martes, 1 de julio de 1997

"LOS HÉROES" DE THOMAS CARLYLE


Thomas Carlyle vivió entre 1795 y 1881. Nació en un pequeño poblado escocés llamado Ecclefechan. Estudió teología y leyes en Edimburgo. Con 22 años experimentó una profunda crisis interior que le condujo hacia la literatura romántica alemana. Sus posteriores esfuerzos intelectuales se centraron en dar a conocer la literatura alemana a los británicos. Conoció a su novia, la escritora Jane Baillie Welsh, en extrañas circunstancias. Se casó con ella en 1826. En las cartas que intercambiaba la pareja afloraban con frecuencia los desacuerdos, pudiéndose apreciar un poso de infelicidad. Carlyle entró en el círculo de los radicales filosóficos, pragmático grupo de pensadores británicos que pronto le decepcionaron. Escribió una “Historia de la Revolución Francesa” (1837) con un estilo similar a la prosa épica. Veía la Revolución Francesa como la consecuencia lógica de siglos de mal gobierno de una aristocracia irresponsable y haragana. En 1840 pronunció seis conferencias sobre los héroes que supusieron una síntesis de sus planteamientos históricos, y que reunió en un libro publicado al año siguiente. Más tarde realizó un duro ataque contra el liberalismo inglés y denunció las malas condiciones de vida de los trabajadores industriales. En una obra llamada “Pasado y Presente” (1843) describió los contrastes existentes entre la vida plenomedieval y la del industrialismo, oponiendo lo espiritual frente a lo material, y la fuerza de la voluntad humana frente al mecanicismo de las fuerzas económicas. Criticó el duro utilitarismo de su tiempo, que sacrificaba todo al lucro económico.

La posición religiosa de Carlyle era ambigua. Rechazaba todos los credos establecidos y profesaba un vago deísmo que hallaba a Dios en la naturaleza. Apoyó el independentismo irlandés y no dejó de lacerar a los liberales con libelos envenenados. Entre 1858 y 1865 escribió una ingente obra sobre Federico “el Grande” de Prusia, donde pudo expresar su concepto de la historia. Fue nombrado rector de la Universidad de Edimburgo. Cuando su esposa murió en 1866 en un accidente de carruaje se volvió muy retraído. Sentía gran menosprecio por las gentes importantes, los políticos y los famosos, pues consideraba a muchos de ellos charlatanes y falsos guías que habían desplazado a los héroes. Ello hacía que concibiese el futuro desde una perspectiva muy sombría y pesimista.

Carlyle fue uno de los principales historiadores románticos. Entre sus cualidades literarias destacaba su estilo vigoroso y relampagueante. Ensalzó incesantemente la fuerza creativa del hombre, de su fantasía y de su inmensurable voluntad. Mantuvo una actitud desafiante hacia su época, que en su opinión ignoraba el espíritu y corrompía la personalidad. En un momento en que se pretendía anonadar al hombre y convertirlo en una máquina, Carlyle defendió la tesis de que todo lo importante que se ha hecho en la historia ha sido motivado por la acción de grandes hombres, los héroes. Consideraba la historia como producto de personalidades excepcionales y enérgicas: “Héroe es aquél que vive dentro de la esfera íntima de las cosas, en lo verdadero, en lo divino, en lo eterno, en lo invisible a la mayoría, pero cuya existencia es perenne, aunque sólo sean patentes sus triviales manifestaciones. En eso reside la esencia del héroe, y él lo hace público por obra o de palabra, o como mejor juzgue declararse al mundo.”

Para Carlyle, el ambiente social y sus condiciones son consecuencia o residuo de la acción de los héroes, y se mantienen por la inercia de la historia hasta que un nuevo héroe sacude y remueve todo, iniciando una nueva época. Los planteamientos de Carlyle atribuyen el discurrir de la historia al poder creativo de los individuos e ignoran la fuerza de las circunstancias. El historiador escocés creía que nuestros actos y decisiones son tan libres como la libertad misma, y que se alzan sobre los condicionamientos económicos, morales y políticos. La visión histórica de Carlyle va contracorriente desde el momento de su concepción y hasta nuestros días, lo que le da mayor fuerza y capacidad de provocación: “Opinamos que ningún hombre ni obra de hombre pueden juzgarse ni medirse por el efecto que han de causar en las gentes o en el mundo, como suele decirse. ¿Utilidad, influencia, efecto? Haga cada hombre su labor; el fruto está al cuidado de otro, y no de él”.

Carlyle admiró enormemente a Goethe, del que asimiló la creencia en una fuerza que viene de la naturaleza y que nos impulsa hacia la creatividad y la proyección de la individualidad. Creía que la naturaleza humana estaba más en la voluntad que en la razón, más en la acción que en el pensamiento, por lo que coincidía con el axioma fundamental de Fausto: “En el principio fue la acción”. No compartía muchas de las actitudes de los poetas románticos de su tiempo, como la melancolía pasiva y excesivamente sentimental. Invitaba a los jóvenes de su época a no dejarse arrastrar por la aceptación contemplativa de la desgracia byroniana. Acerca de los héroes, Carlyle afirma que “Su vida es un pedazo del inmortal corazón de la naturaleza, de la misma vida de todos los hombres, por más que la cegada muchedumbre, desconocedora del hecho, le es infiel infinitas veces. Pero los fuertes, aunque escasos en número, son muy enérgicos, muy heroicos, porque para ellos no es su vigor su secreto.”

Carlyle tomó de Fitche las ideas básicas para su filosofía de la historia. Para Fichte, el ego trascendental es actividad, impulso, dinamismo puro. A través de la acción impetuosa se enlaza el yo con el no yo, con el yo soñado y posible. Nuestra esencia es ser, proyectarnos y luchar por hacer triunfar nuestras ideas. Sólo así somos libres, creadores e idealistas. Aplicando estos principios, Fichte concebía la historia como un proceso dinámico guiado por la libertad y la razón de los individuos actuantes. Fichte describió la Ilustración no sólo como la época de primacía de las actividades intelectuales, sino también como la época del egoísmo individualista en donde el hombre, en lugar de pensar en la Humanidad, se piensa y se ama a sí mismo, dando lugar a una vida materialista y mecánica, indiferente hacia la búsqueda de la verdad. Para Fichte, la vida prosaica fenece gracias a los héroes que se sacrifican por la Humanidad y que guían la historia hacia objetivos dignos. Los héroes son los hombres que renuncian a los goces de la vida por hacer triunfar ideales nobles y elevados. Cada generación es el resultado del sacrificio de todas las generaciones anteriores, y especialmente de sus miembros más dignos.

Para Carlyle, los héroes son revelaciones sucesivas de un gran principio espiritual universal. Son las acciones de los héroes las que marcan las nuevas etapas de la historia. La Humanidad en su conjunto tiene alma heroica, pero ésta sólo se hace patente a través de los impulsos de determinados individuos. El desenvolvimiento histórico se rige por una fuerza secreta de la que participan los héroes. Todos los héroes están hechos de la misma sustancia, aunque revistan formas diferentes según la época y según el grado de aceptación que sus ideas tengan. La apariencia externa, tanto de los héroes como de todas las cosas, es únicamente un vestido que cubre la única realidad verdadera, el espíritu. Lo que el hombre crea y hace es sólo un intento de dar cuerpo a las inquietudes de su espíritu. Para Carlyle, los primeros momentos de la historia supusieron el establecimiento de un elevado concepto de justicia, definido por profetas, místicos y moralistas. La realización efectiva de ese idealizado concepto de justicia corresponde a héroes más cercanos a las problemáticas terrenas, como los poetas, los literatos y los líderes. Los héroes no surgen de la nada, sino como respuesta precisa a las necesidades de su tiempo. Aparecen justo cuando la Humanidad los necesita, cuando todo parece desplomarse. Son los salvadores revolucionarios que hacen olvidar las crisis históricas mediante la destrucción de las falsas imágenes que habían hecho languidecer la voluntad de los hombres. Representan la verdad y la justicia. El sentido que Carlyle da a los héroes se asemeja al concepto que Hegel tenía del genio, de modo que hay tendencias invisibles que actúan permanentemente en la historia y que la conducen hasta misteriosos fines, a pesar de las resistencias humanas y del apego de los hombres a las viejas costumbres.

Carlyle considera que la virtud esencial de los héroes es la sinceridad, la intensidad de sus convicciones. La sinceridad es la manifestación más clara del principio rector universal que actúa a través de la conciencia individual. Cada héroe responde íntegramente a su vocación, y no se detiene hasta ver cumplida su misión, que muchas veces le conduce a la muerte. No importan los tormentos, los sacrificios y las luchas que haya de librar contra los suyos, su país y su tiempo. Se yergue como una figura solitaria contra el mundo, y su valor ante los desafíos del mundo convierte sus palabras y sus acciones en fuente de prosélitos. La gran virtud del pueblo consiste en que sabe responder a la empresa a que le llama el héroe. En el fondo todos estamos hechos de la misma sustancia que el héroe, nuestro material genético es el mismo, pero necesitamos que el héroe despierte nuestro entusiasmo por lo noble, sacándonos así de la frivolidad y el caos. Los que responden a la llamada del héroe se convierten a su vez en héroes, aunque sean héroes anónimos. Hay también héroes que equivocan su destino, pues anteponen su vanidad y la fe en su capacidad de acción a la elevada tarea para la que fueron enviados.

El principio heroico que recorre la visión histórica de Carlyle hace que sus obras incluyan retazos biográficos de grandes individuos. A veces Carlyle exalta a personajes históricos poco conocidos, olvidándose de otras figuras relevantes, a las que quizás considera falsos héroes. No es lo mismo un héroe que un líder. Sobran líderes y faltan héroes. Cada época tuvo preferencia por cierto tipo de héroes. Durante el Renacimiento, los héroes solían ser poetas, en la Reforma protestante, sacerdotes, y en la Ilustración, sabios. A pesar de ello, una misma época puede tener héroes de muy distintos tipos, desde capitanes hasta pensadores. Los poetas y los profetas son susceptibles de ser considerados héroes, en cuanto a que intentan acercar a los hombres a la verdad. Incluso el concepto de “vate” parece incorporar ambos significados, tanto el de adivino como el de bardo.

Podemos acusar a Carlyle de haber exagerado la importancia histórica de los individuos concretos, olvidando el papel decisivo de sus colaboradores, del pueblo y de las circunstancias. Carlyle quiso elevar el principio actuante que reside en el corazón del hombre por encima de la mezquina pero real importancia de los factores políticos y económicos. Supo ver que las circunstancias humanas pasan por el tamiz de la conciencia individual, pues no existe ni jamás existirá una perfecta conciencia comunitaria. El espíritu de cada época histórica se encuentra tan fragmentado que sólo una poderosa conciencia individual puede sintetizarlo en fuerzas operantes que no se dejen arrastrar por las decisiones convencionales de los grupos mayoritarios. Las tendencias de una época pueden impregnar a muchas personas, pero cada persona dará a esa época una dimensión histórica diferente, valorándola de distinta manera. En la exposición de su ideario heroico, Carlyle descuida la secuenciación histórica, pues las grandes figuras son lazos demasiado débiles para engarzar las distintas épocas.

Carlyle se mostraba contrario a la democracia. No creía en la sabiduría del pueblo. En su opinión, el objetivo de todo procedimiento político debía ser el encontrar al hombre capaz que supiera gobernar un país. Pero el pueblo suele entregar el poder a los charlatanes y a los actores. Carlyle indica que mientras el hombre sea hombre jamás faltarán los héroes que vengan a revolucionar los sistemas establecidos. Carlyle era nacionalista, pero su nacionalismo no era imperialista. Consideraba que la grandeza de una nación reside en la intensidad de sus creaciones intelectuales y de su vida moral, y no en sus aspiraciones políticas. Los enérgicos juicios de Carlyle en favor del liderazgo de los héroes provocaron el que autores posteriores le considerasen un precursor de las doctrinas fascistas. El pensamiento de Carlyle influyó en las teorías de Nietzsche acerca del superhombre y en las teorías de Max Weber acerca del poder carismático de los individuos que saben alzarse sobre las circunstancias. La admiración de Carlyle por los héroes no significó tanto un culto a su capacidad física como un respeto sincero hacia la fuerza interior que les hace obrar con valentía. Carlyle vaticinó el predominio mundial de la cultura anglosajona y el desmembramiento del Imperio ruso.

El historiador escocés era partidario de una monarquía electiva y no hereditaria. Pero no sabía cómo elegir al rey, pues los héroes no se eligen, sino que simplemente aparecen: “Buscad en cualquier país el hombre más capaz, el más hábil que en él resida; elevadle a la suprema dignidad, reverenciadle lealmente, y habréis conseguido para aquel país un gobierno perfecto. (…) No olvidemos, por otra parte, que los ideales existen, y que si no procuramos aproximárnoslos de uno u otro modo, toda la obra se nos vendrá irremisiblemente encima. (…) Es terrible tener que buscar al hombre hábil y no saber ni la manera ni el camino de hallarle; ésta es la triste situación del mundo en nuestra época. (…) Lo falso, lo superficial, lo insustancial, lo vano, tiene que desaparecer sin remisión, para que en su lugar se restablezca de una manera u otra el dominio de la sinceridad.”

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