viernes, 1 de mayo de 1998

LA HEGEMONÍA TEBANA


LA CONFEDERACIÓN BEOCIA

A fines del 379 a.C., se instauró en Tebas una democracia, la cual contribuyó a la extensión de los ideales federalistas. A medida que se iba extendiendo el poder tebano, se instauraba en Beocia una novedosa Confederación democrática, llamada oficialmente “Koinon”. Al frente de la Confederación se situaba un arconte federal, cargo de escaso poder al que correspondían principalmente labores ceremoniales y representativas. De los once distritos con que contaba la anterior Confederación oligárquica, posiblemente fueron suprimidos ahora los dos de Tespias y los dos de Orcómeno como castigo a su resistencia. Habría por tanto el mismo número de distritos que de beotarcos: Siete. Cuatro beotarcos corresponderían a Tebas, uno a Tanagra, y los otros dos se repartirían entre las pequeñas ciudades de Beocia. La comandancia suprema del ejército recaía sobre uno de los beotarcos tebanos. En campaña, los beotarcos formaban un consejo de guerra en cuyo seno discutían las estrategias, de modo que las decisiones más importantes se tomaban por mayoría. Los beotarcos disfrutaban de un buen número de prerrogativas no militares, como los poderes probuléuticos. Podían presentar proyectos a la Asamblea e introducían a los embajadores ante la misma. Podían emprender acciones judiciales y arrestar a los sospechosos de subversión. Manejaban además fondos públicos. Eran responsables ante el tribunal federal, y estaban sujetos a la rendición de cuentas y a la deposición del cargo.

La nueva Confederación beocia contaba con una asamblea federal inspirada en la ateniense. Tenía un carácter primario y democrático, pues estaba abierta a todos los ciudadanos beocios sin restricción censitaria alguna. Las reuniones de la asamblea tenían lugar normalmente en Tebas, por lo que este órgano tendía a ser en realidad un instrumento del poder tebano. La asamblea decidía en materia legislativa y de política exterior, y al menos en una ocasión juzgó a los culpables de una conspiración oligárquica. Pascual González infiere la existencia de un consejo federal en el seno de la Confederación beocia a partir de numerosos indicios, como su existencia en época anterior y posterior, la influencia democrática ateniense, la necesidad de un órgano que preparase las mociones a aprobar por la asamblea, y el hecho de que los culpables del asesinato de Eufrón de Sición fuesen juzgados por un misterioso consejo, que quizás era el federal o tan sólo un consejo local. Las infracciones contra las leyes federales eran dirimidas por un tribunal, el cual se componía de varios cientos de ciudadanos beocios elegidos probablemente por sorteo. El tesoro federal se encargaría, entre otras funciones, de acuñar la moneda beocia, que en este período procedía únicamente de la ceca tebana. Existía una uniformidad entre las constituciones locales y la federal, de modo que todas las ciudades beocias disponían de un régimen democrático articulado por medio de un colegio de polemarcos, un consejo, una asamblea y un arconte.


EL EJÉRCITO BEOCIO

Las principales magistraturas militares eran anuales y dependían de la elección efectuada por la asamblea federal. La más alta jefatura del ejército beocio era ejercida por un colegio de siete beotarcos. La comandancia en jefe recaía siempre sobre un beotarco tebano. En las expediciones figuraban siempre varios beotarcos y nunca uno solo. La infantería beocia se dividía en batallones de unos trescientos hoplitas. Al mando de cada batallón estaba un “lochagos”. El distrito constituía la base del reclutamiento. Gozaba de especial prestigio el llamado “batallón sagrado”, compuesto por trescientos jóvenes escogidos que combatían por parejas, el equivalente de los modernos binomios. Este cuerpo fue organizado por Górgidas hacia el 378 a.C., y es probable que sus miembros estuviesen unidos por vínculos homosexuales. Se trataba de un cuerpo profesionalizado que en tiempo de paz guarnecía la Cadmea y en época de guerra ocupaba la vanguardia del ejército, reforzando así el empuje de los soldados-ciudadanos. En el 375 a.C. el “batallón sagrado” mostró su capacidad de penetración en la falange contraria al destrozar dos “moras” lacedemonias en Tegira. Este batallón se convirtió en el brazo ejecutor de la táctica de línea oblicua de Epaminondas. Las expediciones militares beocias solían contar cuanto menos con unos siete mil soldados. El entrenamiento constante hizo ganar renombre a la falange beocia.

La rica aristocracia terrateniente de Beocia engrosaba la caballería, que seguía de cerca en estima a la caballería tesalia. Un hiparco federal estaba al frente de la caballería, que se dividía en escuadrones de unos treinta y cinco jinetes. Cada escuadrón estaba bajo el mando de un hilarca. En las batallas de Leuctra y Mantinea, la caballería beocia se colocó delante de la falange, y no en los flancos como era costumbre. En las expediciones militares beocias solía haber unos setecientos jinetes. El hermanamiento entre dos combatientes también se aprecia en el caso de la caballería, pues cada jinete podía transportar hasta las filas enemigas a otro soldado que luego combatía a pie junto a él. Es probable que Beocia mantuviera un cuerpo especial de infantería ligera, continuador de los “psilos” del siglo anterior. Entre los aliados que aportaban contingentes a las tropas beocias solían estar los tesalios, los eubeos, los locrios, los focidios, los melieos y los enianos. La responsabilidad de la flota beocia recaía sobre un navarco al cual estaban subordinados los trierarcos. Beocia no mostró excesivo interés por convertirse en una potencia naval, de modo que su número de barcos era escaso.

Los tebanos extrajeron importantes enseñanzas de los nuevos modos de lucha practicados en Grecia. Parecía que la batalla campal había dado paso a la destrucción del poder de una ciudad mediante la coerción económica y la devastación sistemática de su territorio. Los tebanos, en los años de las expediciones lacedemonias (378-377 a.C.), no quisieron refugiarse tras los muros de su ciudad, sino que adoptaron un sistema de defensa territorial basado en medidas poliorcéticas extensas y en los ágiles movimientos del ejército. Entre los años 376 y 371 a.C., los tebanos desarrollaron una auténtica guerra de guerrillas contra las demás ciudades beocias, llevando a cabo incursiones constantes que derivaron en un robusto adiestramiento. Las batallas de Leuctra y Mantinea revelaron el éxito de las innovaciones tácticas y estructurales introducidas en el ejército beocio, entre las cuales podemos destacar la utilización revolucionaria de la caballería, la concentración de tropas en el ala izquierda y el ataque en orden oblicuo. El que la caballería iniciase su carga justo desde delante de la zona central de la propia falange tenía como finalidad el derrotar prontamente a la caballería contraria para que ella misma se replegase sobre su propio ejército, introduciendo en él la confusión. Conseguido esto, la caballería beocia acudía a defender el endeble flanco derecho del ejército propio. Los beocios optaron por aumentar enormemente la profundidad del ala izquierda de la falange, llegando hasta los cincuenta escudos de fondo. El ataque oblicuo consistía en hacer avanzar rápidamente y de forma oblicua el ala izquierda del ejército, intentando romper la línea adversaria antes de que el ala derecha propia chocase con la falange enemiga. El ejército beocio de esta época fue una de las culminaciones del ejército hoplítico griego de ciudadanos soldados.


INSTRUMENTOS ALIANCÍSTICOS Y REPRESORES DE LA HEGEMONÍA TEBANA

Para poder desempeñar una función hegemónica en el conjunto de Grecia, Tebas intentó asegurarse la fidelidad de todas las ciudades beocias, recurriendo para ello a diversos instrumentos aliancísticos y represores. Mientras que las ciudades que se sometieron voluntariamente al poder tebano pudieron conservar su representación política y sus murallas, las ciudades desafectas fueron severamente castigadas. En el 373 a.C., los tebanos arrasaron la ciudad de Platea, expulsaron de Beocia a su población y se anexionaron su territorio. Los tespieos (famosos por su valerosa participación en la batalla de las Termópilas del 480 a.C. frente a los persas), se retiraron del bando tebano en la batalla de Leuctra antes de combatir, por lo que fueron expulsados de Beocia y desposeídos de su territorio. Orcómeno fue incluida en la nueva Confederación beocia en el 370 a.C., y perdió su representación en los órganos federales. El odio tebano hacia Orcómeno explotó en el 364 a.C., momento en que los caballeros orcomenios participaron en una conspiración oligárquica. Por entonces los tebanos mataron a muchos de los habitantes de Orcómeno, esclavizando a otros y expulsando a los restantes. Quizás el territorio orcomenio fue repartido entre las ciudades vecinas. Posiblemente Beocia aprovechó su creciente poderío militar para anexionarse varias ciudades locrias. También Oropo cayó bajo su poder desde el 366 a.C. Más de la mitad del ampliado territorio federal beocio pertenecía directamente a Tebas. Pascual González señala que la dura política represora llevada a cabo por Tebas dañó seriamente la capacidad demográfica de la Confederación.

Hay dudas acerca de si los tebanos quisieron cambiar o no las constituciones de sus estados aliados fuera de Beocia. Struve indica que en Acaya los beocios contribuyeron incluso con guarniciones a la implantación de regímenes democráticos. Pero cuando poco después fue restablecida la oligarquía en Acaya, los tebanos se abstuvieron de realizar una nueva intervención en esta región. Sruve considera que la política tebana durante su período hegemónico estuvo en gran parte dirigida a favorecer la autonomía de las distintas regiones griegas bajo regímenes preferentemente democráticos. Lo cierto es que los beocios renunciaron a la imposición de tributos sobre las ciudades foráneas, lo que habla en favor de su afán liberalizador. Entre los pilares sustentadores de la hegemonía tebana estuvieron el diseño de un sistema de alianzas y el establecimiento de unas pocas guarniciones en rutas y centros estratégicos. Los tratados de alianza impulsados por Tebas incluían la prohibición de hacer la paz por separado y la obligatoriedad de aportar contingentes a las expediciones militares beocias, cuanto menos en el caso de que Beocia fuese la atacada. El incumplimiento de los pactos era considerado una traición, y suscitaba una reacción de castigo por parte del ejército beocio. El recurso de los tebanos a las guarniciones no fue muy frecuente ni constante. Estas guarniciones tenían como fin el garantizar la fidelidad de las ciudades aliadas o ayudar a las mismas frente a peligros exteriores. Lo normal es que cada ciudad conflictiva recibiera una guarnición beocia de unos trescientos hombres, es decir, un batallón.


LAS FACCIONES POLÍTICAS TEBANAS

Durante la efímera primacía tebana hubo en la vida interior de Beocia duros enfrentamientos entre distintas facciones políticas. La principal facción tebana se vertebró en torno a los dos grandes generales beocios, Epaminondas y Pelópidas. En el origen de este grupo podemos ver a los trescientos desterrados tras el golpe filolaconio del 382 a.C., así como a Górgidas y a parte del grupo que lideraba Carón. Esta facción impulsó el establecimiento de una constitución democrática en las ciudades beocias y en la Confederación. Se trataba de demócratas moderados, lo que quedaba confirmado por el hecho de que se opusieron a la destrucción de Orcómeno y a la imposición de regímenes democráticos en los estados aliados. Epaminondas y Pelópidas fueron constructores destacados de la conciencia patriótica beocia. Estos generales identificaban la política pacifista con la esclavitud y los tratados desventajosos. Ambos incidían en la necesidad de conseguir una gran victoria militar para obtener luego una paz favorable que habría que defender con la fuerza de las armas. De esta facción democrática formaban parte: Pamenes, que fue el líder tebano más importante tras la muerte de Epaminondas; Ismenias, íntimo amigo de Pelópidas, con el que fue embajador en Tesalia; Teopompo, que participó en la matanza de los polemarcos filolaconios, fue embajador en Atenas en el 378 a.C. y portatrofeos en Leuctra; Melón, prestigioso beotarco; y por fin el antiguo conspirador Carón.

La caballerosidad de Epaminondas y Pelópidas queda reafirmada por el hecho de que ambos se opusieron a la decisión de ejecutar a los exiliados beocios que cayesen prisioneros en la campaña peloponésica del 369 a.C. El constante esfuerzo militar y financiero que implicaba la política de la facción democrática levantó la oposición de algunos sectores de la población beocia. El líder de la oposición era el gran orador Meneclidas, que no había tenido buena fortuna como general. Meneclidas procesó varias veces a los beotarcos tebanos, e incluso logró en una ocasión que Epaminondas no fuese reelegido. Trató en vano de enfrentar a Pelópidas con Carón para mermar la fuerza de la facción democrática. Sus acciones políticas fueron tachadas de inconstitucionales, lo que le supuso el pago de una multa y quizás la pérdida de sus derechos políticos. Despechado, es probable que Meneclidas se mezclase en la conspiración oligárquica orcomenia del 364 a.C. El fracaso de la conjura conllevó el definitivo eclipse de Meneclidas. Éste había defendido una política pacifista y diplomática ajena a las aventuras militares extrabeocias. Entre los simpatizantes de Meneclidas quizás estuvieron Cleómenes e Hipato, beotarcos del 378 a.C., cuya carrera se vio truncada tras el fracaso de su expedición militar a Tesalia.

El hecho de que la política tebana se dejase arrastrar en ciertas circunstancias por el imperialismo y por la represión brutal de las ciudades sublevadas hace pensar en la existencia de una facción democrática radical bastante poderosa. Algunos de los descontentos por el triunfo democrático en Tebas habían elegido el camino del exilio. Se trataba de los antiguos miembros de la facción oligárquica filolaconia de Leontíades. Constituyeron un grupo de unos doscientos soldados que se integraron en el ejército peloponesio, participando en numerosas acciones contra el gobierno legítimo beocio. Estuvieron bajo las órdenes de Polítropo de Corinto, que en el 370 a.C. sufrió un descalabro frente a los mantineos en Orcómeno. Guarnecieron el paso de la Tegeátide para intentar que Epaminondas no pudiese alcanzar el territorio laconio. Combatieron con los espartanos en defensa de Laconia y ocuparon coyunturalmente Febía de Sición. Los que sobrevivieron a estas acciones militares debieron de hallar la muerte en la fallida conspiración oligárquica del 364 a.C. Los exiliados filolaconios habían pretendido reinstaurar el tradicional gobierno oligárquico en todas las ciudades beocias, para acabar con la supremacía de Tebas y disolver la Confederación.


LA BATALLA DE LEUCTRA

La paz del 371 a.C. no fue suscrita por Tebas, de modo que continuó la guerra entre Beocia y Esparta. El rey espartano Cleómbroto recibió la orden de atacar Tebas. Tras ocupar Creusis, el puerto de la ciudad de Tespias, Cleómbroto avanzó hacia Tebas y acampó en la llanura de Leuctra. Allí se presentaron los beocios con unos siete mil hombres, la mitad de las fuerzas con que contaba Cleómbroto. El general tebano Epaminondas colocó la caballería delante de la falange y robusteció enormemente el ala izquierda de su ejército. La vanguardia del ala izquierda estaba compuesta por el “batallón sagrado”, mandado por Pelópidas. Los jinetes beocios derrotaron prontamente a la caballería enemiga, que al retirarse sembró la confusión entre sus propias tropas. El ala izquierda tebana realizó un ataque oblicuo de gran eficacia. La victoria correspondió a los beocios, que causaron la muerte a cerca de mil enemigos, incluyendo al rey Cleómbroto y unos cuatrocientos espartiatas. Arquídamo, el hijo del otro rey espartano Agesilao, firmó una tregua con los beocios para poder recoger los cadáveres, tras lo cual regresó al Peloponeso. La batalla de Leuctra, librada a mediados del 371 a.C., supuso en opinión de Pascual González el fin de una anticuada táctica militar y el fin de la vieja construcción hegemónica espartana. Struve sitúa en este momento el comienzo del período de predominio tebano en Grecia. En cuanto al final de dicho período, podría ser la batalla de Mantinea, del 362 a.C., en que murió Epaminondas de una lanzada. O simbólicamente el año 356 a.C., en que Filipo II accede al trono de Macedonia y nace además su hijo Alejandro Magno. La época de predominio tebano se correspondió con la progresiva decadencia de Esparta, que aun así siguió orgullosamente aferrada a sus proyectos hegemónicos sobre el Peloponeso.


LA PASIVIDAD ATENIENSE FRENTE AL CRECIENTE PODERÍO TEBANO

El golpe que el poder espartano había recibido en la batalla de Leuctra favoreció el estallido de numerosas revueltas sociales en los distintos estados del Peloponeso. Según Isócrates, las disensiones eran tales que los ricos preferían arrojar sus bienes al mar antes que dárselos a los pobres. Fue reconstruida la ciudad de Mantinea, que había sido arrasada por los espartanos. Mantinea pasó a ser la residencia del gobierno común arcadio, al frente del cual se colocó al estratega Licómedes. Una campaña emprendida contra Arcadia por un ejército espartano encabezado por el rey Argesilao no condujo a resultado alguno, y otro destacamento espartano que había irrumpido en Tegea fue aniquilado por Licómedes. Ante el temor de que se produjesen nuevos ataques espartanos, Arcadia solicitó ayuda a Atenas y Tebas. Los arcadios primero se dirigieron a Atenas, donde gobernaba el partido demócrata moderado dirigido por Calístrato. La petición arcadia fue fríamente recibida en Atenas, donde no se querían reanudar las hostilidades con Esparta y donde tampoco se simpatizaba con el movimiento unificador del Peloponeso.

En Atenas suscitaba recelos el creciente poder tebano. La noticia del triunfo tebano en Leuctra no había sido bien acogida por los atenienses. También alarmaba a éstos el rápido fortalecimiento del tesalio Jasón, tirano de Feres, que estaba aliado con los beocios y había logrado movilizar a numerosos mercenarios. Jasón destruyó las fortificaciones de Heraclea para eliminar los obstáculos que impedían su paso hacia el corazón de Grecia. Se rumoreaba que Jasón quería apoderarse de los tesoros del santuario délfico para adquirir influencia sobre los demás estados griegos. Jasón se anexionó también Perrebia, zona del Norte de Tesalia que antes había estado bajo el poder macedonio. A pesar de las convulsiones que estaban agitando Grecia, Atenas se limitó a convocar a fines del 371 a.C. un congreso panhelénico con la intención de consolidar la “paz del rey” y de ese modo garantizar la autonomía de las distintas ciudades griegas. Entretanto los beocios consiguieron por medio de una expedición militar valiosas alianzas en la Grecia Central.


EL FIN DEL LIDERAZGO PELOPONESIO DE ESPARTA

Cuando recibieron la petición de ayuda emitida por los arcadios, los ejércitos beocios se aprestaron a entrar en el Peloponeso. Epaminondas quería impedir la recuperación de Esparta y conseguir mediante alianzas y guarniciones el predominio beocio en medio del avispero peloponesio. El ejército beocio, dirigido por Epaminondas y Pelópidas, llegó a Arcadia a fines del 370 a.C., viéndose engrosado por las tropas de sus aliados arcadios, argivos y eleatas, los cuales esperaban asestar un golpe definitivo sobre Esparta. Epaminondas prolongó cuatro meses más de lo debido su condición de beotarco con la intención de realizar simplemente algunos actos intimidatorios frente a los espartanos. Las ingentes tropas antiespartanas forzaron en cuatro columnas los desfiladeros de las montañas de Parión y de Escirítida, irrumpiendo así en Laconia. Arrasaron toda la margen izquierda del río Eurotas, quemando cuantos poblados encontraron sin amurallar, y se apoderaron, tras un asalto de tres días, de Giteo, el único arsenal naval conocido de los lacedemonios.

La ciudad de Esparta se encontraba en una situación desesperada. Gran parte de los ilotas se amotinaron, uniéndose masivamente a los enemigos. Los periecos, base del ejército espartano, se negaron a alistarse. Los espartanos estaban forzados a mantener guarniciones militares en todas sus posesiones, de modo que en la propia Esparta constituían un destacamento insignificante. Se tomó la decisión extrema de armar a los ilotas que aún eran fieles al estado bajo la promesa jurada de su posterior liberación. La situación espartana se hizo un poco menos dramática con la recepción de refuerzos enviados por Corinto y Fliunte. Nunca los espartanos habían tenido a sus enemigos tan cerca de su propia ciudad. Pero los generales tebanos no quisieron aniquilar definitivamente al estado espartano, sino que para ellos era prioritario el crear un nuevo equilibrio en el Peloponeso. Refrenando el ímpetu de los aliados, la caballería tebana realizó algunas incursiones en los alrededores de Esparta, y entretanto el grueso del ejército beocio se replegó hacia Mesenia.


LA FUNDACIÓN DE MEGALÓPOLIS Y LA FORMACIÓN DE LA LIGA ARCADIA

Por consejo de Epaminondas, los arcadios construyeron en el centro del Peloponeso una gran ciudad, destinada a albergar funciones administrativas capitalinas y a erigirse como un poderoso bastión que frenase las ambiciones espartanas. La nueva ciudad recibió el nombre de Megalópolis, se dotó de grandes murallas y vinieron a habitarla gentes de 39 aldeas, algunas de ellas movidas por patriotismo y por su odio hacia los espartanos, y otras en cambio obligadas. La ciudad, que todavía existe, ocupaba una superficie de 370 hectáreas y contaba con grandes construcciones. Uno de estos edificios, llamado Tersilión en honor de su arquitecto, tenía una sala asamblearia que podía albergar a 10.000 personas. Más tarde se construirá en Megalópolis uno de los teatros más grandes de Grecia, con capacidad para unos 21.000 espectadores. Intramuros había también cultivos y pastos, combinándose por tanto lo urbano y lo rural en este sueño capitalino de “Arcadia feliz”. Epaminondas quiso convertir Arcadia en el nuevo eje vertebrador del Peloponeso. La recién estrenada Liga Arcadia asumió una constitución que respetaba teóricamente la autonomía de las distintas poblaciones, incluso en lo relativo a la acuñación de pequeñas monedas de cambio. Las cuestiones comunes y generales se sometían a la resolución del consejo aliado y de la asamblea general, compuesta por 10.000 ciudadanos que disponían de bienes suficientes para la adquisición de armas. Un estratego y 50 demiurgos ostentaban el poder ejecutivo. Estos magistrados se elegían de forma proporcional al número de habitantes de las ciudades. A los indigentes se les ofreció la posibilidad de servir como mercenarios. Esta constitución, basada en un censo agrario muy bajo, respondía a los deseos de la mayoría de la población, y se mantuvo incólume y en vigencia durante largo tiempo.


LA LIBERACIÓN DE MESENIA

El Ejército beocio liberó Mesenia de la opresión espartana. Se implantó en Mesenia un régimen democrático que procedió a una redistribución general de la tierra. Se llamó a los exiliados y a los ilotas sublevados en Laconia, prometiéndoles quizás un terruño. Con la liberación de la fértil Mesenia se pretendía imposibilitar para siempre la recuperación del poderío espartano. Con el beneplácito beocio, se fundó en el 369 a.C. la ciudad de Mesene. La ciudad se erigió en las laderas del monte Itome, célebre por las anteriores sublevaciones de los ilotas mesenios. Sus ruinas fueron posteriormente ensalzadas por Pausanias. En la construcción de la ciudad, delimitada por fuertes murallas, participaron los arcadios, quienes en recuerdo de ello erigieron unas estatuas en Delfos. En el Peloponeso, los dirigentes beocios no trataron de poner bajo su dependencia a las ciudades liberadas, ni aprovecharlas en beneficio de intereses propios, ni imponerles su voluntad y dominio mediante la violencia. El pesado talón de la hegemonía espartana había ralentizado el desarrollo de todo el Peloponeso. La política tebana favoreció en Grecia ciertas tendencias federativas bajo condiciones de igualdad de derechos.


LOS DOS FRENTES

Al regresar a Tebas tras su campaña en el Peloponeso, Epaminondas fue procesado por retener más tiempo del debido la beotarquía, si bien fue finalmente absuelto. En el mismo año 369 a.C., dirigió una expedición contra los pocos aliados que Esparta conservaba en el istmo de Corinto y la península de Acté. Epaminondas atrajo al lado tebano a Sición y Pelene, y saqueó el territorio de Epidauro y Trecén. Poco después sufrió dos derrotas: Una ante las puertas de Corinto y la otra contra los celtas e íberos enviados por Dionisio de Siracusa en ayuda de los lacedemonios. Cuando volvió a Tebas, Epaminondas fue nuevamente procesado y, aunque resultó absuelto, no fue elegido beotarco en el 368 a.C. Entretanto, se llegó a una alianza formal entre Esparta y Atenas, cuyos ejércitos coaligados empezaron a fortificar asiduamente el istmo de Corinto para hacer frente a las previsibles invasiones beocias del Peloponeso. En el 370 a.C. se había iniciado en Tesalia una sangrienta disensión: Jasón de Feres cayó víctima de una conjura y sus herederos entablaron entre sí una dura lucha. Asumió el poder el sobrino de Jasón, Alejandro, convirtiéndose en un feroz tirano. La nobleza tesalia solicitó la ayuda del rey macedonio Alejandro II, cuyos ejércitos ocuparon gran parte del territorio tesalio. El general beocio Pelópidas marchó hacia el Norte de Grecia con unos siete mil hombres. Se presentó como el libertador de la tiranía de Alejandro de Feres y como el árbitro capaz de acabar con los conflictos de la región. Finalmente, Pelópidas se limitó a organizar la Confederción tesalia y a pactar con Alejandro de Feres.

En Macedonia había surgido un enfrentamiento entre el rey Alejandro II y el magnate Ptolomeo de Aloro. Pascual González considera que Pelópidas favoreció la causa de Alejandro II, con quien supuestamente habría firmado un tratado de alianza. En cambio Struve señala que, tras ocupar Larissa, Pelópidas entabló relaciones amistosas con Ptolomeo. A su regreso, Pelópidas introdujo guarniciones beocias en Equino y Nicea. En el 368 a.C., Pelópidas e Ismenias encabezaron una embajada tebana para pedir explicaciones sobre la intervención ateniense en Macedonia, el asesinato de Alejandro II y la actividad de Alejandro de Feres. Los embajadores tebanos sellaron una alianza con Ptolomeo, que se había convertido en regente de Macedonia, pero a su vuelta fueron apresados por Alejandro de Feres. Indignados, los beocios enviaron una expedición militar con la intención de liberarlos, pero los beotarcos que la dirigían, Cleómenes e Hipato, fracasaron en su empeño. Sólo la pericia de Epaminondas, que iba en el ejército como simple soldado, salvó a los beocios de un serio descalabro. Ya en el 367 a.C., en una corta campaña, Epaminondas liberó a los embajadores capturados, desalojó a los macedonios de Tesalia, limitó el territorio dependiente de Alejandro de Feres, y confirmó la amistad de la Liga en que se agrupaban las ciudades de la Tesalia meridional. En definitiva, los beocios estaban desmantelando el poder de Esparta en el Sur y la influencia de Atenas en el Norte.


LA INTROMISIÓN DIPLOMÁTICA PERSA

En el 368 a.C., llegó a Grecia Filisco de Abido, emisario persa, con el objeto de reconciliar a los griegos. Los estados griegos enviaron delegados a Delfos para negociar una paz general. Ésta sólo sería posible si se disolvía la Confederación beocia y si se reconocía que Mesenia debía pertenecer a Esparta. Quizás los espartanos se hubieran mostrado dispuestos a aceptar la existencia de la Confederación beocia a cambio de la restitución de Mesenia. Pero los beocios se mostraron intransigentes, haciendo fracasar las negociaciones. Tras el fracaso del congreso délfico, el cual había sido impulsado por Ariobarzanes, sátrapa del Ásia Menor, el emisario Filisco reclutó dos mil mercenarios para que combatiesen a favor de los lacedemonios. Es posible que Filisco, a través de su secuaz Diomedonte, quisiese sobornar a los principales generales beocios, lo que no consiguió. En el 367 a.C., Esparta intentó conseguir nuevamente la mediación persa. Se congregaron en Susa, en la misma corte del rey persa, los embajadores de todos los estados griegos. El embajador tebano Pelópidas fue quien logró imponer sus posiciones, llegando a firmar un tratado de amistad y alianza con Persia. Según este acuerdo, Mesenia debía ser independiente, Atenas debía varar sus barcos, las fronteras de los estados peloponesios fueron reguladas, las ciudades griegas seguirían siendo autónomas, y los persas conservarían su dominio sobre las ciudades griegas minorasiáticas.

Antálcidas, autor del tratado del 386 a.C., que era también ahora uno de los delegados espartanos, no se animó a regresar a su patria y se suicidó. El delegado ateniense Timágoras fue enjuiciado y ejecutado. Los beocios no lograron hacer cumplir en la práctica las resoluciones del tratado, a pesar de que reunían a los delegados griegos en Tebas y enviaban sus embajadores a diversas ciudades, provocando un descontento generalizado. Licómedes, estratega de la Liga Arcadia, se mostró decepcionado por el hecho de que la ciudad de Trifilia hubiese sido adjudicada a la Élide. El delegado arcadio Antíoco, a su regreso de Susa, se mofó de las pretensiones de Persia de dictar su voluntad a Grecia. Struve apunta que Arcadia fue retirando su apoyo a Beocia en favor de Atenas, que también se sentía ofendida por el reciente tratado. Arcadia aceptó cesar sus incursiones en el territorio de Esparta a condición de que Atenas garantizase el cese de las operaciones bélicas por su parte. Se produjo por tanto una momentánea tregua en el Peloponeso, y Corinto firmó en el 365 a.C. una paz con los tebanos.


LA ENEMISTAD ENTRE BEOCIA Y ATENAS

La Segunda Liga ateniense, que se había formado para hacer respetar a Esparta la libertad de los griegos, tuvo tras la batalla de Leuctra un nuevo enemigo: la poderosa Tebas. La Liga ateniense procuró frenar el expansionismo tebano, a la vez que buscaba reforzar su control en las costas de Macedonia, Tracia y el Quersoneso. La destrucción de Platea en el 373 a.C. ya había enfriado notablemente las relaciones entre Beocia y Atenas. Los beocios se negaron a firmar la paz del 371 a.C., lo que supuso la salida de Tebas de la Segunda Liga ateniense. En el 370 a.C., los beocios establecieron alianzas con Acarnaia y Eubea, lo que significaba su deserción de la Liga. Atenas comenzó a enviar contingentes militares al Peloponeso para ayudar a Esparta contra las expediciones beocias. Los atenienses pugnaron para que fuesen reconocidos sus derechos sobre Anfípolis, y para ello no dudaron en entrometerse en los asuntos de Macedonia hasta conseguir una alianza con el rey Alejandro II. Pero la intervención beocia hizo que Atenas perdiese su influencia sobre Macedonia y con ella los materiales para la construcción naval. Desde el 368 a.C. el general ateniense Ifícrates operó en las costas tracias, pero sus ataques contra Anfípolis resultaron infructuosos.

Cuando los beocios lograron apoderarse en el 366 a.C. de la ciudad fronteriza de Oropo, en Atenas cayó en desgracia el moderado Calístrato, y se volvió a elegir estratego al belicoso Timoteo. Éste sitió Samos, que fue tomada tras diez meses de resistencia, y los atenienses enviaron allí como clerucos a dos mil indigentes. La flota ateniense recobró su prestigio en el Egeo, y el rey persa reconoció los derechos de Atenas sobre Anfípolis. Timoteo cooperó con el sátrapa rebelde Ariobarzanes, y obtuvo para Atenas dos nuevos enclaves estratégicos: Sesto y Critote. Para Struve, está claro que Atenas volvía a hacer gala de sus viejas tendencias imperialistas. Valorando el giro político que Atenas había dado con respecto a sus aliados, Tebas se dispuso a actuar. Epaminondas decidió atacar a Atenas en el mar. Construyó una flota de cien trirremes y con ellas, en el 364 a.C., logró la defección de Bizancio, y quizás también la de Rodas y Quíos. Este éxito naval beocio fue momentáneo, pues los beocios sólo querían enfriar las tendencias expansionistas que en el mar mostraban los atenienses. Mientras que Pascual González alude al fracaso de la política naval beocia, Struve prefiere hablar de un repliegue voluntario de los barcos beocios hacia el puerto de Larimna.

La división de la Liga arcadia mejoró las posiciones de Atenas y Esparta en el Peloponeso. Se sucedieron los triunfos navales de Timoteo, pues los beocios renunciaron a efectuar con sus barcos nuevas expediciones militares. El tesalio Alejandro de Feres, aliado de los beocios, se aficionó a la piratería, que practicó en las costas egeas y adriáticas según le placía, llegando a derrotar navalmente a Atenas en el 362 a.C. La paz suscrita tras la batalla de Mantinea permitió a los atenienses centrarse en el frente septentrional, donde se aliaron a la Liga tesalia en contra de Alejandro de Feres. En el 357 a.C., Atenas logró que se reincorporase a su Liga la isla de Eubea, que tuvo que ser abandonada por los destacamentos beocios. Por entonces los atenienses lograron también que los odrisios reconociesen sus pretensiones sobre el Quersoneso. Según Pascual González, Atenas sólo pudo contener el predominio beocio a través de un agotamiento de sus propios recursos, de modo que la guerra social posterior implicó necesariamente la desaparición de la Segunda Liga ateniense. Atenas juzgó a sus propios personajes públicos, enemistándose a la vez con Persia.


LA REVUELTA DE ACAYA Y LA REORGANIZACIÓN DE TESALIA

En su tercera expedición al Peloponeso, realizada en el 366 a.C., Epaminondas pretendió obtener la alianza de Acaya para reforzar la posición de Sición y sembrar la inquietud en la retaguardia de los descontentos arcadios. Los harmostas tebanos enviados a Acaya intentaron implantar la democracia y expulsaron a los oligarcas, pero cuando el ejército beocio ya estaba lejos, los oligarcas regresaron y recuperaron el control político de sus ciudades, perdiéndose así los frutos de la expedición tebana. En el Norte de Grecia los beocios consideraron que era preciso represaliar a Alejandro de Feres por su incesante belicismo. El ejército beocio, dirigido por Pelópidas, venció a Alejandro de Feres en Cinoscéfalos, pero el general tebano resultó muerto. Corría el año 364 a.C. Los beotarcos Malecidas y Diogitón vengaron la muerte de su compatriota con una nueva victoria, y obligaron a Alejandro de Feres a firmar un humillante tratado que redujo enormemente sus posesiones territoriales.


LA GUERRA DE LA ÉLIDE Y LA DIVISIÓN DE ARCADIA

Las disensiones fronterizas entre Arcadia y la Élide degeneraron hacia el 365 a.C. en una encarnizada guerra. Lo que se dirimía era la posesión de Olimpia y de sus riquísimos templos. El triunfo correspondió a los arcadios, que con el tesoro de Olimpia pudieron pagar a sus mercenarios, los eparitas. Se recrudeció la lucha entre las agrupaciones democráticas y oligárquicas del Peloponeso. Estalló en Arcadia una guerra civil. Los mantineos y otras regiones de tendencias conservadoras se indignaron por el sacrílego saqueo de los santuarios y por el uso populista dado a tales recursos financieros. Estos argumentos son considerados por Struve como una simple excusa esgrimida por los oligarcas para intentar terminar con el régimen democrático megalopolitano. Struve critica igualmente la subjetividad manifestada por Jenofonte, que llama a los oligarcas “los hombres que desean el bien para el Peloponeso”. El bando democrático de Arcadia, constituido principalmente por Megalópolis, Tegea, Asine y Palantia, solicitó la ayuda militar de Beocia, mientras que los mantineos obtuvieron el apoyo de la Élide, Acaya, Atenas y Esparta. Andaban por entonces los beocios detrás de la preponderancia en la rica anfictionía de Delfos, lo que les había indispuesto con los focidios.


LA BATALLA DE MANTINEA

Viendo peligrar el equilibrio en el Peloponeso, Epaminondas se dirigió hasta allí en el 362 a.C. con un ejército de treinta mil infantes y tres mil jinetes. Los recursos enemigos ascendían a veinte mil hoplitas y dos mil jinetes. Epaminondas intentó sin éxito tomar la propia Esparta, si bien Struve opina que dicha operación sólo era una maniobra de distracción. En su marcha hacia Tegea, el ejército beocio se topó con el grueso del ejército rival en la llanura de Mantinea. Se trabó una batalla en la que la victoria parece que correspondió a los beocios, que según las fuentes clásicas no supieron aprovecharla, debido en gran medida a que en ella se produjo la muerte de Epaminondas. Pascual González piensa que si el general tebano no hubiera caído entonces, Beocia habría visto fortalecida su hegemonía sobre el conjunto de Grecia. Pero los tebanos obraron con prudencia, y se avinieron al establecimiento de una paz general que sólo Esparta, desposeída de Mesenia, dejó sin firmar. Beocia no estaba dispuesta a sacrificar más recursos humanos por conseguir un influjo preeminente sobre el Peloponeso. La división de Arcadia y del conjunto del Peloponeso en dos bloques antagónicos y equilibrados se hizo realidad jurídica. La unificación de Grecia sobre los principios de la libertad y autonomía de sus regiones siguió siendo un problema no resuelto, a pesar de los esfuerzos realizados por los beocios durante su efímera hegemonía. El protocolo del discurso narrativo suele ser roto por los historiadores al hacer elogiosa referencia a Epaminondas, en cuya estatua tebana, según Pausanias, fue colocada una inscripción alusiva a sus gloriosas acciones militares.


PROGRESIVO DECLIVE DE LA HEGEMONÍA TEBANA

Conviene que nos desprendamos de la visión simplista de considerar la hegemonía tebana como la obra personal de sus grandes generales. Aunque fueron muchos los méritos de los estadistas tebanos, la hegemonía se debió también a las favorables circunstancias internas e internacionales. El carácter filoespartano de Jenofonte hizo que éste no ahondase demasiado en las virtudes militares de Epaminondas, si bien es cierto que no dejó de aludir a las mismas. Un año después de la paz suscitada por la batalla de Mantinea, algunos arcadios de Megalópolis quisieron abandonar esta ciudad para regresar a sus lugares de origen. La posible diáspora megalopolitana fue frenada por un ejército beocio dirigido por Pamenes. En el territorio arcadio se operó una clara división: El Norte, cuyo principal bastión era la ciudad de Mantinea, se hizo proateniense, mientras que el Sur, nucleado en torno a Megalópolis, siguió manteniendo su alianza con los tebanos. La disolución progresiva de la hegemonía tebana culminó con el estallido de la Tercera Guerra Sagrada, en el 356 a.C. Antes de esta fecha, los beocios habían podido mantener en Tesalia su alianza con Alejandro de Feres, conservando a la vez su influencia sobre la Grecia Central y el Peloponeso. Pero los recursos demográficos y financieros de Beocia no eran suficientes para conservar una hegemonía que obligaba a realizar un incesante despliegue de fuerzas militares. La disminución progresiva del poder tebano se debió también a que Atenas pudo consolidar su influencia entre algunos sectores políticos tesalios y arcadios.


BIBLIOGRAFÍA:

- Pascual González, José; “Grecia en el Siglo IV a.C.: Del imperialismo espartano a la muerte de Filipo de Macedonia”; Síntesis; Madrid; 1997.
- Struve, V. V.; “Historia de la Antigua Grecia”; Akal; Madrid; 1974.