lunes, 6 de marzo de 2023

LA MELANCOLÍA DEL SOLDADO JOAN DE ROBLEDA

 

A través de un memorial dirigido al Rey Felipe II, el soldado Joan de Robleda relata sus esforzados servicios militares con la esperanza de obtener una merced, consistente en recursos dinerarios con los que poder recuperar sus antiguas propiedades. La breve carta, conservada en el Archivo General de Simancas (AGS, GYM, LEG, 370, 229), no está fechada, si bien otros documentos con los que comparte caja apuntan a que nos encontramos en el año 1592. Las peripecias bélicas de Joan de Robleda comienzan en Flandes, según él mismo indica, en 1557, encuadrado en los sufridos Tercios. Pasó después al Norte de Italia, escenario de las luchas hegemónicas mantenidas entre los ejércitos de Francia y España. La soberanía de Felipe II sobre el Milanesado fue finalmente aceptada por Francia en 1559 por la paz de Cateau-Cambrésis. Joan de Robleda menciona su participación en 1563 en la defensa de la plaza de Orán, que no pudo ser entonces conquistada por las ingentes fuerzas otomanas de Hasán Bajá. En 1564 estuvo en la toma del Peñón de Vélez de la Gomera, diminuto enclave norteafricano, desde ese momento español. En 1565 acudió al auxilio de Malta, cuya capital fue exitosamente defendida frente a la escuadra otomana por el Gran Maestre Jean Parisot de la Vallete. El soldado regresó a Flandes durante el período de gobernación del Duque de Alba (1567-1573), cuyo rigor en el aplastamiento de la rebelión iconoclasta provocó el descontento general de la población, dando lugar a nuevas revueltas. Allí Joan de Robleda asegura haber recibido numerosas heridas, conociendo grandes dificultades, pues le tocó estar en los más significativos asedios y en las principales batallas. Permaneció combatiendo en Flandes, auténtico infierno para los soldados de la Monarquía Hispánica, hasta que Alejandro Farnesio le permitió licenciarse en 1587, otorgándole una buena prima, tras treinta años de fiel servicio.


Lo que principalmente empujó a Joan de Robleda a retirarse fue el haber caído en una profunda depresión. Él la llama “grandísima enfermedad malencólica”. Todavía el término "malencolía" es admitido por la Real Academia de la Lengua, como sinónimo de "melancolía", que es la palabra más correcta, al conectar sin variación con el latín y el griego. El adjetivo usado por el soldado incide en el mal estado de su espíritu, en su tristeza permanente, en su desgana para afrontarlo todo. De la carta se infiere que los médicos de la época no entendían sólo de las heridas físicas, sino también de las morales, hasta el punto de intervenir en favor de la necesidad de licenciar a un soldado. Joan de Robleda regresa por tanto a su pueblo, que quizás muchas veces pensó que no volvería a ver, con la ingenua pretensión de acomodarse nuevamente en su antigua casa. Pero comprueba que sus familiares u otras personas que se habían hecho cargo de sus bienes los habían vendido. Estas circunstancias le llevan a pedir el favor regio, que le llega en forma de sueldo a cambio de sumarse a la protección de un castillo en Portugal, Reino que desde 1580 había unido, al menos en apariencia, destinos e intereses con Castilla. Se le ordenó luego contribuir a la vigilancia de la hacienda de la Real Audiencia de Galicia, establecida en La Coruña, donde experimentó desavenencias con sus dirigentes. Cuando redacta la carta que ahora analizamos, Joan de Robleda pertenece a la Compañía dirigida por el Capitán Jorge Arias de Arbieto, de origen gallego.


La importancia de las misiones que el Consejo del Rey encomendó a Joan de Robleda subraya la voluntad de recompensar su dilatada trayectoria militar. Pero el veterano soldado, ya con más de cincuenta años de edad, parece que no se desenvolvía bien en puestos tan alejados del frente. Su sueño seguía siendo recuperar su casa y sus tierras en su pueblo, de modo que acordó con quienes las habían comprado el revertir su propiedad pasados tres años, siempre que fuese capaz de pagar por ellas. Viendo que se va a cumplir el plazo de tres años y que no ha conseguido el dinero necesario, Joan de Robleda solicita al Rey que se lo dé, sacándolo de cualquier renta. Aunque no contamos con la respuesta oficial, es fácil suponer que las arcas reales estaban demasiado vacías como para librar dinero en efectivo al peticionario. La ayuda que la Monarquía podía dispensar al viejo soldado, tan implicado siempre en sus desmesuradas causas, consistía en seguir dándole trabajo, de forma que con el mismo pudiera continuar sustentándose de forma digna. Pero las cantidades obtenidas con dichos empleos, al no optar por prácticas corruptas, eran insuficientes para que Joan de Robleda pudiese cumplir su deseo de afincarse nuevamente en su tierra natal. Después de haber conocido tantos lugares, después de derramar tanta sangre, propia y ajena, su pueblo le parecería sobriamente hermoso y, sobre todo, pacífico. Es posible que creyese encontrar allí remedio para su terrible tristeza, para su dañina melancolía, algo que diese sentido a lo que le restaba por vivir, algo que le hiciese olvidar las espantosas imágenes de la guerra.


Transcribimos a continuación la solicitud de merced, actualizando la escritura originalmente utilizada: “Señor: Joan de Robleda, soldado de la Compañía de Jorge Arias de Arbieto, pasó a servir a Vuestra Majestad en Flandes el año de Cincuenta y Siete, y después siguiendo su bandera. Pasó en Italia y se halló en el socorro de Orán y toma del Peñón y socorro de Malta, y volvió a Flandes con el Duque de Alba, hallándose en todas las más e importantes ocasiones que en aquellos Estados han sucedido, recibiendo muchas heridas, y pasando grandes trabajos, hasta el año de Ochenta y Siete que cayó en una grandísima enfermedad melancólica. Y por relación de médicos, el Duque de Parma le dio buena licencia, con la cual se vino a su casa. Y hallándola perdida y su hacienda enajenada, le fue necesario volverse al real servicio. Y Vuestra Majestad le hizo merced de cuatro escudos de ventaja en un castillo del Reino de Portugal. Y después se la mandó pasar a La Coruña, donde entendía de mandar su hacienda en aquella Real Audiencia. Mas los Alcaldes de ella no le quisieron hacer caso de corte. Ni pudiendo atender al pleito ante la Justicia de su pueblo, habiendo de atender al real servicio, se concertó con los intrusos que volviéndoles el dinero que ellos habían dado por las propiedades a las personas que se las habían vendido y malbaratado, dentro del término de tres años, le volverían sus posesiones y propiedad. El cual término se le pasa y no tiene dónde haber el dinero sino de su sueldo. Suplica a Vuestra Majestad se lo mande librar y pagar lo que hallare debérsele de cualquier dinero que haya, para que pueda hacer la recuperación de su legítima, que al hacer cosa justa recibirá muy particular merced”.