martes, 1 de octubre de 1996

EL COMERCIO MICÉNICO


LA ASUNCIÓN DEL RELEVO COMERCIAL MINOICO

Desde los inicios del Heládico Reciente, ya algo avanzado el siglo XVI a.C., las gentes micénicas se aficionaron a la navegación y al comercio ultramarino. En los períodos heládicos anteriores, los pobladores del continente griego se mostraron más bien reacios a la participación en empresas marítimas. Incluso la pesca tenía entre ellos un desarrollo limitado. La influencia sociocultural minoica, llegada a la Grecia continental gracias en parte a los comerciantes, hizo que los micénicos perdiesen progresivamente su respeto al mar. Individuos micénicos se involucraron en las empresas comerciales desplegadas por los cretenses en las costas del Mediterráneo Oriental. Quizás los micénicos fueron inicialmente acogidos en los barcos cretenses en calidad de soldados, de modo que se encargarían de proteger los productos transportados y de cooperar en eventuales razzias y operaciones militares de castigo. La participación de los micénicos en las empresas comerciales minoicas, que no se reduciría a la colaboración militar, les permitió conocer rutas y mercados. Cuando el mundo minoico de los segundos palacios se fue disolviendo a lo largo del siglo XV a.C., los micénicos se aprestaron a asumir el relevo de la proyección comercial ultramarina cretense. Serían bien acogidos en la mayor parte de los mercados, pero no en todos. Prolongarían ciertas rutas y abrirían otras. Los mercados externos que primeramente cubrieron los comerciantes micénicos fueron las Cícladas, el Dodecaneso y la costa suranatólica, así como la misma Creta.


CONTROL PALACIAL E INICIATIVA PRIVADA EN EL COMERCIO MICÉNICO

La economía micénica, como las del mundo antiguo en general, se basaba en las actividades agrícolas y ganaderas. Las pobres condiciones naturales del continente griego tuvieron que ser sin duda un acicate para el comercio. Los archivos micénicos transmiten la impresión de que las actividades económicas estaban fuertemente estatalizadas. Parece que los palacios controlaban los resortes necesarios para la fabricación de ciertos artículos destinados parcialmente a la comercialización. El sistema palacial micénico recuerda mucho a los sistemas desarrollados desde épocas remotas en el Oriente Próximo, tanto por su capacidad para organizar las producciones especializadas como por su capacidad para almacenar y redistribuir los productos. Mientras que Chadwick cree que el comercio micénico tendía a ser un monopolio estatal, Darcque por el contrario piensa que no se debe asimilar la actividad económica palacial descrita por las tablillas con la de la sociedad en su conjunto. Darcque admite que cuando un centro palacial funciona, su poder económico aparece relativamente fuerte y centralizador en un marco regional. López Melero señala que es muy posible que los talleres palaciales trabajaran esencialmente para la exportación, y no para cubrir las necesidades de la población del principado en general dentro de un marco económico redistributivo. Para ella, muchas actividades artesanales se debieron de seguir desarrollando como en épocas anteriores en ámbitos domésticos y reducidos con vistas a la satisfacción de la demanda propia y con vistas al intercambio por otros productos. Parece que en el mundo económico micénico había tanto iniciativa pública como privada. La redistribución de los productos sería organizada y estimulada por el palacio, a pesar de que éste no controlaba toda la producción. Una parte de lo producido por los trabajadores libres llegaría al palacio por vías fiscales.

Dentro de un sistema que imagina rígidamente controlado por el palacio, Chadwick encuentra dificultades para reconocer la existencia de las actividades comerciales independientes desplegadas por individuos particulares. Es probable el establecimiento de mercados locales dentro de las distintas ciudades micénicas. López Melero considera que el que la arqueología no haya descubierto grandes plazas en las ciudades micénicas no es un argumento suficiente para descartar los mercados locales. Pequeños comerciantes itinerantes montarían periódicamente sus tenderetes en lugares consabidos sin dejar huellas arqueológicas de su actividad. Llevarían un control particular de sus propios negocios sin recurrir a tablillas de barro. Estos pequeños comerciantes podrían ser los “praktewones” que mencionan las tablillas palaciales. Para Chadwick, los mercados locales intraurbanos servirían principalmente para que cambiasen de manos los excedentes productivos, no para el modesto enriquecimiento de mercaderes ambulantes. Este autor opta por calificar como discutible la presencia de comerciantes libres y regulares en el mundo micénico.


EL COMERCIO ENTRE LOS PROPIOS PRINCIPADOS MICÉNICOS

El palacio almacena una gran cantidad de productos procedentes tanto de sus propios talleres y tierras como de los ámbitos sobre los cuales ejerce un control impositivo. Algunos de estos artículos se redistribuyen a una población más o menos dependiente en forma de raciones alimentarias, materias primas o productos terminados. No se redistribuye el total porque el palacio debe separar un excedente intercambiable por los productos de los que carece. Ya Chadwick había observado que la capacidad productiva de ciertas industrias palaciales, como la broncista y la textil de Pilo, rebosaba las necesidades intracomunitarias. Ello nos lleva a hablar de los intercambios establecidos por cada principado con otros principados y con ámbitos no micénicos. Determinados productos, como cerámicas, tejidos y aceite, eran elaborados por el palacio ya con conciencia de destinarlos a la exportación. Los distintos principados micénicos se intercambiarían artículos para librarse de sus excedentes y cubrir sus carencias. Ruipérez y Melena indican que la homogeneidad bioproductiva de todo el continente griego hacía insuficientes los intercambios regionales, convirtiendo en casi una necesidad el comercio a mayor escala con ámbitos foráneos. El espíritu aventurero de los griegos micénicos suplió la pobreza con que la naturaleza había dotado a sus tierras y les lanzó a un activo comercio exterior. Aun así es exagerado asegurar que los micénicos cimentaron su prosperidad sobre el comercio. Tenemos escasas pruebas de los intercambios intracontinentales. Una de las pocas pruebas escritas de este tipo de transacciones es una tablilla de Micenas que menciona el envío de tejidos a Tebas. El comercio de cada principado con otros principados sería distinto al comercio mantenido por el centro palacial con otros ámbitos griegos no sometidos a la autoridad de ningún principado. Pero estas diferencias nos resultan bastante desconocidas.


LA APERTURA DE RELACIONES COMERCIALES CON PODERES FORÁNEOS

¿Se hacían expediciones diplomáticas puras para establecer relaciones comerciales u otras más chabacanas acompañadas de atractivas y convincentes baratijas? Probablemente las dos, según el carácter de los interlocutores. Parece que el establecimiento de contactos comerciales con otros pueblos lejanos no sólo se debía a la iniciativa palacial. Ésta correspondería más bien a las relaciones mercantiles que se deseasen propiciar con poderosos estados o con ciudades comerciales de primer nivel. La iniciativa palacial también se haría patente en la búsqueda de productos especialmente necesarios, bien directamente a través de funcionarios estatales o bien por medio de particulares. Es lógico suponer la existencia de navegantes que guiados por un afán de enriquecimiento comercial proporcionaban a sus centros principescos de poder los artículos adquiridos tras muchas peripecias en lugares lejanos. Por tanto habría un interesado entendimiento entre el palacio y comerciantes parcialmente independientes. El comercio exterior micénico sería probablemente más ventajoso cuanto menos desarrollados estuviesen los sistemas socioeconómicos de los pueblos con los que se contactaba. Algunas de las naves comerciales micénicas serían enviadas por el palacio bajo la responsabilidad de funcionarios encargados de abrir y controlar ciertos mercados.

Chadwick señala la indistinción arqueológica de los lugares y estructuras frecuentados por funcionarios mercantiles palaciales y por supuestos comerciantes independientes. El mítico príncipe tebano Cadmo aparece en las fuentes con el apelativo de fenicio, lo que posiblemente aluda a su habilidad mercantil. Este dato es una muestra de la importante iniciativa palacial en lo referente al comercio exterior. El palacio es posible que dirigiese o regulase buena parte de los contactos mercantiles establecidos con ámbitos foráneos. López Melero cree que el intercambio de productos por el sistema del don y el contradón no puede haber sido un instrumento adecuado para la importante proyección comercial exterior de los reinos micénicos. Cabe imaginarlo más bien como una acción diplomática destinada a abrir y garantizar unas relaciones comerciales amistosas entre las partes. Otro factor a tener en cuenta en las exploraciones comerciales micénicas sería la práctica ocasional de la piratería y el saqueo, cuando las circunstancias fuesen propicias y no importase manchar el buen nombre del principado del que se procedía o al que se representaba. Los navegantes que en el mundo antiguo realizaban viajes de carácter comercial no solían descartar las acciones piráticas puntuales. Éstas podían consistir en el asalto de una nave perteneciente a un pueblo o estado no amigo. Otras veces la piratería se cebaba con enclaves costeros mal protegidos frente a inesperadas agresiones foráneas. Parte del botín capturado podía servir a los navegantes como elemento de intercambio en ámbitos en los que adoptaban una actitud amistosa. Lo restante del botín y las adquisiciones comerciales acompañarían a los marineros en el viaje de regreso a sus casas.


COMERCIO PREMONETARIO

Para la época micénica, muy anterior a la invención de la moneda, Ruipérez y Melena consideran que no debemos pensar en un comercio de simple trueque. Tal procedimiento impone una fuerte limitación, pues requiere la coincidencia de dos personas interesadas cada una en el artículo que ofrece la otra. Quizás había funcionarios estatales encargados de redistribuir los géneros que previamente se habían intercambiado globalmente. El intenso comercio micénico invita a pensar en el establecimiento de unos valores relativos. Los convencionalismos de valores no se podían implantar así como así a los pueblos foráneos con los que se comerciaba, por lo que en el comercio interestatal las relaciones de valor serían sólo indicativas, y variables según las áreas. En la Grecia primitiva el precio de un objeto se podía fijar aludiendo a un determinado número de cabezas de ganado. Así Homero fija en bueyes el precio de una armadura. Los lingotes de bronce que aparecen en contextos micénicos pudieron ser una forma de moneda premonetaria. Incluso algunos presentan intrigantes marcas. Tienen forma de piel de buey, la unidad primitiva de equivalencia destinada a facilitar los intercambios comerciales. Sus dimensiones varían entre 22 por 34 centímetros y 72 por 42 centímetros. Una mayoría de los mismos se agrupa en torno a los 28 kilogramos de peso, lo que nos lleva a acordarnos del talento. Otros autores piensan que estos lingotes de bronce eran simples bloques cuya forma estaba ideada sólo para su mejor manejo y transporte.

En el mundo antiguo coexistieron múltiples sistemas métricos patrocinados por entidades diferenciadas. Darcque piensa que los pocos pesos encontrados en Vafio, Micenas, Atenas y Perati no permiten aún reconstruir un sistema de medidas. Ese autor cree que los elementos de balanzas hallados en las tumbas de los lugares citados no tenían seguramente ya ninguna utilidad práctica por sí mismos. López Melero considera que quizás los micénicos practicaban el tipo de intercambio comercial que estaba vigente en los distintos centros que frecuentaban, es decir, una compraventa con pago en especie dentro de un régimen de precios fluctuantes. En esta actividad cabrían prácticas elementales como el trueque y la subasta según las circunstancias. Se establecerían en ocasiones compromisos de intercambio o suministro de productos en unos términos fijados previamente de mutuo acuerdo. Materiales no perecederos, de amplia demanda y cotización tendente al alza, pudieron ser considerados como una forma de pago siempre aceptada, y por tanto serían atesorados con fruición. Es el caso del cobre, que además podía ser utilizado en momentos de necesidad para la fabricación de armas. Parte del cobre estatal procedente de impuestos se guardaría en los templos junto al de las ofrendas. Las actividades comerciales internas recurrirían según López Melero al pago en especie, parcialmente regulado en base a un patrón determinado, como unidades de grano y animales domésticos. Chadwick considera que el precio de un bien se podía expresar a través de un peso dado de metal precioso, pero todavía la investigación tiene que clarificar cuáles eran los patrones micénicos que regulaban las transacciones.


LA ESCASA INFORMACIÓN COMERCIAL DE LAS TABLILLAS

Las tablillas palaciales aportan escasa información acerca de las actividades comerciales micénicas. Esta ausencia de datos es sobrevalorada por Chadwick, como si ella convirtiera en improbable la existencia de mercaderes libres. En opinión de Darcque, las palabras “mercader” y “precio” no parecen constar en las tablillas, lo mismo que el verbo “comprar”, excepto en lo relativo a la adquisición de esclavos. Por tanto a partir de los archivos palaciales es de momento imposible deducir la existencia de comerciantes profesionales en el mundo micénico. Chadwick piensa que, en el caso de que hubiera mercaderes independientes, la inexistencia de moneda limitaría mucho sus posibilidades de enriquecimiento. Discrepa de Darcque en cuanto a que cree que la palabra “o-no” de las tablillas podría significar “precio”. Los textos en que aparece la palabra “o-no” parecen aludir según Chadwick a algún tipo de trueque. Estaríamos por tanto ante textos comerciales de difícil interpretación. El silencio que guardan las tablillas sobre las actividades mercantiles micénicas es poco tenido en cuenta por López Melero, que considera absurdo el determinar a partir de la ausencia de datos escritos la inexistencia de la compraventa, la noción de precio y los mercados. Para ella, la amplia dispersión mediterránea de los productos micénicos es la mejor prueba de los avanzados criterios y mecanismos comerciales de las gentes micénicas.


LOS TRANSPORTES

Los reinos micénicos contaban con una red de caminos interiores que facilitaban el tránsito de las caravanas y los desplazamientos de efectivos militares. Son pocos los restos arqueológicos que se conservan de calzadas. Puestos de vigilancia situados a cada tramo controlaban los caminos para intentar hacerlos más seguros. Es posible que la utilización frecuente de los caminos implicase el pago de un peaje. Los caminos articularían sólo una pequeña parte del comercio interior del continente griego, pues la navegación era más utilizada por sus ventajas de todo tipo y por las características del territorio egeo, lleno de costas recortadas y de islas. Las dificultades propias del transporte terrestre limitaban el comercio, pues sólo los artículos de poco peso y mucho valor merecían el esfuerzo de ser llevados a regiones interiores. Esta apreciación explica el por qué en regiones foráneas los restos arqueológicos de productos micénicos abundan más en las costas que en el transpaís continental de las mismas.

Los barcos permitían un transporte voluminoso y barato. Las representaciones figurativas de barcos que se incluyen en los frescos multicolores de las construcciones de la isla de Thera aportan información sobre los medios de navegación propios de la época del tránsito de los comerciantes minoicos a los micénicos. Se trata de barcos con quilla aplanada, lo que permitía arribar a puertos de poco calado y vararlos en las playas. Tenían elevada proa y espolón en popa, el cual servía como palanca para moverlos en tierra. Contaban con remos dispuestos en fila, cabina para pasajeros y una única vela. Un gran remo situado en la popa servía como timón. Las anclas solían ser grandes piedras de forma regular con una o más perforaciones. Darcque difiere de Ruipérez y Melena en cuanto a que considera que las escasas representaciones figuradas y los escasos modelos reducidos impiden hacerse una idea clara de cómo eran las naves micénicas. Ruipérez y Melena señalan que las embarcaciones, bastante frágiles, seguían preferentemente rutas costeras. Los marinos preferirían no estar mucho tiempo sin avistar tierra. Las navegaciones por alta mar serían minoritarias. Parece que en ocasiones los barcos se dejaban arrastrar por las corrientes marinas, pues el trazado de algunas de ellas engloba los enclaves costeros en que hicieron acto de presencia los comerciantes micénicos.

Los dos conjuntos de pecios encontrados en las costas suranatólicas, cerca de los cabos de Ulu Burun y Gelidonia, proporcionan indicaciones importantes sobre los intercambios realizados en época micénica. El pecio de Gelidonia es de fines del siglo XIII a.C., mientras que el de Ulu Burun es del siglo anterior. Ambos transportaban esencialmente lingotes de cobre con forma de piel de buey. El barco hallado en el cabo Gelidonia llevaba además herramientas, cestos, cerámica para uso doméstico, algunos objetos preciosos y pescado, que pudo servir como alimento a la tripulación. El pecio de Ulu Burun contenía vasos sirios, chipriotas y micénicos. La multiplicidad de orígenes de los productos transportados por ambos barcos impide conocer la “nacionalidad” de éstos, pero al menos se sabe que en el momento de hundirse seguían una ruta de Oriente a Occidente. Como el estaño y ciertos instrumentos están presentes en los barcos hundidos, Darcque piensa que la fabricación y reparación de objetos broncíneos podrían realizarse en el interior de las naves durante las escalas.


¿QUÉ SIGNIFICA HALLAR CERÁMICA MICÉNICA FUERA DEL MUNDO MICÉNICO?

Darcque considera que los habitantes del continente griego no siempre acompañaron a las cerámicas encontradas fuera de éste. La cerámica micénica implica la existencia de un contacto con la cultura micénica, pero quizás sólo indirecto. Su significado parece variar mucho de una región a otra, en función de la cantidad y la tipología de los materiales. Evaluar la difusión de la civilización micénica a partir de la dispersión de la cerámica sería una incoherencia. Darcque señala que teorías exageradamente difusionistas han dado paso a otras que determinan que objetos muy similares pueden ser fabricados en regiones alejadas por influencias culturales que no siempre implican migración de gentes. Este autor alude al fracaso de quienes, a partir del estudio de la composición de las materias primas importadas por los micénicos, han pretendido dilucidar los ámbitos frecuentados por los mismos. Las investigaciones que sólo tienen en cuenta las producciones utilitarias únicamente permiten establecer la existencia de intercambios de un punto a otro o revelar eventuales influencias de orden cultural. Si se quiere señalar la presencia real de micénicos en una región foránea debe recurrirse a vestigios arqueológicos dotados de un significado sociocultural más profundo que el de los objetos utilitarios. El estudio de las construcciones, las costumbres y el mobiliario funerario no señalan la prolongada presencia micénica en muchos de los lugares donde hay cerámica micénica. Ello nos obliga a revisar viejas tesis partidarias de un masivo colonialismo micénico, a la vez que nos invita a pensar en la rápida transformación de la cultura de los micénicos emigrados.

Los ámbitos no griegos en que han aparecido figuritas micénicas y sellos micénicos son más susceptibles de haber conocido una presencia de gentes llegadas del continente griego que aquellos ámbitos en los que sólo hay cerámica micénica. Darcque señala la aparente contradicción que existe entre la amplia difusión de la cerámica micénica y la limitada difusión de elementos probatorios de la presencia de gentes micénicas. Esta contradicción quizás revela que los micénicos mantuvieron constantes relaciones comerciales con los otros pueblos de la ribera mediterránea sin necesidad de instalar factorías o colonias. La ocupación efectiva de los lugares con los que comerciaban los micénicos sería por parte de éstos minoritaria. Es reseñable el hecho de que regiones muy cercanas al mundo micénico, como Macedonia y Tracia, recibieron ínfimas cantidades de material micénico, mientras que otras más alejadas importaban cantidades considerables. La difusión de artículos micénicos en el mundo mediterráneo enseña más sobre la dirección tomada por los intercambios que sobre su naturaleza.


INDICACIONES ARQUEOLÓGICAS SOBRE EL COMERCIO EXTERIOR MICÉNICO

Los datos de que disponemos para conocer el comercio exterior micénico son principalmente restos arqueológicos. Del comercio de los productos perecederos apenas quedan huellas arqueológicas. En cuanto a los objetos de metal, fueron en su mayoría refundidos en épocas posteriores para su nueva utilización. Los tejidos y otras sustancias orgánicas se descompusieron inevitablemente antes de llegar hasta nosotros. Es sin duda la cerámica la gran protagonista de los indicios arqueológicos del comercio micénico. Las más numerosas huellas cerámicas del comercio micénico corresponden al Heládico Reciente III B, período comprendido entre 1300 y 1190 a.C. aproximadamente. El hecho de que encontremos en el mundo micénico pocos objetos procedentes de otras áreas indica que la balanza comercial era ampliamente favorable a los micénicos, si bien parte de los productos importados es irrastreable por su carácter efímero. El comercio exterior micénico fue sin duda expansivo y vigoroso. Alcanzó un volumen nada despreciable. Recurriría a intermediarios para llegar a regiones excesivamente lejanas. A su vez los micénicos actuaban como intermediarios comerciales entre regiones distanciadas. Los micénicos obtenían importantes cantidades de materias primas a cambio de productos manufacturados de escaso valor intrínseco. Algunas de las materias primas importadas a bajo coste eran transformadas en productos lujosos susceptibles de una ventajosa exportación.


IMPORTACIONES

Entre las importaciones efectuadas por los comerciantes micénicos podemos incluir en primer lugar ciertos metales, como el cobre, el estaño y el oro. Como el cobre balcánico era escaso, los micénicos tenían que recurrir al foráneo, procedente en su mayor parte de Chipre. El propio nombre de esta isla deriva del término griego que servía para designar al cobre: “Kypros”. El oro era cicládico y nubio. Este último lo obtenían los micénicos empleando como intermediarios comerciales a los egipcios. El nombre griego de oro, “Khrysos”, es un préstamo semítico, cuya introducción en el mundo micénico sólo puede atribuirse al comercio. La procedencia del estaño importado por los micénicos ha dado lugar a discusiones. Quizás el primer estaño era de origen oriental, como defiende Darcque. Más tarde los micénicos abrirían rutas hacia Occidente para abastecerse de este metal, que entraba en un diez por ciento aproximadamente en la aleación del bronce antiguo. Chadwick considera que los micénicos buscaron alumbre, que encontraron fundamentalmente en Chipre. El alumbre servía para que los tejidos asumieran por más tiempo y con más viveza los colores de los tintes.

En los yacimientos micénicos nos encontramos con objetos de marfil, materia que evidentemente no se daba en el continente griego. Las técnicas de manufacturación del marfil revelan que éste procedía principalmente del ámbito sirio, donde desde el 1600 a.C. está atestiguada la presencia de elefantes, llevados por los egipcios. Un porcentaje menor del marfil importado era de origen africano. Los artesanos micénicos tallaban primorosamente el marfil, con el que ornamentaban cofres y piezas de mobiliario. De las orillas del Báltico llegaba el ámbar, resina fósil apreciada por su color, su brillo, sus inclusiones y sus sorprendentes propiedades eléctricas. Era utilizado para realizar cuentas de collares y amuletos. El ámbar llegaba por rutas centroeuropeas hasta el Adriático, donde era adquirido por los navegantes micénicos. La mayor concentración arqueológica de ámbar se da en las tumbas de la costa Oeste del Peloponeso. A inicios del Heládico Reciente III, hacia 1400 a.C., las importaciones de ámbar, que tan considerables habían sido durante los dos siglos precedentes, disminuyeron de forma notable. Y es que quizás se encareció su obtención o se pasó de moda. El ámbar, aunque más escaso, pasó a estar más disperso. Con piedras preciosas importadas los micénicos realizaban objetos suntuarios que luego parcialmente exportaban. Entre estas piedras preciosas estaba el lapislázuli. En las islas Lípari y en la isla cicládica de Melos los comerciantes micénicos se abastecían de obsidiana, vidrio oscuro de origen volcánico que se fractura con aristas muy vivas. La obsidiana servía para hacer puntas de flecha, hojas de cuchillo y otros utensilios cortantes. Su utilización fue mayor cuando escaseaban los metales.

Entre los productos fungibles importados por los micénicos destacaba probablemente el trigo, que servía para paliar el casi permanente déficit del mismo del que adolecía el continente griego. Del marco ugarítico y próximo-oriental se traían ciertas especias, como el comino y el sésamo. Se pretendía así hacer más agradables al paladar los alimentos. Las palabras griegas que aluden a ambos productos son préstamos semíticos. Y es que a veces los micénicos optaban por importar no sólo artículos, sino también sus nombres, ligeramente modificados. Aunque en el continente griego había bastantes bosques, los micénicos importaban de Oriente algunas maderas preciosas, como el ébano y el cedro, destinadas en parte a su reexportación. Los “doero”, esclavos, fueron objeto de comercio en el mundo antiguo. Entre los micénicos parece que el número de esclavos no fue grande. El status de los mismos no está muy claro en la información aportada por los archivos palaciales. Tanto el comercio como la piratería servirían a los micénicos para hacerse con esclavos. No sabemos si los micénicos actuaron como intermediarios en el comercio de esclavos. Ruipérez y Melena indican que la calidad artística de ciertas producciones micénicas de los siglos XVI y XV a.C. hace pensar en la llegada de artesanos procedentes de Creta. Por lo tanto es posible que los micénicos de los períodos Heládico Reciente I y II se hiciesen con los servicios de artesanos foráneos para aprender de ellos complejas técnicas manufactureras. Algunas veces emplearían la amable persuasión y otras la violencia para llevarse a estos artesanos al continente griego.


EXPORTACIONES

Hay muestras de cerámica micénica diseminadas por buena parte de las costas mediterráneas. Y es que la cerámica era uno de los principales artículos exportados por los micénicos. El éxito mediterráneo de la cerámica micénica se debió en gran medida a que ésta resultaba atractiva a los clientes potenciales. En general, este atractivo le venía dado por la calidad de su barro, la técnica de cocción a altas temperaturas, la perfección de sus formas y la belleza de su decoración. Junto a los vasos y ánforas hay que aludir a los jarrones con asa en forma de estribo. La cerámica micénica era adquirida por otros pueblos mediterráneos tanto por sí misma como por servir de contenedor de los productos exportados por los micénicos. Sólo una pequeña parte de la cerámica exportada era de producción palacial. Las cerámicas hechas en los talleres palaciales eran las más valoradas por los mercados foráneos, pues su carácter suntuario hacía que fuesen utilizadas por los compradores como elementos de ostentación social. Los palacios también asumían la producción de vestidos y objetos metálicos, que estaban destinados parcialmente a su comercialización en mercados exteriores. Armas y herramientas cupríferas y broncíneas proclamaban en los mercados mediterráneos el poderío y esplendor económico micénico. En líneas generales, las producciones de los palacios eran más refinadas que las de los artesanos particulares. Objetos importados eran trabajados con preciosismo para su posterior reexportación. Por tanto los micénicos abastecían de arte los mercados tras tallar y modelar las materias primas adquiridas en los mismos.

Los micénicos actuaban como intermediarios en el comercio de algunos artículos. Así, canalizaban hacia Egipto el ámbar. Los micénicos también suministraban a los egipcios madera, tanto la de sus propios bosques como la obtenida en mercados próximo-orientales. Los egipcios denominaban a los comerciantes micénicos “tinai”. Éstos reemplazaron a los “keftiu”, comerciantes minoicos que en las representaciones egipcias aparecen portando ofrendas destinadas al faraón. Y es que los egipcios tendían a ver como inferiores a todas las gentes llegadas desde fuera de su territorio. El comercio egipcio-minoico había estado acompañado de una especial diplomacia del regalo. Con los micénicos las relaciones comerciales fueron quizás más expeditivas y menos ceremoniales. Parece que fue durante el reinado de Amenhotep III (1391 – 1353 a.C.) cuando se produjo el paso de los “keftiu” a los “tinai”. La producción textil de la Creta palacial micénica estaría orientada en gran medida hacia los mercados egipcios. La dispersión que se produjo por entonces de cuentas de pasta vítrea por la cuenca mediterránea se debió seguramente en gran parte a los comerciantes micénicos. Entre los productos fungibles exportados por los micénicos estaban el vino y el aceite. En opinión de López Melero, los compradores de aceite daban a éste varios usos entre los cuales el alimentario era marginal. También los micénicos exportaban óleos perfumados. Entre los metales que abundaban en la Grecia continental estaban la plata y el plomo, que serían posiblemente artículos de exportación.


LA EXPANSIÓN MICÉNICA

El estudio del comercio micénico nos lleva con facilidad a hablar de la expansión colonial micénica por el Mediterráneo. Ya sabemos las dificultades que existen para distinguir, a partir del hallazgo de objetos micénicos, un comercio indirecto, una presencia real, un enclave con producción “in situ” y una auténtica colonia. En Creta fueron fundados asentamientos de colonos micénicos que desarrollaron su vida a la par de los poblados minoicos. El proceso de helenización no afectó por igual a todas las regiones de la isla, si bien se aprecia una distribución bastante homogénea de los poblados y necrópolis micénicos. Uno de los principales y más antiguos enclaves micénicos de Creta fue Cidonia. En los alrededores de los destruidos palacios minoicos surgieron edificaciones micénicas que actuaron como centros de poder. López Melero no cree que la cultura tradicional minoica resurgiera al eclipsarse el mundo micénico. En las Cícladas se aprecia la progresiva sustitución de la influencia minoica por la influencia micénica. A veces la ruptura cultural parece más rápida, pero Darcque no la atribuye a un naciente imperialismo micénico. Este autor distingue tres fases en las relaciones mantenidas por el continente y las Cícladas desde mediados del siglo XV a.C. hasta mediados del siglo XI a.C. Hasta 1250 a.C. los micénicos ejercieron un control notable sobre emplazamientos cicládicos concretos, entre los que destaca Filakopi. Durante el turbulento período posterior se aprecia la fortificación aislacionista de muchos asentamientos cicládicos, que no sufrieron en general importantes destrucciones. Y ya en el siglo XII a.C. se experimenta en las Cícladas un período de relativa prosperidad que favoreció la reanudación de las relaciones con el continente, de cuya degeneración se contagiaron a lo largo del siglo XI a.C.

En el Dodecaneso en un principio los comerciantes micénicos establecieron contactos con los lugares frecuentados antes por los minoicos. Y a partir de estos enclaves extendieron su red de relaciones. López Melero ve la isla de Rodas como el centro micénico más importante fuera de la Grecia continental. A pesar de la presencia en Ialysos de tumbas de cámara de tipo micénico y de piezas micénicas realizadas “in situ”, Darcque cree que los micénicos aparecieron en Rodas no para colonizar la isla, sino para controlar mejor las redes de intercambio que conectaban con ámbitos más orientales. En la isla de Kos y en la Caria anatólica no hubo para Darcque una presencia micénica muy fuerte, si bien estas regiones cuentan también con tumbas de características similares a las del continente griego. Este autor reduce a contactos esporádicos la presencia micénica en el resto del Dodecaneso, en Cilicia y en el Noroeste anatólico, al menos hasta la diáspora causada por la caída de los principados. El principal enclave anatólico de los micénicos era Mileto, que contaba con poderosas estructuras defensivas. Éstas se nos presentan quizás como una prueba de las dificultades que encontraron los comerciantes micénicos para penetrar en mercados anatólicos. Incluso se ha llegado a hablar de un bloqueo hitita al comercio micénico como explicación de la falta de restos arqueológicos que indiquen contactos entre ambos mundos. Los textos hititas hacen referencia a un reino llamado “Ahhiyawa”, término que quizás revela la prolongada presencia aquea en un contexto anatólico. La abundancia de cerámicas micénicas en la Tróade nos invita a pensar en los intereses que las gentes de la Grecia continental tenían en esta región, estratégica para el control económico y militar del Helesponto (Estrecho de los Dardanelos). López Melero concede más crédito histórico a la guerra troyana relatada por Homero que Darcque, el cual tiende a desbaratar las viejas tesis que veían micénicos en todas partes.

La presencia económica micénica fue constante y fuerte en Chipre desde inicios del siglo XIV a.C. Parece que las gentes de la isla asumieron inicialmente para los micénicos el papel de intermediarios en el comercio con Oriente. Chadwick indica cómo en tablillas micénicas de diferentes palacios alusivas a transacciones aparece la palabra “kuprius”, que podría significar “el chipriota”. La confirmación de este dato probaría la función de enlace comercial ejercida por los chipriotas. Además, cerámicas chipriotas acompañan constantemente a las micénicas en los yacimientos del Levante mediterráneo. Parece que Chipre pudo permanecer neutro a las ambiciones de hititas y egipcios, lo que le permitiría desplegar activas operaciones comerciales con el patrocinio micénico. Los signos de presencia micénica aumentaron progresivamente en la isla. La arqueología ha documentado un período de destrucciones tras el cual la isla adquiere un mayor carácter griego. Y es que posiblemente las turbulencias de los principados micénicos motivaron el establecimiento masivo de colonos griegos en Chipre.

En el Levante mediterráneo, de Amman a Karkemish, hay más de ochenta establecimientos en los que se ha hallado cerámica micénica. Se trata principalmente de enclaves costeros que en ocasiones canalizaron objetos micénicos hacia regiones interiores. Ugarit (Siria), establecimiento favorecedor del comercio internacional, parece que contó con un barrio de comerciantes egeos. López Melero indica que Ugarit fue una vía fundamental para la interrelación cultural, religiosa y literaria de los mundos semita y micénico. Tarso, Biblos y Alalakh son otros enclaves próximo-orientales con importantes restos indicativos del comercio micénico. López Melero piensa que los micénicos no tuvieron gran éxito en sus intentos de cubrir los mercados egipcios abandonados por los minoicos. Darcque también señala que la presencia de comerciantes micénicos en Egipto fue precoz pero limitada. El mayor depósito de cerámica micénica en territorio egipcio es el de Tell el Amarna, y parece corresponder a mediados del siglo XIV a.C., durante el reinado de Akhenatón (1353 – 1336 a.C.). López Melero considera que la fortaleza de los estados hitita y egipcio impidió a los micénicos hacer más intensa su presencia en el Levante mediterráneo. Algunos de los pueblos del mar que hacia el 1200 a.C. conmocionaron el Mediterráneo Oriental fueron probablemente micénicos. En este sentido son reveladoras las características micénicas de la cerámica filistea. La leyenda de Jasón y los argonautas, que llegaron hasta la Cólquide en busca del vellocino de oro, parece conservar el recuerdo mítico de viajes micénicos a las costas del Mar Negro en busca de lana y otros productos.

A partir de fines del siglo XIII a.C., los lazos entre la metalurgia micénica y la de otras regiones europeas se estrecharon. Armas, alfileres y fíbulas adquieren tipologías similares en amplias zonas del Sureste europeo. Están atestiguados los contactos comerciales esporádicos entre los micénicos y los ilirios. En el Mediterráneo Central la presencia micénica no deja de fascinar a los estudiosos. Dentro de la península Itálica, los materiales micénicos están presentes en Apulia, el golfo de Tarento y Posidonia. Causan cierta admiración los testimonios micénicos hallados en un enclave interior de Etruria: Luni sul Mignone. Ischia y las Lípari ofrecen abundantes pruebas de la presencia comercial micénica. En Sicilia los navegantes micénicos prefirieron las costas Surorientales, si bien hay también restos suyos en puntos tan interiores como Pantálica y Morgantina. En el Sur de Cerdeña destacan los materiales micénicos hallados en el yacimiento de Sarrok. En general se tiende a pensar en nuestros días que la influencia micénica sobre el Mediterráneo Occidental fue más bien leve y de orden cultural, fruto de interacciones discontinuas, que casi nunca implicaron la llegada real de gentes griegas. Darcque incluso prefiere hablar más de influencia oriental que de influencia propiamente micénica. Las ansias que los micénicos mostraron por la adquisición de metal no se correspondían seguramente con una capacidad real para explorar de forma reiterada las costas ibéricas y atlánticas. En el yacimiento del Llanete de los Moros, en Montoro (Córdoba), excavado por Martín de la Cruz, se encontraron en 1985 dos pequeños fragmentos de cerámica micénica. Estos fragmentos no prueban la presencia de comerciantes micénicos en la península Ibérica, pero sí la conexión del enclave con rutas comerciales que alcanzaban el Mediterráneo Oriental.


BIBLIOGRAFÍA:

-Chadwick, John; “El mundo micénico”; Alianza Editorial; Madrid; 1977.
-Blázquez, José María; López Melero, Raquel; Sayas, Juan José; “Historia de Grecia Antigua”; Editorial Cátedra; Madrid; 1989.
-Treuil, R., Darcque, P., Poursat, J. C., Touchais, G.; “Las civilizaciones egeas. Del Neolítico a la Edad del Bronce”; Editorial Labor – Nueva Clío; Barcelona; 1992.
-Ruipérez, M. S. y Melena, J. L.; “Los griegos micénicos”; Biblioteca Historia 16; Número 26; Madrid; 1990.

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