martes, 1 de abril de 1997

LA LENGUA VASCA


La persistencia del fenómeno lingüístico vasco es muy llamativa, y más aún si tenemos en cuenta que el euskera procede en línea recta de uno de los idiomas que se hablaban en territorio hispánico antes de la romanización. El origen del euskera y su parentesco con otros idiomas siguen siendo cuestiones bastante oscuras. El área del fenómeno lingüístico vasco se fue achicando de manera progresiva hasta mediados de los años 70 del siglo XX, momento en que el euskera experimentó un nuevo impulso, confirmado a raíz del desarrollo del estatuto autonómico. La lengua antecesora del vasco se habló en un territorio mucho más amplio que el ocupado por la población que étnicamente precedió a la vascona. Quizás fueron los vecinos de los vascones los que impusieron a éstos su lengua, o bien pudo darse el proceso inverso. Cabe también la posibilidad de que el idioma fuese extendido entre los vascones y sus vecinos por influencias culturales foráneas. Lafon considera que la prehistoria de la lengua vasca e incluso su historia son todavía demasiado mal conocidas para poder exponer, partiendo de sus orígenes, cómo se ha constituido y transformado hasta su estado actual.

Entre las diversas tentativas de explicar los orígenes del euskera han gozado de mayor crédito las que lo hacen derivar del ibérico, de las lenguas hamitosemíticas y de las lenguas caucásicas. Según Michelena, el vascoiberismo, la hipótesis de que el vasco histórico no es sino una forma reciente del ibérico, no se puede sostener. Tovar opina que en función de las evidencias arqueológicas parece claro que los vascos no fueron culturalmente iberizados, a pesar de que vascones e iberos llegaron a ser vecinos en las regiones aragonesas. Los paralelos que se han encontrado entre la lengua ibérica y la vasca se deben principalmente a sustratos comunes e influencias mutuas. Los primeros lingüistas que se ocuparon científicamente del euskera en el siglo XIX abrazaron a partir de Humboldt la causa del vascoiberismo, que gozó de gran aceptación hasta hace unas pocas décadas. Hübner, que publicó los “Monumenta Linguae Ibericae”, defendía ideas vascoiberistas que le impidieron realizar grandes avances en el estudio de las lenguas ibéricas. La vigorosa reacción contra las tesis vascoiberistas fue alimentada por cuestiones políticas que pretendieron reorientar el carácter de las investigaciones sobre el euskera, queriendo deslindarlo del resto de las lenguas prerromanas del ámbito mediterráneo peninsular. Pero aun así, la prensa española prestó gran atención en 1996 al lingüista Jorge Alonso, que aseguraba haber descubierto en el euskera las claves para el desciframiento de las lenguas ibéricas.

Para Lafon, el euskera no procede del ibero, sino del aquitano y el vascón. Este autor duda acerca de si el aquitano y el vascón estaban emparentados con el ibero o si las concordancias que entre ellos se observan son debidas a préstamos. En la actualidad se admite en general que el fenómeno lingüístico vasco comprende tanto el idioma de los antiguos vascones como el idioma de los antiguos aquitanos. Desde el siglo pasado algunos autores, como Achille Luchaire, pensaban que el aquitano era una forma antigua del euskera históricamente conocido. Entre el euskera y las lenguas ibéricas se dan toda una serie de coincidencias formales que nos obligan a no abandonar la idea de que pueden mantener algún tipo de parentesco. Hubschmid piensa que el ibérico seguramente ejerció una influencia de superestrato sobre el léxico protovasco, lo que permitiría hablar de un substrato hispánico preibérico íntimamente relacionado con el euskera. Una de las palabras de las lenguas ibéricas que seguramente con el mismo significado está presente en el euskera actual es “behor”, yegua.

La hipótesis según la cual el euskera deriva de las lenguas hamitosemíticas, defendida principalmente por Schuchardt, cuenta ya con muy pocos partidarios. Y es que las concordancias en el léxico son escasas y poco convincentes. Pero sí que parece evidente la existencia, señalada por Tovar, de una remota vinculación entre el euskera y el ámbito lingüístico africano. Esta relación se hace más estrecha entre el euskera y los elementos lingüísticos bereberes. Michelena piensa que el origen africano de la lengua vasca es una suposición gratuita que, aunque puede ser cierta, debe ser demostrada. El proceso de desertización del Sáhara pudo provocar que hacia el VI milenio una serie de pueblos norteafricanos penetrasen en diversas regiones europeas, influyendo intensamente sobre las lenguas autóctonas. Hubschmid opina que las ecuaciones léxicas vascocamíticas descansan en una fortuita coincidencia fonética, salvo cuando el elemento de comparación son las lenguas bereberes, pues en este caso las correspondencias parecen reales.

Fue Fita el primero que tomó en consideración la idea del parentesco del euskera con las lenguas caucásicas, si bien sus sugerencias no encontraron la comprensión que merecían. En el momento actual, las tesis vascocaucásicas son las más autorizadamente difundidas, pues tienen a su favor una verosimilitud general. Y es que en el Cáucaso parecen haberse conservado restos de una antigua gran familia lingüística cuya representación occidental quizás ha quedado reducida al euskera. La región caucásica ha sido históricamente un hormiguero de lenguas y una típica zona de refugio. Algunas de las lenguas caucásicas traen a la memoria hechos lingüísticos vascos, y viceversa. Michelena se muestra un tanto escéptico, y afirma que antes de hablar de un parentesco vascocaucásico se deberían aclarar las relaciones de parentesco que mantienen las lenguas caucásicas entre sí. Michelena considera probable que existiese en épocas protohistóricas una tremenda complejidad lingüística en toda la cuenca mediterránea, lo que alejaría la ocasión de relacionar genéticamente la lengua vasca con cualquier otra de las que se han conservado vivas hasta nuestros días.

Bouda descubrió una impresionante abundancia de paralelos de léxico entre el euskera y las lenguas caucásicas, lo que excluye por tanto la casualidad. Tovar revela el hecho sumamente significativo de que mientras abundan las coincidencias en las palabras propias de la ganadería y de la agricultura, faltan las relativas a los metales y sus usos, lo que nos puede hacer remontar el parentesco al neolítico. Es previsible que el desarrollo de la arqueología prehistórica en el Cáucaso revele la existencia de relaciones activas entre esta región y las culturas del Mediterráneo. Menghin ya ha esbozado una arriesgada teoría para explicar la posibilidad de una llegada de elementos poblacionales caucásicos a Occidente en el III milenio. Lafon es un ferviente partidario de la filiación del euskera y las lenguas caucásicas, e incluso llega a hablar de una familia lingüística euskarocaucásica. Este autor se muestra favorable a deslindar el problema del origen de los vascos y el del origen de su lengua, decantándose en el primer caso por una evolución antropológica autóctona y en el segundo por explicaciones migracionistas. Por tanto las regiones vascas pudieron verse muy afectadas por fenómenos lingüísticos orientales que también debieron dejarse sentir en las desaparecidas lenguas protohistóricas peninsulares.

Resulta bastante enigmática la cuestión de cómo ha podido conservarse a lo largo de tanto tiempo la lengua vasca, que pudo superar sin demasiado esfuerzo la amenaza de la romanización. Fue sin duda una empresa tenaz la de la pequeña comunidad que supo mantener su lengua viva y en pleno ejercicio en medio de circunstancias poco favorables. El euskera sobrevivió a la hecatombe imperial en la que perecieron numerosas lenguas prerromanas. Contribuiría a explicar la pervivencia del euskera la idea expresada por Caro Baroja de que la romanización sólo afectó al territorio de los vascones de manera incompleta e interrumpida. Al caer el imperio romano se produjo en Vasconia una ruralización acompañada de un retroceso del latín. El descenso del nivel cultural favoreció la consolidación del idioma autóctono, que también se vio beneficiado por los débiles vínculos políticos que el territorio vascón mantuvo con la corte visigótica. La conservación del euskera es más significativa si tenemos en cuenta que Vasconia es una tierra de paso, sometida a influencias exteriores, si bien presenta algunas zonas montañosas de difícil acceso. Es curioso que el euskera haya perdurado en Roncesvalles, entrada típica de invasiones armadas y de peregrinaciones pacíficas, perdiéndose en cambio en lugares mucho menos frecuentados por los forasteros.

Tovar da una explicación original y convincente a la conservación del fenómeno lingüístico vasco. De los diversos pueblos del norte de la península que se mostraron fieramente opuestos a la romanización, sólo los vascos hablaban una lengua no indoeuropea. Cántabros, astures y galaicos habían sido indoeuropeizados, de modo que la afinidad de sus lenguas con el latín fue un elemento favorecedor de su definitiva romanización. El euskera era en cambio una lengua muy diferente que ya había resistido el paso de varias oleadas culturales célticas, manteniéndose plenamente opuesta a la asimilación. Es decir, para los vascos era más difícil aprender el latín que para los pueblos peninsulares que hablaban lenguas célticas. El carácter no indoeuropeo de la lengua vasca, salvífico en los tiempos de dominio romano, contribuyó durante gran parte del siglo XX a su retroceso, pues convertía al euskera en un idioma difícil de aprender para los inmigrantes y para los mismos vascos romanceados.

Otro elemento que contribuye a explicar la conservación del euskera es el hecho de que hasta la explosión industrial el País Vasco fue una tierra en que primó la emigración con respecto a la inmigración. Además, la existencia histórica de instituciones autónomas ayudó, aunque de forma bastante pasiva, a la pervivencia de la lengua. El aislamiento genético de la lengua vasca puso dificultades reales a su cultivo literario, pero fue causa de un sentimiento de orgullo, fundado en la posesión exclusiva de un tajante indicador cultural. Azaola piensa que este sentimiento de orgullo no debió de ser muy intenso, pues casa mal con el espíritu pragmático de los vascos. Los prejuicios tan extendidos entre los vascos en época bajomedieval y moderna de la “limpieza de sangre” y de la “hidalguía”, del mismo modo que facilitaron la preservación de las peculiaridades genéticas, tuvieron que contribuir a preservar el idioma ancestral.

El euskera tuvo una influencia destacada en la formación de diversas lenguas romances, como el castellano, el navarroaragonés y el gascón, de modo que para los vascófonos no resultaría muy difícil pasarse a alguna de estas lenguas. En cambio en el País Vasco francés la lengua francesa tuvo serios problemas para cuajar entre los vascófonos, pues es una lengua totalmente desvinculada del euskera. A lo largo del siglo XX el euskera retrocedió en áreas económicas poco activas, como Álava y Navarra, conservándose en cambio en las provincias más industrializadas del País Vasco, a pesar de la fuerte inmigración. Este curioso fenómeno quizás se debe a cuestiones relativas al liderazgo cultural, y no sólo a causas de proximidad geográfica con respecto al castellano. Así, mientras que Álava y Navarra se dejaron arrastrar por la pujanza del castellano, en Vizcaya y Guipúzcoa hicieron mayor efecto los resortes culturales propios. Fue entre los siglos XVII y XX cuando se produjo el mayor encogimiento del área lingüística vasca. Una de las características del euskera es su gran capacidad de asimilación de elementos extraños. En este sentido, el euskera incorporó numerosos arabismos a pesar de que la dominación árabe no fue muy intensa y duradera en el territorio vasco. El euskera ha experimentado con el paso de los siglos una profundísima influencia de las lenguas romances, pero vasquizando los elementos adoptados.

En época prerromana el área de dominio lingüístico del euskera se extendía entre el Garona y el Ebro, desde los límites occidentales de la depresión vasca hasta el valle de Arán. Es posible que hasta los autrígones, etnia de probable carácter idiomático indoeuropeo, llegase también cierta influencia de la lengua vasca, si bien el territorio de este pueblo sufrió más tarde una intensa romanización como paso previo al destino que le conduciría a ser una de las cunas del castellano, actual lengua vehicular de la quinceava parte de la humanidad. Hay dudas acerca de si los várdulos y los caristios se hallaban o no comprendidos dentro del fenómeno lingüístico vasco, apuntando más bien los topónimos y los antropónimos antiguos a una lengua céltica. Los dominios de los várdulos corresponden con bastante aproximación a los del actual dialecto guipuzcoano, y los de los caristios a los del actual dialecto vizcaíno, pudiéndose datar la vasconización progresiva de las áreas mencionadas en la época altomedieval. En los valles pirenaicos orientales se conservaron hasta muy entrada la Edad Media hablas de tipo éuskaro. Un ejemplo curioso es el del valle leridano de Arán, cuyo nombre significa en euskera precisamente “valle”. Hay que aclarar que en este valle la lengua autóctona no era el catalán, sino una variante del gascón. La lengua vasca superó con amplitud el marco territorial en el que preferentemente estaban asentadas las poblaciones étnicamente vasconas. Con el ocaso del imperio romano, el euskera recuperó algunos territorios periféricos de Vasconia que habían conocido un alto nivel de urbanización.

Algunas de las más importantes lenguas romances peninsulares se fraguaron durante el período medieval en territorios que habían tenido una protohistoria vinculada al uso del euskera. La repoblación por parte de gentes vascas de territorios castellanos implicó algunas proyecciones del euskera que pronto se disolvían en el seno del romance preferente. Mientras que el romance castellano penetró en Álava y Navarra, el euskera se dejó sentir en tierras riojanas y burgalesas repobladas por vascos. Algunas de las famosas glosas emilianenses del monasterio riojano de San Millán de la Cogolla no están escritas en castellano, sino en euskera, lo que demuestra la intensa conexión que existía entre ambas lenguas. El poeta Gonzalo de Berceo introdujo en sus escritos castellanos algunos términos vascos cuyo significado conocía perfectamente. En territorio francés la pujanza del gascón relegó al euskera a un pequeño rincón suroccidental. La frontera lingüística entre el euskera y el gascón se mantuvo muy estable, alcanzando las proximidades de Bayona. La monarquía navarra adoptó como lengua oficial el latín y progresivamente el romance, a pesar de que muchos campesinos navarros eran vascófonos. En el siglo XI, Alfonso VI de Castilla extendió su autoridad por parte de Navarra, fomentando la castellanización de estas tierras. En época medieval, el retroceso del euskera no fue constante desde una fase ideal de máxima extensión, sino que experimentó avances y retrocesos de manera alterna. En cambio desde el Renacimiento sí que fue continuada la reducción del área lingüística vasca. El euskera fue perdiendo vigencia en el área occidental de Vizcaya, en casi toda Álava y en la mitad meridional de Navarra.

La velocidad de evolución lingüística del euskera ha sido muy lenta, de modo que la lengua de los textos más antiguos no es muy diferente a la lengua actual. La morfología del euskera se ha empobrecido en lo relativo al verbo, lo cual se explica por la gran complicación de éste y por el hecho de que los vascos bilingües tienden a simplificar su expresión conforme al pensamiento más abstracto y sencillo de las lenguas romances. En la evolución interna del euskera ha ejercido una influencia importante el castellano, salvo en el territorio vasco francés. El número de elementos extraños introducidos en el léxico vasco es elevado, si bien se conservan otros muchos componentes propios y antiguos. La fonética del euskera parece haber cambiado muy poco con el paso de los siglos, haciéndose tan sólo algo más complicada. A pesar de la lentitud de los cambios, si encontrásemos un texto en euskera de época romana nos costaría un poco el poder traducirlo.

Según Michelena, los dialectos del euskera derivan de una fuente común, el protovasco, antecesor teóricamente unitario. En cambio Uhlenbeck piensa que el euskera era ya diverso en su origen, de modo que habría varias lenguas que irían aproximándose y emparentándose por ósmosis. El euskera actual se halla dividido en varios dialectos bastante diferenciados entre sí y que han mantenido muy estables sus respectivas áreas de distribución. En líneas generales podemos distinguir siete dialectos principales, que son: El vizcaíno, el guipuzcoano, el labortano, el suletino, el roncalés, el altonavarro y el bajonavarro. La mayor variedad dialectal del euskera se da dentro de la provincia de Navarra. Hay que señalar que el vizcaíno tiene fuertes peculiaridades con respecto a los demás dialectos, los cuales están más próximos entre sí. La frontera del dialecto vizcaíno con el guipuzcoano no va por la de las provincias actuales, sino más ajustada a la frontera que separaba a los caristios de los várdulos, de modo que el vizcaíno penetra bastante en Guipúzcoa. Los residuos toponímicos indican que el tipo de euskera que se habló en Álava y en el oeste de la Rioja estaba próximo al dialecto vizcaíno.

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