Los países hispanoamericanos suelen combinar en la denominación de sus provincias nombres indígenas con otros de origen lingüístico castellano. En algunas naciones, como Perú o Bolivia, las provincias son mayoritariamente designadas con nombres indígenas, mientras que otros países, como Uruguay y Argentina, recurren preferentemente a términos españoles. Ello es por lo general reflejo del respectivo peso demográfico que en cada nación tuvieron las poblaciones indígenas y las de origen peninsular. El mestizaje de la población se aprecia también en algunos nombres de provincias que unen una palabra española con otra indígena, como es el caso de Zamora Chinchipe en Ecuador. Otras veces la provincia tiene un nombre español y una capital de raíz lingüística indígena, o viceversa. Es lo que ocurre con el departamento colombiano de Santander, cuya capital es Bucaramanga, o con la provincia mexicana de Tamaulipas, que tiene por capital Ciudad Victoria. Los nombres de algunas regiones están dedicados a antiguas o actuales etnias indígenas, como es el caso de la Novena Región chilena, llamada Araucanía. Otros nombres honran a líderes indígenas que encabezaron la resistencia de su pueblo hacia los conquistadores españoles, como Lempira, que es una provincia hondureña.
La explicación de gran parte de los nombres provinciales de los países hispanoamericanos hay que buscarla en su propio desarrollo histórico y en factores geográficos. Algunas regiones aluden a los descubridores y exploradores europeos; así, Colón es el nombre de una provincia de Panamá y de otra de Honduras, mientras que la Duodécima Región chilena, situada en el extremo sur de América y más allá, es la de Magallanes y la Antártida chilena. Esta región tiene entre sus provincias una designada con un nombre acorde a la desolación del territorio: Última Esperanza. La presencia española en la toponimia provincial americana se manifiesta sobre todo mediante la utilización nostálgica de los nombres de ciudades y comarcas peninsulares, indicativos en muchos casos de la procedencia de los colonos que fundaron o rebautizaron los núcleos poblacionales. Algunos ejemplos son las provincias de Trujillo y Mérida (ambas en Venezuela), León y Granada (ambas en Nicaragua), Córdoba (de Argentina y de Colombia) o La Rioja (Argentina). Otras veces se mantiene la grafía antigua de la población de referencia, como en la provincia nicaragüense de Madriz, o se utiliza la pomposa adjetivación de “Nuevo” o “Nueva”, como en Nuevo León (México) o Nueva Segovia (Nicaragua). Algunos nombres provinciales tienen curiosas y antiguas resonancias mediterráneas, asociadas a veces a elementos ideológicos, como la provincia insular venezolana de Nueva Esparta, la costarricense de Cartago y el departamento colombiano de Antioquía.
Son frecuentes los nombres provinciales de santos y santas, e incluso hay una provincia llamada Los Santos en Panamá. Abunda sobre todo el nombre de Santiago, claro vínculo religioso con la metrópoli, presente por ejemplo en Chile, Cuba y la República Dominicana. La herencia cristiana se refleja también en otros nombres de provincias, como Santa Cruz (Argentina y Bolivia), Veracruz (México), Santa Fe (Argentina), Sancti Spiritus (Cuba), Gracias a Dios (Honduras), Madre de Dios (Perú) y San Salvador, que es la provincia que alberga a la capital de El Salvador. La actividad jesuítica es recordada mediante el nombre de Misiones, que es el de un departamento paraguayo y el de una provincia argentina. Provincias selváticas llamadas Amazonas las hay en Perú, Colombia y Venezuela; Amazonas es además uno de los estados de Brasil.
Muchas provincias de naciones hispanoamericanas tienen por nombre apellidos de origen español, destacando los apellidos de los Libertadores, los héroes de las guerras que supusieron la emancipación con respecto a España. Es el caso de las provincias de Bolívar (Ecuador, Colombia y Venezuela), Sucre (Colombia y Venezuela), San Martín (Perú), Artigas (Uruguay) y Duarte (República Dominicana). El Libertador chileno O’Higgins, cuyo padre era irlandés, tiene dedicada la Sexta Región chilena. Los nombres de algunas provincias son también nombres de batallas en las que los realistas o partidarios de la prolongación de la soberanía española sobre América fueron derrotados, como Ayacucho (Perú) o Carabobo (Venezuela).
Hay provincias cuyos nombres sirvieron a los gobiernos para proclamar su confianza en diversos valores o aspiraciones, como La Paz (Bolivia, Honduras y El Salvador), Alta y Baja Verapaz (Guatemala), La Libertad (El Salvador y Perú), Independencia (República Dominicana), El Progreso (Guatemala) y La Unión (El Salvador). También tienen gran sonoridad los nombres de ciertas capitales de provincia, como Resistencia, que es la capital de la provincia argentina del Chaco, o Liberia, capital de la provincia costarricense de Guanacaste. Dos provincias hondureñas tienen los utópicos nombres de Atlántida y El Paraíso. Y los cubanos tienen una municipalidad especial insular dedicada a la Juventud. Entre los nombres más curiosos está el de una provincia uruguaya, consistente en un número: Treinta y Tres. Con este nombre se honra a los treinta y tres valientes que en 1825 cruzaron el río Uruguay para recuperar los territorios orientales que se había anexionado Brasil.
La toponimia española afecta también a pequeñas islas caribeñas de habla no hispana, como la isla británica de Montserrat. Incluso algunos estados norteamericanos ostentan nombres españoles, como Florida, Nevada y Colorado, recuerdo de viejas conquistas y exploraciones. Los nombres de las provincias de las naciones hispanoamericanas son el resultado del deseo de sus sucesivos gobiernos de reflejar en la división político-administrativa de su territorio su trayectoria histórica, caracterizada por el encuentro, el enfrentamiento y la reconciliación de pueblos diferentes, uno dispuesto a dar nombres emotivos a nuevas tierras y otro decidido a conservar los nombres de las tierras de sus ancestros.