martes, 11 de julio de 2023

HOSTILIDAD ANGLO-DANESA HACIA LOS BALLENEROS VASCOS

 

En el legajo 1760 de la sección de Estado del Archivo General de Simancas (AGS, EST, LEG, 1760) se conserva una carta escrita el 8 de octubre de 1615 por el escribano de la villa de San Sebastián, Domingo de Urbizu, en nombre de dicha ciudad, para hacer saber al Rey Felipe III las crecientes dificultades con las que se estaban encontrando las embarcaciones vascas dedicadas a la caza de ballenas. Se trata de un memorial redactado con una letra humanística preciosa y fácil de leer que aporta mucha información acerca de lo peligrosa que empezaba a ser percibida la presencia de los balleneros vascos por parte de las autoridades británicas y danesas en el Norte del Océano Atlántico. Aunque se utiliza siempre en la carta el verbo pescar en vez de el de cazar, en la actualidad se suele emplear más este último para aludir a la matanza de ballenas, quizás por tratarse de mamíferos. En la carta se hace referencia a que aproximadamente hacia el año 1603 empezó a escasear de forma preocupante la presencia de ballenas en el banco pesquero de la isla de Terranova. Todo apunta a una sobreexplotación y al hecho de no perdonar ni a las crías, lo que impedía la regeneración natural de los recursos pesqueros. Ello obligó a los navíos vascos a aventurarse más al Norte en busca de ballenas, explorando en la estación estival las costas de la desolada Vinland, tanto de la península del Labrador como de la isla de Baffin. Se llegan a mencionar en la carta los ochenta grados de latitud, que, si no los tomamos como una exageración, situarían a los marinos vascos en el estrecho de Nares, el cual separa Groenlandia de la isla más septentrional de la actual Canadá, llamada Ellesmere. Este tipo de estrechos, como el de Belle Isle, situado entre Terranova y la península del Labrador, constituían una auténtica trampa para las ballenas, al resultar allí más sencillo el avistarlas y darles muerte.

 

En esos mares de la América Nororiental ya era común la navegación de los barcos de guerra ingleses, que, según indica Domingo de Urbizu en su carta, neutralizaban a los balleneros vascos, les impedían seguir pescando, les requisaban parte de las capturas realizadas y les quitaban también otros instrumentos. La isla de Terranova era ya oficialmente británica desde 1583, y dentro de los planes expansionistas ingleses estaban el resto de tierras de la futura Canadá, heladas durante buena parte del año, pero ricas en recursos. En la carta parece mostrarse cierta sorpresa por el hecho de que los ingleses señoreasen esas costas, asegurando ser suyas, a pesar de no contar allí casi con establecimientos habitados. Todos estos abusos ya habían sido puestos en conocimiento del Rey Felipe III por parte de los marinos vascos algo más de dos años antes, lo que suscitó el que se informase al embajador español en Londres, Diego de Sarmiento Acuña, para que agilizase sus gestiones al respecto, sin que hasta la fecha se hubiese obtenido ningún resultado favorable. La necesidad de realizar una salida anual en busca de ballenas había llevado en este último período a las embarcaciones vascas a territorios de soberanía danesa. Se indica en la carta que era común desde hacía dos años por parte de los balleneros vascos el alcanzar el Cabo Norte noruego, situado a 71 grados de latitud. Los gobernadores de algunas provincias danesas en Noruega, Islandia y Groenlandia recibieron cordialmente a los primeros marinos vascos que se aventuraron por sus costas, permitiéndoles la pesca mediante acuerdos, los cuales implicaban en algunos casos la entrega amistosa de una pequeña parte de las capturas. Pero al aumentar significativamente en poco tiempo el número de embarcaciones extranjeras, la Armada Real danesa, muy potenciada por el Rey Cristián IV, adoptó una actitud hostil, impidiendo la posible salida indiscriminada de sus recursos pesqueros, más valiosos por el hecho de permitir el sustento de comunidades asentadas en lugares inhóspitos, con un desarrollo agropecuario muy limitado.

 

La carta narra que entre los apresamientos realizados de manera reciente por los barcos de guerra daneses en sus puertos septentrionales se encontraba un navío guipuzcoano, proporcionando los nombres de sus propietarios y de su capitán. Dicho barco, así como otro francés, de San Juan de Luz, fueron conducidos a Dinamarca con gente armada en su interior para evitar su huida, mencionándose que lo más importante de sus cargamentos eran las grasas, es decir, el saín, del que se obtenía un aceite muy rentable y codiciado, sobre todo por su capacidad para iluminar sin emitir humo y sin desprender mal olor. En otros casos las tropas danesas facilitaban el regreso de las embarcaciones vascas a su país, pero haciendo que abandonasen buena parte de sus capturas en tierra. Es de gran interés que en la misma descripción se hable de una nave española y otra francesa, que a pesar de tener distinta bandera estaban hermanadas por su pertenencia a la comunidad vascófona. Viene después en el memorial la lamentación por el duro castigo que probablemente estaban experimentando en esos momentos muchos de los balleneros vascos en su temporada de caza, sin el amparo de la monarquía hispánica frente a las arbitrariedades del ejército danés. Justamente a finales del mes de septiembre de ese mismo año de 1615 tres navíos vascos que intentaban salir de la península islandesa de Vestfirdir, muy recortada por numerosos fiordos, quedaron destrozados por un vendaval, lo que obligó a las tripulaciones a pasar allí el invierno. Uno de los grupos en que se dividieron los marineros, dirigido por Martín de Villafranca, gestionó mal sus penurias en ese clima tan riguroso, abasteciéndose de víveres de una forma que violaba la ley local. Los nativos no tuvieron piedad de ellos, matándolos con extrema crueldad en dos tandas, el 17 de octubre de 1615 y en enero del año siguiente. El episodio, conocido por la historiografía danesa como “la matanza de los españoles”, supuso la muerte de 32 marinos guipuzcoanos.

 

En la carta analizada se teje la teoría conspirativa de que los ingleses, a través de la Bolsa de Londres, estaban en negociaciones con el Rey de Dinamarca para recibir un trato de favor en las expediciones marítimas de carácter comercial y geoestratégico desplegadas en los mares septentrionales, habiéndose acordado supuestamente el obstaculizar en todo lo posible la acción de los balleneros vascos, cuyo número excesivo hacía peligrar el equilibrio productivo del Atlántico, dándoles además el conocimiento geográfico de tierras de conquista potencial. Contribuía a estas elucubraciones el hecho de que el Rey inglés, Jacobo I, estaba casado con Ana de Dinamarca, hermana del Rey danés, Cristián IV. Las autoridades de la villa de San Sebastián muestran en su carta la indignación que sienten al saber que las embarcaciones danesas, tanto pesqueras como militares, surcan sin dificultad alguna los mares próximos a las costas ibéricas, mientras que los navíos vascos son tratados hostilmente en los puertos daneses. Esta actitud de especial animadversión, coherente con el mercantilismo y las ambiciones territoriales de Cristián IV, duró hasta diciembre del año 1616, momento en que el Rey de Dinamarca concedió licencia a los balleneros guipuzcoanos para adentrarse en los mares del Norte y capturar allí sus presas. Este permiso real no impidió que los barcos de guerra ingleses y holandeses hostigasen a las embarcaciones vascas en sus trabajos de pesca y en sus movimientos comerciales, en los que se incluían el tráfico de pieles y la obtención de bacalao. Desde 1626 la presencia de balleneros franceses y holandeses en el entorno de Islandia se hizo más frecuente, aumentando la competencia por los recursos de la región. El progresivo envalentonamiento llevó a marinos de distintos países, incluyendo los oriundos de las costas cantábricas, a pescar ya avanzado el siglo XVII en el archipiélago de las Svalbard, cuyas islas más septentrionales presentan 80 grados de latitud.

 

Son varias las líneas de la carta que transmiten la idea de suma preocupación por el futuro de las actividades económicas de carácter marítimo, de las que dependían muchas familias. El contenido parece apuntar a que se trataba de un sector numéricamente sobrecargado, pero que precisamente por ello garantizaba el adiestramiento de muchos hombres a los que poder enrolar, si las circunstancias políticas lo requerían, en viajes exploratorios o de conquista, afortunadamente orientados a territorios con climas más benignos. La marinería contaba en el Norte peninsular con muchas personas bien dispuestas, aguerridas y curtidas, que sentían amenazada su profesión por los vaivenes de las relaciones diplomáticas entre los estados. Se aprecia claramente en el memorial una identificación total con los intereses de la Corona, convergiendo las acciones destinadas a procurar en la práctica la seguridad de los barcos hispánicos en lugares tan remotos. Los marinos vizcaínos y guipuzcoanos cazaban principalmente ballenas francas y boreales. El nombre de las primeras se debe a que son fáciles de arponear, pues nadan despacio, flotando una vez muertas, lo que garantiza su aprovechamiento. Honra a la tradición ballenera vasca el que ya dichas prácticas, tremendamente dañinas para la biodiversidad, hayan quedado como una mera cuestión de estudio histórico, sin convertirse en algo identitario. La actitud contraria, para vergüenza de su moderna sociedad, la sostiene Japón, que, argumentando derechos seculares, sigue realizando numerosas capturas de ballenas con fines comerciales, imposibles de justificar por parte de un estado sin vulnerabilidad económica. El temor que rezuma la carta de Domingo de Urbizu de que se produzca el acabamiento de la marinería tenía entre sus causas ocultas las prácticas abusivas llevadas a cabo en la explotación de los océanos, al no dar tiempo a las especies depredadas a volver a multiplicarse a un ritmo constante. Curiosamente el escribano utiliza la palabra extinción como posible futuro de la marinería si no es auxiliada por el aparato jurídico y diplomático del estado, sin asociar dicho término a la progresiva desaparición de las especies marinas.

 

Transcribimos a continuación el memorial que ha dado lugar a este análisis, actualizando gran parte de la ortografía y alterando las medidas de los párrafos por cuestiones técnicas: “Señor, siendo la general ocupación y medio de conservarse los naturales de esta provincia de Vuestra Majestad el de las navegaciones a la pesca de ballenas, que van a hacer a partes y regiones remotas, les ha sucedido en ellas tan mal de doce años a esta parte, que se hallan ahora en la última necesidad del remedio. Y aunque ha dos años o algo más que significamos a Vuestra Majestad lo que acerca de esto se había ofrecido hasta aquel tiempo, obligando nuevos trabajos después acá a ocurrir al amparo de Vuestra Majestad, lo hacemos con la confianza que como fieles y vasallos de Vuestra Majestad podemos. Y tomando de su principio la materia para renovar la noticia de ella, representamos a Vuestra Majestad sumariamente que los dichos trabajos tienen principio de haber faltado la pesca de las dichas ballenas en la provincia de Tierranoba de los dichos doce años a esta parte, y que habiendo para esto tres años, ha guiado nuestros navíos a las partes del norte y tomado puerto en la tierra de Veinlant, despoblada de humana habitación, que está a ochenta grados. Los hicieron salir de ella navíos de guerra ingleses, diciendo ser suya aquella isla o tierra firme, con tan gran rigor, que además de haberles hecho perder su pesca, los despojaron de parte de la que tenían hecha y de pertrechos de sus navíos”.

 

“Y habiendo ocurrido a Vuestra Majestad con este agravio y daño, y representados los flacos fundamentos que ingleses pueden tener para hacerse dueños de aquella tierra, mandó Vuestra Majestad escribir a su embajador, que reside en Londres, y alargándose la negociación o averiguación ante el Rey, debe tener algún prolijo estado. Mas como quiera que no podía esperar a esto la navegación anual de los navíos de esta provincia, y la sustentación y conservación en su oficio de la marinería de las costas de ella, ya que no pudieron sin más resolución y fuerzas para romper con los dichos ingleses navegar a la dicha tierra defendida por ellos, han navegado estos dos años a otra tierra del norte, del dominio y señorío del Rey de Dinamarca. Y siendo así que habiendo este segundo y último año acudido los más de nuestros navíos a la costa de Noruega en el cabo del norte, por relación de alguno que el año antes tuvo buena acogida de un gobernador de los que el dicho Rey de Dinamarca tiene por los puertos de aquella costa, y porque les aseguró que él y los demás les dejarían hacer su pesca por cierto derecho. Y habiendo ido allá con esta buena fe, y sido bien recibidos de los dichos gobernadores y concertados sus derechos, teniendo hecha la mayor parte de su pesca, les han asaltado en algunos puertos navíos de guerra de Dinamarca, obligando a dos de los nuestros, que ya han llegado a estos puertos, a salir con parte de la carga no más, y al otro dejando aun de ella buena parte en tierra por no la haber podido embarcar. Y lo que es peor, que en otro puerto donde estaban dos navíos, uno francés de San Juan de Luz y otro de los nuestros, cuyos dueños son Martín de Zornoza y Miguel de Eraso, lo han preso y llevado a Dinamarca con el Capitán Martín de Escalante, vecino y natural nuestro, que lo es del dicho navío, y el de San Juan de Luz, con gente de guerra que metieron en ellos y su carga de grasas con que se hallaban. Y se teme que los dichos navíos de guerra que quedaban allá discurriendo por los dichos puertos habrán hecho lo mismo de los demás navíos de nuestros naturales que pescaban en ellos, y que así se hallarán todos a esta hora necesitados del amparo de Vuestra Majestad”.

 

“Lo que se puede barruntar de las causas será que digan los de Dinamarca que, no bastando la permisión de los gobernadores, la habían de haber impetrado del mismo Rey. Y aunque ésta puede ser la pública, se entiende, de haberse sabido por cierto, que un caballero inglés que pasó a Dinamarca habrá solicitado por la Bolsa de Londres, asistida del Rey, que dicen tiene arrendadas estas pescas a los mercaderes de ella para que hagan esta extorsión e impedimento a los nuestros, con fines que llevan los dichos ingleses de hacerse a solas señores y dueños de este trato, aunque sea por medios tan violentos, como apropiándose las tierras que no son suyas e impidiéndonos en ellas la pesca con armas y robos, y procurando los mismos fines por vía de negociación en las que son del dicho Rey de Dinamarca. Todo lo cual presupuesto, suplicamos a Vuestra Majestad humilmente se sirva de mandar escribir al Rey de Dinamarca, pidiéndole para sus vasallos el mismo buen tratamiento que tienen los suyos en los Reinos de Vuestra Majestad, particularmente en el Andalucía, donde navegan muy cuantiosos navíos de aquella nación. Y que tanto al Capitán Martín de Escalante con el navío en que lo es y su hacienda como a los otros de esta costa y provincia, si de ellos hubieren hecho lo mismo o los hubieren agraviado en esto u otra forma, les haga acudir con su entera y cumplida satisfacción, pues va en ello el solo y único medio de la conservación y aumento de la marinería de Vuestra Majestad. Y consiste en conservarse este trato y navegación, y se aventura en lo contrario la total extinción y acabamiento de ella. Nuestro Señor guarde la católica persona de Vuestra Majestad como sus vasallos y la Cristiandad lo ha menester. De nuestro Ayuntamiento de San Sebastián. 8 de octubre. 1615. En creencia va refrendada de nuestro escribano fiel y sellada con nuestro sello. Por la noble y leal villa de San Sebastián. Domingo de Urbizu”.

 

Bibliografía:

-Serna Vallejo, Margarita; Apuntes sobre el régimen jurídico público de la actividad ballenera de los navegantes vascos en Terranova (1530-1713); Derecho, Historia y Universidades: Estudios dedicados a Mariano Peset; Volumen 2; Páginas 661-666. Año 2007.

-Serna Vallejo, Margarita; Los viajes pesquero-comerciales de guipuzcoanos y vizcaínos a Terranova (1530-1808): régimen jurídico; Marcial Pons; Ediciones Jurídicas y Sociales. Año 2010.

-Serna Vallejo, Margarita; El derecho de las pesquerías de guipuzcoanos y vizcaínos en Islandia, Groenlandia y Svalbard en el siglo XVII; Anuario de Historia del Derecho Español; Tomo 84; Páginas 79-119. Año 2014.


lunes, 6 de marzo de 2023

LA MELANCOLÍA DEL SOLDADO JOAN DE ROBLEDA

 

A través de un memorial dirigido al Rey Felipe II, el soldado Joan de Robleda relata sus esforzados servicios militares con la esperanza de obtener una merced, consistente en recursos dinerarios con los que poder recuperar sus antiguas propiedades. La breve carta, conservada en el Archivo General de Simancas (AGS, GYM, LEG, 370, 229), no está fechada, si bien otros documentos con los que comparte caja apuntan a que nos encontramos en el año 1592. Las peripecias bélicas de Joan de Robleda comienzan en Flandes, según él mismo indica, en 1557, encuadrado en los sufridos Tercios. Pasó después al Norte de Italia, escenario de las luchas hegemónicas mantenidas entre los ejércitos de Francia y España. La soberanía de Felipe II sobre el Milanesado fue finalmente aceptada por Francia en 1559 por la paz de Cateau-Cambrésis. Joan de Robleda menciona su participación en 1563 en la defensa de la plaza de Orán, que no pudo ser entonces conquistada por las ingentes fuerzas otomanas de Hasán Bajá. En 1564 estuvo en la toma del Peñón de Vélez de la Gomera, diminuto enclave norteafricano, desde ese momento español. En 1565 acudió al auxilio de Malta, cuya capital fue exitosamente defendida frente a la escuadra otomana por el Gran Maestre Jean Parisot de la Vallete. El soldado regresó a Flandes durante el período de gobernación del Duque de Alba (1567-1573), cuyo rigor en el aplastamiento de la rebelión iconoclasta provocó el descontento general de la población, dando lugar a nuevas revueltas. Allí Joan de Robleda asegura haber recibido numerosas heridas, conociendo grandes dificultades, pues le tocó estar en los más significativos asedios y en las principales batallas. Permaneció combatiendo en Flandes, auténtico infierno para los soldados de la Monarquía Hispánica, hasta que Alejandro Farnesio le permitió licenciarse en 1587, otorgándole una buena prima, tras treinta años de fiel servicio.


Lo que principalmente empujó a Joan de Robleda a retirarse fue el haber caído en una profunda depresión. Él la llama “grandísima enfermedad malencólica”. Todavía el término "malencolía" es admitido por la Real Academia de la Lengua, como sinónimo de "melancolía", que es la palabra más correcta, al conectar sin variación con el latín y el griego. El adjetivo usado por el soldado incide en el mal estado de su espíritu, en su tristeza permanente, en su desgana para afrontarlo todo. De la carta se infiere que los médicos de la época no entendían sólo de las heridas físicas, sino también de las morales, hasta el punto de intervenir en favor de la necesidad de licenciar a un soldado. Joan de Robleda regresa por tanto a su pueblo, que quizás muchas veces pensó que no volvería a ver, con la ingenua pretensión de acomodarse nuevamente en su antigua casa. Pero comprueba que sus familiares u otras personas que se habían hecho cargo de sus bienes los habían vendido. Estas circunstancias le llevan a pedir el favor regio, que le llega en forma de sueldo a cambio de sumarse a la protección de un castillo en Portugal, Reino que desde 1580 había unido, al menos en apariencia, destinos e intereses con Castilla. Se le ordenó luego contribuir a la vigilancia de la hacienda de la Real Audiencia de Galicia, establecida en La Coruña, donde experimentó desavenencias con sus dirigentes. Cuando redacta la carta que ahora analizamos, Joan de Robleda pertenece a la Compañía dirigida por el Capitán Jorge Arias de Arbieto, de origen gallego.


La importancia de las misiones que el Consejo del Rey encomendó a Joan de Robleda subraya la voluntad de recompensar su dilatada trayectoria militar. Pero el veterano soldado, ya con más de cincuenta años de edad, parece que no se desenvolvía bien en puestos tan alejados del frente. Su sueño seguía siendo recuperar su casa y sus tierras en su pueblo, de modo que acordó con quienes las habían comprado el revertir su propiedad pasados tres años, siempre que fuese capaz de pagar por ellas. Viendo que se va a cumplir el plazo de tres años y que no ha conseguido el dinero necesario, Joan de Robleda solicita al Rey que se lo dé, sacándolo de cualquier renta. Aunque no contamos con la respuesta oficial, es fácil suponer que las arcas reales estaban demasiado vacías como para librar dinero en efectivo al peticionario. La ayuda que la Monarquía podía dispensar al viejo soldado, tan implicado siempre en sus desmesuradas causas, consistía en seguir dándole trabajo, de forma que con el mismo pudiera continuar sustentándose de forma digna. Pero las cantidades obtenidas con dichos empleos, al no optar por prácticas corruptas, eran insuficientes para que Joan de Robleda pudiese cumplir su deseo de afincarse nuevamente en su tierra natal. Después de haber conocido tantos lugares, después de derramar tanta sangre, propia y ajena, su pueblo le parecería sobriamente hermoso y, sobre todo, pacífico. Es posible que creyese encontrar allí remedio para su terrible tristeza, para su dañina melancolía, algo que diese sentido a lo que le restaba por vivir, algo que le hiciese olvidar las espantosas imágenes de la guerra.


Transcribimos a continuación la solicitud de merced, actualizando la escritura originalmente utilizada: “Señor: Joan de Robleda, soldado de la Compañía de Jorge Arias de Arbieto, pasó a servir a Vuestra Majestad en Flandes el año de Cincuenta y Siete, y después siguiendo su bandera. Pasó en Italia y se halló en el socorro de Orán y toma del Peñón y socorro de Malta, y volvió a Flandes con el Duque de Alba, hallándose en todas las más e importantes ocasiones que en aquellos Estados han sucedido, recibiendo muchas heridas, y pasando grandes trabajos, hasta el año de Ochenta y Siete que cayó en una grandísima enfermedad melancólica. Y por relación de médicos, el Duque de Parma le dio buena licencia, con la cual se vino a su casa. Y hallándola perdida y su hacienda enajenada, le fue necesario volverse al real servicio. Y Vuestra Majestad le hizo merced de cuatro escudos de ventaja en un castillo del Reino de Portugal. Y después se la mandó pasar a La Coruña, donde entendía de mandar su hacienda en aquella Real Audiencia. Mas los Alcaldes de ella no le quisieron hacer caso de corte. Ni pudiendo atender al pleito ante la Justicia de su pueblo, habiendo de atender al real servicio, se concertó con los intrusos que volviéndoles el dinero que ellos habían dado por las propiedades a las personas que se las habían vendido y malbaratado, dentro del término de tres años, le volverían sus posesiones y propiedad. El cual término se le pasa y no tiene dónde haber el dinero sino de su sueldo. Suplica a Vuestra Majestad se lo mande librar y pagar lo que hallare debérsele de cualquier dinero que haya, para que pueda hacer la recuperación de su legítima, que al hacer cosa justa recibirá muy particular merced”.