domingo, 23 de enero de 2022

SEIS DONCELLAS PORTUGUESAS RECLAMAN SU DOTE EN 1530

 

En sus aproximadamente 40 años de vida, el Primer Duque de Arcos, Rodrigo Ponce de León (1490-1530), se casó en cuatro ocasiones. En 1507 contrajo matrimonio con Isabel Pacheco, mujer que le superaba bastante en edad, y que murió sin darle descendencia. Más tarde se casó con Juana Téllez Girón, con la que tuvo a Jerónima, que falleció siendo niña. Tras la muerte de Juana, se desposó con la hermana de ésta, María Téllez Girón, que le dio hacia el final de su vida dos hijos: Ana, nacida en 1527, y Luis Cristóbal, nacido en 1528, que se convertiría pronto en el Segundo Duque de Arcos. Al morir María, Rodrigo Ponce de León se casó por cuarta y última vez. La boda tuvo lugar en Portugal, ya que la esposa, Felipa Enriques, era de allí. Este último período matrimonial fue de corta duración, por la muerte en este caso de Rodrigo. Tanta sucesión de muertes en un espacio relativamente corto de tiempo revela la precaria salud que tenía mucha gente, incluso del estamento nobiliario, dado el escaso desarrollo de la medicina y de las atenciones médicas. A Rodrigo, afincado en Marchena, le conquistó sin duda en su último año y medio de vida la idiosincrasia portuguesa, no sólo por el hecho de que fuera directamente a Portugal a encontrar una nueva esposa, sino también porque poco después de regresar escribió solicitando que se trajesen de allí, para el servicio de su casa señorial, varias doncellas, las cuales con su compañía harían a su mujer más llevadero el cambio de país. El llamamiento hizo que seis jóvenes portuguesas, extraídas de la baja nobleza, acudiesen a las posesiones solariegas del ducado de Arcos en busca de una mayor prosperidad, abandonando sus lugares de origen y gastando en la incierta aventura determinados recursos propios.


El fallecimiento del Duque no muchos meses después hizo que las muchachas tuviesen que volver a su tierra, reclamando desde allí a la Duquesa viuda el envío de algo de dinero con el que poder concertar con más garantías de futuro sus casamientos. Felipa Enriques explica, en un memorial conservado en el Archivo de Simancas (AGS, CCA, LEG, 224, 61) su complicada situación económica, solicitando al Rey a través de la Cámara de Castilla que asigne a las muchachas las cantidades que considere, extrayéndolas luego de las rentas correspondientes al nuevo pequeño Duque, Luis Cristóbal. También Felipa solicita que de las mismas rentas se pague a su madre el importe de algunas cosas que fueron traídas de Portugal para su difunto marido. Éste en su testamento no pudo dejar nada a sus criados y al personal a su servicio, al no disponer de bienes suficientes que no estuviesen sujetos al vínculo de mayorazgo. La necesidad de liquidez había obligado al Duque a solicitar algunos gravosos préstamos que incluso ponían en peligro el mantenimiento de ciertas propiedades familiares. Aunque la base teórica de las rentas anuales percibidas por el Duque era muy alta, sobre algunas de ellas había ciertos litigios, no ayudando tampoco el insuficiente uso dado a las tierras, la participación en proyectos militares y el curso cambiante de las veleidades políticas. Para obtener nuevas fuentes de riqueza, el Duque había puesto en marcha salinas y explotaciones azucareras, mientras se retrasaban los permisos para la apertura de las minas que había heredado. Estaba resultando muy costosa la construcción de dos espacios religiosos patrocinados por el Duque: la iglesia de Nuestra Señora de la O de Rota y el convento dominico de San Pedro Mártir de Marchena. En este segundo lugar sería enterrado Rodrigo junto a su tercera esposa, María Téllez Girón.


Queriendo dar más fuerza a su ruego, Felipa Enriques lo acompaña de algunas cartas del Duque difunto y de una declaración efectuada por Fray Domingo de Baltanás (1488-1568), que era el confesor y uno de los albaceas del mismo. Este clérigo dominico, prolífico escritor moralista, gozaba de un gran prestigio por entonces. Tras su etapa inicial de formación teológica, alcanzó en 1522 el rectorado del Colegio sevillano de Santo Tomás. Adquirió gran fama como predicador, consiguiendo que destacadas familias nobiliarias andaluzas aportasen recursos para la fundación de conventos. Fue misionero entre los moriscos de las Alpujarras antes de que estallase allí la rebelión. Algunas de sus ideas, consideradas demasiado audaces, provocaron en 1561 su choque con la Inquisición, que le hizo pasar los últimos años de su vida recluido en un convento, y que se aseguró de que sus obras doctrinales no alcanzasen excesiva difusión. En la carta de la Duquesa viuda de Arcos se menciona a Fray Domingo de Baltanás como uno de los encargados de hacer que se cumplan las últimas voluntades de Rodrigo Ponce de León, sin que apenas haya en este caso bienes para repartir, quedando la herencia bastante compacta en el mayorazgo recibido por Luis Cristóbal, que al morir su padre no tenía ni dos años de edad. Este memorial muestra claramente el pesar y la frustración de la joven viuda, así como su identificación afectiva con las otras damas portuguesas, hasta el punto de convertirse en defensora de sus causas ante el Rey. A la solicitud efectuada por Felipa Enriques responde el Rey Carlos I “Véase” y “que el Gobernador y los testamentarios informen de todo”, es decir, que el asunto se lleve adelante, para ver si es procedente o no el desvío de algunas rentas del Segundo Duque de Arcos para el pago a las seis doncellas portuguesas y a la madre de la peticionaria. Reproducimos a continuación el núcleo del texto analizado:


“La duquesa de Arcos besa los pies de V. M. y dize que, despues que el duque, su marido, se caso con ella en Portugal, de donde la traxo, escrivio a aquel Reyno que se buscasen algunas donzellas hijasdalgo que viniesen a estar en su conpañia y serviçio, y que asi lo hizo, que por su mandado se enbiaron seys donzellas, hijas de cavalleros en aquel Reyno, que aca llamamos fidalgos, y estuvieron en su casa y conpañia hasta que el dicho duque de Arcos, su marido, murio. Que a ella no le quedo con que poderlas sustentar, porque no le quedaron mas de 300.000 (maravedíes) para sus gastos, y que por esta cabsa se bolvieron a casa de sus padres. Y después de ydas le piden a la dicha duquesa que les pague y ayude para sus casamientos, pues debaxo desta palabra ellas salieron de su naturaleza, y para venir como devian, y servir y aguardar señores, gastaron mucho de sus hasiendas. Y que visto que piden justo y ella no tiene de que pagallas ny razon por que hazello, pues ella no las mando venir, a pedido a los albaçeas del dicho duque que se cumpla con ellas, a lo qual an respondido que lo harian si toviesen bienes del dicho duque, porque bien veen que es a su cargo. Suplica a Vuestra Magestad que atento que esto es serviçio y de donzellas que se an de casar y por solo este fin se movieron, mande que, pues no ay bienes del duque difunto, se pague de la renta de su hijo, pues tiene hende que hazello, y esto es cosa que agraviara su conçiençia si no se fiziese. Y para que mas justamente se haga, V. M. mande que, pues estas donzellas son hijasdalgo y personas honradas, libre de tomar cantidad como a V. M. pareçiere señalar para cada una, porque en el cumplimiento de lo que se les a de dar no aya dilaçion, mandado tener respecto a la calidad de las personas a quien vinieron a servir y de otro Reyno. Y presenta este testimonio y las cartas del dicho duque. Asi mismo suplica a V. M. mande que se pague de la renta de los duques quarenta myll maravedíes que se deven a dona Maria Enriques, madre de la dicha duquesa, de cosas que para el dicho duque difunto se truxeron de Portugal, como se mandara ver por un testimonio de declaraçion de Fray Domingo Baltanás, albaçea del dicho duque, que se presenta”.

viernes, 7 de enero de 2022

INCENDIO DE ESCRIBANÍAS EN EL ATAQUE A LA PALMA DEL AÑO 1553


A lo largo de la primera mitad del Siglo XVI la isla canaria de La Palma fue ganando importancia gracias al privilegio real que le permitía comerciar con América, lo que hizo que mercaderes de distintas procedencias se estableciesen en la ciudad portuaria de Santa Cruz, la cual servía de escala en las travesías atlánticas que enlazaban la Península Ibérica con las posesiones españolas del Mar Caribe. En 1551 estalló entre Francia y España una guerra por el control de diversos territorios italianos, de modo que el rey francés, Enrique II, incentivó por entonces el hostigamiento por parte de las embarcaciones francesas al tráfico marítimo español. Entre el 21 de julio y el 1 de agosto de 1553 el corsario protestante François Le Clerc dirigió desde su nave capitana el saqueo de Santa Cruz de La Palma, realizado por unos setecientos hombres. La mayoría de la población de la ciudad huyó a las montañas próximas con algunos de sus bienes más preciados, lo que hizo que no hubiera muchas muertes. Los franceses registraron todas las casas, robando cuanto pudieron, y luego prendieron fuego a la ciudad, causando una gran destrucción. Ardieron también las casas consistoriales con sus archivos, las escribanías y las oficinas públicas, perdiéndose así documentos de gran valor notarial e histórico. Inmediatamente después de lo ocurrido, se generó entre los habitantes de la isla, tanto aborígenes auaritas como colonos, un sentimiento de indefensión, al que las autoridades españolas respondieron los años siguientes con la construcción de varias fortalezas y la distribución de armas, elementos que permitieron frustrar posteriores intentos de desembarco por parte de enemigos, destacando en este sentido la incursión fallida del corsario inglés Francis Drake en 1585.

 

El ataque francés a Santa Cruz de 1553 puede ser reconstruido de manera bastante fidedigna a través de algunos documentos conservados en el Archivo General de Simancas, como las cartas enviadas al rey por varios gobernadores insulares. El licenciado Juan Ruiz de Miranda ostentaba en aquel momento el cargo de gobernador de Tenerife y La Palma, pero se encontraba en la primera de estas islas cuando aconteció el saqueo. Tanto él como Diego de Arguijo, su teniente, que sí presenció el ataque, informaron a la Cámara de Castilla sobre lo ocurrido. Ambos perdieron sus cargos por la escasa resistencia ofrecida a la invasión, determinándose además que en adelante el gobernador de Tenerife y La Palma tuviese que residir la mitad del año en cada isla. La actuación de Diego de Arguijo, que era la máxima autoridad civil y militar de La Palma cuando se produjo el ataque, fue controvertida, en cuanto a que no autorizó la respuesta armada de un millar de isleños que ya estaban listos, para así salvar la vida de la mujer, la hija y las criadas del regidor Pedro Sánchez de Estopiñán, que habían sido capturadas por los corsarios franceses. Aceptó además el pago de un rescate por ellas de 5.000 ducados o cruzados de oro, acordado gracias a la intermediación de un comerciante vasco y otro flamenco. Tras cobrar el rescate y liberar a estas mujeres, los atacantes se marcharon. Poco más de un mes después se menciona ya a Pedro Sánchez de Estopiñán como difunto. Su muerte quizás fue consecuencia de la angustia y la presión que cayeron sobre él al quedar la ciudad sumida en tanta desgracia. Su hija liberada era la esposa de Juan de Monteverde, el cual fue nombrado tras el desastre en sustitución de Diego de Arguijo como capitán general de La Palma y alcaide de sus ruinosas fortalezas. Al mismo tiempo Diego de Arguijo también dejó de ser teniente de gobernador de la isla, reemplazándole en el puesto Diego de Cabrera.

 

La petición que transcribimos ahora (AGS, CCA, LEG, 342, 31.1), fechada algo más de un año después del ataque corsario, es redactada por el escribano Bartolomé Morel para solicitar a la Cámara de Castilla que al jurado Baltasar Pérez se le envíe una copia de su título, al habérsele perdido el original en el expolio de su vivienda, de modo que quede bien acreditado por real provisión el desempeño de su oficio: “Yo, Bartolomé Morel, escrivano de sus Magestades e publico desta ysla de La Palma, doy fee a los señores que la presente vieren como por el mes de julio del año proximo pasado de mill e quinientos e cinquenta e tres vino sobre el puerto desta çibdad de Santa Cruz de la dicha ysla ocho naos e navíos de armada de franceses, de los quales echaron gente armada en tierra, e por fuerça de armas tomaron y se apoderaron de la dicha çibdad e la metieron a saco e rrobo, como la saquearon e rrobaron e despues quemaron la mayor parte e mas prencipal de las casas desta çibdad. Entre las quales fueron quemados los escritorios de los escrivanos publicos desta ysla e toda la mayor parte de los papeles e rregistros y escrituras dellos segund questo es notorio. Y entre las casas que ansi fueron saqueadas, una dellas fueron las de la morada de Baltasar Pérez, jurado e vecino de la dicha ysla, de pedimiento del qual di la presente, por que me la pidio para que constase del dicho saco e robo e caso fortuito que generalmente avia acaecido en la dicha çibdad, con el qual dixo aversele perdido el titulo oreginal e provision que tenia de la merced del dicho oficio, como avia acaecido a otros muchos. E para pedir e suplicar a su Magestad le manden dar otra copia e provision del registro del que fue esta fecha. En la noble çibdad de Santa Cruz, ques en la dicha ysla de La Palma, a veinte e un dias del mes de agosto de mill e quinientos e cinquenta e quatro años. En testimonio de verdad, Bartolomé Morel suplico”.

 

BIBLIOGRAFÍA:

-Leal Cruz, Pedro Nolasco; “Los ataques piráticos de Pie de Palo (1553) y Francis Drake (1585) a Santa Cruz de La Palma. Análisis contrastivo”. XVII Coloquio de Historia Canario-Americana. V Centenario de la muerte de Cristóbal Colón. 2008. Páginas 1803-1822.