En sus aproximadamente 40
años de vida, el Primer Duque de Arcos, Rodrigo Ponce de León (1490-1530), se
casó en cuatro ocasiones. En 1507 contrajo matrimonio con Isabel Pacheco, mujer
que le superaba bastante en edad, y que murió sin darle descendencia. Más tarde
se casó con Juana Téllez Girón, con la que tuvo a Jerónima, que falleció siendo
niña. Tras la muerte de Juana, se desposó con la hermana de ésta, María Téllez
Girón, que le dio hacia el final de su vida dos hijos: Ana, nacida en 1527, y
Luis Cristóbal, nacido en 1528, que se convertiría pronto en el Segundo Duque
de Arcos. Al morir María, Rodrigo Ponce de León se casó por cuarta y última vez.
La boda tuvo lugar en Portugal, ya que la esposa, Felipa Enriques, era de allí.
Este último período matrimonial fue de corta duración, por la muerte en este
caso de Rodrigo. Tanta sucesión de muertes en un espacio relativamente corto de
tiempo revela la precaria salud que tenía mucha gente, incluso del estamento
nobiliario, dado el escaso desarrollo de la medicina y de las atenciones
médicas. A Rodrigo, afincado en Marchena, le conquistó sin duda en su último
año y medio de vida la idiosincrasia portuguesa, no sólo por el hecho de que
fuera directamente a Portugal a encontrar una nueva esposa, sino también porque
poco después de regresar escribió solicitando que se trajesen de allí, para el
servicio de su casa señorial, varias doncellas, las cuales con su compañía
harían a su mujer más llevadero el cambio de país. El llamamiento hizo que seis
jóvenes portuguesas, extraídas de la baja nobleza, acudiesen a las posesiones
solariegas del ducado de Arcos en busca de una mayor prosperidad, abandonando
sus lugares de origen y gastando en la incierta aventura determinados recursos
propios.
El fallecimiento del
Duque no muchos meses después hizo que las muchachas tuviesen que volver a su
tierra, reclamando desde allí a la Duquesa viuda el envío de algo de dinero con
el que poder concertar con más garantías de futuro sus casamientos. Felipa Enriques
explica, en un memorial conservado en el Archivo de Simancas (AGS, CCA, LEG,
224, 61) su complicada situación económica, solicitando al Rey a través de la
Cámara de Castilla que asigne a las muchachas las cantidades que considere,
extrayéndolas luego de las rentas correspondientes al nuevo pequeño Duque, Luis
Cristóbal. También Felipa solicita que de las mismas rentas se pague a su madre
el importe de algunas cosas que fueron traídas de Portugal para su difunto
marido. Éste en su testamento no pudo dejar nada a sus criados y al personal a
su servicio, al no disponer de bienes suficientes que no estuviesen sujetos al
vínculo de mayorazgo. La necesidad de liquidez había obligado al Duque a solicitar
algunos gravosos préstamos que incluso ponían en peligro el mantenimiento de
ciertas propiedades familiares. Aunque la base teórica de las rentas anuales
percibidas por el Duque era muy alta, sobre algunas de ellas había ciertos
litigios, no ayudando tampoco el insuficiente uso dado a las tierras, la
participación en proyectos militares y el curso cambiante de las veleidades
políticas. Para obtener nuevas fuentes de riqueza, el Duque había puesto en
marcha salinas y explotaciones azucareras, mientras se retrasaban los permisos
para la apertura de las minas que había heredado. Estaba resultando muy costosa
la construcción de dos espacios religiosos patrocinados por el Duque: la
iglesia de Nuestra Señora de la O de Rota y el convento dominico de San Pedro
Mártir de Marchena. En este segundo lugar sería enterrado Rodrigo junto a su
tercera esposa, María Téllez Girón.
Queriendo dar más fuerza
a su ruego, Felipa Enriques lo acompaña de algunas cartas del Duque difunto y
de una declaración efectuada por Fray Domingo de Baltanás (1488-1568), que era el
confesor y uno de los albaceas del mismo. Este clérigo dominico, prolífico
escritor moralista, gozaba de un gran prestigio por entonces. Tras su etapa
inicial de formación teológica, alcanzó en 1522 el rectorado del Colegio
sevillano de Santo Tomás. Adquirió gran fama como predicador, consiguiendo que
destacadas familias nobiliarias andaluzas aportasen recursos para la fundación
de conventos. Fue misionero entre los moriscos de las Alpujarras antes de que
estallase allí la rebelión. Algunas de sus ideas, consideradas demasiado
audaces, provocaron en 1561 su choque con la Inquisición, que le hizo pasar los
últimos años de su vida recluido en un convento, y que se aseguró de que sus obras
doctrinales no alcanzasen excesiva difusión. En la carta de la Duquesa viuda de
Arcos se menciona a Fray Domingo de Baltanás como uno de los encargados de
hacer que se cumplan las últimas voluntades de Rodrigo Ponce de León, sin que apenas
haya en este caso bienes para repartir, quedando la herencia bastante compacta
en el mayorazgo recibido por Luis Cristóbal, que al morir su padre no tenía ni
dos años de edad. Este memorial muestra claramente el pesar y la frustración de
la joven viuda, así como su identificación afectiva con las otras damas
portuguesas, hasta el punto de convertirse en defensora de sus causas ante el
Rey. A la solicitud efectuada por Felipa Enriques responde el Rey Carlos I
“Véase” y “que el Gobernador y los testamentarios informen de todo”, es decir,
que el asunto se lleve adelante, para ver si es procedente o no el desvío de
algunas rentas del Segundo Duque de Arcos para el pago a las seis doncellas
portuguesas y a la madre de la peticionaria. Reproducimos a continuación el
núcleo del texto analizado:
“La duquesa de Arcos
besa los pies de V. M. y dize que, despues que el duque, su marido, se caso con
ella en Portugal, de donde la traxo, escrivio a aquel Reyno que se buscasen
algunas donzellas hijasdalgo que viniesen a estar en su conpañia y serviçio, y
que asi lo hizo, que por su mandado se enbiaron seys donzellas, hijas de
cavalleros en aquel Reyno, que aca llamamos fidalgos, y estuvieron en su casa y
conpañia hasta que el dicho duque de Arcos, su marido, murio. Que a ella no le
quedo con que poderlas sustentar, porque no le quedaron mas de 300.000
(maravedíes) para sus gastos, y que por esta cabsa se bolvieron a casa de sus
padres. Y después de ydas le piden a la dicha duquesa que les pague y ayude
para sus casamientos, pues debaxo desta palabra ellas salieron de su
naturaleza, y para venir como devian, y servir y aguardar señores, gastaron
mucho de sus hasiendas. Y que visto que piden justo y ella no tiene de que
pagallas ny razon por que hazello, pues ella no las mando venir, a pedido a los
albaçeas del dicho duque que se cumpla con ellas, a lo qual an respondido que
lo harian si toviesen bienes del dicho duque, porque bien veen que es a su
cargo. Suplica a Vuestra Magestad que atento que esto es serviçio y de
donzellas que se an de casar y por solo este fin se movieron, mande que, pues
no ay bienes del duque difunto, se pague de la renta de su hijo, pues tiene
hende que hazello, y esto es cosa que agraviara su conçiençia si no se fiziese.
Y para que mas justamente se haga, V. M. mande que, pues estas donzellas son
hijasdalgo y personas honradas, libre de tomar cantidad como a V. M. pareçiere
señalar para cada una, porque en el cumplimiento de lo que se les a de dar no
aya dilaçion, mandado tener respecto a la calidad de las personas a quien
vinieron a servir y de otro Reyno. Y presenta este testimonio y las cartas del
dicho duque. Asi mismo suplica a V. M. mande que se pague de la renta de los
duques quarenta myll maravedíes que se deven a dona Maria Enriques, madre de la
dicha duquesa, de cosas que para el dicho duque difunto se truxeron de
Portugal, como se mandara ver por un testimonio de declaraçion de Fray Domingo
Baltanás, albaçea del dicho duque, que se presenta”.