Cristóbal de Haro (fallecido en 1541) perteneció a
una poderosa familia de mercaderes burgaleses, de origen probablemente
judeoconverso. La exportación de lana hacia Flandes había hecho de la ciudad de
Burgos un importante centro mercantil, en cuyas actividades bancarias participó
intensamente la familia de los Haro. Con diversas ciudades de los Países Bajos
y de Alemania, Cristóbal de Haro mantuvo beneficiosos vínculos comerciales,
adquiriendo una gran capacidad de financiación de empresas marítimas,
destinadas, entre otros objetivos, a la obtención de especias en lugares
exóticos, con las cuales abastecer los mercados europeos. El archipiélago
indonesio de las Molucas, lucrativa fuente de aprovisionamiento de ciertas especias,
como el clavo aromático y la nuez moscada, había quedado bien conectado con
Portugal desde que en 1512 se abriera la ruta oceánica oriental que rodeando
África alcanzaba dichas islas. Los españoles buscaron nuevas rutas para llegar
a ellas, pero navegando desde la Península
Ibérica hacia Occidente. Cristóbal de Haro contribuyó a la
organización de algunas de estas expediciones, destacando la realizada entre
1519 y 1522, que se saldó con la primera circunnavegación del planeta, iniciada
bajo el mando del navegante portugués Fernando de Magallanes y culminada por el
marino vasco Juan Sebastián Elcano. El valioso cargamento de clavo aromático
traído por la nao Victoria de este viaje fue entregado íntegramente a Cristóbal
de Haro por orden de Carlos V, el cual recurriría en ocasiones a los préstamos
del comerciante burgalés, de igual manera que había recibido ya financiación de
su hermano, Diego de Haro.
El entusiasmo llevó a la creación
a fines de 1522 de la Casa
de Contratación de la Especiería , establecida en La Coruña , de la que Cristóbal
de Haro fue nombrado factor. Esta institución tuvo corta vida, pues en 1529
Carlos V, por el tratado de Zaragoza, renunció a los posibles derechos de
España sobre las Molucas en favor de Portugal, recibiendo a cambio una
compensación de 350.000 ducados. La acción colonial española en el Sudeste
asiático se centrará en el futuro en las Filipinas, especialmente desde que en
1565 Andrés de Urdaneta, integrante de la expedición conquistadora de Legazpi,
descubra el llamado “tornaviaje”, valorando las estaciones, los vientos y las corrientes
marinas que optimizan los tiempos de vuelta desde Filipinas hasta la costa
occidental de México. En cuanto a las Molucas, no fueron por mucho tiempo un
monopolio comercial portugués, pues una primera flota holandesa llegó hasta
ellas en 1599, acrecentándose año tras año el predominio comercial neerlandés
en la zona. Desde su creación en 1602, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales,
institución mercantil sustentada en prácticas paramilitares, se fue haciendo
con el control del comercio en el ámbito indonesio, arrinconando
progresivamente a los portugueses, que hacia 1850 mantenían allí ya solamente su
dominio sobre Timor Oriental. La isla de Timor proporcionó a los comerciantes lusos
desde 1512 abundante madera de sándalo, usada en carpintería fina y para la
obtención de perfumes. La escasa implantación colonial portuguesa en las islas
indonesias revela la prioridad adjudicada a los intereses comerciales sobre
otros relacionados con la impregnación cultural y la conquista efectiva de
territorios tan distantes de la metrópoli. Paralelamente, en el caso filipino,
el bajo número de colonos peninsulares explica también la rapidez con la que el
legado español se diluyó a lo largo del Siglo XX en dicho archipiélago, exceptuándose
la pervivencia de la fe católica.
Muchas sombras recorren la
personalidad tanto de Cristóbal de Haro como de otros miembros de su grupo
comercial, en cuanto a que no dudaron en involucrarse abiertamente con afán de
enriquecimiento en el tráfico de esclavos entre África y América, conectando
para ello con las redes de captación y distribución establecidas por los portugueses.
Se trataba para Cristóbal de Haro de una actividad complementaria, ya que en el
mismo barco podían viajar tanto esclavos como productos de “resgate”, es decir,
destinados al intercambio comercial con los indígenas. Al principio de su
carrera, el mercader burgalés obtuvo incluso autorización del rey portugués
Manuel I para poder traer hasta Europa toda clase de mercancías obtenidas en
ámbitos correspondientes a la implantación colonizadora portuguesa, como
maderas brasileñas, codiciadas por los artesanos para elaborar tintes, muebles
e instrumentos musicales. Entre 1505 y 1517 pasó largas temporadas en Lisboa,
desde donde controlaba la llegada del azúcar de Madeira, que constituyó una de
sus primeras fuentes de riqueza. Actuó de intermediario en la comercialización
de la pimienta y otras especias, pues no controlaba los lugares de explotación
de las mismas. En este período colaboró con Portugal armando barcos para la
exploración de nuevas vías que permitiesen atravesar América para llegar cuanto
antes al Pacífico, sin importarle la deslealtad que implicaba el facilitar a
los portugueses el acceso a zonas que el Tratado de Tordesillas reservaba a
España. La familia de los Haro experimentó un duro golpe económico al
producirse la tragedia humana del hundimiento de bastantes de sus navíos (difiriendo
las crónicas entre siete y dieciséis) llenos de esclavos africanos. El ataque
fue realizado por el pirata portugués Iusarte, que se movía entre el
archipiélago de Cabo Verde y la costa congoleña. Iusarte fue ejecutado en
Oporto pocos años después, pero el rey Manuel I no concedió a Cristóbal de Haro
ninguna indemnización. Ello, unido a los crecientes obstáculos puestos por
Portugal a los mercaderes extranjeros, impulsó a Cristóbal de Haro a regresar a
España, donde más adelante ofrecerá soporte financiero al joven rey Carlos,
llegado al país con su séquito flamenco en 1517.
En el Archivo General de Simancas
se conserva un memorial (AGS, CCA, LEG, 118, 92) de Cristóbal de Haro, fechado
el día 24 de Octubre de 1517, con la petición de que se le restituya una
carabela que le fue embargada unos cinco años atrás, y que se encontraba
retenida junto con su cargamento de bienes y esclavos por la Casa de Contratación de
Sevilla. No era la primera vez que Cristóbal de Haro se dirigía a la Cámara de Castilla para
solicitar la devolución de esta nave. Se trataba de un barco armado en Lisboa,
con tripulación portuguesa, capturado en el área costera americana conocida
como Tierra Firme, que comprendía desde las Guayanas hasta el Cabo de Gracias a
Dios, que separa los actuales estados de Nicaragua y Honduras. Cristóbal de
Haro argumenta en su escrito que fue el mal tiempo el que desvió la carabela
hacia el territorio americano español. Los marineros portugueses fueron
liberados con la aprobación del Cardenal Cisneros, como contrapartida por
haberse soltado también antes a marineros castellanos pillados en aguas
portuguesas. Al enumerar a algunos de los tripulantes, los primeros que
aparecen son “Estevan Flórez” y “Pero Flórez”, que seguramente estaban al
mando. La prolongada negativa de restitución de la nave y de su contenido a
Cristóbal de Haro a pesar de la prestigiosa posición socioeconómica de su
familia pudo deberse a la sospecha de que la misma superó la demarcación
brasileña intencionadamente, tal vez en busca de un ágil paso interoceánico. El
barco fue conducido primeramente a Santo Domingo, que se iría convirtiendo en
uno de los lugares de la América hispana en recibir más población esclava,
ocupándose más tarde de resolver el asunto el tribunal sevillano de la Casa de
Contratación, que era el máximo órgano de control del comercio y tránsito de
personas entre España y América. No se aclara qué ocurrió durante esos cinco
años de embargo con los esclavos africanos retenidos, si bien lo más probable
es que se les diera trabajo a cambio de alimento. La petición de Cristóbal de
Haro quedó también consignada en el Registro General del Sello (AGS, RGS, LEG,
151710, 163), con pésima letra y fecha de entrada dos días posterior.
El grueso del primer documento
mencionado, quizás no del todo sincero, reza como sigue: “Cristóval de Haro,
mercader vezino de la çibdad de Burgos, digo que ya V. A. sabe como por otras
petiçiones le ove hecho relación que puede aver cinco años que, estando yo en
la çibdad de Lisboa del Reyno de Portugal, ove armado a mi costa una caravela con
mercaderias de resgate para yr a la tierra que se dize del Brasil y cae en la
conquista del Rey de Portugal, por la demarcaçion que con el dicho Rey fue
hecha. En la qual caravela fueron muchos portugueses por marineros y brumetes,
especialmente Estevan Flórez y Pero Flórez y Pero Marinero y Miguel Brumete y
Ehas Corço y Pero Corço y otros portugueses. Los quales siguiendo el dicho
viaje con tienpos contrarios aportaron en la tierra que V.A. tiene en tierra
firme, donde fueron presos y enbargadas y secuestradas la dicha caravela y
mercaderias y çiertos esclavos que trayan, en la çibdad de Santo Domingo de la
Isla Española. Y remetieron a los dichos portugueses presos ante los jueces de
la Casa de la Contrataçion de Sevilla, e ynformados el reberendisimo cardenal su
embaxador aver pasado ansy, dieron probision para que los dichos juezes
soltasen los dichos presos portugueses, constandoles averse soltado en Portugal
çiertos castellanos que a esta causa avian sido presos, lo qual les consto e
soltaron los dichos portugueses libres y sin pena alguna. Y las dichas mis
mercaderias y esclavos y armada an estado y estan todavía enbargadas, de que he
resçibido y espero resçibir muy gran daño. Suplico a Vuestra Alteza mande dar
su provision para que los dichos juezes e ofiçiales de la Casa de la
Contrataçion de la dicha çibdad de Sevilla o de las dichas yslas e personas en
cuyo poder estan los dichos bienes me los entreguen, tornen y restituyan e agan
tornar e restituyr libremente e syn costa alguna, pues yo ni ellos no tenemos
culpa. Y los dichos portugueses fueron sueltos libremente. E pido cumplimiento
de justiçia, y para ello le encargo su real conçiençia”.
El texto revela la temprana
implicación de algunos comerciantes españoles en el mercadeo de esclavos negros,
el cual se fue incrementando ante la necesidad de conseguir más trabajadores
para las colonias, en las cuales la población indígena experimentó un retroceso
demográfico. En la España peninsular la presencia de esclavos africanos fue más
limitada, salvo en algunas ciudades andaluzas, gracias en parte a un mayor cuestionamiento
moral. Llegaban principalmente a Sevilla, muchas veces con el rostro marcado,
redistribuyéndose desde allí entre familias de alto poder adquisitivo. Incluso
había privilegios de juro (especie de pensión o censo sobre las rentas reales),
situados en las rentas provenientes del comercio con esclavos negros. Dos de
estos polémicos juros (AGS, EMR, MER, 220, 305) fueron adquiridos por compra en
el año 1600 por el Duque de Lerma, valido del rey Felipe III. Los juros,
concedidos en muchos casos en concepto de interés por razón de una cantidad prestada
al monarca, permiten también rastrear la intensa actividad financiera que
Cristóbal de Haro desplegó al servicio de la Corona y sobre todo al servicio de
sí mismo. Muchos de ellos pueden consultarse en el Archivo General de Simancas,
en las secciones de “Escribanía Mayor de Rentas” y “Contaduría de Mercedes”. Uno
en concreto (AGS, CME, 493, 2), de 10.000 maravedís, va acompañado del
testamento del comerciante, con adjudicación de bienes a Sebastián de Haro. Las
cantidades de estos juros a nombre de Cristóbal de Haro oscilan mucho, pudiendo
ir desde los 910 maravedís (importe más común en las limosnas anuales recibidas
por conventos y monasterios) hasta los 48.156. Las fechas de los mismos
arrancan en 1525, situándose algunos de ellos sobre las rentas tanto de la
capital burgalesa como de otras áreas próximas, como Castrojeriz y la comarca
de la Bureba. Es decir, las actividades comerciales desplegadas por Cristóbal
de Haro repercutían en la circularidad de la economía de su tierra de origen,
que por un lado le suministraba recursos y por otro se beneficiaba del
establecimiento allí de tan poderosa familia.
La insistencia a lo largo de
cinco años por parte del comerciante burgalés en las peticiones a la Cámara de
Castilla para poder recuperar la carabela embargada y su contenido apunta a que
las mercancías retenidas por la Casa de Contratación de Sevilla no eran meras
baratijas con las que engatusar a los indígenas, sino productos no perecederos que
serían fácilmente intercambiables, no sólo por otros exóticos sino también en
la propia península. La falta de ética de Cristóbal de Haro queda clara tanto
por su participación en el negocio esclavista como por su colaboracionismo con
Portugal en un momento en que estaban dirimiéndose intereses geoestratégicos de
gran alcance. Su financiación permitió a la Corona española acometer empresas
marítimas en las que hubo grandes muestras de épica y heroísmo, ampliando el conocimiento
del mundo. La exploración de nuevos territorios fue seguida por la
conquista de muchos de ellos, estableciéndose rutas periódicas con las que hacer
llegar a Europa metales preciosos, semillas y nuevos bienes de consumo. La familia
de los Haro encarna en este período histórico el vitalismo comercial efectuado
sin riesgo físico, al que sí se exponían los numerosos marinos y soldados que fueron
despoblando su tierra para lanzarse a las inciertas aventuras de la expansión
colonial. Hubieran sido necesarias muchas más iniciativas mercantiles y de
manufacturación por parte de los españoles que permanecieron en la península para
que el beneficio principal del comercio marítimo no acabara transfiriéndose tan
rápido al Norte de Europa. La evangelización y las leyes que protegían a los
indígenas de los nuevos territorios adquiridos por España contrastaban con la
permisividad mostrada hacia la vergonzosa compraventa de personas oriundas del
África subsahariana.
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