Por
medio de un memorial conservado en el Archivo General de Simancas
(AGS, CCA, LEG, 444, 82) el platero Rodrigo de Reynalte se dirige al Rey Felipe II a
través de la Cámara de Castilla para pedir que a su hijo Francisco se le
otorgue el prestigioso cargo de alguacil de corte. La petición, realizada el 10
de Abril de 1576, es rechazada por el Rey mediante la expresión “No ha lugar”.
Rodrigo de Reynalte llevaba vinculado a la corte como orfebre largo tiempo. Él
mismo recuerda al principio de su carta que fue platero del príncipe Carlos
(1545-1568), trágicamente fallecido en el encierro decretado por su padre, a
quien desesperaba su mala conducta. Para solicitar tan gran merced para su
hijo, Rodrigo de Reynalte expone como mérito personal el haber guarnecido de
oro una lujosa espada, la cual fue regalada posteriormente por Felipe II al Rey
de Francia, Enrique III, con quien las relaciones diplomáticas de España eran
buenas. Y es que Enrique III era hermano de la tercera esposa de Felipe II, ya
fallecida, Isabel de Valois (1545-1568), que dejó para siempre en el monarca
español un sentimiento de profundo afecto. La impresionante espada, guarnecida
bellamente por Rodrigo de Reynalte, era fruto de un peculiar compromiso
adquirido por el orfebre con el Rey, de modo que debía terminarla antes de que
se cumpliese un año, cobrando por ella 50 ducados por cada día que no llegase
al año, perdiendo en cambio 50 ducados por cada día que rebasase dicho año,
cantidad que sería entregada a las “arrepentidas”, es decir, a alguna casa
religiosa que acogiese a mujeres provenientes de la prostitución y de otras
situaciones de marginación social. En la decoración áurea de la espada no solo
trabajó Rodrigo, sino que también intervinieron sus hijos y otros oficiales,
turnándose en el taller, de modo que la misma pudo ser finalizada 57 días antes
de cumplirse el año, convirtiéndose por tanto su precio en 2.850 ducados
(equivalentes a 1.068.750 maravedíes). El tipo de encargo, su elevado coste y
la pretensión de Rodrigo de obtener además un buen puesto en la corte para uno
de sus hijos nos remiten a un ambiente áulico que cuadra mal con las
dificultades financieras del monarca, que justo en 1576 tuvo que hacer frente a
una seria bancarrota.
A
las cantidades manejadas en el texto, las cuales provocan cierto sonrojo,
habría que sumar el oro empleado, cuyo suministro corría a cargo de la Hacienda
Real. El memorial comentado es el siguiente: “Rodrigo de Reynalte, platero
que fue del Principe Nuestro Señor, que esta en el cielo, dize que ya Vuestra
Magestad terna noticia de la espada que su Alteza le mando guarnescer de oro,
que fue la que Vuestra Magestad embio al Rey de Françia, la qual le mando que
en todo caso acabase dentro de un año. Y el dicho Reynalte respondio que la
obra era mucha, y que seria imposible acabarla en tan breve tiempo, aunque el y
sus hijos trabajasen noche y dia, sino fuese metiendo en ello muchos officiales
y que el no tenia hazienda para poderlos pagar. Y su Alteza le dixo que lo
hiziese, y que el dava su palabra que todos los dias que la acabase menos de un
año le daria por cada uno dellos 50 ducados, con condicion que todos los que
passassen del año el dicho Reynalte se obligase de pagar otros tantos, de los
quales haria merçed a las arrepentidas. Y el dicho Reynalte viendo la instancia
que su Alteza le hacia, se obligo de hazerlo assi. Y su Alteza mando a Juan
Estévez de Lobón, su criado, se obligase de su parte (como lo hizo) de que se
le pagaria la dicha cantidad, como parecera por la carta de obligacion que
dello fue hecha, que esta en poder del secretario Matheo Vázquez. Y el dicho
Reynalte, a mucha costa de su trabajo y hazienda, sin descansar noches ni dias,
acabo la dicha obra cinquenta y siete dias antes que se cumpliese el año, que
montaron, a razon de cinquenta ducados cada dia, dos mil y ochocientos y
cinquenta. Supplica a Vuestra Magestad que mandando considerar esto, y lo mucho
que ha que sirve y la gran cantidad de dinero que le fue forçoso gastar con
officiales para cumplir con su Alteza, en recompensa de todo ello, sea servido
hazerle merçed de la bara de alguacil de corte, que ha vacado por muerte de
Truxillo, para Francisco de Reynalte, su hijo, que en ello recibira muy
particular merçed de Su Magestad”.
Rodrigo
de Reynalte tuvo dos hermanos que fueron también plateros en la corte de Felipe
II, muestra de que el oficio estaba muy arraigado en su familia, y testimonio
de la alta calidad de su trabajo. El hermano mayor de los tres era Pedro, y el
menor de todos Diego. Se trataba de una familia de origen francés, cuyos
antepasados se habían asentado a principios del Siglo XVI en Medina del Campo,
atraídos por la intensa actividad comercial de sus ferias. Ya los tres hermanos
parece que nacieron en Valladolid, a donde siguieron acudiendo mucho para ver a
su madre, a pesar de estar vinculados por su trabajo a la corte de Madrid. Los
tres fueron familiares del Santo Oficio de la Inquisición, por lo que se comprometían
a actuar como informantes y tenían derecho a portar armas. Se sabe de Pedro que
tuvo una tienda, y que los tres hermanos desempeñaron durante años su labor
orfebre cerca de sus propias casas. Una hija de Pedro, llamada Luisa, se casó
hacia el año 1560 en Valladolid con Alonso Sánchez Coello, pintor de cámara de
Felipe II.
Al
menos la cuarta parte de un legajo sobre cuentas (AGS, CMC, 1EP, 1054) del Archivo
General de Simancas consiste en la revisión de los importes de las obras
orfebres realizadas por Rodrigo de Reynalte entre los años 1562 y 1568. El
nombre del platero aparece en la cubierta del legajo, lo que da idea de su
importancia, junto con el de Alonso Velázquez de la Canal, grefier del
desafortunado príncipe Carlos. Otras cuentas intervenidas que figuran en el
legajo son las de Miguel Gozacho, tirador de oro, encargado de reducir éste a
hilo. Se fiscaliza la labor del platero, al utilizar materias primas de gran
valor. La Contaduría Mayor de Cuentas comprobaba que hubiese sido correcta la
gestión de los caudales públicos realizada por quienes administraban o se
valían de una parte de los mismos. En el caso de las cuentas de Rodrigo de
Reynalte, se van enumerando los trabajos que realizó, reseñando su coste. Se
tachan los gastos comprobados o se pone una equis en uno o en los dos laterales
de cada registro. Da la impresión de que cada registro fue comprobado varias
veces, dado el alto valor de algunos de los encargos. Los enunciados son muy
ilustrativos de los diferentes tipos de tareas que afrontaba Rodrigo de
Reynalte, mostrando claramente que, aunque se le llamara platero, trabajaba
mucho más con el oro que con la plata. Sirven también para conocer muchos de
los objetos suntuarios característicos de la época, permitiendo recrear mejor
cómo era la vida cortesana. Al referirse al oro en las cuentas, se utiliza como
medida de peso el tomín (de aproximadamente 0,575 gramos); 8 tomines hacían un
castellano (4,6 gramos); y 50 castellanos hacían un marco (230 gramos); a su
vez el marco equivalía a ocho onzas (cada una de ellas de 28,75 gramos); por lo
que cada onza tenía 50 tomines.
Para
cada encargo, se le proporcionaba a Rodrigo de Reynalte el oro necesario,
pudiendo variar la forma en que se le presentaba éste, yendo desde la materia
prima en bruto hasta monedas u objetos viejos o estropeados que debían ser
fundidos para poder acometer luego los refinados trabajos. El oro aportado
podía ser suficiente, sobrante o escaso, lo que le llevaba a devolver una parte
del mismo o a solicitar más. Se alude a veces a una tasación inicial y luego a
una retasa que modificaba el importe estimado del principio, normalmente
aumentándolo. En estas tasaciones intervenían los plateros oficiales de la
corte, elaborando unos informes que servían para que los contadores aprobasen o
no los importes consignados. Los llamados guardajoyas, como Diego de Olarte,
tenían entre sus funciones atestiguar que los encargos recibidos por Rodrigo de
Reynalte eran verdaderos. Éste trabajaba de forma preferente para la familia
real, pero también satisfacía las peticiones de algunos cortesanos, si las
mismas no le apartaban del cumplimiento de sus obligaciones principales.
Sabemos también que por parte de la Casa Real se consultó a Rodrigo de Reynalte
a la hora de efectuar algunas adquisiciones de bienes de lujo para determinar
cuál sería el precio justo a pagar por ellos.
Si
el objeto dañado por el uso no era descartado y destinado a la fundición,
Rodrigo de Reynalte acometía su arreglo. Se mencionan en este sentido
reparaciones de pernos de braseros y de tornillos de copas. Muchas copas tenían
base y fuste metálico, pudiendo ser su parte superior también metálica o de
cristal. El fuste adquiría con frecuencia forma torsionada. Además de copas, el
platero tenía que arreglar otras piezas de vajilla abolladas o rotas. Soldaba
piezas que habían perdido su unión por un trato frecuente o brusco. Limpiaba
los objetos de oro o de plata que habían visto mermado su brillo original.
Sabía también moldear el acero y otros metales para crear elementos utilitarios,
como garabatos destinados a colgar cacharros y herramientas. Engarzaba rubíes y
otras piedras preciosas en soportes de oro, especialmente en sortijas.
Combinaba el oro con otros materiales suntuarios, destacando en este sentido la
alusión a una cruz de oro con Cristo de coral. Utilizaba el oro para resaltar
las líneas y las molduras de muebles de maderas finas, como escritorios. Para
hacer más lujosos los objetos de uso cotidiano de sus señores, los doraba,
empleando habitualmente para ello el oro que obtenía fundiendo las monedas que
se le habían facilitado. Esta práctica está atestiguada por ejemplo para
relojes de latón. El hecho de recibir monedas de oro para su posterior
fundición facilitaba al platero el cálculo del presupuesto de que iba a disponer
para su próximo trabajo. En las cuentas se registra a veces cuál era la
procedencia del oro a emplear.
En
un documento del año 1561 (AGS, CSR, LEG, 178, 87) de la sección Casa y Sitios
Reales del Archivo General de Simancas, Rodrigo de Reynalte explica la justa
necesidad de retasar a la baja un aljófar que había pertenecido al rey de
Túnez, y que se vendió por un precio excesivamente elevado a un comerciante
judío, llamado Salomón Benzeberru. El aljófar en este caso era un conjunto de
joyas compuesto por perlitas irregulares acompañadas de elementos decorativos
de oro. Por reclamación del comerciante, Rodrigo de Reynalte comprobó un hecho
que le había pasado inadvertido en la primera tasación, y es que los canutos de
oro de las joyas estaban rellenos de cera. Se procedió por tanto a extraer la
cera y a pesarla, compensando al comerciante con 44 ducados (16.500
maravedíes), lo que suponía una rebaja considerable con respecto al precio que
inicialmente se había dado al aljófar. A través de otro documento (AGS, CSR, LEG, 163, 1, 91),
esta vez de 1563, queda constancia de la realización de un pago a Rodrigo de
Reynalte de 3.487 maravedíes que se le adeudaban, así como del pago de la misma
cantidad a otro platero, compañero suyo, Juan Álvarez, en ambos casos por la realización
de varias tasaciones y otros menesteres. Este pago se había dilatado porque la
persona en quien se había librado el dinero para efectuarlo, Martín de
Villasante, había fallecido sorpresivamente.
Ya
en 1569 nos encontramos con que cuatro plateros de la corte (Melchor de
Bascuñana, Juan de Vargas, Juan Bautista Láinez y Diego Láinez) tasan una obra
de Rodrigo de Reynalte, consistente en espada, daga y talabarte de oro, en
1.393.125 maravedíes, describiendo algunos de sus bellos y floridos aspectos formales.
Son varios los testimonios que apuntan a que la decoración de armas blancas
estaba entre las especialidades de Rodrigo de Reynalte, si bien se trataba de
trabajos de larga duración que le dejaban extenuado. Es probable que alguna
espada espléndidamente rematada llegase a ser suya en propiedad. Se cita una
espada admirable en 1631 en el testamento e inventario de bienes de Juan Sánchez Coello
de Reynalte, el cual explica que la heredó de su tío Rodrigo, que a su vez
era sobrino del platero Rodrigo de Reynalte. Pudo ser hecha por éste o por
alguno de sus hermanos, o quizás fue fruto del trabajo de varias personas, como
en el caso de la espada regalada al Rey francés. Tres encargos satisfechos en
1572 por Rodrigo de Reynalte hay que situarlos en el contexto constructivo del
Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial: Cruz de oro para un Cristo
(161.110 maravedíes), cuatro manzanas de cristal guarnecidas de oro y
destinadas a una cama (391.216 maravedíes) y conjunto de espada, daga y
clavazón de un talabarte, todo ello de oro (4.032.500 maravedíes).
Comentaremos
o al menos enumeraremos algunos de los lujosos objetos que Rodrigo de Reynalte
fabricaba, arreglaba, soldaba, limpiaba, refundía… Llama la atención por
ejemplo la mención constante de botones, corchetes y alamares, los cuales eran
claros marcadores de estatus, diseñados para ser exhibidos en la vestimenta.
Podían ser de cristal guarnecido de oro, o bien de otros materiales caros,
alejándose del hueso, corcho o tela usados por los pobres. Otros aderezos de
oro podían ir prendidos o desplegados en las ropas y en las gorras, como es el
caso de las cadenas, las trenzas y los crancelines. Entre los collares más
vistosos que tuvo que elaborar Rodrigo de Reynalte estaban los de la
ceremoniosa orden del Toisón de Oro. Las medallas contabilizadas solían estar
asociadas a camafeos, piedras preciosas o semipreciosas en las que se tallaban
figuras en relieve. Rodrigo de Reynalte se encargaba de los rebordes, engarces
y cordones metálicos de los camafeos, pero probablemente no era él quien los
tallaba, teniendo en cuenta que algunos aspiraban a ser auténticos retratos.
Los camafeos podían ir también insertos en anillos y botones. Para sellar se
utilizaban a veces sortijas, recurriéndose en otros casos a macetas de mayor
tamaño. En relación con la escritura, Rodrigo de Reynalte elaboraba plumas y
salvaderas para colocarlas, de forma que no se mancharan de tinta las mesas.
Fabricaba las partes metálicas de los “antojos” (gafas) y las partes menos
técnicas de los relojes. Creaba mondadientes de oro, a juego con las generosas
comidas de sus señores. Hacía tijeras y tijeras de despabilar. Con estas
últimas se cortaba la mecha chamuscada de las velas y se retiraba la cera de
alrededor para reavivar su fuego. Las velas eran colocadas en candeleros y
palmatorias. Con braseros, calentadores y calderetas se subía la temperatura de
las habitaciones. Entre los objetos religiosos realizados por Rodrigo de
Reynalte estaban cruces, cálices y vinajeras. Embellecía las piezas de vajilla,
como jarros, frascos, vasos, copas, tazas, platos, tapas… Para los caballos
diseñaba bozales con campanillas y cadenas. Y para ayudar a remarcar la
autoridad de determinados cargos producía varas de mando, semejantes a la de
alguacil de corte que el Rey Felipe II decidió no conceder a su hijo, Francisco
de Reynalte.