sábado, 1 de febrero de 1997

EL CABALLO EN LA GRECIA ARCAICA Y CLÁSICA


Para Elena, tan loquita

DESDE EL TIPO DE COMBATE HOMÉRICO AL TIPO DE COMBATE HOPLÍTICO

La reconstrucción de las batallas de la época geométrica desde la evidencia de los poemas homéricos revela un cuadro bastante desorganizado de choques entre guerreros pesadamente armados que marchaban a caballo hacia la batalla y desmontaban para luchar. Eran atendidos por escuderos montados cuya tarea era sostener el caballo del guerrero mientras éste combatía. Y es que el guerrero podía necesitar de nuevo su caballo para perseguir al enemigo, para huir o para desplazarse sobre el campo de batalla. Esto no quiere decir que el guerrero de época geométrica nunca lanzase una jabalina antes de desmontar. E incluso esporádicamente pudieron tener lugar cargas de caballería.

El jinete homérico era esencialmente un soldado de a pie. Las luchas desde el carro son extremadamente raras en la épica. Las pinturas vasculares áticas del geométrico tardío muestran en la segunda mitad del siglo VIII a.C. un estilo similar de lucha: Los guerreros pesadamente armados combaten casi invariablemente a pie conforme a la moda homérica, con jabalinas y espada. Hay unas pocas representaciones de guerreros montados, pero ninguna de ellas muestra una lucha desde el lomo del caballo. Los carros ocasionalmente aparecen en escenas de batalla, pero hay sólo una excepción dudosa a la regla de que los guerreros desmontaban para combatir. Los carros de guerra no estaban en uso en la Grecia de la época geométrica salvo en Chipre, de modo que los que aparecen en las pinturas vasculares son sólo un asunto heroico, aunque con rasgos formales fidedignos. Los aristócratas realizarían carreras y procesiones de carros en juegos funerarios o en grandes festivales.

El carro de guerra heroico de los poemas homéricos fue sustituido por el caballo montado en la forma de combatir de las comunidades de la época geométrica. Aristóteles habla del dominio militar y político de los jinetes aristocráticos. Ellos no eran soldados de caballería, sino soldados de a pie muy armados que usaban sus caballos para funciones de transporte. Eran acompañados por escuderos montados que sostenían sus caballos y les proporcionaban jabalinas mientras ellos luchaban. Estos escuderos cuidaban además las armaduras y despojos enemigos ganados por su señor durante la batalla. Antes de que el sistema hoplítico revolucionase la forma de combatir en el siglo VII a.C., las batallas eran tan caóticas como se describen en la épica homérica y en los vasos pintados del geométrico tardío. Mantener cohesionadas las líneas del ejército en este tipo de lucha no era algo fundamental. El éxito dependía más de la destreza individual en el manejo de las armas. Después de una carga inicial las líneas del ejército se fragmentaban en multitud de combates menores. Estos fluidos choques permitían el movimiento de guerreros montados y de sus escuderos a través de la batalla. Para los hoplitas montados esto no fue ya posible. Un hoplita podía cabalgar hacia la batalla, pero no podía usar su caballo para desplazarse durante el choque de las falanges. El éxito de una falange dependía de su cohesión. Pero aunque los hoplitas que tenían caballos no podían usarlos durante el combate principal, todavía cabalgaban hacia la guerra, y lo hacían en compañía de sus escuderos.

La función del caballo en el transporte del guerrero hasta el campo de batalla y desde el mismo, tanto en lo relativo a la persecución como a la huída, continuó siendo valiosa en el combate hoplítico. Antes de la implantación del sistema hoplítico se podía hablar de aristocracias de caballeros que, aunque luchaban a pie, utilizaban el caballo como elemento auxiliar y de prestigio. Aristóteles señala que la superioridad militar de la “caballería” aristocrática estaba en la base de los gobiernos prehoplíticos. Aristóteles explica que antes de la organización de la infantería pesada, los soldados de a pie eran menos poderosos frente a la caballería. Ello parece indicar que los privilegiados “hippeis” no solían combatir a pie en este período. Los “hippeis” son neutralmente definibles como aquéllos que usaban caballos en las guerras contra sus vecinos. Aunque es arriesgado asegurarlo, quizás Aristóteles consideraba a la clase guerrera prehoplítica como una verdadera caballería. Los grupos aristocráticos de diversos territorios griegos utilizaban para autodefinirse términos alusivos a su vinculación con los caballos. Las evidencias arqueológicas parecen reforzar la tesis de que los “hippeis” usaban sus caballos principalmente para el transporte. Con la introducción de las falanges hoplíticas organizadas, el caballo ya sólo transportaba al guerrero detrás de las líneas, y no hasta el fragor de la batalla. El caballo dejó de ser una pieza esencial para el combate, pero siguió siendo muy valioso.

Para un buen número de autores que siguen una opinión tradicionalista, la verdadera caballería no se desarrolló en Grecia hasta la época clásica. Greenhalgh por el contrario considera que no sería lógico descartar la existencia de hoplitas montados, pues la velocidad y la maniobrabilidad del caballo debieron de ser siempre aprovechadas. El hecho de que el equipo hoplítico fuese ya de por sí muy caro no permitiría a muchos soldados financiarse además su propio caballo. Quizás en muchos casos no compensaba militarmente el cubrir los altos costes de mantenimiento de los caballos. Aunque la maniobrabilidad de los caballos pasó a ser menos útil en combate, su velocidad seguiría siendo aprovechada para sorprender a las fuerzas enemigas antes de que éstas pudiesen organizarse. Por otra parte, un contingente defensivo a caballo podía ir al encuentro del enemigo antes de que éste devastase villas y cosechas, dando así tiempo a organizarse a los refuerzos de infantería urbanos. El caballo permitía además al guerrero llegar fresco a la batalla. Los hoplitas, como en épocas anteriores, podrían beneficiarse de la capacidad de persecución o huída aportada por los caballos.

Aunque la mayoría de los hoplitas careciese de caballos, los que los tenían ganaban toda una serie de ventajas. El poseer un caballo y un escudero aportaba al hoplita una gran distinción social. Como el equipo hoplítico era muy pesado, el guerrero se sentiría mucho más descansado si acudía a la batalla en caballo. Incluso podía transportar su equipo sobre un caballo y ponérselo sólo justo antes de combatir. En caso de derrota, el guerrero podía recurrir al caballo que sostenía su escudero. Y si vencía, el hoplita regresaría a casa más cómoda, rápida y altivamente gracias a su caballo. Éste podía salvar su vida si era herido, o transportar su cadáver si resultaba muerto. Una escena pintada en un vaso ático del siglo VI a.C. muestra a un hoplita desmontando de su caballo para incorporarse a una falange que está avanzando en orden de batalla. Podría tratarse de un oficial que tras ordenar sus tropas desde su caballo se baja del mismo para unirse a la falange. Por tanto es probable que los oficiales dirigieran a pie su falange durante su avance compacto y durante la batalla.

Las pinturas vasculares nos ofrecen muchas representaciones de hoplitas montados, cuya existencia no debió estar limitada a unos pocos estados. En las regiones con fértiles y amplias planicies, no muy comunes en Grecia, pudo haber suficientes propietarios de caballos como para crear un ejército hoplítico totalmente montado. Pero en la mayoría de los estados las falanges se compondrían principalmente de gentes de condición media sin recursos suficientes para poseer un caballo. El caballo de guerra era considerado una bestia aristocrática, de modo que los hoplitas inferiores que conseguían hacerse con uno no dejaban por ello de ser mirados despectivamente por los nobles. La adquisición de un caballo por parte del guerrero podía ser fruto de un botín de guerra. El avance en Grecia hacia constituciones más democráticas está relacionado con la extensión del uso del caballo a sectores sociales cada vez más amplios.

Según una temeraria hipótesis de Greenhalgh, hay razones para suponer que la introducción del sistema hoplítico estimuló el desarrollo de la verdadera caballería. El uso bélico de los caballos podía contribuir a romper la falange enemiga, lo que casi equivalía a la obtención de la victoria. Para una fuerza montada de lanceros y portadores de jabalinas una falange podía ser vulnerable. Es cierto que una carga frontal de caballería difícilmente podía vencer a una falange, aunque tales intentos ocasionalmente aparecen en las pinturas vasculares. Aunque los estribos darían a los lanceros una mayor sujeción a los caballos, es posible que para manejar con mayor libertad sus armas apenas los utilizasen, de modo similar al posterior estilo parto. Para conseguir estar más aferrados al lomo del caballo, algunos guerreros llevarían las piernas desnudas o sin apenas protección. No todos los jinetes utilizaban armas arrojadizas, sino que algunos las empuñaban en combate cerrado.

Aunque una falange es casi inexpugnable para la caballería en su parte frontal, se muestra más débil en sus alas y en su retaguardia. Un ataque por los flancos a una falange que avanza puede desorganizarla seriamente. Y si la caballería logra sorprender por detrás a una falange antes de que ésta forme un cuadrado estático, el desconcierto se apoderará de los hoplitas, que apenas llevan protecciones en la parte posterior de su cuerpo. Es probable que los oficiales decidiesen combatir con su falange en lugares impracticables para la caballería. Y protegerían sus flancos y su retaguardia con pequeños contingentes a caballo. En estas zonas se desarrollarían propiamente las luchas entre jinetes rivales. El caballo quedaba fuera de combate si era desjarretado, es decir, si el enemigo lograba cortar los tendones de sus extremidades posteriores.

La efectividad de la caballería sería aún mayor si los hoplitas enemigos no habían tenido tiempo para componer la falange. La caballería tesalia con un ataque sorpresivo derrotó a los hoplitas espartanos en Fálero en el 511 a.C. Este episodio supuso un aprendizaje para los espartanos, que en su posterior invasión del Ática incorporaron fuerzas de caballería. La caballería era de gran utilidad para perseguir a una falange rota o para evitar que la victoriosa falange enemiga persiguiese a los derrotados. Tucídides nos narra que durante las guerras del Peloponeso, las fuerzas atenienses desplazadas en Sicilia solicitaban incesantemente refuerzos de caballería. En una batalla librada en el 415 a.C. los atenienses eligieron un terreno favorable en el que inutilizaron la acción de la caballería siracusana. Pero cuando los atenienses persiguieron desordenadamente a los enemigos en fuga, los jinetes siracusanos lograron causarles muchas bajas y neutralizar su persecución. Las dificultades de marchar en campo abierto dominado por la caballería están ampliamente ilustradas por la última marcha de los atenienses hacia Camarina.

La temible caballería grecosiciliana de fines del siglo V a.C. tuvo que tener unos amplios precedentes remontables hasta poco después de la fundación de los establecimientos coloniales. No todos los estados griegos tenían territorios tan aptos para la caballería como las planicies sicilianas. La exploración y adecuación previa del terreno podía facilitar la acción bélica de la caballería. Y es que los caballos griegos no usaban herraduras. También se podía retocar el territorio con medios naturales o artificiales para repeler más contundentemente las incursiones enemigas a caballo.


APORTACIÓN ICONOGRÁFICA DE LAS CERÁMICAS PINTADAS

Las evidencias arqueológicas sobre el combate de caballería en época arcaica son muy pocas. Predominan las representaciones, que remontan el uso bélico del caballo en Grecia al Bronce Tardío. Tras los siglos oscuros, la primera evidencia de la resurrección de la caballería es probablemente el guerrero que aparece sobre una crátera geométrica de Mouliana. Vrokastro proporciona otro jinete geométrico cretense. La figura del domador de caballos emplazada entre dos caballos afrontados cuyas cabezas él sostiene es común en los vasos áticos. Este asunto iconográfico se extendió más allá del ámbito griego, y aparece también en la Iberia protohistórica. El hecho de que en este tipo de representaciones aparezcan dos caballos no nos debe llevar a pensar que éstos eran mentalmente asociables al enganche de un vehículo, pues podía tratarse simplemente de un marco adecuado para una divinidad animalística. En fragmentos geométricos argivos aparecen con bastante frecuencia caballos sostenidos por guerreros con casco. La cerámica ática del geométrico final y la cerámica protoática muestran a guerreros verdaderamente cabalgando. Figuritas de arcilla de guerreros montados aparecen en el geométrico tardío en Asine y otros lugares. Las representaciones sugieren un repentino aumento del interés por la monta durante los siglos VIII y VII a.C., pero en pocos casos podemos estar seguros de que los caballos eran montados en combate.

Los usos militares del caballo en época arcaica son rastreables desde las evidencias arqueológicas, y especialmente gracias a las cerámicas pintadas. Los datos literarios son menores, pues el testimonio de los poetas resulta inadecuado y oscuro. La mayor parte de las cerámicas pintadas de que disponemos son áticas y corintias, por lo que no corresponden a territorios que tuvieran jinetes famosos por su destreza, como Eubea, Tesalia, Ásia Menor y las colonias occidentales. Las cerámicas calcidias aportan información para la segunda mitad del siglo VI a.C. No se sabe con seguridad si corresponden a talleres euboicos, coloniales o etruscos. Con la excepción del sarcófago clazomenio y unos pocos artículos más de fines del siglo VI y principios del V a.C., la cerámica pintada greco-oriental no nos es de mucha ayuda. La cerámica beocia prefería las escenas no militares en su fase de figuras negras.

Atenas y Corinto no carecieron de caballos de guerra en el período arcaico, como demuestran sus producciones cerámicas. La cerámica corintia nos proporciona una valiosa información para el período que va del 625 al 550 a.C., mientras que las producciones atenienses con escenas alusivas a los caballos son en su mayoría del siglo VI a.C. En las representaciones se aprecian elementos de esnobismo y heroización que a veces se alejan bastante de la realidad de la época. Pero no debemos olvidar que a los pintores les sería más fácil representar lo que veían, aunque añadiesen elementos heroizantes, arcaísmos o estereotipos. Un período sin representaciones de caballos no es seguro que aluda al escaso uso de los mismos. Pero sí que puede ser así cuando entre muchas escenas bélicas no encontramos la presencia de caballos.

Los vasos corintios y áticos nos muestran hoplitas montados en los siglos VII y VI a.C. Las muestras del tipo de combate en otros estados son más pobres, pero señalan igualmente la existencia de hoplitas montados. Para Esparta hay al menos una representación que sugiere que el nombre del cuerpo de guardia real de los tiempos clásicos derivó de los “hippeis”, que eran hoplitas montados del siglo VII a.C. En la Eubea del siglo VII a.C., nuestra reconstrucción del tipo de combate de los “hippeis” eretrios y los “hippobotae” calcidios indica que ellos cabalgaban hacia la batalla y combatían a pie, probablemente con la panoplia hoplítica y en formación cerrada, pero utilizando más la espada que la pica. En los vasos calcidios, además de los clásicos hoplitas montados acompañados de sus escuderos, aparecen con lanzas jóvenes jinetes que parecen constituir una caballería ligera. También se representan en las piezas calcidias arqueros a caballo, quizás impregnados de las técnicas de combate de los pueblos indígenas que rodeaban las colonias griegas occidentales. La cerámica calcidia muestra a hoplitas montados de la segunda mitad del siglo VI a.C., y refleja un tipo de combate que fue exportado hacia las colonias occidentales.

Para la Grecia oriental las evidencias no son tan explícitas, pero está claro que los ricos ocupantes de los sarcófagos pintados lucharon como hoplitas, y hay indicaciones de que acudían a la guerra cabalgando. Esporádicamente los hoplitas combatirían desde sus caballos. Quizás hubo estados que pudieron crear una falange completa de jinetes, algo que les proporcionaría grandes ventajas estratégicas. La misma innovación militar que restringió la función tradicional del caballo de guerra en el campo de batalla debió también potenciar el desarrollo de la verdadera caballería.

Los jinetes que aparecen en las cerámicas pintadas áticas y corintias del siglo VI a.C. tuvieron que tener precursores en el siglo anterior. Lanceros con casco aparecen cabalgando hacia la batalla en vasos corintios de la primera mitad del siglo VI a.C., y Corinto probablemente tuvo también una caballería formada por jinetes sin armadura. En los vasos áticos predominaron los jinetes sin armadura hasta que en el último cuarto del siglo VI a.C. se extendieron las representaciones de caballeros con fuertes corazas. Los jinetes luchan con lanzas, que son tanto arrojadas como blandidas. Muy excepcionales son las representaciones de jinetes con arco. Ocasionalmente se representan ataques frontales de caballería, pero son más comunes los combates de caballería residuales en las alas de la falange, o las persecuciones a caballo de una falange rota.

Cuando los griegos intentaron establecerse en territorios de pueblos adiestrados en el arte de la caballería, debieron incorporar contingentes de jinetes en sus falanges. Algo así debió ocurrir en las colonias griegas de Asia Menor, a pesar de la escasez de las evidencias. Algunos vasos áticos muestran a jinetes griegos armados de jabalinas cargando contra jinetes bárbaros del Helesponto armados con arcos. Es probable que la experiencia adquirida en las aventuras extranjeras contribuyese al desarrollo de la caballería ateniense a fines del siglo VI a.C. Por entonces los atenienses incrementaron sus victorias sobre las fuerzas hoplíticas de sus estados vecinos.


LA CABALLERÍA TESALIA

Los éxitos militares que en época arcaica obtuvo la caballería tesalia suscitarían en los distintos estados griegos un deseo de incorporar escuadras montadas a sus ejércitos hoplíticos. Jinetes tesalios y escitas armados con lanzas aparecen representados en vasos áticos de fines del siglo VI a.C. Los tesalios fueron aliados de los Pisistrátidas, y les ayudaron a repeler las invasiones espartanas. Los escitas eran con frecuencia empleados como mercenarios por los estados griegos. Tesalia es la única región griega en la que sabemos con seguridad que hubo caballería durante todo el período arcaico. Y es que en Tesalia no se había difundido apenas el sistema de combate hoplítico.

Mientras que los jinetes atenienses de fines del siglo VI a.C. solían llevar armadura, los jinetes tesalios combatían sin ella. El atuendo de los jinetes tesalios consistía en la túnica, el gorro de ala ancha y la capa corta. Luchaban con un par de lanzas y con una espada. Sus lanzas eran largas y pesadas. El hecho de que Tesalia fuese una región conservadora de arraigadas tradiciones nos lleva a pensar en la larga y uniforme trayectoria histórica de su caballería. Tesalia en el período arcaico se mantuvo al margen del proceso de desarrollo de las ciudades-estado que se estaba dando en el resto de Grecia. Su territorio consiste en amplias planicies encajonadas por montañas, lo cual favoreció el auge de la caballería. Los patrones aristocráticos pervivieron en Tesalia con mayor fuerza que en otras regiones griegas. Sabemos que un noble tesalio, llamado Menón de Farsalo, en el 477 a.C. logró formar con sus propios siervos un ejército de dos o tres centenares de jinetes. En el 455 a.C. el intento ateniense de restaurar en el poder a Orestes fracasó porque sus tropas se vieron incesantemente acosadas en campo abierto por la caballería tesalia. Por otro lado, la infantería de los tesalios era poco significativa, lo que les impidió la anexión deseada de territorios meridionales.


JAECES, ANTEOJERAS Y PIEZAS DE PROTECCIÓN

Nos han llegado algunos jaeces, anteojeras y piezas de protección para los caballos. En cuanto a los jaeces, una de las evidencias más importantes es un par de bridones de bocado procedentes de una sepultura del ágora ateniense de principios del siglo IX a.C. Su parecido con los modelos micénicos es notable. De un depósito del Heraion de Samos es una pieza para la frente o las mejillas del caballo, hecha en bronce. Ejemplos cercanos son de la Mileto del siglo VIII a.C. Artículos similares pero de marfil han aparecido en Nimrud en un contexto que también es del siglo VIII a.C.

Más comunes son las pequeñas piezas de bronce con forma de suela de zapato. Se trata de anteojeras de caballo, como demuestra una cabeza escultórica de Zincirli. En esta escultura aparecen también piezas para los carrillos del caballo, decoradas con esfinges. Esqueletos de caballos enganchados a vehículos de madera han sido hallados en dos tumbas chipriotas de principios de la época arcaica. Los vehículos eran probablemente vagones funerarios más que carros, y en cuanto a los caballos, llevaban anteojeras del mismo modelo que las ya aludidas. Otro ejemplo de anteojera sin decoración de Lachish y otra pieza similar de marfil procedente de Nimrud con una esfinge sentada como decoración son de alrededor del 700 a.C. y fueron usados seguramente por los asirios. En Mileto y Megiddo han aparecido otros objetos similares de la misma época. Variantes interesantes de anteojeras con el motivo de la esfinge proceden de Idalion y Samos. La esfinge puede aparecer con las patas delanteras levantadas sobre una palmeta orientalizante, y acompañada de signos fenicios que nos revelan el origen del objeto. Las piezas de adscripción fenicia más clara son del siglo VII a.C. e incluso del VI, y aparecen fuera de su ámbito de fabricación. Los artículos de este tipo hallados en el Egeo no son abundantes. Seis son de un depósito arcaico de Lindos y uno de Eretria. Dos objetos más pequeños de Bassae son simulacros votivos del mismo tipo de artículo. Estas anteojeras actuaban además como un elemento de protección para las sienes del caballo. Los ejemplos de Idalion son más estrechos y pudieron servir para proteger la frente del animal.

La identificación de los artículos de protección del caballo y de sus jaeces no nos confirman el uso bélico de la caballería en las áreas afectadas por los descubrimientos. En Chipre las piezas encontradas parecen haber sido usadas por caballos enganchados a carros. El uso del carro de guerra está atestiguado en Chipre hasta el inicio del siglo V a.C. Ello debió estar relacionado con la proximidad a grandes pueblos que usaban carros bélicos, como los asirios, que recorrieron la isla en el 714 a.C. Los milesios parece que se aficionaron a los carros lidios en época arcaica. La caballería era ya importante entre los lidios en tiempos de Aliates, y por las palabras de Aristóteles parece que su uso estaba extendido entre los griegos asiáticos.

A partir de los hallazgos de Atenas, Eretria, Samos, Rodas, Bassae y Olimpia, podemos inferir el uso ocasional de la caballería desde el siglo IX a.C. hasta los tiempos clásicos. Es probable que el uso bélico del caballo no se interrumpiese durante los siglos oscuros. Las representaciones nos hablan de su utilización desde el siglo VIII a.C. en el Ática, Creta y la Argólida. Protecciones para las cabezas de los caballos de más de 45 cm. de largo son propias de la Italia meridional. Aunque su decoración es de inspiración griega, tales protecciones son desconocidas en la propia Grecia. Están asociadas con placas lunares para el pecho de los caballos. Una de estas placas, hallada en Olimpia, pudo ser una dedicación italiota. Otra de estas placas quizás corresponde a un taller tarentino.


CONSIDERACIONES ARTÍSTICAS

Plinio el Viejo nos dice que Kálamis, un escultor de la primera mitad del siglo V a.C., había modelado y vertido en bronce unos caballos sin rival artístico posible. Por entonces los griegos llevaban ya al menos un siglo esculpiendo la figura del caballo. El caballo compartía los honores del triunfador olímpico. Su imagen aparece en numerosos exvotos depositados en los santuarios. Las odas de Píndaro perpetúan la gloria alcanzada por los vencedores de las carreras de carros en los juegos panhelénicos. Los tiranos sicilianos criaban los caballos de mejor casta, que llegaban a Olimpia o a Delfos con sus huestes de aurigas y mozos de cuadra para buscar el triunfo de sus carros en la misma Grecia.

En algunas monedas siracusanas una Victoria vuela sobre los corceles de una biga o de una cuádriga, imagen de fuerte contenido alegórico. En las ruinas de Delfos apareció el bronce magnífico de un auriga con un manojo de riendas en la diestra, resto de un gran monumento en honor del carro de Polyzalos de Gela, que en el año 474 a.C. conmemoró su triunfo de esta manera. La Campania fue un famoso criadero de caballos para la caza, la guerra y la carrera. El caballo potenció las relaciones entre las ciudades-estado, si bien las comunicaciones eran principalmente marítimas.

El caballo está presente en la mitología griega. Helios poseía una carroza de caballos blancos. Pegaso era un precioso caballo alado, hijo de la Gorgona. Belerofonte, gracias a su temple y destreza, logró montar a Pegaso. Desde su lomo pudo vencer a la Quimera, pero luego Pegaso lo derribó para buscar una nueva mansión en el Olimpo al servicio de Zeus. Dando una patada en el suelo Pegaso había hecho brotar la fuente Hipocrene. La figura del Posidón Hippios quizás alude a su carácter originario de dios-caballo, señor de las aguas. Las carreras de carros del programa olímpico tienen como antecedentes míticos los juegos funerarios celebrados en honor de muertos ilustres, según señala la Ilíada para el caso de Patroclo.

Los caballos del estilo geométrico tienen de real poco más que el mínimo imprescindible para que se les reconozca como tales: cabeza erguida, crin erizada, cuello alargado, cuerpo esquemático, patas precedidas de cierta redondez muscular, y cola vistosa. Bajo la aparente uniformidad de los tipos, los caballos del arte geométrico muestran su perfecta doma, su elegante porte de parada o su carácter indómito. La escultura arcaica acusa cierta seriación, pero aun así presenta variedades estilísticas. Siendo fieles a un determinado canon, los artistas buscan a la vez alcanzar la perfección del estereotipo escultórico del caballo. Los autores establecen una distinción entre los caballos de los hombres y los caballos de los dioses. Los primeros son de pequeña alzada, amoldados a las proporciones de sus humanos jinetes. Los segundos presentan rasgos vigorosos y enormes, acordes con la noble talla de sus jinetes divinos. En ambos casos se busca la armonía de las proporciones de los caballos y sus jinetes. La figura mítica del centauro plasma esta dificultosa fusión del cuerpo humano y el cuerpo del caballo.

La colección más nutrida de caballos arcaicos fue descubierta en la acrópolis ateniense. Se trata de imágenes votivas ofrecidas a los dioses, quizás en agradecimiento por la obtención de un triunfo agonístico. Algunas de estas esculturas son de mediados del siglo VI a.C. o de los decenios subsiguientes, pero la mayoría de ellas pertenecen a los primeros veinte años del siglo V a.C. En España se conserva un fragmento de un caballo arcaico hecho de mármol rosado pario. La cabeza en que culmina el cuello robusto y erguido está ligeramente ladeada y tiene la boca entreabierta, tensos los músculos maxilares para contrarrestar el tiro del bocado. Bajo la musculatura tensa se afirma la robustez del esqueleto. El rostro refleja una actitud risueña.

Los escultores de la época del estilo severo (480 – 450 a.C.), entre los cuales figuraba Kálamis, insistieron en la elaboración de un mismo prototipo de caballo, cada vez más perfecto. Un caballito de bronce hallado en Olimpia muestra una evolución estilística: Se incrementa el volumen de la cabeza, se reduce la longitud del cuello y las patas, se ata el copete sobre la frente y se hace caer entre los ojos. Se tendió hacia el recogimiento de las formas del animal y hacia la acentuación de su decidido movimiento, contrario a la dirección del aire, que le hace entornar un poco los ojos y levanta el copete sobre sus orejas vueltas. La convivencia de distintas preferencias en torno a la representación de los caballos pudo incluso reflejar concepciones ideológicas dispares.

En los frisos y frontones del Partenón fueron representados numerosos caballos. Aunque algunos de ellos son atribuibles a Fidias, otros fueron realizados por anónimos discípulos. Frente a las formas arquetípicas de Fidias, libres dentro de marcos metopados, sus jóvenes discípulos acentuaron los ademanes, la expresividad y el movimiento de los caballos hasta incurrir en un efectismo barroco. El mejor exponente de esta última tendencia es el carro del friso meridional, con sus formas tormentosas y su cuádriga casi macabra. El caballo de Selene del frontón occidental del Partenón fue durante mucho tiempo considerado una obra culmen en la que Fidias supo plasmar el poderoso espíritu daimónico del animal.

Es posible que se realizasen ensayos de retratos ecuestres en algunas de las ciudades que en época arcaica conocieron regímenes tiránicos. Pero este modelo artístico fue rechazado en el período de extensión de las constituciones democráticas, pues suponía la molesta exaltación de un personaje político concreto. El retrato ecuestre sí que fue acogido en las satrapías persas, de modo que pudo ser un género cultivado por artistas griegos que estaban al servicio de los magnates orientales. Entre los restos escultóricos del mausoleo de Halicarnaso figura la estatua de un jinete vestido a la usanza de los persas. En el período helenístico adquirió gran auge el retrato ecuestre, si bien su difusión tuvo aún importantes resistencias en la época propiamente alejandrina. En Dión, la ciudad sagrada de los macedonios, Alejandro encomendó a Lisipo la erección de las estatuas de los veinticinco jinetes de su guardia personal, caídos en la batalla del Gránico.

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