El
título elegido para este artículo hace referencia al deseo de ir más allá de la
numismática a partir de reflexiones relacionadas con las monedas,
aproximándonos a ellas tanto desde el estudio y el ámbito del coleccionismo
como desde la perspectiva de su simple utilización dentro de las sucesivas
sociedades históricas. La presente narración incorpora ideas surgidas de
experiencias personales, descendiendo en algunos casos a piezas concretas para
intentar hacer más vívida la interactuación con quien se anime a leer esto. Un
mensaje de partida, desprovisto de magia pero abierto al gusto simbolista, es
que a veces no eres tú el que encuentra una moneda, sino que es la moneda la
que te encuentra a ti. En mi caso, la pieza paradigmática para ilustrar este
pensamiento es una diminuta moneda de bronce de la ciudad de Mitilene, en la
isla griega de Lesbos, de hacia 350-250 a.C., con un rostro femenino en el
anverso y una lira en el reverso. Se trata del posible retrato de perfil de la
poetisa Safo, con el pelo recogido en una “sphendone”. Yo había dedicado un
trabajo universitario, en la época en que cursé la carrera de Historia, a la
lírica griega arcaica de Safo y Alceo. A partir de ese trabajo generé luego
para el blog dos artículos, recreando la vida en Lesbos según cada uno de estos
escritores. El propio nombre del blog hace referencia a un tipo de composición
poética de Alceo, los “Stasiotika” o “Cantos de batalla”. Esa monedita la tenía
guardada desde que muchos años atrás la compré en un mercadillo, sin saber
prácticamente nada sobre ella. Hasta hace un par de años, tras numerosas
búsquedas por internet para identificarla, no me di cuenta de qué moneda era.
Mi sorpresa inicial fue tremenda, pero a la vez sentí que se cerraba un
círculo. Es mi moneda más antigua, mi única moneda de la antigua Grecia, justo
del lugar en que versificaron Safo y Alceo… Yo me interesé por ellos, y tras el
huracán de los siglos, en una lotería casi imposible de acertar, esa monedita,
con el símbolo poético de la lira, llegó hasta mí.
Al remover las monedas en las
cajas que están sobre las mesas de los vendedores de los mercadillos uno va
buscando alguna pieza especial, desconocida, o de cuyo tipo no tenga, o que
presente una bonita pátina… La mayor parte de estas monedas son corrientes,
fáciles de conseguir, al haberse acuñado muchas. Uno de los factores que a mí
me impulsa a elegir una moneda es la antigüedad, habiendo establecido el año
1945 como mi límite subjetivo para determinar si una pieza es antigua o no. En
la elección del año tuvo sin duda que ver el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Las convulsiones provocadas por los conflictos bélicos se aprecian en el
terreno numismático por ejemplo en el uso temporal de materiales inadecuados,
como el zinc o el hierro, que a los pocos años muestran ya importantes signos
de deterioro. Algo inverso ocurrió en el caso estadounidense, pues las monedas
de níquel de 5 centavos con la imagen de Jefferson pasaron a incluir entre 1942
y 1945 un 35 por ciento de plata, queriendo mostrar así fortaleza económica,
justo coincidiendo con la decisiva participación norteamericana en la guerra.
El descubrir que una moneda tiene algo de plata, aunque sea un pequeño
porcentaje, es para mí toda una alegría. Al limpiarla su brillo es mayor. Ver
cómo pasa de ser una pieza oscura a lucir con tonos plateados genera una gran
satisfacción.
En mi opinión es mucho más
hermosa la plata que el oro. La relación entre ambos metales en los mercados
bursátiles es claramente favorable al oro, habiendo superado en algunos momentos
del año 2019 los noventa gramos de plata por cada gramo de oro. Este último
tiene unas connotaciones de poder, riqueza y ostentación que no son tan
acusadas en la plata, que es más accesible para una mayor cantidad de personas.
Sin duda la distancia actual en el precio entre el oro y la plata es claramente
excesiva si atendemos a su producción, a la demanda y a las características
concretas de su belleza, sin olvidar que la plata es algo más dura que el oro.
La burbuja del oro se ha visto favorecida por la vitalidad experimentada por
las casas de empeños durante la última crisis económica. En las épocas en que
los Estados asumieron un patrón bimetálico para sus acuñaciones el oro y la
plata estaban mucho más próximos en cuanto a su valoración efectiva. El brillo
del oro ciega, te mete en la espiral de la especulación, mientras que en cambio
la plata brilla sin cegar, sin estratificar con su brillo a la gente en clases
sociales. El mayor productor mundial de plata es México. Las monedas mexicanas
de plata de un peso, con la imagen de Morelos, acuñadas entre 1957 y 1967,
presentan la curiosidad de tener tan sólo un 10 por ciento de plata. Se trata
de una moneda vistosa, de gran volumen, con una preciosa gráfila dentada y
recursos iconográficos clasicistas. Lleva en el canto la leyenda “Independencia
y Libertad”. Es uno de los últimos ejercicios de inclusión de plata en monedas
de uso corriente, auténtica exhibición del control de la materia prima. Los
últimos chelines británicos con plata, al 50 por ciento, fueron los de Jorge VI
del año 1946, lo que da idea del giro lógico e irreversible hacia la exclusión
de los metales nobles en los sistemas monetarios internacionales.
Entre los materiales más usados
en la fabricación de monedas están el cobre y el níquel. Su combinación da como
resultado el cuproníquel, que fue sustituyendo a la plata en las emisiones de
gran número de países a lo largo del Siglo XX, abaratando así los costes de
producción y permitiendo elevar el circulante, favoreciendo la agilidad de las
pequeñas transacciones. El mayor productor mundial de cobre en 2018 fue Chile,
mientras que en el caso del níquel fue Indonesia. Es decir, podría darse el
caso de que un país carente de estas materias primas utilizase para sus monedas
de cuproníquel de curso legal cobre de Chile y níquel de Indonesia, aleados y
acuñados con los símbolos nacionales propios, siendo por tanto estas piezas un
manifiesto claro de la actual globalización. Para la deteriorada economía
cubana, sometida al bloqueo estadounidense, la producción y exportación de
níquel supone una de sus principales fuentes de divisas. El cobre mejora sus
prestaciones mezclado del 3 al 20 por ciento con estaño, originándose así el
bronce. En cuanto al latón, que pretendía imitar el aspecto y el brillo del
oro, supone la unión del cobre con el zinc. La mezcla de plata con cobre es el
vellón, signo de la pauperización de los sistemas monetarios ya desde el Bajo
Imperio Romano. Los antoninianos de Probo (276-282) llevaban a veces en el
exergo la inscripción XXI, que se interpreta como veinte partes de cobre por
una de plata. El electro, que aleaba el oro con un menor porcentaje de plata,
fue usado ya en el Siglo VI a.C. por los lidios en sus monedas, es decir, casi
desde la invención de las mismas. Al aludir al acero, aleación de hierro y
carbono, cabe destacar por su módulo, belleza iconográfica e incorruptibilidad
las monedas italianas de 50 y 100 liras producidas entre 1954 y 1989, de
calidad excesivamente alta con respecto a su escaso valor facial. Para pequeños
valores se usó en distintos países como material monetario, de color gris, el
aluminio, demasiado ligero, y que genera una especie de polvillo si las
condiciones de conservación de las monedas no son las óptimas.
Tanto las monedas como los
billetes que han circulado mucho tienen gran cantidad de bacterias y partículas
adheridas, algunas de ellas incorporadas a dichos soportes desde el inicio de
su puesta en uso, pues es raro que alguien decida lavar una moneda con la idea
de volverla a hacer circular, siendo lo normal en este caso atesorarla. Si la
pieza llega hasta nosotros y decidimos incorporarla a nuestra colección es
probable que la manipulemos intensamente durante unos minutos, con lo que
estaremos impregnándonos de una parte significativa de sus bacterias, al menos
las suficientes para que sea recomendable lavarnos las manos antes de ponernos
a ingerir alimentos. Pensemos por ejemplo en que adquirimos una moneda de cobre
de 8 maravedíes de la ceca de Jubia (parroquia del municipio coruñés de Neda)
acuñada a nombre de Fernando VII (1814-1833). Quizás dicha moneda, como parece
indicar su oscura pátina, no ha sido limpiada nunca. Al estudiarla pasarán a
nuestras manos variados microorganismos, la mayoría de ellos no muy antiguos.
Los restos microscópicos adheridos a esa moneda, entre los que puede haber
incluso ADN de plantas, animales o personas, pueden retrotraernos a la Galicia
en que fue acuñada y a los distintos ámbitos peninsulares por los que circuló.
Lejos de sentir asco, para mí es alucinante ese viaje bacteriano, como si
estuviese estrechando la mano de todas y cada una de las personas que usaron
esa moneda, tanto en transacciones normales como en otras menos dignas. La
intensidad de su circulación fue mayor en fechas próximas a la fecha que figura
en la moneda, lo que en este caso significaría conectar de alguna manera con
los españoles que vivieron en época de Fernando VII, experimentando la pésima
gestión gubernativa del monarca y las luchas fratricidas entre absolutistas y
liberales. Tal vez la tuvo un segundo en sus manos “Puchurra”, como llamaba
cariñosamente el general Riego a su sobrina y joven esposa, María Teresa del
Riego y Bustillos.
Al hacerme con una moneda de
colección con frecuencia la busco en catálogos de papel o por internet para
comprobar el número de piezas que se acuñó, y comprobar así si es una moneda
común o algo más rara. Existe la posibilidad de que fuera acuñada solamente en
un año determinado, o que se produjese durante un período más largo. Cuanto
menor sea el número de piezas emitidas de un tipo concreto normalmente mayor es
su valor. Cuantas menos hay, menor número de personas tiene un ejemplar del
tipo referido, lo cual puede ser una ventaja o un inconveniente, según se mire.
Todo esto ha de tomarse con cautela, pues por ejemplo el fiasco de Afinsa y
Forum Filatélico, empresas de carácter piramidal intervenidas judicialmente en
el año 2006, se debió en gran parte a ofrecer a sus clientes como fondos de
inversión colecciones de sellos supuestamente escasos, ediciones limitadas de
países exóticos… auténticas estampitas de muy poco valor real. Los sellos
tienen la desventaja con respecto a las monedas de no tener la posibilidad de
estar hechos de oro, plata u otros materiales de alto valor intrínseco,
independientemente del valor añadido de su antigüedad, que además en el caso de
las monedas puede ser mucho mayor. Los sellos permiten una iconografía más rica y un despliegue cromático mayor que las monedas, pero son más frágiles y no resisten un ritmo elevado de circulación. Otro tipo de valor es el sentimental, el de
recuerdo de haber visitado un país… En mi caso no me convence mucho como
criterio para aumentar el precio de una moneda el que presente algún tipo de
error de acuñación. En el caso de las subastas profesionales se convierte en
determinante el nivel de desgaste, el grado de circulación… haciendo oscilar
mucho los precios de un mismo tipo. A mí las piezas desgastadas, que han
circulado mucho, me gustan. A veces sus inscripciones y motivos están tan
borrosos que son todo un reto para la identificación.
Mi tendencia a adquirir monedas
desgastadas, por lo de conectar más con las sociedades y generaciones que las
usaron, me complica a veces enormemente su identificación. Una de las piezas
que más años tardé en descifrar me supuso también una gran sorpresa, de modo
que enseguida quise interpretar que era un mensaje para mí, oculto durante
mucho tiempo. Se trata de un “conder token” comercial inglés de 1794, realizado
en cobre, equivalente a medio penique. Responde a un período en que el
impresionante crecimiento económico británico suscitado por la revolución
industrial impulsó a algunos empresarios a poner en circulación piezas propias
para incentivar el comercio y publicitarse. En este caso el nombre del
comerciante venía en el canto de la pieza: Richard Bacon. En el anverso aparece
un paisaje cuyo elemento más destacado es el Castillo de Norwich, que en el
momento en que se acuñó la moneda funcionaba como prisión. En el reverso está
suspendido el mítico vellocino de oro, que era un símbolo empleado por los
empresarios textiles y los comerciantes de lana para expresar el deseo de
prosperidad. Encima del vellón del carnero puede leerse: “Good Times Will Come”
(Vendrán buenos tiempos). Debajo figura la fecha en números romanos. La
sorpresa para mí se debió principalmente a que yo, que apenas he pasado tiempo
en el extranjero, había estado unas tres semanas en Norwich, sirviéndome la
experiencia de no enterarme allí de nada, al regresar a España, para intentar
ser más lanzado en el terreno laboral, al estilo argonauta, con la ventaja de
perseguir tan sólo un vellocino de plata.
Algo que choca en ocasiones es
comprobar por catálogo que un tipo de moneda fue muy corriente, al haberse
producido muchos ejemplares, y luego no encontrarla tan fácilmente en las
tiendas o puestos de monedas. Una de las explicaciones posibles es que se
produjese una retirada masiva por cuestiones políticas para su posterior
refundición, con la consecuente puesta en circulación de nuevos tipos a partir
del mismo u otro material, introduciéndose una iconografía más acorde con las
ideas de los nuevos gobernantes. Esta práctica, en la que dejan de tener validez
los tipos antiguos, supone una “damnatio memoriae” o condena de la memoria, el
equivalente numismático a una quema de libros prohibidos. En el caso español
este fenómeno se observa para algunos de los valores puestos en circulación por
la Segunda República, como las monedas de cobre de 25 y 50 céntimos acuñadas en
Aspe (Alicante) en 1937 y 1938. La primera de ellas, el real con perforación
central, lleva en el anverso la imagen de unas cadenas, rotas justo por la zona
en que se abre paso un libro de ciencia. El mensaje era que el conocimiento
destruye las cadenas impuestas por la superstición. En el reverso flanquean el
valor facial una ramita de roble y otra de olivo, por la dualidad de
influencias en la conformación de la identidad española, unas norpirenaicas y
otras mediterráneas. En la segunda moneda referida destaca la representación de
una alegoría femenina de la República, sentada, robusta, sosteniendo una ramita
de olivo por el deseo de paz. Las dos piezas descritas, en muchos casos, están
prácticamente sin circular, en muy buen estado, al haberse producido su
retirada poco después de su creación.
Dos piezas que conseguí en
rastrillos de Mahón, en Menorca, son antitéticas en cuanto a estado de
conservación, pero ambas permiten extraer conclusiones muy interesantes. La
primera de ellas es una moneda polaca de níquel de 50 groszy, del año 1923, con
su característica águila coronada y explayada en el anverso. Está impecable,
como si no hubiera circulado nunca, hasta el punto de que al comprarla creí que
era una reproducción moderna, que era imposible que una pieza tan antigua, del
período de entreguerras, estuviese en tan buen estado. La clave se encuentra en
que se acuñaron muchísimas, en concreto cien millones, lo que convierte en más
probable el que algunas reposaran década tras década en algún cajón,
manteniéndose en perfecto estado, dada la calidad de su factura, impasibles
ante los abruptos cambios fronterizos del Estado polaco. La otra moneda que
comentaré ilustra bien el deterioro que puede sufrir una moneda si pasa algún
tiempo a la intemperie o sumergida en el agua de un espacio natural. Se trata
de una moneda española de plata de 10 reales, del año 1860, con el perfil de la
reina Isabel II en el anverso. Tras reiteradas limpiezas, aunque bien es cierto
que sin recurrir a la electrolisis, sólo he conseguido que de estar negra al
principio pase a estar algo menos oscura, sin que la plata brille más que con
algún tenue reflejo amarillento. Presenta algunas concreciones y multitud de
pequeños cráteres, signo de que estuvo bastante tiempo en el exterior, expuesta
a la acción de los elementos. Bastan unos pocos años durmiendo al raso para que
una moneda experimente un gran deterioro, oxidándose de forma acelerada.
La manera de guardar las monedas
puede diferir mucho de un coleccionista a otro. En mi caso, para las más
corrientes posteriores a 1945 utilizo sobre todo cajitas de diapositivas, una
por país. Para las corrientes antiguas uso bolsitas de plástico transparentes
con cierre lateral, idea que adquirí tras participar en un taller de
arqueología en el que se clasificaban fragmentos cerámicos. A su vez estas
bolsitas van agrupadas por criterios cronológicos y geográficos en un
contenedor mayor, que puede ser una cajita metálica, de madera, plástica… cuadrada,
rectangular, redonda… Otro tipo de recipiente que uso bastante para grupos
homogéneos, como es el caso de los botones, es el de un cilindro de plástico
con tapa, por ejemplo los botecitos de comida para peces o de suplementos de
herbolario. Las piezas más destacadas lucen más en álbumes. Para poder apreciar
bien los billetes y para que se conserven en buenas condiciones lo más adecuado
es también usar álbumes con hojas de plástico transparentes. En los rastrillos
he observado que con frecuencia los vendedores recurren para mostrar sus
monedas a cajas de puros o a las míticas cajas metálicas de gasas “Acofar”,
cuadradas, de bordes redondeados y de profundidad variable. Es importante
aislar las piezas cuyos signos de deterioro pudieran transmitirse a otras
monedas. En el caso del bronce, las hay roídas por cloruros de color verdoso y
textura polvorienta, sobre todo si han estado en ambientes húmedos. Para conseguir retirar el óxido de cobre de una moneda podemos sumergirla en vinagre mezclado con una pizca de sal durante un tiempo variable en función del estado de la pieza. Luego hay que aclararla con agua abundante y frotarla suavemente. Este procedimiento implica la pérdida o el cambio de la pátina, por lo que sólo debe recurrirse a él en casos de daño grave. Las gomas de borrar de distinta dureza son muy buenas para eliminar la suciedad superficial.
Un fenómeno curioso que puedes
detectar a través de tu colección de monedas es la presión o influencia
cultural que las piezas de los sistemas monetarios extranjeros han podido
llegar a ejercer sobre tu país en distintos períodos, valorando el número de
monedas que tienes de cada estado, filtrando las posibles circunstancias
personales que afectan a los resultados, como viajes, obsequios, gustos
propios… La proximidad geográfica es un factor determinante, ya que es más
fácil normalmente realizar acopio de monedas en los destinos cercanos. En mi
caso personal, para las monedas de hasta 1945 llegadas a España, la influencia
predominante corresponde por orden a los siguientes países: Reino Unido,
Francia, Italia, Portugal, Estados Unidos, Alemania y Bélgica. Se trata de una
presión multicultural que ha podido ser ignorada o no por las emisiones
autóctonas, pero que en todo caso es indudable. La prestancia de las monedas
británicas iba pareja al poder económico, comercial y colonial del país. En
1968 se inició la decimalización del sistema monetario británico, de modo que
una libra pasó a equivaler a 100 nuevos peniques. Anteriormente, una libra se
componía de 240 peniques; 4 farthings hacían un penique; 4 peniques eran un
groat; 12 peniques formaban un chelín; 2 chelines equivalían a un florín; 5
chelines eran una corona; y 20 chelines completaban una libra. Esas antiguas
piezas eran de gran fiabilidad: su propio porte, su composición, la calidad de
sus grabados, el respaldo oficial firme… generaban gran confianza entre los
ciudadanos para la realización de sus intercambios, actuando además en el resto
del mundo como una divisa de gran prestigio.
Las monedas, al igual que muchos
otros objetos, sirven como regalos capaces de expresar amistad o incluso amor.
Al que colecciona monedas sus amigos pueden hacerle llegar algunas piezas
conseguidas en viajes o que habían permanecido olvidadas en un cajón. Regalé en ocasiones monedas por su carácter simbólico o para animar a
otros compañeros a coleccionarlas. Y recibí regalos de monedas por parte de
personas que conocían mi afición por ellas. Las monedas pueden evocar
situaciones vividas en el pasado o experiencias tenidas en otros países. Pueden
recordarnos a personas concretas, desligadas de los motivos representados. Son
como ilustraciones puntuales que salpican el cuadro cronológico de la historia
humana. Aunque fríamente valen más si no han circulado, si no presentan
desgaste, para mí tienen más encanto si han pasado por muchas manos y han
adquirido una determinada pátina. Si alguien es muy aficionado a una cultura
concreta o a una época específica tiene la increíble posibilidad de tener un
objeto completamente impregnado de esa realidad histórica. Por ejemplo, alguien
que haya leído mucho sobre la revolución francesa tal vez se emocionaría al
tener en su mano un voluminoso “décime” de bronce de 20 gramos con la imagen de
Marianne, la alegoría republicana, con la fecha de acuñación expresada en el
fugaz calendario republicano.
Muchas monedas iguales de poco
valor, aunque tengan cierta antigüedad, pueden ser consideradas en una primera
apreciación casi como chatarra. Pero esas mismas monedas en otro contexto, en
otro país, pueden ser vendidas individualmente por un precio algo mayor, al ser
allí más exóticas. Recuerdo haber visto en algunos puestos montones de monedas
de la antigua Yugoslavia, preciosas piezas hechas aleando bronce y aluminio,
con motivos comunistas de obreros y campesinos idealizados. Sin duda habían
sido compradas como lotes baratos tras la descomposición del país. Algunas de
las personas que venden monedas y billetes en los mercadillos aprovechan sus
estancias en otros países para hacer acopio de las monedas y billetes propios
del lugar, consiguiendo así material para revender en España a un precio mayor.
Ello explica por ejemplo cómo son tan corrientes en España las extrañas monedas
nepalíes, traídas de la cima del mundo, con otro alfabeto, otro calendario...
Cuando hay un vendedor nuevo que ofrece sus monedas a precios bajos la gente se
arremolina en su puesto, al tener a su alcance piezas que llevaban mucho tiempo
fuera del mercado, o piezas muy antiguas, o muy raras… Unas semanas después el
vendedor ha sido desplumado de su mejor material, empezando a estar a prueba su
resistencia en el ámbito de la compraventa finisemanal. Muchos de estos
vendedores tienen una auténtica pasión por las monedas. Se trata para la
mayoría de ellos de una afición, de una segunda actividad profesional. Sus
precios suelen ser mejores y estar más contrastados que los de las páginas de
internet, que son con frecuencia exagerados, teniéndose que sumar además en la
valoración total los gastos de envío. Si el vendedor que está en el mercadillo
es de otro país, sus monedas muchas veces vienen de allí o de los países de su
entorno, habiéndole acompañado en su viaje para aflorar en un nuevo ámbito
cultural.
Reconozco ser un poco seco en
general a la hora de tratar con los vendedores de los puestos, dejando pocas
veces que trascienda mi entusiasmo por determinadas piezas. Más de una vez me
llevé una lección intentando regatear más de la cuenta, al ser efectivamente el
precio justo de las monedas mayor que el que yo podía ofrecer. Me quedé
ojiplático hace no mucho al ver que el vendedor con el que yo estaba regateando
comprobaba raspando con una navaja que una medalla no era totalmente de plata,
sino que sólo tenía un baño de plata. El vellón como material numismático
supone todo un reto para el comprador avezado, que ha de intentar distinguir su
tenue brillo, a veces oculto por una capa muy oscura. Entre los vendedores
habituales uno tiene sus puestos preferidos, que en mi caso suelen ser aquellos
en los que no todo está atado y bien atado, sino que hay margen para las
sorpresas y los descubrimientos, combinados con los precios bajos. Me gusta más
rebuscar en las cajas que pasar las hojas de los álbumes, pues las piezas
expuestas en estos últimos suelen ser más caras. Intento evitar las piezas con
el mal del bronce o con el cospel dañado, pero no me importa comprar monedas
muy desgastadas u otras con perforaciones bien practicadas, que a veces indican
su uso en bisutería tradicional. Las monedas engastadas en llaveros y colgantes
tienen el componente añadido de haber sido importantes para quien se tomó la
molestia de realizar tales ingenios. No comparto la idea de incrementar en
exceso el valor de una moneda por tener algún defecto de acuñación, pues ello
podría dar lugar a futuras picarescas por parte de los organismos productores.
Entre mis piezas favoritas están las del Siglo XIX, realizadas ya en muchos
casos con buenas técnicas de acuñación, y que remiten a contextos históricos
tan bien documentados que no es difícil sumergirse con ellas en episodios
concretos del pasado. Ver un águila bicéfala en los antiguos kopeks rusos te
hace sentir hasta el frío de su inmenso Imperio, el frío como mejor arma de
guerra.
Hay tantas formas de coleccionar
monedas como coleccionistas. Algunos aficionados buscan determinadas piezas
para completar series, como si se tratara de rellenar un álbum con un número
limitado de cromos. Es cierto que tener una serie completa te da una idea más
precisa de cuál fue la política de acuñación seguida por un país en un contexto
socioeconómico concreto. Pero te proporciona más libertad de acción el estar
receptivo a todo tipo de piezas, las cuales te llevan a grandes saltos espacio-temporales.
Para disfrutar más de ellas se puede recurrir a manuales, tanto especializados
en numismática como relacionados con la historia de los territorios emisores.
El acercamiento a la evolución política y cultural de los distintos estados nos
permitirá comprender mejor la iconografía y los recursos propagandísticos
empleados por los diversos estados en sus acuñaciones. Podremos comprobar así
de manera palpable, a través del estudio de las monedas, las transiciones desde
dictaduras a democracias o viceversa, el cambio de monarquías a repúblicas o al
revés, el abandono de regímenes totalitarios o la aparición de los mismos, el
inicio de procesos revolucionarios o de reacciones contrarrevolucionarias, el
derrumbe de bloques ideológicos supranacionales o la extensión transoceánica de
determinados principios, la fragmentación de los imperios o el avance del
colonialismo, la convergencia nacional de principados antes independientes o el
surgimiento de nuevos estados. También las monedas permiten acercarse al desarrollo
de los símbolos identitarios, como pudieran ser los escudos o las alegorías, y
a aspectos vinculados con el personalismo del poder. La exaltación de los
mandatarios por medio de su representación en las monedas sólo se le hace
soportable al pueblo si éste experimenta de manera contemporánea una época de
cierta prosperidad. En caso contrario, la efigie del rey o del líder
representado se carga de connotaciones negativas, pudiendo llegar a hacer
odiosa su presencia constante en el numerario. En la actualidad se han
diversificado mucho los motivos mostrados por las monedas, permitiendo los
avances técnicos que las referencias a las tradiciones artísticas nacionales
tengan cada vez matices más poéticos.
Las monedas con frecuencia
representan en cada Estado a los reyes contemporáneos o a antiguos personajes
idealizados, pero resulta mucho más difícil que se opte por incluir en ellas la
imagen de los políticos gobernantes. Un caso dramático de reconocimiento
numismático por parte del Estado a un presidente recién fallecido es el del
medio dólar de Kennedy. Su asesinato acaeció el 22 de noviembre de 1963. Poco
después se decidió dar por finalizada la producción del tipo de medio dólar de
Franklin, acuñado entre 1948 y 1963 con una pureza de 900 milésimas de plata,
dando paso al año siguiente en las acuñaciones de dicho valor a la imagen de
Kennedy, cuyo mandato se había caracterizado por el crecimiento de la tensión
diplomática con el bloque soviético, en cuestiones como la influencia
ideológica sobre terceros países, el auge armamentístico, la carrera espacial…
El magnicidio fue respondido inmediatamente con la heroización a través de los
soportes monetales, es decir, con la multiplicación exponencial de la efigie
del expresidente para que nadie pudiera olvidar lo ocurrido. Sólo las piezas de
1964 siguieron teniendo un 90 por ciento de plata, pasando en el período
comprendido entre 1965 y 1970 a un 40 por ciento, y acuñándose ya desde 1971 en
cobre bañado por cuproníquel. La pieza de medio dólar está dotada de gran
simbolismo, contribuyendo a la exaltación patriótica pretendida el motivo del
reverso, inspirado en el sello heráldico estadounidense.
En algunas monedas puede
apreciarse claramente que hubo quien actuó sobre ellas con la idea de agraviar
al personaje representado, normalmente rey o dirigente, lo que resulta fácil
descubrir en piezas españolas de los dos últimos siglos, relato paralelo a la
conflictividad política y social, salpicada de pronunciamientos. Sobre monedas
de Franco he podido ver grabadas las siglas de sindicatos y del Partido
Comunista. En las piezas de bronce de uno y dos céntimos (1904-1913) de Alfonso
XIII, elegantes pero demasiado livianas, son comunes los retorcimientos
intencionados del cospel y las rayaduras en el rostro. A veces he descartado la
adquisición de maravedíes de Fernando VII por la deformación realizada sobre el
soporte, tal vez practicada por algún liberal cabreado. En el caso de las
perforaciones hechas con taladro o punzón es fácil determinar por el sitio
elegido y por la limpieza del agujero practicado si el objetivo era el uso en
bisutería o el mero ultraje. El caso de una moneda de 4 reales de José I
Bonaparte (1808-1813), expuesta a la acción del fuego, podría remitirnos a
alguna acción bélica relacionada con la Guerra de Independencia o al deseo de
borrar en la plata la efigie del invasor. Otras incisiones exageradas nos
llevan al tiempo de los denarios ibéricos y romano-republicanos, trazadas con
rabia al descubrir que se trataba de piezas de bronce forradas de plata, y no
de plata pura. En la actualidad existen en algunos enclaves turísticos máquinas
que aplastan y alargan monedas de poco valor eliminando los símbolos previos
para representar sobre ellas monumentos o motivos locales, convirtiéndolas así
en souvenirs. Quien trabaja con una máquina pesada cae a veces en la tentación
de espachurrar una moneda para ver el resultado. Una práctica artesanal de
reciente desarrollo consiste en calar una moneda con taladros y seguetas,
manteniendo su perímetro y los motivos internos elegidos.
Hay monedas que siguen acuñándose
a nombre de determinados soberanos aunque haya transcurrido mucho tiempo desde
su muerte. Un ejemplo claro es el de los Reyes Católicos. Siguieron
produciéndose reales y maravedíes con sus nombres y con su característica
simbología (yugo, haz de flechas, águila de San Juan, nudo gordiano, granada
abierta…) hasta 1566. Se aprovechaba así el tirón de su prestigio y de su
intensa acción gubernativa, se les rendía homenaje póstumo y se insistía en
publicitar mensajes relacionados con el sólido ensamblaje de los muchos y tan
variados territorios unidos en tan breve espacio de tiempo. Otro ejemplo de
abrumador alcance iconográfico lo tenemos en el emperador romano Claudio II.
Gobernó menos de dos años, entre 268 y 270, centrado en campañas militares que
sellasen las grietas abiertas en las fronteras del Imperio. Su apelativo de
“Gótico” lo obtuvo tras derrotar al ejército godo en la batalla de Naisso. Al
fallecer a causa de una epidemia fue rápidamente divinizado, como señalan las
numerosas monedas póstumas que se acuñaron en su honor, con el título de “Divo”
(Divino) en los anversos y la palabra “Consecratio” (Consagración) en los
reversos, en torno a un águila, un altar o una pira funeraria. Se trata de pequeños
antoninianos, muchos de ellos imitaciones bárbaras. El rostro del emperador es
representado en los anversos de perfil, con corona radiada y la barba espesa
propia de la mayoría de los soberanos del período de la anarquía militar
(235-284). Prueba del realismo de los retratos imperiales de las monedas
romanas es la posibilidad de reconocer a los soberanos sin necesidad de
consultar las leyendas, si bien otras veces es la evolución de los rasgos
estilísticos la que facilita la identificación.
Desde el comienzo de la emisión
de monedas fue habitual representar en ellas animales, inicialmente elegidos
por su contrastada fuerza. Los lidios se valieron por ejemplo de las imágenes
del león y el toro, a veces afrontando sus prótomos, signo de que querían
resaltar su capacidad de acometida. Pronto las distintas ciudades griegas
eligieron símbolos identitarios para sus respectivas acuñaciones, optando con
frecuencia por las figuras de animales reales o inventados. Es el caso de la
isla de Egina, en cuyos estáteros aparecían al principio tortugas marinas y más
tarde tortugas de tierra. En las monedas ibéricas de bastantes etnias nos
encontramos con la figura del jinete armado, que expresaba la intensa
vinculación del guerrero con su caballo, el cual le ayudaba a transmitir la
idea de nobleza. En la heráldica puede apreciarse también esta asociación
intencionada por parte de las familias, las regiones o los Estados con
determinados animales, elegidos no sólo por su astucia o por su audacia, sino
en función de múltiples variables, no siempre valorándose la autoctonía de la
especie. No es casual que muchas monedas lleven escudos, pues éstos se
convierten en el mejor sello de procedencia. Describiremos ahora dos piezas con
iconografía animalística. La primera es un broche de factura reciente, el cual
reproduce una moneda cartaginesa de la ciudad siciliana de Entella de fines del
Siglo IV a.C. Muestra una cabeza de caballo con palmera detrás y unas letras
fenicias debajo. La segunda, que tardé mucho en identificar, lleva en el
reverso caligrafía árabe, mal ajustada sobre el cospel en el momento de la
acuñación. Su anverso, de escasa pericia, consiste en un león con el sol
detrás. Es un felús iraní de mediados del Siglo XIX, de la dinastía Kayar,
depuesta en 1925. La pieza procede probablemente de la ceca de Urmía, en la
provincia de Azerbaiyán Occidental.
Este párrafo lo podemos denominar
como el del reencuentro. El ejemplo personal al que recurrimos es el de dos
monedas irlandesas de cobre, adquiridas en contextos y momentos diferentes.
Ambas son de medio penique, del año 1805, con el canto ligeramente acanalado.
En su anverso va el perfil laureado del monarca británico Jorge III, mientras
que en el reverso aparece el símbolo insular del arpa, en este caso coronada,
por la pertenencia de Irlanda por entonces al Reino Unido. Sobre el arpa está
el nombre latino de la isla, Hibernia, al parecer derivado de la etnia céltica
de los iverni. Tras más de doscientos años de dar vueltas por Europa, ambas
piezas, probablemente acuñadas en el mismo sitio, en el mismo año y por la
misma máquina, vuelven a estar juntas. Su nivel de desgaste es diferente y su
pátina es distinta, elementos que refuerzan la idea de la disparidad de su
rumbo, hasta volver a coincidir, por ser del gusto de un coleccionista
concreto. Algo que puede parecer meramente anecdótico y sin importancia no lo
es tanto si pensamos qué otro tipo de objetos conocidos pueden realizar un
periplo semejante desde su coincidente momento de producción hasta su reencuentro
más de dos siglos después. La escasez de respuestas convierte sin duda a estos
pequeños objetos metálicos aún en más especiales, gracias a los elementos que
permiten su fácil y rápida identificación oficial.
Hay una moneda que me gusta
volver a comprar aunque la tenga ya repetida, y que regalo a los amigos que
empiezan a interesarse por la numismática. Puede conseguirse bastante barata si
tiene el año borrado por desgaste. Se trata de la moneda estadounidense de 5
centavos acuñada entre 1913 y 1938 en una aleación de níquel y cobre. Presenta
en el anverso la cabeza de perfil de un indígena norteamericano, con el pelo
trenzado y emplumado. Es un retrato muy realista, junto al que puede leerse la
palabra “Liberty”. El reverso es también poderoso, mostrando un búfalo o
bisonte americano que casi se sale del cospel, adjuntándose el valor facial en
un exergo clásico, el nombre de la federación y el lema latino “E Pluribus
Unum” (De muchos, uno). La complementariedad de las representaciones de anverso
y reverso es absoluta, ya que los indios norteamericanos cazaban búfalos para
alimentarse, para obtener grasas y pieles… sin romper el equilibrio de sus
ecosistemas, hasta el punto de venerarlos por los beneficios que les
reportaban. El impresionante engranaje desarrollista estadounidense estuvo a
punto de exterminar a los búfalos a fines del Siglo XIX, a la vez que los
indios eran recluidos en reservas. Aunque se siguiesen cometiendo atentados
contra el medio y contra los derechos de los indígenas, hubo un reconocimiento
numismático expreso hacia las raíces precoloniales del territorio, apreciable
por ejemplo en el centavo que circuló entre 1859 y 1909, que llevaba la imagen
esteriotipada de un indio con penacho de plumas y collar. Realizando un
paralelismo con respecto al búfalo, en el caso español la asociación
identitaria con el toro bravo no cuenta con el respaldo social suficiente por
el tipo de muerte que se le da al animal, siendo en este sentido menos cruenta
la tauromaquia portuguesa.
Un tipo de moneda bastante
original nos lleva al Marruecos decimonónico. Se trata de los feluses de bronce
producidos por fusión en vez de por acuñación. Eran hechos mediante moldes
dobles o bivalvos, que generaban por fundición árboles de piezas comunicadas
por pequeños canales centrales, los cuales permitían la distribución del metal
líquido. Posteriormente se cortaban estas uniones, conservando todavía muchas
piezas parte de las mismas, que las dotan de un encanto preindustrial. El
resultado eran monedas de factura tosca y superficie irregular. Las
accidentadas relaciones hispano-marroquíes favorecieron el que muchas de estas
piezas pasasen a la Península Ibérica. En el anverso llevan una estrella,
conforme al gusto estético de la dinastía alauí. Es una estrella formada por
dos triángulos superpuestos o entrelazados que generan seis puntas, disponiendo
también de un glóbulo central. Se trata de un símbolo religioso de protección
conocido como sello de Salomón o estrella de David, presente también en la
cultura hebrea, y cuyas características concretas pueden variar, en parte por
el deseo actual de diferenciación política. En el reverso va en trazos sinuosos
la fecha del calendario islámico, que se inicia con la hégira o migración de
Mahoma de La Meca a Medina en el año 622. En el ejemplo elegido, un felús del
año 1265 de la hégira, nos estamos retrotrayendo hasta 1848-1849, en
definitiva, muchas preciosas lunas atrás.
En muchas de las monedas de los
países islámicos la caligrafía adquiere sin duda la consideración de arte, al
buscarse intencionadamente la belleza del trazado de las letras en la
transmisión de los mensajes políticos o religiosos. En las monedas antiguas de
los países de mayoría musulmana era común el prescindir de las imágenes, al
considerar que podían apartar de la verdadera fe, exaltando cosas vanas o
induciendo a la idolatría, sobre todo si se trataba de figuras animadas. Este
rigorismo anicónico llevaba a recurrir simplemente a motivos geométricos o
vegetales muy desarrollados. En épocas más recientes los Estados islámicos, sin
descuidar su preferencia por los elementos iconográficos tradicionales y sin
salirse de cierta sobriedad, han ido incorporando un mayor número de imágenes,
llegando incluso a mostrar los retratos de los soberanos. El caso del sistema
monetario egipcio es paradigmático en cuanto a integración simbólica del
antiguo arte faraónico con las grandes mezquitas posteriores, repartiéndose
ambos influjos los distintos valores. Algunas de estas piastras recurren
incluso a la eliminación total del texto en el lado en que va la representación
principal, lo que dota de mayor fuerza a la misma, adquiriendo un intencionado
carácter de evocación. La insistencia en determinadas imágenes termina
convirtiéndolas casi en consustanciales a las monedas, remitiéndonos rápidamente
a Estados concretos. Es el caso del jinete sobre dromedario, armado con fusil y
lanzas, de las monedas sudanesas (1956-1971) y de las tres palmeras de los fils
iraquíes (1967-1990).
Las contramarcas o resellos que a
veces encontramos sobre las monedas pudieron tener diferentes motivaciones,
como redefinir su valor o dejar clara la validez en el propio territorio de
piezas extranjeras. En España, durante los dos primeros tercios del Siglo XVII,
numerosas monedas de cobre y vellón de 2, 4 y 8 maravedíes fueron reselladas
para aumentar su valor facial, pasando a ser repentinamente de 4, 6, 8 o 12
maravedíes. Esta medida, tomada con fines recaudatorios para poder hacer frente
a los cuantiosos gastos de la activa política exterior hispana, introdujo desconfianza
entre los ciudadanos, dejando además el numerario bastante maltrecho con tantos
golpes de cuño. Para los resellos indicativos del nuevo valor se emplearon
inicialmente números romanos y más tarde números arábigos, imprimiéndose
también sobre las piezas las fechas de la modificación. La política monetaria
de la época de los Austrias menores fue bastante caótica, incurriéndose en
desastrosos procesos inflacionistas. España llenaba Europa de los metales
preciosos traídos de América, pagando con ellos manufacturas foráneas a un
precio elevado en vez de desarrollar un sistema productivo propio. Ya en el
Siglo XIX, las colonias americanas independizadas de España recurrieron
habitualmente a contramarcas con sus escudos nacionales o con otros símbolos equivalentes,
aplicados sobre las monedas imperiales hasta poder desarrollar un sistema
monetario nuevo para el mercado interior, el cual además no fuese rechazado en
las transacciones internacionales. La pieza española más prestigiosa y que más
habitualmente fue contramarcada en el comercio exterior fue el real de a ocho,
monedón de plata de unos 27 gramos, con una pureza aproximada del noventa por
ciento.
Entre las monedas formalmente más
originales están las que presentan una perforación circular central, la cual
supone un ahorro de metal y permite su inserción en ábacos. Se llegó a la misma
solución desde marcos geográficamente dispares. Podemos citar las monedas
tailandesas acuñadas entre 1908 y 1937 con el valor de 1, 5 y 10 satang, con
una decoración dinámica que da idea de giro, como si se tratase de pequeñas
ruedas. Entre 1910 y 1932 Bélgica recurrió también a la perforación central en
monedas de 5, 10, 25 y 50 céntimos. En el caso de este último valor se trata de
monedas de zinc acuñadas en 1918, al final por tanto de la Primera Guerra
Mundial, sirviendo el agujero como centro de una flor o estrella radiante de
cinco puntas. España adoptó el agujero central en monedas de 25 céntimos en
1927, también conocidas simplemente como un real, empleando en su decoración
motivos vegetales, un martillo y la corona. Los reales de 1934, 1937 y 1938
insistieron en la perforación central, lo que da idea del éxito del tipo. En
concreto el de 1937, moneda de cuproníquel de 25 céntimos del bando franquista,
tiene la peculiaridad de haber sido acuñado íntegramente en la ceca de Viena,
justo el año anterior a la conversión de Austria por el “Anschluss” en una
provincia del III Reich alemán. Las monedas españolas de 50 céntimos de entre
1949 y 1963 hicieron coincidir sospechosamente la perforación central con el
espacio que tradicionalmente ocupaba en la agregación de escudos el blasón de
la dinastía reinante, al no haber por entonces rey. El agujero central fue
recuperado con acierto, de modo historicista, en monedas de 25 pesetas entre
1990 y 2001, que llegaron a ser antesala de los nuevos valores faciales del
euro. Recuerdo haber visto que alguien que por entonces cumplía el servicio
militar agregaba una de estas monedas cada mes a un cordón, de modo que cuando
llegara a las doce habría vuelto a ser un civil.
Al analizar una moneda uno a
veces descubre que lleva un mensaje en su canto. Suele ser un texto breve, que
intenta tener gran fuerza emotiva. A este respecto puedo contar una anécdota
bastante reciente, del pasado día 15 de abril de 2019. Estaba observando para
clasificarla una moneda napoleónica que conseguí bastante barata, por dos
euros. Me fijé que ponía algo en su canto. Con el apoyo de un catálogo pude
leer que decía “Dieu protège la France” (Dios protege Francia). Al día
siguiente en el trabajo me contaron que la tarde anterior se había incendiado
la catedral parisina de Notre Dame, probablemente por un descuido accidental
durante las obras de renovación. No me había enterado antes. Me paré a pensar y
asocié que en el momento en que se producía el incendio yo estaba leyendo la
frase antes mencionada, expresión oficial de fe, pero oculta en el canto, para
deslindar la religión de la política, en consonancia con el carácter interior
de la fe verdadera (San Juan, 4:21-24). Todavía las monedas holandesas de dos
euros llevan semiescondida en el canto una petición de protección: “God zij met
ons” (Dios esté con nosotros). Describiremos ahora con más detalle la moneda
napoleónica referida. Se trata de un franco de época imperial, del año 1810,
con 900 milésimas de plata. En el anverso aparece de perfil el retrato laureado
del tirano, con la firma del prestigioso grabador Tiolier. En el reverso una
corona vegetal formada por dos ramas de laurel envuelve la consignación del valor facial, acompañándose de dos
pequeños signos. Uno de ellos es el "Agnus Dei" o Cordero de Dios, portando estandarte, marca usada por el director de ceca, Joseph Lambert. El otro es la letra B, indicativa de que la moneda fue acuñada en la ciudad de Ruan, la misma en que fue
quemada Juana de Arco en 1431. Se produjeron, con estas características concretas, algo menos de 167.000 piezas.
Al observar monedas de diversos
países europeos de fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX pueden
apreciarse numerosos elementos formales comunes, lo que nos remite a la Unión
Monetaria Latina, vigente entre 1865 y 1927. Fue creada por Francia, Italia,
Bélgica y Suiza. En 1868 se unió Grecia, adoptando por entonces también España
dicho estándar mediante un convenio bilateral. En 1889 el Imperio
Austro-Húngaro, Rumanía y San Marino suscribieron otros fructíferos acuerdos
bilaterales con la Unión. Su estándar fue adoptado de forma unilateral, sin
incorporarse formalmente, por otros países, como Venezuela, Bulgaria, Serbia y
Montenegro. La unidad (franco, lira, dracma o peseta) respetaba un estándar de
835 milésimas de plata en una pieza de 5 gramos, siendo su relación con el oro
la de 15,5 gramos de plata por cada gramo de oro. Tanto los divisores como los
múltiplos del sistema monetario recurrían a los valores faciales de 1, 2, 5,
10, 20, 50 y 100, en lo que puede verse un antiguo precedente del sistema
adoptado por el euro. La “perra gorda” de 1870 del Gobierno Provisional (moneda
de cobre de 10 céntimos) tenía un peso de 10 gramos y 3 centímetros de
diámetro, es decir, más o menos lo mismo que la moneda francesa de 10 centimes
y la moneda italiana de 10 centesimi, lo que permitía su fácil intercambio.
Venezuela y Suiza, animadas por su pujanza económica, fueron extremadamente
fieles al patrón adoptado: se acuñaron bolívares de 835 milésimas de plata y 5
gramos hasta 1965 y francos suizos con esa misma relación compositiva hasta
1967.
En alguna ocasión he podido
adquirir o recibir como regalo un lote de monedas. En la mayor parte de los
casos se trata de monedas muy corrientes, con la excepción de algún ejemplar
más difícil de conseguir, por provenir de un país poco turístico o por su mayor
antigüedad. Si se trata de una compra, el lote tiene como ventaja que cada
pieza sale por un precio menor de lo normal, siendo el principal inconveniente
el no poder seleccionar tan sólo las piezas que verdaderamente nos interesan.
El hacerse con un lote de monedas sin poder analizar antes detenidamente su
contenido convierte en emocionante el momento de estudiarlas, al no saber uno
exactamente con qué se va a encontrar. Lo más probable es que el lote sirva
para poco más que incrementar el número de monedas ya repetidas, las cuales
podemos intercambiar con otros coleccionistas. Por poner un ejemplo real,
concreto y reciente, hablaremos de un conjunto de 77 monedas peruanas de latón,
de 9 tipos diferentes, con fechas comprendidas entre 1935 y 1982, destacando en
su iconografía el empleo del escudo y de la vicuña. La última fecha mencionada
resulta en este caso orientativa acerca del momento en que pudo completarse la
acumulación. El grupo probablemente estuvo en malas condiciones de
conservación, con un exceso de humedad, durante algunos años, lo que propició
la aparición y la extensión entre las piezas de óxidos de cobre y óxidos de
zinc. Las había además con el cospel doblado o con la superficie picada. Ello
me llevó a tirar los 15 ejemplares en peor estado. Por las características
particulares del conjunto, a la hora de guardarlo, no lo uniré a las otras
monedas que ya tuviese antes de Perú, para que éstas no puedan verse
perjudicadas. Tan sólo separaré las que van hasta 1945, muy desgastadas pero
sin óxidos, incorporándolas al apartado de monedas antiguas.
Desde al menos el año 2003
llegaron a España a través de los bazares chinos multitud de reproducciones de
monedas, hechas con níquel y otros materiales que intentan imitar el brillo de
la plata. Algunas copian antiguos tipos chinos y japoneses, como las que llevan
espectaculares dragones, mientras que otras reproducen monedas paradigmáticas
de otros países, como las piezas de plata usadas en el comercio internacional a
fines del Siglo XIX y comienzos del Siglo XX. Hay también series dedicadas a
aspectos relacionados con la cultura y el folklore de China, destacando en este
sentido las de su horóscopo, con la representación de doce animales
principales, si bien existen variaciones. Otras series difundidas a través de
las tiendas de los comerciantes chinos hacen referencia al horóscopo
occidental, al ciclo de Buda o a los sucesivos presidentes de Estados Unidos.
Tras el boom inicial, las ventas de este tipo de piezas se ralentizaron, dada
su calidad irregular, al no quedar siempre suficientemente impresas las
imágenes o pulidos los rebordes. Son excelentes para ser empleadas como dinero falso en situaciones de ficción o en partidas de juegos tradicionales, como las
cartas o el dominó. En términos generales, algunas reproducciones de monedas
antiguas están tan bien logradas que nos hacen dudar acerca de su autenticidad.
Un recurso para descubrir que son falsas es la observación de su canto, ya que
las copias muchas veces presentan una línea ligerísimamente resaltada a lo
largo del mismo o varias líneas resaltadas transversales, o no tienen el mismo
tipo de canto que las piezas originales (liso, estriado, metopado, grabado, con
flores de lis…), dato que podemos obtener a través de manuales o de internet.
Reconozco que tengo varias monedas que intuyo que son falsas, pero que están
tan bien hechas que todavía a veces me hacen dudar. Muchas copias están
realizadas mediante moldes en lugar de por acuñación. En cuanto al material,
hay quien tiene el oído tan entrenado que puede reconocer una moneda de plata simplemente
por su característico tintineo al dejarla caer, diferente al provocado por
otros metales.
En unas excavaciones
arqueológicas en que pude participar hace ya mucho en la ciudad de Ibiza, junto
a la muralla renacentista, para localizar los restos de la antigua muralla
medieval, aparecieron multitud de objetos interesantes al desbrozar
superficialmente el terreno del solar. Entre ellos estaban la carcasa de una
granada, frascos de vidrio de bebidas y medicamentos, los cuales presentaban ya
irisaciones, y una moneda alemana de un marco del año 1958. Estaba muy oxidada
por haber permanecido mucho tiempo a la intemperie. Tenía una F indicativa de
que fue acuñada en Stuttgart (la A corresponde a Berlín, la D a Múnich, la G a
Karlsruhe y la J a Hamburgo, que completan las marcas de taller del
descentralizado sistema de emisión de la antigua RFA). Recorrió un largo camino
que está en relación con la importancia de las Islas Baleares para el turismo
alemán. Al ir descendiendo niveles estratigráficos destacaba la abundancia de
fragmentos de escudillas cerámicas con motivos pintados, principalmente de los
Siglos XVI y XVII, muchas de ellas de reflejo metálico. Además de dar con la
muralla, pudimos documentar un horno, cisternas para el agua y multitud de
enlosados. Bajo uno de ellos, en un receptáculo intencionado de pequeñas lajas
hincadas verticalmente, había dos objetos juntos, como si hubiesen sido
colocados cuidadosamente antes de sellar el espacio con las nuevas baldosas. Se
trataba de una pipa negra de cerámica y de una moneda de 8 maravedíes de Isabel
II. Por su tipología la moneda tenía que ser del período 1836-1858. Siempre he
pensado que el que puso allí ambos elementos lo hizo de manera voluntaria antes
de proceder al embaldosado de la estancia, con la idea de que fuesen
encontrados por otras personas en el futuro. Es el juego conocido como “cápsula
del tiempo”, de gran valor para poder fechar contextos, que en este caso cuadra
con la cronología del movimiento romántico español, muy dado a las evasiones espacio-temporales.
Algunos de los hallazgos
arqueológicos más espectaculares que se producirán en el futuro serán sin duda
de carácter subacuático. Entre los Siglos XVI y XVIII, las flotas de Indias,
que unían principalmente Cádiz y Sevilla con Veracruz (México) y Portobelo
(Panamá), y el galeón de Manila (Filipinas), que comunicaba comercialmente esta
ciudad con Acapulco (México), sufrieron el acoso de piratas, corsarios y
potencias rivales, o experimentaron la furia de los océanos, lo que ocasionó el
hundimiento de algunas de las naves, falleciendo su tripulación y perdiéndose
su contenido. Antes y después del establecimiento de estas rutas comerciales
hispanas más o menos seguras hubo otras menos reglamentadas, cuyos barcos en
bastantes casos no llegaron a su destino. Un aperitivo de lo que en su día
sepultaron las aguas fue rescatado en el Golfo de Cádiz por la empresa
estadounidense Odissey en 2007. Se trataba de más de medio millón de monedas,
en concreto escudos de oro y reales de a ocho de plata, transportados por la
fragata Nuestra Señora de las Mercedes cuando fue hundida por los británicos en
1804. Tras litigar en los tribunales norteamericanos, el Estado español, que
conservaba toda la documentación probatoria del origen del tesoro, pudo recibirlo,
depositándolo en el Museo de Arqueología Subacuática de Cartagena. Otro
episodio numismático de las difíciles relaciones hispano-británicas nos sitúa
en 1741 en las proximidades de Cartagena de Indias (Colombia). El almirante
Vernon, considerando que pronto tomaría la ciudad, comunicó a la metrópoli su
victoria sin que en realidad se hubiese producido, lo que hizo que se acuñasen
medallas conmemorativas de la misma. Tras ser informado de la severa derrota,
acaecida por la brillante defensa planteada por el marino vasco Blas de Lezo,
el rey Jorge II, avergonzado, ordenó que el suceso no fuera recogido por las
crónicas.
El 27 de Abril de 2016 cuatro
operarios de Tragsa (Empresa de Transformación Agraria S.A.), durante unas
obras de canalización eléctrica efectuadas por la Confederación Hidrográfica
del Guadalquivir, encontraron en la finca de Zaudín Alto en la localidad
sevillana de Tomares un tesoro consistente en 19 ánforas que contenían 53.208
folles de los emperadores romanos de la Primera Tetrarquía (293-305). Son por
tanto monedas de bronce de los Augustos Diocleciano y Maximiano y de los
Césares Constancio Cloro y Galerio. Se trata de un conjunto muy homogéneo de
piezas, lo cual apunta a su cercanía con respecto a los aparatos del poder,
dentro de un contexto de inestabilidad que impediría la recuperación del tesoro
por parte de quienes lo ocultaron. 9 de las ánforas no fueron rotas por la
maquinaria, lo que permitirá un estudio arqueológico aún más detallado. Al
reclamar los operarios una recompensa basándose en las leyes de patrimonio, el
tesoro tuvo que ser tasado, algo extraño dado el incalculable valor
patrimonial. El conjunto, de unos 600 kilos de peso, fue tasado en 468.230
euros (8 euros por moneda más un diez por ciento más por haberse podido documentar
arqueológicamente el hallazgo). El juez dictaminó que el premio consistiera en
125.000 euros a repartir entre los descubridores. Hay muchos elementos
vinculados a este tesoro que invitan a reflexionar sobre la “vanitas
vanitatis”: la finca en que se encontró había pertenecido por largo tiempo a
los antepasados de los hermanos Bécquer, grandes artistas románticos no
precisamente ricos; en las cercanías de Tomares se enterró a mucha gente
fallecida por causa de la peste de 1649; la Junta de Andalucía al ser informada
del hallazgo se apresuró a hacerse cargo del mismo, pero negándose a otorgar
cualquier tipo de recompensa; tras la sentencia del juez, otras cinco personas
reclamaron parte del premio; los cuatro operarios recompensados consideraron
que la tasación era demasiado baja… Vanidad de vanidades…
Siendo un friki de las monedas
era lógico que tuviese preparadas las arras matrimoniales desde muchos años
antes de casarme con mi mujer. Un mediodía sentí, al adquirir una moneda en
concreto, que tenía que ser esa la que simbolizase en mi caso el compartir los
bienes con la persona amada. Busqué ese mismo día y los siguientes fines de
semana más piezas iguales, aunque variando el año de emisión, hasta juntar
trece. Las hice un cilindro y las envolví en papel azul claro con celofán, no
volviendo a verlas hasta que mi futura novia aceptó casarse conmigo. El que las
arras sean tradicionalmente trece monedas está relacionado con la división de
los bienes compartidos por la pareja en trece partes, doce de las cuales son
para el disfrute en común (una por mes) y otra para entregarla a los
necesitados. Ritualmente en la boda católica se produce el intercambio mutuo de
las mismas monedas, diciendo cada uno el nombre del cónyuge y: “Recibe estas
arras como prenda de la bendición de Dios y signo de los bienes que vamos a
compartir”. Las arras no tienen por qué ser de plata, ni tienen por qué ser sus
trece piezas iguales. Cada pareja es distinta, y no tiene por qué plegarse a la
estandarización que propone el sistema. Lo importante es el significado, y no
la materia empleada para significar la promesa. Las que nosotros usamos en su
día son monedas portuguesas de cuproníquel de 25 escudos, del período
1980-1986, con una alegoría de la República en el anverso, de perfil, con pelo
corto adornado por una ramita de olivo. Se trata de una imagen grabada por el
medallista Marcelino Norte de Almeida, con el acompañamiento de las palabras
“Liberdade” y “Democracia”.
El tintineo de las monedas es
característico de los premios que otorgan las máquinas tragaperras, dotadas de
toda clase de elementos lumínicos y musicales que magnéticamente atraen al
jugador. Estas máquinas están presentes tanto en pequeños locales de apuestas
deportivas como en grandes casinos, habiéndose diversificado en ambos casos las
maneras de jugarse el dinero, mezclándolas con otras actividades lúdicas, como
el deporte o el turismo. Algunos casinos estadounidenses, como el “Caesars
Palace” de Las Vegas, que es también un hotel, sustituyen el dinero exterior por
sus propias monedas, que pueden alcanzar gran módulo y servir de souvenir. La
literatura y el cine han recreado los altibajos por los que atraviesa la suerte
de los jugadores de cartas, llevándoles a perderlo todo o a ganar una fortuna,
a menudo amenazada por los conocedores del hecho. En una de las narraciones
publicadas en 1821 por el escritor romántico alemán E.T.A. Hoffmann, titulada
“Afortunado en el juego” (Spieler-Glück), aparece ya la seducción que producía
en nobles y burgueses el apostar grandes cantidades en los juegos de cartas, en
este caso en forma de luises de oro. Es una historia en la que se alcanzan
situaciones límite, surgiendo el amor de Ángela como elemento antitético capaz
de luchar contra la avaricia material. En cuanto a las loterías actuales, de
premios demasiado asimétricos y difíciles de obtener, están indisolublemente
unidas al modelo económico capitalista, en el que no se considera inmoral
enriquecerse sin trabajar, mientras que no existen en los sistemas comunistas,
que queriendo controlar todos los recursos disponibles en el Estado ponen
trabas incluso a las herencias. La aceptación generalizada de las loterías se
debe a que en algunos casos contribuyen al robustecimiento financiero del
Estado, que es el que suele controlarlas, y en otros permiten proyectos de
calado humanitario. Escuché situaciones penosas derivadas de la mala
administración personal de los premios distribuidos por las loterías… así que
si te toca mucho dinero, por si acaso, no cambies demasiado de vida.
Hay numerosas creencias y
supersticiones relacionadas con las monedas. De ellas me gusta su contenido
simbólico y su raigambre folklórica, siendo normalmente las piezas implicadas
de poco valor. Es una costumbre muy antigua lanzar una moneda a un pozo, terma,
fuente, cueva con agua… pidiendo principalmente salud, si bien las peticiones
con el tiempo se fueron diversificando. El origen de este rito puede que esté
en el carácter salutífero de determinadas aguas termales, de modo que la moneda
sería ofrecida como agradecimiento por el beneficio terapéutico. Cada cierto
tiempo las monedas acumuladas en el agua son recogidas por el personal de
mantenimiento, destinándose con frecuencia a acciones benéficas. La fuente que
quizás recibe una mayor lluvia de monedas es la Fontana de Trevi, en Roma, de
estilo barroco. Esta tradición, alimentada por los turistas, se vio reforzada
por la película estadounidense de 1954 “Tres monedas en la fuente”. Según la
misma, si se arroja a la Fontana de Trevi una moneda se vuelve a Roma, si se
arrojan dos surge el amor con una persona de Italia, y se arrojan tres el
romance termina en boda. Una versión actualizada indica que si se arrojan dos
monedas surge un idilio (sin nacionalidad prefijada), y si se arrojan tres se
produce un matrimonio o un divorcio. También de Italia procede el reciente
ritual de colocar candados en los puentes, lanzando luego las llaves al agua
como símbolo de amor eterno. La inspiración proviene de la novela de Federico
Moccia “Tengo ganas de ti” (2006). En el puentecito de la localidad portuguesa
de Tavira entre los muchos candados que vi había uno con contraseña, puesto
quizás por una pareja previsora por si el amor no duraba para siempre.
El ratoncito Pérez sirve a los
padres como alegoría para cambiar a los niños sus dientes caídos, depositados
bajo la almohada, por monedas, dulces u otros regalos. Una práctica de la
santería cubana es ofrecer a los santos las pequeñas monedas de bronce en un
recipiente con agua. En el ámbito católico destaca la veneración popular a San
Pancracio, en cuyo dedo índice a veces se coloca una monedita con perforación
central, ofreciéndosele otras veces una ramita de perejil. Este santo, un joven
de Frigia decapitado a los quince años, es quizás uno de los más representados
en los hogares, confiando en que ayude a esquivar la pobreza y a traer la
prosperidad. Mala idea sin duda es jugarse algo importante a cara o cruz, sobre
todo si se trata de un sacrificio personal. Y muy buena si lo que está en juego
es algo intrascendente o algo que puede desembocar en una situación divertida.
Cuando la moneda vuela tras ser impulsada con fuerza por el pulgar da numerosos
y rápidos giros, mostrando finalmente el anverso o el reverso. Es el sistema
más común usado por los árbitros con los capitanes para el sorteo de campo
antes del comienzo de un partido. Hay quien lleva durante bastante tiempo
consigo, en la cartera, en la mochila o en el bolso, una moneda concreta, su
moneda de la suerte. En mi opinión, las monedas no dan suerte, pero pueden
llenarse de significaciones añadidas tan profundas que lleguen a ejercer un
efecto motivador en las personas, lo que justificaría el portarlas
prolongadamente. En la cultura grecorromana y en otras culturas antiguas era
habitual enterrar al difunto con una o varias monedas, disponiéndose
preferentemente en la boca o en los ojos. Su finalidad era servir de viático,
de pago al ser psicopompo que contribuiría a la llegada del alma a su destino.
En el folklore de casi todos los
países hay tradiciones populares que hablan del enriquecimiento rápido de
personajes puestos como ejemplos de buenos o malos comportamientos. La manera
más gráfica de ilustrar la llegada de la riqueza en estos cuentos suele ser
mediante el recurso a las monedas de oro. Resumiremos en este párrafo el
argumento de un cuentecillo del área de Oporto, titulado “O tesouro do
enforcado” (El tesoro del ahorcado). Viendo cercana la fecha de su muerte, un
padre rico, preocupado por la mala cabeza de su hijo, entregó al mismo una
carta cerrada, indicándole que no debía abrirla a menos que viese que no tenía
ya esperanzas de mejorar de fortuna. Al morir el padre, el hijo no tardó mucho
en dilapidar la cuantiosa herencia, malgastándola en el juego y con los falsos
amigos, los cuales luego no quisieron socorrerle. Desesperado, el hijo recordó
la carta que le había entregado su padre antes de morir. La abrió, y encontró
en ella una llave con indicaciones sobre el lugar donde hallaría una cuerda
lista para que se ahorcase. Llegado hasta el sitio, el muchacho tiró de la
cuerda para comprobar si estaba bien sujeta, abriéndose entonces un techadillo
del que comenzaron a caer abundantes monedas de oro. Desde entonces gastó con
buen juicio, alejándose de quienes en la desesperanza no le habían ayudado.
En el Evangelio de Mateo
(17:24-27) la figura de Jesús se interrelaciona con la cuestión de si es
conveniente o no pagar el impuesto del Templo, consistente en dos dracmas por
persona. Era una tasa de carácter religioso que debía ser satisfecha por todos
los judíos para el mantenimiento del Templo de Jerusalén, también conocido como
Templo de Salomón. Al entrar en la pequeña población de Cafarnaúm, junto al Mar
de Galilea o Lago Tiberíades, los cobradores del impuesto interpelaron a Pedro
acerca de si su maestro pagaba o no el didracma, respondiéndoles Pedro que sí.
Al llegar a casa, se le anticipó Jesús sobre el tema a tratar, coincidiendo
ambos en la opinión de que los impuestos han de gravar a los extraños, y no a
los hijos. Sin embargo, para no suscitar escándalo, para no meterse en un nuevo
lío con las autoridades religiosas judaicas, Jesús le dice a Pedro, pescador de
profesión: “Vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo,
ábrele la boca y encontrarás un estátero. Tómalo y dáselo por mí y por ti”. El
estátero era en este caso una moneda de plata equivalente a cuatro dracmas, que
valía por tanto para pagar el impuesto del Templo por dos personas. Del relato
se infiere que Jesús no llevaba dinero consigo, pero que podía disponer
milagrosamente del necesario si las circunstancias lo precisaban, tanto para él
como para su discípulo. La manera de conseguirlo resulta absolutamente
descerebrada, una prueba tremenda para la fe de Pedro. El dinero encontrado es
exclusivamente el requerido, sin nada añadido para la compra de víveres,
bastando tal vez para comer el asombroso pez.
El papel moneda, originario de
China, resultaba para los venecianos que en el Siglo XIII escucharon los
relatos de Marco Polo una pura fantasía. Era difícil creer que algo tan frágil
como el papel pudiera tener tanto valor. Las penas para los falsificadores
fueron desde el principio muy severas. Se intentó dotar a los billetes cada vez
de mayores sistemas de seguridad, destacando por su complejidad la filigrana o
marca de agua. La aceptación social de los billetes como forma de pago es un
auténtico acto de fe, como indica el término de valor fiduciario. Prueba de
ello fue el shock general al comienzo de la circulación de los billetes de euro
en el año 2002, pues al estar tan nuevos y ser volcados de golpe en el sistema
parecían sacados del monopoly. En las proyecciones apocalípticas uno de los
elementos comunes es que la gente deja de confiar en el valor del papel moneda.
El dinero al fin y al cabo no es sino una manera de contabilizar el tiempo
dedicado al trabajo, con los parámetros asimétricos de las respectivas
destrezas, de modo que el papel es sólo papel, por muy bonito que parezca.
Zimbabue, Argentina, Venezuela y otros países han experimentado en épocas
recientes procesos inflacionistas que hacían llevar a sus billetes multitud de
ceros, cambiando los precios de forma acelerada de un día para otro. La
hiperinflación es característica de las economías enfermas y de las economías
de posguerra, como puede constatarse en fotografías que muestran a los
ciudadanos de Estados europeos tras las dos guerras mundiales yendo a la compra
con cestas llenas de billetes. Los que tienen menor valor o los que ya han sido
retirados se usan a veces para decorar las paredes y las mesas de los bares.
En general la gente trata con
gran diligencia los billetes, para que nadie pueda rechazárselos por estar
medio rotos o por llevar manuscrito un mensaje ofensivo. Yo tengo la manía de
doblarlos exactamente a la mitad y de poner celo invisible a los rasgados, dos
medidas sencillas que alargan su vida útil. En países con sistemas poco
eficaces de sustitución de billetes viejos por billetes nuevos pueden verse
circulando aún algunos casi transparentes, así como otros con números anotados
encima, al haber servido para contabilizar un fajo. Australia en 1988 introdujo
los billetes de polímero para mejorar aspectos relacionados con la resistencia
y la seguridad, pero es previsible que esta innovación, adoptada también por
otros muchos países, decaiga por la guerra actual declarada al plástico. En el
caso de los billetes de euro, fabricados en fibra de algodón puro, los países
miembros de la eurozona han perdido la posibilidad de utilizar sus respectivos
recursos propagandísticos e identitarios a través de una iconografía nacional
propia. Es decir, han sacrificado por la estabilidad económica uno de los
elementos más característicos de su trayectoria cultural. El Reino Unido,
Suecia y Dinamarca prefirieron conservar sus monedas nacionales. Los símbolos
elegidos para los billetes de euro suponen un recorrido por las principales
corrientes arquitectónicas europeas, mostrando puertas y ventanas en los
anversos y puentes en los reversos, lo que da idea de apertura y cooperación.
Las imágenes que a mí me gustan más en los billetes internacionales en general
son los retratos de ciudadanos corrientes, muy minoritarios con respecto a los
retratos ensalzadores de personajes ilustres. También tiene gran encanto la
representación de la fauna autóctona. Tal vez nunca veamos circular un billete
con la imagen del lince ibérico.
He escuchado varias historias
similares relacionadas con la llegada de una persona a Estados Unidos desde un
país económicamente menos desarrollado, con la idea de quedarse allí para poder
trabajar y prosperar. Llega al país con un billete de un dólar o de dos dólares
en la cartera, que para él tiene gran valor simbólico, o guarda en la misma
durante mucho tiempo un billete concreto, el primero o uno de los primeros
adquiridos donde desea establecer su nuevo hogar. Las sensaciones que puede
inspirar tal billete en cada persona por supuesto que varían mucho, pero en
general algunas de ellas están relacionadas con el llamado sueño americano y la
voluntad firme de pelear por su realización material, por ir consiguiendo pequeños
logros que vayan significando la entrada en ese sistema, que no tiene piedad
con el camarón que se duerme y que no es tan brillante como los neones de las
grandes ciudades, pero que alimenta sin cesar el ansia de mejora financiera
personal. Para quien llega desde un ámbito cultural distante el significado
originario de la iconografía del billete de un dólar es críptico. Incluye
numerosas alusiones al ideario primigenio de los fundadores del Estado federal,
al deísmo, a la confianza en la providencia, a las trece colonias iniciales
rebeladas contra la metrópoli, al panamericanismo, al inicio de una nueva era,
a las aspiraciones de primacía mundial… En cuanto al billete de dos dólares su
magnetismo radica principalmente en su escasa producción y circulación.
Doce son las ciudades que
fabrican el papel moneda oficial en Estados Unidos, sedes de los doce bancos de
la Reserva Federal, cada uno de los cuales encabeza un distrito. Cada billete
lleva en una rueda espinada el nombre de la ciudad productora, junto con el del
Estado correspondiente y una letra identificadora central: A - Boston
(Massachusetts), B - Nueva York (Nueva York), C - Filadelfia (Pensilvania), D -
Cleveland (Ohio), E - Richmond (Virginia), F - Atlanta (Georgia), G - Chicago
(Illinois), H - San Luis (Missouri), I - Minneapolis (Minnesota), J - Kansas
City (Missouri, cerca de la frontera con el Estado de Kansas), K - Dallas
(Texas) y L - San Francisco (California). Cada billete estadounidense tiene
también consignado el año de la serie a la que pertenece, lo que ayuda a intuir
el volumen del churre superficial acumulado. Otras curiosidades relacionadas
con los billetes estadounidenses versan sobre su difícil destrucción y los
restos de cocaína que en muchos casos contienen. El dólar estadounidense es la
moneda nacional de Ecuador desde que en el año 2000 reemplazó al sucre. Tiene
también carácter oficial en Panamá, donde el balboa queda limitado a las piezas
metálicas. Es una divisa aceptada internacionalmente, al igual que la libra
esterlina, el euro, el franco suizo y el yen japonés. Los dólares son con
frecuencia atesorados por los ciudadanos de otros países en previsión de
futuros procesos inflacionarios en sus impredecibles sistemas económicos…
Representan en definitiva el peligroso juego de la vida y la aceptación tácita
de los desequilibrios sociales.
El 1 de Enero de 2002 entró en
circulación el euro, conviviendo durante dos meses con la peseta. Analicé por
entonces los motivos iconográficos que cada país de la Unión Europea había
elegido para los anversos, siendo los reversos comunes. Me decepcionó el hecho
de que España empleara sólo tres imágenes para ocho valores: la Catedral de
Santiago de Compostela, el retrato con golilla de Cervantes y la efigie del Rey
Juan Carlos I. Era una oportunidad perdida de extender por Europa ocho imágenes
impactantes relacionadas con nuestra herencia cultural. Los países que sí
acertaron en el despliegue propagandístico fueron Grecia, Italia y Austria, que
recurrieron a un personaje o elemento cultural diferente para cada valor,
mostrando así su dilatada experiencia numismática. En el caso de las monedas
conmemorativas de dos euros las imágenes empleadas por España están
respondiendo a las expectativas, tirando principalmente de patrimonio
monumental, fielmente reproducido por los grabadores. Una de las piezas
españolas de dos euros del año 2014 muestra juntos al Rey Juan Carlos I y al
Rey Felipe VI, señalando así la sucesión. En la representación del nuevo rey en
las monedas posteriores de uno y dos euros se ha retomado el perfil académico,
es decir, sencillo y algo idealizado, mientras que el retrato del rey anterior
buscaba más el realismo y la sensación de tridimensionalidad. Ciudadanos de
otras épocas experimentaron a través de las monedas la materialización de la
sucesión monárquica, más por fallecimiento que por abdicación, familiarizándose
gracias a ellas con la imagen del nuevo soberano, sobre todo si aún no existían
la fotografía o la televisión. A veces aparecía en las monedas el nombre del
nuevo rey todavía con el perfil del rey anterior, como ocurrió con las primeras
piezas acuñadas en los talleres americanos a nombre de Carlos IV (1788-1808).
Ya se ha vaticinado el fin de las
monedas y del papel moneda como dinero válido para las transacciones, asegurándose
que estos soportes serán sustituidos por el dinero electrónico, forma de
controlar más los movimientos económicos de cada ciudadano, dificultándose los
trapicheos realizados al margen de los órganos fiscalizadores. Es cierto que
las producciones sostenibles, viables para el sostenimiento del planeta, van en
la línea de la reducción de los ritmos de acuñación. Pero habrá que estar
vigilantes para que no se justifiquen los liberticidios por razonamientos
relacionados con la preservación de los ecosistemas u otras causas nobles.
Pienso que es mejor que el dinero siga siendo algo material externo al
individuo que llevarlo insertado a modo de chip, pues esa identificación nos
alienaría todavía más. Algunos países europeos ya han dejado de acuñar las piezas
de bronce de uno y dos céntimos de euro. En el caso de la de un céntimo, su
valor metálico real supera a su valor facial, mientras que en el caso de la de
dos céntimos ambos valores andan bastante parejos. Los planteamientos de
retirada general se han descartado por el temor social a una nueva subida
enmascarada de los precios, como ocurrió en el momento en que el euro reemplazó
a las diversas monedas nacionales. Una clave podría estar en no dejar esas
moneditas olvidadas por los rincones, sino volcarlas nuevamente en la
circulación, de modo que no haya que producir tantas. La mayoría de la gente ni
se agacha a cogerlas si las ve por la calle, como si se tratase de algo
humillante. Humillante sí que fue agacharme a recoger una moneda de cincuenta
céntimos que unos chavales habían pegado en la acera a modo de broma en un
lugar muy transitado. Si juntas cinco monedas de un céntimo ya tienes para una
golosina o un caramelo.
Muy pocas veces he podido tener
en las manos monedas de oro. Hace poco una amiga me dejó estudiar tres pequeñas
monedas de oro para intentar determinar su valor. Una de ellas era medio escudo
de Carlos III, con fecha 1773, de 1.69 gramos y 917 milésimas de pureza. Las
otras dos eran escudos de Carlos IV, de 1789 y 1794, de 3.38 gramos y 875
milésimas de pureza. La rápida tasación, de 185 euros para la primera pieza
descrita y de 180 para cada una de las otras dos, la obtuvimos a través de
internet, en una página que toma como referencia la media del precio pagado por
idénticas compras. Es decir, se trata de una tasación basada en operaciones
reales, que evita así caer en los precios disparatados que a veces pueden
encontrarse en las páginas de venta de antigüedades o en las empresas dedicadas
a las subastas. Al saber su precio de mercado mi amiga dijo que no las
vendería, que prefería poder seguir disfrutando de ellas. Estando tan poco
habituado a las monedas de oro y siendo en este caso tan pequeñas, mi primera
impresión fue la de que eran piezas de juguete. Su elevada pureza, de 22 y 21 quilates
respectivamente, indica que son blandas, es decir, susceptibles de quedar
marcadas por una mordida o de doblarse fácilmente. Pero como en la mayoría de
los casos, estaban en muy buen estado, ya que casi todo el mundo suele tratar
con sumo mimo las monedas de oro, como si las mismas fueran capaces de
hipnotizar a sus propietarios, incapaces de inferirles el más mínimo daño,
temiendo la pérdida significativa de su valor.
Para los niños hay multitud de
objetos que equivalen al dinero, a los billetes y a las monedas, o que tienen
un valor claramente superior. Podemos mencionar en este sentido los cromos, las
golosinas, los juguetes, los comics, las pantallas digitales, los móviles… Para
ellos todavía el dinero es sólo un elemento intermedio para conseguir lo que de
verdad importa, lo que puede aportarles momentos de gran felicidad. En torno a
la conveniencia o no de asignarles una paga semanal y a partir de qué edad hay
bastante discusión. Los niños tienen una confianza total en sus padres, los
cuales les dan todo lo que consideran bueno para ellos. Ya reciben en los
colegios una asignatura relacionada con la economía. Los ritmos de su
progresiva relación con el dinero pueden acentuar determinados rasgos de su
personalidad. Si ese contacto es prematuro pueden espabilar demasiado pronto,
convirtiéndose en personas materialistas. Si por el contrario tardan demasiado
en descubrir el esfuerzo que cuesta a sus padres conseguir lo que les ofrecen
pueden caer en la desidia, olvidándose de que es el trabajo el que se
transforma en dinero. En la mayoría de los casos, cuando uno es joven tiene
pocos recursos económicos, poca capacidad de acción financiera, y una
consecuente rebeldía por no entender por qué uno no puede tener aquello con lo
que sueña. En cambio cuando uno es ya viejo, si su trayectoria profesional ha
sido exitosa, puede hacer balance de lo que ganó, de lo que hizo con ese
dinero… haciéndose conservador en muchos aspectos, por miedo a perder lo
conseguido. Este recorrido normal puede verse alterado si el joven gana pronto
mucho dinero, por ejemplo por convertirse en deportista de élite. En este caso
concreto la disciplina que exige la actividad física y los valores implícitos
en el deporte evitan que el dinero convierta en vieja el alma del joven. Es la
magia infinita del acto primario de perseguir un balón.
Además de utilizarse para
contabilizar quién va ganando en algunos juegos, las monedas pueden servir como
propio juego. Varias personas mayores, en distintos contextos, me han hablado
de un tipo de juego de la época de posguerra. Consistía básicamente en dibujar
una forma cerrada en el suelo, como un círculo o un triángulo, en cuyo interior
se depositaban dispersas algunas monedas. Cada jugador intentaba sacar esas
monedas de los límites definidos, recurriéndose para ello bien a otras monedas
o bien a piedrecitas, en ambos casos lanzadas con una mezcla de fuerza y
precisión. El que sacara monedas fuera podía quedárselas. Si la moneda lanzada
se quedaba dentro el jugador la perdía. No se solían usar monedas de curso
legal, sino monedas antiguas, como las llamadas perras gordas y perras chicas,
las cuales quedaban bastante maltrechas. En cuanto el desarrollo técnico lo
permitió empezaron a realizarse monedas de chocolate, con motivos impresos en
ambos lados, y funda dorada o plateada de papel de aluminio, la cual reproduce
en algunos casos monedas reales. Un sistema publicitario ingenioso, al borde de
la legalidad, consiste en colocar pegatinas transparentes con algún anuncio
sobre las monedas. Esta práctica tuvo bastante desarrollo en Benidorm, donde se
utilizó para promocionar bares y discotecas al poco tiempo de aparecer el euro.
Suscitó polémica, pero estrictamente no supone ni falsificación ni alteración
de la moneda, que vuelve a quedar como antes simplemente con quitarle la
pegatina. Sospecho que si no hay muchos más ejemplos es que se cortó pronto la
iniciativa colocándola fuera del marco legal, ya que el desmadre subsiguiente
podría haber sido tremendo, al cambiar la iconografía estatal por la de
empresas privadas, o por la de cualquier particular que hubiese querido
extender fácilmente y con muy poca inversión un mensaje propio, tal vez
contrario a los principios de sus conciudadanos.
Recuerdo haber visto dos pinturas
flamencas con el mismo título, “El cambista y su mujer”, ilustrando con
frecuencia en los libros de historia temas relacionados con el ascenso de la
burguesía durante el período renacentista. La primera de ellas, realizada por
Quentin Massys en 1514, se conserva en el Museo del Louvre. Muestra a un hombre
pesando monedas con una balanza, captando la atención de su mujer, que se
distrae así de su libro de oración. Sobre la mesa hay muchas monedas de
distintos metales, anillos, perlas, pequeños ponderales, un rico jarrón y un
espejo circular en el que se refleja otro personaje junto a una ventana. Tras
la pareja, otros objetos decorativos o de uso cotidiano completan el bodegón.
La puerta de la casa está abierta, quizás para recibir a posibles clientes. La
segunda pintura, inspirada sin duda en la primera, fue hecha por Marinus Van
Reymerswale en 1539, y se conserva en el Museo del Prado. El artista realizó
durante su vida varias composiciones similares. En la aquí comentada destaca la
satisfacción presente en el rostro de los personajes. El hombre se dispone a
pesar una moneda en la balanza, mientras su mujer abandona la lectura un
instante para recrearse viendo las numerosas monedas de oro y plata que hay
sobre la mesa, donde puede observarse también una cajita con pequeñas pesas
cuadradas. El tintero y la pluma indican un control contable, si bien en la
habitación hay tanto papeles ordenados como otros desordenados. El ambiente en
este caso es más intimista, pues la puerta entreabierta no parece dar a la
calle, y el candelero con la vela a medio consumir señala la posibilidad de
continuar con cualquier actividad durante la noche. El tema descrito fue
replicado por muchos artistas, oscilando el mensaje entre la expresión de la
prosperidad comercial y la crítica hacia determinadas prácticas lucrativas,
como los préstamos acordados con intereses excesivos. El protestantismo,
especialmente el calvinista, se mostró favorable al progreso económico personal
como signo del agrado de Dios, siempre que fuese acompañado de trabajo duro y
rigor moral. El catolicismo en cambio se mostró teóricamente más cercano a la
asunción de la incompatibilidad evangélica de la acumulación de riquezas. Hay
quien incluso ve en ello una de las causas del atraso económico del Sur de
Europa con respecto al vigor capitalista del Norte industrializado.
El Catastro de Ensenada,
realizado con fines recaudatorios por orden de Fernando VI (1746-1759),
proporciona abundante información demográfica sobre las localidades que
existían en la Corona de Castilla. Incluye los ingresos anuales aproximados de
cada ciudadano, los cuales podían expresarse en ducados de oro (moneda de
cuenta que en realidad había dejado de acuñarse en época de Carlos I). Cada
ducado equivalía en el período en que se redactó el Catastro a trece reales de
vellón. También era habitual recurrir para los salarios al pago en especie, por
ejemplo en fanegas de trigo. Incluimos a continuación datos reales de una
población concreta visitada por los inspectores el 27 de Marzo de 1752. Se
trata de Hermosilla, en la provincia de Burgos, perteneciente en la actualidad
al municipio de Oña, en la comarca de la Bureba. Había en dicho enclave, según
el lenguaje empleado en el censo, 30 vecinos, 9 viudas y 2 habitantes. En este
número se incluían 6 personas pobres de solemnidad que pedían limosna a las
puertas. Había 60 casas, de las cuales 40 estaban habitadas por vecinos,
clérigos, viudas y pastores; 2 estaban desiertas por no haber quien las habitase;
7 estaban arruinadas; y 11 servían de pajares. No había jornaleros, sino sólo
labradores propietarios, con ingresos medios de 300 reales anuales. Se indica
que si los hijos estuvieran sirviendo, ganaría cada uno 12 ducados al año (156
reales). El sastre ingresaba por su oficio 300 reales anuales, más otros 75
generados por la labranza de su hacienda. Al aludir a cada ciudadano por su
nombre y primer apellido el Catastro de Ensenada sirve además como una
destacada herramienta genealógica, abierta a la libre consulta a través de
internet en el Portal de Archivos Españoles.
Las monedas han sido con
frecuencia utilizadas en otras épocas como parte del adorno personal,
principalmente femenino. Lola Flores, en algunas de sus películas de
ambientación histórica, como “La Estrella de Sierra Morena” (1952) y “Morena
Clara” (1954) luce monedas en sus vestidos, diademas, pendientes, collares… El
efecto es especialmente destacado al bailar, tanto por el brillo como por el
sonido. En la joyería tradicional utilizada por las mujeres gitanas las monedas
constituían un elemento importante, impactando su despreocupado lucimiento.
Todavía algunas etnias emplean monedas en la elaboración orfebre,
incorporándolas a las joyas o convirtiéndolas en piezas colgantes de las ropas,
mediante anillas o cadenitas cosidas. En el caso de la etnia rashaida, de
ascendencia árabe beduina, presente en áreas desérticas de Eritrea y Sudán, las
monedas concatenadas adornan profusamente los velos de las mujeres. Para la
danza del vientre y otros bailes típicos orientales se usan aún hoy chapitas
muy ligeras que van cosidas a los tejidos, las cuales tienen su precedente en
monedas verdaderas, sobre todo acuñadas en países con tradiciones árabes e
hindúes. Un vestido auténtico de estas características pesaría
considerablemente. Las pulseras de monedas de plata ya apenas se ven. En las
que he podido documentar destaca el uso de “dimes” estadounidenses y fracciones
de bolívares venezolanos. En algunas tiendas de bisutería pueden encontrarse
pendientes con reproducciones de monedas. Un paso más osado para intentar poner
otra vez de moda los pendientes de monedas (cuyas imágenes quedan asimétricas
en las orejas) lo están dando artesanos jóvenes que distribuyen sus creaciones
en puestos temporales. En un mercadillo navideño conseguí unos pendientes
hechos con dos moneditas de níquel holandesas de 10 centavos de 1948,
recubiertas de una capa de plata.
Los elementos premonetarios
realizados en metal presentaban formas que a veces recordaban o reproducían
otros objetos usados anteriormente como dinero o para cuantificar los bienes
atesorados. En la segunda mitad del Segundo Milenio a.C. se usaron en la isla
de Chipre lingotes con forma de piel de buey abierta para poder comercializar
el cobre. La forma elegida está en relación con el cómputo de cabezas de ganado
para expresar la riqueza de un individuo. Las monedas chinas de bronce con un
agujero cuadrangular en su centro, surgidas hacia el 350 a.C., tienen su origen
en la tipología que presentaba la terminación del mango de las llamadas
monedas-cuchillo, las cuales podían engarzarse para llevarlas colgadas de la
cintura. Aún más antiguas eran las monedas chinas con forma de pala,
introducidas en el tránsito del Siglo VII al VI a.C., y que estaban dotadas de
sus preceptivos ideogramas de validación. La elección del tipo tal vez remita
al uso arcaico de las herramientas como forma de pago. En la literatura
oracular china la tirada de tres monedas quedaba vinculada a una de las 64
sentencias sobre el futuro del consultante, lo que revela que casi desde su
comienzo las monedas fueron introducidas en prácticas supuestamente mágicas. En
el caso comentado, la persona debía recurrir siempre a las tres mismas monedas,
las cuales se guardaban en un lugar visible y alto, enlazadas por un hilo rojo.
Estas monedas tradicionales chinas, conocidas por la influencia colonial
británica como “cash” (dinero en efectivo) fueron producidas hasta principios
del Siglo XX. Las adquiridas por coleccionistas es poco probable que se hayan
usado en antiguas prácticas adivinatorias, al quedar las piezas más cargadas de
connotaciones simbólicas dentro de las mismas familias.
La exonumia, más conocida en el
ámbito británico como paranumismática, se ocupa del estudio de piezas similares
a las monedas, pero que no pueden considerarse estrictamente como tales.
Entrarían en este grupo las medallas conmemorativas, las medallas religiosas,
las medallas deportivas, las fichas de transportes, las fichas telefónicas, las
fichas de casinos, los “tokens” comerciales, los jetones contables, los
botones, los precintos de plomo… Muchas de estas piezas tienen su origen en
iniciativas no estatales, por lo que aportan información interesante sobre el
alcance real de las otras fuerzas presentes en cada sociedad. El pragmatismo
empresarial y el auge de la economía digital han hecho disminuir
considerablemente la nueva creación de este tipo de soportes, que remiten por
tanto en la mayoría de los casos a contextos “vintage”. El coleccionismo de
estas piezas parecidas a monedas se ha visto favorecido por el auge actual de
la compraventa de cosas viejas y antigüedades, estimulada por las producciones
televisivas norteamericanas, centradas en casas de empeños, subastas de
trasteros y desplazamientos en busca de pequeños tesoros de otras épocas. En
ocasiones se echa en falta un trato algo más respetuoso hacia las
circunstancias personales que derivaron en la enajenación actual de dichos
objetos. Es decir, que puede que fueran de personas ya fallecidas o arruinadas.
Algunas medallitas tenían como
finalidad advertir del grupo sanguíneo, alergias o dolencias de las personas
que las portaban por si se daban situaciones de urgencia en las que hubiesen
perdido el sentido, la orientación, la capacidad del habla, la memoria… Una en
concreto que conseguí, grabada en plata, indica que la persona era del grupo
sanguíneo A negativo. En su reverso va la inscripción: “M. Toledo – Alérgico –
todos – antibióticos”. Los textos personales de las medallas, en muchos casos
encargados a los joyeros, las convierten sin duda en especiales, únicas. Nos
evocan las experiencias de un individuo concreto, su intrahistoria. Pueden
servir también para fecharlas, si bien las fechas que en ocasiones llevan
grabadas pueden ser bastante anteriores o posteriores al momento de su
producción. En una medalla religiosa de plata, con el niño Jesús en el pesebre,
el buey asomando por el cercado y la estrella de Belén brillando en el cielo,
puede leerse en el reverso: “Sor P. U. – 29.6.59”. El texto parece hacer
referencia a una monja. El día grabado sería muy significativo para ella,
quizás el de su consagración. Al limpiar el material adherido a la parte
posterior de una medalla conmemorativa francesa, apareció un misterioso número
65, hecho por incisión. Se trata de una pieza bastante problemática. Pudo ser
empleada como placa decorativa, lo que explicaría sus restos de
argamasa, o tal vez sirvió como bello jetón contable. Estas
medallas intentaban que la iconografía áulica de exaltación de los soberanos
alcanzase al conjunto del pueblo, reproduciendo en materiales corrientes los
motivos de las medallas de oro y plata, cuyo alcance era mucho más restringido.
La pieza comentada celebra el nacimiento del Delfín el 1 de Noviembre de 1661. Muestra a un ángel custodio, imagen que era común colocar en las cunas de los bebés y en las camas de los niños.
Un determinado tipo de medallas
tiene como fin principal el reconocimiento por la realización de una gesta
deportiva, la participación en un conflicto militar, la labor desempeñada en un
campo del conocimiento, la creación de una obra memorable… Con frecuencia en el
instante solemne en el que la medalla es entregada la persona que la recibe se
emociona profundamente, pues se está premiando su dedicación, el tiempo
invertido en una tarea, su valor, su genialidad, sus esfuerzos… seguramente
tras haber pasado por episodios difíciles que invitaban a abandonar. Las
medallas de este tipo que llegan al mercado numismático corresponden en algunos
casos a entregas nunca realizadas. Las producidas en materiales pobres y
entregadas a discreción, simplemente por participar en un evento, a veces
abandonan a su propietario casi con la misma facilidad con la que llegaron a
él. En muchas se aprecia un espacio reservado para ser grabadas, quedando en
bastantes casos sin ejecutar dicha inscripción. Es común también que se pierdan
las cuerdas y los adornos de tela que en algunos casos las acompañaban, cuya
combinación cromática no solía ser casual, aludiendo a banderas u otra
simbología comunitaria. Los motivos iconográficos de estas medallas suelen
estar relacionados con la disciplina en cuestión, permitiendo estudiar su
evolución estilística. En el caso español, como no podía ser de otra manera,
abundan las representaciones futbolísticas, impresiones casi fotográficas sobre
el metal, un auténtico reto de descripción fiel de los movimientos con el
balón. La Cataluña de época modernista fue un importante foco de irradiación
artística, materializado en medallas honoríficas de gran belleza.
Acerca de las medallas religiosas
ya hemos comentado en ocasiones anteriores sus múltiples significados añadidos,
relacionados con la devoción de las personas que las diseñaron, portaron o
custodiaron, lo que para mí las convierte en objetos emotivos, capaces de
conectar con los sentimientos que hace tiempo despertaron. Son un campo de
investigación asequible, pues los libros y objetos religiosos antiguos pueden
encontrarse en los rastrillos a bajo precio, al no suscitar ya un interés
generalizado, como si la mayor parte de la sociedad considerase que forman
parte de una etapa superada. Muchas imágenes religiosas antiguas, sobre todo si
se nota que han estado expuestas prolongadamente en los hogares, generan en la
actualidad sensaciones que, por respeto o por desafección, impiden que la
mayoría de la gente las compre y vuelva a colocarlas en un lugar destacado. Es
como si incorporasen una carga energética excesiva, tanto de las personas que
cotidianamente las contemplaron como de los personajes representados. En el
terreno numismático, aludiré brevemente a dos piezas bañadas en plata, con
pasador en el reverso, el cual permitía lucirlas en una cinta, correa u otro
complemento similar. Una de ellas es de María Auxiliadora. Sostiene al niño
Jesús en uno de sus brazos, portando en la otra mano un cetro, por su condición
de reina y dispensadora de gracias. La otra medalla muestra a la Sagrada
Familia, quedando en el centro el niño erguido sosteniendo su cruz.
Especialmente duradera es la
iconografía jesuítica. Los jesuitas, por su influencia social, su presencia
educativa y su despliegue misionero (el cual llegaba hasta puntos prácticamente
ajenos a todo gobierno conocido), fueron temidos por los poderes estatales, que
consiguieron que el Papado suprimiese la orden en 1773. La Compañía había sido
fundada en 1534 por Ignacio de Loyola, soldado nacido en Azpeitia (Guipúzcoa),
convirtiéndose pronto en ariete de la Contrarreforma. A través de los llamados
Ejercicios Espirituales, escuchando enseñanzas religiosas en silencio absoluto
durante varios días, se buscaba la concienciación abrupta del fiel, que con
frecuencia quedaba profundamente impresionado del mensaje recibido. Esta nueva
espiritualidad, que aceptaba los avances científicos como mecanismo para
la rápida reorganización social, se hizo
peligrosa para los poderes imperantes, que lograron el destierro de los jesuitas
de muchos países. La orden fue restaurada por el Papado en 1814, cuando el
Antiguo Régimen mostraba aún cierta resistencia a desaparecer, siendo
actualmente la mayor orden religiosa católica actual. En su emblema destaca uno
de los monogramas de Cristo, consistente en las letras IHS o JHS, que ya
existía anteriormente, y que abunda como referencia simbólica en el arte
cristiano. Está en el escudo de Francisco, el Papa actual, que es el primero
perteneciente a dicha orden. La ilustración muestra dos medallas de Ignacio.
Una de ellas, rectangular y de plata, fue hecha en 1914 para celebrar el
centenario de la restauración de la orden. En el libro abierto que sostiene
Ignacio en el anverso va escrita en letras diminutas la divisa de la orden, “Ad
Maiorem Dei Gloriam”, que aparece también por sus siglas en el reverso. En la
segunda medalla, bañada en plata y firmada por Haro, figuran tanto el monograma
JHS como las siglas AMDG en el libro que sujeta el santo, vestido en este caso
con ropas de oficiante de la liturgia. No siempre resulta sencillo identificar
a los santos representados en las medallas religiosas, a pesar de los
convencionalismos seguidos por los grabadores.
Entre las monedas y medallas
españolas que más extrañeza suscitan están las del niño-rey Alfonso XIII. Su
padre, Alfonso XII, falleció de tuberculosis a los 27 años, cuando él todavía
estaba en el vientre de su madre, María Cristina. Al nacer, en 1886, fue
inmediatamente proclamado rey, si bien no asumió el poder efectivo hasta su
decimosexto cumpleaños. A fines de 1887 empezó a ser representado en las
monedas, con rasgos de casi un bebé, mostrando piezas posteriores varias fases
de su crecimiento. En una medalla de latón de 1888, la cual presenta algunos
rayajos, puede apreciarse el busto del joven monarca, realizado por A. Dueñas.
El reverso indica que fue utilizada en los premios de un primer festival
infantil, celebrado en Madrid. Una pieza conmemorativa, con fecha de Junio de
1906, era regalada a los clientes por el tostadero de café Caxambú, situado en
el número 51 de la Calle Montera de Madrid, para celebrar la boda de Alfonso
XIII con la princesa británica Victoria Eugenia. El enlace se produjo el
convulso día 31 de Mayo, sobreviviendo la pareja al atentado del anarquista
Mateo Morral, que causó once muertos. La medalla fue realizada por la fábrica
bilbaína de medallas y estampación de metales de Bernardo Serrano.
Transcurridos veinte años, en Junio de 1926, podía verse la imagen de la reina
Victoria Eugenia, con su característico tocado, en una medalla acuñada con
motivo de la fiesta de la flor, relacionada con la lucha contra la
tuberculosis. Los dos primeros sanatorios levantados en España para combatir
específicamente esta enfermedad infecciosa fueron inaugurados en Madrid en
1908. Alfonso XIII estaba especialmente sensibilizado con el asunto, al ser la
tuberculosis la que había causado el fallecimiento de su padre. El reverso de
la medalla muestra la Cruz de Lorena, adoptada en 1902 como símbolo por la
Asociación Internacional de la lucha contra la Tuberculosis.
Una de las funciones que pueden
presentar las medallas es dejar constancia de un evento o de un hecho de
especial importancia, de forma que sea más fácil recordarlo. En cierto modo la
medalla puede actuar como la congelación de un instante, favoreciendo la
evocación de otros períodos históricos. La pieza que nos sirve para comentar
algunos aspectos de la intencionalidad subyacente en la producción de medallas
es una acuñada en 1928 por João da Silva. Fue realizada tanto en bronce como en
plata, para que su acción propagandística llegase a personas de distinto poder
adquisitivo. Sirvió para promocionar el turismo en Portugal con motivo de la
Exposición Internacional Colonial, Marítima y de Arte Flamenco, celebrada en la
ciudad belga de Amberes en 1930, antesala de la Exposición Colonial Portuguesa
que tuvo como sede Oporto en 1934. En el anverso aparece una mujer ataviada con
indumentaria tradicional, acompañada de recipientes rebosantes de alimentos
típicos. Deja caer lo que pudieran ser flores o tal vez algunos productos,
actuando casi como una alegoría de la abundancia. En el reverso el sol contiene
los cinco escudetes, dispuestos en cruz, del centro del escudo portugués,
iluminando la Torre de Belém, fortaleza de estilo manuelino que protegía la
entrada al estuario del Tajo y al puerto de Lisboa. La leyenda es un verso de
la estrofa XX del Canto III del poema épico “Os Lusíadas” de Camões: “Onde a
terra se acaba e o mar começa” (Donde la tierra se acaba y el mar comienza),
manera de expresar la vocación marítima de Portugal, cuyo Cabo da Roca es el
territorio más occidental del continente europeo. La mentalidad que se oculta
en la belleza de esta medalla dista mucho del espíritu presente, en cuanto a
que incide en el fenómeno colonial y en la depredación de los recursos ajenos
como si se tratase de algo positivo. Portugal fue uno de los países que más se
resistió a conceder la independencia a sus colonias, aspirando hasta el último
momento a integrarlas como provincias naturales, una vez superado mediante el
mestizaje el terrible pasado esclavista. La fe y el valor de los conquistadores
portugueses les llevaron en sus barcos a los extremos del mundo, por lo que son
constantes en sus monedas las referencias a la navegación.
Las fichas monetiformes presentan
una gran variabilidad que las hace atractivas para los coleccionistas. Se trata
de piezas emitidas por empresas o instituciones para publicitarse o para
ofrecer a través de ellas un servicio, como pudiera ser un viaje en autobús, un
tiempo de estacionamiento, una llamada telefónica, un lavado de ropa… En la
mayoría de los países ha caído en desuso su vertiente funcional, manteniéndose
en cambio la propagandística. En los Estados anglosajones, donde son conocidas
como “tokens”, tuvieron gran éxito, debido principalmente al destacado empuje
de la iniciativa comercial privada. Las fichas relacionadas con el transporte
tienen una dilatada historia en el caso de los Estados Unidos, donde existe una
gran afición en torno a ellas. Comentaré dos piezas concretas de la década de
1950 que revelan cómo en esa época Cuba replicaba rápidamente los adelantos
técnicos estadounidenses, que llegaban a la isla a los pocos meses de aparecer
en Florida. Son dos fichas para poder montar en autobús. La primera de ellas,
hecha en cuproníquel, es de la “Miami Transit Company” y la segunda, acuñada en
bronce, del “Ómnibus de Santa Clara S.A.”. En ambas el anverso y el reverso son
iguales, aunque con una orientación relativa de 180 grados. Las dos recurren a
una decoración reticulada sobre la que va el nombre de la empresa. La primera
tiene cuatro perforaciones ligeramente curvas en torno al logotipo central,
relacionadas con el tipo de máquina en que se insertaría, mientras que la
segunda lleva en su centro una gran letra B. El diámetro de ambas es casi
idéntico, lo que apunta hacia cierta estandarización. Las dos me las dio mi
abuelo, que era cubano y se exilió en Miami. Santa Clara es la ciudad donde
está enterrado desde 1997 el Che Guevara, al ser allí donde realizó su más
brillante acción militar en diciembre de 1958. Con la revolución la llegada a
Cuba de nueva tecnología norteamericana prácticamente desapareció.
Mención especial merece un tipo
de ficha que adquirió gran desarrollo en el Mercado barcelonés del Borne,
relacionada con la fianza por los embalajes. El mayorista cobraba al minorista
dichos embalajes, entregándole unas fichas que acreditaban su valor. Si
posteriormente el minorista devolvía los embalajes al mayorista obtenía a
cambio de las fichas el dinero señalado en ellas. Los mayoristas, cuyas paradas
llegaron a ser casi doscientas, empleaban también estas fichas como una manera
de promocionarse, indicando en ellas su número de parada. Las piezas podían
tener forma circular, ovalada, cuadrada, romboidal, irregular… El material más
empleado en su diseño fue el latón, a veces pintado, aunque las había también
de cartón o plástico. La que yo tengo es de una empresa llamada “Hijos de Diego
Betancor S.A.”, de origen canario, dedicada a la venta de plátanos y otros
productos agrícolas. Es de forma ovalada, marca 15 pesetas, tiene restos de
pintura roja y remite a los puestos 17 y 27. Lleva el símbolo parlante de un
canario sobre una rama. Las fichas telefónicas solían presentar una o varias
ranuras. Se usaban en las cabinas públicas, ya casi extinguidas por la
irrupción de la telefonía móvil. Destaca por su belleza un ejemplar francés con
la fecha de 1937, asociada a un retrato alegórico de la República realizado por
el grabador Lucien Georges Bazor. En el canal va el nombre de la empresa, PTT,
leyéndose en los resaltes “Telephones Publics”. La decoración complementaria
consiste en unas hojas de roble. Otra pieza de estructura similar, de
cuproníquel como la anterior, lleva además en el centro del canal un agujero
circular. Se trata de una ficha telefónica israelí de 1966. El anverso
reproduce un marcador numérico de diez dígitos, como los de los teléfonos
antiguos. En el reverso va en un óvalo el logotipo de la compañía Asimon, un
antílope saltando.
El origen de los botones de
bronce suscita debates muy interesantes. Muchos de los tipos antiguos suelen
ser clasificados simplemente como preindustriales, sin afinar demasiado en
cuanto a la cronología. En el caso español tenemos la suerte de contar con unos
botones bien datados a lo largo del Siglo XIX, conocidos como botones
patrióticos, de carácter civil, que presentan la imagen de Fernando VII y en
menor número la de Isabel II. Otros llevan el escudo borbónico o una
representación de la Virgen del Pilar, flanqueada normalmente por dos
peregrinos arrodillados. Eran fundidos a molde o hechos con troqueladora, en
ambos casos con asa soldada. Yéndonos hacia atrás en el tiempo destacan sin
duda los enigmáticos botones con decoración cuatripétala incisa, con doce muescas
de contorno los mayores y ocho los menores, a veces con un rico contenido en
estaño o un baño del mismo. Los más toscos podrían remitirnos a los Siglos XVII
y XVIII, pero ejemplares de mejor factura, que pudieron actuar como inspiración
iconográfica para los artesanos posteriores, figuran en algunos museos, como el
de Burgos y el de Málaga, como pertenecientes a contextos visigodos cerrados.
La sencillez del tipo hacía fácil su imitación, aunque mediasen siglos. El
probable origen visigodo de los botones cuatripétalos está en sintonía con el
aumento de la cultura material visigoda recuperada en forma de pequeñas monedas
de bronce con motivos cruciformes.
En un puesto dominical de venta
de monedas vi una colección de botones de soldados franceses de la época de la
Guerra de Independencia (1808-1814). Se encuentran en muy buen estado. La
mayoría de ellos muestra en grande el número del regimiento dentro de una línea
curva que no llega a cerrarse por poco, presentando en sus extremos decoración
vegetal, con un pequeño glóbulo exterior próximo a la apertura. Enseguida
consideré que podrían haber sido conseguidos en el lugar donde se hubiese
producido una batalla en la que hubieran intervenido distintos regimientos.
Buscando el historial de los diversos regimientos representados en la
fotografía de la colección comprobé que buena parte de ellos había participado
en la batalla de Orthez, librada el 27 de Febrero de 1814 en las colinas
situadas al Norte de dicha localidad francesa, perteneciente al departamento de
los Pirineos Atlánticos. La batalla se saldó con la victoria del ejército
anglo-portugués, dirigido por el duque de Wellington, sobre las divisiones
francesas del mariscal Soult. El final de la Guerra estaba próximo, los
franceses ya se habían replegado en su territorio, abandonando la Península
Ibérica. La colección integra también botones de regimientos que no
participaron en dicha batalla o que no estuvieron nunca en España. En el caso
del Regimiento 28, el botón nos remite probablemente a la expedición de los
Cien Mil Hijos de San Luis, que contribuyó a restaurar el absolutismo en España
en 1823. Sería una lástima que la colección se dispersase por la venta
independiente de sus distintas piezas. Muchos de los botones conservan aún
restos de tierra. Son en definitiva despojos que quedaron sobre el lugar de las
refriegas. Nos llevan eléctricamente hasta la elegante indumentaria de los
ejércitos franceses, que vinieron hasta donde no debían, que conocieron la ira
del General Castaños, y que fueron derrotados en una infernal guerra de
guerrillas.
Testimonio del incipiente
desarrollo industrial español en el Siglo XIX son los precintos de plomo que
acompañaban a algunos productos manufacturados, los cuales siguieron usándose
hasta ya superada la mitad del Siglo XX, y que tienen sus precedentes en
marchamos plúmbeos con símbolos heráldicos que se remontan al menos al Siglo
XV. Eran en general bastante toscos, normalmente de tendencia circular, pero
con asimetrías. En los más antiguos el cuño con la publicidad de la empresa se
imprimía sobre el plomo todavía blando sin demasiadas contemplaciones, mientras
que en los más recientes se aprecia la mejora de la maquinaria empleada en la
generación de formas más regulares y en el relieve uniforme dado a las letras.
Prima en ellos la información textual, si bien algunos muestran ya tempranos
logotipos, como el cisne usado por una empresa zaragozana. Muchos llevaban dos
o más ranuras en el canto por las que hacer pasar un cordel fuerte, pudiendo
presentar también un saliente cilíndrico. Otro tipo posterior recurrió a las
perforaciones circulares bien ejecutadas en el cospel. Destacó su uso por parte
de la industria textil catalana y las fábricas de embutidos de la provincia de
Girona. Los dos que aquí presentamos son de la Fábrica de Salchichón de Ramón
Serratosa, sociedad creada en la localidad de Olot en 1926. El segundo de ellos
incluye el texto “Sucesor de R. Serratosa”, con el moderno nombre comercial de
Surse dispuesto en cruz, de forma similar al de la empresa farmacéutica alemana
Bayer. El plomo fue muy usado por su abundancia, bajo coste, elevado peso,
facilidad de fundición… antes de descubrirse su toxicidad. Se realizaban con él
planchas sobre las que escribir, fichas, plomadas de albañil, pesos
comerciales, cañerías, ataúdes, proyectiles de honda, balas… Es común todavía
en los instrumentos de pesca. Los llamados plomos monetiformes, empleados desde
época prerromana, pueden ser en algunos casos interpretados como téseras
identificativas, honoríficas o ilustrativas de pactos personales. La
fabricación de monedas de plomo tuvo casi siempre muy corto recorrido en los
diversos contextos en los que se probó, dada la pobre calidad de los resultados
y el malsano polvillo desprendido por las piezas.
Desde 1970 participa en el mercadillo
numismático y filatélico de la Plaza Mayor de Madrid, celebrado por las mañanas
los domingos y días festivos, Francisco Toro Garrido, apodado “Toro Bravo”,
habiéndose convertido en uno de sus personajes más emblemáticos. Su puesto es
el 35, dedicado a la venta de monedas, material numismático y otros objetos
antiguos. Nacido en Alcaudete (Jaén), probó de joven como torero. Reside en
Alcalá de Henares, donde tuvo un Museo de Pintura y es respetado como sabio. Su
poblada barba blanca le confiere sin duda aspecto de filósofo. Ha pintado
numerosos cuadros de excelente factura y aire surrealista, que él define como
de estilo experimental. Algunas de estas pinturas ilustran el libro de poesía
“Tras el telón… el arte” (1999), del cantautor Ángel Torres Almodóvar. Toro
Bravo ha expuesto sus peculiares ideas, relacionadas con la teobiología, en
varios libros, como “Toro el Bravo ha viajado al Planeta Esferas” (1977),
“Magia - Luz” (1980) y “Los Evangelios de Toro Bravo” (2003). Fue entrevistado
en dos ocasiones por el programa de televisión Crónicas Marcianas. De mirada
intensa, se considera escogido, capaz de curar, de acertar los números de los
sorteos, de penetrar telepáticamente en el pensamiento de los demás. Indica que
el alma tiene inmensas capacidades, que el individuo puede ser lo que quiere
ser, pero no cree en la vida tras la muerte. Dice que fue contactado por los
extraterrestres. Encuentra más veracidad en ciertas teorías conspiratorias que
en las explicaciones ofrecidas por los organismos oficiales. Cuestiona los
dogmas de las diversas religiones, haciendo gala de una apabullante
personalidad. Aunque no estoy de acuerdo con muchas de sus ideas, para mí
Francisco representa un nexo entre la actividad numismática y lo
extraordinario. Y es que las monedas son objetos tocados y retocados, cogidos y
entregados por muchas personas de muchas generaciones, a plena luz del día o en
la inseguridad de la noche; son metal que conoció la vileza y la grandeza de
ánimo, inmerso en los avatares concretos de las economías personales de los
diferentes ciudadanos; son testimonio de apuros y esperanzas, de éxitos y
fracasos; fueron diseñadas por las élites para el pueblo, que las usó como
instrumento para saciar su hambre y mitigar su sed; ilustran el ascenso y la caída
de los gobernantes y de los estados, el acceso a su independencia o su
disolución; están vinculadas a la constante redefinición de las comunidades
humanas. Son sólo monedas… o no.
Ya la última reflexión aportada
sobre las monedas en el presente documento quería que tendiese a evitar el
fetichismo, el apegarse a ellas en exceso como si entrañasen algún tipo de
poder sobrenatural. Sencillamente no lo tienen. Están dotadas de multitud de
valores simbólicos, pero son simplemente objetos. Ni su brillo, ni su antigüedad,
ni su belleza… pueden competir con los estímulos de las personas que tenemos a
nuestro alrededor o con el recuerdo vívido de quienes ya nos abandonaron. Las
monedas son tantas que el coleccionarlas está al alcance de todos. Su pequeño
módulo hace que no sean vistosas en los museos, de modo que suelen pasar allí
bastante desapercibidas. El tiempo invertido en su estudio no es tiempo perdido,
sino que incluso puede ayudar a conocerse mejor uno mismo. Al igual que otras
muchas aficiones, el coleccionar monedas puede aportar nuevo ánimo a personas
abatidas, con discapacidad… La
aproximación con perspectiva a las monedas y a los billetes de distintas
épocas nos sirve además para comprender el valor relativo y variable de muchos
bienes muebles e inmuebles, de forma que no lo sobredimensionemos. En cuanto a
los viajes en el tiempo, uno de los más fáciles consiste en ir un domingo por
la mañana al rastro de Madrid o al mercadillo de la Plaza Mayor, donde se ven
cosas mucho más viejas que las de los programas estadounidenses. Por último, queda
señalar que el reunir monedas de distintos países nos puede familiarizar con sus
pulsiones culturales y con aspectos relacionados con la imagen oficial que de
sí mismos quieren dar, a menudo alejada de sus múltiples problemas reales.