin cesar más campañas. Esta actitud contrasta con la de otros reyes castellanos posteriores, que se acostumbraron acomodaticiamente al cobro de parias al reino de Granada, ralentizando la reconquista, si bien es verdad que tuvieron que hacer frente a problemas políticos internos y a la articulación administrativa eficaz de los nuevos dominios.

Los relatos hagiográficos que se ocupan de Fernando III indican que no sólo no se consideraba superior a nadie, sino que además pensaba que de todos podía recibir sugerencias acertadas. Se rodeaba de doce varones sabios, origen del Consejo de Castilla. Dicen que temía más la maldición de una viejecita pobre de su reino que a los ejércitos de los mahometanos, y que confiaba más en las oraciones de los religiosos que en el valor de sus soldados. Consideraba que en las batallas era la Virgen María la que peleaba y la que vencía, por lo que a ella le reservaba los honores del triunfo. Compartía con sus soldados las incomodidades de las campañas, velaba en ocasiones junto a los guardias y centinelas, y visitaba a los heridos tras cada batalla. Fue clemente con los adversarios que se le rendían, pero castigó con el destierro a los que le presentaron resistencia. En la administración de justicia no se dejó arrastrar por las reclamaciones de los más ricos frente a los más pobres, sino que procuraba defender los derechos de estos últimos. No buscó con sus conquistas la gloria personal, de modo que simplemente se declaraba “Caballero de Cristo, siervo de Santa María y alférez de Santiago”. Un relato legendario indica que, cuando unos nobles le comentaron que no convenía que un príncipe se sujetase y obedeciese tanto a su madre, él respondió que dejaría de obedecer cuando dejase de ser hijo.

Con respecto a los herejes, Fernando III suavizó la legislación, cambiando la pena de muerte por el destierro. Promovió la traducción del “Liber Iudiciorum” o Fuero Juzgo al castellano, dando así rango legislativo a dicha lengua, que se empezó a usar además en los documentos oficiales. El Fuero Juzgo fue entregado como fuero municipal a muchas de las ciudades reconquistadas, mientras que a otras se les aplicó el Fuero de Cuenca. Fernando III proyectó unificar y refundir la legislación existente, tarea que llevó finalmente a cabo su hijo y sucesor Alfonso X. Apoyó también el desarrollo de las escuelas episcopales y del Estudio General de Salamanca, fundado hacia 1218 por su padre Alfonso IX, y que fue la segunda universidad instaurada en España. La primera había sido la de Palencia, abierta hacia 1210. En el reinado de Fernando III se organizó un poco mejor la actividad cultural desplegada por los llamados “traductores”, algunos de los cuales se establecieron en Toledo. Continuó en auge la lírica popular galaico-portuguesa, muchas de cuyas cantigas fueron luego recopiladas en el reinado de Alfonso X bajo el patrocinio de éste. Fernando III favoreció la incipiente arquitectura gótica, iniciándose en su reinado la construcción de las catedrales de Burgos, Toledo, León y Palencia. Permitió la actuación de las recién creadas órdenes mendicantes, cuya espiritualidad se contraponía a las ambiciones patrimoniales del clero oficial. Fue él quien reunió en 1250 por vez primera las Cortes unificadas de Castilla y de León, signo de la preocupación por encontrar formas consensuadas de gobierno en sus heterogéneos dominios.

La victoria de Alfonso VIII de Castilla frente al califa almohade al-Nasir en la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212 supuso la apertura y el control de los pasos que comunican la Meseta y Andalucía, invitando así a los ejércitos cristianos a emprender nuevas campañas reconquistadoras. Éstas experimentaron un gran impulso en el reinado de Fernando III, si bien el tipo de colonización realizado supuso la expansión del feudalismo castellano y favoreció el desarrollo del sistema latifundista. La conquista de grandes ciudades y las cesiones realizadas en favor de las instituciones eclesiásticas contribuyeron al renombre y fama de santo que el rey tuvo tras su muerte, pero no bastan para explicar el arraigo popular de la veneración expresada hacia Fernando III. La distorsión historiográfica bajomedieval de su figura, aderezada con leyendas, milagros y acciones admirables tuvo que tener como base la sincera religiosidad del monarca.

Una vez pacificado el reino catellano, Fernando III reemprendió las acciones militares meridionales, recibiendo para ello por escrito el apoyo espiritual del Papado. La muerte del califa almohade al-Mustansir en 1224 abrió una crisis sucesoria que supuso la fragmentación del territorio andalusí en varios reinos. El rey de Baeza al-Bayasí, vasallo del monarca castellano, es responsabilizado por las crónicas islámicas de haber incitado a Fernando III a luchar contra los otros reinos andalusíes. Cuando al-Bayasí fue asesinado por sus súbditos en 1226, Fernando III se apoderó de Baeza. Fue ocupando en años sucesivos fortalezas menores y suscribió algunas treguas, como la que obligaba al gobernador de Sevilla Abu l-Ula a entregar ingentes cantidades de dinero. Los otros reinos cristianos peninsulares también aprovecharon por entonces la inestabilidad andalusí para llevar más al Sur sus fronteras. Fernando III fracasó por dos veces en el asedio de Jaén, y tuvo que retirarse en 1230 para hacer valer sus derechos al trono leonés. Durante los años que el rey dedicó a la consolidación de su gobierno en el ámbito leonés, emprendieron la reconquista de pequeñas ciudades las órdenes militares, el arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada y algunos miembros de la nobleza. En 1233 Fernando III se desplazó nuevamente al espacio andalusí, obteniendo la capitulación de Úbeda. El año siguiente el rey no hizo incursiones en las tierras musulmanas, tanto por la muerte de su esposa Beatriz como por el estallido de algunas revueltas nobiliarias.

Con la toma de Córdoba en 1236 se inició la llamada época de las grandes conquistas, en las que el rey participó de forma directa. El gobierno de los reinos tradicionales fue encargado a miembros de la familia regia, especialmente a la madre del monarca, doña Berenguela, y a su hermano Alfonso, señor de Molina, que debían además enviar recursos para financiar las campañas andaluzas. Fernando III acudió con sus huestes a Córdoba al saber que unos caballeros cristianos habían ocupado las torres de la Ajarquía. Tras cinco meses de cerco, la antigua capital califal capituló, lo que supuso un gran golpe propagandístico. La mezquita fue transformada en iglesia y se restauró la vieja diócesis, aunque subordinada a la de Toledo. Hubo también alborozo en la Curia romana, que concedió a Fernando III más fondos, prebendas y derechos de presentación de los rectores de las nuevas iglesias. Córdoba experimentó tras su conquista penurias y escaseces, lo que obligó al envío de fondos desde los territorios del Norte. El rey permaneció algún tiempo en Burgos tras su matrimonio en 1237 con Juana de Ponthieu. Villas y castillos de la campiña cordobesa se fueron entregando mediante pactos. En 1243 el rey de Murcia entregó su territorio al infante Alfonso que, un año después, firmó con Jaime I de Aragón el tratado fronterizo de Almizra. En virtud de dicho acuerdo, Alicante quedó reservado para la Corona de Castilla, si bien en 1304 se cederá al reino de Valencia por el tratado de Campillo. Todavía uno de los castillos de la ciudad de Alicante recibe el nombre de San Fernando. En 1246 capituló Jaén ante los ejércitos castellanos encabezados por el rey tras seis meses de asedio. Se trataba de una cesión del nuevo rey de Granada, al-Ahmar, que además tuvo que hacerse vasallo y comprometerse al pago anual de grandes subsidios. Dos años después se trasladó la sede episcopal de Baeza a Jaén.

En la conquista de Sevilla, acaecida en 1248 tras quince meses de cerco, fue decisivo el control de los accesos fluviales a la ciudad por medio de una flota mandada por Ramón Bonifaz, y en gran parte construida para tal efecto en los astilleros del Norte. Las circunstancias del asedio son conocidas con gran detalle, signo de que las crónicas valoraron la toma de Sevilla como un hecho culminante en el proceso reconquistador. Primeramente fueron capitulando las fortalezas cercanas a la ciudad, y cuando ya la situación era insostenible para los sitiados se iniciaron las negociaciones de paz. Fernando III rechazó varias de las propuestas recibidas, exigiendo la entrega total de la ciudad y el éxodo de su población islámica en el plazo de un mes. Así se acordó, de modo que los musulmanes se fueron marchando escalonadamente con sus pertenencias o con el dinero recibido por la venta de sus bienes muebles. Sevilla, a pesar de verse demográficamente diezmada, se convirtió en sede de la corte y en cabecera del reino castellano-leonés hasta la muerte del monarca en 1252. Allí se desarrolló en los últimos años de su reinado una intensa actividad judicial, resolviéndose en presencia del rey muchos litigios institucionales y entre particulares. Desde Sevilla se organizaron nuevas campañas que se saldaron con la conquista de algunas ciudades más, como Jerez.

Para repoblar las ricas tierras andaluzas se siguió el sistema de los repartimientos, en el que pueden rastrearse algunos de los elementos que desembocarán en el latifundismo andaluz. Los donadíos supusieron la entrega de bienes inmuebles a las aristocracias civiles, militares y eclesiásticas, mientras que los heredamientos implicaron el reparto de tierras entre los verdaderos pobladores, procedentes de los territorios cristianos septentrionales, y entre los que había tanto caballeros como campesinos. Los bienes que estos dejaron en el Norte peninsular fueron rápidamente fagocitados por los concejos o por las instituciones nobiliarias y eclesiásticas. Los repartimientos consolidaron en definitiva las diferencias sociales existentes entre los que participaron en ellos. Fueron a la larga un desacierto de Fernando III en cuanto a la búsqueda de una mayor justicia social, pero satisficieron de forma urgente las ansias de recompensa de los promotores de la reconquista.

La intensidad actual del culto mariano en Andalucía tiene a Fernando III como uno de sus primeros adalides históricos. El rey hacía llevar siempre consigo en las campañas en que participaba imágenes marianas. Así, la toma de Córdoba en 1236 la efectuó en compañía de una imagen llamada la Virgen de Linares, conservada ahora en el santuario del mismo nombre, situado a 12 kilómetros de la ciudad. En el caso del asedio de Sevilla el rey se hizo acompañar de tres imágenes de la Virgen María. Una de ellas es la llamada Virgen de los Reyes, que presenta en el pie derecho una flor de lis, y que fue la que entró triunfalmente en Sevilla en lugar del rey cuando se consumó la conquista de la ciudad. Por deseo del rey dicha imagen se encuentra cerca de su sepulcro, en la catedral de Sevilla. Otra de las tres imágenes mencionadas es una Virgen de plata, la cual está en medio del retablo de la iglesia Mayor de Sevilla. La tercera imagen es la llamada Virgen de las Batallas, una pequeña talla de marfil que el rey llevaba en su caballo sobre el arzón de la silla, y que también se conserva en la catedral sevillana. La devoción mariana de Fernando III pudo suponer un elemento más de contraposición a los valores e ideales defendidos por la cultura islámica, por lo que su introducción en Andalucía estaría al servicio de la renovación religiosa deseada. Dicha devoción se atisba además por una cantiga que se atribuye al rey y por los nombres dados a algunos de los templos que se habilitaron o construyeron durante su reinado en el ámbito andaluz. Entre ellos está la capilla mudéjar de Nuestra Señora de Valme en el municipio de Dos Hermanas, cuya advocación alude a una supuesta rogativa del rey en el asedio de Sevilla: “Valedme, Señora”. En campaña rezaba el oficio parvo mariano, una especie de antecedente del rosario. Con el asunto de las imágenes fue el rey escrupuloso, pues no quiso que se le erigiese en vida ninguna estatua ni que se cincelase estatua yacente para su sepulcro, y en cambio movilizó a muchas personas para cubrir los oficios que se le debían dispensar a la imagen de la Virgen de los Reyes. Veía por tanto en las imágenes un signo casi vivo de exaltación y glorificación que reservaba para lo sagrado.

Existe una leyenda relativa a la decisión tomada por Fernando III de mantener la corte en Sevilla tras la conquista de la ciudad y hasta su muerte. Según esta leyenda, un truhán o juglar que mezclaba los donaires con las advertencias, viendo que los cortesanos tenían casi convencido al rey para que abandonase con su séquito Sevilla, rogó a éste que subiese con él a una torre alta para ver la hermosura de la ciudad. Una vez allí le pidió que no la desamparase, por si su mediana población no fuese suficiente para conservarla. El relato indica que el rey prometió no abandonar ya nunca Sevilla. El caso es que Sevilla se convirtió en algo así como la capital castellano-leonesa hasta la muerte del rey, que quiso ser allí sepultado. Sevilla es la ciudad en que la devoción hacia San Fernando es más fuerte, hasta el punto de tenerlo como patrono. Son diversos los ritos que sirven para recordar y honrar al monarca, como la procesión de su espada por las naves de la catedral sevillana cada 23 de Noviembre, aniversario de la toma de la ciudad. La espada es paseada por el alcalde, que ha de cogerla por la punta. El día del Corpus uno de los pasos sacados en procesión por Sevilla es el de San Fernando. Se trata de una escultura hecha por Pedro Roldán en 1671, año de la canonización del rey, y que lleva al cuello una medalla de la Virgen de los Reyes. Existe también en Sevilla una estatua ecuestre de San Fernando, en la llamada Plaza Nueva, mirando hacia el Ayuntamiento. Es obra de Joaquín Bilbao y se integra como remate en un monumento finalizado en 1924. El nombre de San Fernando está además presente en numerosas instituciones sevillanas, así como en menor medida en otras instituciones y lugares de España e Hispanoamérica.

En cuanto a la iconografía, se aprecia cierta diferenciación entre las imágenes religiosas de San Fernando y las imágenes historicistas del monarca. Estas últimas, características de las obras historiográficas antiguas, suelen ser retratos ecuestres o entronizados del rey, en ocasiones recibiendo el vasallaje de reyes islámicos o sosteniendo símbolos de poder, como la espada, el cetro y la bola coronada por una cruz, alusión a la lucha por la extensión universal de la fe cristiana. Las imágenes piadosas presentan en algunos casos a San Fernando mirando al cielo en actitud de súplica o mezclándose entre los pobres con limosnas. La primera imagen religiosa de San Fernando, obra de Claude Audane “el Viejo”, data de 1630. Posteriormente, en 1633, Francisco Pacheco representó en un cuadro la entrada de Fernando III en Sevilla.

No son muchos los tipos monetarios que se adjudican con seguridad al reinado de Fernando III, pues existen todavía importantes lagunas en el estudio numismático de este período, en el cual se extenderían los llamados dineros burgaleses, así como las piezas conocidas como doblas o castellanos, si bien estas últimas son mucho más frecuentes en el reinado de su sucesor, Alfonso X. Las monedas mejor conocidas del reinado de Fernando III son las piezas de vellón acuñadas en territorio leonés. En La Coruña se emitieron dineros cuyo anverso lo formaba una cruz florenzada que partía la gráfila interior y que presentaba veneras en los cuadrantes. Y es que la venera era el símbolo característico de la ceca coruñesa. En el reverso iba un león mirando a la izquierda. En León se acuñaron óbolos y dineros que presentaban en el anverso una cruz patada con veros heráldicos sobre vástagos en los cuadrantes, mientras que en el reverso iba una pequeña cruz sobre un árbol flanqueado por leones. La leyenda más propia de todas estas acuñaciones era la de “Moneta legionis”, es decir, “Moneda de León”, omitiéndose el nombre del rey, a diferencia de lo que solía ser normal en reinados anteriores y posteriores. Esta omisión del nombre del soberano dificulta la identificación de los tipos monetarios propios del reinado de Fernando III, y en ella podría verse tal vez un signo más de la humildad que las crónicas le atribuyen. Fernando III estuvo entre los monarcas que decidieron que su imagen no fuera representada en las monedas, pues tales imágenes eran de ínfima calidad y aclaraban poco acerca del verdadero aspecto de los reyes. Y además Fernando III mostró siempre aversión hacia toda representación suya hecha para glorificarle, prefiriendo exhibir en las victorias o en la iconografía oficial los antiguos símbolos territoriales.

En el modo de morir se refleja también la extrema religiosidad manifestada por Fernando III, que quiso humillarse conscientemente a pesar de su condición de rey. Su teatralidad la entendemos como nacida de la fe y no de la falsedad. Entre las últimas enfermedades que le acometieron se encontraba la hidropesía, dolencia consistente en el derrame o acumulación de líquidos en tejidos u órganos internos. Viendo que se acercaba su muerte en la Sevilla reconquistada, Fernando III se despreocupó de los asuntos de gobierno y se centró en los cuidados espirituales de su tránsito. Tomó los últimos sacramentos con gran devoción. Antes de comulgar se postró en tierra con un crucifijo entre la manos sobre un montón de cenizas (como haría años después para morir su primo San Luis), y se colocó una soga al cuello, dando muestras de gran arrepentimiento por sus pecados. Pidió además perdón a los circunstantes por los agravios que hubiera podido causarles, a lo que estos respondieron que sólo mercedes habían recibido. Hizo retirar de la sala todos los adornos y las insignias que pudieran recordar su calidad de rey o sus victorias, queriéndose así desprender simbólicamente de todo ante el poder igualador de la muerte. Se despidió de su segunda esposa y de sus hijos dándoles algunos consejos, especialmente al infante don Alfonso, que pronto reinaría con el título de Alfonso X y el sobrenombre popular de “el Sabio”. El rey tuvo después la sensación de que su alma se iba a salvar y pidió por ello con alegría que le encendiesen una vela en representación del Espíritu Santo. Sus últimas palabras aludieron a que desnudo había nacido y desnudo se ofrecía a la tierra. Murió entre los rezos y cantos religiosos de quienes le acompañaban, seguramente al amanecer del jueves 30 de mayo de 1252, si bien en su epitafio sepulcral se alude al “postrimero día de mayo”. El día 30 de mayo fue posteriormente instaurado como el de San Fernando, coincidiendo ahora su festividad con la de la santa francesa Juana de Arco, quemada en la hoguera en Ruán en 1431 bajo la acusación de brujería, y luego canonizada en 1920 por el Papa Benedicto XV.

El cuerpo de Fernando III fue según la tradición envuelto en ricas telas arabigoandaluzas y colocado en un sepulcro de la capilla real de la catedral de Sevilla, santuario en el que todavía permanece. Allí mandó poner el nuevo rey Alfonso el siguiente epitafio, cuya redacción (que aquí transcribimos en castellano moderno) se le atribuye: “Aquí yace el muy honrado Fernando, señor de Castilla y de Toledo y de León y de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, el más verdadero, el más franco, el más esforzado, el más apuesto, el más granado, el más sufrido, el más humilde, el que más teme a Dios, el que más le hace servicio, el que quebrantó y destruyó a todos sus enemigos, el que alzó y honró a todos sus amigos y conquistó la ciudad de Sevilla, que es cabeza de toda España”.

Nada más morir empezó a crecer su fama de santo, de modo que en los aniversarios de su muerte se paralizaba la actividad normal en Sevilla, concentrándose la gente con insignias, cirios y ofrendas en torno al sepulcro del rey. El soberano islámico de Granada envió cien representantes nobles para que participasen en las exequias de Fernando III portando antorchas encendidas. Las hagiografías fernandinas han querido ver en este gesto que incluso los reyes islámicos sentían pesar por su muerte, pero es más lógico pensar que experimentaron alivio, ya que Fernando III había dado un impulso mayor del esperado a la reconquista cristiana de la península. Incluso llegó a enviar un ejército al Norte de África, y las crónicas aluden a su deseo de trasladar la guerra a África para debilitar más aún a los enfrentados reinos islámicos. En el proceso abierto en el siglo XVII para su beatificación y canonización se estudiaron los supuestos milagros atribuidos por los fieles al rey, “muchos más realizados en muerte que en vida”, destacando entre ellos los relacionados con la defensa y amparo de los presos por razones de guerra o de causas injustas, en lo que se quiere ver un reflejo de la piedad mostrada en vida por el rey hacia sus enemigos capturados. Pero todo esto se escapa de la certeza histórica, entrando en el ámbito de las conjeturas o de la fe.

Entre los elementos tenidos en cuenta en los procesos de beatificación y canonización de Fernando III estuvo el estado de conservación de su cadáver. Su sepulcro fue por primera vez abierto para examinar el cuerpo en 1631, y más tarde se volvió a abrir en 1668. Los médicos y cirujanos, delante de las autoridades eclesiásticas, comprobaron que el cuerpo había experimentado un proceso de momificación natural, conservándose su piel, tejidos y articulaciones, salvo en una pierna que dejaba los huesos al descubierto desde la rodilla hasta el pie. Sorprendió el hecho de que no desprendiese mal olor. Su estado contrastaba con el de otros cuerpos de la familia real también depositados en la catedral de Sevilla, los cuales se encontraban mucho más corrompidos y desbaratados. En la actualidad el cuerpo del rey se encuentra dentro de una urna de plata, dentro de la cual ha continuado su proceso de lenta destrucción, provocada por microlepidópteros y coleópteros que atacan los tejidos momificados.

Uno de los hijos de Fernando III, el infante Felipe, tal vez influido por la piedad manifestada por su padre, inició la carrera eclesiástica y cursó estudios en la universidad de París. Una vez conquistada Sevilla, se restauró su sede arzobispal, y al frente de la misma fue colocado el infante Felipe. Pero algunos años después de la muerte de su padre, Felipe renunció a la dignidad pastoral, casándose con la princesa Cristina de Noruega. Esto podría interpretarse como que la profunda educación religiosa recibida en la corte de Fernando III por deseo de éste, hizo a uno de sus hijos confundir su verdadera vocación. Otros dos hijos varones del rey abrazaron el estado eclesiástico, y una de sus hijas, llamada Berenguela, permaneció como monja en el monasterio burgalés de Las Huelgas.

Con respecto a los reyes islámicos de los territorios andalusíes, la actitud de Fernando III consistió en el cumplimiento leal de los acuerdos suscritos, si bien es cierto que las condiciones de dichos acuerdos solía fijarlas siempre el soberano castellano-leonés de forma muy favorable a sus intereses gracias a la fortuna en las armas, incluyendo la prestación de vasallaje por parte de los derrotados o intimidados reyes meridionales. Guardando las treguas y los pactos reintrodujo un componente caballeresco casi ya olvidado en las luchas intestinas que agitaban al espacio andalusí. El rey islámico de Baeza, al-Bayasí, entregó antes de morir a Fernando III como rehén a uno de sus hijos, el cual, no sabemos si por conveniencia o de forma sincera, se convirtió al cristianismo y fue bautizado como Fernando Abdelmón, pasando a integrarse luego en la nueva nobleza sevillana. La adopción del nombre de Fernando y la concesión del título castellano de infante parecen indicar que el rey Fernando III fue su padrino de bautismo. Incluso es posible que el propio al-Bayasí se hiciera cristiano siendo ya un jeque anciano, lo que refieren con vergüenza los cronistas musulmanes. No hubo por tanto en Fernando III ningún atisbo de racismo, aunque estaba clara su actitud integrista en materia religiosa, propia de un rey cruzado. Ejemplo de la diplomacia fernandina es la intercesión para que el Papa pudiera enviar un legado al sultán de los benimerines de Marruecos. El cronista musulmán al-Himyari, a pesar de lamentar los avances reconquistadores del monarca castellano-leonés, alude a él como “un hombre dulce, con sentido político”.

Una de las actuaciones historiográficamente más criticadas de Fernando III es el hecho de que prácticamente vaciase de población musulmana las ciudades de Córdoba, Jaén y Sevilla tras su conquista. Era tanto un castigo por la resistencia ofrecida como un aviso a las ciudades que todavía estaban por someter. Además esta expulsión dejaba al rey una mayor libertad para reorganizar el funcionamiento de los territorios conquistados, evitando posibles revueltas religiosas. Posteriormente el rey permitía el regreso de parte de la población musulmana, la cual debía integrarse en la nueva estructuración de las grandes ciudades. Fernando III acompañaba por tanto sus acciones militares con otras encaminadas a debilitar la fe islámica en territorio peninsular, lo que indica su concepción de la reconquista como cruzada. Parte de la población musulmana expulsada pasaba a otros territorios peninsulares todavía controlados por los poderes islámicos, y una parte menor cruzaba a África, aminorando así la tensión religiosa en las regiones reconquistadas. El historiador tunecino Ibn Jaldún, descendiente de emigrados, hace referencia con dolor a este éxodo sufrido por la población hispanomusulmana. La nostalgia por la progresiva pérdida de al-Ándalus estuvo presente en la poesía y en la historiografía árabe, y constituye aún hoy en día un tema recurrente.

Desde poco después de su muerte e incluso antes de la misma, Fernando III fue ensalzado por diversas personalidades, empezando por su hijo y sucesor Alfonso X, que le describió como lleno de virtudes, gracias y bondades. El monje benedictino y ensayista español Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) quedó cautivado por la biografía del monarca, hasta el punto de decir que en ninguna parte se ha encontrado alguien semejante a él. El Papa Gregorio IX (“1227-1241”), cuando aún vivía el rey, le proclamó “Atleta de Cristo”, y el Papa Inocencio IV (“1243-1254”), deslumbrado por sus victorias y por la humildad con la que las recibía, le llamó “Campeón invicto de Jesucristo”. Fernando III fue canonizado el 4 de febrero de 1671 por el Papa Clemente X. La documentación de los procesos de beatificación y canonización se conserva en los fondos de la catedral de Sevilla, junto a otros elementos relacionados con el monarca, como su espada, las llaves de la ciudad de Sevilla, sellos medievales, el epistolario…Muchos de estos objetos fueron expuestos en el trascoro de la catedral en el año 2002 con motivo del 750 aniversario de su muerte. También ese año se celebró en Sevilla un congreso internacional sobre su figura, y en cuya inauguración participaron los reyes de España.

Fernando III, al igual que otros personajes relevantes de la historia española, tuvo su sitio, bajo el signo de la manipulación interesada, en la didáctica franquista, caracterizada en gran medida por la recopilación resumida de biografías ejemplarizantes. Una colección de tebeos mexicana publicada por la editorial Novaro y titulada “Vidas Ejemplares” dedicó en 1965 uno de sus números a San Fernando. En él el rey es descrito como un perfecto caballero cristiano centrado en la empresa reconquistadora. Para fascinar al público infantil el tebeo incide especialmente en los episodios militares, y recoge además la leyenda de que el rey entró en secreto en Sevilla durante su asedio para rezar a la escondida imagen de la Virgen de la Antigua, imagen que en cambio otros consideran que fue la que el rey hizo entrar triunfalmente en Jaén. Actualmente la figura de Fernando III sigue despertando sentimientos encontrados, debido principalmente a la interrelación que hizo de política y religión. En todo caso el devoto rey, hijo de su tiempo, cambió la faz del territorio ibérico, unificando dos reinos cristianos y haciendo retroceder con ardor inesperado los dominios del Islam.

Bibliografia:
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- Rodríguez López, Ana; La consolidación territorial de la monarquía feudal castellana. Expansión y fronteras durante el reinado de Fernando III; Madrid; 1994.
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- Solano, F. P.; Fernando III el Santo; Madrid; 1959.

sábado, 1 de noviembre de 2003

IMÁGENES Y EXPRESIONES UTILIZADAS EN LAS MONEDAS IBEROAMERICANAS


Una práctica a la que ya se recurre muy poco es colocar en las monedas expresiones sencillas cuyo fuerte valor emotivo suscite sentimientos comunitarios. Esta práctica fue común en los países latinoamericanos durante el siglo XIX como un elemento favorecedor de la redefinición de las respectivas identidades nacionales. Este tipo de consignas ha caído en desuso en la mayor parte de los países porque cada vez es más difícil definir con pocas palabras las peculiaridades que todo un pueblo desea ostentar ante sí mismo y ante las demás naciones. Es el caso de las expresiones confesionales, pues las creencias religiosas se conciben ya como algo más relacionado con cada individuo, y no de manera monolítica con todo un pueblo. En los procesos de constitución de sus comunidades políticas, las naciones iberoamericanas se valieron de las posibilidades iconográficas y expresivas de las monedas para lanzar bellos mensajes cohesionadores amparados en un sentido de orgullo y trascendencia. En cada país se fueron incorporando al repertorio iconográfico monetal las imágenes de los héroes y de los personajes idealizados que habían ayudado a edificar la conciencia singular de cada pueblo. Estas figuras históricas pasaron así a ser modelos de conducta para cada ciudadano, el cual no podía traicionar con un comportamiento ruin el camino abierto por los fundadores de la patria, entendiendo ésta como una inmensa familia de alcance plurigeneracional. El destino trágico de muchos de estos héroes era una llamada al sacrificio para contribuir a la prosperidad general de la comunidad en que cada uno estaba por herencia histórica inmerso.


Los escudos, sometidos en bastantes casos a ciertas modificaciones, estuvieron y están entre los símbolos comunitarios más característicos de los soportes monetales. En los escudos suelen ir unos pocos elementos, animados o inanimados, que evocan la tierra de origen. Los escudos, junto con los himnos y las banderas, pretenden supuestamente despertar los sentidos y aglutinar de forma poética a los integrantes de una misma comunidad política. Pero en cuanto se vierte sangre, bajo el sustento simbólico crecen las disensiones, en ocasiones debidas a proyectos clasistas o monoétnicos de construcción nacional, alejados de los ideales comunitarios y de los valores universales que han de imperar en cada estado, lo que puede incluso convertir en odiosos o en partidistas los símbolos nacionales, teóricamente diseñados con fines integradores. El variado trasfondo étnico de cada país iberoamericano ha sido en general bastante descuidado en la iconografía numismática, más todavía en el siglo XIX que en fechas más recientes, pues se temía que la pluralidad cultural de cada región atentase contra la unidad sociopolítica incipientemente establecida. Muchos países resolvieron con elegancia el problema de reflejar al mismo tiempo la herencia española, el sustrato indígena y los aportes de población de color en sus acuñaciones nacionales, empleando por ejemplo los bustos de conquistadores españoles, caudillos indígenas y libertadores criollos, o dedicando piezas a la manumisión.


¿Cómo debe ser una leyenda monetal para suscitar fidelidades entre todos los miembros del cuerpo ciudadano? Para responder deberíamos detenernos en los ejemplos que nos ofrecen las monedas latinoamericanas. En cada país se enfatizaron a través de las leyendas monetales distintos valores, destacando entre todos ellos el de la Libertad. Si la expresión utilizada en las monedas fue dicha en vida por uno de los héroes constructores de la patria adquiere entonces unas connotaciones emotivas complementarias. Ello se debe a que en este caso no son meras palabras, sino eco de unas obras y actitudes ejemplares. Otros recursos emotivos de las frases monetales son el empleo implícito de plurales, su colocación junto a los bustos de figuras históricas, su poso igualitario y su posible traslación universalista. Han de ser necesariamente expresiones breves, pero no forzosamente claras, pues pueden incorporar varios o ambiguos significados. Esto ocurre con el empleo de palabras como Fuerza y Orden en distintos tipos de frases, en ocasiones algo intimidatorias, pero a la vez alusivas a las ventajas de la unión armónica de los conciudadanos. Cuando la consigna va “semiescondida” en el canto de las monedas, su descubrimiento por parte del ciudadano puede conllevar un efecto inesperado de pequeña conmoción.


En muchas monedas iberoamericanas, más cuanto más nos acercamos al presente, el efecto de cohesión no viene dado por las fórmulas altisonantes, sino por imágenes que suscitan procesos de identificación personal o que recogen metafóricamente una porción de las raíces nacionales. A pesar de la belleza de tantas alegorías y de tantas imágenes que remiten a la diacronía del suelo que uno pisa, se echa un poco en falta en las monedas actuales el recurso a las palabras, no empleadas por temor a disgustar a un sector de la población autóctona, o por suponer que defienden valores obvios lo suficientemente implantados en las sociedades modernas. En definitiva, podemos decir que las monedas, con o sin inscripciones, han hablado con frecuencia de aquello que está presente en la mente idealista y en la imaginación utópica y desaforada de los hombres, algo que corroboran muchas piezas latinoamericanas. Otras piezas en cambio se limitaron a acrecentar la vanidad de algunos gobernantes a través de la representación contemporánea de sus bustos. Las monedas, aunque a veces se valgan de métodos propagandísticos inadecuados o partidistas, tienen entre sus cometidos no estrictamente económicos el intentar cohesionar en torno a unos valores y personalidades ilustres a los integrantes del cuerpo ciudadano, tanto si la nación está bien y en justicia definida como si lo está sectariamente. Son un recurso estatalista contra la desunión, el desafecto interregional y la escasez de fraternidad suprapolítica, ya que, parafraseando un pasaje evangélico, toda nación teme que, dividida contra sí misma, acabe devastada y cayendo casa sobre casa.


CHILE

Las primeras monedas nacionales chilenas fueron acuñadas en 1817, es decir, en el año anterior a la proclamación de la Independencia del país. El tipo surgido por entonces estableció para los anversos de las piezas de plata la leyenda “Chile Independiente”, y para los reversos la consigna “Unión y Fuerza”, con la palabra “Libertad” en una banderola alargada. En piezas de valores pequeños, emitidas en cobre desde 1835, y años más tarde en cuproníquel, se recurrió a la laxa leyenda de “Economía es Riqueza”, tal vez para invitar al ahorro. Estas piezas utilizaron como símbolo principal en los anversos una estrella, presente también en el escudo y en la bandera de Chile, y más tarde un rostro femenino con gorro frigio y corona de espigas como alusión al régimen republicano. En las monedas de plata apareció hacia 1837 la leyenda “Por la Razón y la Fuerza” cobijando a un cóndor que desbarata unas cadenas. Desde 1851 esta frase convierte la conjunción copulativa en disyuntiva, pasando a ser “Por la Razón o la Fuerza”, apareciendo ahora el cóndor con las alas extendidas. La leyenda mencionada, que figura también en el escudo chileno, dejó de ser acuñada como epígrafe de las monedas de plata hacia 1894. Había sido usada antes en los escudos de oro, los cuales desde 1835 emplearon en su lugar la proclama “Igualdad ante la Lei”, escribiendo curiosamente Ley con i latina. Esta frase se acompañaba del sustento iconográfico de una mano jurando la Constitución bajo el sol, mientras que en piezas posteriores se recurrió respectivamente a Atenea y a una alegoría republicana. En la numismática chilena más reciente cabe destacar el continuismo simbólico del cóndor junto a la frecuente aparición del busto del libertador O’Higgins. El régimen dictatorial de Pinochet puso en circulación cínicamente en 1976 piezas con una Victoria alada rompiendo sus cadenas, con la consignación de la fecha del golpe de estado, 11 de Septiembre de 1973, y la leyenda “Libertad”.


ARGENTINA

Desde 1813, tres años antes de la proclamación de la Independencia de Argentina, emitieron monedas de oro y plata las llamadas provincias del Río de la Plata. Estas piezas portaban la consigna “En Unión y Libertad”, la cual rodeaba el primigenio escudo nacional de los reversos. En el anverso iba el sol con cara, que es desde entonces el símbolo más característico de la Argentina independiente. Diferentes provincias tuvieron al principio, y debido en parte a los conflictos civiles, derecho de acuñación, empleando en cada caso leyendas y elementos iconológicos propios, como sus escudos regionales. La provincia de Buenos Aires emitió piezas de cobre con la leyenda “¡Viva la Federación!”, así como otras que tenían un águila como motivo principal. Las piezas de plata acuñadas por la provincia de Córdoba suelen llevar en los reversos la leyenda “Confederada” rodeando al sol con rostro, mientras que en los anversos más comunes figura una torre con pendones. Las alusiones a la Confederación están también presentes en las monedas emitidas por la provincia de La Rioja, en las que es normal la glorificación del político argentino Juan Manuel de Rosas mediante expresiones como “Restaurador de las Leyes” y “Eterno Loor al Restaurador Rosas”. La provincia de Salta reselló en 1817 antiguas monedas de plata mediante un monograma laureado de la palabra “Patria”. La provincia de Santiago del Estero acuñó monedas de plata en 1823 y 1836 con dos flechas cruzadas en el anverso y una cruz o un sol laureado en el reverso. En 1854 los partidarios de la “Confederación Argentina”, con capital en Paraná, pusieron en circulación piezas de cobre en las que el nombre que daban al país aparecía rodeando al sol. En 1867 los colonos italianos y suizos establecidos en la Colonia San José, en Entre Ríos, obtuvieron permiso para acuñar pequeñas monedas de plata de medio real. En 1889 el aventurero Julius Popper, dedicado a la búsqueda de oro en la Tierra del Fuego, acuñó monedas de oro de 1 y 5 gramos en las que figuraban tanto su propio apellido como herramientas mineras cruzadas. Desde 1881 el conjunto de Argentina adquirió una moneda nacional común, la cual difundió en sus distintos valores una cabeza republicana femenina caracterizada por su larga y poblada cabellera suelta, en asociación frecuente con la palabra “Libertad”. A la alegoría republicana hay que sumar en las monedas argentinas recientes la representación del escudo, del sol y del busto del general José de San Martín, además de algunas referencias futbolísticas, animalísticas, arquitectónicas y marítimas, junto con la imagen idealizada del gaucho a caballo. Aunque la plata ya no se usa más que en piezas conmemorativas, dicho metal es sinónimo coloquial de dinero en el vocabulario argentino.


URUGUAY

El nombre oficial de Uruguay, el cual aparece entero en muchas de sus monedas, es el de República Oriental del Uruguay. El nombre se debe a que el país ocupa la orilla oriental del río Uruguay. Al igual que Argentina, país con el que mantiene estrechos vínculos históricos, Uruguay utiliza como motivo destacado en su iconografía nacional y monetaria el sol, que no siempre es representado con rostro, y el cual hace referencia al alumbramiento de un nuevo estado, a la consecución de la Independencia. Las primeras monedas uruguayas son de 1840. Se trata de piezas de cobre de fuerte valor propagandístico, encargadas de ir fomentando una conciencia autónoma y comunitaria. Desde 1877 se acuñaron monedas de plata, en las que además del escudo iba la leyenda “Libre y Constituida”. En 1916 se introdujo el busto del libertador Artigas, el cual ha sido desde entonces común en las monedas uruguayas. Por encima del busto podía leerse en algunas piezas de plata la frase “Con Libertad ni ofendo ni temo”. En 1930, coincidiendo con el centenario de la Constitución, empezaron a emitirse monedas de plata con un perfil alegórico republicano en los anversos y un felino caminando con el sol naciente tras él en los reversos. Un motivo empleado con frecuencia desde 1968 es la flor roja del Ceibo, considerada como la flor nacional. Entre los elementos iconográficos a los que recurrió la reforma monetaria de 1976 se encontraban los símbolos que ocupan los cuarteles del escudo uruguayo: el buey, el caballo, el castillo en monte y la balanza, metáfora de la justicia. En monedas de 1961 y 1989-1990 se homenajeó a los gauchos por medio de un busto prototípico. En piezas de 5 pesos de 1975, para recordar el 150 aniversario del movimiento revolucionario de Artigas, se recurrió en los reversos a una espada clavada junto con la leyenda “Libertad o Muerte”. Como motivo agrario destaca en la numismática uruguaya el empleo de las espigas de trigo, en ocasiones dispuestas imitando los rayos de un sol en alborada.


PARAGUAY

La República del Paraguay, atravesada por el río del mismo nombre, conoció sus primeras monedas nacionales en 1845. Se trata de piezas de cobre, acuñadas en su mayor parte en la ceca británica de Birmingham. Se sirvieron ya de una imagen bastante repetida en emisiones posteriores, consistente en un león tras el cual un palo sostiene un gorro frigio. A esta representación, en la que inicialmente del gorro emanaba luz, se añadió en las monedas posteriores la fórmula “Paz y Justicia”. Precisamente en las primeras monedas paraguayas de oro, acuñadas en 1867, se colocó en los reversos una alegoría de la Justicia. En muchas piezas posteriores la estrella de cinco puntas del escudo paraguayo se convirtió en el principal elemento iconográfico. Las pequeñas monedas de 1944, hechas con una aleación de aluminio y bronce, utilizaron motivos florales, dando así nacimiento a la nueva moneda paraguaya: el guaraní, nombre tomado de una importante etnia indígena y de su lengua. Las piezas de 1953, hechas con la misma aleación, optaron por un novedoso reborde ondulado, manteniendo el motivo clásico del león y el gorro frigio. Monedas más recientes se valieron de la imagen popular del soldado paraguayo y de la mujer paraguaya, así como de los bustos ensalzadores de varios generales. Entre 1972 y 1975 se acuñaron en oro y plata piezas conmemorativas de numerosos tipos, dedicadas principalmente a personajes nacionales y extranjeros, a la cultura material de los indígenas de Iberoamérica, a los juegos olímpicos de Munich y al dictador Alfredo Stroessner, que gobernó el país desde 1954 hasta 1989.


BRASIL

Algunos territorios brasileños aplicaron resellos propios sobre el circulante anterior, tanto autóctono como extranjero, incluso ya proclamada la Independencia, la cual llegó en 1822 con el autodenominado emperador Pedro I. Éste se hizo representar en las monedas con indumentaria militar de gala, salvo en 64 piezas de oro del año de su coronación, en las cuales aparece como un emperador romano, con cinta y corona de laurel. En el reverso de sus monedas, todas de metal precioso, iba la frase latina, también presente en monedas portuguesas: “In hoc signo vinces”, es decir, “Con este símbolo vencerás”, rodeando un primigenio escudo brasileño del que formaba parte una cruz. Con dicha frase, que según la tradición es la que escuchó Constantino a la vez que se le aparecía una cruz antes de la batalla del puente Milvio en el año 312, Pedro I quiso revestir de espiritualidad y épica su elección como gobernante del Brasil. Con su joven sucesor, Pedro II, se inició la acuñación de monedas de bronce y cuproníquel. Los elementos representados fueron sencillos y constantes: el escudo brasileño y el busto del emperador, primero de niño y “rapaz”, y luego con una poblada barba, siempre rodeado por sus sonoros títulos imperiales. En 1889, con el advenimiento de la República, cambió por completo la iconografía monetal, así como el escudo representado, en el que el elemento principal pasó a ser una estrella de cinco puntas. El país adquirió el nombre de “República dos Estados Unidos do Brazil”, queriendo imitar así el federalismo norteamericano. Luego la z de Brazil pasó a ser oficialmente una s. Los bustos alegóricos de la República, muy variados y de gran belleza, eran con frecuencia rodeados por 21 estrellas, alusivas a los estados que integraban la nación. En las monedas se colocaron mensajes favorecedores del ahorro y de la paz social, como “A economia faz a prosperidade” y “Ordem e Progresso”, expresión esta última que aparece en la bandera de Brasil. El ritmo de acuñación en Brasil es alto por la gran cantidad de población del país, y los tipos son numerosos, debido en parte a la inestabilidad inflacionaria de su moneda. Las piezas de 1901 dispusieron la fecha en números romanos, algo poco común en la numismática reciente. En 1922 se conmemoró en las piezas de uso corriente y en otras de metal precioso el centenario de la Independencia. En 1932, con motivo del cuarto centenario de la colonización, muchas monedas recordaron el hermanamiento histórico con Portugal. Getulio Vargas, que gobernó autoritariamente el país entre 1930 y 1945, fue representado en piezas de distintos valores contemporáneas a su mandato. Otros personajes ilustres de la nación engrosaron el repertorio iconográfico monetal, destacando la incorporación del antiguo líder indígena Tibiriçá. El nacimiento del “cruzeiro” en 1942 basó su iconografía en la representación de un mapa físico de Brasil, mientras que el “cruzeiro novo” de 1967 optó por una alegoría republicana de corte moderno. Los “cruzados”, nacidos en 1986 y que tuvieron una corta vida, recordaron en 1988 el centenario de la abolición de la esclavitud. Otras reformas monetarias posteriores se valieron de la representación de trabajadores en sus tareas y de la rica fauna amazónica.


BOLIVIA

En 1827, dos años después de conseguida su Independencia, Bolivia emitió sus primeras monedas nacionales, realizadas en plata. En ellas aparecía el busto cesarizado del libertador Bolívar, del que el país tomó su nombre. Alrededor del busto iba el mensaje: “Libre por la Constitución”. En la otra superficie de las piezas fueron representadas dos llamas andinas bajo un árbol iluminado por seis estrellas, las cuales hacían referencia a las distintas regiones del país. Ya en la década de 1850, el árbol pasó a ser una palmera, y el número de estrellas aumentó hasta nueve debido a una reorganización administrativa de la división territorial. El país tuvo diferentes cecas, algunas de ellas extranjeras, pero sin duda la más prestigiosa por su riqueza en metales preciosos fue Potosí, nombre que aparece entero o en monograma en muchas de las monedas allí acuñadas. Progresivamente se fue extendiendo en las monedas nacionales la representación del escudo boliviano, en el que el árbol y una llama siguieron estando presentes, con el paisaje andino al fondo. El militar Melgarejo, que ostentó el poder entre 1865 y 1871, dio nombre a una moneda de plata en la que se hizo representar. Alrededor de su busto barbado iba la dedicatoria: “Al Pacificador de Bolivia”, completada en el reverso con las expresiones: “Gratitud del pueblo potosino” y “Al valor del jeneral Melgarejo”, con j errónea en general. Estas piezas ilustran el recurso a la Paz como valor universal para generar fidelidades intracomunitarias en estados pluriculturales en formación, como ocurrió con la “Pax romana” de época de Augusto. Desde 1864, momento en que empieza a acuñarse en Bolivia moneda divisionaria de cobre, se generaliza en las piezas de los distintos valores la consigna de “La Unión es la Fuerza”, parecida a la que utilizaban las monedas belgas: “L’Union fait la Force”. En 1878 adquirió mayor importancia iconográfica el cóndor, remate del escudo boliviano, en las piezas de menor valor. A las piezas de cuproníquel de 10 centavos acuñadas en 1883 se les practicó posteriormente una perforación central para que no se confundiesen con las piezas de plata de 20 centavos. En 1893 se empezó a representar en las monedas bolivianas el caduceo, atributo de Mercurio y emblema del comercio. Piezas de bajo valor de 1937 recurrieron al motivo del brazo sosteniendo una antorcha para alumbrar el metafórico camino del destino de la nación. Tras la representación de Bolívar en monedas de bronce de 1951, se optó en las emisiones posteriores por la casi exclusividad iconográfica del escudo.


PERÚ

El general San Martín proclamó en 1821 la Independencia del Perú con estas palabras: “El Perú es, desde este momento, libre e independiente, por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa, que Dios defiende. ¡Viva el Perú! ¡Viva la Libertad! ¡Viva la Independencia!”. Un año después se iniciaron las primeras acuñaciones nacionales. En las piezas de cobre más pequeñas se empleó como motivo el sol, y en otras de cobre de valor superior se recurrió a un paisaje montañoso, con vicuña, gorro republicano en palo y sol. Las primeras monedas de plata llevaban el escudo inicial con la leyenda a su alrededor de “Perú Libre”. En su reverso dos alegorías flanqueaban una columna, signo de que el nuevo país debía edificarse sobre los principios de la Virtud y la Justicia, a las que se aludía en una inscripción. Un tipo iconográfico de gran estabilidad surgió en piezas de 1826. El anverso fue reservado para el nuevo escudo, del que forma parte una cornucopia llena de monedas, mientras que en el reverso Atenea sostenía en un palo el gorro frigio. En el escudo de Atenea iba la palabra “Libertad”, y alrededor de la figura había una inscripción que decía: “Firme y Feliz por la Unión”. En las más pequeñas monedas de plata se utilizó el motivo de la vicuña, animal autóctono que llegó a estar en peligro de extinción. Podemos indicar que el simbolismo numismático e ideológico de un animal es normalmente mayor para un país cuanto más circunscrita está la especie a dicho país. Hacia 1837 la ciudad de Cuzco acuñó monedas con el motivo del sol y mensajes filofederalistas. El sol se convirtió en uno de los elementos iconográficos principales de la moneda fraccionaria peruana desde 1863 hasta 1958, pues el sol es además el nombre de la moneda nacional. En las fugaces pesetas peruanas de plata de 1880 una cabeza alegórica republicana iba rodeada de la frase: “Prosperidad y Poder por la Justicia”. Las libras peruanas de oro desde 1898 emplearon la fórmula “Verdad y Justicia” acompañando el busto alegórico de una mujer indígena. Otro busto alegórico republicano de corte indigenista se introdujo en 1918 en piezas de valor pequeño acuñadas en la ceca estadounidense de Filadelfia. En 1954 se utilizó en los anversos de distintas monedas el busto del presidente decimonónico Castilla, asociado a una idealizada época de cierto esplendor económico. En los reversos de estas piezas iba el sencillo motivo de la antorcha. En 1966 se reintrodujo la imagen de la vicuña en monedas de latón. En 1971 empezó a utilizarse el busto de Tupac Amaru, líder indígena del siglo XVIII, representado con sombrero de ala ancha. Otras piezas emplearon como decoración motivos incas. Entre las monedas conmemorativas de oro y plata destacan las de 1965, dedicadas al cuarto centenario de la fundación de la ceca de Lima, las de 1966, que recuerdan el centenario de una victoria naval sobre España, y las de 1976, que con dos años de tardanza celebran el 150 aniversario de la batalla de Ayacucho. En piezas recientes ha adquirido gran importancia iconográfica la imagen del almirante Miguel Grau, muerto en 1879 en la guerra contra Chile. El escudo es el elemento principal en muchos de los últimos tipos monetales peruanos. El color dorado brillante del latón de muchas monedas peruanas era un bello recurso propagandístico indicativo de una aparente fuerza económica, ya que imitaba al mismo sol, nombre de la pieza básica del sistema monetario.


ECUADOR

Tras la proclama independentista realizada en Guayaquil en 1820, circularon por Ecuador monedas de la Gran Colombia, confederación de la que formaba parte el territorio ecuatoriano. A estas piezas se las resellaba en Ecuador con el monograma MDQ, es decir, “Moneda de Quito”. Desde 1833 hasta 1836 las monedas ecuatorianas siguieron aludiendo a la malograda confederación con el mensaje de “El Ecuador en Colombia”. Ya estas piezas llevaban en su reverso la famosa inscripción ecuatoriana de “El Poder en la Constitución”. Entre los símbolos empleados por entonces estaba la fasces consular flanqueada por dos repletas cornucopias, esperanza de prosperidad. El primigenio escudo fue reemplazado por otro más elaborado, con remate en cóndor y la fasces en la base, en monedas de 1846, en las cuales se introdujo un busto alegórico republicano y femenino que, al igual que otro anterior, llevaba en una especie de cinta para el pelo la palabra “Libertad”. Las alegorías republicanas alternaron en las emisiones con el perfil de Bolívar. Hacia 1884 se inicia otra etapa numismática en Ecuador con la adopción del sucre como nueva moneda nacional. El nombre de la moneda rinde honor al general Antonio José de Sucre, lugarteniente de Bolívar que venció al ejército español en la batalla de Pichincha de 1822. El perfil de Sucre empezó a ser representado en las piezas de mayor valor, si bien posteriormente alcanzó a casi todos los valores. Muchas de las piezas ecuatorianas de la época fueron acuñadas en cecas extranjeras, como Birmingham, Filadelfia, Lima y Santiago de Chile. Como curiosidad, hay que reseñar que en 1928 se acuñaron 20.000 piezas de oro llamadas cóndores, equivalentes cada una a 25 sucres de plata de la época. En las emisiones recientes cabe mencionar la continuidad de la preferencia por la representación del escudo y del retrato de Sucre. Algunos motivos tomados del arte indígena se usaron en piezas de 1988, mientras que otras monedas de la misma fecha recurrieron a un monumento autóctono y a un enorme racimo de plátanos. Las piezas conmemorativas de plata, escasas, se reservaron para el mundial de fútbol de 1986 y para el quinto centenario del descubrimiento de América.


COLOMBIA

El estado colombiano, federado inicialmente con Venezuela y Ecuador, ha experimentado a lo largo de su desarrollo histórico diversos cambios en su denominación, como República de Colombia, República de la Nueva Granada, Confederación Granadina, Estados Unidos de Nueva Granada o Estados Unidos de Colombia. El nombre que se ha impuesto finalmente es el de República de Colombia, que ya fue utilizado en las monedas acuñadas por la provincia de Cundinamarca durante la época confederada (1819-1830). Fue la Cámara de Cundinamarca, provincia que alberga a la capital colombiana de Bogotá, la que proclamó la Independencia del país con respecto a España en 1813. Ya desde un poco antes algunas provincias colombianas habían empezado a emitir su propia moneda, como Cartagena y Santa Marta. En 1813 empezaron a acuñar las provincias de Popayán y Cundinamarca. Esta última recurrió en las monedas de plata a un busto indígena en el anverso y a una granada abierta en el reverso, motivo “parlante” alusivo al nombre hispánico del territorio. Algunas piezas tenían alrededor del busto indígena la consigna de “Libertad Americana”, ilustrativa del panamericanismo antiespañol del momento. Desde 1822 se homogeneizaron los tipos acuñados en las distintas cecas del país. Se utilizó otra cabeza alegórica diferente, en concreto una mujer con la palabra “Libertad” en una cinta para el pelo. Se empleó también el motivo heráldico de la fasces entre cornucopias, que fue el escudo de la Gran Colombia federal. Las monedas de 1837 llevan ya el nombre de República de la Nueva Granada. Introducen el nuevo escudo nacional y la frase en banderola de “Libertad y Orden”. Las alegorías republicanas femeninas fueron ganando en belleza de labrado. En piezas pequeñas se utilizó el motivo de la granada exenta o entre cornucopias. Rara vez aparece exento el cóndor, remate del escudo colombiano. En piezas de 1874 se segregan las dos afrontadas cornucopias con respecto a la granada. Por entonces se comienza a representar en monedas de bajo valor el gorro frigio en solitario. Monedas de plata de 1887 llevaban en el canto la leyenda “Dios - Patria - Libertad”. Piezas del mismo metal de 1892 representaron a Colón, que es de quien está tomado el nombre de la República. Desde 1901 se realizaron algunas emisiones especiales de monedas destinadas a usarse en leproserías aisladas, con la leyenda “Lazareto” en el interior de una cruz de tipo hospitalario. En 1902, durante la guerra civil, el general Ramón González Valencia mandó acuñar finas piezas de latón en la provincia de Santander. Ya más entrado el siglo XX, destaca la representación frecuente de Bolívar y en menor medida del libertador Santander, ambos con el peinado heroizante de corte napoleónico, es decir, con el pelo ondulado y hacia delante, como si el viento y la providencia los impulsasen. El gorro frigio de las cabezas republicanas de 1952 fue representado con alas. Por entonces se introdujo también la imagen del jefe indígena Calarca. En piezas recientes cabe reseñar el empleo del escudo y de motivos indígenas, especialmente de la cultura quimbaya, así como la alusión a los territorios insulares del país. Entre 1980 y 1989 se representó en las monedas de bronce de cinco pesos a la heroína independentista Policarpa, sentada y con las manos atadas a la espalda. Monedas de metales preciosos se acuñaron con motivo del Congreso Eucarístico de 1968 y de los Juegos Panamericanos de 1971. Otras piezas recientes se hicieron en metales nobles para honrar a los libertadores y para expresar una concienciación ecologista.


VENEZUELA

Proclamada la Independencia de Venezuela en 1811, empezaron a funcionar en su territorio varias cecas provinciales, algunas de ellas del bando realista, contrario a la Independencia, como la de Maracaibo y la de Guayana. Estos dos talleres utilizaron motivos heráldicos ibéricos, como el castillo y el león. La ceca de Barinas reacuñó, bajo el mando del general independentista Páez, monedas ya consideradas como republicanas, aunque con motivos clásicos, como la cruz y las columnas de Hércules. En Caracas operaron los dos bandos. Mientras que el realista recurrió a motivos hispánicos tradicionales, el bando republicano creó una iconografía nueva, utilizando en algunos casos la representación de siete estrellas y en otros una abstracción del sol o de una estrella con siete puntas. Durante el período federal de pertenencia a la Gran Colombia (1819-1830), Venezuela acuñó piezas pequeñas de plata en las que los elementos iconográficos principales eran el sol o la estrella, la cornucopia y el escudo de la federación. Las monedas nacionales de 1843 se caracterizan en sus distintos valores por presentar un bello busto alegórico republicano, consistente en una mujer cuyo gorro frigio lleva inscrita la palabra “Libertad”. Otra alegoría diferente, con el pelo recogido y bajo siete estrellas federales, se estrenó en piezas de 1858, en las que por la otra superficie iba el escudo. En 1863 el general Páez, reconvertido en gobernante, se hizo representar en piezas de plata de gran peso, con la inmodesta leyenda de “Ciudadano Esclarecido”. En 1873 se crearon unos tipos monetales destinados a tener una gran estabilidad iconográfica. Se trata de la representación del escudo y del busto de Bolívar, realizado por el prestigioso grabador Barre. Alrededor de su cabeza, algo idealizada y con peinado heroizante, va la leyenda “Bolívar Libertador”. Es Bolívar el que da nombre a la moneda nacional de Venezuela. Las piezas de plata más pequeñas es normal verlas ahora formando parte de pulseritas y otras joyas, a veces con el busto de Bolívar bastante desgastado. Hubo monedas especiales de latón para las leproserías de Maracaibo, Isla de Providencia y Cabo Blanco, acuñadas entre 1913 y 1939. El escudo representado en las monedas venezolanas fue variando sus inscripciones, pasando de “Libertad” a “Dios y Federación” y luego “Independencia y Federación”. Entre las monedas conmemorativas recientes destacan las dedicadas a los libertadores y las de referencias ecologistas, como las que por ejemplo tomaron de icono al jaguar.


PANAMÁ

La República de Panamá, independizada de forma definitiva en 1903, sólo de forma esporádica ha producido billetes nacionales, muy cotizados entre los coleccionistas, pues lo normal es la circulación de los dólares estadounidenses, en parte debido a las inversiones norteamericanas en el canal. Estas emisiones de billetes nacionales se realizaron en 1933 y 1941. En cuanto a la moneda, Panamá ha acuñado siempre piezas propias para los pequeños cambios y otras conmemorativas de metal precioso. Este hecho es importante además para dar una imagen de soberanía e independencia política, frente al caso de Puerto Rico, que no cuenta ni con monedas ni con billetes nacionales debido a su condición de estado libre asociado a los Estados Unidos. La moneda panameña recibe el nombre de balboa en honor al explorador español Vasco Núñez de Balboa, que recorrió el Darién y atravesó el istmo hasta alcanzar el Pacífico en 1513. El busto idealizado de Balboa figura en muchas de las emisiones monetales realizadas por Panamá desde 1907. Lo normal es representarlo con armadura y con el casco típico de los conquistadores españoles de la época, si bien en algunas piezas presenta otro tipo de tocado, en el que pueden leerse las palabras: “Dios – Ley – Libertad”. Balboa es también curiosamente el apellido heroizante que se le dio en el cine al boxeador de ficción “Rocky”. Otra imagen acuñada con frecuencia en las monedas panameñas es la del caudillo indígena Urraca. Esta alternancia iconográfica de Balboa y Urraca refleja el deseo de integrar dos herencias culturales diferentes en la definición del país. El reverso de las monedas lo ocupa normalmente el escudo nacional, en el que está representado el istmo, mientras que en su remate una rapaz sostiene una banderola con la frase latina “Pro mundi beneficio”, es decir, “Por el beneficio del mundo”, en alusión a las ventajas comerciales que para el mundo tiene el canal de Panamá. Algunas monedas de curso legal representaron a políticos importantes en la historia del país, como Justo Arosemena y Manuel Amador. Piezas de medio balboa de 1975 representaron a Lesseps, ingeniero artífice del canal de Suez, cuyo proyecto de construcción del canal de Panamá fracasó al quebrar su compañía en 1888. Entre las acuñaciones conmemorativas resaltan las exaltadoras de Balboa y Bolívar, así como otras de corte indigenista, deportivo, navideño y ecologista. Otras piezas celebraron el 75 aniversario de la Independencia y la ejecución de los tratados del canal. Entre las monedas de plata destaca por su belleza el balboa de 1931, que utiliza una alegoría republicana de cuerpo entero. Y entre las leyendas de las piezas conmemorativas podemos citar la de “Paz y Progreso”, colocada sobre unas flores en monedas de oro de 1978.


COSTA RICA

La República de Costa Rica recurrió durante buena parte del siglo XIX a la utilización de resellos que habilitaban para la circulación interior tanto monedas españolas del período colonial como monedas inglesas y de países americanos. Entre estos resellos estaba uno consistente en una estrella de seis puntas en el interior de otra estrella de seis puntas, definida ésta por irradiación de la primera. Otro resello consistía en un león rodeado del aviso “Habilitada por el gobierno”. Había también resellos dobles para anverso y reverso, como el del busto femenino para anversos y el árbol para reversos. El escudo de la Federación Centroamericana (1823 – 1848) de la que Costa Rica formó parte y el posterior escudo costarricense fueron también usados en diferentes tipos de resellos dobles. La práctica de los resellos se atestigua en Costa Rica hasta 1889, momento en que se documenta sobre piezas colombianas de plata. La Federación Centroamericana empleó como motivo destacado en sus monedas un árbol rodeado de la leyenda “Libre crezca fecundo”, frase que resume tres aspiraciones: la Libertad, el Robustecimiento y la Prosperidad. El motivo del árbol pervivió en monedas de la Costa Rica segregada, en las que cabe mencionar también la constancia en la alusión a la “América Central”, como si se quisiera resaltar la pertenencia a una abstracta entidad histórico-cultural de libre integración. Incluso las monedas de oro acuñadas en 1850 y en años posteriores presentan una alegoría femenina que se apoya en un pilar en el que figura la fecha de Independencia de la América Central (15 de Septiembre de 1821) y no la fecha de la Independencia definitiva de Costa Rica. Las monedas nacionales de Costa Rica han sido acuñadas en San José, su capital, y en algunas cecas extranjeras, como Birmingham, Londres y Filadelfia. Hacia 1897 se adoptó como moneda nacional el colón, en honor del almirante Cristóbal Colón, el cual fue representado en las piezas de oro. Las monedas de plata y de metales comunes sirvieron para fijar una iconografía muy estable en la que el elemento principal es el escudo. En él las estrellas pasaron a ser de 5 a 7 en las monedas de 1965, en alusión a la división territorial y administrativa interna del estado. Las piezas conmemorativas recurren sobre todo a motivos históricos, artísticos y de preservación de la naturaleza, como es el caso de las que en 1982 presentaron frontalmente una cabeza de jaguar. Algunas monedas celebraron en 1987 el premio nobel de la paz otorgado al presidente Óscar Arias por sus esfuerzos desmilitarizadores.


NICARAGUA

La República de Nicaragua, en cuyo interior se encuentra el gran lago del mismo nombre, conoció sus primeras monedas nacionales en 1878. Estas piezas presentan la particularidad de mostrar un escudo no triangular, a diferencia de las monedas acuñadas a partir de 1880. La forma de triángulo equilátero del escudo de Nicaragua está relacionada de manera metafórica con la igualdad ante la Ley de sus conciudadanos. Además del escudo, destaca en las monedas de Nicaragua la representación del explorador español del siglo XVI Francisco Hernández de Córdoba. De hecho desde 1912 la moneda nacional recibe el nombre de córdoba. En los reversos de las monedas en que se representa a Francisco Hernández de Córdoba va normalmente el escudo de la antigua Federación Centroamericana, de la que Nicaragua formó parte hasta 1838. El escudo consistía en un sol apareciendo tras las montañas. A su alrededor los gobernantes nicaragüenses colocaron la frase “En Dios confiamos”, que recuerda la fórmula monetaria estadounidense de “In God We trust”. Los gobiernos sandinistas de la década de 1980 introdujeron en la iconografía numismática la imagen del guerrillero antiestadounidense Augusto César Sandino, asesinado en 1934. Sandino es representado normalmente con sombrero de ala ancha, mientras que en otras piezas aparece en solitario su característico sombrero. En las monedas en que está la imagen de Sandino pervive la frase de “En Dios confiamos”, añadiendo en algunos casos la consigna “Patria Libre o Morir”, contraria al intervencionismo norteamericano. Monedas dedicadas en 1980 al sandinista Fonseca llevaban la frase: “El amanecer dejó de ser una tentación”. Ya en la década de 1990 se utilizó el motivo pacifista de la paloma sobre el mapa nicaragüense, aludiendo así al deseo de promover una reconciliación nacional. Algunas piezas conmemorativas de 1975 habían empleado una iconografía similar y la leyenda “Paz y Progreso”. Ese año se realizaron también pequeñas emisiones con motivos filoestadounidenses. Otras monedas conmemorativas hicieron referencia al quinto centenario del descubrimiento de América, a acontecimientos deportivos, a la especie amenazada del tigrillo y al poeta Rubén Darío.


HONDURAS

Durante su pertenencia al Imperio Mexicano de Itúrbide (1822-1823) y en el año inmediatamente posterior, se acuñaron en Honduras numerosas monedas de plata, algunas de ellas con los antiguos motivos iberocoloniales, como las columnas de Hércules con la inscripción “Plus Ultra” y la cruz cuartelando dos leones y dos castillos. Otras piezas representaron a Itúrbide y se valieron del símbolo mexicano del águila sobre cactus, incluyendo en algunos casos el nombre de la ceca: Tegucigalpa. En su período de integración en la Federación Centroamericana (1823-1838) y hasta 1861, las monedas hondureñas utilizaron para los anversos el escudo de la Federación rodeado del aviso: “Moneda provisional del estado de Honduras”. En los reversos iba el árbol con la leyenda “Libre crezca fecundo”. Las piezas de 1862 introdujeron la representación del escudo hondureño, pero manteniendo el aviso de que se trataba de una moneda provisional. Las piezas de 1869 llevaban la leyenda “América Central” en letras algo mayores que las que servían para aludir a la República de Honduras, signo de la pervivencia del viejo sueño pancentroamericano. Las monedas de 1871 colocaron alrededor del árbol de los reversos once estrellas provinciales y la consigna: “Dios – Unión – Libertad”. Desde 1878 se difundieron en las monedas hondureñas las alegorías republicanas junto a la leyenda “Centroamérica”. Un año después se convirtió en habitual la consignación en las monedas de la fecha de la Independencia de la América Central (15 de Septiembre de 1821) y no la de la definitiva Independencia de Honduras. Unas pocas monedas de plata de 1879 representaron en grande un águila bajo una banderola con las palabras: “Paz – Progreso – Libertad”. Esta iconografía no triunfó en las piezas posteriores, pero sí que se retomó en algunas de ellas la leyenda mencionada. Hacia 1931 se adoptó como moneda nacional el lempira, en honor del líder indígena del mismo nombre, derrotado en 1536 por Pedro de Alvarado. El escudo nacional y el busto de Lempira son las imágenes más comunes en las monedas hondureñas de época reciente. Las escasas monedas conmemorativas, acuñadas en 1992, aludieron al quinto centenario del descubrimiento de América y al segundo centenario del nacimiento del general Morazán, el cual fue presidente de la Federación Centroamericana.


EL SALVADOR

En la época de vigencia de la Federación Centroamericana, El Salvador acuñó importantes cantidades de monedas de plata de diferentes valores, en las que podía leerse “Por la Libertad del Salvador” junto a la advertencia de que se trataba de “Moneda provisional”. En bastantes piezas se cometió el error de escribir la palabra Libertad con v. Los motivos utilizados fueron el volcán para una de las caras y la columna para la otra. Sobre el volcán y sobre la columna iba en muchas piezas una estrella, pero en otros casos el volcán era representado en erupción y sobre la columna iba un gorro frigio. Se aplicaron también resellos sobre piezas extranjeras o de iconografía obsoleta. El resello podía consistir en el escudo o en un sencillo volcán. El motivo del volcán, propio de algunos países centroamericanos, transforma la tragedia en orgullo por la propia tierra, a pesar de que la misma se vea con frecuencia azotada por huracanes, terremotos y erupciones volcánicas. Sobre monedas guatemaltecas acuñadas entre 1859 y 1865 se aplicó en El Salvador un resello con la letra R. En 1889 arrancan las series salvadoreñas de tipo moderno. Para las piezas de menor valor se recurrió al busto del general Morazán, el político liberal que había defendido sin éxito la perduración de la Federación Centroamericana. El perfil de Morazán ha sido desde entonces uno de los iconos más empleados en la moneda salvadoreña, junto con el escudo nacional y el busto de Colón. De hecho hacia 1940 una reforma monetaria convirtió al colón en la nueva moneda nacional, adoptando así el mismo nombre de la moneda costarricense. Unas pocas piezas de oro de 1892 emplearon una bella alegoría republicana de la América Central, no con gorro frigio, sino con corona de laurel. Desde 1914 no se utiliza en las monedas salvadoreñas de curso legal la utópica expresión “América Central”, que sí que figura en algunas de las piezas conmemorativas hechas más recientemente en metal precioso. En 1925 se recordó mediante 2000 monedas de plata y 100 monedas de oro el cuarto centenario de la fundación de San Salvador por Pedro de Alvarado. Desde 1953 figura en distintos tipos de monedas de pequeño valor la imagen del presbítero José Matías Delgado, el cual lanzó el primer grito de Independencia en El Salvador en 1811. En 1971 se hicieron piezas alusivas al 150 aniversario de la Independencia de la América Central, algunas con la leyenda “Lucha por la dignidad del hombre”. Monedas de 1977 reproducen la primera moneda de la Federación Centroamericana, con el sol apareciendo tras las montañas. Algunas de las piezas conmemorativas acuñadas en 1992 con motivo del quinto centenario del descubrimiento de América presentan cuatro manos entrelazadas y la leyenda “Unidos por la Paz”.


GUATEMALA

La ceca de Guatemala, capital del país del mismo nombre, desplegó una intensa actividad acuñadora desde 1777, primero al servicio de la metrópoli y luego para el estado independiente. Como curiosidad se puede decir que entre 1808 y 1810 acuñó piezas a nombre de Fernando VII utilizando aún el busto de su padre, Carlos IV. Ya segregada de España, Guatemala reselló antiguas monedas coloniales y otras extranjeras mediante pequeños cuños que representaban un sol saliendo por detrás de uno o varios volcanes. Otro resello, utilizado sobre todo para los reversos, consistía en un sol con rostro dentro de una estrella y en compañía de un arco y una flecha. En la época de la Federación Centroamericana, y en concreto en el año 1829, Guatemala puso en circulación monedas provisionales de plata con el escudo federal en el anverso y el árbol en el reverso. Desde 1859 las monedas guatemaltecas exhiben una iconografía nacional propia, bastante variada. Las piezas de plata de menor diámetro tomaron como motivos al león, ya presente en piezas de la época colonial, y al sol sobre tres alturas, una de ellas, la central, volcánica. En piezas de mayor valor se representó inicialmente al gobernante autoritario Rafael Carrera, incluso en monedas acuñadas algunos años después de su muerte, acaecida en 1865. Desde 1873 nos encontramos en los anversos con una alegoría republicana sentada que sostiene una balanza y una cornucopia repleta, mientras que los reversos se reservan para el escudo, en el que un quetzal se posa en el pliego en el que está escrita la fecha de Independencia de la América Central. Estos motivos se emplearon también en resellos que sirvieron para habilitar a fines del siglo XIX grandes piezas extranjeras de plata. En 1923 se representó en las monedas guatemaltecas a Miguel García Granados y a Justo Rufino Barrios, los expedicionarios que desde México lograron en 1871 derrocar al impopular gobierno. Hacia 1925 tuvo lugar una reforma monetaria que convirtió al quetzal, pájaro de fuerte simbolismo en Guatemala, en la nueva moneda nacional. Podemos recordar que entre los objetos premonetales utilizados por los indígenas antes de la llegada de los españoles estaban las plumas de colores de pájaros vistosos. Implantado el quetzal, este pájaro se convirtió en la imagen preferida de las monedas guatemaltecas, bien formando parte del escudo o bien sobre una columna. También se recurrió al árbol con la leyenda “Libre crezca fecundo” y al busto de Fray Bartolomé de las Casas, el gran defensor de los derechos de los indígenas. Entre los motivos de corte indígena más empleados por las monedas de Guatemala están el monolito de Quirigua y un busto femenino con tocado tradicional.


MÉXICO

México es uno de los países latinoamericanos que cuenta con mayor variedad de emisiones y tipos monetarios. Su capacidad de amonedación es inmensa, debido en parte a su riqueza en plata y a la necesidad de garantizar los intercambios entre su numerosa población. La convulsa historia que México tuvo hasta principios del siglo XX, con enfrentamientos civiles, pérdidas territoriales frente a Estados Unidos, anacrónicas experiencias monárquicas y revoluciones agraristas contribuyó a la disparidad tipológica del numerario nacional. Actualmente México es un país de referencia en la numismática internacional y en lo relativo a las equivalencias oficiales y fluctuantes existentes entre los precios del oro y de la plata, cada vez más favorables al oro. El 1 de Mayo de 2003, 1 gramo de oro equivalía aproximadamente a 73 gramos de plata en Londres y a 57 gramos de plata en Madrid. Con frecuencia México acuña para el comercio internacional piezas de oro y plata basadas en el patrón de peso de la onza troy, equivalente de forma aproximada a 31’1 gramos. Estas piezas utilizan como motivos una máquina de acuñación, una balanza, una Victoria alada o una cabeza escultórica de jaguar, además del escudo de la nación, que aparece en casi todas las monedas. Este escudo consiste en un águila que sobre un nopal mata a una serpiente. Algunas localidades mexicanas produjeron moneda propia de mala factura en varios períodos del siglo XIX y durante la revolución desarrollada entre 1910 y 1917. En esta última etapa varias ciudades recurrieron al motivo clásico del gorro frigio del que mana luz, mientras que el estado sureño de Oaxaca prefirió la representación asidua del busto de su conciudadano Juárez, político liberal y reformista fallecido en 1872. Hasta principios del siglo XX funcionaron en el país numerosas cecas. Esta gran pluralidad de centros de acuñación tiene su origen en los primeros movimientos soberanistas de inicios del siglo XIX, favorecidos por el vacío de poder ocasionado por la invasión napoleónica de España en 1808. Muchos territorios fueron inicialmente leales a la monarquía española. Así, en Zongolica se acuñaron piezas de plata con la leyenda “Viva Fernando VII y América”. Tanto el bando realista como el insurgente emplearon resellos, a veces consistentes en iniciales o monogramas, como el del sacerdote rebelde Morelos, impulsor de la declaración de Independencia de 1813. Otros resellos utilizados por los independentistas representaban armas o un águila coronada sobre puente, motivos también presentes en las piezas de nueva factura. En Oaxaca fue común la representación de arco y flecha sobre la leyenda “Sud”, además del monograma de Morelos, promotor de estas acuñaciones. Algunas de estas monedas llevaban la inscripción: “América – Morelos”. Las monedas de Itúrbide, convertido en emperador en 1822, solían llevar su efigie y la leyenda latina: “Augustinus Dei Providentia”, es decir, “Agustín por la Providencia de Dios”. En el reverso iba un águila coronada sobre cactus. Son muchas las naciones que a lo largo de su desarrollo histórico han coronado o quitado la corona a los animales de sus escudos en función de si sus regímenes eran monárquicos o republicanos, conservadores o comunistas, fenómeno bien atestiguado en la Europa del Este. En el caso de México, el águila perdió la corona con la pronta caída de Itúrbide, recuperándola solamente durante el nuevo gobierno imperial de Maximiliano (1864 – 1867). Las piezas de Maximiliano recurrieron a tres tipos de escudo, uno de los cuales mostraba al águila flanqueada por dos grifos. Otro presentaba alrededor del águila la inscripción “Equidad en la Justicia”. Y sólo en un tercero la corona reposaba directamente sobre la cabeza del águila. Entre ambos emperadores hubo un período de preferencia por las alegorías republicanas y otros motivos, como el arquero indígena de las piezas de Chihuahua y el angelote republicano de Zacatecas. En Guanajuato se acuñaron monedas de latón con la leyenda “Labor omnia vincit”, es decir, “El trabajo todo lo vence”. Durante gran parte del siglo XIX destacó en México la utilización en las piezas de plata del motivo del gorro frigio que desprende luz. En el gorro puede leerse la palabra “Libertad”. En las piezas de oro, conocidas como “escudos”, aparecía el gorro frigio en un palo sostenido por una mano ante un libro, todo ello con la leyenda “La Libertad en la Ley”. Hacia 1869 se creó para los pesos de oro una iconografía compleja con la Ley, la espada, la balanza y el gorro frigio. Desde 1905 se centralizan las acuñaciones en la ciudad capitalina de México, y sobre el águila se coloca el nuevo nombre federalista de “Estados Unidos Mexicanos”. Numerosos personajes ilustres han desfilado en el siglo XX por las monedas mexicanas, como el caudillo azteca Cuauhtemoc, la poetisa del siglo XVII Sor Juana Inés de la Cruz, los sacerdotes soberanistas Hidalgo y Morelos, la patriota Josefa Ortiz de Domínguez, el primer presidente (que se hacía llamar Guadalupe Victoria), el general independentista Guerrero, y los presidentes Juárez, Madero y Carranza. Se emplearon también elementos artísticos de las culturas azteca, maya y olmeca, así como el prótomo del dios prehispánico Quetzalcoatl. Varios tipos monetarios de pequeño valor recurrieron al símbolo agrario americano de la mazorca de maíz. Un rasgo peculiar de las monedas mexicanas es el gran volumen y peso de muchas de ellas, quizás para crear en los ciudadanos una confianza que no ha podido evitar importantes procesos inflacionistas. Entre las alegorías republicanas destaca por su belleza la de los pesos de plata emitidos entre 1910 y 1914, conocidos como “caballitos” porque la alegoría va sobre un caballo, portando antorcha y rama de victoria, con el sol naciente al fondo. Las piezas conmemorativas mexicanas han tratado muchos temas, como la protección a la infancia, la preservación de la naturaleza, el arte indígena, los episodios heroicos, las Olimpiadas de 1968, el Mundial de fútbol de 1986 y el quinto centenario del descubrimiento de América, que supuso, según las leyendas monetales, el “Encuentro de dos mundos”.


REPÚBLICA DOMINICANA

Las primeras monedas nacionales de la República Dominicana son de 1844, es decir, del mismo año en que el país proclamó su Independencia. Se trataba de sencillas monedas anicónicas de bronce y de latón. En piezas de 1877 se representaron por separado una cruz y el texto constitucional. Más tarde se introdujo la representación del escudo, al que luego se añadió la leyenda: “Dios, Patria y Libertad”. En 1891 se empezó a utilizar en los anversos una preciosa alegoría india de la Libertad de la República, la cual pervivió hasta monedas acuñadas en 1975. La reforma monetaria realizada hacia 1937 colocó en las piezas de menor valor el símbolo de la palmera, frecuente también en las monedas de los países islámicos. Desde 1976, coincidiendo con el centenario de su muerte, es prioritaria en las monedas dominicanas la imagen del líder independentista Duarte, impulsor de las sociedades secretas como sistema de adoctrinamiento político de la sociedad. Piezas de diferentes valores acuñadas desde 1983 muestran a personalidades destacadas en la historia de la nación, en algunos casos en compañía de la expresión “Cuna de los Derechos Humanos”. En 1989 se recurrió a motivos dispares de influjo popular, como un hombre negro tocando el tambor, frutas tropicales, una carreta de bueyes y el monumento del faro a Colón. Muchas de las piezas conmemorativas denotan religiosidad, como las dedicadas en 1979 a la visita del Papa Juan Pablo II y las realizadas con motivo del “V Centenario del descubrimiento y evangelización de América”. En 1955 se acuñaron monedas de oro y plata en honor de Rafael Leónidas Trujillo, que había ejercido un gobierno próspero pero de tipo dictatorial hasta 1952. Otras piezas conmemorativas se dedicaron en 1974 y 1986 a los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, y en 1982 al Año Internacional del Niño. Estas últimas piezas presentan a un niño pintando bajo la frase: “Quiero aprender”.


CUBA

Una vez independizada de España en 1898 y de los Estados Unidos en 1902, Cuba tuvo que esperar a 1915 para conocer un sistema monetario nacional y parcialmente autónomo, el cual tuvo que convivir al principio con las piezas estadounidenses. En 1898 Cuba había acuñado mil piezas de plata de carácter festivo con la leyenda “Patria y Libertad” alrededor de una alegoría republicana criolla, con el escudo nacional en los reversos. Durante la primera mitad del siglo XIX algunas monedas españolas de plata introducidas en la isla de Cuba fueron reselladas con un sencillo cuño cuadrangular. Y en la década de 1870 las tropas independentistas resellaron piezas mexicanas y estadounidenses de plata con el símbolo cubano de la llave, presente ahora en su escudo nacional, y que hace referencia a la posición estratégica de Cuba en la entrada del golfo de México. Hasta 1958 las monedas cubanas fueron acuñadas en la ceca norteamericana de Filadelfia, lo que es reflejo de cierta dependencia política. Desde que se produjo el definitivo triunfo de la revolución castrista el 1 de enero de 1959, el país fue girando hacia el bloque comunista filosoviético, de modo que las monedas cubanas pasaron a ser realizadas en las cecas de Kremnica (antigua Checoslovaquia) y San Petersburgo. Las piezas de cuproníquel de 1915 tenían una iconografía consistente en el escudo y en una estrella de cinco puntas que cobijaba un número romano alusivo a su valor. Alrededor de la estrella iba la consigna “Patria y Libertad”. Otras piezas de mayor valor, realizadas en plata, tenían una estrella de cinco puntas de formato distinto, radiante y similar a la de la bandera. Los pesos de oro llevaban el busto de José Martí, el principal ideólogo del movimiento independentista, muerto heroicamente durante la guerra contra España. En el canto de las piezas más valiosas iba la leyenda “Con todos y para todos”. Otras piezas de plata con el busto de Martí, hechas en 1953 con motivo del centenario de su nacimiento, llevaban la frase “Con todos y para el bien de todos”. La imagen de José Martí ha sido habitual en las monedas cubanas y en los billetes de un peso hasta época reciente. En 1934 se empezaron a acuñar pesos de plata decorados con el perfil de una alegoría femenina con gorro republicano y corona de laurel, con el mar y una estrella radiante al fondo. En 1952 se celebró el cincuentenario de la República con piezas de plata de distintos valores que tenían en el anverso la izada de la bandera en el castillo del Morro en La Habana, y en el reverso las ruinas del “ingenio” azucarero conocido como La Demajagua, relacionado con el alzamiento contra los españoles de 1868. Entre las piezas de plata hechas en 1953 en honor de Martí, algunas llevaban en el reverso el gorro frigio sobre un haz indicativo de la Unión, mientras que en otras se representaba la llave ante el sol saliendo del mar. En 1962 se representó en piezas de la fracción “40”, rara en los sistemas monetarios internacionales, el busto barbado del revolucionario Camilo Cienfuegos, acompañado de la afirmación “Patria o Muerte”. El Presidente Fidel Castro no se hizo representar en las monedas de curso legal, sino sólo en las conmemorativas. En 1981 Cuba creó piezas peculiares destinadas sólo al uso de los turistas, tomando como icono principal la palmera, símbolo del Instituto Cubano de Turismo. Estas monedas eran una argucia para captar divisas estadounidenses en los pequeños cambios. En 1990 se inició la acuñación de piezas de tres pesos con el busto frontal del héroe argentino Ernesto “Che” Guevara. Estas monedas sirven en el extranjero como un apreciado icono revolucionario. Últimamente las monedas cubanas de curso legal han recurrido a cuidadas representaciones arquitectónicas. Las monedas conmemorativas cubanas, realizadas especialmente desde 1975, son de numerosísimos tipos, debido tanto a un esfuerzo propagandístico de sus autoridades como al deseo de captar divisas de los coleccionistas extranjeros. Entre sus temas están los de la Independencia y la revolución castrista, los deportivos, los ecologistas, los de hermanamiento con España, los pacifistas, los arquitectónicos, los de manumisión de los esclavos, los educativos, los sanitarios, los espaciales, los artísticos, los de transporte, los indigenistas, los americanistas, los científicos y los dedicados a distintas figuras históricas nacionales y extranjeras. El régimen pretende dar así en el exterior una imagen de fortaleza económica alejada de las penurias cotidianas del pueblo cubano.


Sólo queda ya señalar que los valores que un país asume como suyos a través de las imágenes y expresiones de las monedas no deben ser incompatibles con los valores de otros pueblos libremente constituidos, de modo que sea posible para cualquiera el captar el carácter constructivo de sus respectivas manifestaciones culturales, a través por ejemplo de los símbolos de las naciones históricamente hermanadas que integran Iberoamérica. Por otro lado, parece contradictorio que el dinero, cuyo reparto desigual e injusto genera rabia y revoluciones, pretenda adoctrinarnos con mensajes igualitarios. De ahí que los simples símbolos agrarios, esperanza de que toda la comunidad ciudadana y universal disponga siempre de alimentos, parezcan en ocasiones más hermosos que los perfiles de las alegorías y las consignas más poéticas.