Para Ana, "Allegoria della Vita Nuova"
Florencia era a mediados del siglo XIV uno de los numerosos territorios independientes de la península itálica. Destacaba entre las demás ciudades de la Toscana, como Lucca, Pisa y Siena, y buscaba con insistencia la ampliación de sus fronteras. La extensa región adriática inmediata a Florencia estaba bajo el control pontificio. Desde esta época y hasta mediados del siglo XV se fue produciendo en el Norte de Italia una importante transformación, pues los pequeños Comunes fueron progresivamente sustituidos por Señorías, que englobaban varios burgos y ciudades. Se constituyeron así verdaderos estados regionales, a menudo dominados por las familias más ambiciosas. Florencia quiso erigirse en un estado territorial, pero manteniendo su base republicana, sin caer bajo el poder de ningún príncipe local ni entrar en la órbita de las grandes monarquías europeas. El desarrollo autónomo de Florencia fue brillante, de modo que en el siglo XV quedó configurada como uno de los centros motores del humanismo, tras luchas ideológicas entre los nuevos y los viejos esquemas de pensamiento. Hasta fines del siglo XV los grandes estados europeos apenas intervinieron en la política florentina, que en cambio sí que experimentó la influencia de los otros poderes territoriales italianos.
En el transcurso del siglo XIII la población de la ciudad de Florencia había aumentado de manera considerable, alcanzando en el tránsito al siglo siguiente casi los cien mil habitantes. Sin embargo desde ese momento se produjo un descenso poblacional, estabilizándose el número de habitantes en unos cincuenta mil desde mediados del siglo XIV hasta mediados del siglo XV. Los brotes de peste y las difíciles circunstancias económicas impidieron en este período el aumento poblacional tanto de Florencia como de sus ciudades vecinas. Hacia 1450, el territorio florentino tenía unos quince mil kilómetros cuadrados, extendiéndose desde la frontera con Bolonia hasta los límites con la Umbría. Pero Florencia por entonces no controlaba toda la Toscana ni algunos de sus principales centros de poder. El progresivo crecimiento territorial del estado florentino permitió a éste la adquisición de una más amplia salida al mar.
Las magistraturas que rigieron Florencia se mantuvieron estables hasta fines del siglo XV, y se caracterizaron por el ejercicio colegiado del poder y por la brevedad de la duración de cada individuo al frente de sus funciones. Sólo una minoría de ciudadanos tenía derechos políticos y podía elegir a los magistrados de la ciudad y de su “hinterland”. Muchos de los magistrados eran elegidos por azar entre los candidatos, y desempeñaban su cargo durante cinco años, tras los cuales dejaban paso a otros ciudadanos. Los nueve miembros de la magistratura suprema, conocida como la Señoría, tenían un mandato de sólo dos meses de duración, y sólo después de dos años podían volver a formar parte de ella. Eran llamados priores, y representaban a las artes (asociaciones corporativas de oficios) ante el gobierno. Uno de los priores, el “gonfaloniero” o portaestandarte, presidía el consejo de los priores y dirigía las fuerzas armadas. El “podestá” se encargaba de la administración de justicia, y era generalmente llamado de otra ciudad, para favorecer así el criterio objetivo en sus decisiones. El “capitán del pueblo” protegía los intereses del pueblo ante los abusos de los grandes señores. Lo que dictaminaba la Señoría requería para su aprobación de una mayoría de dos tercios. Y sus decretos tenían que contar con el concurso y el visto bueno de otros dos consejos: el colegio de los buenos hombres (de doce miembros) y el colegio de los “gonfalonieros” (de dieciséis miembros). La corporación legislativa se componía de dos consejos, el del “podestá”, formado por 250 ciudadanos, y el del “capitán del pueblo”, formado por 300. En momentos políticos difíciles, se entregaba el poder a una asamblea soberana constituida provisionalmente, la “Balia”. La constitución comunal era uno de los rasgos característicos de la Florencia bajomedieval, pero bajo unas formas que propiciaron la preeminencia de las familias ricas y el alejamiento del ciudadano medio de la verdadera gestión del poder. Los mecanismos de control del poder establecidos por el sistema no evitaron el recurrente predominio político de determinados individuos.
Salvo en algunas ocasiones, Florencia mantuvo una actitud amistosa hacia el Papado. El clero no solía influir de modo destacado en la vida política de la ciudad. Los artesanos actuaron como elementos claves en el funcionamiento de la economía florentina de los siglos XIV y XV. El sector dominante de la producción artesanal fue el textil, volcado principalmente en el trabajo de la lana. Las operaciones requeridas en la producción de los tejidos de lana se efectuaban de forma bastante autónoma, en diferentes ámbitos, si bien se fue tendiendo a reagrupar en los mismos talleres algunas de estas operaciones. Tanto la producción textil como los demás sectores artesanales estaban controlados por los burgueses, los cuales se encargaban de importar las materias primas, gestionar las tareas productivas intermedias y revender los productos acabados. De este modo los burgueses, sin ser directamente los jefes de los talleres, obtuvieron importantes beneficios, los cuales les facilitaron el acceso a puestos relevantes en la dirección política de Florencia. Las familias más ricas de la ciudad fueron abandonando sus disputas anteriores para unirse con el fin de conseguir un control político efectivo sobre Florencia y sus dominios territoriales toscanos.
La constitución comunal de Florencia se basaba en los “Ordinamenti di Giustizia” de 1293, que excluían de ejercer derechos políticos a todos aquellos que no pertenecieran a las artes, es decir, a los nobles y a muchos asalariados. Por tanto podemos decir que el estado de Florencia se fundó sobre la exclusión de una parte importante de sus habitantes de la participación activa en la vida política. El poder del dinero, la actividad comercial y la producción industrial fueron consagrando la preeminencia política de un restringido grupo de hombres en Florencia. El desarrollo de la actividad económica florentina originó dos grupos diferenciados: el “popolo grasso” (integrado por los miembros de las corporaciones dominantes, y particularmente por los banqueros y los patronos de la industria textil) y el “popolo minuto” (integrado por la masa de trabajadores). En cada arte se agrupaba una variada gama de personas: empresarios, artesanos independientes, contramaestres, artesanos menores, aprendices y asalariados. Los artesanos independientes se veían en realidad condicionados en sus actividades por la iniciativa de los empresarios de su propia corporación. Los contramaestres en ocasiones se convertían en vigilantes del proceso productivo, pero sus condiciones de vida y de trabajo eran similares a las de los empleados menores.
En Florencia se asiste durante el siglo XIV al agravamiento de las diferencias económicas entre los empresarios, que se hacen con la dirección de las artes, y los demás miembros de las artes, peones, conocidos como “ciompi” en la industria textil, numerosos y casi desprovistos de derechos. Los peones soportaban numerosas afrentas: se les pagaba con paupérrimas monedas de vellón, su salario no podía superar un máximo fijado y se veía mermado por la existencia de muchos días festivos, recibían los anticipos en horas y no en dinero, no tenían derechos de asociación, y podían ser sometidos a tortura en caso de delito. Desde mediados del siglo XIV, los trabajadores comenzaron a protagonizar huelgas y revueltas, pero éstas se hacían improductivas al no querer renunciar al tradicional sistema corporativo. En 1378 estalló en Florencia una revuelta popular conocida como el tumulto de los “ciompi”. La revuelta se vio propiciada por el descenso de las ganancias de los trabajadores a consecuencia de un conflicto con el Papado, designado como la Guerra de los Ocho Santos. Algunos de los cabecillas de la lucha contra el Papado y contra el partido güelfo, como Silvestre de Médici, buscaron el apoyo popular. El “popolo minuto” llegó a entender que se le utilizaba políticamente sin que se le hicieran concesiones a cambio. Llenos de indignación por su penosa situación económica y por su falta de derechos, los trabajadores, pertenecieran o no a las corporaciones, se unieron y provocaron disturbios. Los trabajadores rebeldes intentaron mantenerse en lo posible dentro de la legalidad comunal, reivindicando una mayor representación política, el reconocimiento de sus derechos y la aprobación de tres artes suplementarias: la de los tintoreros, la de los confeccionistas de jubones y la de los “ciompi”. Los trabajadores se hicieron con el estandarte del Común, incendiaron las casas de sus patronos y elaboraron nuevas listas electorales. La falta de cohesión entre las corporaciones y la traición del “gonfaloniero” elegido por los trabajadores, Michele di Lando, dio al traste con la revuelta popular, saldada con una dura represión.
El tumulto de los “ciompi” ha sido objeto de interpretaciones diferentes, algunas tendentes a maximizar o minimizar su significado y consecuencias. Para su comprensión no hay que descartar las similitudes que presenta con respecto a otras revueltas populares acaecidas en Italia y en el resto de Europa en la segunda mitad del siglo XIV. Para el estudio de las relaciones existentes entre los distintos miembros de las clases inferiores es vital la información aportada por la literatura popular y las formas de religiosidad colectiva. Durante los años siguientes a la revuelta de los “ciompi”, el “popolo grasso” se ciñó el gobierno de la ciudad, tomando medidas restrictivas en contra de los trabajadores y en contra de los nobles que se habían apoyado en éstos. Se produjo una ruptura clara entre los “ciompi” y los miembros de las otras artes menores. Los primeros producían a escala casi industrial y vivían de su exiguo salario. Los segundos eran artesanos parcialmente independientes, ligados a un tipo de producción todavía individual, y no se mostraron muy dispuestos a perder sus condiciones favorables de vida en un apoyo a los “ciompi” que se presentaba demasiado peligroso. Los burgueses más reaccionarios quisieron prohibir las artes menores y reformar la estructura política en su beneficio, disminuyendo la representación institucional de los trabajadores.
A lo largo del siglo XIV se fundieron en Florencia progresivamente las familias nobles y las familias burguesas, de tal modo que apenas había distinción entre ellas en los albores del siglo XV. No desaparecieron las rivalidades entre las grandes familias. Así, los Alberti, que llevaban algún tiempo apoyándose en los sectores sociales más humildes, fueron duramente perseguidos por los Albizzi, ricos mercaderes del negocio de la lana, que encabezaron una reacción antipopular en 1382. Los Médici, que al igual que los Alberti habían simpatizado con colectivos populares, tuvieron mejor fortuna, y la conservación de su patrimonio les permitió sostener e incrementar su influencia política. Ésta no era aún muy grande en el siglo XIV, debido en parte a la desunión de sus ramas familiares. Los Albizzi salieron fortalecidos del aplastamiento del tumulto de los “ciompi”. Entre los miembros de esta familia destacó Maso, hábil político que contaba con importantes apoyos en el declinante partido güelfo, y que participó en el nuevo gobierno oligárquico. Los oligarcas instituyeron los “Otto di Guardia”, jefes de una policía estatal. En 1382 los “Otto di Guardia” pasaron a formar parte de la “Balia” soberana encargada de reformar el régimen. Organizaron un ejército de dos mil ciudadanos y una guardia para el Común formada por cuatrocientos hombres. Los oligarcas se vieron favorecidos por el miedo popular a la amenaza milanesa de los Visconti. Se produjo una marcada centralización del poder. Las medidas centralizadoras de los oligarcas se tradujeron a fines del siglo XIV en la drástica reducción del número de representantes políticos del pueblo. Los oligarcas olvidaron sus diferencias para crear una clase dirigente sólida. Nobles y burgueses constituyeron un grupo unitario. Los nobles se aficionaron a los negocios y los burgueses a las formas de vida y a los ideales nobiliarios.
A la diversidad política y económica de las ciudades italianas en el siglo XIV corresponde una notable homogeneidad cultural. El cristianismo siguió siendo un elemento común al conjunto de la sociedad, si bien era vivido y entendido de distinta forma por cada colectivo. La principal escuela era la familia, en cuyo seno las madres transmitían a sus hijos las nociones más elementales. Ya más crecidos, algunos niños acudían a escuelas eclesiásticas, donde recibían una somera instrucción religiosa. La religiosidad popular tenía en Florencia manifestaciones poco espectaculares, debido en parte a las limitaciones gubernativas que sufrían las cofradías de asalariados. Las órdenes mendicantes estaban bien representadas en la ciudad, pero sin que se apreciasen muestras de fervor exaltado. El cristianismo en Florencia empezó a ser vivido con mesura e incluso con cierto espíritu laico, buscando tal vez la autenticidad interior por encima del estricto respeto a la jerarquía eclesiástica. Parece que el ritmo de vida de los artesanos y de los asalariados estaba más marcado por sus actividades profesionales y profanas que por las manifestaciones religiosas. Algunos relatos de Boccaccio (1313-1375) y de Franco Sacchetti (1335-1400) presentan a las gentes humildes inmersas en sus preocupaciones terrenas, y manteniendo en ocasiones una actitud algo burlona hacia los miembros del clero. La cultura estaba reservada a unos pocos. Los empresarios sentían devoción por los avances técnicos. La iconografía se enriquecía con nuevas perspectivas ya no únicamente religiosas, más realistas y humanizadas.
En 1321 se fundó en Florencia, siguiendo el modelo de Bolonia, un “studio” o universidad, que no conoció nunca demasiada prosperidad por la falta de interés de la burguesía florentina. El “studio” tenía pocos alumnos, y era cerrado en épocas de dificultades financieras. El principal objetivo profesional de los jóvenes florentinos era el comercio. El aprendizaje de doctrinas de inspiración eclesiástica y trascendente sucumbía ante el deseo de aprovechar el tiempo en tareas productivas y lucrativas. Los jóvenes salían a menudo a aprender su oficio en el extranjero, en filiales comerciales donde adquirían conocimientos técnicos y contables. En el siglo XIV y en los comienzos del siglo XV mejoraron notablemente los procedimientos económicos de los comerciantes florentinos. La compañía se presentaba como una asociación mercantil central que dirigía distintas empresas, controlando prácticamente todas las fases productivas. Para evitar peligrosas responsabilidades y para dinamizar las inversiones, cada gran empresario organizaba un grupo de sociedades distintas en las que él se aseguraba la mayoría de la participación. De este modo se racionalizaba la función directiva del empresario. A mediados del siglo XIV se volvió a aplicar el derecho romano en los tribunales comerciales, y a principios del siglo XV quedó establecido el principio de la responsabilidad limitada en las sociedades, a la vez que empezaban a registrarse públicamente las actas de constitución de las mismas. Los seguros marítimos se hicieron habituales, suscribiéndose casi siempre sin la mediación de notarios. De modo igualmente eficaz se generalizó el préstamo sin garantía. La contabilidad por partida doble y los balances anuales eran también corrientes, y servían para afirmar la capacidad de desarrollo alcanzada en Florencia por los mecanismos económicos.
El desarrollo de la vida económica dio a los mercaderes florentinos una sensación de seguridad profunda. Los comerciantes descubrieron la consistencia del dinero y el poder que éste proporcionaba, de tal modo que empezaron a medirlo todo a escala monetaria. El dinero les facilitó incluso el cumplimiento de algunos de sus deberes cristianos, en forma de limosnas y donaciones. Creció la confianza de los burgueses en el dinero, que dinamizó con desparpajo sus operaciones económicas. La ética mercantil florentina rechazaba en general la intervención y protección del ministerio jurídico, en favor de la autonomía en las relaciones económicas. Cambió la concepción del tiempo, volviéndose éste denso y coherente, tal como se aprecia en la redacción de los “ricordi”, recopilaciones burguesas de recuerdos personales y documentos de familia. El apego del burgués florentino a las cosas materiales y a sus bienes hacía que descuidase ciertos valores, como la caridad, canalizándola tan sólo a través de limitadas concesiones. Los burgueses crearon su propio código de valores, y así, por ejemplo, ensalzaban la amistad y a las mujeres que sabían administrar racionalmente los recursos en su hogar. Surgió una nueva mentalidad que medía y calculaba todo, que valoraba todo en términos de interés y beneficio. Este proceso de mercantilización del pensamiento tuvo uno de sus momentos iniciales en la invención del florín, moneda de oro acuñada por vez primera en Florencia, en 1252, e imitada, por su alta consideración, por muchos estados europeos. En el anverso presentaba la imagen de San Juan Bautista, y en el reverso una flor de lis, símbolo parlante de la ciudad, el cual dio nombre a la moneda.
El siglo XIV fue en Florencia el inicio de un camino que conduciría al humanismo pleno. En este brillante contexto hay que situar a los escritores Dante, Petrarca y Boccaccio, así como al pintor Giotto. La lengua toscana retrocedió en favor del italiano y del latín, que fue revitalizado, a la vez que se intentaba retomarlo en estado puro. Policiano indica que los hijos de bastantes nobles florentinos dominaban la lengua griega, lo cual es un síntoma más del resurgimiento de la cultura clásica. Todavía en el siglo XIV no se puede hablar de una tendencia consciente a erigirse contra la cultura cristiana, que siguió gozando de la primacía intelectual. La Iglesia suavizó sus posiciones con respecto a las prácticas comerciales, antes condenadas. Los grandes empresarios empezaron a viajar menos, centrándose en la dirección de sus negocios desde sus casas. Tenían tiempo para la lectura y para las argumentaciones eruditas. Se rodeaban de comodidades y edificaban magníficas villas campestres. Amaban por lo general la naturaleza, los objetos artísticos y la cultura. Numerosos burgueses enriquecidos se establecieron en las zonas rurales próximas a Florencia, o se hicieron segundas viviendas en enclaves agrícolas de la Toscana más alejados de la ciudad. Por un lado querían disfrutar de la naturaleza, y por otro lado se interesaban de modo creciente por la vida urbana y sus actividades propias. En el último tercio del siglo XIV, la dialéctica humanista ensalzó los términos “República” y “Libertad” frente a los agresores exteriores, y especialmente contra los Visconti milaneses, respondiendo a los intereses de la burguesía florentina. Los humanistas ejercieron funciones importantes en la vida de la ciudad, a la vez que intentaban satisfacer amplias exigencias intelectuales colectivas, bebiendo con avidez de las fuentes y de los modelos clásicos. Los burgueses encontraron en las nuevas ideas justificaciones a su modo de obrar. Se produjo la dignificación progresiva de la búsqueda de la gloria terrena. En el tránsito del siglo XIV al siglo XV hubo en Florencia un activo debate entre los valores cristianos y los nuevos valores humanistas, signo de una maduración ideológica.
Los mercaderes florentinos consideraban que una Italia atomizada servía bien a sus intereses. Milán, bajo el gobierno de Juan Galeazzo Visconti, se anexionó Bolonia, Pisa y Perugia, erigiéndose amenazante sobre Florencia. Sin embargo, su muerte en 1402 puso fin al temor de los florentinos, que aprovecharon la coyuntura para tomar Pisa, adquiriendo así una ventajosa salida al mar que facilitaría en adelante la circulación de mercancías. Los burgueses florentinos dirigían un activo comercio mediterráneo y atlántico, con filiales en los principales puertos. En cuanto a las rutas terrestres, los Apeninos eran atravesados sin cesar por las corrientes comerciales que finalizaban en Florencia, principalmente a través de la vía de Bolonia. Cuando los florentinos se apoderaron de Pisa, el eje transversal que desde esta ciudad conducía a Venecia por Florencia, Bolonia y Ferrara se hizo aún más concurrido. Tras la toma de Pisa y de Livorno, Florencia quiso crear una marina mercante propia, y estableció la magistratura de los Seis Cónsules de Mar. Sin embargo, los viajes comerciales de los barcos florentinos no eran regulares con Occidente y resultaron desdichados con Oriente. Quedaba así demostrado que aunque Florencia era una de las principales impulsoras del comercio marítimo, tenía escasa vocación marinera.
El gobierno oligárquico encaminó a la República ciudadana por la vía del Estado territorial, acentuando la centralización del poder. Artesanos y asalariados no lograban constituirse en un proletariado uniforme debido a la diversidad de sus intereses, de tal modo que cada vez era mayor la distancia que les separaba de la clase dirigente y de la efectiva participación política. En el primer tercio del siglo XV se fue extendiendo en Florencia la idea de que era preciso elaborar bases nuevas para la gestión del poder, pero nadie lo expresaba abiertamente por respeto a las viejas instituciones. En este período, influyó en las conciencias el modelo aristocrático veneciano, y así, en 1411 se crearon dos nuevos consejos, cuyos miembros eran en su mayoría fieles partidarios de la oligarquía. Dentro de la clase dirigente distinguimos varias tendencias, entre las que destacan una especialmente fiel a las instituciones tradicionales, representada por Niccolo de Uzzano, y otra que apoyó el poder personal de Maso degli Albizzi. En la práctica, Maso dirigió la ciudad hasta su muerte, en 1417. Su hijo Rinaldo intentó conservar la preeminencia política de su padre. Un hecho destacado es el que numerosos mercaderes se alejaron de la política activa para centrarse en la dirección de sus negocios. Los Médici durante largo tiempo desempeñaron funciones secundarias en la escena política florentina, dedicándose preferentemente a tareas financieras que incrementasen su fortuna. Juan de Médici ocupó cargos políticos relevantes, pero sin oponerse nunca a los oligarcas. Se rodeó de abundantes seguidores, aunque siempre manteniendo una actitud prudente que sirvió para ocultar sus ambiciones políticas. Su muerte, en 1429, dejó a su hijo Cosme, que hasta entonces se había dedicado casi con exclusividad a los negocios, como el principal miembro de la familia, y en una posición privilegiada para el desarrollo de su carrera política.
La crisis económica bajomedieval afectó a Florencia, si bien los empresarios de las artes mayores pudieron atenuar sus consecuencias gracias a su hábil gestión y al control de los mecanismos políticos de la ciudad. Mucho más perjudicados se vieron los artesanos y los asalariados. Las fortunas de las grandes familias florentinas disminuyeron a lo largo del siglo XV. Cabe destacar el declinar de las actividades textiles de la lana en favor de la producción de seda, que proporcionaba grandes beneficios y era más completamente controlada en sus distintas fases por los empresarios. En el arte de la lana y en otras corporaciones, empresarios y detallistas quedaron claramente diferenciados desde inicios del siglo XV. En esta misma época se intensificaron las medidas proteccionistas, incluso frente a las otras ciudades de su territorio. Los conflictos armados que Florencia mantuvo con el exterior, tales como la guerra de los Ocho Santos contra el Papado y la guerra contra los Visconti milaneses, ocasionaron grandes gastos, pues en estos casos era preciso contratar a soldados profesionales, “condottieri”. La Señoría se vio obligada a solicitar numerosos préstamos, que luego era incapaz de rembolsar. Los burgueses que realizaban los préstamos adquirían títulos de renta del “monte” o deuda total de la Señoría, pero sólo conseguían cobrar una parte pequeña de los mismos. Esto provocaba la disminución de las inversiones industriales y comerciales, y hacía necesario incrementar la presión del fisco. En 1427 tuvo lugar una reforma fiscal que supuso la creación de un impuesto porcentual, no ya sobre la estimación de la propiedad inmobiliaria, sino sobre la declaración del capital y de todas las rentas de cada ciudadano. La institución de este catastro hizo más gravosa y sistemática la presión fiscal, si bien los grandes mercaderes lograban fácilmente defraudar al Estado.
Las pretensiones milanesas sobre la Romagna llevaron a Florencia y Venecia a aliarse en contra de Felipe María Visconti. Esta alianza se saldó favorablemente en 1428 en la Paz de Ferrara. En los cinco años siguientes, Venecia emprendió una labor conquistadora que le llevó a anexionarse Verona, Brescia y Bérgamo, en tanto que Florencia fracasaba en su intento de tomar Lucca. Los oligarcas florentinos se habían comprometido a no suscitar luchas intestinas. Cosme de Médici, que contaba con numerosas simpatías en la ciudad, fue expulsado de la misma por la Señoría a instancias de Rinaldo degli Albizzi, en 1433. Pero Cosme tenía muchos apoyos tanto dentro como fuera de Florencia, de tal modo que regresó triunfante a la ciudad un año después, poniéndose al frente de una Señoría integrada por sus amigos. Cosme perfeccionó el mecanismo gubernativo centralizador ideado por los Albizzi, controlando de cerca las elecciones a las magistraturas para consolidar su poder. Prefirió por lo general mandar sin aparecer, y no descuidó sus actividades mercantiles. Expulsó de la ciudad a Rinaldo y otros oligarcas del gobierno anterior. Aunque el nuevo gobierno parecía tener un carácter más popular, pues por ejemplo dejó de perseguirse a las cofradías de trabajadores, garantizaba en realidad la preeminencia de una minoría ligada a Cosme. Parece ser que los trabajadores se consideraban a sí mismos como sostén de un gobierno en el que no participaban, y aceptaron esa situación.
Seguía prevaleciendo la visión del Estado como posesión de alguien que lo maneja en su beneficio. Aprovechando la herencia política de la larga fase oligárquica, Cosme y sus sucesores hicieron de Florencia en el siglo XV un Estado principesco. Las formas de vida comunal se vieron privadas de contenido, a la vez que los espíritus republicanos sucumbieron ante la aceptación general de la autoridad de un ciudadano eminente. La asignación de los cargos de prior y “gonfaloniero” dependía de un consejo fiel a Cosme, cuyos miembros desempeñaban su cometido durante un largo período de cinco años. Rinaldo y su hijo intentaron infructuosamente recuperar el poder en Florencia, recurriendo incluso al apoyo milanés. Cosme fue alejando a sus adversarios de la vida política, sirviéndose de la fidelidad de los “Otto di guardia” y de la Balia instituida por él en 1444. Los políticos más destacados que intentaron frenar las ambiciones de los Médici fueron el filoveneciano Capponi y el gran humanista Manetti, pero sus esfuerzos resultaron prácticamente vanos. Cosme había permanecido fiel a Venecia contra Milán, contra el Papa y contra los aragoneses de Nápoles. Pero el peligroso expansionismo veneciano le llevó a apoyar la candidatura del “condottiero” Francesco Sforza al trono milanés. Los venecianos, que habían buscado el apoyo aragonés, tuvieron que aceptar finalmente en 1454 el Acuerdo de Lodi, que ratificaba el nombramiento de Francesco Sforza como duque de Milán, y que suponía un nuevo triunfo político de Cosme de Médici. A partir de 1455 surgieron discrepancias entre Cosme y sus partidarios, algunos de los cuales tejieron una conjura fallida. Cosme, apoyado por el “gonfaloniero” Luca Pitti, dio un golpe de estado en 1458 para recobrar las riendas del poder. Quedó establecido un consejo de cien miembros, con amplios poderes legislativos, que se convirtió en el eje principal para el funcionamiento del Estado. Las viejas asambleas comunales no desaparecieron, pero perdieron casi toda su importancia.
En materia fiscal, el criterio de impuesto proporcional fue sustituido por el de coeficiente progresivo, de tal modo que ese coeficiente era mayor cuanto mayores fueran los bienes poseídos, favoreciendo así al “popolo minuto” y perjudicando a sectores burgueses antimediceos. La producción de tejidos de lana y de seda siguió siendo uno de los pilares de la economía florentina en el curso del siglo XV. Los trabajadores protagonizaron huelgas y emigraron en gran número, buscando mejores condiciones de vida. Florencia se especializó e incluso monopolizó durante algún tiempo la importación del alumbre, esencial en la producción textil y procedente en su mayor parte de Tolfa, en territorio pontificio. Los mercaderes florentinos mantuvieron un puesto destacado en el comercio internacional. Tras la conquista turca de Constantinopla en 1453, los florentinos se convirtieron en los mercaderes occidentales que más intensamente traficaban en el Imperio Otomano, extendiendo su acción a otros puntos de Oriente. Los Médici pasaron a ser a inicios del siglo XV banqueros de la Santa Sede, lo que les favoreció enormemente. A pesar de ello, la fortuna de los Médici, debido a la incidencia de los avatares políticos, era menor que la de otras grandes familias florentinas. El territorio costero dependiente de Florencia contaba en el siglo XV con un número destacado de barcos de todo tipo, los cuales desarrollaban una intensa actividad comercial, favorecida por la fortaleza y el prestigio del que gozaba en todos los ámbitos la moneda de oro florentina. La vela hinchada utilizada como emblema heráldico por la poderosa familia Rucellai ilustra el carácter marítimo de muchas de las operaciones comerciales que la enriquecieron, introduciendo además la reflexión sobre la fortuna, que, caprichosa, puede favorecer o entorpecer las empresas acometidas por los hombres. Las alegorías relacionadas con la fortuna estuvieron entre los temas preferidos por los artistas italianos del momento, ya que expresaban bien tanto los riesgos asumidos por los grandes comerciantes como la volubilidad de la vida y la carrera de cada individuo.
El desarrollo económico y administrativo llevó a Florencia más allá de los límites medievales, si bien en el terreno político los ideales republicanos sucumbieron ante el afianzamiento de la Señoría. A pesar del estatismo político y social, Florencia supo elaborar una cultura nueva y situarse a la cabeza de las artes. Los artistas vieron cómo a través de sus creaciones iban adquiriendo relevancia pública. La oleada artística no fue atacada por el clero, pues éste seguía considerando más peligrosa la reflexión humanista. Menos comprometidos fuera de su propio campo, los artistas se vieron menos expuestos a las presiones sociales y culturales, protagonizando una revolución esencialmente formal. Aunque siguiendo los modelos antiguos, los artistas del siglo XV buscaron la creación de un lenguaje propio, sin renunciar a satisfacer las exigencias de su época. Alrededor de 1420 empezó a manifestarse en la ciudad toscana un arte nuevo. En la pintura destacó Masaccio (1401-1428), que mostró gran virtuosismo en el tratamiento de la perspectiva. En la escultura sobresalió Donatello (1386-1466), cuyas figuras muestran realismo e impetuosidad de inspiración romana. A Brunelleschi (1377-1446) hay que atribuir la creación de un brillante lenguaje arquitectónico, que supuso el perfeccionamiento de los logros bajomedievales. Leon Battista Alberti (1404-1472) exaltó en sus tratados la figura del artista como creador, situándola a la altura de los hombres de letras. Este autor desarrolló en Florencia una magna labor intelectual. Defendió ardientemente la lengua toscana como vehículo literario tan digno como el latín. Criticó la ostentación de que hacían gala algunos eclesiásticos amantes del bullicio. Contribuyó mediante sus escritos a exponer los nuevos conceptos artísticos, aludiendo a la necesidad de aprender de la naturaleza mediante prolongada y atenta observación.
En el arte renacentista florentino la forma empezó a prevalecer sobre el contenido, y las obras cobraron valor por su propia belleza, independientemente de qué es lo que fuese representado. Algunos autores, como es el caso de Ghiberti (1378-1455), permanecieron aferrados a las formas góticas. Otros, como Fra Angélico (1390-1455), intentaron aunar los temas y procedimientos tradicionales con las nuevas formas y descubrimientos artísticos. La siguiente generación dio a Florencia autores insignes, como Piero della Francesca (1415-1492), Filippo Lippi (1406-1469), Verrocchio (1435-1488)… cuyo estilo se extendió por toda la península itálica. A los temas religiosos se añadieron otros de carácter urbano y de gran viveza, que se centraban más en la captación de la actividad humana. La arquitectura florentina alcanzó un gran nivel técnico y una armoniosa majestuosidad. Los edificios de nueva construcción, si tenían pretensiones artísticas, eran rodeados de espacios amplios para resaltar sus elementos estructurales y estéticos. La cúpula de “Santa María dei Fiore” de Brunelleschi sentó un precedente estilístico. Y en cuanto a los palacios florentinos, sus características fueron imitadas en el resto de Europa.
Parecería que hubiese algo en común entre los elementos que impulsaron las empresas mercantiles florentinas y los elementos que favorecieron el esplendor artístico. Desde mediados del siglo XV el arte florentino empezó a adquirir un espíritu de clientela, reproduciendo las imágenes de los personajes ilustres de la ciudad, diseñando para ellos lujosas viviendas, y alimentando sus colecciones. Los Médici y otras familias involucradas en prósperos negocios se rodearon de artistas y gente de letras. Leonardo Bruni (1370-1444), Matteo Palmieri (1406-1475) y Antonio di Tuccio Manetti (1423-1497), exaltaron un humanismo de corte republicano. Este humanismo, sin embargo, no preconizaba la solidaridad entre todos los ciudadanos, sino que proclamaba el valor de ciertos grandes hombres, principalmente mercaderes, sabios y artistas. La ética humanista defendía el ascenso social, y dejaba en la penumbra a todos aquellos que no poseían o que no llegaban a poseer cierto nivel económico, social o cultural. Desafiando los presupuestos cristianos, el humanismo no desdeñaba el valor de la suerte y la posesión de riquezas. Los humanistas favorecieron el afán competitivo y defendieron la importancia de la vida presente frente a la posible vida futura. Por influencia de los humanistas, los ciudadanos de elevada posición comenzaron a interesarse por la cultura y a intervenir en discusiones eruditas. El filósofo bizantino Georgios Gemistos (1355-1452), que gustaba de hacerse llamar Pletón, reanimó en Florencia con sus enseñanzas la polémica entre los partidarios de Aristóteles y Platón, iniciando una lucha conceptual que se decantaría en favor de las ideas de este último.
El humanismo en Florencia convivió con las manifestaciones de la cultura popular, tales como procesiones y representaciones religiosas. Progresivamente la lengua italiana avanzó como vehículo cultural, colocándose a la altura del latín. Con el apoyo de los gobernantes mediceos, los humanistas lograron un reajuste de las perspectivas éticas tradicionales, defendiendo una religión más interior y menos ligada a las prácticas piadosas. En muchos aspectos, Cosme de Médici intentó armonizar la cultura de la Antigüedad con el cristianismo. Mandó a Marsilio Ficino (1433-1499) traducir las obras de Platón. Marsilio Ficino, a través de su actividad filosófica, quiso demostrar hasta qué punto una filosofía humanista podía adaptarse a un cristianismo depurado. La relación entre el hombre y su sociedad ciudadana dejó de ser el eje del pensamiento, en favor de la concienciación de los destinos metafísicos del hombre. Quedó revitalizada de este modo la filosofía platónica, y la idea de que el cuerpo apenas contaba al lado del alma. El humanismo inicial, que había alcanzado su apogeo a mediados del siglo XV, quedó desdibujado ante el impulso neoplatónico, el cual había creado una religión intelectualizada y mística para una élite cultivada.
No se puede hablar de un humanismo unívoco en la Italia bajomedieval y de inicios de la Edad Moderna, pues el humanismo adoptó numerosas formas y manifestaciones, a veces divergentes, poniéndose al servicio de intereses dispares, republicanos o absolutistas, laicos o cristianos. Aunque partícipes de la vida de la ciudad, los humanistas florentinos no se encuadraron en un grupo unitario, ni apoyaron a los mismos grupos sociales, ni exaltaron las mismas virtudes. Sigue siendo una cuestión a determinar la intensidad con que las ideas humanistas impregnaron a los burgueses, cuya mentalidad anteponía el valor de los conocimientos prácticos al saber erudito. Aunque el humanismo del siglo XV contribuyó al florecimiento de la libertad intelectual, lo cierto es que en general se alineó con los poderes políticos existentes, por lo que no es calificable como civil. En el marco cultural existió en la Italia de aquella época una conciencia de renacimiento, término ligado a la revitalización de la civilización clásica, pero que no sería adecuado para describir todos los fenómenos de ese período. El ideal de hombre completo, versado en múltiples saberes, perseguido por el humanismo, tuvo su exponente más real, arquetípico y carismático en el artista y científico toscano Leonardo da Vinci (1452-1519), que mostró grandes cualidades en múltiples facetas en las distintas ciudades italianas en las que desarrolló su actividad.
Cosme de Médici murió en 1464, sin tomar ninguna medida constitucional que garantizase su sucesión. Las grandes familias florentinas compitieron con los Médici en busca del protagonismo político. Éste recayó hasta 1469 en Pedro “el Gotoso”, hijo y sucesor de Cosme. Durante su mandato, Luca Pitti fue expulsado de la ciudad por haberse visto implicado en una conjura fallida. El hijo de Francesco Sforza, el nuevo duque de Milán, Galeazzo María, apoyó a los Médici en este período crítico, contribuyendo a consolidar su autoridad. Pedro “el Gotoso” fue sucedido a su muerte por sus hijos, Lorenzo y Juliano. Pronto destacó entre los dos Lorenzo, que sería apodado “el Magnífico”. Lorenzo modificó profundamente las bases del poder. Controló más rigurosamente el acceso a las magistraturas, y convirtió los órganos del Estado en instrumentos de su política. Se rodeó de un cerrado círculo de favoritos. El Consejo de los Cien fue renovado, pasando a encargarse principalmente de asuntos de política interior. Se instituyó un Consejo Mayor, compuesto de doscientos miembros y encargado de los principales asuntos del Estado. En una conjura dirigida por los Pazzi en 1478, Juliano murió y Lorenzo fue herido. Éste se vengó duramente valiéndose de los “Otto di Guardia”, encargados de la policía política. Lorenzo creó una nueva asamblea compuesta por setenta miembros, que desde entonces eligieron cuidadosamente a los magistrados más relevantes. En los años finales de su mandato, Lorenzo reservó la Señoría a un comité de diecisiete íntimos, elegidos del Consejo de los Setenta antes mencionado. Su esposa, Clarissa Orsini (1453-1488), de noble estirpe romana, no fue muy querida por los florentinos, ya que su estricta religiosidad chocaba con algunos de los ideales humanistas del momento.
En el tablero político italiano, Lorenzo se mantuvo fiel a la alianza milanesa, y se alineó alternativamente junto a Venecia o Nápoles, según de dónde procediera el peligro. Lorenzo se enfrentó al Papa Sixto IV (1471-1484), que había sustituido a los Médici por los Pazzi como banqueros de la cámara apostólica. Sin embargo, más tarde Lorenzo se aproximó al Papa Inocencio VIII (1484-1492), el cual nombró cardenal a su hijo menor, que se convertiría luego en el Papa León X (1513-1521). La familia Médici proporcionaría más adelante otros dos Papas: Clemente VII (1523-1534) y León XI (1605). Lorenzo dilapidó gran parte del patrimonio familiar para conseguir un mayor control de los resortes del Estado. Además, muchas de sus filiales comerciales no presentaban un balance brillante. La venta del alumbre pontificio sí que fue siempre un buen negocio para los Médici. La deuda pública creció considerablemente, a pesar de los fuertes impuestos que pesaban sobre los adversarios políticos de los Médici. Lorenzo realizó algunos escritos, en los que aportaba su visión sobre los acontecimientos de la época y sobre el discurrir de la vida florentina. En ellos afirmó haber aceptado el poder a disgusto, guiado por el deseo de salvaguardar los bienes familiares. Lorenzo protegió al filósofo y teólogo Pico della Mirandola (1463-1494), el cual abogaba por la fusión de la filosofía griega, el judaísmo y el cristianismo en una religión universal de carácter humanista, demostrando una mentalidad abierta y adelantada a su tiempo. Pico della Mirandola consideraba al hombre como un ser infinito que con su actividad incesante se realizaba a sí mismo y organizaba el mundo.
Florencia buscó y propició en el período bajomedieval una situación de equilibrio entre los distintos ámbitos de poder de la península itálica. El estado florentino era bastante frágil en el aspecto militar, por lo que tenía razones sobradas para temer las agresiones de sus vecinos. Las relaciones de Florencia con el Pontificado fueron en general buenas, y estuvieron reforzadas por los lazos económicos mantenidos con la curia y con la cámara apostólica. El reino de Nápoles no suponía una amenaza seria, debido a la inestabilidad interna que padeció hasta mediados del siglo XV. El verdadero peligro le podía llegar a Florencia de las Señorías de la Italia septentrional, como quedó demostrado desde mediados del siglo XIV. Aunque Florencia buscó la ampliación de sus territorios, se sabía incapaz de llevar a cabo una gran política expansionista, por lo que se mostró partidaria de la división de la península itálica en zonas autónomas dominadas por las ciudades más poderosas, que constituirían estados de tamaño medio. Esta política florentina de equilibrio en el marco de las relaciones exteriores tuvo su máximo exponente en Lorenzo “el Magnífico”.
Aunque Florencia se había convertido en una Señoría principesca, ello había ocurrido sin que se renunciase explícitamente a las viejas instituciones comunales, llegándose a una situación contradictoria. Esto contribuye a explicar que en 1494, tan sólo dos años después de la muerte de Lorenzo, la Señoría de su hijo Pedro, llamado “el Infortunado”, se derrumbara. El ardiente predicador dominico Savonarola (1452-1498) proclamó a Cristo rey de Florencia, y con apoyo de Francia estableció una República de orientación teocrática. Savonarola fustigó con sus palabras a los Médici, y denunció los escándalos de la sociedad romana y de la corte pontificia. Estableció en la ciudad las llamadas “hogueras de las vanidades”, a las que la gente lanzaba objetos superfluos, en ocasiones de elevado valor, como joyas o cuadros con desnudos. El exaltado religioso hablaba con tanto poder de convicción que en ocasiones provocaba estados pasajeros de trance entre los oyentes. Atormentaba su cuerpo con el cilicio, comía frugalmente y exhortaba a llevar una vida sobria, de modo que los pobres no se sintieran ofendidos por los excesos de la vida regalada llevada hasta entonces por los ricos. Su postura intransigente en el terreno de la sexualidad encontró bastantes apoyos, en parte por el temor a que se siguiese extendiendo la epidemia de la sífilis. El convento de San Marcos se convirtió en el principal centro de propagación de sus ideas. El radicalismo de su pensamiento y la manera categórica de difundirlo empezaron a ser considerados elementos políticos peligrosos por amplios sectores, tanto en Florencia como en el resto de Italia. El papa español Alejandro VI (1492-1503) ordenó prender a Savonarola, que fue quemado en la hoguera en 1498, tras ser sometido a torturas durante casi un mes y medio. Una placa circular en el suelo de la Plaza de la Señoría de Florencia recuerda en la actualidad el lugar exacto en que fue quemado. Sus restos fueron arrojados al río Arno para evitar que fuesen tratados por sus seguidores como reliquias.
Habría que esperar hasta 1530 para ver de nuevo a los Médici al frente de Florencia, con Alejandro “el Moro”, el cual desde temprana edad se hizo cargo del gobierno del territorio, que por orden del Emperador Carlos V pasó a ser en 1532 un ducado hereditario. Maquiavelo (1469-1527) y Guicciardini (1483-1540) están entre los autores que contribuyeron a deformar un tanto la verdadera imagen y personalidad de los Médici, cayendo en ocasiones en interpretaciones simplistas de sus rasgos psicológicos. Desde 1494, Florencia caminó con mayor velocidad hacia la estructuración de un estado territorial de tipo moderno. Ya no habría un juego político estrictamente italiano, sino que éste se enmarcaría en un más amplio marco de relaciones internacionales. La Toscana se vio envuelta en las crisis y fluctuaciones hegemónicas que desgarraron al conjunto de la península itálica. Maquiavelo supo reflejar en sus escritos el cambio de mentalidad producido en Florencia en el tránsito al siglo XVI, en consonancia con las corrientes de pensamiento que afectaban al resto de Europa. En el terreno cultural y artístico, Venecia y Roma lograron progresivamente equipararse en importancia a Florencia, que desempeñó una función crucial en la transmisión de los valores renacentistas a los demás países europeos. La ciudad toscana fue una gran creadora de cultura, que renovó la tradición cristiana con los nuevos conceptos humanistas. El gobierno mediceo proporcionó a Florencia paz interior e independencia política, pero al precio de privar de derechos políticos a la gran mayoría de su población. Aunque los Médici dirigieron la política florentina durante largo tiempo, su poder distó mucho de ser absoluto, y no estuvo exento de sufrir conjuras y sobresaltos.
BIBLIOGRAFÍA:
-De Huerga, Álvaro; “Savonarola”; Biblioteca de Autores Cristianos; Madrid; 1978.
-Tenenti, Alberto; “Florencia en la época de los Médicis”; Editorial Sarpe; Madrid; 1985.