A
través de un memorial dirigido al Rey Felipe II, el soldado Joan de Robleda
relata sus esforzados servicios militares con la esperanza de obtener una
merced, consistente en recursos dinerarios con los que poder recuperar sus
antiguas propiedades. La breve carta, conservada en el Archivo General de
Simancas (AGS, GYM, LEG, 370, 229), no está fechada, si bien otros documentos con
los que comparte caja apuntan a que nos encontramos en el año 1592. Las
peripecias bélicas de Joan de Robleda comienzan en Flandes, según él mismo
indica, en 1557, encuadrado en los sufridos Tercios. Pasó después al Norte de
Italia, escenario de las luchas hegemónicas mantenidas entre los ejércitos de
Francia y España. La soberanía de Felipe II sobre el Milanesado fue finalmente aceptada
por Francia en 1559 por la paz de Cateau-Cambrésis. Joan de Robleda menciona su
participación en 1563 en la defensa de la plaza de Orán, que no pudo ser entonces
conquistada por las ingentes fuerzas otomanas de Hasán Bajá. En 1564 estuvo en
la toma del Peñón de Vélez de la Gomera, diminuto enclave norteafricano, desde
ese momento español. En 1565 acudió al auxilio de Malta, cuya capital fue exitosamente
defendida frente a la escuadra otomana por el Gran Maestre Jean Parisot de la
Vallete. El soldado regresó a Flandes durante el período de gobernación del
Duque de Alba (1567-1573), cuyo rigor en el aplastamiento de la rebelión
iconoclasta provocó el descontento general de la población, dando lugar a
nuevas revueltas. Allí Joan de Robleda asegura haber recibido numerosas heridas,
conociendo grandes dificultades, pues le tocó estar en los más significativos
asedios y en las principales batallas. Permaneció combatiendo en Flandes,
auténtico infierno para los soldados de la Monarquía Hispánica, hasta que
Alejandro Farnesio le permitió licenciarse en 1587, otorgándole una buena prima,
tras treinta años de fiel servicio.
Lo
que principalmente empujó a Joan de Robleda a retirarse fue el haber caído en
una profunda depresión. Él la llama “grandísima enfermedad malencólica”. Todavía
el término "malencolía" es admitido por la Real Academia de la Lengua, como
sinónimo de "melancolía", que es la palabra más correcta, al conectar sin variación
con el latín y el griego. El adjetivo usado por el soldado incide en el mal
estado de su espíritu, en su tristeza permanente, en su desgana para afrontarlo
todo. De la carta se infiere que los médicos de la época no entendían sólo de
las heridas físicas, sino también de las morales, hasta el punto de intervenir
en favor de la necesidad de licenciar a un soldado. Joan de Robleda regresa por
tanto a su pueblo, que quizás muchas veces pensó que no volvería a ver, con la
ingenua pretensión de acomodarse nuevamente en su antigua casa. Pero comprueba
que sus familiares u otras personas que se habían hecho cargo de sus bienes los
habían vendido. Estas circunstancias le llevan a pedir el favor regio, que le
llega en forma de sueldo a cambio de sumarse a la protección de un castillo en
Portugal, Reino que desde 1580 había unido, al menos en apariencia, destinos e
intereses con Castilla. Se le ordenó luego contribuir a la vigilancia de la
hacienda de la Real Audiencia de Galicia, establecida en La Coruña, donde
experimentó desavenencias con sus dirigentes. Cuando redacta la carta que ahora
analizamos, Joan de Robleda pertenece a la Compañía dirigida por el Capitán
Jorge Arias de Arbieto, de origen gallego.
La
importancia de las misiones que el Consejo del Rey encomendó a Joan de Robleda
subraya la voluntad de recompensar su dilatada trayectoria militar. Pero el veterano
soldado, ya con más de cincuenta años de edad, parece que no se desenvolvía
bien en puestos tan alejados del frente. Su sueño seguía siendo recuperar su
casa y sus tierras en su pueblo, de modo que acordó con quienes las habían
comprado el revertir su propiedad pasados tres años, siempre que fuese capaz de
pagar por ellas. Viendo que se va a cumplir el plazo de tres años y que no ha
conseguido el dinero necesario, Joan de Robleda solicita al Rey que se lo dé,
sacándolo de cualquier renta. Aunque no contamos con la respuesta oficial, es
fácil suponer que las arcas reales estaban demasiado vacías como para librar
dinero en efectivo al peticionario. La ayuda que la Monarquía podía dispensar
al viejo soldado, tan implicado siempre en sus desmesuradas causas, consistía
en seguir dándole trabajo, de forma que con el mismo pudiera continuar
sustentándose de forma digna. Pero las cantidades obtenidas con dichos empleos,
al no optar por prácticas corruptas, eran insuficientes para que Joan de
Robleda pudiese cumplir su deseo de afincarse nuevamente en su tierra natal.
Después de haber conocido tantos lugares, después de derramar tanta sangre,
propia y ajena, su pueblo le parecería sobriamente hermoso y, sobre todo,
pacífico. Es posible que creyese encontrar allí remedio para su terrible
tristeza, para su dañina melancolía, algo que diese sentido a lo que le restaba
por vivir, algo que le hiciese olvidar las espantosas imágenes de la guerra.
Transcribimos a
continuación la solicitud de merced, actualizando la escritura originalmente
utilizada: “Señor: Joan de Robleda, soldado de la Compañía de Jorge Arias de
Arbieto, pasó a servir a Vuestra Majestad en Flandes el año de Cincuenta y
Siete, y después siguiendo su bandera. Pasó en Italia y se halló en el socorro
de Orán y toma del Peñón y socorro de Malta, y volvió a Flandes con el Duque de
Alba, hallándose en todas las más e importantes ocasiones que en aquellos
Estados han sucedido, recibiendo muchas heridas, y pasando grandes trabajos,
hasta el año de Ochenta y Siete que cayó en una grandísima enfermedad
melancólica. Y por relación de médicos, el Duque de Parma le dio buena
licencia, con la cual se vino a su casa. Y hallándola perdida y su hacienda
enajenada, le fue necesario volverse al real servicio. Y Vuestra Majestad le
hizo merced de cuatro escudos de ventaja en un castillo del Reino de Portugal.
Y después se la mandó pasar a La Coruña, donde entendía de mandar su hacienda
en aquella Real Audiencia. Mas los Alcaldes de ella no le quisieron hacer caso
de corte. Ni pudiendo atender al pleito ante la Justicia de su pueblo, habiendo
de atender al real servicio, se concertó con los intrusos que volviéndoles el
dinero que ellos habían dado por las propiedades a las personas que se las
habían vendido y malbaratado, dentro del término de tres años, le volverían sus
posesiones y propiedad. El cual término se le pasa y no tiene dónde haber el
dinero sino de su sueldo. Suplica a Vuestra Majestad se lo mande librar y pagar
lo que hallare debérsele de cualquier dinero que haya, para que pueda hacer la
recuperación de su legítima, que al hacer cosa justa recibirá muy particular
merced”.