miércoles, 3 de julio de 2024

JUNTO AL RÍO BIDASOA


El 31 de agosto de 1586, según consta en la partida de matrimonio conservada en el Archivo Histórico Diocesano de San Sebastián, se casaron en Hondarribia (Fuenterrabía), en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción y del Manzano, a unos doscientos metros del río Bidasoa, Quiteria de la Bulla y el marino y soldado Pedro de Santo Domingo Solórzano. 18 años después, a finales de septiembre o primeros de octubre de 1604, falleció Pedro siendo alférez, tras 24 años de carrera militar. Así lo indica su viuda en un memorial conservado en el Archivo General de Simancas (AGS, EST, LEG, 1851), fechado el 29 de noviembre de 1604. En esta carta expone las acciones meritorias en las que participó su marido, gastando su patrimonio y hacienda en tales empresas, sin que a lo largo de su arriesgada vida se le hubiese concedido ninguna merced real. Para poder pagar las deudas que dejó su esposo y conseguir sacar adelante a sus dos hijas adolescentes, Quiteria solicita a través del Consejo de Estado alguna ayuda de costa o un puesto (definido con el lenguaje de la época como “entretenimiento”) en la plaza fuerte de San Sebastián. Éste fue el último destino de Pedro, tras haber estado también bastantes años sirviendo en Hondarribia. Las dos poblaciones son denominadas a veces en los textos que ahora estudiamos como “presidios”, es decir, núcleos fortificados con una importante guarnición, próximos a la inestable frontera con Francia. La intervención española en las guerras de religión francesas (1562-1598) en apoyo de los católicos frente a los calvinistas dibuja el contexto bélico intermitente en el que tuvo que manejarse, tanto por tierra como por mar, Pedro de Santo Domingo Solórzano.


La petición de Quiteria de la Bulla, que termina en las manos del secretario Andrés de Prada, tiene gran fuerza por el respaldo de un documento del veedor Martín de Aróstegui, que certifica que su marido sirvió en las plazas de Hondarribia y San Sebastián entre 1585 y 1604, y que en una de sus misiones en Francia resultó preso, permaneciendo allí entre penurias y maltratos muchos días. En este documento de apoyo que presenta Quiteria están los testimonios favorables de altos cargos de la Armada, que permiten trazar un perfil de Pedro envuelto puntualmente en importantes expediciones marítimas y combates navales, llegando a tener embarcaciones a su cargo con las que transportó soldados y víveres, apresando en algunos casos navíos enemigos. Tras analizar la solicitud, el Consejo determina casi 6 meses después, el 24 de mayo de 1605, que su relación es verdadera, y que es de justicia que Quiteria reciba 300 ducados de ayuda de costa una sola vez, los cuales deberán hacerse efectivos en “cosas extraordinarias”. Esta expresión y el hecho de que el ducado fuera por entonces una unidad de cuenta y no una moneda real, revela que el pago, equivalente a 112.500 maravedíes, se realizaría con los bienes que buenamente estuvieran disponibles en ese momento, correspondiendo a Quiteria si fuese necesario su conversión en dinero en efectivo. Teniendo en cuenta el elevado número de peticiones similares que no recibían recompensa o que desembocaban en la concesión de un humilde y esforzado puesto, los méritos militares de Pedro de Santo Domingo Solórzano tuvieron que resultar por entonces de contrastado valor.


Contextualizaremos algunas de las acciones militares en que participó Pedro, según la información proporcionada en su memorial por Quiteria. La narración es muy escueta, como solía ser lo habitual en este tipo de solicitudes. No estaba bien visto el barroquismo en la exposición de los méritos militares propios o de un allegado, para evitar la sospecha de introducción de adornos fantasiosos. En 1582 Pedro fue uno de los muchos soldados que contribuyeron a que las islas Azores reconocieran a Felipe II como rey de Portugal, desistiendo algunas de ellas, especialmente la isla Terceira, de su apoyo al Prior de Crato, cuya causa era sostenida sin demasiado ruido por la Corona francesa. La llegada de Pedro a la isla azoriana de São Miguel se daría probablemente en el mes de marzo, a bordo de una de las cuatro naves guipuzcoanas con las que se reforzó la defensa de esta posición insular, la cual se mantenía fiel a Felipe II. En el mes de mayo nueve navíos franceses asaltaron la isla, que pudo repeler el ataque; a mediados de junio se produjo el fugaz desembarco de unos 1.200 soldados enemigos, que tenían la idea de asediar el fuerte de Ponta Delgada; y el 15 de julio unos 3.000 hombres, escasamente motivados, saquearon la villa de Lagoa y tomaron Ponta Delgada, salvo su fuerte, apresando las naves guipuzcoanas.


En la posterior batalla naval de la isla Terceira, desarrollada el 26 de julio de 1582, la escuadra española, dirigida por Álvaro de Bazán, derrotó a la francesa, cuyo almirante, el condotiero florentino Felipe de Pedro Strozzi, resultó muerto en la jornada. Quiteria se refiere a este personaje histórico como “Phelipe Estroço”. En su marco narrativo resuena el modo en que su marido le contó en su momento cada batalla, a pesar de lo breve de su enumeración, aludiendo tanto al episodio defensivo de la isla de São Miguel como al combate naval de la isla Terceira. A las numerosas bajas francesas durante la batalla hay que sumar la ejecución de todos los prisioneros mayores de 18 años, ya que, al no existir guerra oficialmente declarada entre España y Francia, se dio a los capturados el cruel tratamiento dispensado a los piratas. En adelante, el puerto principal de la isla Terceira, llamado Angra do Heroísmo (Cala del Heroísmo), sumó a sus funciones de abastecimiento y reparación de los barcos que efectuaban la carrera de Indias la de escala en el comercio de metales preciosos y otros bienes entre América y Europa. La mención de la estratégica isla Terceira es constante en la documentación simanquina, que recoge por ejemplo la contabilidad del volumen de oro y plata llegado hasta allí. Su modesto puerto fue acorazado mediante la construcción de las fortalezas de São Sebastião y São João Baptista, así como con otros baluartes menores, al ser colosal la riqueza itinerante que debía ser protegida.


En determinadas ocasiones de especial gravedad, Pedro de Santo Domingo Solórzano era convocado para participar en misiones navales. Muchas de ellas estuvieron relacionadas con el trasiego de barcos de guerra que entre 1590 y 1598 hubo entre la costa guipuzcoana y el enclave de Blavet (la actual ciudad de Port-Louis), en la Bretaña francesa, que en ese período estuvo ocupado por los españoles. El defensor de Blavet fue el maestre de campo Juan del Águila, el cual da nombre al fuerte que desde entonces se emplaza en dicho lugar. Para socorrer a este prestigioso militar, Pedro llevó a Blavet en las naves que se le asignaron unas seis mil fanegas de trigo, con las que se calmaron los soldados que se habían amotinado, pues probablemente consideraban la empresa de asaltar Francia por su retaguardia sumamente descabellada. No menos osado fue el viaje del capitán Carlos de Amésquita (AGS, GYM, LEG, 430, 116), que en el verano de 1595 partió de Blavet con cuatro galeras, asaltando con sus tropas Penzance y otras poblaciones de Cornualles, en las Islas Británicas. Según indica su esposa Quiteria, Pedro llevó despachos del Rey tanto a Juan del Águila en Blavet como al embajador Mendo Rodríguez en Nantes. Colaboró activamente con el almirante Villaviciosa, que tenía a su cargo navíos de guerra cuya construcción y puesta a punto supervisaba. Recibió con frecuencia órdenes del general Juan Velázquez, a veces referidas al transporte marítimo ágil de las compañías armadas. Y participó en algunos de los apresamientos de embarcaciones enemigas efectuados por el general Pedro de Zubiaurre. Estos tres últimos marinos son algunas de las personas que acreditan la veracidad de la narración de Quiteria mediante la fe presentada por el veedor Martín de Aróstegui, recalcándose siempre el comportamiento valeroso que Pedro tuvo en las ocasiones oportunas.


También su viuda transmite la idea de la actuación recurrente de Pedro en la defensa terrestre de la agitada frontera hispano-francesa, definida por el río Bidasoa. Algunos de sus movimientos al frente de otros soldados se produjeron en Getaria (Guetaria), Pasaia (Pasajes) y Behobia (barrio de Irún). Quiteria menciona el castillo de Saint-Jean, lo que probablemente apunta a que Pedro tuvo que invadir en algún caso el territorio francés, alcanzando el estratégico castillo de Urtubia, en Urruña (Urrugne), que controlaba los dos caminos principales que aún comunican la población francesa de San Juan de Luz con Behobia. Su buena disponibilidad para la defensa del río Bidasoa le llevó a levantar en 1593 una compañía propia, habiendo sido por entonces nombrado ya sargento por el capitán Martín Pérez de Zabala. Para la creación de esta compañía quizás tuvo que comprometer algunos de sus recursos, lo que revela una gran implicación en las desbordadas causas de la monarquía hispánica. En el momento de su muerte, en el año 1604, formaba parte de la compañía de Pedro Navarro, había alcanzado el grado de alférez e integraba la guarnición de San Sebastián. La sentida carta de su mujer es unos dos meses posterior a su fallecimiento, y como hemos comentado generó la debida recompensa. Esta gratificación no le duraría mucho a Quiteria, al tener que destinarla en parte al pago de deudas. La vida de Pedro de Santo Domingo Solórzano y su esposa estuvo llena de ausencias, incertidumbres y sobresaltos. Es una suerte poder documentar su relación, y deducir los paseos que sin duda dieron juntos por la ribera del río Bidasoa y la costa donostiarra. El apellido Bulla (que significa “jaleo”), muy poco frecuente, lo tienen actualmente como primero 21 personas en Guipúzcoa y como segundo otras 21 en la misma provincia. Se trata de personas muy posiblemente emparentadas con la Quiteria de este memorial. Su nombre, que reflejaba la influencia cultural del Sur de Francia, está ahora en claro retroceso en España, como indica la edad media de unos 69 años de las mujeres que lo llevan.