El
31 de agosto de 1586, según consta en la partida de matrimonio conservada en el
Archivo Histórico Diocesano de San Sebastián, se casaron en Hondarribia
(Fuenterrabía), en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción y del Manzano,
a unos doscientos metros del río Bidasoa, Quiteria de la Bulla y el marino y
soldado Pedro de Santo Domingo Solórzano. 18 años después, a finales de
septiembre o primeros de octubre de 1604, falleció Pedro siendo alférez, tras
24 años de carrera militar. Así lo indica su viuda en un memorial conservado en
el Archivo General de Simancas (AGS, EST, LEG, 1851), fechado el 29 de
noviembre de 1604. En esta carta expone las acciones meritorias en las que
participó su marido, gastando su patrimonio y hacienda en tales empresas, sin
que a lo largo de su arriesgada vida se le hubiese concedido ninguna merced
real. Para poder pagar las deudas que dejó su esposo y conseguir sacar adelante
a sus dos hijas adolescentes, Quiteria solicita a través del Consejo de Estado alguna
ayuda de costa o un puesto (definido con el lenguaje de la época como
“entretenimiento”) en la plaza fuerte de San Sebastián. Éste fue el último
destino de Pedro, tras haber estado también bastantes años sirviendo en
Hondarribia. Las dos poblaciones son denominadas a veces en los textos que
ahora estudiamos como “presidios”, es decir, núcleos fortificados con una
importante guarnición, próximos a la inestable frontera con Francia. La
intervención española en las guerras de religión francesas (1562-1598) en apoyo
de los católicos frente a los calvinistas dibuja el contexto bélico
intermitente en el que tuvo que manejarse, tanto por tierra como por mar, Pedro
de Santo Domingo Solórzano.
La
petición de Quiteria de la Bulla, que termina en las manos del secretario
Andrés de Prada, tiene gran fuerza por el respaldo de un documento del veedor
Martín de Aróstegui, que certifica que su marido sirvió en las plazas de
Hondarribia y San Sebastián entre 1585 y 1604, y que en una de sus misiones en
Francia resultó preso, permaneciendo allí entre penurias y maltratos muchos
días. En este documento de apoyo que presenta Quiteria están los testimonios
favorables de altos cargos de la Armada, que permiten trazar un perfil de Pedro
envuelto puntualmente en importantes expediciones marítimas y combates navales,
llegando a tener embarcaciones a su cargo con las que transportó soldados y
víveres, apresando en algunos casos navíos enemigos. Tras analizar la solicitud,
el Consejo determina casi 6 meses después, el 24 de mayo de 1605, que su
relación es verdadera, y que es de justicia que Quiteria reciba 300 ducados de
ayuda de costa una sola vez, los cuales deberán hacerse efectivos en “cosas
extraordinarias”. Esta expresión y el hecho de que el ducado fuera por entonces
una unidad de cuenta y no una moneda real, revela que el pago, equivalente a
112.500 maravedíes, se realizaría con los bienes que buenamente estuvieran
disponibles en ese momento, correspondiendo a Quiteria si fuese necesario su
conversión en dinero en efectivo. Teniendo en cuenta el elevado número de peticiones similares que no recibían recompensa o que desembocaban en la
concesión de un humilde y esforzado puesto, los méritos militares de Pedro de
Santo Domingo Solórzano tuvieron que resultar por entonces de contrastado valor.
Contextualizaremos
algunas de las acciones militares en que participó Pedro, según la información
proporcionada en su memorial por Quiteria. La narración es muy escueta, como
solía ser lo habitual en este tipo de solicitudes. No estaba bien visto el
barroquismo en la exposición de los méritos militares propios o de un allegado,
para evitar la sospecha de introducción de adornos fantasiosos. En 1582 Pedro
fue uno de los muchos soldados que contribuyeron a que las islas Azores
reconocieran a Felipe II como rey de Portugal, desistiendo algunas de ellas,
especialmente la isla Terceira, de su apoyo al Prior de Crato, cuya causa era
sostenida sin demasiado ruido por la Corona francesa. La llegada de Pedro a la
isla azoriana de São Miguel se daría probablemente en el mes de marzo, a bordo
de una de las cuatro naves guipuzcoanas con las que se reforzó la defensa de
esta posición insular, la cual se mantenía fiel a Felipe II. En el mes de mayo
nueve navíos franceses asaltaron la isla, que pudo repeler el ataque; a
mediados de junio se produjo el fugaz desembarco de unos 1.200 soldados
enemigos, que tenían la idea de asediar el fuerte de Ponta Delgada; y el 15 de
julio unos 3.000 hombres, escasamente motivados, saquearon la villa de Lagoa y
tomaron Ponta Delgada, salvo su fuerte, apresando las naves guipuzcoanas.
En
la posterior batalla naval de la isla Terceira, desarrollada el 26 de julio de
1582, la escuadra española, dirigida por Álvaro de Bazán, derrotó a la francesa,
cuyo almirante, el condotiero florentino Felipe de Pedro Strozzi, resultó
muerto en la jornada. Quiteria se refiere a este personaje histórico como
“Phelipe Estroço”. En su marco narrativo resuena el modo en que su marido le
contó en su momento cada batalla, a pesar de lo breve de su enumeración, aludiendo
tanto al episodio defensivo de la isla de São Miguel como al combate naval de
la isla Terceira. A las numerosas bajas francesas durante la batalla hay que
sumar la ejecución de todos los prisioneros mayores de 18 años, ya que, al no
existir guerra oficialmente declarada entre España y Francia, se dio a los
capturados el cruel tratamiento dispensado a los piratas. En adelante, el
puerto principal de la isla Terceira, llamado Angra do Heroísmo (Cala del
Heroísmo), sumó a sus funciones de abastecimiento y reparación de los barcos
que efectuaban la carrera de Indias la de escala en el comercio de metales
preciosos y otros bienes entre América y Europa. La mención de la estratégica
isla Terceira es constante en la documentación simanquina, que recoge por
ejemplo la contabilidad del volumen de oro y plata llegado hasta allí. Su
modesto puerto fue acorazado mediante la construcción de las fortalezas de São Sebastião
y São João Baptista, así como con otros baluartes menores, al ser colosal la
riqueza itinerante que debía ser protegida.
En
determinadas ocasiones de especial gravedad, Pedro de Santo Domingo Solórzano era
convocado para participar en misiones navales. Muchas de ellas estuvieron
relacionadas con el trasiego de barcos de guerra que entre 1590 y 1598 hubo
entre la costa guipuzcoana y el enclave de Blavet (la actual ciudad de
Port-Louis), en la Bretaña francesa, que en ese período estuvo ocupado por los
españoles. El defensor de Blavet fue el maestre de campo Juan del Águila, el
cual da nombre al fuerte que desde entonces se emplaza en dicho lugar. Para socorrer
a este prestigioso militar, Pedro llevó a Blavet en las naves que se le
asignaron unas seis mil fanegas de trigo, con las que se calmaron los soldados
que se habían amotinado, pues probablemente consideraban la empresa de asaltar
Francia por su retaguardia sumamente descabellada. No menos osado fue el viaje
del capitán Carlos de Amésquita (AGS, GYM, LEG, 430, 116), que en el verano de
1595 partió de Blavet con cuatro galeras, asaltando con sus tropas Penzance y
otras poblaciones de Cornualles, en las Islas Británicas. Según indica su
esposa Quiteria, Pedro llevó despachos del Rey tanto a Juan del Águila en
Blavet como al embajador Mendo Rodríguez en Nantes. Colaboró activamente con el
almirante Villaviciosa, que tenía a su cargo navíos de guerra cuya construcción
y puesta a punto supervisaba. Recibió con frecuencia órdenes del general Juan
Velázquez, a veces referidas al transporte marítimo ágil de las compañías
armadas. Y participó en algunos de los apresamientos de embarcaciones enemigas
efectuados por el general Pedro de Zubiaurre. Estos tres últimos marinos son
algunas de las personas que acreditan la veracidad de la narración de Quiteria mediante
la fe presentada por el veedor Martín de Aróstegui, recalcándose siempre el
comportamiento valeroso que Pedro tuvo en las ocasiones oportunas.
También
su viuda transmite la idea de la actuación recurrente de Pedro en la defensa
terrestre de la agitada frontera hispano-francesa, definida por el río Bidasoa.
Algunos de sus movimientos al frente de otros soldados se produjeron en Getaria
(Guetaria), Pasaia (Pasajes) y Behobia (barrio de Irún). Quiteria menciona el
castillo de Saint-Jean, lo que probablemente apunta a que Pedro tuvo que invadir en
algún caso el territorio francés, alcanzando el estratégico castillo de
Urtubia, en Urruña (Urrugne), que controlaba los dos caminos principales que
aún comunican la población francesa de San Juan de Luz con Behobia. Su buena disponibilidad
para la defensa del río Bidasoa le llevó a levantar en 1593 una compañía
propia, habiendo sido por entonces nombrado ya sargento por el capitán Martín
Pérez de Zabala. Para la creación de esta compañía quizás tuvo que comprometer
algunos de sus recursos, lo que revela una gran implicación en las desbordadas
causas de la monarquía hispánica. En el momento de su muerte, en el año 1604,
formaba parte de la compañía de Pedro Navarro, había alcanzado el grado de
alférez e integraba la guarnición de San Sebastián. La sentida carta de su
mujer es unos dos meses posterior a su fallecimiento, y como hemos comentado
generó la debida recompensa. Esta gratificación no le duraría mucho a Quiteria,
al tener que destinarla en parte al pago de deudas. La vida de Pedro de Santo
Domingo Solórzano y su esposa estuvo llena de ausencias, incertidumbres y sobresaltos.
Es una suerte poder documentar su relación, y deducir los paseos que sin duda
dieron juntos por la ribera del río Bidasoa y la costa donostiarra. El apellido
Bulla (que significa “jaleo”), muy poco frecuente, lo tienen actualmente como
primero 21 personas en Guipúzcoa y como segundo otras 21 en la misma provincia.
Se trata de personas muy posiblemente emparentadas con la Quiteria de este
memorial. Su nombre, que reflejaba la influencia cultural del Sur de Francia,
está ahora en claro retroceso en España, como indica la edad media de unos 69
años de las mujeres que lo llevan.