lunes, 1 de enero de 2001

LAS ÁNFORAS PRERROMANAS DE LA PROVINCIA DE ALICANTE


RESUMEN

Entre las producciones anfóricas prerromanas presentes en el ámbito alicantino destacan por su número las de origen fenicio-púnico, así como las diversificadas imitaciones ibéricas surgidas a partir de las mismas. Ya desde el siglo VIII a.C. el impacto comercial fenicio se hizo sentir en el área alicantina, generando probablemente a inicios del siglo VI a.C. la fabricación local de ánforas en la Penya Negra de Crevillent y la producción de vino indígena en el Alt de Benimaquia (Denia). De los siglos V y IV a.C. se conocen algunos restos en la región alicantina de ánforas massaliotas, así como un ánfora etrusca completa, elementos indicativos de un comercio moderado de vino de lujo. La concentración de ánforas fenicio-púnicas en el Tossal de Manises (Alacant) durante el período de la presencia bárquida en la Península Ibérica (237-206 a.C.) y en los decenios inmediatamente posteriores parece señalar la importancia que tuvo por entonces este enclave fortificado. La provincia de Alicante recibió de manera continuada ánforas fabricadas en los alfares de Ibiza, isla con la que mantuvo intensas relaciones comerciales y culturales. Tras la II Guerra Púnica se produjo un florecimiento del comercio desarrollado por los poblados de tradición fenicia, apreciándose un incremento de la circulación anfórica del que participaron también los tipos greco-itálicos, y que se dejó sentir en el ámbito alicantino. Desde la destrucción de Cartago por parte de los romanos en el 146 a.C., motivada en parte por su pujanza económica, decayeron las producciones anfóricas fenicio-púnicas, a la vez que declinaban las greco-itálicas en favor de la llegada de ánforas romanas, las cuales heredaron algunos rasgos morfológicos púnicos. En el caso alicantino, las últimas producciones anfóricas de tradición púnica se redistribuyeron, junto con otros tipos más novedosos, desde puertos tan activos como el de Denia.


INTRODUCCIÓN: EL ESTUDIO DE LAS ÁNFORAS

El material anfórico, sometido a clasificaciones cada vez más perfeccionadas, viene demostrando su utilidad en la formulación de apreciaciones arqueológicas de gran interés científico, derivadas tanto de la distribución geográfica de sus tipos como del estudio de la evolución de sus aspectos formales, así como de su adecuada valoración dentro de los contextos en que aparece, por lo normal, muy fragmentado. Cuando los restos anfóricos consisten en simples fragmentos su adscripción tipológica exacta puede convertirse en una tarea bastante engorrosa, a pesar de contar con la referencia de los ejemplares completos o casi completos, que son los empleados normalmente para definir los tipos. Además, parte de los fragmentos anfóricos perteneció a hornadas erróneas desechadas, por lo que no guardan las características homogéneas deseables. Los avances efectuados en la clasificación tipológica del material anfórico prerromano han facilitado considerablemente la redacción de este artículo, que está centrado en los hallazgos de procedencia alicantina.

La imagen de las ánforas ha sido un tanto popularizada mediante su inclusión en las monedas de veinticinco pesetas del año 1997. Estas monedas, dedicadas a la ciudad autónoma de Melilla, la antigua Russadir púnica, en el quinto centenario de su toma por las tropas de la Casa de Medina Sidonia, presentan como elemento emblemático de sus raíces culturales un ánfora fenicio-púnica, correspondiente a los hallazgos efectuados a principios del siglo XX en la necrópolis del Cerro de San Lorenzo. El interés social por el estudio de los recipientes anfóricos se ha visto incrementado por el hecho de que muchos de los hallazgos arqueológicos recientes más espectaculares son los de embarcaciones hundidas repletas de ánforas. Así, en enero del año 2000, la Compañía Marítima de Peritaje, mientras buscaba los restos del avión en que desapareció el escritor Antoine de Saint-Exupéry, localizó cerca de las costas francesas, entre Marsella y la isla de Porquerolles, los restos de siete barcos griegos y romanos cargados con numerosas ánforas. Además de proporcionar gran cantidad de material anfórico, los barcos hundidos pueden indicarnos qué tipos fueron contemporáneos, convirtiéndose de este modo en una excelente herramienta para el estudio del comercio en la Antigüedad. Las ánforas participaban en algunos casos del carácter industrial con que se podían producir sus contenidos, y se solían ajustar a prototipos normalizados. Las ánforas ibéricas escapaban en gran medida a esta estandarización productiva, de modo que sus variedades tipológicas llegan a ser numerosas (PASCUAL, 1968).

En la elaboración de este artículo sobre la presencia de las ánforas prerromanas en la provincia de Alicante se han seguido dos ejes fundamentales: la información obtenida de Ramón Torres (1995) acerca de las producciones anfóricas fenicio-púnicas, y los trabajos realizados por Ribera Lacomba (1982), especialmente útiles en lo relativo a la sistematización de las ánforas ibéricas del País Valenciano. Para aludir a las ánforas fenicio-púnicas emplearemos la tipología establecida por Ramón Torres (1995), mientras que para referirnos a las producciones anfóricas ibéricas recurriremos a la clasificación tipológica efectuada por Ribera Lacomba (1982). En la descripción de los tipos anfóricos seguiremos respectivamente la terminología utilizada por los dos autores citados.


ÁNFORAS FENICIO-PÚNICAS

La aparición de las ánforas fenicio-púnicas en el área alicantina en el siglo VIII a.C. se documenta junto con otros indicios arqueológicos de la presencia semita en la región, la cual se vio inmersa en un proceso cultural de fuerte influencia orientalizante. La abundancia de ánforas del tipo 10.1.1.1 en los centros fenicios del Extremo Occidente parece indicar que se trata ya de producciones locales (RAMÓN, 1995). En la provincia de Alicante estas ánforas están representadas en los yacimientos orientalizantes de la Penya Negra de Crevillent, Los Saladares (Orihuela) y Guardamar. No son una estricta reproducción de ningún tipo oriental, sino una reinterpretación personalizada de algunos modelos anfóricos de raigambre fenicia. Su producción se inició antes de la mitad del siglo VIII a.C. en buena parte de los centros afectados por el comercio fenicio, especialmente en aquéllos que contaban con ciertos recursos agrícolas y pesqueros. Además de servir para almacenar la producción local, estos recipientes anfóricos contendrían preferentemente vino, que escaseaba en Occidente en el período inicial de la colonización protagonizada por los comerciantes fenicios, que fueron quienes incentivaron el cultivo de la vid en la Península Ibérica. El tipo anfórico aludido está presente a lo largo de las costas andaluzas y levantinas, así como en el ámbito tartésico y en enclaves tan interiores como Los Villares (Caudete de las Fuentes; Valencia).

Las ánforas del tipo 10.1.1.1 se diversificaron ya iniciado el siglo VII a.C. y debido a la labor de distanciados talleres en multitud de variantes, agrupadas en el tipo 10.1.2.1. Estas nuevas ánforas aparecen en los yacimientos alicantinos conocedores del tipo anterior, así como en Xàbia y el Alt de Benimaquia (Denia), que las utilizarían probablemente para el almacenaje y la comercialización de sus propias mercancías. En el caso del Alt de Benimaquia, donde han sido localizados unos lagares (GÓMEZ BELLARD y GUERIN, 1995), las ánforas servirían principalmente para envasar el vino producido en la región. Los lagares del Alt de Benimaquia, pequeño enclave fortificado próximo a Denia, son prueba del temprano desarrollo de la actividad vitivinícola entre los iberos. La producción y el consumo del vino estarían controlados por las elites indígenas, que encontraban en dicho producto un elemento de prestigio social y un medio para alcanzar un estado anímico gozoso en el que lo deseado y lo intuido se hacían más cercanos. El cultivo de la vid sería impulsado en estas tierras por las elites locales a partir de los conocimientos proporcionados por los comerciantes fenicios, que frecuentaban la región en busca de hierro. Para envasar el producto los iberos recurrirían a producciones anfóricas propias realizadas a imitación de las ánforas en las que los fenicios comercializaban sus bienes, o es posible que en algunos casos importasen expresamente para tal fin ánforas ibicencas. Las ánforas fenicio-púnicas encontradas en el Alt de Benimaquia son del tipo 10.1.2.1, un tipo que sabemos que fue producido con intensidad en los alfares de Ibiza.

Los cultivos se encontrarían cerca de los lagares, probablemente en la vaguada que se extiende entre el yacimiento y las cumbres superiores de la Sierra del Montgó (GÓMEZ BELLARD y GUERIN, 1995). Todavía a fines del siglo XIX Denia era una de las regiones alicantinas que más hectáreas dedicaba al viñedo, sólo por detrás de Villena y Monóvar (PIQUERAS, 1981). La fortificación del enclave no sólo revela la necesidad de proteger y prestigiar el sistema productivo desarrollado, sino que además está en consonancia con su alto valor estratégico, pues desde allí se divisan las costas ibicencas y las embarcaciones provenientes de las mismas (SCHUBART, FLETCHER, OLIVER, 1962). Los excedentes vinícolas generados podrían ser empleados por las elites ibéricas para obtener otros productos suntuarios con los que manifestar su elevada posición. La producción industrial desarrollada en el Alt de Benimaquia parte de los inicios del siglo VI a.C., es decir, en el final del período orientalizante, cuando la aparición de la cultura ibérica es ya un fenómeno inminente. El origen del iberismo tuvo en la asunción y reformulación de los aportes culturales exógenos una de sus claves, y en este proceso habría que incluir la adopción de prácticas vitivinícolas enseñadas por los comerciantes foráneos y aprovechadas por las elites locales para remarcar su status.

El considerable material anfórico del tipo 10.1.2.1 recogido en la Penya Negra de Crevillent revela el acrecentamiento de la presencia fenicia en dicho enclave (RAMÓN, 1995). Muchos de los restos anfóricos corresponden a una producción local efectuada probablemente por los colonos fenicios con vistas a la comercialización de algún producto o de los propios recipientes, mientras que otros materiales similares parecen de importación. Las producciones anfóricas crevillentinas, fechadas hacia la primera mitad del siglo VI a.C., se suelen caracterizar por un tipo de borde muy largo y estrecho, vertical u oblicuo-divergente. La pasta se define por una buena cocción y colores claros, marrones, rojizos y anaranjados, frecuentemente formando capas estratificadas, pero careciendo por lo general y salvo alguna excepción de núcleo gris (RAMÓN, 1995).

Durante el siglo V a.C. adquirieron una gran proyección comercial las ánforas fenicio-púnicas del tipo 11.2.1.3, presentes incluso en Corinto. En la provincia de Alicante aparecen en yacimientos apenas afectados por las anteriores producciones anfóricas fenicio-púnicas, como es el caso de El Oral (San Fulgencio) y Santa Pola. Son recipientes de origen andaluz y norteafricano, relacionados probablemente con el comercio de salazones de pescado. En el siglo IV a.C. las ánforas fenicio-púnicas del área del estrecho de Gibraltar decayeron, aminorándose su presencia en los escenarios económicos exteriores, de modo que fueron reemplazadas en el ámbito alicantino por las pujantes producciones anfóricas ibicencas. Una excepción con respecto a este declive la constituyó el tipo anfórico gaditano 8.2.1.1, de larga vida, y presente en los yacimientos de Alcoi y en el Tossal de Manises (Alacant). Todos los tipos anfóricos bitroncocónicos de la serie 8 producidos en Ibiza están bien representados en el territorio alicantino, signo de la existencia de fluidas relaciones comerciales y culturales entre ambos espacios, confirmadas por los materiales rescatados de los pecios existentes entre las dos regiones. La gran expansión de las producciones anfóricas ibicencas estimuló en el área alicantina la fabricación de imitaciones ibéricas de estos recipientes.

Los primeros elementos de cultura material de carácter fenicio-púnico presentes en la región alicantina tuvieron una procedencia meridional, tanto desde las colonias costeras andaluzas como desde el ámbito tartésico-turdetano. Si bien pronto la colonia fenicia de La Fonteta (Guardamar) se implicó en el activo comercio de la zona. Posteriormente fue Ibiza la que se encargó de mantener la esencia púnica que había impregnado muchas de las manifestaciones culturales ibéricas del ámbito alicantino. La colonia fenicio-púnica de Ibiza suministró al área contestana productos suntuarios para las elites indígenas, como los collares de cuentas de pasta vítrea, los pebeteros o terracotas, y el vino, que viajó en ánforas bitroncocónicas y de otros tipos, producidas en gran medida en la propia Ibiza (LLOBREGAT, 1974). Ésta también orientó hacia la región alicantina determinadas producciones cerámicas de calidad, como las vajillas campanienses, quizás relacionadas con la dignificación del consumo del vino y de otros alimentos. A su vez desde la Contestania marcharon a Ibiza otros productos, tanto alimenticios como cerámica ibérica pintada (NICOLÁS y CONDE, 1993), y probablemente también las agujas de hueso con cabeza decorada.

Las monedas ibicencas halladas en la Contestania son numerosas (CAMPO, 1994), incluyendo los tesoros valencianos de Moixent y Vallada y el tesoro alicantino de Pedreguer. Estas piezas atestiguan de manera significativa la influencia púnica sobre la región, que tuvo que ser especialmente marcada durante el período bárquida (237-206 a.C.). A esta etapa corresponderían muchas de las monedas púnicas de Ibiza, Cartagena y Cádiz encontradas en el Tossal de Manises y en su necrópolis de la Albufereta (Alacant), teniendo en cuenta que la cronología de esta última se cierra dentro del siglo III a.C. Es posible que algunas de las acuñaciones monetales bárquidas tradicionalmente atribuidas a Cartagena fuesen emitidas en realidad en la desconocida Akra Leuké, mientras que otras pudieron realizarse en talleres móviles durante el desarrollo de las campañas militares. La mayor parte de las monedas púnicas halladas en el área alicantina corresponden ya a fenómenos comerciales desarrollados tras el conflicto armado. Por otro lado, la escasez de moneda griega parece limitar o retrotraer considerablemente la posible acción de los comerciantes griegos en la zona, si bien la moneda, introducida tardíamente, pudo ser un elemento prescindible en sus transacciones. Entre las monedas anteriores a la mitad del siglo I a.C. halladas en la provincia de Alicante las más abundantes son las romano-republicanas, así como las ibéricas de las cecas de Saiti, Cástulo y Arse (LLOBREGAT, 1968). La abundancia de piezas de Saiti es lógica, puesto que ésta era la principal ceca de la Contestania, sin rival hasta la aparición del centro acuñador de Ilici (Elche). Las piezas de Cástulo refuerzan la hipótesis de que existió una importante vía de comunicación entre la Alta Andalucía y la región alicantina, utilizada quizás ya en época tartésica. La presencia de las acuñaciones saguntinas de Arse indica la existencia de relaciones comerciales por vía marítima y terrestre entre diversos enclaves de la costa levantina.

Un ejemplar anfórico fenicio-púnico hallado en el Tossal de la Cala (Benidorm) definió por sí mismo la serie tipológica 15. Es un ánfora con el cuerpo superior acilindrado y el cuerpo inferior cónico, fechada entre el 350 y el 250 a.C. Parece una extraña mezcla tipológica cuyas diminutas asas apenas serían funcionales. No sabemos si fue fabricada en el ámbito alicantino o en algún centro púnico más meridional.

El desarrollo de la II Guerra Púnica contribuyó a la aparición, potenciación y dispersión de algunos tipos anfóricos, si bien su proyección comercial fue mayor tras el enfrentamiento (RIBERA, 1982). Las producciones ibicencas del tipo 8.1.3.1 adquirieron gran relevancia en todo el archipiélago balear y en las costas catalanas y levantinas durante el período de la presencia bárquida en la Península Ibérica. Estas ánforas han aparecido en Xàbia, en el Cap Negret (Altea) y en el Tossal de Manises (Alacant), enclave que tuvo cierto protagonismo en estos momentos. También encontramos en el Tossal de Manises ánforas cilíndricas producidas en los alfares de Cartago, correspondientes a los tipos 5.2.3.1 y 5.2.3.2. Todos los tipos anfóricos fenicio-púnicos aparecidos en el área alicantina con cronología que abarca el período bárquida están representados en el Tossal de Manises, lo que permite sustentar la idea de que la ciudad ibérica allí emplazada mantuvo importantes contactos marítimos con la misma Cartago, convirtiéndose en un destacado elemento de referencia para los conquistadores púnicos.

F.Figueras (1947) indicó la existencia en el Tossal de Manises de un posible horno cerámico asociado a un almacen con “multitud de ánforas de diversas formas extrañas a las típicas del romanismo. Las encontramos cilíndricas, abellotadas, fusiformes y bicónicas”. “En el almacen de que hablamos y colocadas a veces unas junto a otras en contacto a sus muros aparecieron ánforas de todos los tipos, lo mismo de las cartaginesas que de las romanas. En conjunto, toneladas de restos, con bastantes ejemplares indemnes, o por lo menos restaurables”. Es interesante incidir en la convivencia de las ánforas greco-itálicas y romanas con las de morfología fenicio-púnica, reveladoras del mantenimiento de antiguas tradiciones y rutas comerciales en un período caracterizado ya por el dominio romano (RIBERA, 1982). Quizás el vino experimentó cierto retroceso en el comercio púnico por la competencia itálica, potenciándose en cambio el tráfico de ánforas fenicio-púnicas con aceite y salazones. La mayor parte de los materiales anfóricos fenicio-púnicos hallados en el Tossal de Manises corresponden al último tercio del siglo III y los primeros decenios del siglo II a.C. Las ánforas cilíndricas de los tipos 5.2.3.1 y 5.2.3.2 presentes en el yacimiento parecen indicar la existencia de un fluido comercio con Cartago, donde se localizaron alfares especializados en la producción de estos tipos anfóricos. En el Tossal de Manises son numerosos los fragmentos de ánforas ibicencas, y se documentan también ejemplares del área del estrecho de Gibraltar del tipo 8.2.1.1. Estos materiales, presentes tanto en el poblado como, en menor medida, en su necrópolis de la Albufereta, indican una participación intensa en las redes comerciales púnicas, cuya vigencia se prolongó tras la derrota frente a los romanos.

El Tossal de Manises es uno de los yacimientos alicantinos que ha proporcionado mayor cantidad de elementos anfóricos fenicio-púnicos. Se trata de un asentamiento ibérico cuya cronología arranca de fines del siglo V a.C. y que se convirtió con el tiempo en la Lucentum romana. F. Figueras (1952) y J. Lafuente (1957) defendieron la idea de que este enclave pudo corresponderse con Akra Leuké, la ciudad fundada por el general cartaginés Amílcar en el año 231 a.C. como centro militar y administrativo. Posteriores propuestas plantearon la posibilidad de que Akra Leuké estuviese en la Alta Andalucía por no citar las fuentes su hipotético carácter costero, o en la costa sur peninsular por tratarse de una fundación efectuada en un momento poco avanzado de la conquista bárquida. La ubicación del enclave ha sido objeto de una intensa polémica, y es previsible que no se resuelva fácilmente.

Además de la abundancia de ciertos tipos anfóricos, hay otros elementos que apoyan la posible identificación del Tossal de Manises con Akra Leuké, sin que a pesar de ello se pueda dar por zanjada la cuestión. El asentamiento experimentó un considerable crecimiento en el último tercio del siglo III a.C., adquiriendo potentes estructuras defensivas realizadas con novedosas técnicas de corte helenístico (OLCINA y PÉREZ JIMÉNEZ, 1998). La muerte de Amílcar en el invierno de 229-228 a.C. aconteció cuando ponía sitio a la ciudad de Heliké (HUSS, 1993), quizás identificable con Elx o con Elche de la Sierra (Albacete), es decir, cuando trataba de someter a poblaciones interiores más o menos próximas a su principal acuartelamiento. En el caso de que Elche de la Sierra u otro poblado próximo a la Sierra del Segura fuese la Heliké de las fuentes, su asedio por parte de los cartagineses pudo deberse al deseo de eliminar los posibles peligros de la ruta abierta entre la Alta Andalucía y la costa levantina, donde la fundación de Akra Leuké habría podido suponer un hito en el avance del proceso conquistador púnico de cara a unas comunicaciones marítimas más directas con Cartago. Otra posibilidad sería situar Akra Leuké en el otro extremo del llamado camino de Aníbal, es decir, en el entorno de Cástulo, pero sin que pueda identificarse con esta importante población minera, que siguió conservando su propio nombre. Sabemos que Akra Leuké fue reemplazada como capital iberopúnica en el 227 a.C. por la “Ciudad Nueva”, la actual Cartagena, cuyo carácter portuario y cuya proximidad a las costas norteafricanas serían requisitos ya buscados por los cartagineses en su anterior centro de poder. Por otro lado, y sin concederle carácter probatorio, existe una relevante similitud fonética entre el término Leuké, que Fernández Nieto (1991) relaciona con el color blanco de los salientes rocosos próximos a la costa de la ciudad de Alicante, y el nombre de Lucentum, que recibió la ciudad romana ubicada en el Tossal de Manises. Los abundantes materiales foráneos hallados en el asentamiento y en su necrópolis de la Albufereta (FIGUERAS, 1956; 1971) revelan la existencia de prolongados contactos comerciales mantenidos con los fenicios, y también probablemente con los griegos. Y es que la rapidez con la que las autoridades romanas enviaron a Amílcar una embajada tras la fundación de Akra Leuké pudo deberse a la información suministrada por los comerciantes griegos que frecuentaban dicho establecimiento (ROLDÁN, 1988), lo que apoya su posible carácter costero.

Los elementos de importación presentes en la necrópolis de la Albufereta, como cerámicas áticas y de barniz negro, amuletos, piezas orfebres y adornos de pasta vítrea, son muy similares a los aparecidos en la necrópolis de la Serreta de Alcoi, datada en el siglo IV y principios del siglo III a.C., por lo que se ha propuesto la existencia de una relación comercial estable entre el centro costero del Tossal de Manises y el poblado ibérico de la Serreta (OLCINA, GRAU, SALA, MOLTÓ, REIG y SEGURA, 1998). El Tossal de Manises pudo actuar prolongadamente como receptor de los productos comerciados por los fenicios, redistribuyéndolos hacia las comarcas interiores de la Contestania.

La concentración de ánforas fenicio-púnicas en las costas alicantinas señala que estas regiones estuvieron prolongadamente integradas en el sistema comercial desplegado por los navegantes y colonos fenicios, el cual se consolidaría con la fugaz conquista cartaginesa, manteniéndose e incluso intensificándose tras la II Guerra Púnica. La destrucción de la ciudad de Cartago por parte de los romanos en el 146 a.C. pudo estar motivada en gran medida por el hecho de que seguía controlando importantes redes económicas y comerciales (RIBERA, 1982). A lo largo del siglo II a.C., ya iniciada la romanización, la región alicantina no estuvo monopolizada comercialmente por gentes fenicio-púnicas, como indican los hallazgos de ánforas greco-itálicas y Dressel 1. Sí que es posible que en época anterior los púnicos hubiesen intentado desplegar, al menos al sur de Cartagena, una política comercial monopolista, según se desprende del carácter de algunos de los tratados romano-cartagineses. Pero el área alicantina quedó dentro de un espacio comercial más proclive a las transacciones libres, de modo que, a pesar de la probable primacía comercial fenicio-púnica, los comerciantes griegos podrían actuar con soltura. La mayor parte de las ánforas fenicio-púnicas encontradas en la provincia de Alicante son de fabricación posterior a la II Guerra Púnica; ello se explica por el hecho de que ciudades como Cádiz e Ibiza, tras pactar con los romanos, pudieron seguir desarrollando sus actividades comerciales (RIBERA, 1982), que afectaban considerablemente al área alicantina. Muchas de las ánforas fenicio-púnicas son relacionables con el comercio de las salazones y del vino, el cual era valorado tanto por su carácter alimenticio y alcohólico como por sus usos rituales y terapéuticos. Los fenicios no sólo comerciaban con el vino producido por ellos mismos, sino también con el prestigioso vino griego y con el menos valorado vino indígena.

Antes de la destrucción de Cartago, las ánforas del tipo 5.2.3.1 llegaron a la Alcudia de Elx, y las del tipo 7.4.3.1, también producidas en Cartago, al Tossal de la Cala. Destruida la famosa Cartago, adquirieron gran dinamismo comercial los tipos anfóricos 7.4.3.2 y 7.4.3.3, fabricados en el área del estrecho de Gibraltar. Ambos tipos los encontramos en Denia, y el último de ellos aparece también en el Cap Negret, el Tossal de la Cala y la Alcudia de Elx. Del alfar ibicenco de Can Rova de Baix (Sant Antoni de Pormany) salieron consagradas las ánforas del tipo 8.1.3.3, que perduraron más allá del cambio de era, y que abundan en el ámbito alicantino. Su presencia en Denia junto a los dos tipos anteriormente citados revela el destacado peso económico adquirido por esta ciudad portuaria durante la romanización, referencia física y comercial en las actividades marítimas que afectaban a Ibiza. El pecio ebusitano denominado “Bajo de la Campana 2”, fechado en el siglo II a.C., parece que transportaba hacia Cartagena un cargamento mayoritario de ánforas del tipo 8.1.3.2 (RAMÓN, 1995). Es posible que barcos como el aludido hiciesen escala frecuente en uno o varios puertos alicantinos. Las producciones anfóricas sardas no están documentadas en el área alicantina, pero ello no basta para afirmar de momento que los contactos entre ésta y Cerdeña fueron escasos, ya que en la isla italiana hay cerámica ibérica pintada (NICOLÁS y CONDE, 1993). Progresivamente, en los dos siglos previos al cambio de era, se fueron imponiendo las ánforas greco-itálicas y romanas, que en algunos casos adoptaron ciertos rasgos morfológicos de tradición púnica. La amplia boca en forma de embudo característica de las ánforas fenicio-púnicas del grupo 7.4 fue heredada por las ánforas para salazones más tardías, lo que indica que las primeras pudieron usarse con el mismo fin (PASCUAL, 1968).


ÁNFORAS IBÉRICAS

Buena parte de las ánforas ibéricas presentan formas derivadas claramente de prototipos fenicio-púnicos. Al ser un producto por lo general poco industrializado, estas ánforas tienen muchas variedades formales con distinta cronología y distribución geográfica. Las ánforas ibéricas parece que servirían más para guardar y conservar alimentos que para transportarlos, si bien la producción anfórica de El Campello se orientó hacia la comercialización de sus salazones de pescado. En los poblados ibéricos, para almacenar los productos se podían utilizar, además de las ánforas, grandes “pithoi”, así como otros contenedores de madera o piel animal. Estos dos últimos eran también empleados en el transporte de las mercancías por el interior del territorio, efectuado con animales de carga y tracción o por vía fluvial. En el caso alicantino, los valles de los ríos Segura y Vinalopó, los cuales al parecer desembocaban conjuntamente, se configurarían como buenas rutas de penetración comercial hacia el interior.

El único tipo anfórico ibérico que aparece con cierta frecuencia en yacimientos submarinos es el I-3 (RIBERA, 1982), el cual presenta rasgos próximos a los recipientes anfóricos púnicos. La inmensa mayoría de las ánforas ibéricas ha aparecido en los poblados, en algunos de los cuales se encontraron varios o muchos ejemplares juntos en posibles almacenes. En el caso del Tossal de Manises, las ánforas ibéricas aparecían agrupadas junto a otras fenicio-púnicas y greco-itálicas, muestra de la convivencia de diversos tipos anfóricos de orígenes dispares, tal vez utilizados con fines no coincidentes. Las ánforas de producción local solían servir para envasar los productos del entorno. El contenido de las ánforas ibéricas debía ser muy heterogéneo, desde vino, leche, agua y otros líquidos a productos sólidos, como el grano y la sal. En lo referente al vino, el tipo de contenedor anfórico podía ser indicativo de la procedencia del producto, la cual ya era valorada en la Antigüedad como un elemento añadido de prestancia. La forma de las ánforas ibéricas no parece estar del todo relacionada con su contenido. Las ánforas de forma especializada corresponden ya a un fenómeno potenciado en época imperal romana (PASCUAL, 1968). En muchas situaciones las ánforas ibéricas serían empleadas en los poblados para almacenar los excedentes comunitarios o privados. En algunos casos aparecen junto a las ánforas de almacenamiento los cuencos empleados para la extracción regular de una parte pequeña de su contenido. La presencia de recipientes anfóricos en las sepulturas no está demasiado documentada. Se sabe de la existencia de ánforas fenicio-púnicas en la necrópolis de la Albufereta, y de ánforas de tipología dudosa en la necrópolis de la ladera de San Antón en Orihuela (RIBERA, 1982).

En el municipio de El Campello, justo enfrente de la Illeta, se ubicó un alfar ibérico con producción anfórica, cerca de una factoría salazonera. El yacimiento fue descubierto por F. Figueras (1943), quien describió de esta manera los restos anfóricos: “Todos, con ligeras variantes, obedecen al mismo tipo: ánforas de forma abellotada, carentes de cuello y provistas de pequeñas asas cerca de la boca, la cual generalmente aparece orlada por un pequeño resalte”. Se trataba de un alfar dedicado a la fabricación de ánforas de tipo ibérico, las cuales en su mayoría pudieron emplearse para contener las salazones producidas en el mismo enclave. La Illeta dels Banyets (El Campello) y su entorno inmediato acumulan una serie de estructuras arquitectónicas, entre las que se incluyen las gubernativas y religiosas, que son reveladoras del carácter empórico mantenido por el asentamiento a lo largo del siglo IV a.C. (DOMÍNGUEZ MONEDERO, 1998). Los análisis de pastas incluidos por Ribera (1982) afectaron a diversos materiales anfóricos fenicio-púnicos e ibéricos procedentes del Tossal de Manises y de El Campello. Indicaron que las pastas no eran arcillosas ni finas, sino más bien arenosas y frágiles.


ÁNFORAS MASSALIOTAS

Se han encontrado algunos restos de recipientes anfóricos massaliotas (ROUILLARD, 1990 y 1991) de los siglos V y IV a.C. en el área alicantina. Dos de ellos proceden de hallazgos submarinos: uno efectuado frente a las costas de Xàbia y otro de localización imprecisa. Un tercer recipiente se ha documentado por un borde aparecido en la Alcudia de Elx. Según la clasificación de Michel Py (1978), el cual diferencia la tipología de las formas y la de los bordes, los hallazgos submarinos corresponderían a una forma de tipo 2 con bordes de los tipos 3 y 5 respectivamente, mientras que el borde de la Alcudia sería del tipo 2. Los bordes de los tipos 2 y 3 son alargados de perfil redondeado, mientras que el borde de tipo 5 está en cuarto de círculo con semiplano inclinado hacia el exterior. La forma anfórica de tipo 2 tiene cuello corto o ligeramente cóncavo, panza de perfil ovoide o esferoide, y fondo rematado por un pivote cónico. También en Denia, que fue seguramente un punto de convergencia de tradiciones comerciales de distinto origen, han aparecido restos de ánforas massaliotas (DOMÍNGUEZ PÉREZ, 1999), las cuales fueron reemplazadas a lo largo del siglo IV a.C. por tipos anfóricos fenicio-púnicos. Los hallazgos de procedencia massaliota podrían estar relacionados con el comercio del vino griego, efectuado probablemente por comerciantes de origen diverso en pequeños barcos que llevarían cargamentos mixtos de moderadas proporciones. Los grandes cargamentos de un solo producto fueron más propios de los barcos de época romana.


ÁNFORAS ETRUSCAS

En el Museo Arqueológico de Alicante se conserva un ánfora etrusca completa del tipo 4 de Michel Py, fechable en el siglo V a.C. Procedía de una colección particular formada por piezas de procedencia local, y fue dada a conocer por Ribera (1981). Otros fragmentos de ánforas etruscas se encontraron en aguas próximas a la ciudad de Valencia, mezclados con otros muchos restos cerámicos de tipos anfóricos griegos, fenicio-púnicos e ibéricos, vinculados quizás a algún antiguo embarcadero (RIBERA y FERNÁNDEZ, 1989). Los restos anfóricos etruscos hallados en el País Valenciano probablemente se relacionan con el comercio del vino, originario de centros vinícolas tan conocidos como Vulci, Tarquinia y Populonia. Pero seguramente en todos o en la mayoría de los casos, el vino etrusco llegaría a las costas ibéricas más meridionales en embarcaciones fenicias, griegas o incluso de los propios intermediarios indígenas. El vino etrusco sería introducido en la Contestania a fines del siglo VI o principios del siglo V a.C., pero en cantidades muy limitadas, pues apenas podía competir con el vino griego y el vino fenicio-púnico, que tenían distribuidores comerciales más estables en la región. Los contactos comerciales directos entre Etruria y las costas levantinas ibéricas no parecen muy probables, y si se produjeron serían esporádicos. A pesar de ello, la influencia de la técnica y la simbología etruscas sobre las producciones orfebres, armamentísticas y escultóricas ibéricas es bastante apreciable, y tal vez pueda relacionarse con la “koiné” mediterránea impulsada por los comerciantes y por los artistas itinerantes.


ÁNFORAS GRECO-ITÁLICAS

De los tipos anfóricos greco-itálicos definidos por Will (1982), los más tardíos (C, D y E), correspondientes al siglo II a.C., aparecen en algunos yacimientos alicantinos junto a cerámicas campanienses y ánforas de tradición púnica, diluyéndose progresivamente en favor de la generalización de las ánforas de tipo Dressel. Restos de ánforas greco-itálicas más antiguas, de mediados del siglo IV a.C., con una “M” estampillada en el interior de sus cartelas, aparecen en Denia junto a otras clases de recipientes vinarios, lo que se ha interpretado como un signo de la pugna por los interesantes mercados del litoral mediterráneo peninsular (DOMÍNGUEZ PÉREZ, 1999). La presión cartaginesa ejercida en época bárquida sobre los enclaves levantinos era contraria al libre comercio, por lo que suscitaría crecientes protestas entre los comerciantes griegos, que querían propiciar así la intervención romana, alentada también por el deseo de consolidar y abrir nuevos mercados para los productos itálicos, así como por obtener nuevas fuentes de riqueza y aprovisionamiento. El vino itálico conoció una destacada difusión comercial en la Península Ibérica durante la romanización de la misma, lo que se reflejó en la llegada de nuevos tipos anfóricos (PASCUAL, 1968).


ESTAMPILLAS

Las ánforas podían presentar esporádicamente estampillas impresas mediante una matriz dura sobre la arcilla del recipiente aún sin cocer, grafitos realizados mediante un objeto punzante antes o después de la cocción del recipiente, e inscripciones o motivos pintados, conocidos como “tituli picti” (RAMÓN, 1995), generalizados en época romana. La información proporcionada por las estampillas es diversa, y por lo general incompleta. Las epigráficas aluden normalmente a nombres propios, en algunos casos con indicación de pertenencia a un taller productor de ánforas o a un productor o negociador de la mercancía a envasar. Las anepígrafas pueden consistir en símbolos, como rosetas, el signo de Tanit o los atunes, presentes en las ánforas gaditanas, que en muchos casos servirían para el transporte de salazones. Más que ser símbolos urbanos, estos motivos obedecerían a iniciativas económicas y propagandísticas de carácter privado (RAMÓN, 1995), imitando formalmente algunas prácticas griegas.

Se conocen en el yacimiento alicantino de la Penya Negra de Crevillent algunos casos de ánforas fenicio-púnicas del tipo 10.1.2.1, datables hacia la primera mitad del siglo VI a.C., que llevan en su cara superior externa pequeñas estampillas en forma de sencilla o doble circunferencia concéntrica encerrando un pequeño motivo cruciforme (RAMÓN, 1995). La mayoría de estas piezas corresponden a ánforas de producción local, si bien una de ellas, con dos de estas estampillas, parece importada desde algún taller fenicio extremo-occidental. Las estampillas presentes en las ánforas crevillentinas responden seguramente a un fenómeno heredado del mundo de las ánforas orientales. En el yacimiento de la Alcudia de Elx, procedentes del nivel E (225-50 a.C.), se hallaron tres estampillas sobre fragmentos de asas de ánforas púnicas de tipo no precisable. Una de ellas presenta una inscripción púnica transcribible como “hl” en el interior de una cartela cuadrada. Las otras dos estampillas, muy parecidas entre sí, llevan una inscripción púnica transcribible como “mnr” en el interior de una cartela rectangular. Del mismo yacimiento procede un asa de ánfora con marca en caracteres ibéricos de tipo turdetano (RIBERA, 1982), con posible lectura “CU-N-CA-E”. De la Serreta de Alcoi se conocen dos ánforas de tipo ibérico con estampillas. Una de ellas, en ibérico, se leería “BA-N”, y otra, si fuese púnica, se transcribiría “np” (RIBERA, 1982).


CONTENIDOS

El mayor motivo de interés histórico de los recipientes de transporte y almacenaje es su contenido, que constituía su verdadera razón de ser (RAMÓN, 1995). Los análisis de contenidos efectuados en los restos anfóricos no han sido demasiado numerosos, y en muchos casos no han aclarado si a cada tipo de ánfora correspondía un determinado contenido, o si por el contrario cada tipo de ánfora se asociaba con contenidos diversos, reutilizándose según las necesidades de cada momento. Muchas de las ánforas que transportaban vino o salazones, tanto de pescado como de carne, tenían sus paredes interiores recubiertas con materia resinosa, es decir, con brea, con el fin de impermeabilizarlas. Este recubrimiento interior desaparece con facilidad en el medio terrestre, pero se conserva mejor en el caso de los restos anfóricos hallados en los pecios. El recubrimiento resinoso interior desaconsejaba la reutilización de las ánforas con otros fines por la posible mezcla de sabores, y no era adecuado en el caso de productos que, como el aceite, podían disolverlo.

Algunos hornos gaditanos y norteafricanos con producción anfórica parecen estrechamente relacionados con las industrias conserveras. Es el caso de los hornos productores de ánforas de los tipos 8.2.1.1 y 7.4.3.3, posiblemente utilizadas para contener conservas de pescado. Las versiones evolucionadas de este último tipo anfórico dieron lugar, confluyendo con otras morfologías tardo-republicanas, a algunos de los célebres envases de salazón sudhispánico de cuello y boca muy exvasados y cuerpo panzudo rematado con pivote (RAMÓN, 1995). Las ánforas del tipo 7.4.3.1, producidas en el área de Cartago y frecuentemente estampilladas, presentan en algunos casos recubrimientos resinosos internos, relacionándose probablemente con el comercio del vino. El hecho de que algunas de sus estampillas estén escritas en caracteres griegos podría señalar la búsqueda de cierta asimilación prestigiosa con respecto a los vinos griegos. Algunas ánforas ibicencas de los tipos 8.1.1.1, 8.1.2.1 y 8.1.3.2 presentan una impregnación negruzca presumiblemente resinosa (RAMÓN, 1995), lo que, junto a la existencia de estampillas hechas a imitación del estilo rodio, invita a pensar en el transporte de vino. También podría ser vino el contenido de algunas ánforas acilindradas producidas en Cartago, como las del tipo 5.2.3.1, una de las cuales ha sido hallada con recubrimiento interior de resina. Sorprende un tanto el hecho de que los análisis de contenidos revelen el habitual comercio de las salazones de carne. Más incógnitas presenta el asunto de los tipos anfóricos frecuentemente empleados para el transporte de aceite, quizás diversificados y no exclusivos de dicho producto. Las ánforas no sólo transportaron y almacenaron vino, aceite y salazones, sino gran cantidad de productos agrícolas y ganaderos, así como esencias o miel. En ocasiones circularían vacías hasta sus centros de provisión. Las ánforas menores podrían asociarse a usos más móviles o a productos de mayor valor.


CONCLUSIONES

Basándonos en el material anfórico prerromano recogido en la provincia de Alicante, parece clara la primacía de la actividad comercial fenicio-púnica en la región con respecto a la desarrollada por los comerciantes griegos. Estos últimos, desde sus pequeñas e hipotéticas factorías costeras o de manera menos reglamentada, se aprovisionarían de productos indígenas y fenicio-púnicos, quizás de forma moderada si se valora la escasez de las contrapartidas conocidas de origen griego. La presencia de los comerciantes fenicios en el área alicantina desde el siglo VIII a.C. generó en la misma un proceso cultural de carácter orientalizante, el cual, unido a otros muchos factores, desembocó en la formación de la cultura ibérica a mediados del siglo VI a.C. Durante la primera mitad del citado siglo las sociedades indígenas ya habían dado muestras de capacidad organizativa, como en el caso de la producción vitivinícola desarrollada en el Alt de Benimaquia. Las ánforas fenicio-púnicas estuvieron presentes de manera continuada hasta el cambio de era en la provincia de Alicante, lo que las convirtió en referencia de las imitaciones indígenas. Aunque los productos transportados por las ánforas serían muy variados, se aprecia en función de los tipos anfóricos y de su distribución la importación de salazones de pescado desde el área del estrecho de Gibraltar y la importación de vino desde el ámbito de Cartago y desde otras regiones, muchas veces a través de la mediación de Ibiza. La abundante presencia de ánforas de Ibiza en la región alicantina indica la fluidez de los contactos entre ambos ámbitos, y explica la esencia púnica conservada por algunos enclaves de la Contestania, elemento propiciador de la ocupación bárquida.

Los vínculos comerciales del área alicantina con los centros de tradición fenicia se reforzaron entre el término de la II Guerra Púnica (201 a.C.) y la destrucción de Cartago (146 a.C.), como señala el aumento de los hallazgos anfóricos. La romanización abrió nuevas rutas comerciales, las cuales favorecieron la llegada del vino itálico junto a otros muchos productos, envasados ya en gran parte en ánforas diferentes a las fenicio-púnicas, pero morfológicamente deudoras de las mismas en algunos de sus rasgos. La Contestania, que fue una de las regiones ibéricas culturalmente más avanzadas, probablemente debió parte del desarrollo alcanzado a la posibilidad de mantener relaciones continuadas con los comerciantes fenicio-púnicos, así como con otros de origen griego, si bien los resortes de la acción cultural protagonizada por estos últimos en el área alicantina plantean todavía muchas dudas. La vocación mediterránea presente en la Protohistoria alicantina, ilustrada por el tráfico anfórico del que participó, facilitó la inserción de la Contestania en el proceso romanizador.


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