viernes, 1 de noviembre de 1996

LA FALCATA IBÉRICA

“O ferro da minha faca é feito do valor do meu povo”

El escritor romano Pompeyo Trogo nos dice que los iberos amaban más sus armas que su propia vida. En diversas situaciones históricas, ejércitos celtibéricos se negaron a rendirse al exigirles los romanos abandonar sus armas, de modo que prefirieron morir aniquilados. No es que los celtíberos desearan conservar sus armas para emplearlas nuevamente en circunstancias más favorables, sino que se sentían caracterizados por ellas, pues eran además atributos de su libertad. La entrega de las armas suponía una humillación definitiva e inaceptable, equiparable a la vergüenza que se siente al quedar desnudo ante ojos extraños. Los iberos no sólo interpretaban las armas como instrumentos de poder, sino también como elementos vinculados estrechamente a su propio espíritu. Muchos celtíberos preferían morir luchando antes que convertirse en siervos privados de armas. Los pueblos ibéricos y las autoridades romanas con frecuencia cortaban a sus enemigos las manos, para que ya no pudieran manejar sus armas. Eso suponía un castigo humillante. Algunos celtíberos desarmados en 195 a.C. por orden del cónsul romano Catón se suicidaron convencidos de que sin armas nada valía la vida. Los romanos se sorprenden ante estas reacciones, lo que indica que para ellos no existía la inquebrantable asociación entre arma y honor personal que caracterizaba a los celtíberos. Este sentimiento fue considerado por los autores romanos como una costumbre propia de pueblos incivilizados. Los romanos recurrieron al regalo de hermosas armas para atraerse el favor de los iberos. Las armas tenían para los iberos, al igual que entre otros pueblos de la Antigüedad, un fuerte contenido simbólico.

La falcata es una espada de ancha hoja curva, con una peculiar empuñadura que presenta forma de cabeza animal. Pronto la falcata fue considerada por los investigadores como el arma característica de los guerreros iberos. A ello contribuyeron su forma inconfundible, su abundancia y el gran hallazgo realizado por Luis Maraver en 1867 en la necrópolis cordobesa de Almedinilla. Este autor interpretó las curiosas espadas halladas como romanas. Nuevas excavaciones y el interés de investigadores extranjeros contribuyeron a descubrir el carácter prerromano de las falcatas. La falcata presenta una longitud media de unos 60 centímetros, de los cuales 11 pertenecen a la empuñadura. Se caracteriza por una hoja ancha asimétrica, con un filo principal y otro secundario, de modo que tiene el aspecto de un sable corto. La hoja está surcada por profundas acanaladuras, a veces decoradas con damasquinados en plata. La empuñadura se curva para abrazar la mano, y puede presentar forma de cabeza de caballo o de ave. Se conocen también algunas piezas cuya empuñadura tiene forma de cabeza de león o leona, que engulle en algunos casos una cabeza humana. Estas falcatas con empuñadura de felino se fabricaron probablemente en la Contestania, desde donde se exportarían como regalos de lujo. Entre las falcatas completas de que tenemos constancia, abundan especialmente las que nos remiten al siglo IV a.C. Una de las piezas más antiguas, de fines del siglo VI a.C., procede de una tumba de Galera (Granada).

La hoja de la falcata se distingue por su curvatura, marcada por su asimetría y distinta anchura entre la base y la punta. La hoja suele estar formada por tres láminas de metal forjado soldadas entre sí a la calda, siendo la central más ancha y las laterales más delgadas. La lámina central de la hoja se prolonga formando el alma metálica de la empuñadura. Ello permite robustecer el punto más frágil de cualquier espada, la unión entre puño y hoja, lugar que soporta la mayor tensión cuando se descarga un golpe de filo. La parte metálica de la empuñadura, al ser más delgada que la de la hoja, sufre una mayor corrosión por el paso del tiempo, por lo que la encontramos en peor estado de conservación que el resto de la espada. El tamaño de la falcata permite calificarla como espada corta, poco apropiada para ser utilizada como sable de caballería. Como media, la anchura máxima de la hoja alcanza los 6 centímetros, y la mínima 3,75. Las proporciones de los elementos de la hoja oscilan significativamente de unas piezas a otras, lo que permite hablar más de una producción artesanal que de un canon de proporciones. Los herreros ibéricos de cada región peninsular tenían un modelo formal de falcata en su mente, sobre el que aplicaban variaciones de tamaño, peso y proporciones, quizá incluso en función del comprador. La variación formal de la falcata no parece deberse a la evolución de las tradiciones regionales, puesto que aparecen piezas de distintos tamaños pertenecientes a la misma época. En cambio sí que se puede establecer una distinción por regiones, pues las falcatas andaluzas y meseteñas son más pequeñas que las murcianas y alicantinas. El peso medio de las falcatas, difícil de precisar, estaría en torno a los 800 gramos. La concentración de los hallazgos señala una mayor utilización de las falcatas en el Sureste peninsular, territorio adscribible a contestanos y bastetanos.

La hoja de las falcatas presenta una combinación de filo principal y contrafilo dorsal. El filo principal tiene un estilizado perfil en S invertida, con una parte cóncava en la región más próxima a la empuñadura y otra convexa hacia la punta. Esta forma característica permite optimizar la potencia del golpe sin recargar en exceso el conjunto del arma y sin desequilibrarla. En oposición a las espadas rectas, la falcata tiene filo completo en un solo lado de la hoja. Presenta además filo en el tercio dorsal de la hoja más próximo a la punta, lo que la capacita para dar golpes de punta y golpes de revés, además del normal golpe cortante. La falcata posee normalmente un dorso suavemente curvado, de un grosor que oscila en torno a los 0,8 centímetros. El dorso no presenta un nervio resaltado a diferencia de otros sables antiguos mediterráneos, lo que facilita un forjado y templado homogéneos. Aunque el dorso de la falcata suele tener una curvatura suave y constante, algunas piezas presentan un marcado ángulo en el punto en que comienza el filo dorsal. Las acanaladuras en la hoja son un elemento habitual en la casi totalidad de las falcatas ibéricas. En general se trata de una serie de acanaladuras sensiblemente paralelas (aunque no siempre) unas a otras y al dorso de la hoja, en número variable. Arrancan desde la base de la empuñadura y no llegan nunca hasta la punta de la hoja, extinguiéndose a unos 10 o 15 centímetros de la misma. A menudo son bastante profundas y están realizadas con una precisión asombrosa. Tienen un notable valor estético y aligeran el peso de la hoja sin disminuir su resistencia. No parece que se hiciesen con idea de favorecer la entrada de aire en las heridas causadas, aumentando así el daño.

La empuñadura de la falcata presenta una curvatura extraña en el mundo antiguo, a veces prolongada con una cadenita o barra maciza hasta la base, favoreciendo una mayor fijación y protección de la mano. La lámina metálica de la empuñadura es la misma que la lámina central de la hoja, y aparece cubierta con cachas fijadas mediante un pequeño número de remaches, uno de los cuales puede servir de ojo decorativo para la cabeza de caballo o de ave propia de la empuñadura. Las cachas debían de ser de materiales orgánicos, como madera y hueso, si bien las más ricas presentarían parcialmente una estructura metálica. Las empuñaduras con forma de cabeza de ave y de caballo se dieron simultáneamente y en las mismas regiones, si bien en las fases más tardías terminó predominando la forma de cabeza de caballo. Otro tipo de empuñadura presenta forma rectangular, a veces con los ángulos curvados. Podría tratarse de piezas descuidadas en lo decorativo y reforzadas en lo verdaderamente funcional, puesto que la barra de unión pasa a ser una protección maciza. La empuñadura suele presentar en su base una cazoleta para proteger la mano, a veces ricamente decorada. Las tipologías de estas guardas basales han sido profundamente estudiadas por Emeterio Cuadrado. El espacio libre de las empuñaduras de las falcatas ibéricas es de corta longitud para asegurar su sujeción, estando en torno a los 8 centímetros. Ello no parece prueba de la pequeñez de las manos de los iberos, y consecuentemente no nos permitiría hablar de que fueran gentes de pequeña estatura.

Las falcatas presentan distinto grado de curvatura. Cuanto más curva es la falcata, más apta es para el golpe tajante en perjuicio del punzante. Se ha observado que cuanto más corta es la falcata menor es su curvatura. La evidencia arqueológica parece indicar que la mayoría de las falcatas tenían una vaina de cuero, con cuatro refuerzos horizontales de hierro. Los dos refuerzos centrales permitirían sujetar también un cuchillo. El extremo de la vaina podía estar rematado en una bola. La espada se colgaba del hombro mediante un tahalí de cuero que cruzaba el pecho. La fase formativa de la falcata debe de ubicarse hacia el siglo VI o principios del V a.C. Aunque aún es pronto para asegurarlo, parece que la falcata apenas evolucionó formalmente durante su larga vida.

La falcata es un arma muy representada en distintos soportes, hasta el punto de alcanzar un carácter emblemático. Muchas de las esculturas ibéricas fueron erigidas en forma de monumentos para honrar a miembros destacados de la sociedad. El hecho de que en ellas aparezcan guerreros y armas es un rasgo indicativo de la mentalidad y gustos de la elite dirigente. Al mismo tiempo indicaría que la autoridad le vendría dada a los jefes principalmente por su capacidad militar. Destaca el conjunto escultórico de Porcuna, en el que se representa un combate idealizado, con una base real o mítica. La contraposición de guerreros completamente armados y otros presentados sin armamento defensivo puede tener una función narrativa que divide a los combatientes en dos bandos, uno de ellos vencedor, sin que ello refleje necesariamente un acontecimiento real. La representación de las armas portadas por las figuras sería un reflejo de los ideales aristocráticos de la época. Las esculturas de Porcuna permiten remontar la antigüedad de la falcata al menos a la primera mitad del siglo V a.C., si bien en las tumbas apenas se han hallado ejemplares tan antiguos. El torso de guerrero procedente de La Alcudia de Elche presenta un lujoso pectoral adornado con una cabeza de lobo, de carácter protector y quizá funerario. Por tanto las representaciones de guerreros y de sus armas tienen además de un carácter descriptivo un rico valor simbólico. Las armas son representadas con fiabilidad y detallismo. En una de las caras del cipo funerario de Jumilla un jinete protegido con casco lleva lo que pudiera ser una falcata levantada por encima del hombro en posición de acometida. Del santuario del Cerro de los Santos proceden dos esculturas que portan bajo un manto sendas falcatas envainadas. Es curioso observar cómo en la Andalucía más occidental aparecen representaciones escultóricas y monetales de falcatas, cuando en realidad en esta región no abundan los hallazgos de falcatas. En uno de los relieves de Osuna aparece una de las falcatas mejor representadas, con acanaladuras y empuñadura de cabeza de caballo. Este conjunto escultórico, fechado hacia el siglo II a.C., nos muestra una de las posibles formas en que se combatía con la falcata, por bajo, dándole un uso punzante. Algunas espadas representadas en arcos romanos del Sur de Francia han sido interpretadas como posibles falcatas, si bien este tipo de arma no abundaba en la región, por lo que sólo tendrían un valor iconográfico indicativo de la barbarie atribuida por los romanos a los vencidos.

Figuras de hombres armados aparecen representadas en cerámicas pintadas. Estas piezas cerámicas hay que inscribirlas en un contexto aristocrático y ritual, pueden presentar anacronismos e inducen fácilmente a errores interpretativos. El esquematismo de las figuras que aparecen en las cerámicas pintadas se ve compensado por la mayor libertad para narrar escenas. La cronología de las piezas cerámicas en que aparecen falcatas es en general muy tardía, y algunas de estas cerámicas proceden de zonas en que no fue muy frecuente el uso de la falcata. Destacan las representaciones que aparecen en las cerámicas de Liria. En general, la falcata es más representada como arma de infantes que de jinetes, y aparece más veces envainada que desenvainada, puesto que en su lugar figura la lanza como arma principal. Ello podría indicar la subordinación táctica de la falcata a las armas arrojadizas. Algunos pequeños exvotos ibéricos de bronce portan armas, reflejadas con poco detallismo. Estos exvotos ofrecen información acerca del modo en que se llevaba la falcata, envainada, cruzada casi horizontalmente a la altura de la cintura y al lado izquierdo del cuerpo, suspendida de un tahalí que pasaba sobre el hombro derecho. La falcata figura individualizada, junto con la caetra y alguna otra arma, en tres series monetales de época romana. Se trata de las monedas de Turirecina, una moneda acuñada en Cartago Nova, y algunos denarios emeritenses acuñados en torno al 23 a.C. por el legado Carisio para conmemorar la conquista de Galicia.

El término “falcata” no aparece en las fuentes literarias antiguas como sustantivo, sino que fue adoptado por eruditos de fines del siglo XIX para designar a un tipo característico de arma ibérica prerromana. El término procede de la palabra latina “falx”, hoz. En la bibliografía actual lo más frecuente es suponer que la falcata tuvo su origen en un arma supuestamente griega llamada “machaira” o “kopis”. Pero hay que tener en cuenta que ambos términos podían designar multitud de instrumentos metálicos cortantes caracterizados por presentar un solo filo. A ello hay que añadir la imprecisión de que hicieron gala los autores grecolatinos para designar los distintos tipos de armas. La única referencia literaria precisa a la falcata es una de Séneca, tomada a su vez probablemente del autor Asinio Polión, que luchó en Hispania en el siglo I a.C.

La gran mayoría de los restos de falcatas que se conservan han aparecido en las provincias de Alicante y Murcia, en el Este de la provincia de Albacete y en el Alto Guadalquivir. Estas zonas, tradicionalmente bien interconectadas, estuvieron pobladas en época prerromana por dos grupos étnicos principales, el de los contestanos y el de los bastetanos. La falcata es por tanto un arma esencialmente bastetano-contestana. Las falcatas halladas en regiones del interior, Portugal, Sur de Francia y resto del Mediterráneo español corresponden en muchos casos a un momento tardío, no anterior a fines del siglo III a.C. Extraña la abundancia de falcatas encontradas en el enclave portugués de Alcácer do Sal (la antigua ciudad de Salacia), donde se han hallado también materiales arqueológicos de procedencias dispares. La explicación podría estar en que dicho lugar, próximo al estuario del río Sado, actuó como punto al que acudían los guerreros susceptibles de ser contratados como mercenarios por las potencias imperialistas litigantes. Otros probables emporios abiertos al comercio y leva de mercenarios procedentes de toda la península fueron Villaricos (Almería), la ciudad de Cádiz y Cástulo (Linares; Jaén). Quizá las falcatas alcanzaron una mayor difusión peninsular durante las convulsiones provocadas por el dominio militar de los Barca. Desde mediados del siglo III a.C. en las necrópolis parece observarse una reducción significativa del número de falcatas, lo que podría indicar una mayor necesidad de utilización bélica de las mismas que no permitiría apenas su uso funerario. O tal vez el escaso conocimiento de las tumbas de esa época ha impedido encontrar más ejemplares. Estrabón recoge una referencia de Posidonio en la que se incluye la “kopis” como arma típica de los lusitanos, si bien los testimonios arqueológicos no son generosos al respecto en cuanto al número de hallazgos. La estatua dedicada en la localidad portuguesa de Viseu a Viriato optó por representarle con falcata y caetra, pero ambas de tamaño quizás excesivamente pequeño. Ya con la romanización sí que es claro el retroceso del uso de la falcata.

A los guerreros les gustaba tener armas elegantes y bellas. La decoración de las armas suponía una expresión de riqueza y posición social. El ornato recargado o sencillo del armamento hacía que el soldado brillara entre los demás ciudadanos. Puede que las decoraciones en el armamento aúnen varios significados, de carácter estético, mágico, identificativo y social. La decoración está presente en una amplia gama de armas, y alcanza en las falcatas gran complejidad y desarrollo. Especial maestría revela la técnica del damasquinado, que realza las acanaladuras y ocupa principalmente las zonas de la hoja más próximas a la empuñadura. Los prótomos de aves y caballos que configuran las empuñaduras pudieron tener un significado protector para el guerrero. La cabeza de caballo en la empuñadura es casi exclusiva del mundo ibérico, y es que entre los iberos el caballo alcanzó un fuerte valor simbólico indicativo de prestigio, bravura y protección divina. En los motivos decorativos de las falcatas se aprecia el gusto por las espirales, las curvas, la vegetación y los animales, si bien no faltan tampoco los trazos rectilíneos. Muchos de estos elementos no tendrían un simple valor artístico, sino también importantes connotaciones de carácter subjetivo y significados comúnmente aceptados. Así, la hoja de hiedra, frecuente en las falcatas, estaría asociada a la inmortalidad. Muchos de estos motivos decorativos proceden del mundo griego, y fueron readaptados por los iberos de forma más fiel con respecto a los modelos originales de lo que lo hicieron los celtas peninsulares.

Quesada considera que la falcata tuvo su origen en el Sur de Albania y Norte de Grecia a fines del siglo VII o principios del VI a.C. Los griegos consideraban la falcata como propia de bárbaros aficionados a las matanzas sin tregua ni compasión. Parece tener también connotaciones relacionadas con los ritos sacrificiales, debido a su similitud formal con el cuchillo curvo del sacrificador. Durante la segunda mitad del siglo VI a.C., la falcata cruzaría el Adriático y llegaría a Etruria, desde donde marcharía a Córcega en el tránsito del siglo VI al siglo V a.C. Pocos años después algunos ejemplares itálicos llegarían a Iberia. Los iberos la adaptarían introduciendo algunas modificaciones formales. La acortaron. Mejoraron la ligereza y resistencia de la hoja. Eliminaron el nervio dorsal. Aumentaron el número y la profundidad de las acanaladuras. Añadieron un filo dorsal dotándola así de capacidad punzante. La vía de llegada de la falcata a nuestra península pudo ser el comercio griego, el expansionismo púnico o el regreso de mercenarios ibéricos tras sus campañas mediterráneas. La adopción de la falcata por parte de los iberos y el esfuerzo empleado en su transformación pudo deberse no únicamente a su capacidad bélica, sino además a su atractiva procedencia de una cultura superior y a su apropiado empleo como elemento funerario. Por tanto parece que la falcata estuvo dotada de un fuerte simbolismo. No era sólo un rasgo distintivo de poder y riqueza, sino también un elemento relacionado con el mundo de ultratumba. Algo lógico si consideramos que podía arrebatar la vida, llevar a otra vida. Su llegada a Iberia se daría a través del Sureste peninsular, que ha aportado la mayoría de los ejemplares más antiguos. En este sentido destaca la “machaira” encontrada en Elche, precedente tipológico de la falcata, de tamaño mayor que ésta.

La mayor parte de las falcatas ha sido hallada en las tumbas formando parte de los ajuares. Dentro de los ajuares funerarios, las armas suelen estar colocadas con gran cuidado junto a la urna. Seguramente fueron depositadas siguiendo patrones precisos. Las armas pueden aparecer apiladas unas sobre otras, cruzadas en ángulo recto o en aspa… con un significado desconocido. Las armas ofensivas pueden colocarse sobre el escudo, y las falcatas están normalmente orientadas en dirección Este-Oeste. Otras veces las armas aparecen hincadas junto a la urna o dentro de ella. En otros casos las armas fueron depositadas sobre la sepultura, quizá porque no eran consideradas simples objetos de ajuar. Es habitual que las armas aparezcan quemadas, lo que indica que fueron arrojadas o depositadas en la pira junto con el cadáver, y también dobladas. Las falcatas presentan el filo mellado intencionalmente. Estas inutilizaciones permitían sellar eternamente el vínculo personal existente entre el guerrero y sus armas, las cuales le defenderían simbólicamente en el Más Allá. Nadie más podría volver a usarlas en la tierra. La falcata no presenta una posición preeminente en los ajuares con respecto a otras armas, pero sí que es destacable el hecho de que su número es similar al de las lanzas, las cuales eran más utilizadas en la guerra por los iberos que las falcatas. Ello confirma el especial valor funerario de la falcata. Algunas armas han aparecido en santuarios, lo que indica que pudieron ser empleadas también como ofrendas rituales. La existencia de exvotos en miniatura en forma de falcata corrobora el carácter simbólico de esta arma.

Los iberos optimizaron la capacidad para matar de la falcata. Era un arma eficaz, si bien algo corta en ciertos casos. Algunas de las piezas más hermosas pudieron ser empleadas sólo como elementos de lujo, de parada o funerarios, y no en combate. Ello no nos ha de llevar a considerar que cuanto más bella es una falcata menos probable es que fuera utilizada en la guerra. Paradójicamente, la falcata ibérica es más práctica empleada como arma punzante que como arma tajante. La anchura creciente de su hoja causa heridas anchas y graves. En las representaciones predomina más el golpe recto que el golpe de arriba a abajo. La escasa longitud de la falcata obligaba al guerrero que la empuñaba a acercarse mucho al enemigo, lo cual resultaba arriesgado. La falcata destaca por su multifuncionalidad. Es más apta para ser empleada por infantes que por jinetes. Sus sablazos podían ser devastadores, llegando a hendir casco y cráneo. La insistencia secular en su uso por parte de los pueblos ibéricos a pesar de sus limitaciones prácticas pudo deberse en gran medida a que había adquirido un carácter identitario.


Bibliografía:

-Quesada Sanz, Fernando; “Arma y Símbolo: La Falcata Ibérica”; Instituto de Cultura Juan Gil-Albert; Alicante; 1992.

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